¨Déjate ver, tú que me espías? es mi favorito de Gesualdo Bufalino. A ver si se animan a mandarme algunos que pesquen en libros.

¨Déjate ver, tú que me espías? es mi favorito de Gesualdo Bufalino. A ver si se animan a mandarme algunos que pesquen en libros.
Los caminos por los que los hombres circulan, sólo aparentemente son complicados. Mirándolo bien, siempre se encuentram señales de pasos anteriores, analogias, contradicciones, resueltas o con posibilidad de serlo, plataformas donde, de repente, los lenguajes se vuelven comunes y universales. De Viaje a Portugal, Suma de Letras, 2003, pp. 574-575 (Selección de Diego Mesa)
He vuelto al ruedo. Una forma de no salir del "ruedo ibérico". Una manera de seguir acercándonos a nuestro esperpento. En la fiesta de los toros se conserva esa España que puede ser mirada como esperpéntica. Algunos somos los penúltimos asistentes a una historia que muere: la tauromaquia.
Hace no muchos años escribía, con su gracia y su verdad, Joaquín sabina un artículo que se llamaba de "purísima y oro". Y contaba algo que nos pasaba a muchos de los que habíamos tenido la suerte de ver a Curro Romero, Rafael de Paula o Antoñete, un tremendo hastío generalizado ante las corridas de toros. Algo que nos hacía estar más cerca de "pedir el carné de la sociedad protectora de animales" que de volver a las plazas. Es verdad que, de vez en cuando algún destello, alguna cosa de Morante de la Puebla- hoy lo veremos en Madrid- y de algunos toreros ibéricos o franceses nos hacía salir de nuestro sopor. Poca cosa. Hasta que llegó José Tomás. Y todo volvió por el lugar de los mejores momentos. El muchacho de Galapagar, ese serio artista, "más místico que épico", nos devolvió la verdad y la emoción de un olvidado arte.
Vuelvo al ruedo, aunque no creo que este año podamos ver a José Tomás, con la ilusión rebajada y con la mirada puesta en una única esperanza: el regreso de José Tomás.
Menos mal que nos queda la literatura. Los poemas, los ensayos, las reflexiones, los artículos y algunos textos dispersos que hacen grande un arte. Algo así como evocaciones de un mundo que se extingue. Y estoy hablando del excelente libro recopilado, inventado, por el poeta Carlos Marzal. Lo llama "Sentimiento del toreo". Con dibujos de los mejores- de Gaya a Benítez Reyes- y con textos de toreros, periodistas, poetas o narradores que alguna vez han sentido esa emoción que pasa en alguna rara tarde de toros.
Un libro para los amantes de la literatura y de los mundos en extinción. Algunas explicaciones sobre lo inexplicable de un juego que se convirtió en arte.
Un caso de tercera en el tercer mundo, que salta a veces a las primeras planas si se trata de una fotografía en la que un enmascarado dispara el cañón de un mortero casero hacia las ventanas del hotel Holiday Inn en Managua, como la que apareció hace poco en la portada del Wall Street Journal en ocasión de los disturbios callejeros protagonizados por turbas al servicio del partido oficial, porque se trata de un icono sagrado, igual que los restaurantes McDonald o los almacenes Wal-Mart.
Estas agresiones, orquestadas desde los ámbitos del poder para hacer valer la imposición inconstitucional de Ortega de prolongar la permanencia de magistrados de la Corte Suprema de Justicia a quienes se habían vencido sus períodos, se han repetido cada vez que se las juzga necesarias para dar la impresión, cada vez menos creíble y desgastada, de que el pueblo está en las calles en respaldo de medidas revolucionarias de interés popular. Y cuando dejan de ser necesarias, cesan, para volver a repetirse según conveniencia.
El alejamiento que hay fuera de Nicaragua del verdadero sentido de estos mecanismos inspirados en la idea de imponer el terror, mientras la policía es obligada a permanecer pasivamente al margen, hace que en las oficinas de los organismos internacionales, empezando por la OEA, y en no pocas cancillerías, incluyendo el Departamento de Estado, se llegue a la tranquilizadora conclusión de que se trata nada más de disturbios aislados, después de los cuales todo regresa otra vez a la normalidad.
