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Música para indigentes

Era a la caída de una tarde otoñal y estábamos en un hayedo no muy apartado de la frontera de Irún, bañados por esa luminosidad bermeja que disuelve las formas y convoca fantasmas, apariciones, brujerías. Llevábamos atornillados los auriculares y cada uno escuchaba lo suyo. Yo veía con toda nitidez saltar por entre los troncos un grupo de gnomos y ninfas silvanos, pero es que lo mío eran unos cuartetos de Mendelsohn pura estampa de märchen. En cambio Ferrán, que llevaba puesto un Beethoven terminal, el Op.130 con su tremenda secuela, parecía enroscarse en el tronco de las hayas como la serpiente del Edén, seguramente siguiendo el desarrollo de la Gran Fuga.

Cuando amainó el torbellino y nos quitamos los cascos comentó que el siglo XX iba a quedar como el más bárbaro y criminal de todos los siglos, pero también como el que inventó un aparatito para llevar la música metida en el cerebro y que sólo por eso ya le debíamos agradecimiento perenne. Es cierto. Eso de que puedas pasear entre el ruido y la furia mientras por tus sesos fluyen los dorados ríos de Debussy o las añagazas nocturnas de Bartók, es supremo.

Leo ahora, en el Diapason de este mes, que el CD corre serio peligro porque se ha inventado un sistema que mejora ampliamente la audición. La cada vez más liviana desmaterialización del sonido en conserva ahora ya no precisa de ningún soporte físico. El nuevo sistema es un interfaz audionumérico y el modelo con el que se hizo la prueba es un AirStream de HD Audio-Micromega.

En pocas palabras el sistema transmite vía WiFi los ficheros sonoros desde el ordenador hasta la cadena de alta fidelidad. Al parecer la calidad del sonido es cinco veces superior a la del mejor Compacto (de 44'1 a 192 kHz, para quienes lo entiendan). Si a esto le añadimos que muchas de las mejores orquestas del mundo ya no graban discos sino que cuelgan sus conciertos en red para que te los bajes previo pago (menor al de un disco), el sistema tiene posibilidades de ofrecer un sonido de máxima calidad a un precio más barato. Y esto es imbatible.

El director de la revista, Emmanuel Dupuy, comenta que a pesar de todo muchos aficionados no podrán jamás prescindir de algo tan arqueológico como el libreto, la letra, el texto, e incluso las fotos que vienen con el compacto. De ser cierto, estoy persuadido de que los ficheros de AirStream añadirán un cuadernillo imprimible.

Comparado con el vinilo, el compacto parece aún sujeto a la nostalgia: sus libretos recuerdan vagamente a aquellos preciosos sobres de cartón de espléndido diseño con los textos impresos en contraportada o en hojas internas. El compacto no se ha arrancado a la memoria del vinilo. Es algo así como los pabellones de hierro y cristal que durante unos años marcaron el medio camino entre los pasajes comerciales del siglo XIX y las futuras grandes superficies translúcidas del siglo XX. ¿Llegan ya los Mies van der Rohe del sonido?

Estamos en tránsito, como siempre, pero ahora es tan rápido que nos da tiempo para ser nuestros propios sucesores. O supervivientes.

 

***

 

PS/ Me dicen que hay entre quienes escriben en este blog un par de anglófilos, seguramente irlandeses y posiblemente el mismo. Tengo una duda que no logro despejar: ¿alguien sabe el significado del calificativo "gugga" en el Londres de 1940? Les quedaría muy agradecido si me lo aclararan.

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5 de octubre de 2010
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Rodrigo Hasbún

Conozco a Rodrigo Hasbún desde hace más de diez años. Quería ser escritor. Era reservado, yo me enteraba de lo que pensaba y sentía sobre todo a través de los autores que admiraba (Coetzee, Piglia y Onetti, pienso en este momento). Leí un manuscrito de cuentos breves que me encantó pero que él sintió que no estaba listo para ser publicado y hasta ahora guarda con celo. Los escritores solían ser sus personajes principales, la vocación literaria y sus desafíos el gran tema.   

Cinco años atrás, coincidimos en España: Rodrigo en Barcelona, yo en Sevilla. Me contó que estaba totalmente dedicado a la escritura y me envió algunos cuentos. Hubo dos -uno de ellos, "Carretera"-- en los que sentí que Rodrigo había encontrado su estilo: ecos de otros autores, una intensidad sólo suya.

