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Heraldos del fin

Salto de la cama, hay un altoparlante que brama allá afuera. No entiendo qué dice, pero me lavo la cara como si fuera la última vez. Tal vez sea el comienzo de la guerra que tanto han anunciado en los últimos días. Mi hijo duerme hasta tarde y tengo el deseo de despertarlo para advertirle, pero no comprendo las palabras lanzadas por esa camioneta que ya se aleja hacia la avenida. ¿Cuándo van rendir cuentas quienes nos atemorizan? Esos que se han pasado décadas sacudiendo frente a nuestros rostros el fantasma del cataclismo. Es muy cómodo pronosticar y clamar por la guerra cuando se tiene un búnker, soldados, un chaleco antibalas. A esos heraldos del fin les vendría bien estar aquí, entre el zumbido de la bocina y el hijo que abre los ojos y pregunta asustado ?¿Mami, qué pasa que hay tanto ruido??

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21 de julio de 2010
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El escritor piletero

Félix Bruzzone El año pasado, en una encuesta sobre la década literaria de los 2,000 en Argentina, el libro (desconocido entonces para mí, al igual que su autor) de Félix Bruzzone Los topos destacaba nítidamente con varias menciones. Tuve la oportunidad de conseguirlo a principios de este año en Eterna Cadencia, pero aun no de leerlo. Una entrevista en el Suplemento Ñ del diario Clarín me da la oportunidad de subsanar este olvido y ponerme a buscar el libro en la biblioteca (ya lo tengo en la mesa de noche), además de darme un dato adicional, e innegablemente extraño, sobre el autor. Trabaja como piletero, es decir, limpiando piscinas. ?Al trabajo de piletero le tengo que agradecer muchas cosas porque yo fui a un bachillerato para niños bobos de Recoleta, donde te enseñan a ser gerente y no tenés ideas de cuestiones manuales? ha declarado.  Les dejo aquí algunas respuestas y mi firme deseo de leer, al fin, Los topos.

-Tanto en ?Los topos? como en los cuentos de ?76? hay una constante: los personajes quieren saber y no saben. En ?Barrefondo?, el protagonista tiene esa misma incertidumbre.-Lo que hay es una imposibilidad de saber, pero por motivos diferentes. En Los topos era una imposibilidad que no dependía de él ni de ninguna otra cosa. Dependía de una situación histórica. Y acá depende de una artimaña de una banda de delincuentes. Es un juego que están haciendo con el personaje. Pero es cierto: es una constante. Un personaje que descubre algunas cosas que no sabe de sus padres y que no entiende. Y después también termina queriendo borrar a los padres. Y escribir su propia historia. -¿Qué expresa esa incertidumbre del saber?-La figura del tipo que está buscando un padre desaparecido tiene eso: que al no estar ni siquiera el cuerpo nunca podrá saber qué pasó. Construirá millones de fantasías a través de esos hechos. Me dijeron que cuando sos hijo de desaparecidos te podés imaginar que tenés un hermano en cautiverio. A mí no me pasó, aunque cuando terminé de escribir Los topos sí lo hice: mirá si mi vieja quedó embarazada en cautiverio. Podría haber pasado. El no saber, para estos tipos que tienen parientes desaparecidos, termina siendo el final de toda búsqueda: siempre terminará con que no sabe. Después tenés como ideas-placebo: uno dice que logré averiguar que mi vieja estuvo en tal lugar y que la tiraron al río y ya está: llegué a la verdad. Pero esa no es la verdad. Creo que en la literatura está bueno que pase eso, que no se sepa, que el personaje esté como con algo roto, que no lo pueda arreglar, que no haya forma.-El lenguaje en ?Barrefondo? es particular: entre lumpen, retro y absurdo, con frases como ?todo mermelada? o ?quedarse almeja?. ¿Cómo lo trabajó?-Es un lenguaje adaptado. Da cuenta de dónde viene, para él, el cambio lingüístico que se produce. Cómo construye su forma de hablar y su forma de ver las cosas. No las construye de sus parientes más cercanos ni de una tradición sino de un compañero de trabajo.-¿Y qué le aportaba un personaje piletero?-El del piletero me pareció un territorio fronterizo, de muchas situaciones sociales y también personales para este personaje: no es sólo el trabajo del piletero, es un lugar del conurbano donde hay una gran variedad de formas de vivir. Barrios cerrados, Campo de Mayo y villas miseria. Hay una influencia de Campo de Mayo, que es limítrofe con Don Torcuato. Cuando se hacen los golpes militares, los tanques salen de ahí y van por la 202. Además, me interesaba la relación entre el piletero y el cliente. Porque es la de un padre y un hijo. Hay muchos tipos que tienen pileta que mandan a sus hijos a limpiarla.-Terminó escribiendo sobre lo que quería dejar de escribir.-Tanto es así que cuando ubiqué al personaje viviendo en el fondo de su casa que da a Campo de Mayo, apareció el proyecto de ahondar sobre este lugar, no sólo militar sino también público. Y de alguna forma es volver sobre los problemas de los otros libros porque Campo de Mayo tendrá, siempre, la historia de haber tenido un campo de detención clandestino. Yo, queriendo escribir otra cosa, de alguna forma terminé siendo atraído por esa zona.