Imagen tomada de: http://amnistiainternacional.periodismohumano.com/ La voz al otro extremo de la línea me dicta un texto que saldrá publicado en el blog Voces tras las rejas. Es Pedro Argüelles desde la cárcel de Canaleta e intercambiamos sobre las actuales conversaciones entre la Iglesia y el gobierno cubano. Tema difícil de hablar con un prisionero al que frases demasiado optimistas le alimentarían una expectativa que podría concluir en frustración. Tengo poca información, le confieso, los medios oficiales sólo mostraron breves imágenes de la cita entre el Cardenal Jaime Ortega y el General Raúl Castro, sin develar los puntos de la agenda que discutieron. Pero ?me aventuro a anunciarle? en las calles se rumora sobre negociaciones para liberar presos, lo cual ha sido confirmado por las autoridades eclesiales en una rueda de prensa a la que no fueron invitados los periodistas independientes ni los bloggers. El asunto me ilusiona por un lado y me deja un mal sabor por el otro. Es como estar en presencia de una mesa que intenta levantarse sobre dos patas, mientras a la tercera ?excluida o ignorada? le correspondería el mayor peso de las decisiones. Discusión limitada resulta toda aquella a la que no se convoque esa importantísima parte de la nación que son los grupos y asociaciones de la sociedad civil. Sólo entre uniformes o mantos cardenalicios no debería discutirse algo que nos compete a militares y a ciudadanos, a católicos y ateos, a partidarios e inconformes. Brillan por su ausencia en estos encuentros los portavoces de esa porción lesionada de Cuba que tiene hijos, esposos o padres condenados por motivos políticos. Cómo se puede interceder por el lastimado sin darle a éste también el turno para expresarse, sin permitirle estar representado allí donde se habla de su suerte. Pedro, Pablo y Adolfo me volverán a llamar. No sé qué decirles sobre los encuentros que discurren a puertas cerradas, sobre los tratos que se están cerrando en el enigma. Deseo tanto que sus nombres estén en esa lista de los posibles favorecidos con una ?licencia extrapenal? que me dejo llevar por la esperanza. Sin embargo, no hay que engañarse. Mientras la libre opinión y el ejercicio de ella sigan siendo una figura delictiva en nuestro código penal, habrá un listado de reos por sacar de las celdas. Grata gestión la de la Iglesia como mediadora, aunque las autoridades cubanas deberían escuchar también a todos sus ciudadanos, incluso a lo que se les oponen. Ir por la vida descalificando para el diálogo a quienes tienen posiciones críticas ha hecho que hoy la mesa sólo se pueda levantar sobre dos puntos de apoyo. Varias patas podrían darle el equilibrio de la diversidad, sólo falta que las reconozcan y las dejen existir.
Fuente: business gift Ezequiel Martínez, en su blog En Minúscula, ha comentado una entrada de Lift Drift titulada Cinco escritores que realmente podrían haber usado Twitter. La ajustada lista incluye a Charles Dickens, Jonathan Swift, Dorothy Parker, HG Wells y MFK Fisher. Por su parte, Edmundo Paz Soldán a RT un tweet de Cristina Rivera Garza, que a la vez RT uno de Yuri Herrera: RT @criveragarza: Rulfo habría sido un buen tweetero, Carpentier un buen facebukero. @yuri_herrera. No me convencen esos dos, Rulfo y Carpentier. Les dejo aquí mi lista de los 12 escritores que, considero, serían excelentes con el Twitter porque, creo, de alguna manera hicieron tweets en algunas de sus obras: 1.- Gustave Flaubert (Cartas a Louise Colet, Estupidario. Diccionario de prejuicios o Diccionario de Lugares Comunes) 2.- Ambroise Bierce (El diccionario del diablo) 3.- Gesualdo Bufalino (El malpensante) 4.- Robert Walser (Microgramas) 5.- Julio Ramón Ribeyro (algunas Prosas apátridas, Dichos de Lúder) 6.- Antonio Porchia (Voces) 7.- Emil Cioran (Ese maldito yo, Del inconveniente de haber nacido) 8.- Vladímir Nabokov (Opiniones contundentes, Pálido fuego) 9.- Oscar Wilde (todas sus frases ingeniosas son tweets) 10.- Jorge Eduardo Eielson (Naturaleza muerta) 11.- Fernando Pessoa (aforismos en correspondencia y Libro del desasosiego) 12.- Césare Pavese (algunas entradas de El oficio de vivir) Actualización.- Y en cuanto a quiénes serían buenos en el Facebook, considerando que me encanta ver fotos y acotaciones ingeniosas sobre viajes, costumbres, ridiculeces leería sin duda el FB de Bruce Chatwin, de W.G. Sebald y de Gastón García Marinozzi.
