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¿Tenemos una literatura gay?

Matrimonio gay aceptado legalmente en Argentina ?Tenemos matrimonio gay pero, ¿tenemos una literatura gay?? es la pregunta que se hace, desde Argentina, Claudio Zeiger en Radar Libros. Dice:

Ahora, en la Argentina, hay matrimonio gay y aún no estamos del todo seguros de que haya habido y vaya a haber ?literatura gay?. De alguna manera si se quiere inconsciente, no dicha, se la considera una categoría ?foránea?, una especialidad de la literatura norteamericana, donde ostenta una tradición robusta. A decir verdad, no es un género en ninguna literatura del mundo; la literatura gay es una categoría política, de identidad maleable y cambiante, inclusive para muchos teóricos superada por lo queer, término que también empieza a caer en crisis. Como sea, ?literatura gay? sigue siendo algo que transmite un sentido preciso, se entiende lo que quiere decir. Probablemente su campo siga siendo el de la diferencia, pero también, esa tradición ?foránea? ya ha incursionado en el terreno de la igualdad, es decir, las vidas más o menos estabilizadas en problemáticas más clásicas como los celos, la infidelidad, la convivencia, las nuevas familias. Hay en ella, sí, una literatura gay ?normal?. Y también, beneficio secundario pero no menor, siempre aporta una veta testimonial, de documento acerca de costumbres, estilos y formas de vida, aporte que no suele hacer la literatura pretenciosamente formalista. Ese espinel, en la literatura argentina, lo han recorrido desde David Viñas en Dar la cara, Carlos Correas, Villordo, entre otros, y por poner un ejemplo rioplatense, El diablo en el pelo de Roberto Echavarren, singular catastro de estilos micropolíticos de minorías, no sólo sexuales. Si algo puede anticiparse es que toda esa literatura novelera, novelesca y aventurera no tiene por qué desaparecer pero sí ?en la consideración crítica, en la visión de los lectores? podría aliviarse de la presión política del presente para dedicarse a una constructiva reconstrucción histórica, el armado de una genealogía, del nacimiento y desarrollo de una conciencia colectiva amasada sobre capas y capas de tristeza, frenesí, desesperación y alegrías furtivas, muerte y enfermedad, discriminación y solidaridades sorpresivas, secreto y visibilidad. ¿Estará entrando, créase o no, la literatura gay argentina en los dominios de la novela histórica? Hay otra línea, otra tradición poco frecuentada en literaturas latinoamericanas, que ha encontrado en autores como David Leavitt y Michael Cunnigham sus expresiones más sólidas: una combinación sutil en su entretejido entre lo clásico y lo nuevo, la raíz y la ruptura. Esa línea inestable entre lo normal y lo ambiguo señalada más arriba. Empiezan a despuntar estas narrativas en los años ?80, y es casi seguro que su mejor expresión, su punto más alto, sea El lenguaje perdido de las grúas de Leavitt. Entre tantas escenas memorables y definitorias, hay una en que dos hombres maduros conversan en un boliche. Uno le cuenta al otro: ?La otra noche entró un muchacho y gritó ¡Papá! Vieras la de vasos que se cayeron al suelo?. Y otra vez: dando vueltas a la novela de Pombo, citando estas escenas ?familiares? de Leavitt y recordando las fuertes resistencias del máximo poeta gay argentino, Néstor Perlongher, a ser normalizado por las instituciones burguesas (?sólo queremos que nos deseen?, rezaba el manifiesto), llegamos a un para muchos inimaginable corte de la historia. En Argentina, en el mes de julio de 2010, la Historia de la sexualidad escribe un capítulo tremendo, enorme: nosotros los victorianos nos convertimos en nosotros los igualitarios. Y tenemos la sensación, más allá de las horas y días de debates, de la lucha paciente y constante de los organismos, que fue de un plumazo. Pepito Cibrián, una de las voces más bizarras ?como corresponde? y lúcidas que se escucharon por estos días, dijo que en definitiva esto sucedía porque Argentina es un país surrealista, por lo tanto impredecible, cambiante, un poco loco, y en este merengue surreal, la moneda cayó del lado del matrimonio igualitario. Puede ser. Pero también fue un país realista, algo poético y sensiblero, neobarroco en sus pliegues más ocultos y veleidoso por tradición (¿quién se resiste a ser el primer país latinoamericano en tenerlo, a entrar en el selecto grupo de los friendlys del mundo?) el que dio el sí. Hecha la igualdad, la literatura ?en su sentido más amplio e inclusivo? tiene mucho para decir en el terreno de la diferencia, el deseo y la intimidad profunda entre los seres humanos más diversos que, a no dudarlo, de eso y no del sexo a secas y ?natural?, se trata.

