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Michelle y las monjas

Millones de telespectadores de todo el mundo han podido ver las imágenes de estas mujeres. En una de las secuencias aparece Michelle Obama, descalza y rodeada por niños, con los que danza una de estas divertidísimas melodías rítmicas que ha popularizado el cine Bollywood. En la otra, aparecen cuatro mujeres de nombre desconocido, con velo en la cabeza todas ellas, vestidas con uniforme oscuro, en el momento en que limpian y secan el aceite sagrado que Benedicto XVI ha vertido previamente sobre un altar de porfirio. Son dos escenas que ocurren a millares de kilómetros de distancia y con escasas horas de diferencia: la primera el sábado, en la Biblioteca de Mumbai, donde niños de la calle y huérfanos danzaron con la primera dama de Estados Unidos; la segunda, en el templo de la Sagrada Familia de Barcelona, el domingo, donde el Papa celebró una solemne ceremonia de consagración del altar y de la soberbia construcción de Antonio Gaudí.

Veamos ahora otro contraste. Michelle Obama asistió a esta fiesta, mientras su marido se reunía con un grupo de empresarios indios. Las cuatro monjas de Barcelona fueron, junto con la organista y una de las lectoras, las únicas mujeres que tuvieron algo de visibilidad en una ceremonia presidida y protagonizada íntegramente por hombres de una institución de jerarquía nenteramente masculina. La revista Forbes, permanentemente ocupada en realizar las listas de los más ricos y los más poderosos, sitúa a Michelle Obama en lo más alto de su lista del poder femenino. Su marido Barack, en cambio, ocupa el segundo lugar en la lista de los hombres más poderosos detrás de Hu Jintao, el presidente de la China de meteórico ascenso. La derrota demócrata en las elecciones de mitad de mandato y las dificultades políticas de Barack Obama le han llevado a esta situación insólita para un presidente americano, menos poderoso que el jefe del Estado chino según el juicio de Forbes. Benedicto XVI ocupa un destacadísimo quinto lugar en la lista, detrás del rey saudí, Abdula bin Abdulaziz, y de Vladimir Putin. Dejo a la consideración de los lectores las ecuaciones que puedan establecerse entre el lugar que ocupan los dos emperadores (el romano, heredero de los emperadores latinos y cabeza visible del mayor imperio espiritual de la historia, y el norteamericano, jefe de la mayor superpotencia económica, científica y militar de la historia) y las mujeres que les rodean (en el caso de Obama, la propia, en cabeza de las mujeres más poderosas del planeta, y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, en el quinto lugar de esta clasificación; y en el caso del Papa, el último y más invisible, que corresponde a las tareas de la cocina y de la limpieza del hogar, única tarea en la que emplean a las mujeres que le rodean y le ayudan, como sucede asimismo con su entero colegio cardenalicio y todos sus obispos y sacerdotes). Estas dos imágenes de Barcelona y de Mumbai son emblema de dos mundos. Uno que se va y otro que llega, uno que mira al pasado y otro al futuro, el declive de Europa y la pujanza de India, un lugar en el que las mujeres no merecen consideración alguna si no es como subalternas de los hombres y otro en el que tienen la oportunidad de luchar y de llegar hasta lo más alto de las escalas de la excelencia y de las responsabilidades. (Enlace con Times of India sobre el baile de Michelle Obama).

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10 de noviembre de 2010
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El arte de decir sin decir

Cuando se crece descifrando cada línea aparecida en los periódicos, se logra encontrar en medio de la retórica el grano de información que la motiva y la pizca de novedad que ésta oculta. De ahí que los cubanos seamos sabuesos de lo no expresado, peritos en descartar la palabrería y hallar ?muy en el fondo? las reales razones que la mueven. El Proyecto de lineamientos para el VI Congreso del Partido Comunista es un buen ejercicio con el que afinar nuestros sentidos, un ejemplo paradigmático para evaluar la práctica de decir sin decir, que se ha constituido aquí en discurso de estado. En sus más de treinta páginas el texto sólo contiene propuestas de tipo económico, más adecuadas para un ministerio de finanzas que como brújula de un partido político. Es cierto que carece de ese lenguaje de barricada que lo resuelve todo a base de consignas, sin embargo peca de ser el edulcorado listado de lo que podría llevarse a cabo si el sistema realmente funcionara. Para los que creen que exagero en mi escepticismo, échenle una ojeada a los puntos del congreso pasado y comprueben cuántos de ellos realmente se materializaron. Separando la hojarasca, es positivo que vaya a retirársele peso al sector presupuestado, a esa colosal sanguijuela que se alimenta de mí, de ti, de todos nosotros. Ampliar el escenario para el trabajo por cuenta propia también es reconfortante, pero siempre que le pregunto a alguien si sacará una licencia, me responde que no piensa ?morder la carnada? de comenzar a tributar. La desconfianza es difícil de vencer y si un gobierno hunde una economía nacional con su voluntarismo y sus descabellados programas, tiene poca credibilidad al anunciar que quiere salvarla. Decepciona que ni una línea refiera a la ampliación de derechos civiles, entre los que se incluye la erradicación de las limitaciones migratorias que sufrimos los cubanos para entrar y salir de nuestro propio país. Tampoco hay una palabra sobre la libertad de asociación o de expresión, sin las cuales las autoridades se seguirán comportando más como los capataces de una fábrica que como los representantes de su pueblo. El PCC se reunirá en abril, se aprobarán unos lineamientos muy parecidos a estos del folleto y dentro de un año o dos, estaremos preguntándonos qué pasó con tanta tinta sobre el papel ¿Qué fue de aquel programa donde se decía perfeccionar y mejorar en lugar de cambiar o terminar?

