Sergio Ramírez
En la Managua provinciana de los años 50 existía un personaje llamado Víctor de la Traba, cuyo oficio era cobrar cuentas a deudores morosos. Los acreedores recurrían a los servicios del experto cuando habían perdido ya toda esperanza, y entonces él comenzaba a aplicar sus métodos persuasivos sobre el renuente pagador. Uno de ellos era colocar a su puerta a un grupo de niños de la calle, a los que disfrazaba de duendes, con vistosos trajes rojos. Era un mensaje sin palabras. Todo el mundo que pasaba sabía que allí vivía un deudor remiso, y como eran tiempos en que la vergüenza tenía su propio poder, no pocas veces el procedimiento lograba su propósito ejemplar, y la deuda era saldada.
Ahora leo que en Lituania, otro cobrador de ingenio parecido al de Víctor de la Traba, ha establecido el procedimiento de usar no duendes, sino brujas. Y no mujeres disfrazadas de brujas, sino brujas verdaderas. Se trata de Amantas Celkonas, director de la firma de cobranzas Skolu Isieskojimo Biuras, con sede en Vilna. Para apurar a los morosos ha contratado los servicios de la famosa bruja Lilija Lobaciuviene, no para que se plante frente a la casa de los morosos y así meterlos en vergüenza, sino para que use sus poderes sobrenaturales en beneficio de los intereses de los acreedores. Skolu no ha explicado si la mujer se encargará de hacer que las deudas se cumplan con artilugios mágicos, ensalmos u oraciones, o por medio de amenazas de embrujamiento contra los perseguidos; los alfileres clavados en muñecos con la efigie del deudor, por ejemplo.