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21 de julio de 2010
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El doble de Coetzee

carátula del libro Una nota en La Nación sobre el desdoblamiento de JM Coetzee en Verano. Un libro espléndido, tremendo, la honestidad de un artificio, un cierre de vida, que espero puedan leer pronto como lo hice yo ayer, devorándome las páginas y preguntándome por mi propio verano. Dice la reseña:

La construcción es menos complicada de lo que parece: los apuntes del comienzo siembran la suficiente incertidumbre como para alentar la curiosidad del lector. Vamos en busca del personaje cuya biografía se intenta componer, y las cinco entrevistas que se suceden suministran otros tantos retratos parciales, siempre subjetivos y, en cierta medida coincidentes, pero al mismo tiempo nos proponen otras historias que enriquecen el relato: las propias, las que han vivido cuando se relacionaron con Coetzee (y antes, o después), y las que permiten al autor extender su mirada hasta abarcar una llamativa variedad de cuestiones, desde el desarraigo, la culpa y la precariedad de los afectos hasta el aislamiento sudafricano, la complejidad de su realidad social o la naturaleza de la novela. En ese sentido, gracias a la agudeza y la sabiduría del autor, el libro es de una riqueza poco común. Como lo son sus personajes, en cuya interioridad se sumerge para revelarlos sin retórica, sólo y nítidamente a través de sus acciones o sus palabras. En cierto momento, se pregunta si no es inmoral que por causa de la fama exista más interés en su vida personal que, por ejemplo, en la de un refugiado brasileño (el marido de una de las entrevistadas) que trabajaba en un depósito de Ciudad del Cabo como guardia de seguridad y terminó muerto de un hachazo por una banda de asaltantes. Historias como ésa, la del padre enfermo con el que convive, la de la prima que fue su noviecita de infancia y aún guarda cierta ternura hacia su memoria, la de la mujer casada que fue su amante y lo define como un hombre frío, reprimido en el sentido más amplio, ajeno a la realidad e incapaz de conectarse de verdad con otro ser, o las de los restantes personajes que entran en escena confieren al relato vitalidad y vibración humana y revelan en todo su esplendor la maestría narrativa de Coetzee (no hay que olvidar que es él quien habla por boca de todos los personajes), así como la implacable honestidad con que ha emprendido su ejercicio de introspección. Con este artificio del desdoblamiento, que ya ha empleado en otras oportunidades (piénsese en Elizabeth Costello), puede ser a la vez el autor y el personaje, dialogar y discutir, depositar en uno las confesiones que el otro necesita descargar. Sólo que aquí Coetzee es el doble de Coetzee. Si el ejercicio de la confesión persigue, antes que nada decirse la verdad a uno mismo, se puede imaginar que Verano es otro tramo del diálogo que el autor sudafricano ha venido sosteniendo con sus dobles. Pero también puede ser que ni el autor ni su criatura estén demasiado seguros de esa verdad y apuesten a que ella se revele , o al menos se deje percibir, en el transcurso del diálogo, es decir, como fruto de la ficción misma.