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10 de noviembre de 2010
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Una defensa de la admiración

 

Huíamos tratando de salvar una rara obra de arte.  Una columna de un metro de alto, de alambre tejido, y una bola de papel maché: una suerte de signo de exclamación, camuflado en un tubo y una bolsa.  Es la obra de un pintor de la vanguardia heroica convertida en mensaje rebelde, que debemos proteger. En  la bahía nos esperaba el oscuro barco del exilio.

Por fin alcanzamos el muelle,  y bebemos aprisa en una terraza. Un hombre alto, con pinta de oficial de aduanas, nos aborda amablemente y se ofrece a ayudarnos. Por lo pronto, nos persuade de que es mejor transportar la pieza en la bolsa de plástico que despliega como una bandera negra.  Pero en cuanto camina hacia la orilla y avanza contra las olas con la bolsa en las manos, me doy cuenta de que es un ladrón disfrazado de aduanero, y nos ha timado. No podremos acudir a la policía, no sabemos qué hacer.

La obra, en efecto, es un estrafalario signo de admiración. Tú y yo teníamos la tarea de salvar ese emblema, ferozmente perseguido por la policía secreta, que pretendía suprimirlo del lenguaje. Los últimos defensores de la admiración habían sido calumniados y  desterrados a países bárbaros, donde no se usan exclamaciones.

Me habían llegado rumores a la pequeña editorial, donde trabajo de corrector de estilo, acerca de funcionarios secretos que se infiltraban en los periódicos, las casas editoras y las imprentas con el insólito propósito de robar y eliminar estos signos. Primero desapareció el signo de apertura, que yo siempre vi como la señal  que las palabras reciben para apurar el paso. Los restituía pacientemente, resignado a la influencia de otras lenguas y al predominio de Internet, gramática universal que al escribirlo todo sin pausas prescinde de los signos con los que hemos aprendido a hablar. Pero un día, al abrir una carta vi en la página el dibujo feroz de una exclamación partida por la mitad: su delicada cabeza yacía a un lado; su cuerpo esbelto, al otro. Una frase brutal cruzaba la página: “Muera la admiración”. No pude refrenarme y la corregí: puse los signos en su sitio. Y escribí, abajo, escondido por las minúsculas: ¡no pasarán! Tragué las lágrimas, y sentí que mi vida tenía propósito.

¿Cómo podría yo haberte escrito sin signos de devoción?  Es probable que yo abusara de las exclamaciones; y seguramente, luego de años de corregir estilos, de ponerlos al día con las virtudes de la prosodia, debo haber terminado escribiendo como nadie habla y hablando como todos escriben.  Hablando mal y escribiendo peor. Pero no por ser yo un gramático de provincias, que considera el Paraíso en la forma del salón de actos de la Academia. Más bien, por aceptar que todos los estilos son posibles, como si todos los escritores fueran verosímiles. Pero cuando recibí una caja envuelta como regalo, y al abrirla me encontré con un manojo de signos de puntuación rotos y menguados; salí de mi cubículo, empuñando esos cadáveres, y con voz serena, apenas exclamativa, desafié a mis cubiquenses: “¡Si alguien ha perdido sus admiraciones, aquí se las guardo!” Fue una declaración literal. Empecé a atesorarlas, en un archivo de la memoria histórica de la admiración tachada.

