Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

CORRER EL TUPIDO VELO de Pilar Donoso

RESEÑAS SIN PLUMAS por Iván Thays UN LUGAR CON LIMITES Desde hace muchos años, la familia Donoso ha sido informante de ?primera mano? de lo que fue el Boom Literario Latinoamericano, ya sea con Historia personal del Boom de José Donoso, y su posterior añadido El Boom Doméstico de su esposa María del Pilar, como por un libro olvidado llamado Los de entonces también de María del Pilar. Dos imágenes me quedaron grabadas de esas lecturas anecdóticas. La primera, la del padre de José Donoso vendiendo ejemplares del primer libro de su hijo (dedicado entonces a pastor de ganado para poder leer a Proust completo) en los salones de algún Club de la Unión. Y la de las fiestas palaciegas y fastos de la juventud africana de María del Pilar, hija de diplomáticos y amiga de realezas de cuento de hadas, mundo irreal que se vino abajo con el matrimonio. Así, la idea que me formé de los Donoso fue la de una pareja de esposos provenientes familias aristocráticas y que, por seguir el destino literario del marido, ahora habían abandonado la casta y se habían convertido en poco menos que gitanos. La primera confirmación luego de leer Correr el tupido velo es que, al menos en lo que respecta a José Donoso, al parecer su familia nunca fue tan aristocrática sino más bien una familia tradicional, pero ya empobrecida, cuya casas familiar era vestigio o testimonio de tiempos mejores. Una imagen mucho más certera para entender la obra de un autor como Este Domingo o El obsceno pájaro de la noche, desde luego. La segunda confirmación es que Pilar Donoso, la hija adoptiva de los Donoso, ha intentado correr un tupido velo pero sin exponer demasiado a sus padres. Como ver cambiar el color de un velo o tender una cama con nuevas sábanas. Hay un momento en el que puede observarse lo que hay debajo, un breve flash de exposición, y luego otra vez el manto que cubre todo. El descubrimiento de las diarios y la correspondencia de Donoso en una universidad norteamericana, años después de su muerte, trajo consigo el chisme la posible homosexualidad (no se sabe si efectiva o solo imaginaria; tampoco queda aclarado ese tema en este libro) del narrador chileno. Cuando supe que Pilar Donoso iba a expurgar esas cartas y exponerlas en un libro, pensé que el caso sería debatido y me interesó mucho. No solo porque, como ya he dicho, he leído otros libros de memorias de la familia Donoso, así que podía llenar piezas en el rompecabezas, sino porque la homofobia en el Boom Literario siempre ha sido un tema que me llamó la atención. Los narradores del Boom se presentan, ante la prensa y los lectores, como modelos de lo que debe ser el escritor latinoamericano, y ese modelo implica el profesionalismo, el compromiso literario y el político, el cosmopolitismo, los idiomas y los países recorridos, las ediciones publicadas, los premios consagratorios, los proyectos comunes, las broncas entre ellos, lo lúdico y lo anecdótico, pero siempre bajo la imagen de una familia incorruptible donde los escritores eran los ?machos?, los padres de familia, detrás de los cuales siempre asoman ideas muy machistas y latinoamericanas, también, aunque no necesariamente ficticias, del matrimonio y aquella gran mujer que sostiene por detrás al gran hombre. Los hijos, en este retrato, eran convidados de piedra. Conocer luego de la muerte desgraciada de los hijos de Carlos Fuentes; o las aventuras etíopes adolescentes del segundo de los hijos de Vargas Llosa, o los arrebatos liberales del primero; o del embarazo a los 19 años de la hija de Donoso, fue la primera expresión de que quizá el ambiente familiar del Boom no era tan propicio para esa ilusión de solidez patriarcal. Pero descubrir que en el seno de este retrato de grupo (del cual se ha excluido siempre la figura incómoda de Manuel Puig, declaradamente gay) había un personaje encerrado en un closet era, para mí, una revelación más que interesante. En ese sentido, la lectura de Correr el tupido velo me confirma que, en efecto, el machismo del Boom era una realidad no solo en la forma de abordar la sexualidad en sus libros, sino también en su forma de sociabilizar entre ellos. Es especialmente conmovedor el recuerdo de Pilar sobre una entrevista que le hicieron, como hija de famoso, ante la cual su padre le pidió que omita cualquier comentario sobre su gusto por la decoración. Y sí, en efecto, en sus cartas se nota que decorar era uno de los placeres de Donoso, al igual que el dictarle a su esposa exactamente qué ropa vestir. Dos hobbies intrascendentes que en el código machista latinoamericano podía leerse como homosexualidad, perdiendo el derecho de ciudadanía del Boom, cosa que sin duda José Donoso temía más incluso que a enfrentarse a sus propios demonios sexuales. Porque lo que leemos en este libro de memorias de Pilar, condimentadas con las cartas y los diarios, es antes que nada un rosario de quejas de Donoso ante el temor de no ser aceptado como parte del Boom. Su éxito