Rafael Argullol
La tramontana ha barrido el cielo
y la noche es límpida, cristalina,
el perfecto espejo de nuestras ignorancias.
Me cuesta imaginarnos en el halo de la Vía Láctea,
modestamente colocados en uno de sus bordes,
una frágil burbuja que se eleva, entre vacío y vacío,
hacia ese horizonte desconocido
sobre el que penden las preguntas imposibles.
En ocasiones es excitante
sentirse partícipe de ese naufragio perpetuo.
Pero hoy prefiero el color del mito.
Me gustaría que la Vía Láctea fuese, en efecto,
la leche que mana de los pechos de Hera
una vez rechazado el bastardo Heracles.
Me tranquiliza habitar una gota de esta leche,
y pensar en la furia de Hera,
y en el lloro de Heracles,
y en las andanzas galantes de Zeus,
el lujurioso padre de los dioses,
y en la alegre compañía que me ofrecen
los sueños de los sueños.