Comprendí que yo no era el único misionero. Un día me encontré con un signo de admiración perfectamente refugiado en un cuadro de Tàpies, y sentí que ese mensaje era para mí.  Estudié el arte de Luis Gordillo, seguro de que entre sus cuadros se recomponía la magnificiencia del punto y la raya.  Descubrí que Cristina Iglesias había construido con estos signos la materia de la casa original. Me di cuenta de que Frederic Amat, a su vuelta de la India, dibujó trazas y gotas cuya danza de tinta celebraba al lenguaje.  Sonreí, reivindicado, cuando en una instalación de Francesc Torres comprobé que las herramientas de su gabinete son formas exclamativas.  Ya no me extrañó que José Tola pintase los retratos de mis signos con ojos desmesurados. Tampoco, que Helena Arellano dibujara un bosque de admiraciones sutiles.  El profesor Luis Girón me había explicado que en la iconografía de las Tablas de la Ley hay una firma: la raya y el punto, otro nombre de aquel que no lo tiene.

Pero el ominoso domingo, dedicado a celebrar el fútbol universal, en que comprobé que no había un solo signo admirativo en ninguna página del diario, concluí, sin horror, que la conspiración había tomado esa plaza y que  ahora actuaría en las editoriales, donde ya se premiaban novelas incapaces de un par de admiraciones. Mis signos estaban contados. Tendría que planear su traslado clandestino a una isla remota.

¡Ay, lengua española, me decía, prestándome la dicción del siglo XVIII, tan admirada por otros y tan maltraída por tus hijos! 

Por eso, el día que recibí la llamada en que se me invitaba a colaborar con una instalación de nuevo arte gráfico en una isla Atlántica, acepté de inmediato, seguro de que el futuro me ofrecía una ruta encantada. Llevaría conmigo mi puñado de signos abolidos para sembrar, en tierra favorable, las semillas del arte mayor.

De pronto, me llamaste (casi con pausas versales y puntos suspensivos), dando saltos en la playa. Sí, era cierto, las olas daban cuenta del ladrón del fuego sagrado y su presa, en la bolsa negra hecha para desaparecer rebeldes, nos era devuelta intacta a la orilla.

Busqué en la memoria los gritos triunfales que solían alzar la voz: ¡Evohé! ¡Aleluya!

No en vano aprendimos, dijiste tú, que la tierra es clásica y el mar barroco.

Y nos hicimos a la vela, con la admiración desplegada.

 

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10 de noviembre de 2010
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La utopía arcaica del Tea Party

Una mañana lluviosa hace casi dos años, pocos días después de la toma de posesión de Obama, vi en una esquina de Ithaca a un grupo desangelado de individuos enarbolando pancartas que acusaban al presidente de "socialista" y le reclamaban que hubiera rescatado a los grandes bancos de Wall Street de la debacle. No le di importancia. Sólo en Estados Unidos, pensé, se podía tildar de socialista a quien con sus medidas había logrado salvar los pilares fundamentales del capitalismo.
   
Estaba equivocado. Ese grupo de gente que protestaba en la calle no pararía de crecer. En febrero del 2009, en el canal CNBC, el especialista en negocios Rick Santelli le daría al naciente movimiento un nombre asociado a un linaje de prestigio: el Tea Party. En la historia de los Estados Unidos, la chispa que desencadenó la revolución independentista fue el intento de Inglaterra de ponerle un impuesto al té que importaba la colonia; como respuesta a lo que se consideraba un atropello, en 1773 un grupo de colonos se acercó a la bahía de Boston y sacó las bolsas de té que se encontraban en tres barcos y las tiró al mar. Con los años, ese incidente vino a ser conocido como el Boston Tea Party.

En la política de los Estados Unidos no hay movimiento populista que no intente asociarse de un modo u otro al Boston Tea Party. Lo que impresiona es que este nuevo Tea Party haya logrado consolidarse tan poco después del triunfo de Obama en las elecciones. Algunos críticos leen en las protestas pancartas que dicen Osama Obama o Barack Hussein Hitler, regresa a Kenia, y piensan que esto no es más que una reacción racista al primer presidente negro de los Estados Unidos. En parte es verdad: este movimiento está conformado en su mayoría por blancos y conservadores; 30% de los miembros del Tea Party creen que Obama no ha nacido en los Estados Unidos y por lo tanto su presidencia es ilegítima.

Sin embargo, como dice la periodista Kate Zernike en Boiling Mad: Inside Tea Party America, en este movimiento hay algo más fuerte que el rechazo visceral a Obama: se trata de un "sentimiento antigobierno, tan viejo como la misma nación". Buena parte de los "tea partiers" tienen una ideología libertaria, asociada en los Estados Unidos a la oposición a la intrusión del gobierno federal en la vida privada de los ciudadanos. Los libertarios, por ejemplo, han soñado desde siempre con abolir el pago de impuestos federales (el de los estados es otra cosa; los libertarios no son anarquistas). Para ellos, la reforma de la salud emprendida por Obama terminó por confirmar todas sus sospechas: lo que se agita en Washington es el fantasma del comunismo.