literario en traducciones y ediciones siempre es subrayado con emoción, pero sus ventas (presumiblemente bajas en comparación con las de Vargas Llosa o García Márquez) son siempre motivos de disturbio y dudas. Su temor reverencial por Carmen Balcells es también sintomático. La ansiedad ante la falta de reconocimiento económico, así como sus dudas ante la posibilidad de no poder completar una obra sólida próximo a los 60 años, es lo que ocupa el mayor espacio del libro. La otra parte gira en torno a la familia disfuncional creada por los Donoso, con una hija adoptada por la que sienten, alternativamente, amor y odio, desconfianza y celo; una mujer (María del Pilar) con arranques depresivos y alcohólicos; y un José Donoso incómodo en cualquier lugar donde viva, que lo mismo compra un palacio rural en Calaicete para huir del ruido del Barcelona de los 70, como viaja a exilios dorados en universidades norteamericanas a dictar cátedras, o busca en Chile, luego de 20 años de exilio, la comodidad de una casa propia amparado en el éxito como escritor líder de su generación, el top de Chile, en que se había convertido. Esos viajes sin rumbo fijo, buscando una estabilidad domiciliaria que sabemos que no puede corresponderse sin una emocional, esos exilios interiores y exteriores, son sin duda lo más perturbador del libro. Tratándose este de un libro escrito por una hija adoptiva que se siente constantemente relegada ante los conflictos de su padres adoptivos (en el nacimiento de sus dos hijas no contó con el apoyo de su madre, por ejemplo, quien somatizaba enfermedades para rehuir su responsabilidad), y que además siente el deber de ponerse tras bambalinas en este libro, considerando que el personaje no puede ser ella; tratándose, además, de un libro sobre José Donoso cuyos temas recurrentes son el de las casas, las familias, el sentimiento tribal detrás de las convenciones sociales y, sobre todo, de las carencias de no sentirse parte de un lugar concreto o un linaje; resulta obvio que el tema principal es el de la filiación. ¿A dónde pertenezco? ¿Quién soy? Esas son las obsesiones en la mayoría de sus cartas y diarios. Una enorme inseguridad es el origen de no sentirse, por completo, parte de nada. Duda de todo y quiere reemplazar (inútilmente) todo con su patria. No es de extrañar que el exilio sea una constante en sus pensamientos, más allá de sus viajes reales. Y tampoco que sus amores y amistades más fieles hayan devenido, luego, en paranoia persecutoria. Donoso necesitaba tener una filiación con una entidad superior a él, y como esta filiación no pudo venir por parte de su padres (a los que acusaba de lejanos e incapaces de interesarse por él) ni de su familia adoptada (con la mujer con la que se casó, a la que jamás pudo entender o asumir, y Pilarcita), y menos aun de aceptar en pleno su sexualidad (si acaso lo que se califica como ?historias juveniles homosexuales? fue algo más que eso), intenta que esa filiación venga de parte de algo tan voluble o arbitrario como el éxito y la fama literaria (una carrera que incluso cuando está llena de victorias siempre son pírricas) en medio, además, de ese maretazo irregular que significó el Boom Literario. Desde esa perspectiva, participar de una Feria de Libro en Buenos Aires y firmar libros en olor a multitud, o sospechar que el hotel en Cornell donde fue recibido un año fue peor al que le pusieron a Mario Vargas Llosa en iguales condiciones, terminan siendo las batallas que Donoso lucha en su vida doméstica mientras se hunde en la desesperación de no tener un lugar  auténtico, una habitación propia, de la cual sentirse parte. No queda mucho más que decir sobre el libro, salvo quizá que extrañamos el desarrollo de algunas claves trazados en su correspondencia y no resueltos en el libro (no era este el lugar, tampoco) como el tema de la fealdad y la belleza, o la interesantísima identificación que siente un Donoso de 50 años con la obra de un explorador (homosexual, por cierto) como Bruce Chatwin. Correr el tupido velo queda, entonces, como un anecdotario más que alimenta las historias míticas en torno al Boom Literario Latinoamericano, que subraya nombres conocidos, que sobrevuela sobre temas trascendentales en la vida de un narrador considerable en lengua castellana como fue Donoso y que, finalmente, nos muestra una vida llena de contradicciones, falta de afecto y vacíos por ser llenados. Como muchas. Y con esa vida no me refiero exclusivamente a la del protagonista José Donoso sino sobre todo a la de hija y autora Pilar, el personaje que ella misma apenas deja que percibamos tras el velo tupido de sus propias inseguridades que no logran ocultar el deseo o reclamo, una vez más, por la falta de atención de sus padres adoptivos, rechazando la imagen de la chica ?guapa pero dura? con que la definió Carlos Fuentes. Así, el mejor personaje de todos, la muchacha que descubre a sus padres, se quedó otra vez tras el tupido velo de su familia famosa. Pero el perfil está ahí, ahora, más claro. Y puede aflorar.