Fuente: reclams inma Si, como sostuve en un anterior post, la boquilla es una folklórica costumbre de los narradores chilenos, el bocinazo vendría a ser la costumbre de los peruanos. Entiéndase por ?bocinazo? el constante intento destruir a otro escritor sin argumentos, sin ideas, a puro grito pelado y frases de hígado revuelto, sin otra razón aparente que el quedarse solo en medio de los cadáveres que va sembrando, para que así alguien se fije en ellos. Un ejemplo del bocinazo peruano lo encontramos en El Dominical último, donde entrevistan al narrador Miguel Gutiérrez. Cuando se le pregunta directamente sobre los otros narradores peruanos, y en particular si alguno le parece sobredimensionado (respuesta pavloniana de escritor peruano: Obvio, todos están sobredimensionados, menos yo) profiere:
?No tengo duda que sí. Y esto es consecuencia de la labor infatigable de argollas, de amiguismos y presión mediática. No digo que sean malos escritores, creo, incluso, que son escritores excelentes dentro de determinados límites, sin embargo son exaltados e incluso han sido canonizados sin pudor por los poderes secretos que aún pretenden dominar el panorama literario peruano. Al respecto la figura de Luis Loayza resulta emblemática. Qué duda cabe, es un escritor importante, fino y muy culto, pero su obra más bien breve y de calidad dispar no da la medida de un gran escritor. ?El avaro? no pasa de ser un ejercicio literario de un joven brillante, y ?Una piel de serpiente? es la novela corta más aburrida que se ha publicado en el Perú?. ?Lo más valioso de Loayza es su colección de cuentos, un conjunto de cinco buenos cuentos y uno verdaderamente notable. Aun así, su obra de ficción palidece al lado de la obra, también breve, de otro escritor poco menos que olvidado: Eleodoro Vargas Vicuña. Me gustan los ensayos de Loayza. Son refinados y deliciosos, pero al carecer de un sistema de pensamiento no han abierto camino para los nuevos cultores del género ensayístico?.
Analicemos, como claves para el estudio antropológico del Escritor Peruano de Edad Madura, el discurso de Miguel Gutiérrez.
1) ?esto es consecuencia de la labor infatigable de argollas, de amiguismos y presión mediática? [Obviamente, nunca se explican cómo se conforman, con qué razón concreta y cómo se justifican esas ?argollas?. Y menos aún por qué esas argollas que silencian a los ?buenos escritores? (por ejemplo, Gutiérrez supuestamente), y la presión mediática que se ejerce, no impide que este señor sea entrevistado y acuse de argolleros a los otros en pleno diario El Comercio, centro mismo de la argolla. Eso sí, amigos tenemos. El grupo Narración liderado por Gutiérrez, por ejemplo, ¡qué grupo genial de amigos que se lanzaban flores los unos a los otros y bocinazos contra los que no pagaban la suscripicón!] 2) ?No digo que sean malos escritores, creo, incluso, que son escritores excelentes dentro de determinados límites? [Nótese aquí el gesto amable, casi galante, con que se les caslifica a los ?otros? escritores como ?excelentes?. Nobleza obliga. No vayan a pensar que es mezquino, no, no, no. Pero eso sí, siempre dejando en claro que esa excelencia se da ?dentro de determinados limites?. Si no, cómo pues, no vayan a acusarlo a él de ser parte de la maquinaria de canonización] 3) ?poderes secretos? [insisto que la mejor novela de Miguel Gutiérrez es la que nunca ha escrito, pero puede que la escriba Dan Brown. La novela sobre un narrador paranoico luchando contra invisibles molinos de viento; conspiraciones sutiles -como el tamaño de la foto en los suplementos- y perversas formas de dañar sutilmente la psique del enemigo, como por ejemplo irse a comer a otro restaurante (uno obviamente mejor, recalca ante su psiquiatra) en los encuentros literarios]. 