Según Zernike, lo que une a conservadores y libertarios bajo el paraguas del Tea Party es la necesidad de enfrentarse a este creciente intervencionismo gubernamental con una "estricta" interpretación de la Constitución. El "originalismo" es una utopía arcaica: el miedo y la furia desatados por la recesión y por las soluciones de Obama para salir de la crisis tienen su refugio en un pasado ilusorio, en la falacia de intentar meterse en la cabeza de los Padres de la Patria y ser fieles a lo que ellos pensaban. Es decir, si la Constitución no dice nada acerca de que el gobierno federal debe intervenir en el mercado para salvar a los bancos, entonces el gobierno federal no debe hacer nada (según esta lectura, Roosevelt se equivocó con el New Deal, Johnson con los derechos civiles de los negros, y, ya que estamos, Kennedy también al decir que el espacio sería la "próxima frontera": la Constitución no dice nada de mandar gente a la luna).

El fundamentalismo histórico del Tea Party es, en palabras de la historiadora Jill Lepore, "nostalgia por un tiempo imaginado" --por un Estados Unidos más homogéneo, más blanco, menos multicultural--, y "consuelo contra un futuro incierto". Se rechaza el país que existe, se añora el país que nunca hubo. La utopía puede ser arcaica, pero los deseos son intensos. 

(La Tercera, 9 de noviembre 2010)

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9 de noviembre de 2010
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Relativismos

Hay muchas formas de relativismo. Y con frecuencia hay quien hace mezclas interesadas. Hay un relativismo histórico, por ejemplo, que frivoliza con el lugar y el calibre de los acontecimientos, y tira de los conceptos hasta límites insoportables. Hay que entenderlo por sus efectos retóricos y no por el valor real y efectivo de sus juicios. Son esas gentes capaces de describirnos holocaustos, totalitarismos y genocidios con una frecuencia tan frívola como para terminar devaluando los auténticos holocaustos, totalitarismos y genocidios que se han producido en la historia. Tan relativistas, o banalizadores, que es lo mismo, son quienes utilizan estos conceptos como munición metafórica de uso generoso, como quienes se apoderan de ellos como exclusiva, de uso privativo para su propio provecho e interés: siempre son totalitarios los otros y ellos mismos exclusivas víctimas de genocidios y holocaustos.

Hay una segunda forma de relativismo, que es el que concierne a los valores morales. Aunque son construcciones históricas y culturales de orígenes muy diversos y en fases muy distintas de desarrollo, no hay lugar a duda de que el actual planeta globalizado cuenta ya con una base común, perfectamente fundamentada en el humanismo filosófico y religioso, que comparten todas las grandes creencias. No hay lugar para el relativismo moral ante la pena de muerte, los castigos corporales y las mutilaciones, la tortura, el secuestro y la detención indefinida, la discriminación de raza, sexo o religión y toda la ristra de atentados a los derechos humanos condenados por las declaraciones y convenciones internacionales. Hay, curiosamente, proclamados anti relativistas que han defendido la suspensión de estos derechos en determinadas circunstancias: Bush y sus neocons, por ejemplo; como hay defensores de estos derechos que comprenden sus suspensión cuando quien lo hace es una dictadura ?amiga?: la China si son de derechas y la cubana si son de izquierdas. Un tercer capítulo de relativismos lo componen los filosóficos, utilizados por quienes consideran que la verdad ontológica es inaprensible y que incluso nuestro conocimiento científico sólo adquiere solidez provisional cuando se atiene a unas reglas de conocimiento y a unos ciertos métodos empíricos de refutación y comprobación. Este, y no otro, es el relativismo contra el que quieren actuar los adalides de dogmas religiosos: se apoderan por una parte de la verdad filosófica, que quieren someter a la verdad teológica surgida de sus fuentes sagradas, sea la Biblia, los Evangelios, o el Corán; y extienden un velo de duda moral sobre la verdad provisional y práctica de la ciencia y de la tecnología, a las que sitúan incluso en la frontera de las utopías inhumanas. Esta es una tarea de clérigos, habituados a secuestrar y administrar la verdad al servicio de su poder y de sus intereses. Con el anti relativismo teológico arrastran un anti relativismo moral que con frecuencia no practican: basta ver hasta dónde ha llegado el relativismo de la jerarquía católica respecto a la pederastia, capaz de erigir su juicio secreto y privado en verdad por encima de las leyes civiles. La operación posterior es arrastrar luego el anti relativismo histórico, en una amalgama que suele hacer furor entre ciertos laicos agnósticos e incluso ateos atraídos por el conservadurismo católico: ahí están los teocons, Oriana Fallacci o Marcelo Pera, partidarios de un europeísmo cristiano exclusivista e islamófobo, que sirve tanto a los objetivos de la extrema derecha israelí como al neointegrismo vaticanista. Detrás de la solida cabeza universitaria de Ratzinger, reivindicada estos días en España por algunos con motivo de su viaje a Santiago y Barcelona, yo no veo modernidad alguna ni capacidad de respuesta a los retos de la globalización y de la diversidad cultural y religiosa de Europa. Al contrario, un pensamiento dogmático y arcaico, naturalmente tan pétreo como las catedrales en lo que se refiere a las creencias, la fe; pero relativista en su apreciación de la historia y relativista también en la moral práctica. Por eso sus deslices semánticos no son tales, sino que expresan las debilidades y fortalezas de la Iglesia jerárquica y dogmática. Podemos observar, además, que las debilidades de esas apreciaciones históricas injustas le sirven para acentuar la fortaleza de su capacidad intimidatoria sobre el poder político en España y sacar réditos concretos en forma de pequeñas cesiones y concesiones de quienes gobiernan.