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18 de julio de 2010
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CELOS (LA OTRA VIDA DE CATHERINE M.) de Catherine Millet

RESEÑAS SIN PLUMAS por Iván Thays DESDOBLAMIENTO Todas las historias cuentan siempre con espacios narrados y zonas en blanco. Las narraciones autobiográficas son especialmente pródigas en estos vacíos del recuerdo. La vida sexual de Catherine M., la exitosa autobiografía que publicó Catherine Millet hace unos años, tenía desde luego una contraparte. Y ahora se ha editado en castellano, por Anagrama, bajo el título e Celos (La otra vida de Catherine M.) El éxito inmediato que tuvo la primera autobiografía de Catherine Millet (traducida a 45 idiomas) está vinculado al intento desbaratador, y en cierto modo escandaloso, de contar la vida sexual adulta de una mujer. No se trata de una promiscuidad cabalgante ni tampoco de una historia de fidelidad. Simplemente, era una novela sobre el sexo donde el amor era una palabra apenas mencionada. El hecho de que Catherine Millet no haya sido una desconocida en el mundo del arte contemporáneo (es crítica de arte y directora del prestigioso Art Press) aumentó el morbo al libro. Las anécdotas, matizadas por los intentos de reflexión, dejaban ver una honestidad brutal que, al mismo tiempo, nos ayudaba a ingresar a un mundo sofisticado y frívolo. El mundo de las personas incapaces de salir de sí mismas y del papel que asumen en la realidad. Un mundo, como está visto, llenos de espacios vacíos cuando aparece en una novela o memorias. Celos se propone corregir o llenar algunos de esos espacios en blanco. Aquí, la protagonista en primera persona que ejerce con aplomo y seguridad su papel de bacana sexual en la primera parte, parece retroceder y dudar. La palabra clave es ?desdoblamiento? y este empieza con la aceptación de que el sexo y el amor han sido, para ella, dos elementos vitales no necesariamente unidos. Su primera relación larga, con Claude, es una relación abierta donde ambos se descubren a sí mismos sus infidelidades. Los celos están aplacados ante la seguridad de que el deseo de Claude por otras mujeres es visible y se exterioriza. Pero cuando esa relación termina, y empieza una historia más seria aún con el escritor Jacques, Catherine M. vive una doble vida (como lo sabemos por su anterior libro). Ella tiene una serie de relaciones fuera de Jacques, que oculta a éste, convencida de que la fidelidad y el amor no son consecuencia. Sin embargo, jamás se pregunta si Jacques comparte esa misma idea hasta que, por azar, encuentra un diario suyo con una fotografía de una muchacha desnuda y embarazada. A partir de ahí, una llamada telefónica con no pocas explicaciones y la posterior purga de todos los diarios y cartas que Jacques guarda, la hacen enfrentarse al demonio de los celos. Jacques es un hombre de pocas palabras y de muchos secretos, que nunca intenta excusar sus relaciones con otras mujeres y tampoco se permite dudar de su relación con Catherine, más bien la trata con condescendencia. Eso quizá la vuelve más vulnerable ante sus celos, pero al mismo tiempo le hace entender que es un problema exclusivamente suyo, un tema que debe arreglar consigo misma. Para permitirse entender, Catherine habla también de la masturbación y el voyeur. No es un detalle para pasar por alto. La masturbación es un placer que expulsa al otro, es una negación de la otra persona, que es reemplazada por una fantasía que implica solo y siempre a uno mismo, en diversos estados. También el voyeurismo es una negación. Los celos de Millet son, en realidad, una extensión de esas fantasías masturbatorias. Le bastan una líneas del diario de Jacques o una mención a cualquier tema que tenga que ver con otra mujer, para dejar aflorar la imaginación y ver a su esposo en actos promiscuos que ella misma califica como ?escenas de vodevil?. Lo ve cogiendo con una mujer en el piso o masturbándose en los senos de otra, al mismo tiempo que contesta con nimiedades una llamada telefónica suya. Esas escenas contadas a sí mismas, y que son producto de su fantasía, son las que terminan por hacerle sentir el verdadero dolor de los celos. Es decir, descubrir que Jacques no es parte suya, no es una extensión de sus sueños, sino un verdadero ?otro?. Descubrir al otro implicará un trabajo de desdoblamiento. Verse a sí mismo, primero, como otro al que le suceden cosas que no puede controlar. Y luego ver a su pareja como una vida paralela o ajena, no inclusiva, dentro de las fantasías. En ese sentido, el final del libro, que nos remite a la lectura de una novela estupenda y olvidada de Marguerite Duras, El arrebato de Lol V. Stein, donde se habla de vidas desdobladas y del don de la observación, es quizá la parte más luminosa del libro. Celos es una autobiografía menos frívola que La vida sexual de Catherine M, aunque adolece de la misma enfermedad contemporánea: el narcisismo. Catherine Millet hace con valentía una nueva exploración hacia sí misma y sus zonas abisales, pero incluso en este trabajo de entenderse como una persona distinta y llenar los espacios en blanco de su propia vida (que nos conduce incluso al suicidio de su madre), no consigue salir de su propia atadura. No se trata de una obra de introspección, como querría creerse o como podría convencerse ella misma que lo ha intentado, sino de un regodeo en el yo más alejado del mundo real, enfrascado en sí mismo y su individualidad cabalgante, que por más que es interesante como discurso o como testimonio, jamás tendrá el valor altamente subversivo y esclarecedor que tiene el adentrarse al mundo donde, en realidad, nosotros siempre somos los demás.   