4) ?Qué duda cabe, es un escritor importante, fino y muy culto, pero su obra más bien breve y de calidad dispar? [ver nota 2] 5) ?su obra de ficción palidece al lado de la obra, también breve, de otro escritor poco menos que olvidado: Eleodoro Vargas Vicuña.? [dentro del ?Manual Para Desestimar A Los Demás Para Que Me Estimen A Mí? este es un clásico. Como alabarse a uno mismo es muy mal visto en Lima (no así en Chile o en España, por ejemplo) mejor alabo a otro. Uno que, de alguna manera, me remita a mí mismo. Decir que un escritor mediocre es el verdadero buen escritor es una forma de declarar que ?yo?, que no soy tan mediocre, por la ley natural de flotación, me elevo un poquito más por encima del resto. Eleodoro Vargas Vicuña, buen escritor pero de una obra absolutamen exigua, casi de un solo cuento de antología, no puede ser comparado con Loayza, un escritor, traductor, ensayista notable. Eso lo sabe bien Gutiérrez, pero ha buscado un ejemplo preciso -Vicuña, al fin, era amigo del grupo Narración, escritor nacido en el mundo andino de tema indígena- para dividir el mundo en dos. Y ponerse, claro, en el mejor de los escenarios. Es decir, como cabeza de serie de los outsiders y, desde ahí, bombardar la ?emblemática? figura de Luis Loayza, acaso el escritor más modesto, más ajeno a las broncas literarias, más reacio a la canonización literaria (solo ha dado una entrevista en su carrera)? pero lamentablemente miraflorino dentro de esta batalla de bandas escolares que ha iniciado Miguel Gutiérrez para, entre otras cosas, conseguir a bocinazos ser publicado en Alfaguara -antes bastión de los malos narradores y del mercadeo vil e inmoral que enaltece y ahora, una generosa editorial que le permite ganar algo de dinero, porque ha descubierto en la jubilación que los escritores también comen- y aparecer en El Comercio como abanderado de los que necesitan banderas de astas muy altas para ganar la visibilidad que con sus obras -algunas brevísimas como las de Vargas Vicuña y otras copiosas y densas como las de Gutiérrez- no consiguen).
Yo tenía 19 y él había muerto cien años antes. En la escuela, nos aterrábamos cuando en los exámenes de gramática ponían a analizar una de sus complejas oraciones. Nos habían repetido tantas veces que José Martí era el ?autor intelectual del asalto al cuartel Moncada? que hasta lo imaginábamos de cuerpo presente en aquella madrugada de disparos y muertos. En las vallas políticas, sus sentencias ?sacadas de contexto? ataviaban una ciudad sumida en las miserias del Período Especial. Recuerdo que ironizábamos con algunas de ellas, al estilo de ?la pobreza pasa: lo que no pasa es la deshonra? que habíamos trasmutado en ?la pobreza pasa, la que no pasa es la 174?, en alusión al autobús que conectaba el Vedado con La Víbora. No faltaron los desinformados que culparon al Apóstol por lo que ocurría y durante los días de apagones y de poquísima comida le propinaban a sus bustos de yeso diversos castigos. La excesiva tergiversación del ideario martiano ?readaptado según las conveniencias del poder? hizo que decenas de mis colegas de aula le dieran un portazo definitivo a su obra. Sólo un exiguo grupo de aquellos adolescentes nos mantuvimos leyendo su poesía de amor o sus versos libres, preservando así para nosotros otro Pepe, más humano, más cercano. Estaba yo por ese entonces en el Instituto Pedagógico que ?como trampolín? me permitiría pasar a estudiar Filología o Periodismo, dos profesiones que él había ejercido magistralmente. Allí me presentaban a un señor de rostro enérgico al que había que adorar sin rebatir, definido oficialmente como el inspirador de lo que vivíamos. En los días cercanos al aniversario cien de su muerte se me ocurrió redactar un pequeño editorial para el boletín que hacíamos varios estudiantes. Con el nombre de Letra a Letra, la publicación se armaba con poemas, análisis literarios y una sección dedicada a los gazapos lingüísticos que se escuchaban en los pasillos de la facultad de Español y Literatura. Escribí unas breves y apasionadas líneas donde decía que formábamos parte de ?otra generación del centenario? a la que le correspondía salvar a la patria de ?otros peligros?. Aquella pequeñísima transgresión de la norma instituida para interpretar al héroe nacional terminó con el cierre del modesto periódico y mi primer encuentro con “los muchachos del aparato”. Sólo ellos estaban capacitados para desentrañar y esgrimir su escritura, parecían querer decirme con aquella soterrada advertencia, pero yo sonreía para mis adentros: ya conocía otro Martí, más indomable, más rebelde. — Nota: Este post intenté mandarlo ayer. pero no fue posible.