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9 de noviembre de 2010
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Delimitar lo que ha de saber un filósofo

En esta reflexión a cuatro bandas sobre la filosofía y su relación con los saberes especializados quizás sea útil transcribir lo que yo mismo escribía al respecto en uno de mis libros

"Delimitar lo que ha de saber un filósofo, pasa, en primer lugar por el establecimiento de un listado de esas interrogaciones filosóficas elementales... Tal listado debe incluir cuestiones relativas al espacio, al tiempo , a la condición lingüística, a la diferencia entre lo humano y lo meramente animal, al vínculo entre tiempo y corrupción, al vínculo entre palabra y música, a la función de la representación plástica, etc. .

Reflexión para la que será fértil apoyo un saber indiscutiblemente técnico, es decir, inequívoco y controlable. Tal saber incluye necesariamente aspectos relativos a genética,  lingüística, mecánica clásica, mecánica cuántica, teoría de la relatividad, teoría matemáticas de conjuntos, topología algebraica, teoría físico-matemática del campo, teorías ondulatorias de la luz y del sonido, momentos de la historia de la teoría musical, historia conceptual del arte...y un no muy largo etcétera

Aun en el caso de que se haya ya pasado por  el aprendizaje de alguno de estos puntos, rememorarlos en función de una interrogación filosófica y siguiendo un estricto hilo conductor, supone, no sólo actualizarlos, sino darles vida, es decir, librarlos de la esterilidad consistente en no saber a qué  responden, esterilidad en la cual son fácil presa del olvido

 

Nunca se reiterará en exceso que la filosofía, precisamente por constituir una exigencia elemental del ser lingüístico, alcanza un elevado grado de complejidad. Pues las cuestiones elementales son la auténtica matriz, tanto de la disposición espiritual que conduce a la ciencia como de la que conduce a la exigencia artística. La matemática, la reflexión musical, o la física teórica, encuentran en la filosofía un auténtico punto de convergencia, una "unidad focal de significación", según la formulación aristotélica. En  ausencia de esta última, las disciplinas particulares quedan privadas de significación, es decir  reducidas a la insignificancia. No otra cosa indicaba Descartes, cuando añadía a sus trabajos científicos ese prólogo legitimador conocido como Discurso del Método

Cierto es que la distribución del saber está hecho de tal forma que los lectores de Descartes, o bien son especialistas en algún retazo del contenido científico, o bien son especialistas en el prólogo (estos últimos son precisamente los formados en la facultad de filosofía) Extraña quiebra que Descartes viviría como auténtica mutilación, pero que no escandaliza a los voceros culturales ni a los  responsables de nuestra formación.

Expresión tristemente ejemplar de esta situación es lo que hace unos años pasaba con la matemática (afortunadamente ya no es así). Pues se introducía a los niños en esta disciplina mediante la Teoría de Conjuntos, sin explicarles nunca cuál era la función quizás primordial de la misma, filosófica dónde las haya. Pues Georg Cantor, el fundador de la misma, pretendía ante todo disponer de un arma para abordar el problema esencialmente filosófico del infinito. Y cabe obviamente hacer matemáticas sin teoría formalizada de conjuntos, mientras que es imposible sin ella abordar con rigor "ese delicado laberinto" que, al decir de Borges, constituye la cuestión del infinito.