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20 de julio de 2010
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La España de hoy

 

A principios de los años ochenta, cuando el gobierno de UCD afrontaba los mil conflictos de la Transición, yo era uno de los jóvenes periodistas que recorrían España tomando nota de lo que pasaba. La tarea me obligaba a ser cliente habitual de la compañía que por entonces monopolizaba las líneas aéreas del país. Recuerdo que en cierta ocasión se convocó una huelga de controladores y, acto seguido, otra de pilotos. El forcejeo de los sindicatos con las autoridades del ramo era intenso y daba pie a situaciones rocambolescas. Los pasajeros acudían al aeropuerto con los peores presagios y cuando se encontraban retenidos en tierra sin previo aviso montaban en cólera. Recuerdo haber asistido a verdaderas batallas campales entre los clientes y una consternada Guardia Civil. Eran los directivos de maletín y corbata los que perdían la compostura con más facilidad y no era raro ver cómo se liaban a bofetadas con el personal de (lo que hoy llamamos) AENA. La irritación del pasaje estallaba cuando el servicio no se cumplía y entre gritos, pitadas, sentadas y zarandeos podíamos pasar jornadas de gran agitación. Las escenas no siempre eran agradables: gente vociferante dispuesta a dar empujones, aullidos histéricos y manifiestos abusos de poder. Pero entonces el usuario era enormemente susceptible con sus derechos y no consentía fácilmente verlos pisoteados. La mayoría esperaba recibir el servicio que había pagado y no concebía que las cosas pudieran ser de otro modo. Pensaba en todo ello la semana pasada, cuando una huelga no declarada de controladores aéreos canceló nuestro vuelo durante varias horas. Los pasajeros, que hacían cola ante el portal de embarque, se mantuvieron impertérritos mirando el asiento vacío de la azafata desaparecida. En la pantalla no se anunciaba la cancelación, ni el retraso ni, por supuesto, las causas de lo que, por otro lado, no se declaraba. Los pasajeros permanecían en silencio pues no deseaban conversar con los desconocidos que compartían la tediosa espera. Ninguno levantó la voz, ni agitó los brazos con fastidio, ni tan siquiera increpó a los empleados que deambulaban sin nada que hacer. Todos pensaban que los responsables de informar no sabían nada y que cualquier exigencia sería inútil. El adocenamiento del pasaje fue un espectáculo de mansedumbre impresionante. Ni siquiera abandonaron su sitio en la cola, aún teniendo todos ellos su billete con el asiento numerado.

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20 de julio de 2010
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Ventas digitales

Lo que se viene Se viene, se viene, se viene? Amazon anuncia que vende más libros digitales que en tapa dura. Se viene. Y nadie puede estar más contento que yo con la noticia. Todas las novedades al alcance de un iPad o un Kindle. ¿Se imaginan? Aunque los distribuidores se resistan a saldar los libros en bodega. Aunque sigan diciendo que no quieren ?botar? los precios. Aunque sigan olfateando cómo se honguea el papel en las librerías con libros que no se venderán? Se viene y entonces todo será muy tarde?