Celos (La otra vida de Catherine M.) Catherine Millet. Anagrama, 2010.

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18 de julio de 2010
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Preguntas en Santander

  

¿No es éste magnífico Palacio de la Magdalena, en Santander, el lugar donde España deja de ser un énfasis de la opinión y se convierte en una pregunta reiterada con la urgencia de nuevas respuestas que pregunten mejor?
 

¿Será la Universidad Internacional Menéndez Pelayo la puesta al día de la voluntad inquisitiva de Don Marcelino, rico en erudición enciclopédica, cuyo proyecto fue una biblioteca de la diferencia heterodoxa?
 

Su Horacio en España lo he leído, más bien, como un Horacio en español universal. Su extravagante enjuiciamiento de la poesía hispanoamericana, en sus  antologías distraídas, le hizo decir que en Chile, dada la aridez del medio, no podía haber  buenos poetas, lo que demuestra los límites de su lenguaje. Y sin embargo, recuperó a Blanco White, ese Horacio de España y las Américas.  Blanco White, el precursor, y Andrés Bello, el fundador, andaban buscando, desde Londres, un príncipe desocupado que gobernara en América para hacer la primera gran transición.
 
Como diremos mañana, en la UIMP, convocados por la Fundación Instituto de Cultura del Sur, nos hicimos las preguntas que la transición española a la democracia dejó sin responder. Dedicado a Juan Luis Cebrián, en reconocimiento de su puesta en claro del diálogo como asignatura española, este coloquio sobre “El futuro de la transición” tuvo, felizmente, más interrogaciones que resoluciones. Y si algo quedó claro es que la biografía intelectual de la transición española a la democracia, varias veces ensayada, todavía requiere de distancia, y como casi todo en España, de mejor memoria y más reconciliación.
 
No hubo buenos y malos en la transición, que fue negociada por los hijos de los vencedores y de los vencidos, a nombre de una democracia compartible, concluyó Cebrián. Y Felipe González adelantó que estos treinta años de transiciones han sido los mejores de tres siglos de vida, en español, casi siempre irreconciliable. 
 

Pero la transición española ¿no es también una etapa del mismo idioma español, que transitó desde su larga  tradición autoritaria a una más horizontal comunicación?  Las revistas, los medios de prensa independientes, los intelectuales capaces de hacer la crítica del lenguaje para aliviarlo de su pesadumbre oscurantista, ¿no propiciaron también el laborioso parto civil del tú?
 

¿Hemos hecho camino al dialogar? ¿ Es, por fin, el tú la confirmación del yo?
 

Por lo demás, ¿no le falta al español  recorrer serios tramos pendientes? El machismo, el racismo, la xenofobia, esas plagas que devoran hoy mismo el lenguaje, ¿no nos retrotraen a la jungla preverbal donde, como se sabe, los demás primates mayores son menos violentos que nosotros?
 

Dijo el Dr. Johnson que “el patriosmo es el último refugio del bribón”.  Pero, ¿hay que sorprenderse de que el regionalismo ultramontano requiera negar, para afirmarse, la humanidad de los otros, de los que son diferentes por culpa de la más superficial información biológica, la pigmentación de la piel?  El espejo del otro negado,  ¿no descubre, acaso, monstruos?
 

Nos preguntábamos con José María Ridao por la necesidad de las preguntas que tendrán futuro.  Porque la negociación es un pacto para acordar el presente pero la interrogación mutua es un trabajo por la futuridad, por la calidad de futuro que puede abrir el lenguaje español cuando no se calla (es, felizmente, el lenguaje en el cual es más dificil callar).  Pero, ¿no hace falta bajar un poco la voz y esperar que el otro termine de preguntar? ¿No es acaso necesario devolver la palabra, esperar turno, favorecer los relevos? Y sí, siempre afirmar, aunque sea dificil, afirmar.
 

