
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol

Delfín Agudelo: Creo que hay un gesto de valentía absoluta cuando el director toma el libro y decide hacer a partir de él no digamos una libre traslación en la que sencillamente toma un personaje y lo sitúa, sino tomar la historia y otorgarle un elemento que no forma parte del libro, ya sea porque no forma parte del libro mismo o porque decide sencillamente cambiar directamente la novela y hacer la versión a su gusto. Es un tema que está ahí sobre la mesa por cuestiones de grandes productoras que no les gusta la historia y piden el cambio para así tener más público. Sin embargo, hay casos ejemplares, como el Drácula de Coppola –de hecho ya lcomentado alguna vez– que incluye el episodio de cómo y por qué Drácula se convierte en Drácula: luego de la muerte de Elisabeta, clava la espada en la cruz, y bebe de la sangre que de allí emana. Aquello no está en Drácula de Stoker; pero la manera como lo lleva a cabo permite pensar, en el imaginario vampiresco, que ése es precisamente el nacimiento de Drácula.
Rafael Argullol: Creo que los grandes trasladadores al cine de obras literarias son aquellos que siguen el proceso de Orson Welles; es decir, toman la materia prima, la recrean, y la convierten no solo en una obra acabada sino en una nueva materia prima. Es decir: también ahí sería muy interesante ver cómo escribiría actualmente Drácula Bram Stoker, después de haber visto todos los Dráculas del siglo XX. Éste sería un juego intelectual de primera categoría: ver cómo el propio literato podría recoger la experiencia cinematográfica y en qué se convertiría. El caso que estábamos comentando de Orwell en 1984: lo que sería muy interesante es que él fuera capaz de construir su anti-utopía a partir de lo que ha ocurrido desde 1984 hasta ahora, este doble juego. Esto pasaba en la relación más tradicional de pintor-literato, por ejemplo en el renacmineto o en el barroco. Ocurría muchas veces que el pintor trasladaba al héroe antiguo y entonces el cuadro llegaba a incluir todas las representaciones literarias que se podían hacer. Por ejemplo en el teatro es evidente: Shakespeare lo que hace es trasladar toda una materia prima anterior, la convierte en visualidad -porque no podemos olvidar que Shakespeare fue visualidad-, y esto repercutió de nuevo en textos antiguos.
Todo allí lo vemos de una manera que encuentro clave en nuestra época: en lugar de contraponer, como a veces se hace tópica y fácilmente, la cultura de la imagen con la cultura de la palabra, lo realmente interesante es que actuara este circuito: cómo de la palabra se pasa a la imagen y cómo desde la imagen se vuelve a pasar a la palabra. En ese sentido creo que es obligación de un escritor de nuestra época estar al tanto de todo lo que es el bagaje visual, la sensibilidad visual de nuestro tiempo. Si un escritor de nuestra época estuviera solo encerrado en bibliotecas, encerrado exclusivamente con lo textual y aislado de lo visual, necesariamente sería un escritor incapaz de captar el espíritu de nuestra época. De la misma manera que, al contrario, todos los que desde la supuesta cultura visual se desvinculan radicalmente de la palabra, del anclaje de la palabra, acaban perdiéndose, que es lo que ocurre actualmente con tantísimas películas en las cuales los efectos visuales o especiales son espectaculares pero están totalmente mutilados por falta de gravedad en el guión, por falta de peso en el guión, por falta del peso de la palabra.