Luego leí el manuscrito de su primera y única novela, El lugar del cuerpo. El libro fue publicado el año pasado y volví a leerlo hace una semana. Esta novela corta es un despiadado análisis de un personaje, Elena, una mujer dañada desde los siete u ocho años, y que no encuentra consuelo a ese daño. Un texto lacerante, que sugiere, a contrapelo de muchas teorías psicoanalíticas y manuales de autoayuda en boga, que a veces no hay forma de superar los traumas de la infancia, y que hace pensar que vivir es más bien sobrevivir: "Era necesario que los que eran como ella estuvieran solos. Ellos, monstruos o dioses, debían romperse a solas. Nosotros, escribió en su diario, monstruos o dioses, debemos rompernos a solas, llorar sólo cuando no hay nadie más. Sobre todo después de la infancia. Ahí es bueno que haya gente aún". Pocas veces la literatura boliviana ha indagado tanto, y tan sin miedo, en la intimidad, en el dolor, en lo más profundo del ser.    

El pasado viernes Rodrigo fue seleccionado por la revista Granta entre los mejores escritores jóvenes en lengua española. Me alegré mucho por él y también supe que la lista pasaría pero quedaría El lugar del cuerpo, quedarían "Carretera" y otros cuentos magníficos de Rodrigo.  

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5 de octubre de 2010
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El bello ombligo de la literatura argentina

 

 

Gabriela Mayer (DPA): ¿Cuáles considera son las obras u autores emblemáticos del siglo XX de la literatura argentina? En la Feria de Fráncfort lo son Borges y Cortázar. 

 

Borges y Cortázar cambiaron el lugar del lector en la literatura. Borges demostró que el lector es autor de lo que lee, y que somos lo que hemos leido porque estamos hechos por el lenguaje. Cortázar encontró que nos leemos los unos a los otros en un mundo no siempre legible, a veces inexplicable y asombroso. La inteligencia de leer es un juego preciso y azaroso. Pero la lectura es también espacio de la subjetividad, de los afectos y el diálogo. Al final, B y C son las dos caras de la misma moneda: el juego y el diálogo se turnan entre uno y otro, y ambos nos son del todo imprescindibles. Celebrarlos es sumar lo mejor de nosotros mismos. Lo bueno de la literatura argentina es que cada lector pone al día su canon; lo malo, que ello hace irrelevante la idea misma del canon; y lo feo, que el canon se convierte en el capital simbólico de un mercado cultural, académico y periodístico, que perpetúa autoridades, impide el relevo, y practica la exclusión. Es irónico que una literatura que ha contemplado, con éxito, su bello ombligo, no haya hecho su propia crítica. Y no advierta, por eso, el provincianismo de una melancolía que pregunta quejosamente por  el sujeto.  Propongo, por ello, un subcánon: Silvina Ocampo, Arturo Carrera, Fogwill, Josefina Ludmer, Héctor Libertella...

 

G. M.: ¿Cuáles son las particularidades que encuentra en la literatura argentina que de alguna manera la identifiquen o diferencien de otras literaturas del continente en este período?

 

Cuando advertí que en el documento fundador de Argentina ("El matadero", esa acta de su nacimiento moderno en la violencia) el nombre se trocaba en "Matadero", con mayúscula (haciendo del  lugar un escenario alegórico), fui a la biblioteca de Yale a comprobar su primera publicación en la "Revista del Río de la Plata". En efecto, allí se consigan los dos nombres. Habría, claro, que verificarlo con el manuscrito,  pero ese manuscrito desapareció, como han desaparecido los archivos de J. M. Gutiérrez, las crónicas de Darío en La Nación, el archivo de “Sur”, volúmenes de la Biblioteca Nacional, y hasta primeras ediciones en la biblioteca de Victoria Ocampo. Tanto como han desaparecido Enrique Molina, Néstor Sánchez, Roberto Juarroz, y tantos otros desatendidos. Estas desapariciones, así como las pérdidas de la casa familiar en "El Aleph" y en "Casa tomada", alegorizan el Desaparecedero, la mecánica de la substracción de la memoria, esa tachadura siniestra que cabría estudiar como un sistema de restas del tu por el yo, del otro por lo uno. Digo, es un decir.

 

G.M.: ¿Cómo se desarrolla la tensión entre lo local y lo universal en este período de la literatura argentina?