Es inolvidable el momento en que Orwell en su libro sobre España dice encontrarse por primera vez con un campesino,  darle la mano, y sentir,  “la inmediata decencia de un campesino español.”
 

¿Cómo no creer que entendió que ese hombre lo reconocía como el tú que creía y en quien podía creerse?

 

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18 de julio de 2010
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Vok, Vila Matas y Colombia

Enrique Vila Matas y la familia Auster, protagonistas de Dublinescas Mientras cada vez se corre más la voz en los blogs de que el verdadero autor de Dublinescas (Seix Barral) es Vilem Vok, probable heterónimo de Enrique Vila Matas, me envían desde la revista Arcadia en Colombia una extensa nota de la presentación del narrador español en el Festival El Malpensante. Nadie se ha referido aun, por cierto, al detalle de que la elegante punta roja que sobresale de su saco oscuro no es un pañuelo rojo, como podría creerse, sino una de las puntas de unos RayBan Wayfarer rojos.  Ahí podemos leer el resumen de algunas de sus ideas  recogidas por el periodista y narrador Stanislau Bhor. Dice:

Me ubico en la segunda hilera del teatro. Cuando empieza la entrevista, parece tímido. Posee una voz paciente que espera al pensamiento mientras acaba de configurarse la idea. Los hombros enjutos, las manos empalmadas y aferradas al micrófono como si fuera un revólver y estuviese a punto de darse un tiro. A mi lado pasa un señor de bigote oscuro y pelo encanecido cuyo perfil me parece familiar. Vila-Matas saluda a Álvaro Mutis que está dentro del público. El anuncio cae como una bomba (pero de confeti). La gente busca a Mutis. Yo busco la mirada de Vila-Matas y veo que apunta al viejito que se ha sentado a mi lado. El moderador desmiente que sea Álvaro Mutis y sugiere que es otra distorsión de la realidad muy al estilo de Vila-Matas. La tensión perturba el rostro del escritor. Ahora menos que nunca parece una estrella de rock, o de cualquier constelación. Se requeriría de un punto de giro brutal (como los que cambian los argumentos de sus novelas a mitad del libro) para limpiar el ambiente. En El mal de Montano hay un momento en que el narrador, Rosario Girondo, le dice al lector que todo lo narrado es mentira, que el viaje a Chile nunca ocurrió, que uno de los mejores personajes del libro no existe y otras cosas así que causan un cortocircuito en la memoria del lector. El momento exige algo como eso para echar a andar la entrevista. Vila-Matas está abochornado, incómodo en una silla demasiado estrecha para su volumen y en un escenario tan grande y desnudo y con un reflector tan ofensivo haciéndole ver a Mutis donde sólo hay canas. Entonces pasa: Oscar Collazos sufre un lapsus, un desliz del habla, una traición de la memoria, y confunde el nombre del entrevistado con el de otro escritor doméstico al que quizá le entusiasmaría aun más entrevistar. Lo llama ?García Márquez? a Vila-Matas. Una vieja adoración del entrevistador, que también es periodista, además de columnista en un periódico. La gente ríe. Vila-Matas ríe. Su risa es convulsiva, refrescante. Es un sinsentido revitalizador, un momento ferdydurke, como los que amaba Gombrowicz, tan caro a Vila-Matas. Es el gesto que exigía la mente de Vila-Matas para movilizar su infantería. Ahora fluyen las ideas. Los temas afines y esenciales en él: vidas falsificadas, escritores que dejan de escribir, vanguardias estéticas (y estáticas), literatura y realidad, literatura y enfermedad, comienzo del fin de los libros, coincidencias librescas, Joyce, Beckett, Walser, citas falsas? Cualquiera que se haya apasionado por sus libros sabe que está repitiendo lo que ya ha escrito muchas veces. ¿A qué vino la mayoría de gente que está en este auditorio? No lo sé. ¿A qué viniste tú?, me pregunto. A oír tal vez esta historia que narra ahora con magnífico cinismo: ?Yo empecé queriendo ser un escritor raro al estilo ?me dije- al estilo de Gombrowicz. Me había hecho a una fotografía de Gombrowicz en Polonia, y me gustaba como vestía, su actitud; y me empecé a imaginar qué era lo que escribía, la naturaleza de ese escritor. Durante años estuve imitando a Gombrowicz sin haberlo leído. Un día, cuando ya había publicado bastantes libros, me encontré con un libro de Gombrowicz y quedé sorprendido porque no tenía nada que ver con lo que tenía en mente. Pero entonces, una vez maestro, había adquirido un discurso propio, tratando de copiar al otro?. Sí, Gombrowicz no es más Vila-Matas.