Correr el tupido velo Pilar Donoso Alfaguara,  2010

Leer más
profile avatar
20 de julio de 2010
Blogs de autor

"Era una noche…"

Snoopy En todos los talleres se anuncia que la primera frase de una novela, o cuento, es fundamental. Y se recuerda, además, la peor primera frase de la historia literaria (aunque conozco peores) ?Era una noche oscura y tormentosa?, de la novela Paul Clifford de Edward George Bulwer-Lytton (la frase, por cierto, siempre es contemplada como posible titulo para el libro inacabado de Snoopy). El nombre de Edward George Bulwer-Lytton también ha dado origen a un Premio Literario que busca destacar el peor arranque probabable de una novela. El 2010 Bulwer-Lytton ha dado ya su ganadora: Molly Ringle, de Seattle. La terrible frase que envió al concurso es la siguiente:

For the first month of Ricardo and Felicity?s affair, they greeted one another at every stolen rendezvous with a kiss ? a lengthy, ravenous kiss, Ricardo lapping and sucking at Felicity?s mouth as if she were a giant cage-mounted water bottle and he were the world?s thirstiest gerbil.?

Lo que no entiendo es por qué no se hace este concurso con novelas reales. Encontraríamos, sin duda, cosas más premiables incluso.

Leer más
profile avatar
19 de julio de 2010
Blogs de autor

Noé Jitrik y la desdicha de la literatura

Tapa de Página12 dedicada al crítico y narrador Noe Jitrik A punto de ser homenajeado como Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República, en Uruguay, Noe Jitrik aprovecha la entrevista de Silvina Freira (en Página12) para, a la hora del desayuno y ante el olor del café recién pasado, levantar las alas oscuras de las desdichas literarias contemporáneas. El éxito literario, los premios, el marketing, el dinero, ya se sabe, todas esas cosas que ?antes? no importaban según dicen algunos (algunos que no han leído la biografía de Balzac, las especulaciones moneterias de Tolstoi, las angurrientas cartas de Dovstoievski o los carnets de Chejov, por ejemplo, obsesionados con el tema de los honorarios, los préstamos y el éxito literario de los demás). Dice Jitrik:

?Quiero problematizar lo que podría ser la desdicha de la literatura. Está la idea del éxito y la atribución de valores muy efímeros, de tal manera que el descubrimiento literario se ha cerrado, y la lectura es más bien aquello que hay que leer porque alguien dice que hay que leer. Y los suplementos literarios así lo muestran y se hacen cargo de la desdicha de la literatura, sin creer que sea una desdicha, sino el mejor de los mundos posibles. (?) Me da la impresión de que hay un giro que va del culto al modelo de literatura occidental europea, francesa sobre todo, a la literatura sajona, especialmente norteamericana, que promete el éxito y la felicidad. Escribir es una decisión monacal en cierto sentido, muy individual y de renuncia. El que escribe se sustrae al paso del tiempo; pero es una condena más que una felicidad, porque la gente vive felizmente en el transcurso del tiempo. Esto subsiste y todo escritor está en eso, lo cual condena también a la pobreza, a la austeridad, a la honestidad. Lo condena además al pedido, a la solicitud; escritores que después de esforzarse y de hacer algo que creen que es bueno y quieren que se comunique se encuentran con los criterios editoriales, con la noción del éxito. La paradoja es que en medio de ese panorama hay escritores que ganan fortunas y cambian de categoría social y económica. Y es una paradoja sobre todo si se compara con la historia de la literatura. Ninguno de los grandes escritores, que son todavía los que dan la pauta de lo que es la literatura, ha tenido un sólo instante de felicidad económica. Nunca. ¿Dostoievski tenía dinero? ¿Stendhal tenía dinero? Proust estaba metido en una cama tratando de aliviarse del asma. ¿Quién? Esa es la literatura que siento que es literatura; muchas de las otras cosas que obtienen esa fortuna económica son transaccionales, de un día, una semana. Se puede verificar en los premios de las grandes editoriales, que prácticamente desaparecen en dos semanas.?

Leer más
profile avatar
19 de julio de 2010
Blogs de autor

Del inglés al globish

Hace un par de semanas descubrí en una licorería de Santa Cruz la Coca Colla, el refresco aprobado por Evo Morales para combatir a la Coca Cola en Bolivia. El energizante era más dulzón que el Red Bull y tenía el sabor indiscutible de la hoja de coca. Aparte de la fuerza simbólica del gesto antiimperialista, hubo algo que me llamó la atención: debajo del nombre del refresco, un subtítulo decía: Bol Energy. ¿En vez del inglés, no hubiera sido más consistente escribir esto en quechua o aymara? Luego pensé que, incluso para los que luchan contra Estados Unidos, el inglés había sido despojado de su carga ideológica de avanzada del imperio --"Siempre la lengua fue compañera del imperio", escribió el gramático Antonio de Nebrija en 1492--, y era tan aceptado como los jeans y las hamburguesas.

Para entender lo que ocurre con el inglés resulta útil leer Globish: How the English Language Became the World's Language (Norton, 2010), de Robert McCrum. El argumento de McCrum es que el inglés ha adquirido una dinámica "supranacional" que lo aparta cada vez más de sus raíces inglesas y estadounidenses; es una "lingua franca emergente", "un fenómeno global" con fuerza multinacional. Nosotros conocemos el Spanglish (esa mezcla controversial pero imparable de inglés y español en los Estados Unidos), pero también existen el Englasian (vocabulario inglés con sintaxis china e hindú), el Konglish (inglés en Corea del Sur), Manglish (inglés con malayo), el Singlish (inglés de Singapur) y el Chinglish (inglés de China). Los hombres de negocios en Asia no hablan inglés; hablan Englasian.

Se calcula que dos mil millones de personas en el mundo (un tercio de los habitantes del planeta) hablan algo de inglés en alguna de sus formas. Sólo el chino es hablado por más gente, pero las dificultades de este idioma para ser aprendido incluso por los chinos y adaptarse a otras culturas hacen que el inglés no tenga competencia como lengua global. El francés Jean-Paul Nerrière, un lingüista amateur, fue el primero en sugerir que esa lengua global debía llamarse "globish": una suerte de inglés "descafeinado", "sin gramática o estructura" y con un vocabulario "utilitario" de alrededor de mil quinientas palabras.

McCrum nos muestra a las masas de trabajadores chinos que, en un esfuerzo por conseguir mejores trabajos, aprenden "Crazy English" con obsesiva dedicación; a los jóvenes hindúes en Bangalore, tomando cursos en inglés para conseguir un puesto en un "call center" y formar parte de la economía global. McCrum no es ingenuo, y sabe que Nebrija está en lo cierto. De hecho, para él, el triunfo del inglés en la cultura contemporánea es la prueba clara de que estaban equivocados quienes pensaban que, con el ascenso reciente de China, India y Rusia se acababa el mundo unipolar dominado por los Estados Unidos en los años después de la guerra fría. El globish señala más bien que la cultura angloamericana es parte fundamental de la "conciencia global". La lengua es un virus invisible, un instrumento de poder a través del cual se disemina una forma de ver el mundo, una ideología, los valores de la cultura angloamericana.