Era una cuestión de tiempo: Amazon ya vende más libros digitales que en tapa dura, aunque estos también siguen incrementando. El responsable de la firma, Jeffrey P. Bezos, ha detallado en un comunicado que Amazon lleva 15 años vendiendo libros convencionales y ?tan sólo 33 meses? ofreciendo libros para el Kindle. La compañía señala que, en los últimos tres meses, por cada cien libros tradicionales vendidos en Amazon.com, la compañía ha vendido 143 electrónicos, una cifra que aumenta cuando se tienen en cuenta los datos de sólo el último mes, cuando por cada cien libros físicos, excluyendo los de bolsillo, se compraron 180 ejemplares para el Kindle. El pasado día de Navidad fue la primera vez que los clientes de Amazon compraron en un sólo día más libros digitales que libros físicos. Las ventas en Amazon se ven claramente beneficiadas por un contexto de expansión del libro electrónico. Según los datos ofrecidos por el sector y recogidos por The New York Times, las ventas de libros se han multiplicado por cuatro hasta mayo en EE UU. Tampoco le va mal al libro de papel en tapa dura, el formato tradicional en el que se publican las novedades, y que según estas mismas cifras ha vendido un 22% más en lo que va de año. En cualquier caso, estos datos no incluyen los casi dos millones de libros electrónicos que son gratis en el lector de Amazon porque al haber sido publicados antes de 1923 no tienen derechos de reproducción. (?) La buena marcha del lector electrónico de Amazon se manifiesta en el mismo período en el que iPad de Apple, que funciona también como lector electrónico, se ha hecho un hueco importante en el sector. Los inversores están pendientes de conocer el jueves los resultados del segundo trimestre de Amazon, que dará a conocer tras el cierre del mercado de valores neoyorquino unas cuentas que algunos analistas han previsto que reflejen un aumento de sus ventas en un 41 por ciento y una ganancia neta por acción de 55 centavos.

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20 de julio de 2010
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a "seemingly anachronistic tool"

criterion Confirmo en la reseña de NYT al libro Hamlet´s Blacberry (A Practical Philosophy for Building a Good Life in the Digital Age), de Williams Power, lo que siempre sospeché: soy absolutamente anacrónico. 

Powers spends too much time describing the techno bind that we find ourselves in today and that we already know so well. But for the most part his ruminations are penetrating, his language clear and strong, and his historical references are restorative. As a salve for those who are perhaps prematurely mourning the death of paper, Powers writes of his preference for jotting down ideas in a Moleskine notebook, a ?seemingly anachronistic tool? that he feels is essential to his well-being. Most writers still love paper. Some things are irreplaceable, and Powers explains why. His notebook allows him to ?pull ideas not only out of my mind but out of the ethereal digital dimension and give them material presence and stability. Yes, you exist,? the notebook reminds us, ?you are worthy of this world.?

Pero también tengo un iPhone.

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20 de julio de 2010
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Filosofía y unidad de la razón

Lo que decía en el texto anterior sobre la filosofía como unidad focal designificación implica  que poner el énfasis en el vínculo entre filosofía y ciencia puede incluso ser contrario a la exigencia filosófica, si no se precisa que la filosofía es algo más que meta- ciencia. No se trata en absoluto de decir que tras la práctica científica surgen problemas teóricos a cuya confrontación llamaríamos filosofía. Se trata precisamente de reivindicar  una jerarquía contraria:

De las interrogaciones elementales surge la necesidad de análisis de fenómenos,  descripción de los mismos, y eventual ordenación en conjuntos, a todo lo cual   denominamos ciencia. De la ciencia pueden surgir aporías, por ejemplo relativas a la coherencia de sus diferentes ramas, que no conciernen directamente a lo que se planteaba en el origen. En este caso la meta-ciencia no es (al menos directamente) filosófica. Mas también ocurre que la reflexión meta-científica enlaza directamente con lo que desde el origen se formulaba, y entonces estamos de lleno en la filosofía.

