Jean-François Fogel
Lo interesante en el estudio que Enrique Krauze dedica a Hugo Chávez Frías (El poder y el delirio, Tusquets editores) no es tanto lo que dice sino su manera de decirlo. Hay algo específico en el proceso del historiador y ensayista mejicano para acercarse a la figura del líder de la revolución bolivariana que resulta interesante y a veces provoca el desconcierto de su lector.
Krauze no cambia su viejo método: como escritor, entrega pequeños paquetes (relatos de encuentros, notas históricas, reflexiones, entrevistas, etc.) en lo que es una manera transparente de acumular sus datos. Al final, su lector saca conclusiones que van de la aprobación al rechazo. Unas muestras:
1. El uso del «providencialismo estudiantil» para recordar cómo estudiantes mejicanos se solidarizaron con estudiantes venezolanos víctimas de la dictadura de Juan Vicente Gómez no produce nada. Y tampoco la voluntad de ver una semblanza entre los estudiantes venezolanos que se opusieron a Rómulo Betancourt y los que denuncian a Chávez. Cada generación inventa sus sueños y comete sus errores (aunque los estudiantes venezolanos de ahora me parecen muy acertados).
2. La voluntad de leer la dimensión «teologicopolítica» de Chávez, de encontrar en la lectura de la historia latinoamericana hecha por el líder venezolano la lectura de una «sagrada escritura» es sumamente inteligente. El poder total es un poder temporal y espiritual. Chávez busca ser el profeta y escribir un nuevo evangelio; Krauze no es su apóstol.
3. Me parece luminoso también la utilización de un texto de Carlyle sobre Cromwell (el primer europeo que hizo cortar la cabeza de un Rey, Carlos I, en Inglaterra). El colmo de la figura, claro, consiste en apoyarse en el comentario famoso de Jorge Luis Borges sobre este texto para explicar la voluntad de quedar impune de un líder como Chávez: «una vez postulada la misión divina del héroe, escribe Borges, es inevitable que lo juzguemos (y que él se juzgue) libre de obligaciones humanas. Es inevitable también que todo aventurero político se crea héroe y que razone que sus desmanes son prueba fehaciente de lo que es.»
4. Al final es dudosa la idea de llevar al lector al año 1959 para explicar la Venezuela de hoy a través del fracaso mediático del presidente Rómulo Betancourt frente al auge de Fidel Castro en Cuba. Al resucitar la figura de Betancourt (le dedica un capítulo entero) Krauze no explica al Chávez de hoy. La revolución bolivariana, no es una revolución cubana, soñada por los estudiantes venezolanos de 1958, y que se demoró 40 años. Hay que entenderlo: el delirio tiene talento para reinventarse sin utilizar la reencarnación de su poder en la figura de un militar jugador de pelota.
(PS: me gusta la neblina en la portada del libro, un poder revolucionario siempre se esconde)