Marcelo Figueras
Volví a leer (la obra original, en dos volúmenes) y a ver (la miniserie de HBO dirigida por Mike Nichols) Angels in America casi por casualidad: estaba buscando cierta información para la novela que estoy escribiendo y Graciela Mochkofsky me recordó que figuraba en el texto original del enorme Tony Kushner. Encontré la información en un santiamén… y ya no pude parar. Releyendo las dos partes de Angels, Millennium Approaches y Perestroika, recordé cuánto le debo a Kushner y a su magnífica obra. En un momento clave de mi vida, Angels in America me abrió los ojos a las maravillas del teatro -vi Millennium Approaches en Broadway, con Stephen Spinella en el papel de Prior Walter- y me demostró que sigue habiendo artistas que, a la manera de Jacob, no temen luchar contra lo inefable para arrancarle una bendición -a la fuerza, si es preciso.
La miniserie de Mike Nichols está editada en DVD, incluso en la Argentina. Para mí es un poco menos que la versión que vi en escena, y todavía menos que el texto original, pero no deja de ser la encarnación de Angels más fácil de conseguir. Y las actuaciones de Al Pacino, Meryl Streep, Mary-Louise Parker, Justin Kirk, Emma Thompson y Jeffrey Wright tampoco son para despreciar.
Angels es una historia larga y compleja pero siempre fascinante, que enhebra los caminos de una decena de personajes -alguno de ellos reales, como el infame Roy Cohn- en la Nueva York que se aproxima al fin de milenio, bajo égida de Ronald Reagan y en el momento más acojonante de la epidemia del sida. Kushner no le tiene miedo a los grandes temas. Se mete con la política, la religión, el amor, la muerte y el sentido de la vida sintiendo que está en todo su derecho de abordarlos (hay muchos artistas que piensan que esos asuntos ya han sido agotados por los clásicos, como si la vida misma hubiese sido ya saldada), y lo hace con una inteligencia inclaudicable; en algunos de sus mejores momentos, Angels suena como el combate de una mente brillante decidida a no darse cuartel hasta arrancarle al logos algo parecido a la Verdad.
Pero además de ambición y lirismo Angels tiene otros dos ingredientes, que terminan de consagrar el díptico como un clásico contemporáneo: el humor (que Nichols atempera, pero que en escena suele ser desternillante) y una mirada sobre la especie humana que, precisamente porque es implacable, puede darse el gusto de practicar la piedad. Kushner muestra a Roy Cohn en toda su crueldad. (El Cohn de Angels es uno de los grandes, grandísimos personajes del teatro de hoy, interpretado por Pacino en la miniserie.) Pero a pesar de ello le concede una gracia final. En la hora de su muerte, el fantasma de una mujer que contribuyó a electrocutar -la tristemente célebre Ethel Rosenberg, condenada por traición a la patria-, vela a su lado cantándole una canción de cuna.
Angels in America es una obra conmovedora, que sin apartar los ojos de las miserias que solemos producir nos conecta con lo mejor de la experiencia humana. Bajo su influjo, ayer sentí revolotear encima mío al ángel de las dos Bethesdas que visité hace poco: al original de la fuente de Jerusalén, que hizo brotar de la tierra un agua milagrosa, y al de la estatua del Central Park, uno de los sitios más bellos de New York.
¿Puede una obra artística sugerirnos que algo maravilloso está por ocurrir?