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Cerebro, vagina

No hay nada como una grosería fuerte para captar la atención y grabarse en la mente palabra por palabra, no hay nada como un olor asqueroso para que no lo puedas olvidar en toda tu vida y no hay nada como una escena que habrías pagado por no ver para que te revuelva el estómago. Esta semana han escandalizado a todo el país las lindezas varias que ha soltado un tertuliano de Telemadrid, cuyo nombre no recuerdo y cuyo programa no he visto nunca, pero de las que no he podido evitar enterarme. Todos nos hemos puesto al corriente de lo podridas que tiene las entendederas este sujeto, que se ha cubierto de mierda. Pero por otro lado su gran ejemplo está siendo muy didáctico porque es el espejo donde podrán mirarse y acaso reconocerse y acaso sentir repugnancia propia aquellos que han hecho de su misoginia una fuente inagotable de chistes, gracietas e insultos que vistos y oídos en  dicho espejo no tienen tanta gracia ¿verdad?, suenan más bien patéticos, sórdidos, dan vergüenza ajena. Quizá los que quieran curarse de su enfermizo desprecio por las mujeres deberían clavar en la pared con una chincheta la cara de este tío con sus grandiosas frases y antes de salir de casa mirarle bien y pensar si quiere ser tan rabiosamente ingenioso como él.

También están a tiempo de mirarse en tan espectacular espejo todos los que en los últimos tiempos han vertido su furor machista contra nuestras políticas, y no son torpezas inocentes ni frases malinterpretadas por un exacerbado feminismo, son sangrantes y vejatorias y directamente dirigidas al corazón de la mujer, no de la política. Ellos son igualmente espejo de esta asombrosa rabia hacia nosotras en unos tiempos en que este sentimiento tan atrasado tendría que estar superado. Avanzamos poco, por mucho iphone que llevemos en el bolsillo. Y además su tendencia a ofendernos es tan fuerte que se olvidan de que tienen madre y que también ellas pueden estar en el punto de mira de un tipo de su calaña. A veces también tienen esposa e hijas. ¿No les da miedo de que en el camino de sus hijas se cruce alguien como ellos?

Y en cualquiera de estos espejos pueden reconocerse los que ante los medios cierran la bocaza pero que la abren entre amigotes o como cosa normal. A veces ni siquiera se dan cuenta. He oído comentarios de lo más variado salidos de un odio ancestral y visceral que no logran controlar. Para algunos, en público, las mujeres somos superiores (¡ay!, esa trampa condescendiente y paternalista), somos el futuro, pero en cuanto bajan la guardia y se relajan se les escapa el diablillo entre los dientes. Se sienten superiores porque no tienen vagina parece ser. Porque esta parte de nuestra anatomía es atacada sin piedad. El imaginario va desde las vaginas con dientes, pasando por las que, debido a la edad, ya deben de tener callo, las que necesitarían un soplete por el poco uso, llegando a las que huelen a ácido úrico según el genio de las tertulias de Telemadrid. El contrapunto lo ponen los comentarios libidinosos que la dejan a una sin ganas de aparearse por el resto de su vida.

Pobres vaginas que han de soportar que por ellas salgan semejantes mastuerzos. ¿Merece la pena el parto, tanto sufrimiento para que luego una madre oiga a su hijo decir estas cosas? La otra parte del cuerpo que hace las delicias de esta clase de individuos es la cabeza, el cerebro, el intelecto. Esa es tonta. La verdad es que cuántas veces hay que hacerse la tonta para no enzarzarse. Sólo una vez oí a uno de estos caricaturescos neurólogos-ginecólogos escaparse del eje cerebro-vagina. Fue en televisión hace unos años. Se trataba de un músico, un rockero de una banda ya algo pasada que refiriéndose a una cantante madura dijo que tenía “caspa en las piernas”. Qué original. La entrevistadora se quedó de piedra, yo en mi casa también. No he podido olvidarlo. La entrevistadora reaccionó diciendo que esa señora seguro que tendría cremas buenísimas para hidratarse, pero el rockero la miró incrédulo. Despreciaba la madurez, la caspa, las piernas y probablemente a sí mismo.  La misoginia no entiende de nivel social ni intelectual, sino de poder. Y con ese poder se nos ha elevado a las absurdas alturas de los cabellos de oro y las frentes de nieve de la lírica cortés, para bajarnos a los infiernos de la humillación en sutiles variables cuando no al maltrato. Por suerte hay otros muchos hombres con quienes compartir la vida.

 

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23 de noviembre de 2010
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Derecho al monolingüismo

Son conocidas las múltiples declinaciones de esta propuesta política que defienden dos de los partidos parlamentarios catalanes, Partido Popular y Ciutadans, y uno extraparlamentario en Cataluña, pero no en el Parlamento español, como es Unión, Progreso y Democracia. Las lenguas no tienen derechos, sólo los individuos. No hay derechos territoriales, sino de los ciudadanos. Hay una sola lengua cuyo conocimiento es obligatorio según la Constitución; todas las otras son y deben seguir siendo finalmente optativas o subsidiarias, tal como ha quedado avalado por la sentencia del Constitucional sobre el Estatut. Etcétera. Pero hace escasos días, alguien lo ha formulado en términos mucho más claros y directos que facilitan el razonamiento: tenemos el derecho a ser monolingües en castellano.