 

Esa tensión ha gestado lo mejor de la literatura argentina. Todavía la academia afinca en lo nacional como parque temático o cementerio privado. Impone, así, una descendencia melancólica, de lectores que se parecen demasiado a sus maestros, a los que no logran remplazar. En cambio, Borges, Cortázar, Héctor A. Murena, Tomás Eloy Martínez, Luisa Valenzuela, Juan José Saer, Ricardo Piglia, César Aira, Perlongher, entre tantos otros, han articulado el afincamiento y el traslado, y le han dado a la intemperie local un estremecimiento mundial. Pero para las nuevas voces del relevo, ya no se trata de la deuda de los afectos nativos sino de su espectáculo sobrescrito. Por eso buscan recomenzar echando a las palabras del templo, haciéndolas chillar, poniendo en duda su vocación melodramática, ahora perpetuada por el cine nacional.  De allí la  certeza posible en el hueco del discurso nacional, que practican Tamara Kamenszain, Matilde Sánchez, Jorge Aulicino, Rodrigo Fresán, y varios más jóvenes, hartos del español que habla Maradona.

 

G.M: ¿De qué manera se imbricaron la historia y la política en la literatura argentina?

 

J.O.: La literatura argentina es hija de la ironía. Y si la historia es trágica y la política patética, la literatura (el ensayo relativista, la poesia especulativa, la narración crítica) ocupan el presente (el más fugaz de este idioma), el futuro (toda poesía aquí convoca otro hablante), y pone al día el pasado (el melodrama nacional de parejas imposibles). De modo que la historia y la política se tachan mutuamente, para rescribir los nuevos acuerdos nacionales del poder de turno. Es un turno que ya dura 60 años...La corrupción y la violencia son hoy el otro lado del mercado neoliberal. Acabo de cruzar los Campos de Soja, ese espacio paradigmático del pais (mientras dure la soja), y no ha de extrañar al viajero que las ganancias no han mejorado el paisaje.

 

G.M.: ¿Cree que existe lo que se denomina una nueva literatura argentina? ¿Tiene elementos en común en cuanto a estilos y temáticas?

 

Creo, y apuesto con fe en las  penúltimas promociones, y también en las renovadas literaturas de las regiones, más que en las nacionales. Los que empiezan tienen que expulsar, como sus pares en los ámbitos de esta lengua, al español del lenguaje para poder escribir en un español más libre. Este idioma nuestro arrastra sobrepeso tradicional, ideología ultramontana, autoritarismo juriásico, machismo, racismo, xenofobia... Para no insistir en la recusación del otro como principio de identidad, en la estereotipia y prejuicio, prolijidad y redundancia. Batir el mercado, resistir la banalidad del éxito, restaurar el entusiasmo del riesgo, y cruzar las fronteras, son tareas pendientes de esta nueva década. Confiemos en la crítica como una política de reapariciones, capaz de retener lo que de otro modo seguirá desapareciendo.

 

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5 de octubre de 2010
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Valijas autónomas

Debajo del asiento se veía un maletín de agarraderas remendadas, de aquellos que les daban en los años 80 a quienes salían en misión. Cada vez que el ómnibus caía en un bache, varios ojos lo miraban para comprobar que su contenido no se había derramado a través del zíper roto. Cerca de la carretera hacia el poblado de candelaria, una patrulla de policía detuvo el viaje y ordenó a todos que bajaran con sus pertenencias. Al final del pasillo se quedó, junto a otras igual de huérfanas, la zurcida valija que de seguro una vez había estado en Europa o en algún país de África. Nadie hizo el mínimo ademán de tomarla. Dos oficiales revisaron cada hilera y amontonaron en la escalerilla los bultos que ningún cliente reclamaba. Los abrieron sin mucho cuidado, cortando las esquinas, arrancando los broches, para dejar al descubierto esos productos que en esta Isla son más perseguidos que las armas o las drogas: leche, queso, langosta, camarones y pescado. Un perro pastor, entrenado en detectar mariscos, lácteos y carne de res, buscaba entre los bolsos que las personas habían llevado consigo hacia la cuneta, bajo el sol. ?Todos van detenidos hasta que aparezcan los dueños de estos paquetes?, gritó uno con grados de mayor que comenzó a llenar el maletero del carro policial con las mercancías confiscadas. Aunque en la estación les hicieron preguntas y amenazas por más de dos horas, no se pudo imputar delito alguno a los viajeros, pues no hubo forma de probar a quiénes pertenecían esos kilogramos de alimentos que de seguro iban a parar al mercado negro. Fue imposible relacionar aquellos maletines que viajaban ?solos? con alguna persona. Extrañamente, los ómnibus que recogen el país van cargados con esas pertenencias que nadie quiere reconocer como propias. Valijas, jabas y cajas autónomas que sólo tendrán propietario si logran llegar a su destino, si alcanzan a pasar indemnes los puntos de control, las requisas y el olfato de los perros.