La sensación es rara. Me asomo a la ventana y veo enfrente la llegada en fila de los automóviles, la mayoría con un solícito chofer uniformado, que van depositando a damas y caballeros elegantes ante las puertas del Hotel Phoenicia, el de mayor solera de la ciudad. Sin embargo, si mi mirada, como la de una cámara, se desvía en una leve panorámica hacia la izquierda, alejándose de la línea costera, lo que los ojos ven es distinto: a pocos metros del esplendente edificio del Phoenicia se yergue un rascacielos sin luz ni lujo alguno ni habitantes en su interior, distinguidos sus veinte pisos por la evidente ruina de las instalaciones, los muros horadados, las barandillas partidas, el vuelo en este anochecer ventoso de unos jirones de toldo en las terrazas altas.
La escena tiene lugar en Beirut, y el vaciado esqueleto que todas las mañanas veo al abrir las cortinas de mi habitación es el del hotel Holiday Inn, que fue por poco tiempo uno de los cinco estrellas de la capital libanesa, hasta que la guerra civil, iniciada poco después de su inauguración, lo convirtió en lugar predilecto de los francotiradores, contra quienes recíprocamente disparaban su fuego las fuerzas rivales. La guerra terminó, después de quince años, en 1990, pero la reconstrucción de la atractiva ciudad por la que hoy paseo no fue completa; incluso en los barrios céntricos -no afectados por los bombardeos de la operación Lluvia de Verano emprendida en diversos puntos del país por el ejército de Israel en julio del 2006- se siguen viendo fachadas con muesca de balas, interiores domésticos despanzurrados, esquinas rotas. El Holiday Inn, orgullosa su mole junto a la cornisa marítima, nunca se restauró; para qué molestarse, debieron de pensar los empresarios de la gran cadena hotelera, siendo posible que al cabo de un tiempo volvieran a tan estratégico lugar los hombres armados de una u otra facción, parapetados en las habitaciones sin huéspedes o haciendo otros blanco en sus cristales.
Beirut es seguramente la ciudad más viva y estimulante del Oriente Medio. Tiene desde luego una topografía un tanto escabrosa, de laderas y calles empinadas y aceras poco transitables, en las que a menudo la silueta de un tanque y un pelotón militar con metralleta son las señales de tráfico más perentorias. Aun así, ahora es una ciudad pacífica, y sus habitantes lo manifiestan de un modo abigarrado y -al menos en apariencia- despreocupado. Claro que en estos veinte años últimos de paz civil, el país ha sufrido, aparte de los bombardeos de Israel contra las milicias de Hezbolá, el asesinato de varios de sus políticos más destacados, y entre ellos el primer ministro Rafik Hariri, muerto el 14 de febrero del 2005 por la explosión de un coche-bomba atribuido a los servicios de inteligencia sirios. De vez en cuando, me dicen los amigos de Beirut, disparos en la noche oídos no lejos de donde viven indican algo más que un rifirrafe vecinal. Los milicianos chiítas de Hezbolà, una fuerza potente en el país (y muy significada en todo el valle de la Bekaa), siguen en posesión de un amplio arsenal, que alguna vez sacan a la calle, sin por ello abandonar la coalición gubernamental de la que forman parte.
El alma de la ciudad, sin embargo, se muestra indolente, y en ella destaca la presencia de las mujeres, sin duda las de mayor grado de libertad, al menos gestual, de todo el mundo árabe, lleven o no velo; sorprende y gratifica la imagen de tantas de ellas, jóvenes y maduras, fumando en los numerosos cafés del centro, el llamado ‘downtown', no sólo cigarrillos sino la tradicional pipa de agua o ‘narguilé', que en Egipto o Marruecos, por ejemplo, parecen patrimonio exclusivo de los varones. Nada en su desenvoltura, en la animación de los restaurantes y las tiendas de gran empaque, en el populoso paseo junto al mar cuando la tarde es cálida, sugiere la martirizada condición del país, que, por si sus edificios achicharrados no fueran suficiente recordatorio, mantiene latente la amenaza de una nueva guerra de aniquilación interna, de otro conflicto sangriento con los imperiosos y justamente desconfiados vecinos hebreos del sur. Me resultaba inverosímil, en el contexto de ese plácido y jovial discurrir cotidiano, leer invariablemente en la prensa libanesa publicada en inglés y francés las noticias de un más que posible, tal vez inminente, retorno a la matanza y la destrucción.