McCrum es un anglófilo acabado. Sus ataques constantes a la cultura francesa, su incapacidad para tomar en cuenta el avance del español, hacen que este libro de apariencia polifónica termine siendo un monólogo. Después de todo, si es cierto lo que sugiere McCrum de que el inglés se ha vuelto una lingua franca gracias a su capacidad de adaptación, entonces, por dar un ejemplo, el Chinglish no llevaría dentro de sí sólo la ideología de la cultura angloamericana, sino también de la cultura china, que se apropió del inglés y lo adaptó a sus propios usos. Es decir, se trataría de un triunfo parcial de la cultura angloamericana. Igual, su libro es necesario para entender fenómenos contemporáneos como el hecho de que una bebida antiimperialista use el inglés para publicitarse.

(La Tercera, 19 de julio 2010)

Leer más
profile avatar
19 de julio de 2010
Blogs de autor

Dias de Julio en Madrid

 

 

Estar en Julio en Madrid no es la mejor de las ideas. Estoy porque vendrá Patti Smith. Estoy por esos cursos de El Escorial. Estoy porque no me ido, pero me estoy fugando. Hoy es 19 de Julio, el día después del 18. Casi nadie, ni lo más fantoches de los nostálgicos, hacen ya ruido en esa fecha de tanto odio. Aquello que fue impuesto ya es impostura hace mucho. Mejor así. Pero tampoco olvidar.

Ayer, 18 de Julio, al lado de la plaza de Lavapiés, cerca de una taberna de gambas y boquerones que me gusta, un viejo me pidió el periódico. Quería comprobar que era el día ese. El día aquél. Y comenzó a contar cosas de su vida. De niño de pueblo que escuchó la guerra. De joven huyendo de miserias,  trabajando en la posguerra como camarero en uno de esos cafés que de la Gran Vía en los que los vencedores quisieron olvidar sus miserias. Un hombre que creció en el franquismo y que todavía no olvida esos días de Julio. Se siente un poco raro frente a sus compañeros, a sus vecinos, a él le gusta pasar el tiempo en los museos. Le hubiese gustado leer más historia, más novelas, más poesía. Me voy a mis cañas. Le dejo con sus recuerdos.

Hoy, el día después, vuelvo al libro rescatado de Blas de Otero: "Hojas de Madrid con La Galerna". Un libro rescatado, mitificado, mal conocido, parcialmente inédito y muy cercano a las cosas que pasaban, que le pasaban y que pasaron por nuestra historia. También un libro enamorado. El poeta vive un nuevo amor, se nota en sus labios, en sus versos.

Yo hoy, 19 de Julio, día en que muchos madrileños se armaron para defenderse de los sublevados, de los fascistas armados en el Cuartel de la Montaña, no quiero olvidar esos días de Julio en una ciudad llena de vida que peleó contra los negros heraldos de la muerte, de los cobardes amparados en las armas de algunos cuarteles. Blas de Otero sacó sus palabras, su memoria a pleno sol y dejó escrito un poema para éste día:

 

"No olvides Madrid el día

 

....Madrid se encuentra en peligro,

Madrid defenderse quiere,

sobre sus rojos tejados,

sus fachadas indelebles,

y un dos de mayo interior

que ataca y canta y sostiene

una bandera encarnada

que el aire rosa estremece...

Fachadas rosas. Madrid,

Madrid de bravas mujeres

y niños que irrumpen hacia

un porvenir que se mueve

en las entrañas de un hoy

oscuro pero imponente.

No olvides, Madrid, el día

en que asaltaste de frente

el cuartel de la Montaña

con un cuchillo en los dientes"

 

Pues eso. Hoy me he levantado republicano. Casi de la "roja" de aquellos años. De aquellos que se levantaron contra los sublevados de aquél cuartel. Después perderíamos. Pero esos días de dignidad y combate no los borrará nadie. Mañana, posiblemente, volveremos a ser los escépticos que solemos. Todavía no toca ser reaccionario. ¿O sí?    

Leer más
profile avatar
19 de julio de 2010
Blogs de autor

El buen ladrón

 

 

Resulta asombroso constatar, aunque sea por enésima vez, la potencia expresiva y la capacidad para retener la atención que todavía poseen los cuentos de hadas. Y llamo cuento de hadas a esa situación en la que el mundo se muestra injusto y mezquino en general, pero particularmente con el protagonista, que en el caso de El buen ladrón es Ren, un niño huérfano, abandonado al nacer en un orfelinato y al que le falta una mano que él no sabría decir cuándo o cómo la perdió. Lo que distingue esa injusticia y mezquindad de tanta injusticia y mezquindad como hay en el mundo, es decir, lo que permite calificarla la narración de cuento de hadas es que, desde el principio, al lector se le da a entender que no todo está perdido y que al final, mediante una intervención punto menos que milagrosa (o mágica) el orden natural será restablecido, los malos serán castigados y los buenos, en especial el protagonista, alcanzará la felicidad tan azarosamente ganada.  

                La autora, Hannah Tinti, entra casi de inmediato al trapo y deja claro que su modelo es un Oliver Twist trasladado a la Nueva Inglaterra rural y canalla de finales del siglo XVII. Casi a paso de carga van apareciendo los personajes que tutelarán el viaje de Ren en la búsqueda de su destino: un estafador fantasioso que mediante embustes inverosímiles se lleva al huérfano asegurando ser su hermano mayor; su socio, un antiguo maestro de escuela reconvertido en saqueador de tumbas y ladrón de cadáveres;  un gigante, asesino a sueldo de profesión y su contrafigura, un enano que vive en el hueco de un tejado y entra en las casas deslizándose por las chimeneas; una mujerona grandota y gritona pero de buen corazón o los gemelos Bron e Ichy, los dos únicos amigos de Ren en el orfanato y a los que éste rescata en cuanto puede. Hay un momento, y después de haber sido sometido a un régimen intensivo de sorpresas y maravillas, en que el lector es inducido a abrigar la esperanza de que, una vez llegado el momento de las recompensas, Ren recibirá la más alta de todas, o sea, la recuperación de su mano perdida. Pues no otro parece ser el propósito de que, entre tantas desdichas y sobresaltos como se viven  en el orfanato, de pronto se nos informe de que San Antonio, patrono de la institución, le restituyó el pie a un chico que le había propinado una patada a su madre y que al ser reconvenido por el propio santo ("Debes librarte de la parte de ti mismo que ha cometido el pecado"), ejecutó literalmente la orden recibida y se cortó el pie pecador. Y el lectior se pregunta: "¿Osará Hannah Tinti  crear un espacio mágico en el que suene natural la intervención de un émulo del santo capaz de cometer la mayor transgresión posible contra las leyes de la verosimilitud?