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4 de octubre de 2010
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Los bohemios

 

En la década de 1780 la siniestra prisión de la Bastilla contó entre sus huéspedes más ilustres a dos marqueses, ambos libertinos incorregibles y ambos encerrados durante largos años  por las denuncias de sus respectivas familias. Uno, el marqués de Sade, redactó allí Los 120 días de Sodoma y se ganó un lugar en el templo de la fama que todavía detenta hoy. El otro, Anne Gédéon Laffitte, marqués de Pélleport, redactó asimismo un libro muy apreciable, Los Bohemios, pero apenas logró notoriedad. Comprendiendo tras  la Revolución francesa que su época se había pasado, posiblemente fue a terminar sus días en América todo lo apaciblemente que cabe en un personaje como él.  En cualquier caso, su rastro se perdió hasta que, a finales de la década de 1960, otro personaje singular, Robert Darnton, descubrió en las bibliotecas francesas el rastro de este segundo marqués y lo siguió durante años hasta dar con uno de los seis ejemplares que al parecer se han conservado de su obra. No obstante, los libelos que más notoriedad y dinero le dieron en su momento llevaban títulos como Los pasatiempos de Antonieta y Las cenas y noches íntimas del Palacete Bouillon.

 En cierto modo, Los bohemios es una novela picaresca  un poco en la línea de El sobrino de Rameau, de Diderort, o El pobre diablo, de Voltaire, pero en un tomo infinitamente más desgarrado y extremo, pues en ella se narran las  andanzas de un grupo de bohemios, que es como se conocía entonces a los plumíferos, gacetilleros, polemistas, filosofillos y demás quincalleros de la palabra, que al no poder hacer frente a los gastos que les ocasionaban sus vidas disipadas y entregadas al exceso, optaban por echarse a los caminos y así huir de sus perseguidores. Su única esperanza de escapar a tal suerte era acertar a ensartar con sus plumas mojadas en vitriolo una serie de medio verdades y medio mentiras, pero expuestas de forma tan diabólicamente verosímil como para arruinarle la vida a la víctima escogida para sus ataques (y que muchas veces pagaba para poner fin al asuntoi). Así que, mientras vagaban de aquí para allá asaltando granjas, provocando querellas de palabra y obra o copulando por los descampados como gallinas de carretera, no olvidaban de engrosar su artillería difamatoria, hasta el extremo de llevar consigo un pollino que les transportase los manuscritos. La capacidad fabuladora de Pélleport le permite, en el rato que les cuesta a un gallo y una gallina satisfacerse mutuamente sus vigorosos apetitos, llenar un capítulo entero de historias laterales que dan origen a nuevas historias, a cual más extravagante, como la de ese peregrino que se ve beneficiado en Colonia por un milagro que hace  para él el rey mago Melchor, y que consiste en enseñarle dónde hay un copón de oro que puede ser fácilmente robado.  En este caso concreto, la acumulación de historietas subsidiarias (el narrador está aprovechando para contar disimuladamente su vida) llega a exasperar a un lector que interviene furioso para saber qué les ocurrió a los bohemios, dándose la circunstancia de que el gallo feliz y la no menos satisfecha gallina, junto con cuatro patos que acertaron a remojarse en una charca  cercana, sirven aquella noche de cena los viajeros, que por descontado rematan la feliz circunstancia con otra aventura nocturna de las suyas.     

No obstante, se trata de un libro escrito a finales del siglo XVIII, y por lo tanto la prosa, el ritmo y la técnica no tienen nada que ver con lo que hoy se estila. Pélleport está haciendo una critica feroz de su época y no  hay aspecto de la misma que se escape a su mirada entre desenfadada y cáustica. Las creencias religiosas y las costumbres sociales, las ideas filosóficas y el sistema político son objeto de diatribas que surgen de sopetón y a despecho de lo que esté pasando en ese momento, con el agravante de que a Pélleport le basta la más mínima excusa, sin ir más lejos,  que los peregrinos desemboquen en una transitada carretera, para lanzarse alegremente a una arenga contra las obras públicas, los carruajes de transporte o incluso los modales a observar durante un largo viaje en calesa. Estos excursos podrían resultar molestos si, por lo general, no dieran noticias curiosas o poco sabidas de la época, y pongo por ejemplo ese decreto emitido por el Rey y Su Consejo prohibiendo a las familias prestar un libro de su propiedad, pudiendo incurrir en una multa de 500 libras que se entregarán al autor del libro. Y más curioso aún, el decreto prohíbe a los criados, cocheros, cocineros y demás criados, prestarse entre sí los libros de sus señores, pudiendo incurrir en una multa equivalente a un año de sueldo, o verse marcados a fuego en una oreja con las iniciales PDL (prestador de libros).  Y no es que al rey y su corte les preocupasen los derechos de los autores: lo que pretendían era poner coto a la circulación de libelos de moledores contra esa clase política, la nobleza, que estaba en vísperas de perder sus privilegios, y sus cabezas.

