Basilio Baltasar
Supongo que el Día del Libro nos obliga a elaborar algún pensamiento edificante sobre esa industria a la que hemos dedicado grandes elogios, tenaces esfuerzos y, sin duda, los mejores años de nuestra vida. Si me hubieran preguntado alguna vez ¿qué quieres ser de mayor? me habría apresurado a responder con esa petulancia característica de los niños atrevidos: editor, por supuesto.
Las primeras sensaciones explican el nacimiento de esta vocación. Retuve el aroma de la tinta oxidada en el viejo papel de un libro ilustrado y entornando los ojos adiviné que todo estaba ahí dentro contenido. En mi tierna y vivaz imaginación se habían vinculado poderosamente dos figuras: como en la lámpara de Aladino, el libro retenía un genio dadivoso. Sólo hoy he podido comprender hasta qué punto aquél infante tuvo la más irrefutable de las intuiciones. Que las décadas hayan transcurrido sin ver defraudada aquella súbita visión es un motivo de regocijo trascendental.