                Por desgracia, el excesivo respeto a la verosimilitud quizás sea la mayor limitación que cabe achacársele a El buen ladrón,  una estupenda primera novela surgida de esa fábrica inagotable que se han inventado las universidades americanas a través de sus talleres de escritura. En el caso de la Tinti el maestro fue Todorow, quien seguramente tuvo el buen sentido de aconsejar a sus discípulos forzar al máximo las situaciones pero sin traspasar los límites que les impondrá, en cada etapa de su evolución como novelistas, el dominio de los recursos literarios.  Y en el caso de El buen ladrón la propuesta resulta atractiva y el lector acepta de buena gana una inmersión disparatada y audaz en una América brutal, digna heredera de la novela picaresca. Ni siquiera falta la venta fraudulenta de un elixir de efectos universales y elaborado por los propios embaucadores, conscientes de que se les ha ido la mano con el opio y que deben cambiar las etiquetas, aunque no se les ocurre mejor cosa que convertirlo en un tónico para calmar a niños díscolos. Entra dentro del tono general del relato el que, no mucho después, uno de los cadáveres que están desenterrando para venderlo a un profesor de anatomía abra de pronto los ojos y declare estar hambriento; o que, llegado el momento en que el héroe debe ser salvado, su salvadora sea una bondadosa joven aquejada de un labio leporino. Y por la misma razón, cuando Oliver/Ren recupera a su familia, ésta no es una buena gente que acoge amorosa al heredero desaparecido sino que lo detesta y hace lo posible por devolverlo al asilo, mientras que la famosa herencia, el tesoro que permitirá al héroe cumplir sus sueños y los de los suyos, resulta ser una astrosa fábrica de ratoneras. Y por descontado que reaparece la dichosa mano, pero conservada en formol. Lo cual, por curioso que parezca, resulta de una lógica irreprochable porque mientras tanto la autora ha hecho todo cuanto ha podido para que el relato mantenga un innecesario equilibrio entre lo verosímil y el disparate. Qué le hubiese costado, y conste que lo digo en general y no sólo por el detalle de la mano, llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias y permitir que fuesen el disparate y los despropósitos quienes impusieran su propia lógica. Los surrealistas, sin ir más lejos, enseñaron cómo se hace eso. Pero conste que se trata de un muy estimable intento de contar un cuento de hadas moderno y por ende descreído y malparado, y que encima se lee con la sencillez propia de los relatos de aventuras.  

 

El buen ladrón

Hannah Tinti

Anagrama

Leer más
profile avatar
19 de julio de 2010
Blogs de autor

Pensamiento cada vez más crecido

Fue el último en llegar, pero tiene todo el aspecto de ser el que va a quedarse durante más años. La primera edición seria de Walter Benjamin no comenzó a publicarse hasta treinta años después de su muerte (Gesammelte Schriften, Suhrkamp, 1972-1989) y nadie pudo leer su obra emblemática, Los Pasajes, hasta 1982. Era sólo un nombre cuando las cátedras, seminarios y revistas de filosofía europeos estaban tomados por el existencialismo sartriano y las disputas clericales sobre aspectos psicóticos del marxismo leninismo. En el mejor de los casos, por empeños hermenéuticos sobre Heidegger. Hoy es todo lo contrario: aquel desconocido ha tomado el centro del escenario. Celebremos que en España la publicación de sus Obras Completas, gracias al sello Abada, ha llegado ya al quinto volumen, en el cual se incluyen algunos de sus escritos literarios como la "Infancia en Berlín" o la colección "Imágenes que piensan" en cuidada traducción de Jorge Navarro. Es la puerta ideal para visitar a Benjamin en sus más íntimas habitaciones.

    La llegada de Benjamin a la universidad ha sido lenta y difícil, no sólo por el inmovilismo que los marxistas impusieron durante décadas en tantos departamentos, sino también por la singularidad del escritor alemán. Benjamin no es fácil de integrar en ningún espacio ortodoxo, pero tampoco en alguna heterodoxia que rinda beneficios en el reparto mercantil de los créditos universitarios. En efecto, tiene Benjamin una fuerte influencia de la teología hebrea, pero también del marxismo; es un romántico de primera generación, la de Novalis, pero también un defensor de la tecnología "nihilista"; es un tradicionalista con decidido arraigo en la continuidad y sin embargo el más inteligente analista y partícipe de las vanguardias del siglo XX. Instalado en la contradicción permanente, ni siquiera puede apelarse a una evolución que hiciera de él un adolescente primitivista que en la edad madura descubre el mundo de la seriedad, porque es justamente en la última etapa (por ejemplo en el célebre "Sobre el concepto de historia", Libro 1, vol.2 de Abada) donde se muestra más alejado del marxismo y del sociologismo adorniano, pero mediante un inesperado regreso al mesianismo judío. La incongruencia puede (y quizás debe) destruir a cualquier pensador, pero no es el caso de Benjamin. Cada uno de sus rostros está asentado sobre una poética acumulativa cuya razón de ser expuso en sus trabajos sobre el montaje cinematográfico y en el crucial experimento de Los Pasajes. La incoherencia acaba siendo su mayor virtud.