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18 de julio de 2010
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La parodia de Gibbons

carátula de la novela Cold Comfort Farm (traducida al español por Impedimenta como La hija de Robert Poste) es una novela de la británica Stella Gibbons, publicada en 1932, y que parodia las novelas rurales y eróticas inglesas al estilo DH Lawrence, tan de moda en esos años (y que tan mal han envejecido, al parecer). El hecho de ser una parodia y el agudo sentido del humor, sin embargo, le da a la novela de Gibbons un aire distinto. Mercedes Monmany hace la reseña para el reducido (al menos en versión on line) ABCD de las Letras:

Se trata de seres o, más bien, de inhóspitos espectros, apenas «presunciones de humanidad», como pronto comprueba la muy correcta y esnob Flora. Cada componente de la asilvestrada familia Starkadder procede de algún tipo de enajenamiento o terca pasión más allá de lo racional. Con nombres bíblicos que parecen sacados de una oscura secta de fanáticos pertenecientes a alguna iglesia marginal e indescriptible, cada uno de ellos se ve adornado por febriles amasijos de paranoias y delirios: el obcecado predicador de los tormentos del infierno, Amos; la prima Judith, que, con doscientas fotografías de su hijo Seth repartidas por su mohoso dormitorio, apenas disimula la pasión ciega por su fiero vástago, un lujurioso semental cuya obsesión, en realidad, no son las jóvenes campesinas del lugar, sino el cine; el viejo criado, Adam, que conversa a diario con sus animales más de lo que gruñe de forma incomprensible cuando está junto a los humanos; la abuela loca, que encarna otro más de los clichés románticos, encerrada en el ático; o el brutalizado primo Reuben, que se enorgullece de cientos de surcos arados por minuto, no se sabe bien si con ayuda de una bestia o sin ayuda de ella.El catálogo de parodias llevado a cabo por Gibbons, incluidas las continuas bromas metaliterarias y los incesantes juegos de palabras, es prácticamente inagotable. De una aguda inteligencia y mordaz capacidad crítica, disfrazada de sofisticados e irrelevantes comentarios naifs dejados caer aquí y allá a lo largo de la historia, su ración de ofendidos tampoco se hizo esperar. Por ejemplo, su jocosa defensa de los más elementales métodos anticonceptivos predicados por la joven liberal a Meriam, la criada que acostumbra a quedarse preñada cada año del señorito Seth, fue una de las escenas más provocadoramente sarcástica de esta novela. Su desopilante burla sería muy mal recibida por la sociedad biempensante de la época y en la República de Irlanda se prohibió la publicación del libro.

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18 de julio de 2010
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Angustias y desvelos europeos

No es habitual ver burkas y nikabs en las calles y plazas europeas. Escasea sobre todo la primera de las piezas con las que se velan las mujeres afganas, aunque es posible ver mujeres con la prenda que deja sólo los ojos descubiertos, propia del Golfo Pérsico. En Francia, el país europeo con mayor proporción de ciudadanos musulmanes, el 8 por ciento, los servicios de policía han contabilizado sólo a 367 mujeres como portadoras de este tipo de prendas. En España los periodistas saben muy bien de las dificultades para encontrar mujeres que lo usen, y es más fácil localizar a sus portadoras entre los turistas de los países árabes en la Costa del Sol o las tiendas caras de Madrid que en los barrios de inmigración africana y asiática.