 

Lo que antecede implica  que poner el énfasis en el vínculo entre filosofía y ciencia puede incluso ser contrario a la exigencia filosófica, si no se precisa que la filosofía es algo más que meta- ciencia. No se trata en absoluto de decir que tras la práctica científica surgen problemas teóricos a cuya confrontación llamaríamos filosofía. Se trata precisamente de reivindicar  una jerarquía contraria:

De las interrogaciones elementales surge la necesidad de análisis de fenómenos,  descripción de los mismos, y eventual ordenación en conjuntos, a todo lo cual   denominamos ciencia. De la ciencia pueden surgir aporías, por ejemplo relativas a la coherencia de sus diferentes ramas, que no conciernen directamente a lo que se planteaba en el origen. En este caso la meta-ciencia no es (al menos directamente) filosófica. Mas también ocurre que la reflexión meta-científica enlaza directamente con lo que desde el origen se formulaba, y entonces estamos de lleno en la filosofía.

Así prácticamente la totalidad de la producción meta-científica de Einstein,  en este caso meta-física, es puro retorno a los problemas de espacio tiempo, continuidad y cosmología que ocupan a la filosofía desde siempre, y  sistemáticamente al menos desde Aristóteles. Pueden darse muchos otros ejemplos de este auténtico reencuentro de la ciencia con su origen. Origen que debería determinar algo más que las consideraciones de aquellos científicos que (como en los casos de Einstein, John Bell o Erwing Schrodinger)  están ya avanzados en su propia disciplina.

Si la enseñanza, desde prácticamente la escuela primaria,  tuviera en cuenta el intrínsico lazo entre todas y cada una de las disciplinas del saber y las interrogaciones elementales de la filosofía, si la savia  de esta ultima siguiera vitalizando el segmento que al desplegarse  se convierte en ilimitado y sinuoso camino...entonces no se daría  esa sensación, a la vez de dificultad y de indiferencia, que paraliza a tantos escolares a la hora de elegir entre materias  que, en apariencia, carecen de conexión entre ellas y de lazo con lo que a la vida de los hombres da sentido.

De ahí que la reivindicación de la filosofía... sea de carácter normativo. Se trata de luchar contra la situación antes descrita, en la que la sociedad se erige en conformidad a un postulado de repudio de la filosofía. La lucha por la generalización de ésta al conjunto de los ciudadanos y por  su erección en causa final  de la formación educativa, tiene como inmediato corolario el que se considere ilegítima toda circunstancia social en la que el embrutecimiento, bajo forma de trabajo o bajo forma de ocio, prime.

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9 de noviembre de 2010
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Michel Houellebecq, premio Goncourt

Houellebecq entrando a la ceremonia Y otra buena noticia para Anagrama: luego de años y años de espera, Michel Houellebecq al fin gana el Premio Goncourt con la novela La carte et le terrotoire (El mapa y el territorio), tan polémica para muchos, acusada de plagio incluso, y que fue adquirida en Fránkfurt por Anagrama en el ?regreso del hijo pródigo? (pues todas sus novelas fueron editada en ese sello, salvo la penúltima, que salió en Alfaguara) La nota en El País dice:

La novela, la quinta del escritor, que se ha impuesto por siete votos contra dos, es un retrato despiadado de ciertas posturas contemporáneas en la que el escritor, además de arremeter contra el arte o la vida en el campo, se parodia también a sí mismo. Partía como favorito. En un artículo aparecido ayer en Le journal du dimanche, varios críticos de distintos medios franceses apuntaban a la novela de Houellebecq como a la obra con más posibilidades de hacerse con el premio por su calidad. Por ejemplo, Raphaëlle Rérolle, de Le Monde aseguraba: ?La Carte et le territoire es una novela apasionante sobre la Francia contemporánea. Continuamente leído y comentado, este hombre no puede ser excluido de los premios literarios sin que se haga el ridículo?. Hasta ahora lo había sido: ya fue finalista del Goncourt en dos ocasiones: con Las partículas elementales en 1994 y con La posibilidad de una isla. El escritor, nacido en 1958, ha sido protagonista de varias polémicas a lo largo de su carrera por sus irreverentes declaraciones, entre otras cosas, contra el Mayo del 68 o contra el Islam (?la religión más idiota del mundo?, dijo en 2001) Tampoco en esta ocasión se ha librado del escándalo. A pocos días del lanzamiento editorial de esta novela, algunos críticos le acusaron de haber copiado algunos pasajes, directamente, de la Wikipedia. Esto, no obstante, parece no desmerecer del conjunto de la novela, considerada por la mayoría de la crítica especializada como la mejor narración de este escritor francés y colocada ya desde hace semanas en los puestos de libros más leídos en Francia.