    Hay, además, otro aspecto que no puede eludirse aunque parezca frívolo: junto con Wittgenstein, es el escritor de mayor adherencia sentimental entre lectores y estudiosos. Ambos, el vienés y el berlinés, poseen los atributos de la santidad laica. Wittgenstein por su altruismo, su austeridad, la novelesca estancia en Cambridge, los años eremíticos, su endiablado carácter. Una figura cinematográfica, sin duda. Pero Benjamin, con quien aún nadie se ha atrevido, es si cabe más instigador de identificación sentimental. Este hombre grueso, torpe, débil, incompetente, inofensivo, tuvo un final trágico que se ha contado mil veces, pero es imposible no repetirlo.

Cuando los nazis tomaron París, Benjamin se unió a un grupo de judíos que se proponía cruzar la frontera española para embarcar en Lisboa. Llevaba consigo una maleta que pesaba como si estuviera repleta de plomo. Nadie ha podido averiguar qué contenía. Sus compañeros, según el relato de una superviviente, le veían agotado, consumido, arrastrando por aquellas trochas pirenaicas un peso que les retrasaba y comprometía la vida de todos. Más de una vez los guías mercenarios amenazaron con dejarle atrás si no renunciaba a la maldita maleta, pero sus acompañantes impidieron que abandonaran a aquel pobre hombre, el cual, en cambio, les invitaba a continuar sin él. Cuando por fin llegaron a Port Bou el 26 de septiembre de 1940, se inscribió en la Fonda de Francia. Allí mismo se suicidaría unas horas más tarde, al constatar que los aduaneros rechazaban su entrada en España. Era un obstáculo burocrático que sin duda se habría podido arreglar (o comprar) en un par de días, pero Benjamin había alcanzado el límite. Tras su muerte se pierde para siempre el rastro de la maleta. El ayuntamiento de Port Bou le dedicó un bello monumento que, según dicen quienes lo han visitado en los últimos años, se encuentra en un estado lamentable.

La vida de Benjamin, como su obra, tiene el sello de lo propiamente humano desnudo de toda arrogancia: la búsqueda infatigable de alguna certeza, la fascinación de lo novedoso, el respeto por lo pasado, la seducción de la utopía, el no menos engañoso atractivo de la trascendencia, el cavilar premioso de la filosofía junto con la estampida poética. Sus escritos son a veces cegadoramente lúcidos e inmediatos, pero en no pocas ocasiones tienen la opacidad de la poesía moderna y son apenas comprensibles. De manera que todo en Benjamin, vida y obra, es incoherente y caótico, pero también es la mejor cabeza que ha pensado sobre la incoherencia y el caos de nuestro tiempo. Sirva para ello un solo ejemplo, el de su trabajo más difundido en las universidades, el titulado "La obra de arte en la época de su reproducción técnica" (Libro 1, vol.1 de la edición de Abada).

Bajo tan pomposo título se encuentra una de las más lúcidas reflexiones acerca del imperio de la tecnología sobre las artes y del uso que los regímenes totalitarios les estaban dando, es decir, su uso como arma de persuasión y propaganda. Sin embargo, y a pesar de la farragosa jerga marxistoide, el ensayo es también una primera y convincente defensa del arte democrático. Mucha gente puede creer que el adjetivo "democrático" tiene una connotación positiva porque se ha convertido en la religión política contemporánea, pero para Benjamin la democracia es tan sólo el mecanismo de control adecuado para una sociedad de masas enormemente potente y peligrosa. Dicho con simpleza: Benjamin es el primero en fundamentar positivamente el arte popular, el arte demótico, el arte "de la chusma" que todos sus compañeros sin excepción, comenzando por Adorno, execraban y atacaban despiadadamente desde el elitismo izquierdista.

La disputa llega hasta el día de hoy. No hace muchas semanas y con motivo del Mundial de Fútbol, uno de los últimos marxistas supervivientes, Terry Eagleton, publicaba un artículo que parecía escrito hace cuarenta años. En él acusaba a los aficionados al fútbol ("el populacho", los llama) de haber sido devorados por el fascismo y al espectáculo mismo lo tachaba de "opio del pueblo", como en vida de Engels. Daba risa, pero esa era la posición de la izquierda en la época de Adorno, cuyos artículos sobre música también nos hacen sonreír, sobre todo cuando se refieren a la música popular, el jazz o la "música de cine". Frente a esta posición reaccionaria, Benjamin no tenía la menor duda sobre lo inevitable de un arte popular y democrático en una sociedad tecnificada. Evidentemente él lo imaginaba en la senda del constructivismo ruso y el teatro de Brecht, pero también en la del cine de Hollywood donde Brecht ejercería de guionista. Yo creo que si Benjamin viviera en la actualidad, antes tomaría la senda de Zizek y sus análisis sobre las series de TV que la de Eagleton y su episcopal excomunión de las masas.

Así que desde el puerto del siglo XX los viejos filósofos nos despiden agitando pañuelos. La nave del siglo XXI se aleja lentamente y sobre la cubierta nosotros, supervivientes efímeros, contemplamos el muelle. Vemos cómo van mermando las figuras y buscamos con la mirada a Sartre, a Russell, a Luckacs, a Scheler, a Dilthey, a Husserl. Advertimos entonces un fenómeno inquietante: algunos empequeñecen más rápido que otros, pero también los hay que en lugar de menguar crecen. Entre los que crecen a gran velocidad se divisa un hombre gordo, con gafas y pantalones gastados, que acaba de perder el cuaderno donde estaba anotando algo sobre la brillante superficie de las aguas y la estela del navío que se aleja fatalmente, ineludiblemente. Estela que persiste unos minutos y luego también desaparece.

Artículo publicado el 17 de julio de 2010.