Mucho sabemos los españoles sobre la cobertura del rostro, y no precisamente por nuestro pasado musulmán. El motín de Esquilache fue una revuelta popular en reivindicación del embozo, prohibido por razones sobre todo de seguridad por aquel ministro ilustrado de Carlos III. Las lloronas profesionales de unos ritos funerarios que estaban vivos todavía el siglo pasado solían cubrirse el rostro entero. Los protagonistas de la Semana Santa hispánica son los penitentes encapuchados con siniestros capirotes. Pero nuestras dificultades con el velo integral musulmán no difieren de las que tienen otros países europeos, donde también se está planteando su prohibición, al menos en los locales públicos y centros de enseñanza. Hay muchas razones para militar activamente contra el velo integral. Las hay incluso para hacerlo contra todo velo, casi siempre instrumento de dominación y sumisión. También las hay, por los mismos motivos del marqués de Esquilache hace más de dos siglos, para prohibir el acceso con pasamontañas, cascos integrales y otras caperuzas a las instalaciones públicas. Quienes promueven mociones y legislaciones a través del continente europeo suelen esgrimir unas y otras en un movimiento muy parecido a la formación de una bola de nieve que adquiere mayor impulso cuando tropieza con un obstáculo. No valen dudas ante el rampante prohibicionismo porque quienes las tienen se convierten inmediatamente, a ojos de buena parte de la opinión pública, en defensores de la tolerancia hacia el Islam integrista y partidarios estigmatizados del relativismo moral. Hasta tal punto, que finalmente son ellos los destinatarios de la prohibición más que las desconocidas portadoras de tan infame vestido. Aunque no se reconozca, el debate sobre burkas y nikabs versa sobre otra cosa. Esos desvelos y angustias se deben al miedo a la inmigración islámica y a la inseguridad ante el fantasma de una islamización del continente. Pero sobre estos temas a nadie se le ocurre proponer sensatas mociones municipales ni proposiciones de leyes.

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18 de julio de 2010
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Arturo Fontaine, novela política

carátula de la novela El escritor chileno Arturo Fontaine no quiso hacerme caso y ponerle a su nueva novela, El asalto de los jabalíes hambrientos desde el sur. E hizo bien. Su título, más preciso, menos aparatoso, es La vida doble. Ha aparecido con Tusquets luego de largos años de trabajo, de pulir y corregir. Y la novela, como no podía ser de otra manera, ya está dando que hablar. Fietta Jarque adelantó algo en una reseña en Babelia:

La nueva novela de Arturo Fontaine (Santiago de Chile, 1952) hurga en los sótanos oscuros de la tortura bajo el régimen de Pinochet. Y no solo lo hace desde el que sufre el dolor y la humillación, el que ve degradado su cuerpo y su mente al nivel más animal, asombrado a su vez por la bajeza y ensañamiento inhumano de los verdugos, sino que se sitúa del lado de ellos, de los que persiguen y torturan a los que consideran peligrosos asesinos falsamente idealistas. Y todo a través del mismo personaje. La vida doble es, en realidad, cuádruple. Lorena, o Irene, o la Cubanita, es una adolescente algo ingenua, madre soltera. Después, una combatiente de Hacha Roja. Y, tras un crítico momento de inflexión, traiciona, se convierte. Al final huye de Chile y se esconde de su pasado en Estocolmo. No resulta casual ese último lugar de destino para una torturada convertida a la causa de sus enemigos. Hay un famoso síndrome con ese nombre. Al contar esto no revelo el suspenso de la trama, todo queda establecido desde las primeras páginas. Porque esta novela lo cuenta todo a la vez y, sin embargo, crea el deseo de seguir leyendo, de adentrarse en los detalles que faltan. Que faltarán siempre. Las preguntas se suceden, se multiplican. Las respuestas van aflorando de manera velada. Las verdades, ¿cuáles son las verdades? La novela de Fontaine es la confesión de alguien que encontró su objetivo en el delgado placer de la delación. De la condena. En el poder letal del secreto.

También en Babelia, ahora es Carlos Fuentes quien anuncia la urgencia de la novela de Fontaine.

Fontaine, con las armas del novelista, que son las letras, va al centro del asunto. Un orden viejo, por más estertores que dé, cede el lugar a un orden nuevo. Pero ¿en qué consiste este? Entre otras cosas, en su escritura. Pero ¿quién es el escritor? Es una primera y es una tercera persona que miran a la sociedad y la privacidad con lente de aumento, dirigiéndose a un lector que es el cocreador del libro. El libro es una partitura a la cual el lector le da vida. La lectura es la sonoridad del libro. Hay un poderoso fervor quijotesco en Arturo Fontaine: él quiere poner en fuga a las telenovelas o confiar en que haya al fin un Cervantes telenovelero que las transforme, como Don Quijote a las novelas de caballería. Glorioso empeño cuya derrota sería, sin embargo, una victoria. Porque la novela es, en sí misma, la victoria de la ambigüedad. Una ambigüedad que se propone como palabra e imaginación, lenguaje y memoria, habla y propósito. Entonces, ¿para qué sirve una novela en el mundo de la comunicación moderna: la comunicación instantánea del suceso comunicado? En un régimen totalitario, dice mi amigo Philip Roth, el novelista es llevado a un campo de concentración. En un régimen democrático -continúa- es llevado a un estudio de televisión. Lo cierto es que tras cada asalto, político o tecnológico, la novela-Fénix resucita para decirnos lo que no puede decirse de otra manera. Leer a Fontaine, por todo lo anterior, es importante en el momento político de Chile. El vigor de la democracia chilena, sus caídas ocasionales, su renovación actual, los avatares de la tradición y la complejidad de la sociedad requieren la lectura atenta de las novelas de Arturo Fontaine. En ellas encontramos el trasfondo y el sedimento de la noticia política. 

