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Hacia una nueva ficción

Por 12 de febrero de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Rafael Argullol

 Rafael Argullol: Pienso que sería importante volver a valorar a fondo el significado de la ficción a principios del siglo XXI, al amparo de las más recientes tecnologías, y de manera consiguiente, volver a reflexionar y pensar en la vieja tensión entre realidad y ficción que se viene barajando en la historia de la civilización.
Delfín Agudelo: Cada época trae consigo su noción de realidad y, a partir de ésta, su antagonista la ficción. La tensión se ha vislumbrado siempre a partir de su negación constante, que implica que lo uno impide la convivencia con lo otro. Ahora bien, ante una catarata de avances tecnológicos que en muchos aspectos se plantean como prolongaciones mismas del cuerpo y de la mente del cuerpo humano, dos de sus categorías más latentes, la realidad y la ficción,  necesitan- ¿u obligan?- a llevar a cambio un cambio sustancial de comprensión. No hay resistencia alguna, ¿pero cómo comprenderla?
R.A.: El cambio de noción se da evidentemente a raíz de cambios que se han visto en la actualidad, que se en la última década y que hubieran resultado completamente impensables hace cincuenta años. Voy a poner un ejemplo, rápido, que nos podría servir para tomar distancias respecto a lo que estoy diciendo: si en estos momentos George Orwell escribiera 2014 en vez de 1984, por poner un ejemplo, evidentemente los mecanismos a través de los cuales él debería pensar esta especie de drama ficcional que va más allá de la realidad pero que se convierte en visión de la realidad eminente serán completamente distintos a algo que sin embargo sólo sucedió hace unos cincuenta años. Lo que permanecía en ciclos estables durante siglos, en este momento están sufriendo mutaciones de apariencia extraordinariamente rápidas.
Probablemente lo que está en cuestión es la función clásica del cuerpo; dentro de la función clásica del cuerpo, de una manera muy determinante, la función clásica de los sentidos; y dentro de ésta, de manera completamente esencial, la función del ojo. Yo diría que remontándonos a este paradigma de lo que intentó ser literatura visionaria, que era 1984 de Orwell, la arquitectura que construye es la trama sofisticada pero que en esencia no varía excesivamente respecto a lo que podían construir evidentemente con técnicas mucho más primarias en la literatura griega o romana, incluso en la Biblia. Es decir, también en las leyendas de la Biblia o en los mitos griegos y en su aplicación a la tragedia podemos concebir un ojo que vigila. Por ejemplo, en el caso bíblico, esto es tan evidente que ha formado una ontología y metafísica que nos ha sido legada en occidente. El ojo de Dios vigila al mundo o a la humanidad, ese ojo que luego ha servido incluso para simbolizaciones pictóricas, para signos de sectas como la masonería, etc. El ojo de Dios vigila al mundo. En el caso griego, de alguna manera el ojo era el rayo de Zeus, o de Júpiter para los latinos, que estaba presente en todos los rincones. Creo que en el último cambio del siglo XX aún se sigue aplicando esta concepción del cuerpo. Es decir, el hombre, a través de la potencia imaginativa a la que se referían por ejemplo Coleridge y Paracelso, que implica la creación de mundos paralelos. La imaginación es, pues, la capacidad de crear mundos imaginarios, creados desde una posición clásica del cuerpo. Una posición clásica de lo que podríamos llamar los cinco sentidos: como máximo aludíamos a un sexto sentido, una percepción imprecisa o una relación imprecisa que desbordaba estos cinco sentidos, y luego gracias a estas coordenadas clásicas sensoriales se aludía al alma o al espíritu como un territorio extraordinariamente misterioso que quedaba extra muros del dominio de los sentidos. Y ahí, pues, se desarrolla prácticamente todo lo que hemos llamado cultura, con su pintura, su literatura, etc.

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Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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