 

Los bohemios

Marqués de Pélleport

Papel de liar

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4 de octubre de 2010
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Perderse

No es preciso perderse o hacerse el perdido a la antigua usanza. Uno puedo hallarse en ese mismo lugar preconocido pero puede hallarse inaccesible para los medios que constituyen hoy la base del estar en contacto. La caída del sistema informático, la falta de cobertura para el ordenador, la no recepción de los e-mails crea un entorno de vacío que siendo tan sutil e intangible parece impenetrable. La comunicación es la norma y la anormalidad es igual a la pérdida de estos enlaces electrónicos. Nos hace y nos deshace la presencia o la ausencia de esa comunicación. Justo la clase de comunicación que, funcionando,  permitió más fácilmente que nunca estar siendo otro, afirmarse mintiendo, vivir en otro personaje a la vez que eliminando la referencia al existente.

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4 de octubre de 2010
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Peligrosos y fascinantes mandarines

Cuando todo empezó había una duda: ¿conducirán la libertad de mercado y la economía capitalista a la democracia y los derechos humanos? Cuando se comprobó el soberbio trecho recorrido por China sin atender a ninguna de ambas cosas, la pregunta empezó a concretarse: ¿terminará apareciendo un nuevo modelo de capitalismo, ajeno a los valores políticos heredados de la Ilustración? Ahora, cuando nadie hace estas preguntas, porque la realidad ya ha dado su respuesta, aparece una nueva advertencia: cuidado con quedarnos embobados ante este nuevo paradigma que tan bien se acomoda a los países emergentes, véase el caso de Rusia, no fuera caso que los propios hijos de la Ilustración, europeos y americanos, cayéramos seducidos por la riqueza sin libertad que nos prometen los mandarines chinos.

La advertencia sobre "la peligrosa fascinación por el mandarinato chino" es de Felipe González, y el momento no puede ser más oportuno. Para salir de la crisis habrá que seguir tomando decisiones dolorosas y difíciles, y cuando salgamos de ella probablemente también habrá que seguir tomando todavía más decisiones dolorosas y difíciles; unas para recortar el déficit público e intentar salvar la almendra del Estado de bienestar, otras para reformar el modelo productivo y acomodarlo a las necesidades del mundo nuevo que emergerá de la destrucción económica. Realizar estas reformas se convierte en todos los países de nuestro entorno en un auténtico calvario. Nada es más difícil en un momento de cambios incluso geopolíticos que gobernar en democracia, a veces con gabinetes de coalición, en otras ocasiones con mayorías muy débiles o Parlamentos hostiles, y casi siempre con dificultades dentro de la propia mayoría. Obama y Sarkozy, Merkel y Zapatero saben mucho de estas situaciones. Wen Jiabao, el primer ministro chino, en cambio, lo tiene mucho más fácil. Si hay que tocar los tipos de interés, no tiene que preocuparse en influir sobre los consejeros de su banco central, le basta con dar la orden. Si quiere construir centrales eléctricas o nucleares, desviar ríos o recortar alguno de los pocos derechos sociales de su población, tampoco tiene que atender a muchos trámites ni dar muchas explicaciones, al menos en público. Bastará con que sepa negociar en las reuniones a puerta cerrada de su partido, el único partido. Cuestiones que aquí levantan enormes polvaredas, como elegir el emplazamiento de un depósito nuclear o el trazado de una vía de tren o de una autovía, allí se resuelven con un chasquido de los dedos. En esta semana que empieza podremos observar de cerca cómo actúa este peligro. Wen está de gira por Europa: Grecia, Bélgica, Italia y Turquía. Pasea con la chequera a punto. Compra deuda pública de los países en dificultades y anuncia inversiones estratégicas. La fascinación que ya ha producido en Atenas ha sido máxima, por la necesidad acuciante de lo primero y por los intereses portuarios y navieros en lo segundo. En Bruselas, a diferencia de Obama bajo presidencia española, el número dos chino se someterá a gusto, bajo la presidencia de un Gobierno belga en funciones, a la disciplina europea de sus tediosas y rutinarias cumbres: primero la octava y bienal de la Cumbre Asia-Europa, con 16 países de un lado y 27 del otro, y luego la anual China-Unión Europea. China está empezando a capitalizar políticamente, todavía con discreción, su papel en la recuperación económica. Si hay un paquete de estímulo a la economía que haya funcionado es el chino. Pekín sigue comprando bonos. Y el tirón alemán tiene que ver con sus importaciones. En la anterior etapa, la del crecimiento sin pausa, en plena exaltación globalizadora, proporcionó la mano de obra barata y el ahorro. Ahora, además, invierte en el exterior, estimula su propia economía y empieza a consumir. Eso sí que es una superpotencia imprescindible. ¿Alguien osará preguntar a Wen por los derechos sindicales de los trabajadores chinos? ¿O por la situación de los ciberdisidentes? Bastará, por el momento, que evitemos la fascinación de un gobierno de los mandarines a espaldas de la gente y de las leyes.