Por otra parte, el blog de Pierre Assouline da más detalles sobre la premiación y su teje y maneje, que incluye a un Houellebec amansado para convencer al jurado en contra:

L?auteur ensuite, Michel Houellebecq, soudainement sympathique et souriant durant sa tournée de promotion médiatique, serein et assagi, pas un mot plus haut que l?autre, pas la moindre insulte scatologique ad hominem comme il en a généralement le goût, évitant soigneusement les dérapages, déjouant les pièges, posant en photo avec son chien dans les bras, poussant même jusqu?à souhaiter une bonne journée aux auditeurs d?Europe

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8 de noviembre de 2010
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Antonio Ungar, premio Herralde

Antonio Ungar. Foto: Mario Múnera ? y yo advertí: ojo con el colombiano. Mis dos apuestas eran que tras el seudónimo podían estar Antonio Ungar o Juan Gabriel Vásquez. Y no me equivoqué. El Premio Herralde de Novela 2010 fue para el narrador colombiano Antonio Ungar y la novela Tres ataúdes blancos. Un fallo en el que hay que destacar varios aspectos. Primero, es el primer colombiano en ingresar a la lista de Anagrama (o uno de los poco, me parece que Evelio Rosero publicó hace décadas un libro ahí). En segundo lugar, el premio vuelve a América Latina, luego de que el año pasado fuera completamente español. Y en tercer lugar, no hay Finalista este año, lo que comprueba que la calidad de los semi-finalistas (14 en total) estuvo por debajo de lo esperado.  Antonio Ungar publicó las novelas Orejas de lobo y Zanahorias voladoras y el libro de cuentos Trece circos y otros cuentos comunes. Fue uno de los seleccionados del Bogotá39 y hasta hace poco ha vivido en Palestina. Actualmente vive en Bogotá. La novela, al parecer, es un thriller político que ocurre en un país latinoamericano. Dice la nota:

Tres ataúdes blancos es un thriller en el que un tipo solitario y antisocial es forzado a suplantar la identidad del líder del partido político de oposición y a vivir todo tipo de aventuras para acabar con el régimen totalitario de un país latinoamericano llamado Miranda. Ese argumento de thriller bizarro es, sin embargo, una suerte de estructura vacía, un esqueleto en el que la novela crece, salvaje, impredecible, saliendo a borbotones de la voz del protagonista. Desaforado, desquiciado, hilarante, el narrador usa todas sus palabras para cuestionar, ridiculizar y destruir la realidad (y para reconstruirla de nuevo, desde cero, como nueva). Perseguido sin descanso por el régimen del terror que en Miranda todo lo controla y por los abyectos políticos de su propio bando, solo contra el mundo, el protagonista es finalmente alcanzado y cazado. Su enamorada en cambio consigue huir milagrosamente, y con ella queda viva la esperanza de un nuevo comienzo para la historia.Tres ataúdes blancos es un texto abierto, polifónico, dispuesto para múltiples lecturas. Puede ser entendido como una sátira feroz de la política en América Latina, como una refinada reflexión acerca de la identidad individual y la suplantación, como una exploración de los límites de la amistad, como un ensayo sobre la fragilidad de lo real, como una historia de amor imposible. Envuelta en un envase de thriller fácil de abrir y de leer, llena de humor, esta novela propone sin duda un juego literario complejo y fascinante. La novela que consagra indiscutiblemente a uno de los autores mayores de su generación en lengua española.

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8 de noviembre de 2010
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Mails

Entre el teléfono y la carta se encuentra el mail. Pero no parece tan seguro este orden si se le añade el mensaje corto y las comunicaciones en las redes sociales. ¿Qué categoría, por tanto, posee el mail? Hay cosas que no parece correcto trasmitir por mail pero el cine y la realidad se encuentran ya poblados de incontables ejemplos en los que el mail incorpora  mensajes trágicos y decisivos. ¿Será el mail, entonces, el lugar común de todas las comunicaciones, graves o leves, tal como fuera la presencia oral en otros tiempos más simples? 

La pregunta carece de pertinencia.