Leer más
profile avatar
19 de julio de 2010
Blogs de autor

Di que eres mi hermana

Los aficionados recordarán la historia de Abraham y Sara, en el Génesis, donde un lance de los que antes llamaban escabrosos se repite tres veces. Se ve que el pasaje era apreciado por el público, y los sucesivos redactores tuvieron la preocupación de suavizarlo y darle colorido moral. La primera vez, Abraham pide a su mujer, antes de entrar en Egipto, que diga ser su hermana, para que a él no lo maten, y en cambio obtenga beneficio de ella. El faraón se apodera de la mujer de Abraham, queda satisfecho de sus prestaciones, y compensa al pretendido hermano con esclavos y ganados en abundancia. Pero el dios de Abraham castiga al faraón con grandes plagas, y entonces éste echa del país al profeta, su señora, y sus pertenencias. En la segunda versión, el rey de los filisteos se queda con la pretendida hermana, pero el dios de Abraham interviene antes de que la toque, le avisa en sueños que restituya la mujer al profeta, y lo castiga con impotencia y esterilidad a él, a su esposa, y a todas sus concubinas, hasta que devuelve la mujer, y paga una fuerte indemnización. En la tercera versión, cambian los protagonistas, ahora es Isaac quien va al país de los filisteos y dice que su mujer Rebeca es su hermana, pero el rey ve por una ventana que no se conducen como hermanos, y los declara intocables.
En las tres versiones se celebra la astucia a costa del honor convencional. El profeta miente y se desentiende con facilidad de su mujer y de su papel de marido.  Eso remite a un época donde el marido como dueño y señor de su mujer era una moda reciente, y todavía era concebible volver al estilo anterior. En la sociedad matrilineal, el  marido tenía una categoría efímera, subordinada y no exclusiva. 
En el famoso Diálogo de almohada entre la reina irlandesa Medb y su marido Ailil, que transcribió el celtólogo Thurneysen, se pueden leer los rasgos principales de su relación. Es ella quien lo ha elegido a él; pero antes escogió a otros, y él tuvo que matar a uno de ellos para ascender a marido rey. Ella tiene “amistad de muslo” con otros y, si él tiene celos, puede vengarse matando alguno, pero es inconcebible que levante la mano sobre la reina, a la que debe su estatus. 
También Tácito narra con  algún asombro el caso de la reina Cartismandua, que repudió a su esposo el rey Venutius por una diferencia en política exterior, y tomó como esposo y rey a un escudero.
La forma de herencia patrilineal y la preeminencia del padre y marido se fueron imponiendo desde oriente hacia occidente, con vacilaciones, y a lo largo de muchas generaciones. Por ejemplo, todos los reyes romanos anteriores a la era republicana accedieron al trono por haberse casado con la reina. En la transmisión del poder romano rigió la herencia matrilineal hasta la era consular. 
Y milenios antes, en las tierras entre el Tigris y el Eufrates, ser marido de la diosa de la fertilidad era el título más preciado de los reyes. “Esposo amado de la diosa Inanna” es el apelativo supremo del rey Eannatum (c. 2500 a. C.). Lo cual no es una pretensión de divinización y apoteosis del rey, sino un vestigio de la herencia matrilineal, donde la reina hace rey.
El autor bíblico de la segunda versión de la mujer hermanada estaba molesto con dos problemas de honor que planteaba la primera versión: la mentira de Abraham y que la mujer del patriarca hubiese estado con el rey pagano. Para lo primero, explica que Sara era hermana de padre, pero no de madre, de su marido Abraham. Es decir, no era hermana según el parentesco matrilineal, donde sólo merece ese nombre la hermana de madre, y no importa quién sea el padre. Para aquello de si rozaron o no, aclara que el rey filisteo no tuvo tiempo de acercarse a su nueva adquisición, y que Sara recibió de él esta explicación: “Mira, le he dado a tu hermano mil monedas de plata. Serán para ti como un velo en los ojos de los que están contigo, y de todo esto quedarás justificada”. 
Por más archipatriarcal que parezca la Biblia, en el caso de la mujer hermanada hay ecos de la antigua moda matrilineal, y sugiere que el cambio no pudo ser muy anterior al momento en que se puso por escrito.
La herencia matrilineal tambien está en el fondo de las peripecias de los héroes griegos. Igual que los reyes romanos, todos ellos debían su estatus a estar casados con una reina. Menelao es rey de Esparta gracias a su matrimonio con Helena, y Agamenón reina sobre Micenas por ser el marido de Clitemestra. Las reinas son ellas; y ellos, por más que ejerzan la función de déspota, no poseen ni transmiten derecho alguno al trono.
En Itaca reina Penélope, a la que Ulises debe el haber sido rey. Ni Laertes, padre del héroe ausente, ni Telémaco, su hijo, han sido ni serán reyes de Itaca, porque sólo es posible serlo si uno se casa con la reina. En cuanto Penélope elija cualquiera de los pretendientes, lo convertirá en rey. Nunca se habla de los derechos de Ulises al trono, sino de que los pretendientes se esfuerzan por obtener el favor de Penélope y adquirir de su mano la dignidad real. El marido de Penélope reinará en Itaca, como lo hizo Ulises mientras fue su marido.
En tanto no regresa, Ulises no es un rey exiliado, sino un don nadie. Sólo si Penélope lo acepta, volverá a ser marido y rey. Por eso se disfraza al llegar a Itaca, debe asegurarse de si la reina querrá o no. 
La versión medieval irlandesa de las aventuras de Ulises, como más sensible al problema que la herencia matrilineal supone para el héroe, porque en Irlanda rigió hasta mucho más tarde que en otros sitios, pone esta reflexión en su boca, cuando ve las montañas de Itaca: “Duro será lo que encontraremos, otro hombre tendrá a la bella y dulce reina que dejamos, otro rey nuestro territorio…”
Agamenón, pastor de pueblos y rey de Micenas, es asesinado por Egisto quien de inmediato es reconocido rey de Micenas por la reina Clitemestra. Orestes, hijo de  la reina y del rey liquidado, no mata siete años después a Egisto y Clitemestra en desempeño del papel de pretendiente al trono, sino como ciudadano particular que arregla sus asuntos y, como tal, debe huir del país. Y si, un par de siglos más tarde, Eurípides lo hace rey de Micenas, nos ofrece justamente una prueba del cambio teatral que supuso la implantación de la herencia patrilineal.
Edipo hará los aparatos que quiera, pero bien sabe que sólo puede acceder a la dignidad real si se casa con la reina. Porque los hijos de reina tienen claro el repertorio de heroicidades; o hacen un mammy end, como Orestes, o se casan con su madre haciendo que no sabían, como Edipo. De lo contrario, les pasa como a Telémaco que, como no va a matar a su madre, ni a casarse con ella, está condenado a la insignificancia.
Ahora anuncian la abolición del marido dueño y señor. Hay modas que vuelven, pero nunca son del todo iguales.
Leer más
profile avatar
19 de julio de 2010
Blogs de autor