Nos escandalizamos en España, y con razón, de las escaramuzas casi diarias en los juzgados, del goteo sistemático de la corrupción de los electos, de la grosera animosidad permanente en cuestiones no de partido sino de estado. Ahora bien, para la gran mayoría de nosotros, la guerra civil y sus víctimas son las sumas de una grave cuenta moral que deberíamos saldar; una cuenta pendiente, en efecto, pero no la hipoteca de nuestro futuro. Vivimos amenazados por otros daños: el empobrecimiento de las clases más débiles, el difícil acomodo de los emigrantes, que nos sacaron baratamente las castañas cuando había un fuego en el que no queríamos quemarnos las manos, la banalidad de una clase política (de todos los colores ideológicos) cada día más literalmente ‘desmoralizada' y por ello aferrada a su mera permanencia en el ‘hit parade'. Pese a todo, hace ya al menos tres generaciones que no nos despertamos en mitad de la noche al oír un tableteo pensando que han ‘paseado' a alguien del barrio, e incluso la estampa de un iluminado siniestro entrando pistola en mano en el parlamento ya ha adquirido, para los jóvenes que se encuentren con ella en algún documental o libro de texto, ribetes de fábula astracanada.
Viajé al interior del país, cerca de la frontera con Siria, conducido por un taxista amable y poco locuaz, un hombretón de mi edad dotado, como suelen estarlo los hombres del lugar, de un recio bigote, en su caso muy negro. A menos de un kilómetro del centro urbano, mi conductor se santiguó, un gesto que yo mismo hice mucho de niño y aquella mañana, instintivamente, me chocó en persona de tanta edad y fortaleza. Lo vi de reojo, sentado como iba, para disfrutar mejor del paisaje, en el asiento delantero, y de nuevo la cámara de mis ojos hizo una panorámica, esa vez hacia la derecha: había una iglesia católica en la carretera, y hubo (pues me entretuve en contarlas) nueve más en el camino de ida, y otras tantas en el de vuelta. Ante cada una de ellas se persignó el taxista, y llevado yo no sé si por la extrañeza inicial o por un fondo de ateísmo recalcitrante le conté medio jocosamente a un recién conocido -que antes de vivir en la zona vivió en Serbia- ese hacerse de cruces del chofer. No le hizo gracia la anécdota. Según él, esas manifestaciones externas de fe eran posibles no porque ahora hubiese una tregua (frágil, de creer los indicios,) sino porque el chofer iba dentro de su propio coche y con un español. "¿Con un español?", le repliqué. "Claro. Él asumió que tú también eras cristiano, y encontrarías normal, aceptable, la señal de la cruz. Un signo que podría costarle la vida en otras circunstancias. ¿Nunca has estado en un país en guerra?".
Al poco de volver a España leí la impresionante entrevista que Juan Miguel Muñoz le hizo para ‘Babelia' a David Grossman, que también sabe de pérdidas, de desconfianzas vecinales, de cautelas. El novelista habla por supuesto (con mucha lucidez y gran valor, a mi juicio) desde ‘el otro lado', pero sus palabras sirven para ambos cuando, a la pregunta del entrevistador sobre la actitud de Netanyahu, contesta que según él el primer ministro israelí sabe perfectamente que la ocupación de los territorios palestinos y la relativa calma actual son engañosas y no pueden durar: "es una ilusión que estallará en un río de violencia muy pronto". Parece pues inevitable que las ilusiones de paz se rompan, tal vez una detrás de otra, en aquellas tierras aquejadas, en palabras del palestino Edward Said, de un exceso de rotundos credos religiosos. Mientras, nosotros, los europeos y los norteamericanos (¿amigos de unos y de otros?, ¿cómplices de los más poderosos?, ¿ciegos de lo que no queremos ver?), observamos cómo se resquebrajan, preocupados aunque no demasiado inquietos en nuestra equidistancia, en nuestra cómoda lejanía de lo real, sabiendo que cuando "el río de la violencia" se desborde nos quedarán los gestos simbólicos. Una manifestación, una carta de protesta, un envío solidario. Señales de humo para contrarrestar la hoguera que condena y mata a quienes tienen la desgracia de vivir un poco lejos de nuestra apaciguada conciencia.
Faro. Canal Beagle. Ushuaia. Los escritores que se reunieron en el FINN (Festival literario del Fin del Mundo en Ushuaia) han dejado una larga estela de videos, mesas redondas, clases magistrales, premios literarios y sobre todo conversaciones de café, todas acopiadas celosamente por Andrés Hax para el diario Clarín. Pueden ver algunos videos e informaciones aquí, aquí, aquí y aquí. (este post se actualizará a lo largo de las semanas)