Así prácticamente la totalidad de la producción meta-científica de Einstein,  en este caso meta-física, es puro retorno a los problemas de espacio tiempo, continuidad y cosmología que ocupan a la filosofía desde siempre, y  sistemáticamente al menos desde Aristóteles. Pueden darse muchos otros ejemplos de este auténtico reencuentro de la ciencia con su origen. Origen que debería determinar algo más que las consideraciones de aquellos científicos que (como en los casos de Einstein, John Bell o Erwing Schrödinger)  están ya avanzados en su propia disciplina.

Si la enseñanza, desde prácticamente la escuela primaria,  tuviera en cuenta el intrínseco lazo entre todas y cada una de las disciplinas del saber y las interrogaciones elementales de la Filosofía, si la savia  de esta ultima siguiera vigorizando el brazo de ella surgdo que constituye una disciplina particular...entonces no se daría  esa sensación, a la vez de dificultad y de indiferencia, que paraliza a tantos escolares a la hora de elegir entre materias  que, en apariencia, carecen de conexión entre ellas y de lazo con lo que a la vida de los hombres da sentido.

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20 de julio de 2010
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Deprisa, deprisa

 

               

            "Si me das a elegir/ Entre tú y la riqueza/ Con esa grandeza/ Que lleva consigo, ay amor/ Me quedo contigo/ Si me das a elegir/ Entre tú y la gloria/ Pa que hable la historia de mi/ Por los siglos, ay amor/ Me quedo contigo./ Pues me he enamorado/ Y te quiero y te quiero/ Y solo deseo/ Estar a tu lado/ Soñar con tus ojos/ Besarte los labios/ Sentirme en tus brazos/ Que soy muy feliz./ Si me das a elegir/ Entre tú y ese cielo/ Donde libre es el vuelo/ Para ir a otros nidos, ay, amor/ Me quedo contigo./ Si me das a elegir entre tú y mis ideas/ Que yo sin ellas/ Soy un hombre perdido, ay, amor/ Me quedo contigo". La voz oscura y tierna de los Chunguitos casi me hunde en la melancolía, en la nostalgia, en un tiempo que se fue rápidamente, que se llevó aquellos años dorados en que empezábamos a respirar cada uno a nuestro modo, cada uno como sabíamos y podíamos. Los 80 pasaron como un rayo, deprisa, deprisa. Teníamos ansia de vida, queríamos engancharnos al último vagón de un mundo que había vivido sin nosotros. Se había terminado el aletargamiento, la resignación y buscábamos la verdad. "Me quedo contigo"  marcó a fuego aquellos primeros años 80 en que la democracia era joven, la libertad era joven, la droga entraba a raudales.  Pero Madrid aún era viejo. Existía un Madrid aburguesado y un Madrid proletario. Buenas zonas y esas otras de la periferia desconocidas para mucha gente y separadas del centro por mucho más que unas cuantas paradas de metro. El Madrid proletario no era sólo pobre, sino feo, hostil a la vista. Un feísmo que Almodóvar supo atrapar con mano prodigiosa en Qué he hecho yo para merecer esto, una película que nos cuenta la verdadera transición de esta ciudad, que viene del boom imobiliario del franquismo y de la supervivencia sorda de un apareja de posguerra (José Luis López Vázquez y Mary Carrillo, en El Pisito, de Marco Ferreri), a la supervivencia desesperada de sus posibles hijos y nietos de Qué he hecho yo para merecer esto. Es como si aquel mismo piso nuevo de El pisito, levantado a las afueras entre barro y hormigoneras, fuera el de Qué he hecho yo... treinta años después, avejentado y triste, ocupado por una inmigración de segunda o tercera generación venida del pueblo, y que le sirve a Almodóvar para juntar a los abuelos, hijos y nietos en un poema de inocencias perdidas.

