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El agazapado

Por 12 de diciembre de 2007 Sin comentarios

Rafael Argullol

Hace unos días leí en el periódico que a la audiencia pública, convocada por el Ayuntamiento de Barcelona para explicar a los ciudadanos los aumentos para el próximo año de los impuestos, había asistido únicamente una vecina. Y ello pese a que habían sido enviadas 4000 invitaciones y se había gastado un considerable dinero en anuncios publicitarios ¡Una vecina!: ni siquiera, por tanto, se logró que acudieran los padres, madres, amigos, esposos o amantes de quienes habían suscrito la convocatoria.

Una sola, única e intransferible vecina. Mi primera reacción fue pensar que esto era un escándalo que exigía dimisiones. Pero luego me calmé al recordar que esta no es tierra de dimisiones y que además no había duda de que el Ayuntamiento había conseguido el escenario ideal de una democracia sin ciudadanos.

Esto tiene su interés. Ya sé que politólogos, sociólogos e incluso psicólogos están preocupados por la apatía ciudadana ante la política, que se ilustra perfectamente en el caso de la heroica vecina y de la espectral audiencia municipal. A mí, además de esto, me resulta llamativa la tendencia creciente a la ocultación y al camuflaje de nuestros políticos. No es que no den la cara, es que aparentan no tenerla, y quizá por eso la ceden tan gustosamente a los cómicos que los imitan (creo que hay ciudadanos que conocen mucho más a los parodiadores que a los parodiados). En cierto modo el avestruz de otro tiempo ha dado paso directamente al topo.

Topo, y ya no sólo avestruz, es el Ayuntamiento de Barcelona ante cualquier conflicto que se presente. Da lo mismo que se vaya la luz, o que no vengan los trenes; igual da que la invasión sea de lumpenturistas o de lumpenaficionados al fútbol, aquella simpática escoria que en los buenos tiempos de Stevenson o Conrad era embarcada en buques mercantes cuyas travesías duraban dos o tres años y que ahora nosotros recibimos hospitalariamente; lo mismo da si de repente somos una de las ciudades más contaminadas del mundo o si de pronto se nos descubre que el agua que consumimos nos liquidará.

Nunca hay dimisiones porque esta no es tierra de dimisiones. Pero ¿por qué se ocultan como los topos? El alcalde de Barcelona ha manifestado que él no trabaja para las hemerotecas y que por eso lo hemos visto en prudente silencio ante los sucesivos desastres que el hado nos ha proporcionado.

Esto nos ayuda a entender las vicisitudes de nuestros dirigentes. Fijémonos en el hecho de que el hado se ha convertido en algo importante, no quizá con este término excesivamente culto y pretencioso, pero sí como mala suerte, mala pata o mal fario. Que se nos hunda una estación es mala pata, así como que nos toque el Glasgow Rangers es un mal fario.

El destino, tenebroso, actúa mientras nuestros gobernantes nos defienden en secreto. Esta es la consigna: trabajar en secreto. Así deben interpretarse las soledades de las audiencias municipales o las fantasmagorías del Parlament, donde con frecuencia el trabajo es tan secreto que los no mal renumerados fantasmas se ocultan de sí mismos y dejan vacíos los democráticos asientos.

La mayoría de nuestros representantes están agazapados en algún rincón del poder trabajando secretamente para nosotros. Naturalmente el agazapado par excéllence es el señor Montilla, president de la Generalitat, un hombre que, digan lo que digan, ha creado un estilo propio que los otros se ven obligados a imitar. Es posible que si el señor Montilla, campeón del anticarisma, convocara espontáneamente una audiencia pública no consiguiera ni siquiera a la vecina que consiguió el señor Hereu, pero, como contrapartida, hay que reconocerle una tan singular capacidad para el topismo políticamente que ha obtenido que los demás, incluso aquellos que tienen vocación de pavos reales, se muevan como topos.

A todo eso podríamos preguntarnos el porqué de estas conductas subterráneas. ¿Falta de ideas? Eso parece al juzgar por la mediocridad ¿Miedo a los ciudadanos? También podría ser, una consecuencia de la falta de ideas. Sin embargo hay una tercera razón que no se debería desestimar: a estas alturas casi todos nuestros políticos son hombres de aparato que no han visto la vida pública sino a través de la servidumbre de sus partidos, mundos con poca transparencia y escasa luz en los que el disimulo y la astucia acaban siendo más decisivos que el talento o la pasión por las ideas. Es una cuestión de aire libre.

Diccionario. Gazapo: hombre disimulado y astuto. Agazapar: agacharse, encogiendo el cuerpo contra la tierra, como lo hace el gazapo cuando quiere ocultarse de los que le persiguen.

Publicado en El País, 24/12/2007

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Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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