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Esos molestos viejos vulnerables

Por 30 de marzo de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

El personaje del cuento Una historia aburrida de Antón Chéjov, ostenta el alto rango de consejero privado en la nomenclatura imperial, y ha sido honrado con todas las condecoraciones deseables. Se trata de anciano de sesenta años de edad.
 

Todavía a inicios del siglo pasado, el que llegaba a los cuarenta años se dejaba crecer la barba, y dejaba atrás sus impulsos y ardores juveniles. Ya no se diga una mujer que a los treinta no se hubiera casado, era declarada oficialmente solterona.

Una de las grandes proclamas humanitarias de la civilización moderna, ha sido la conquista de índices cada vez más altos de longevidad, sobre todo en los países del primer mundo. En Estados Unidos la esperanza de vida en 1900 era de 47 años, cuando hoy es de ochenta; y España, en el mismo periodo, pasó de 32 a 83 años. En medio siglo, aún América Latina ha ganado 25 años en expectativa promedio de vida, para situarse en 75 años.

El concepto de vejez temprana, entendida como senilidad, duró por muy largo tiempo en la historia, salvo si aceptamos como válidas las copiosas edades que se mencionan en el Antiguo Testamento, que deberíamos atribuir mejor a un error en las cuentas de los escribas.

A la misma edad del ilustre viejo de Chéjov, que a los sesenta siente que ha llegado el fin de su vida, fue que Cicerón escribió, veinte siglos atrás, su canto de cisne en De senectute. A ese anciano que mira reflexivo hacia el pasado como una forma de prepararse ante la inminencia de la muerte, desahuciado por sí mismo, se le encuentra hoy en el gimnasio. 

Atlético, bien bronceado, puede servir como modelo de ropa deportiva, con un palo de golf en la mano. La gloria de la tercera edad empieza a parecer tan inmarcesible, que hay quienes piensan necesario inventar una cuarta. Y también las parejas felices de ochenta están en la publicidad, anunciando el Viagra, porque el sexo entra también en el catálogo de derechos restituidos.

Norberto Bobbio, el gran pensador italiano, quien osó acercarse a la centena con plena lucidez creativa, y escribió también su propio De senectute, habla de la inserción de los viejos en el mercado, porque son una clientela, y son cortejados como portadores de nuevas demandas de mercancías. 

Pero la pandemia del corona virus, que saca filo al sentido de supervivencia, hace que se establezcan nuevos parámetros para medir a los viejos, que se convierten, de pronto, en una piedra en el zapato. Es el grupo de riesgo por excelencia, y de allí se tiende a extraer las más variadas y coloridas conclusiones. 

O sacrificamos la economía, o sacrificamos a los viejos, se proclama. El vicegobernador republicano del estado de Texas, Dan Patrick, lo dice sin andarse por las ramas: "mi mensaje es este: volvamos al trabajo, volvamos a la vida, seamos inteligentes, y aquellos de nosotros que tenemos más de 70 años, ya nos cuidaremos de nosotros. No sacrifiquemos el país". Al menos, por lo que puede verse, Míster Patrick ofrece voluntario su pescuezo.

Este reclamo de que los viejos se sacrifiquen para salvar el todo a costas de una parte, responde a una premisa general, tal como la enuncia Lloyd Blankfein, antiguo presidente de Goldman Sachs: "las medidas extremas para rebajar la curva del virus son adecuadas durante un tiempo para reducir la carga sobre la infraestructura sanitaria. Pero destruir la economía, los empleos y la moral es también un asunto sanitario y afecta a muchas más cosas".

Viene en respaldo suyo Dick Kovacevich, expresidente del Wells Fargo, quien propone dejar el encierro de la cuarentena: "algunos enfermarán, algunos incluso puede que mueran, no lo sé"… ¿quieres sufrir las consecuencias económicas o el riesgo de tener síntomas parecidos a los de la gripe o una experiencia como la de gripe? Tienes que elegir".

Algunos morirán. Los viejos, ya sus cartas están marcadas. A los jóvenes no les pasará nada, les dará un simple resfrío. Y si toda la población se contamina, mejor, pues todo el mundo quedará inmunizado.

Salvo los viejos. A esos, ya les tocaba de todos modos, es la ley de la selección natural; sólo los más fuertes sobreviven. De allí que los apóstoles defensores de la religión de la economía, no tardarán en enlistar también a otros seres humanos desechables, de los que se puede prescindir en aras del bien común.

Y eso me trae a la mente también esas armas de destrucción masiva, tan inteligentes como para matar gente, pero que preservan, intacta, la economía; es decir, la infraestructura productiva y los templos del consumo. Para que nos demos cuenta que la economía, deidad abstracta hecha de cifras y curvas estadísticas, es una cosa, y la gente otra. 

¿Y la longevidad? ¿Y las nuevas cotas de esperanza de vida? Hay que olvidarse, y entregarnos todos, cuanto antes, a la normalidad de la muerte.

Mientras tanto, los viejos a escondernos.

 

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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