Rafael Argullol
Rafael Argullol: Hay un evidente dificultad para realizar la novela, la película, incluso el poema de la megápolis, porque no hay este autorreconocimiento, ni su posibilidad.
Delfín Agudelo: La megápolis aniquila entonces el sentido del autorreconocimiento. Me pregunto qué pasa en la megápolis con el oriundo de la ciudad, con aquél que nació y ha vivido todo el tiempo en ella. Pienso, cómo no, en Gangs of New York, de Scorsese: la idea de los nativos contra los irlandeses. Pero vemos entonces este fanatismo de Bill the Butcher, que podemos traer a colación en la actualidad – pensando en puntuales brotes de xenofobia. Vemos así a todos aquellos que dicen que el inmigrante viene a quitar trabajo, a subir índices de criminalidad, a corromper la cultura. Aparentemente olvidan que el inmigrante también hace de la ciudad una megápolis, es uno de sus positivos creadores. La ciudad es impensable sin las voces narrativas que fluctúan dentro suyo.
R.A.: Esto se está viendo muy bien en una ciudad como Barcelona, donde en estos momentos al menos conviven tres Barcelonas pero no siempre en una ósmosis deseable. Por una lado la Barcelona de los nativos barceloneses; la otra es de los centenares de miles de inmigrantes que han llegado en el plazo escaso de diez años; y por otro lado la Barcelona del turismo magnificado, que es otro de los grandes fenómenos de esta época, que hace que centenares de miles de personas se desplacen de un lugar a otro y ocupen escenarios urbanos, que es un factor que desde luego no es para nada despreciable. Estas tres Barcelonas muchas veces tienen una coexistencia difícil y a veces incluso diría inexistente. Y en parte eso es explicable por la violencia del choque. De la misma manera que el ciudadano era hospitalario con el viajero extranjero que llegaba a la ciudad, y había ancestrales leyes de hospitalidad que afectaban en todas las culturas a ese viajero y al anfitrión que tenía que recibirlo, el turismo masivo tiene algo de nueva invasión de los bárbaros, y causa retracción en los nativos. Y con respecto a las migraciones hay que reconocer que son más difíciles de conciliar cuanto más alteridad transportan. Las migraciones campesinas que originaron el proletariado urbano que aparecen en las novelas de Balzac, Zola y Dickens, no dejaba de ser conformada por unos individuos, en muchos casos analfabetos, es verdad, pero cuya lengua era el francés o el inglés, y cuya religión era la misma que la de los burgueses que los estaban esperando en al ciudad. Eso se alteró profundamente en nuestros días. De entrada una enorme cantidad de los inmigrantes transportan otros idiomas, otras religiones, otras tradiciones, otras literaturas, otros artes, otros folclores. Ya no solo otras razas, que en el fondo sería quizá lo que es más fácil de congeniar, y de lo que más se ha hablado.
Más allá de la piel hay la identidad profunda. En ese sentido hay que tener en cuenta que las migraciones de nuestra época transportan mucha alteridad. Eso en España y Barcelona se está viendo mucho. Barcelona era una ciudad de continua inmigración, pero por lo general de otros lados de España, de gente que hablaba un idioma que también se hablaba en la ciudad, que compartía una tradición, una religión. En cambio, lo que ha sido chocante, que seguramente será estimulante pero también peligroso y puede desencadenar estallidos, es que las nuevas migraciones transportan alteridades muy fuertes, que se sitúan en el ámbito de la ciudad y generalmente desconocen por completo lo que son las señas de identidad tradicionales de los nativos de la ciudad. Tenemos una especie de juego de estratos demográficos que se está produciendo además a una enorme velocidad y hubiera sido completamente imprevisto hace tres o cuatro décadas.