Rafael Argullol
Cuando desembalaron el lienzo,
y sacaron la lona que lo envolvía,
se encontraron, sorprendidos,
que una araña había cubierto con su red
el rosáceo vientre de Venus.
Tal si fuese el fruto
de una labor de varios siglos
la telaraña era de una perfección única,
tensa entre las caderas de la diosa,
de la cintura al pubis,
con el ombligo como centro de su universo.
Los restauradores de la pintura
contemplaron el espectáculo en silencio,
como si asistieran a una ceremonia sagrada.
No se atrevían a intervenir.
Mientras, la araña recorría sus dominios,
devota de aquel vientre,
con movimientos ágiles, certeros,
pronta a morir, enamorada.