 Con múltiples formas de comunicaciones la comunicación adquiere a la fuerza rangos y significaciones diferentes. ¿Es más confidencial la  carta que el e-mail? Inmediatamente nos parecería que sí pero ¿qué decir de los accidentes que pueden sobrevenir a un sobre en su largo viaje? El mail, en cambio, traza un arco libre, cierto e instantáneo de persona a persona. Y también es así para el mensaje corto. O, en general, para cualquier contenido que circule por el ciberespacio que es al espacio tradicional lo que la nube al suelo, lo que el soplo al susurro, lo que la flecha a la piedra, lo que la bomba de neutrones a la bomba de mano, más cercana la segunda que la primera, pero también menos precisa y, al cabo, menos selectivamente humana, tan cercana a la tierra como próxima a su indiscriminada  brutalidad. (continuará)

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8 de noviembre de 2010
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Sobre una exposición madrileña

No sé qué tienen los grandes satíricos que siempre me caen simpáticos. Y eso que pueden ser rematadamente antipáticos, como Goya, o de un humorismo rasposo y secreto, como Beckett. Nada sé sobre el carácter personal de James Ensor, el más grande satírico del siglo XX (¿o hay quien lo dude?) pero me parece un tipo perfectamente simpático.

    He dicho "satírico" y debo corregirlo inmediatamente. No es sólo sátira lo que hay en este portentoso heredero del Goya más incisivo, hay también una amorosa desesperación provocada por la idiotez humana. Como al español, también a Ensor le asquea la cobardía, la crueldad, la petulancia, la obsequiosidad, el gregarismo de los humanos, y también, como a Goya, le alivia mostrar esa parte monstruosa con toda la ternura de un arte excepcional. ¡Cuánto "Entierro de la sardina" hay en Ensor! Aunque, a diferencia de Goya, el belga expresa la indigencia espiritual de sus personajes en la forma misma, en ese dibujo que parece un grafito de retrete o la temblorosa mano de un borracho.

    La particular monstruosidad de Ensor y de Goya (porque hay muchos modelos de monstruosidad y no es lo mismo un monstruo felliniano bonachón y católico, que otro de David Lynch despiadado y repugnante), la suya, digo, bien podría adoptar la categoría de lo grotesco según Wolfgang Kayser, cuyo clásico trabajo sobre este concepto acaba de reeditar Machado Libros. Dice Kayser que Ensor inventa las "turbulentas masas, las grumosas multitudes" que ya conocíamos desde Signorelli, Callot, El Bosco o Brueghel, pero en ellos todavía la masa estaba compuesta por grupos bien formados, en tanto que la masa de Ensor es una pasta amorfa, sin fisuras, en verdad "nuestra" masa, la de los medios de formación de masas y la de los partidos políticos.

Es curioso que Kayser no mencione las masas de Goya, como las que asoman siempre por detrás de los muros y que Manet pilló de inmediato e incluyó en sus fusilamientos de Maximiliano, aunque es cierto que también son clásicas en el sentido por él subrayado, o sea, que están construidas por grupos independientes que "componen". Las de Ensor en cambio, son botellón puro.

 

 

 

La Fundación Carlos de Amberes expone la integral de la obra gráfica del artista flamenco y en el admirable catálogo hay un breve texto de Alechinsky donde dice algo que sólo un artista se atreve a decir: que un grabado de Ensor ("Estrellas en el cementerio") le hizo sospechar a edad muy temprana el trabajo azaroso, informe, grumoso y sin embargo fundado de que era capaz la pintura, pero que no aparecería hasta el dripping de Pollock. Cuenta con mucha gracia la indignación del director del Gabinete de Estampas de la Biblioteca Real de Bruselas cuando le expuso su idea con el fin de proceder a un examen más detenido del grabado. La comparación de Ensor con Pollock puso fuera de sí al funcionario (Louis Lebeer) el cual se negó infantilmente a mostrarle la plancha original arguyendo que era defectuosa, que la resina se había descompuesto y que sería un insulto para Ensor mostrar un grabado fallido.

    Alechinsky lo había visto muy bien: en las manchas de Pollock que el azar junta y revuelve y separa y confunde y mezcla y embrolla, está la verdad de la moderna masa indistinta y sumisa, aborregada, estúpida, sonriente, la de Ensor, por ejemplo, en la que no hay individuos sino manchas, esa masa de "La entrada de Cristo en Bruselas el Martes de Carnaval de 1889", descomunal aguafuerte que puede verse en la Fundación madrileña. O mejor aún en "La Muerte persiguiendo al rebaño de humanos" de 1895, a cuyo lado las Metrópolis satánicas de Grosz parecen estampas bucólicas.

 

ensor

 

¡Qué privilegio, pasear entre estos dibujos grotescos buscándose uno mismo entre los apiñados grupos de imbéciles masivos! ¿Soy ése, aquel, o acaso esotro? Porque alguno de ellos soy, no me cabe la menor duda.

 

(Quiero agradecer a la gentil Beatrice Marcus y a la Fundación Carlos de Amberes las ilustraciones de esta página)

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8 de noviembre de 2010
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El Boomeran(g)
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