            El mismo Almodóvar de Pepi, Luci, Boom..., que se puso las mallas de La Movida, volvió la vista hacia los deprimentes bloques colmeneros donde habían venido a refugiarse las gentes de los pueblos manchegos, extremeños, andaluces, que no tenían más remedio que emigrar, y que él conocía y comprendía. Mientras que La Movida era sofisticada y su contracultura se desarrollaba en Malasaña, en el planeta de las afueras  también se movía algo, pero sin pretensiones, sin objetivos, sin nada. Un frenético ir y venir de unos chicos fuera de control, que no estaban dispuestos a que les vinieran las cosas, y querían cogerlas, arrancarlas de quien fuera y de donde fuera. Como le dice Pablo a Ángela en la hermosa película de Saura Deprisa, deprisa: "¿No querías el mar? Pues ahí lo tienes, todo para ti". Delincuentes chapuceros movidos por deseos urgentes. Fueron los  protagonistas más auténticos y con menos suerte de una época romántica y frenética, sin ellos saberlo. Hasta que el cine les echó el ojo y se volvió loco con sus voces barriobajeras, anticultas, llenas de frescura y naturalidad. Eran directos, sin prejuicios, ni juicios, todo valía con tal de vivir y todo era normal. No parecían venir de un pasado ni ir hacia ningún futuro, creaban su vida y eran molestos. No fingían, no era una pose ni tuvieron tiempo de pensar un plan alternativo: los ochenta acabaron con los ochenta y los quinquis con los quinquis. José Antonio Valdemar (Pablo) murió por una sobredosis de heroína y de Berta Socuéllamos (Ángela) no quiso volver a saber nada del cine. Fue la época desgarrada de Las Grecas, la época en que el flamenco se hizo moderno, del motín de la cárcel de Carabanchel, de Lole y Manuel, de la cachimba de Los Chichos y del Vaquilla como portada del Fotogramas. Y ahora la Casa Encendida recupera a los "Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle" con una exposición y un ciclo de cine. : "Ay, qué dolor", cantan los Chunguitos.

 
 
 
 
 
 
 
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20 de julio de 2010
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Crónica rosa y vida política

Los mundos de la política y del corazón tienen raras intersecciones. Raras por lo peculiares y curiosas, no por infrecuentes. Hay una intersección casi institucional en las monarquías: la antidemocrática regla de convertir a alguien en Jefe del Estado por el mero hecho de haber sido engendrado por quien deja vacante el trono convierte la cama y el foro político en espacios idénticos. Algunos presidentes saben jugar bien sus cartas y sus afinidades para convertirse en sombras miméticas de los monarcas: ahí está Sarkozy como ejemplo sublime y Berlusconi como carnavalesca inversión de la dignidad monárquica. En el de Estados Unidos, gracias a su potestad imperial, crónica rosa y crónica política son también idénticas. Y si no que se lo pregunten a Bill Clinton.

Pero donde el fenómeno adquiere tintes más interesantes no es precisamente en las cúspides del poder, sino en sus aledaños, donde a veces surgen políticos especiales, vocacionalmente abocados a la mezcla de cama y foro, propensos a expansiones públicas sobre su vida privada y a mezclas explosivas entre sus intereses particulares y los intereses generales. Son los niños mimados de la televisión y de sus tertulias, y en algunos casos incluso participantes activos y exitosos. Airean sus divorcios con la misma facilidad que sus creencias y se les nota mucho más cómodos haciendo vidas de famosos que de representantes de la soberanía popular. ` En un momento de divorcio entre gobernantes y gobernados, de creciente desafección por la política y de quiebra de las ideologías y de los valores, estos personajes aparecen como los más cercanos, los únicos capaces de suscitar afectos de sus conciudadanos y, en cualquiera de los casos, los que parecen gozar de mayor libertad para hablar con claridad y contar lo que piensan y sienten. Pero si alguien creyera que son portadores de alguna nueva idea y de alguna alternativa útil estaría equivocado. El aura que les rodea es vieja como la idea de democracia en la antigua Grecia, aunque aparezcan ahora electrizando a las masas gracias a las tecnologías digitales. Son los demagogos de siempre y los populistas de nuestros días.

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20 de julio de 2010
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