Rafael Argullol
Delfín Agudelo: ¿Te refieres acaso a la Antígona de Sófocles?
R.A.: Sí, me refiero a la Antígona del final de la tragedia de Sófocles. Hubo alguien, si no recuerdo mal fue Hölderlin, que dijo que en ese momento, cuando ella se despide para marchar hacia su final, podemos identificar esa despedida con el fin de toda la antigüedad clásica. Hölderlin por tanto opinaba que había algo de simbolismo extremo en ese personaje, y en el tratamiento que le da Sófocles en la tragedia. Me parece que en Antígona encontramos una vuelta de tuerca con respecto al significado de la propia cultura clásica e incluso de la libertad elaborado por los griegos. Si los griegos habían ofrecido la libertad, la democracia, y el juego de equilibrios de la polis frente y contra la ley de la jungla y la ley de la sangre que había dominado los poderes aristocráticos anteriores, estableciendo por tanto una visión democrática de las relaciones humanas, Antígona, al oponerse a Creonte, jefe de la ciudad, y defender el enterramiento de su hermano, prioriza el amor fraterno sobre las leyes de la ciudad, dando así una vuelta de tuerca a esa hegemonía de lo público democrático. En esto, exige de nuevo un predominio de las pasiones humanas como elemento fundamental en la libertad del hombre y libertad de conciencia. Por tanto nos encontraríamos con una maduración del proceso de los griegos con respecto al tema de la libertad, por un lado una libertad que se ha opuesto a la pura ley de la sangre y a la pura ley de la fuerza, que ha establecido una cierta igualdad para todos, y sin embargo, luego, en el caso de Antígona, la reivindicación de una diferencia, de una pasión particular que tiene que ser tenida en cuenta también para completar el panorama de la libertad humana: hay una libertad pública, pero también hay una privada, que personifica y encarna Antígona, convirtiéndose así en la primera gran heroína de la libertad de conciencia de la cultura occidental.