Javier Rioyo
Este día de Abril, aunque sea con trampas de calendarios cristianos, julianos o cómo se llamen, es un raro y extraordinario día para la literatura. Es cómo celebrar unidos a los dos grandes profetas, santos, demonios o dioses de la capacidad de los hombres de trascender el tiempo por lo que escribieron. Digamos que el día 23 de Abril de 1616 une para la eternidad a dos seres eternos, dos escritores con vidas y obras que parecen una ficción de la vida como aventura que merece la pena vivir. Entre el gozar y el sufrir. Cervantes y Shakespeare. Con Cervantes tengo mucha cercanía. Desde pequeño estuve cerca de su vida. Y su obra fue poco a poco entrando en mí ser lector. Siempre me sorprende, siempre me acompaña. Y nunca olvidaré que adolescente me gustaba hacer picardías en aquellas ruinas alcalaínas que descuidaban el lugar de su bautismo. Pronto me di cuenta que eso del bautismo no debía ser para tanto.
Con Shakespeare también tengo antiguas relaciones. Peregriné a su pueblo, visité sus teatros, crecí como espectador teatral con sus obras y, de vez en cuando vuelvo a sus sonetos de amor. Hoy, que estamos tan cervantinos, yo miraré, leeré algún soneto de Shakespeare en esa traducción que quiero tanto de García Calvo. Y lo hago porque sí, porque es veintitrés de Abril, el mismo día que nació, que tal vez murió.
Y no olvidaré a otro de los míos. De los que me acompañan en éste camino incierto de la vida y sus lecturas, Josep Plá, que se le ocurrió morir un día como hoy. Creo que lo hizo por razones literarias. Tranquilo y después de haber fumado. También para él, gracias por lo escrito.
Cómo estoy de viaje y no tengo claro mi tiempo para estar aquí hasta dentro de unos días, dejaré un soneto- corto- de Shakespeare…Para ellos, para los que aman. Para los que amaron. Y los que amarán.
"Ah, ¿qué poder te ha dado fuerza tan potente
que el corazón me abate a fuerza de flaqueza
y hace que diga a mi visión fiel que miente
y jure que no es alba cuando el día empieza?
¿ De dónde es que tan bien te sienten prendas viles
que en las escorias mismas de tus actos quede
tal fuerza y garantía de artes tan sutiles
que, a mis ojos, tu mal a todo bien excede?
¿Quién te ha enseñado a hacerme más quererte cuanto
más oigo y veo causa justa para odiarte?
Ah, aunque ame yo lo que desprecian otros tanto
no debías con otros despreciar mi parte:
que si tu indignidad enciende amor en mí,
más digno yo de recibir amor de ti."