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4 de octubre de 2010
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La contable irlandesa

‘Brooklyn' es una novela de viajeros y también del temor a salir de casa y abandonar el cálido mundo de la rutina familiar y las certezas acumuladas por la costumbre. En todos los trayectos -y en las dudas y en las angustias que causan- el lector acompaña a Eilis Lacey, la joven protagonista magistralmente convertida por Tóibín en un espejo de realidades contrapuestas, y con ella salta desde la pequeña población de Enniscorthy, en el condado irlandés de Wexford, hasta Nueva York. Uno de los encantos de la novela es que ese lector compañero de viaje, si no lo sabe de antemano por alguna reseña, ignora cuándo suceden los hechos relatados. ¿El siglo XIX, la segunda o tercera década del XX? Sólo al llegar a la página 154 una mención al Holocausto nazi nos pone sobre aviso de lo que podremos confirmar en la segunda mitad por ciertas alusiones musicales y cinematográficas: la acción de ‘Brooklyn' se desarrolla en los primeros años 1950, aunque la parsimonia de las relaciones, el predominio de la comunicación postal entre los personajes, la duración infinita de los viajes marítimos y el marco de una religiosidad tradicional nos indican en todo momento la persistencia de unos valores y usos decimonónicos. De ese modo sutil, casi imperceptible, Tóibín ya crea un primer círculo de interés narrativo, de intriga se podría decir, que no decae en ninguna de las cuatro partes de esta hermosa, serena y a menudo emocionante novela.

      Aunque el libro anterior a ‘Brooklyn' sea la estupenda (e inexplicablemente inédita en castellano) colección de cuentos ‘Mothers and Sons', es inevitable señalar una cierta impronta ‘jamesiana' en un autor que no sólo hizo de Henry James el protagonista de ‘El maestro' (su obra maestra narrativa al lado de ‘The Story of the Night', tampoco que yo sepa traducida) y prologó un volumen de relatos neoyorkinos del novelista norteamericano sino que, sobre todo, le ha leído sabia y provechosamente, sacando de él  -como todo escritor con o sin la ansiedad de las influencias saca de sus grandes predecesores- utillaje, concepto, prioridades, sin por ello perder el timbre de una voz propia. En ‘Brooklyn' está el gusto por la comedia (no pocas veces dramática) de costumbres sociales, así como esa recurrencia de los desterrados voluntarios en doble dirección entre Europa y América que James hizo suya, reinterpretadas por Tóibín en una historia de formación y descubrimientos encarnados en la figura femenina de Eilis Lacey. Eilis es el centro y conducto de la novela, pero el autor también traza una rica galería de secundarios agrupados -y es otra original manera de organizar la línea narrativa y sus episodios-  en unidades familiares (la de los Lacey y la italo-americana de Tony, el novio de la chica), espacios habitacionales (la pensión para señoritas irlandesas que mantiene en Brooklyn la viuda Kehoe) o profesionales, como ese deliciosamente descrito microcosmos de los Almacenes Bartocci´s donde trabaja la protagonista. Mención aparte merece el elusivo personaje de la hermana de Eilis, Rose, que deja en todo el libro una potente estela con sus palabras, sus ropas y su ausente presencia.

    Y con los personajes, los ritos de paso. Tóibín, no sabemos si con mucha documentación o con mucha imaginación, va plasmando de un modo tan atractivo como convincente las travesía en barco, las misas de gallo y las bodas laboriosas, el flirteo en el ‘pub' o en la playa de unos adolescentes circunspectos, todo ello a través del seductor personaje de la joven emigrante que al fin consigue ser contable, aunque no por ello quizá más feliz. Es bueno el trabajo de Ana Andrés Lleó, si bien uno se queda con las ganas de saber qué quiere decir cuando traduce (en un contexto funeral) "fresh flowers" por "flores ufanas", y cómo la expresión femenina "being wallflowers" (no tener pareja en un baile) se transforma en un "quedarse comiendo pavo" para mí totalmente esotérico.  