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17 de julio de 2010
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Un cerca

Ilustración: Barnett Newman TE ALEJAS HACIA MITe desprendes hacia un lejosque es (de país en paísal alcance de mi manode mi gritode mis ojosde mi solo sueño) un cercaUlalume González de Léon

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16 de julio de 2010
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Kanikosen en castellano

carátula de la novela El clásico japonés Kanikosen: el pesquero, novela breve de Takiji Kobayashi (escritor japonés asesinado en 1933) ha sido publicado en castellano en España por Atico de los Libros. Además, pronto se podrá ver la nueva versión fílmica de esta novela proletaria sobre un barco cangrejero. En Radar Libros Guillermo Saccomanno hace una estupenda y extensa reseña:

La tensión que produce la lectura de Kanikosen exige que, al comentarla uno tiente alguna distancia, ser ligeramente crítico y, mediante una supuesta objetividad, argumentar por qué esta novela, no más larga que Humillados y ofendidos de Dostoievski, contundente como Hambre del noruego de Knut Hamsun, lo vuelve a uno, desde el comienzo, lector incondicional. Su potencia es tanta en su tiempo como hoy. Especialmente en Japón, donde se ha convertido en un auténtico fenómeno. Tiene una explicación obvia: los jóvenes nipones obligados a trabajar contratos temporales en situaciones concentracionarias con salarios bajos, temerosos de perder su empleo, en la crisis económica, se identifican con esta ?ficción? impiadosa sobre los pesqueros del pasado. Sus lectores: 1.600.000 ejemplares. Es sabido: no es la cantidad de lectores que comprende un boom lo que garantiza la calidad de un relato. Excepcionalmente, en este caso, lo masivo y la calidad van juntas. (?) Kanikosen refiere una historia siniestra y despellejada. El Hakku Maru contiene entre sus cuatrocientos tripulantes, pescadores veteranos y brutales en su mayoría, apestando a sake, muertos de hambre empujados a esta faena por la necesidad, y también numerosos estudiantes pobres y chicos inexpertos que irán padeciendo los rigores del terror y la vejación. Porque a bordo, extrañando una mujer, los chicos son el consuelo sexual de estos hombres animalizados que provienen del campo, de las minas, de las fábricas. Están condenados a jornadas sin descanso. También, a todos sin excepción, los amenazan el castigo y la enfermedad. Violencia desquiciada, mentes aturdidas. La paliza y el encierro en un retrete en caso de desobediencia. El beri beri como consecuencia del debilitamiento extremo. Por la noche el patrón, alumbrándose con una linterna, armado con un garrote, avanza entre las cuchetas, aparta las cabezas como calabazas. Nadie despierta así lo pateen. El patrón, se dan cuenta los sometidos, sabe de los límites de su resistencia. ?Fíjate en La casa de los muertos de Dostoievski?, le dice un estudiante a un compañero de desgracia. ?Si lo piensas, ahora que conoces esto, no parece nada del otro mundo?. (?) Puestos a buscarle filiaciones, influencias y también una genealogía, habría que situar Kanikosen en un arco que comprende al Víctor Hugo de Los trabajadores del mar y al Joseph Conrad de Tifón, pero más cerca, como hermano de sangre está London. Un dato: Kanikosen fue comparada con La jungla, novela de Upton Sinclair, que narra la explotación de los obreros de la carne. Desde una óptica cool de lectores sushi podría leerse Kanikosen como relato de aventuras marinas, pero quien se incline a su lectura con esta intención pronto resultará chasqueado por una historia cuya turbulencia remitirá, como a los jóvenes japoneses de hoy, a una realidad concreta que los sobrepasa. Novela coral, no hay personajes que se sobreimpriman unos a otros. Apenas maniquea, en su crudeza legitima la polaridad en función de un planteo clasista que viene a cobrar vigencia en un tiempo donde el trabajo se vuelve otra vez tema literario. Sin duda, Kanikosen no es una lectura que se preste a la fruición de la pelusa en el ombligo. Lo que viene a plantear qué sentido tiene escribir y para qué sirve la literatura. ¿Vuelta de la novela proletaria?, cabe preguntarse. La respuesta está en la misma novela. Y en la vida de su autor. Hija de la necesidad, Kanikosen es la novela de un iracundo que supo narrar con frialdad una temática que se pensaba agotada. La sucinta biografía de Kobayashi informa que nació en Odate, Akita, en 1903 y creció en Otaru, Hokkaido. En su época de estudiante integró el comité de redacción de una revista y publicó sus primeros relatos. Después de graduarse en estudios de comercio fue empleado bancario. Apretado por la estrechez económica, durante la recesión se afilió al proscripto Partido Comunista y se dedicó a compartir la militancia con la escritura. Al publicarse Kanikosen Kobayashi ganó una popularidad instantánea que llamó la atención de la policía. La novela pronto tuvo una adaptación teatral con el título Al norte de los 50 de latitud norte. El joven Kobayashi publicó después un ensayo, El terrateniente, que motivó su despido del banco. Vigilado por la policía, fue arrestado bajo la acusación de financiar el PC. Fue dejado en libertad por un tiempo corto. Dos años después fue detenido nuevamente. Consiguió salir con una fianza. Pero en 1933 intervino clandestino en una reunión del PC y, alcahueteado por un espía, fue arrestado otra vez. Desnudo, expuesto al frío del invierno, fue apaleado. Cuando la policía lo entregó a un hospital a las 7.45 del día siguiente estaba muerto. Había fallecido de un ataque al corazón, declaró la policía. Los hospitales, por miedo, rehusaron hacer su autopsia. Una nota incluida por su editor estadounidense en su primera edición en lengua inglesa apenas meses después de su asesinato informa que ?en su cuello había moretones causados por una cuerda afilada. En las muñecas, una de las cuales estaba rota, quedaban las marcas de las esposas. Toda la espalda abrasada y, desde las rodillas a las ingles, la carne estaba hinchada y púrpura a causa de las hemorragias internas. 