¿Quién puso en marcha la centrifugadora?

No vamos a ponernos de acuerdo. Los historiadores deberán realizar su labor dentro de unos años. Ahora en caliente todavía es el tiempo del periodismo, que quiere decir recoger y filtrar lo mejor posible los datos e interpretaciones. Pero el tópico está ya escrito y consagrado. Recojámoslo: a veces responden a la verdad. Pero aportemos, si es posible, otros datos.

El tópico es bien claro. Pasqual Maragall, que ganaba en votos pero no en escaños, prometió reformar el Estatuto de Cataluña para dar satisfacción a los únicos que podían darle el poder, los independentistas de Esquerra Republicana. Firmó con ellos el Pacto del Tinell, por el que se conjuraban contra el Partido Popular, y apoyó a Zapatero en su elección por escasos nueve votos como secretario general del PSOE. En la campaña electoral catalana Zapatero le devolvió el ascensor con su promesa de apoyar el Estatuto que saliera del Parlamento de Cataluña y luego ya llegó la victoria inesperada y La Moncloa. La centrifugadora ya estaba en marcha. Hay otra teoría con algo más de profundidad temporal. José María Aznar pudo gobernar en 1996 gracias al Pacto del Majestic con Convergència i Unió. Los nacionalistas catalanes, ya empeñados en ensanchar el autogobierno, pospusieron a instancias del PP toda idea de reforma estatutaria en aras de la moneda única y de las ventajas que obtuvieron en impuestos y en traspasos de nuevas competencias, como la policía de tráfico. Cuando Aznar venció por mayoría absoluta de 2000, rompió con Pujol y desplegó un programa oculto de restauración nacionalista española que despertó la fiera dormida del independentismo catalán: Esquerra Republicana obtuvo en las elecciones catalanas de 2003 el mejor resultado de su historia, con 23 diputados y 16?5 por ciento de los votos. Ya tenemos, pues, a dos candidatos. Maragall, como dice el tópico, y Aznar, como recomienda una visión con algo más de perspectiva. Ambos tienen dos réplicas o avatares: Montilla y Rajoy, responsable el primero de toda la estrategia catalana frente al Tribunal Constitucional y su sentencia, y el segundo de las campañas y el recurso del PP contra el Estatuto de Cataluña. Aparecen en el escenario como moderadores de sus antecesores, pero a la hora de la verdad revelan idéntica dureza de posiciones. Ésas son las manos visibles de la historia. Si Aznar no hubiera roto con Pujol. Si Maragall no hubiera pactado con Carod. Si Rajoy no hubiera obedecido al aznarismo. Si Montilla no hubiera mantenido el tripartito. También hay manos invisibles, de explicación más difícil. Sin rostro, las culpas dejan de tener interés y calor humano. Pero cabe buscar en el contexto internacional algunas pistas para saber qué ha sucedido en esta última década para que la política española se polarizara en un choque de trenes nacionalistas, con sus banderas, sentimientos, mutuas imprecaciones a veces llenas de pasiones impresentables y agravios simétricos hasta llegar incluso a campañas y boicots económicos. Estos diez años son la década pérdida de Europa. La Unión Europea se ha ampliado hasta 27 miembros, consiguiendo al fin la unificación del continente antaño dividido con la Guerra Fría; pero sin avanzar en la unión política, más bien al contrario. Fracasó el proyecto de Constitución Europea, rechazado por Francia y Holanda en sendas consultas populares. El Tratado de Lisboa, que debía recoger sus aspectos más imprescindibles, fue también rechazado por los ciudadanos irlandeses y sufrió la dilación en su ratificación de Polonia y Chequia. La política divisiva neocon de George Bush, auxiliado por Blair y Aznar, produjo también sus efectos. Se rompieron las solidaridades y equilibrios intraeuropeos. Cada uno fue por su lado, en una abierta renacionalización de las políticas europeas. Los tres grandes, Alemania, Francia y Reino Unido, quisieron recuperar protagonismo ante el desvanecimiento de las promesas europeas. Y se difuminó el sueño de que los viejos estados-nación iban a acomodarse a la unidad europea y a un mundo posnacional. ¿Alguien podía pensar que las viejas naciones de la Península ibérica iban a permanecer inertes ante esta reciente evolución de nuestro mundo? Lo más grave es que, al final, en esta fuerza centrífuga hay una trampa: Europa se hace más pequeña y menos protagonista, y así sucede y va a suceder todavía más con todos sus componentes, grandes y pequeños, con Estado o sin él.

Leer más
profile avatar
19 de julio de 2010
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.