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4 de octubre de 2010
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El recuerdo crea la vida

 

 

Antonio Primo fue un militar y político romano que luego de haber sido senador, cónsul y hasta dueño de Roma, se retiró para dedicarse a la lectura y la correspondencia con los amigos. El poeta Marcial recuerda en un epigrama (IX, 99) una carta de Antonio, ya jubilado en Tolosa, donde le saluda y muestra su aprecio. La emoción de Marcial por el hallazgo de un interlocutor de sus poemas es intensa y así se la hace saber a su libro, al que envía como embajador plenipotenciario al encuentro de Antonio: “tú, que aún puedes soportar los largos trayectos de los caminos, ve, libro, prenda de una amistad ausente.”

No mucho después, Marcial dedicó al retirado Antonio, que ya pasaba de los 75 años, un epigrama (XX, 23) que condensa, en su admiración por la serenidad del amigo, lo mejor de la sabiduría estoica y celebra un mecanismo esencial de la mente humana: el recuerdo crea la vida.

 

Iam numerat placido felix Antonius aevo
       Quindecies actas Primus Olympiadas
Praeteritosque dies et tutos respicit annos
       Nec metuit Lethes iam proprioris aquas.
Nulla recordanti lux est ingrata gravisque;
       Nulla fuit, cuius non meminisse velit.
Ampliat aetatis spatium sibi vir bonus: hoc est
       Vivere bis, vita posse priore frui.

 

Antonio Primo, feliz en su plácida vejez, enumera ya quince Olimpiadas vividas, y reconsidera los días pasados, y los años que ya nadie puede arrebatarle, y no teme las cercanas aguas del Leteo. Ningún día memorado le resulta ingrato ni gravoso. Ninguno hubo del que no quiera acordarse. El hombre cabal amplía la extensión de su vida: saber disfrutar de la vida pasada es vivir dos veces.

 

“Vivere bis” tiene todo el sentido de un bis teatral ordenado por el director, autor y espectador de la pieza exclusiva: su vida, que vive de memoria y se reproduce memorable, sin miedo al olvido.

 

Hay una sencillez insuperable en el poema de Marcial, sobre todo si se compara con el ringorrango que los modernos redescubridores del eterno retorno ponen de guarnición para emplatar una intuición vieja como la humanidad. Y, hablando de sencillez, acabo de ver que Google incluye un traductor de latín en su repertorio. Le voy a hacer un examen con Marcial. Tecleo el epigrama y el artefacto me replica esto:

“Ahora es contar con una edad calma feliz Antonio quince veces en los últimos los primeros praeteritos que Olimpiada durante días, y son seguras en cuanto a la años, sin miedo al Leteo ahora más cerca de las aguas no hay en el recuerdo de la luz es, el fruto y es pesado; no, no había, de los cuales no recordar los deseos aumenta el período de su vida es el hombre que es bueno: es decir, vivir dos veces para poder disfrutar de la vida de los primeros.”

 

Entretanto, madura la mañana y es hora de salir. Desde Barbastro hacia el Ebro, se pasa por Castelflorite y San Juan de Flumen, pueblos hermosos como sus nombres, y se atraviesa el jardín de los Monegros, todo jaspeado de bosquetes y corralizas. Cruzado el Ebro, empieza el gran mar de arcilla blanca de Zaragoza. Esta arcilla, que aquí llaman buro, refleja la luz de una manera única que confiere una claridad desoladora a la atmósfera, algo particularmente notable en Fuendetodos. El pueblo de Goya está en el caracierzo de una sierra donde en años buenos recogían nieve y la conservaban para bajarla a Zaragoza. Al otro lado de la sierra, está Villar de los Navarros donde la expedición carlista obtuvo otra de sus grandes victorias inútiles.

Hacia el sol poniente, pronto se alcanza el corredor del Jalón, por donde han ido y venido durante milenios los incontables hombres esperanzados.

Calatayud tiene un callejeo encantador, las calles de la Paciencia y el Desengaño merecen ascéticas meditaciones. Y hay un curioso monumento a la industria cañamera. Lástima que mi prisa por llegar a Bilbili me impida recrearme en esta ciudad irónica, hay fachadas y balconajes pintados adrede para dar la impresión de desplome y sembrar la duda.

¿Dónde está Bilbili? Ahora sabemos que éste era el nombre auténtico, y no Bilbilis, porque la /s/ final fue un aliño posterior. Pasado el cementerio, una pista trepa hacia el cerro inmortal, y media legua después, es preciso ocultar el coche para no profanar la vista de la urbe venerable. Por fin, después de faldear a media ladera, aparece Bilbili, enorme, sobrecogedora. Termas, templos, mansiones y pórticos descansan de su lento derrumbe, y el foro se alza imponente sobre una vieja acrópolis que se debió desanimar.  El teatro fue excavado en una torrentera, gran desafío ingenieril, y es una joya. El otro día desenterraron junto al escenario una cabeza de Augusto que presidía las representaciones. Paseando entre las columnas del foro se contempla el gran valle cruzado a toda leche por los gusanos del AVE y los pulgones nerviosos de la autovía.

