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La vida fácil

Javier Fernández de Castro

 

La sola mención de que el autor, Richard Price, fue el guionista de The Whire basta para que el lector potencial de por sentado que La vida fácil es una novela ágil,  visceral y contundente, y con unos diálogos tan expresivos que harán innecesarias las descripciones. Y sí, pero no.

                Basta leer el prólogo, titulado "Pesca nocturna en Delancey" para constatar que, en efecto, Richard Price es un maestro del diálogo y que ni siquiera el filtro de la traducción (la cual, por cierto, es excelente) le resta expresividad y capacidad para crear personajes y situaciones con una prodigiosa economía de medios. Y pongo un ejemplo: cuatro tipos de la fuerza operativa Calidad de Vida, ataviados con sudaderas que les dan un aspecto supuestamente anodino, patrullan a bordo de un falso taxi. En una luz roja se les pone al lado un coche cuyo conductor, tras bajar la ventanilla, se dirige a ellos llamándoles agentes."¿Ha dicho agentes?", exclaman  los agentes supercamuflados.

                Ese taxi que, silencioso como un ángel vengador navega por las calles desiertas del Lower East Side tendrá luego una gran influencia en el desarrollo de una trama que no puede ser más sencilla: tres falsos camareros ( y se dice falsos porque la estancia de todos ellos tras la barra es circunstancial debido a unas difusas aspiraciones literarias) caminan completamente borrachos a altas horas de la noche cuando les salen al paso dos raterillos. Lo que debería haber sido un atraco rutinario se transforma en tragedia porque una de las tres víctimas, a saber por qué, se rebela diciendo "No, esta noche no", y ello le cuesta un tiro en el corazón.

                A partir de ahí, y fundamentalmente a través de las salas de interrogatorios,  pero también durante los registros domiciliarios, el rastreo por las calles, la búsqueda sistemática de testigos y la paulatina aparición de los familiares y el entorno de las víctimas y los sospechosos, así como también los familiares y el entorno de los propios policías, Price se las arregla para llevar a cabo la prodigiosa reconstrucción de un barrio que originariamente fue judío, pero que hoy es sólo un barrio más de Nueva York, es decir, un entramado de calles y callejones donde se alzan viejos edificios en los que se hacinan centenares de personas sin apenas rasgos que las definan. El color de la piel o la religión, el origen nacional y la lengua son tan escasamente significativos como los nombres, muchas veces reducidos a un simple mote, o transformados con fines delictivos.

                Y lo mismo pasa con los rasgos morales. El entorno, el Lower East Side, es en sí mismo una entidad tan sólida, y su entramado de leyes y normas no escritas, o las relaciones de parentesco, amistad, pertenencia y afinidad ha sido tan perfectamente estructuradas que las individualidad se diluye en lo colectivo. Y por lo tanto las leyes de la moral general, o la distinción entre el bien y el mal carecen de sentido porque tampoco es concebible tal cosa como  el libre albedrio. En cuyo caso, la misión de las llamadas fuerzas del orden consiste en lograr que cada individuo encaje en el lugar que le corresponde para que el entramado social no se atasque y su maquinaria pueda seguir funcionando. Así, cuando el policía se dirige a la sala de interrogatorios y quiere saber qué le aguarda allí, no pregunta si el detenido es culpable o inocente, o qué solidez tienen las pruebas acumuladas contra él. Sólo pregunta: "¿Es blandito?". O sea: "¿Me va a costar mucho ponerle en su sitio?". Y cuando termina el interrogatorio y sus jefes quieren saber si lo considera culpable o inocente, su dictamen es: "Trapichea un poco con marihuana pero no es mal chico". Que puesto en boca de un policía tiene su aquel.

                Por descontando que hay ejemplos inolvidables de la famosa habilidad de Richard Price para el diálogo, y ahí está para corroborarlo la genial descripción de la ex mujer del viejo sargento que hace de protagonista: sólo interviene cuatro o cinco veces y únicamente por teléfono, pero la causticidad de sus respuestas la retratan con tanta nitidez como si su figura hubiese sido recortada con un bisturí. Cabe sin embargo una observación: La vida fácil es una novela fascinante pero lenta porque, además de contar una historia Richard Price está llevando a cabo la reconstrucción de un universo, y parafraseando el viejo dicho castellano, tampoco Zamora se conquistó en una hora. La narración engancha desde las primeras páginas y, pese a que a veces se estanca o traza grandes meandros,  ya no se puede soltar hasta el final, ello aun sabiendo que no habrá buenos ni malos y que los culpables no van a ser castigados ni los buenos premiados como unos y otros merecen.

 

La vida fácil

Richard Price

Mondadori

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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