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16 de julio de 2010
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Leonardo Valencia en Lima

Leonardo Valencia entrevistando a Julio Ramón Ribeyro El próximo jueves 20 de julio se inicia la FIL LIMA 2010, con Ecuador como país invitado de honor, esta vez en una sede inédita en Jesús María. Todos tenemos los dedos cruzados para que le vaya a la FIL bien en una sede tan extraña. Entre las presentaciones de autores, una que no puedo dejar de recomendar es la de Leonardo Valencia. Leonardo vivió en Lima durante unos años, donde escribió su libro de cuentos La luna nómada y su primera novela, El desterrado. Luego ha publicado en España El libro flotante de Caytran Dölphin (2008) y en Argentina Kazbek (Eterna Cadencia, 2009). Elegido como uno de los dos ecuatorianos en la lista de Bogotá39 (la otra es Gabriela Alemán, quien también vendrá a la FIL), actualmente vive en Barcelona. Lo entrevistan en El Peruano:

¿Cómo mezcla usted el cosmopolitismo muy marcado con la nostalgia del exilio en sus novelas??No me considero un exiliado nostálgico. Yo elegí marcharme. Nadie se marcha por completo y mucha gente, aunque se queda en su país, parece no vivir en él. Lo que escribo transcurre entre mi país y el resto del mundo con muchos vasos comunicantes entre sí.Sus ensayos reflexionan sobre los clásicos de la literatura ecuatoriana. ¿Cómo encuentra la escena actual de su país??Hay una producción y una internacionalización mayor. Curiosamente, este rigor lo encuentro entre quienes han superado lo que yo llamé en un libro ?el síndrome de Falcón?, ese deseo voluntarioso de hacer literatura que represente al país, como quien pinta estampitas patrióticas. Justo cuando estábamos superando esto, empezamos a tener la injerencia del gobierno donde a la crítica al país  se la pone al margen. Eso sí, no ha podido con los periodistas y su labor crítica.¿Cómo evalúa el resultado de la antología de cuento McOndo, en la que usted participó hace década y media? ¿Se trató del manifiesto de una generación??Nunca fue un manifiesto, simplemente invitaron a varios autores. Yo, al menos, nunca supe que el propósito de la antología era hacer una declaración de intenciones, pero también es cierto que fue una antología reveladora de lo que ha venido después.¿Cómo surgió y cómo resultó su proyecto en internet alrededor de su novela El libro flotante de Caytran Dölphin??Cuando casi tenía concluida la novela, me di cuenta de que se podría expandir con un libro paralelo en internet. La web www.libroflotante.net recurriría al mismo procedimiento del narrador de la novela, la distorsión y el plagio creativo. Me animaba la idea de que los lectores pudieran rebatir la versión del narrador protagonista. A fin de cuentas, si hay un único narrador, solo hay una historia, la que él defiende.

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16 de julio de 2010
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El Boomeran(g)
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