¿Dónde viviría Marcial? Busco por las calles, el teatro y las termas, como si algo me tuviera que resultar conocido. Marcial, cuyos padres hablarían algún dialecto celtibérico, recibió una formación letrada extraordinaria, aquí, en esta orgullosa ciudad de la áspera colina ceñida por el Jalón que hiela el hierro, y luego se fue, veinteañero, a Roma. Cinco días de carreta hasta Tarragona, y después el azar del viento favorable sobre el ancho dorso del mar. Y triunfó en el durísimo oficio de poeta de encargo, no tanto como Virgilio, porque parece que Trajano lo ninguneó imperialmente, pero ahí anduvo, malediciente y tenaz, decretando qué palabras recordaríamos hoy, este día que rojea y se va. Permaneció en Roma casi cuarenta años, los historiadores de la medicina, los oficios, la policía urbana, las costumbres y usos romanos, le deben una información ingente. Luego volvió aquí, a esta ciudad, ya  sesentón. Otra vez el mar, y los cinco días de carreta. Es admirable que este hombre nos describiera Roma, la monstruosa e interminable, y Bilbili, señorial y alta, de un modo que nos hace asentir dos mil años después.

Dice Lope de Vega en el Laurel de Apolo, que hubo en todo el tiempo del mundo veintitrés poetas sólo; y Marcial está el noveno. Plinio el Joven, que le encargó un laudorio inmortalizante del que estaba muy satisfecho, llama a Marcial homo ingeniosus, acutus, acer (hombre ingenioso, agudo, penetrante).

A la luz equívoca del día que agoniza se lee trabajosamente en una inscripción PHILOMUSI. ¡Caramba, si es Filomuso! Aquel trapicheador de noticias caducadas y parásito de cenas, que tenía nombre griego de poeta profesional, y del que se burla Marcial. Resulta que era paisano. Ahora sólo falta encontrar la casa de Liciniano. Pero sube desde el valle la noche, los trenes subrayan su decisión, y allá abajo, donde maduraron las uvas y los alberjes del poeta, guiñan las luces de los coches.

 

 

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4 de octubre de 2010
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Gustavo Martín Garzó, premio Ciudad Torrevieja

Gustavo Martín Garzó (de oscuro) recibe el premio El segundo premio mejor dotado del idioma castellano, el premio Ciudad Torrevieja de Novela, con 360,000 euros, fue para Gustavo Martín Garzó. Dice la nota:

El escritor Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) ha ganado este viernes el Premio de Novela Ciudad de Torrevieja por su obra ?Tan cerca del aire?, que estará en las librerías el 29 de octubre. Presentado con el seudónimo Jacobo Mora (y la obra bajo el nombre ?El vestido de plumas?), Martín Garzo cuenta la historia de Jonás, un joven cartero que al conocer la historia de amor de sus padres descubre la verdad sobre su propia identidad, lo que le arrastrará a un mundo donde la naturaleza y el deseo se entremezclan y confunden. El escritor vallisoletano se llevará por esta fábula de recuerdos el segundo premio literario mejor dotado (360.000 euros) de nuestro país, sólo superado por el Planeta. Martín Garzo ya recibió en 1994 el Premio Nacional de Narrativa por su novela ?El lenguaje de las fuentes? y, en 1999, el Nadal por ?Las historias de Marta y Fernando?. La IX edición del Premio ?Ciudad de Torrevieja? -que convoca el Instituto Municipal de Cultura ?Joaquín Chapaprieta? y la Editorial Plaza & Janés- no ha estado exenta de polémica. Se trata de la primera edición del certamen en la que se ha eliminado el premio al finalista. Tras la controversia, el alcalde de la ciudad, Pedro Hernández Mateo, ha dicho que el futuro del certamen está asegurado. ?El premio está más vivo que nunca?, aseveró el regidor, quien hizo entrega del galardón a Martín Garzo. Antes que el escritor vallisoletano, Jorge Bucay, Zoe Valdés o José Carlos Somoza recibieron el galardón. El año pasado, el Ciudad de Torrevieja fue para Álex Rovira y Francesc Miralles por su novela La última respuesta.

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4 de octubre de 2010
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El Boomeran(g)
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