Este nuevo derecho ciudadano tiene dos características. Primera, es un derecho negativo: a negarse a aprender y a hablar cualquier otra lengua que no sea el castellano. Hasta aquí nada que decir, porque es evidente que todo el mundo tiene el derecho a aprender y a hablar la lengua que le plazca. Con la derivada o salvedad de que no es un derecho transportable: debo ejercerlo no donde quiera sino donde pueda, allí donde esté acompañado de una mayoría de gente conforme con mi negativa a hablar y entender cualquier otra lengua que no sea el castellano. En Lima y en Bogotá sí. No en Moscú ni en Yakarta. En Barcelona es muy fácil sortear el catalán en la vida diaria y son muchas las circunstancias que ayudan ?la proximidad románica de ambas lenguas, la preponderancia de medios de comunicación en castellano, los hábitos de cortesía de los catalanes?--, pero hay algunos puntos donde el derecho a no entender y a no aprender tropieza con algunos límites: la escuela pública o subvencionada, las instituciones, las comunicaciones oficiales del gobierno catalán? Segunda característica: este derecho a ser monolingüe en castellano no es un derecho aplicable universalmente a todas las lenguas. Sobre todo a la catalana: si reconocemos el derecho de los catalanes a ser monolingües en catalán, debemos incluirlo como lengua oficial en el conjunto de las instituciones y del territorio de España o alternativamente ofrecer a los catalanes el derecho a constituirse en un territorio --sea un Estado independiente o no es indiferente para el argumento-- donde el catalán sea tan oficial y preferente como lo es el castellano en territorio monolingüe castellano. Creo que ninguna de ambas ideas puede gustarles a quienes defienden este derecho a ser monolingües en castellano, entre otras razones porque su universalización lo recorta en vez de ampliarlo: cuanto más tengo yo menos tienen los otros y viceversa. Si no es universal, será entonces por que es un derecho privativo, aplicable sólo a los hablantes del castellano pero no a los hablantes de otras lenguas. Tampoco: entre los hablantes castellanos hay una cantidad bastante considerable que no tiene el castellano como lengua materna, ni siquiera como lengua familiar o de comunicación en su vida cotidiana, pero que lo utilizan a gusto en multitud de momentos de su vida o que incluso constituye su principal instrumento de trabajo: en este apartado se encuentra la abundante nómina de escritores y periodistas catalanes que escriben en castellano (yo mismo). Estos hablantes, que en territorios como el catalán son muy abundantes, no pueden exigir el derecho a ser monolingües en castellano porque no lo son congénitamente. Pueden exigir naturalmente el derecho a utilizar el castellano, pero no en condición de un monolingüismo que les está prohibido por principio, porque no lo son ni lo pueden ya ser. Hemos acotado entonces a quien afecta este derecho: a los ciudadanos castellanohablantes no catalanes que llegando a Cataluña consideran innecesario, vejatorio o inconveniente entender y hablar catalán. Muy bien. No vamos a discutir con ellos. Si su actitud no afectara a derechos de los otros lo único que les diríamos es que ellos se lo pierden. Eso sí, no van a pretender que con tales reivindicaciones luego les aplaudan y jaleen quienes también se creen con derecho a ser monolingües en catalán o quienes no se reconocen con derecho a ser monolingües en lengua alguna, porque están dispuestos a realizar esfuerzos para aprender la lengua del lugar allí a donde van. Hay que puntualizar que todo este galimatías, aparentemente tan vivo en la campaña electoral, está muy lejos de la calle y de la vida en Cataluña, donde sólo suelen plantear estos problemas quienes se han empeñado en convertir las lenguas en motivo de división y de enfrentamiento políticos en vez de instrumentos de comunicación y de concordia. De momento no lo han conseguido y sería muy bueno que así siguieran para siempre. (Enlace con una entrevista a Fernando Savater en La Vanguardia donde se enuncia la reclamación: ?¡Tienes derecho a ser monolingüe en castellano!?).  

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23 de noviembre de 2010
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El amigo pródigo

Regresa a media voz, toca la puerta con cautela ese amigo que hace más de un año no ha querido acercarse. No habla del largo tiempo que pasó sin venir, ni de las causas, pero de la manera en que nos mira todo queda dicho. El miedo, ese elemento que pone a prueba los afectos y echa ácido corrosivo sobre las declaraciones de fidelidad lo ha mantenido lejos. Ahora ha vuelto por sólo unos minutos. Mientras se queda en nuestra sala habla en un susurro y señala hacia micrófonos diminutos y ocultos que él imagina en cada esquina. Lo invitamos a compartir un par de huevos fritos, un trozo de malanga y algo de arroz, ni una palabra de reproche. Actuamos como si lo hubiéramos visto ayer o nos hubiera llamado esta misma mañana, como si nunca se hubiera alejado. Sin embargo, algo se ha roto irremediablemente. De ahí que sólo le comentemos de la familia, de las nietas de Reinaldo que crecen cada día y del nuevo interés de Teo por tocar la guitarra. Ni una sola frase de ese lado gratificante y doloroso de nuestras vidas que surge de expresarnos libremente en un país lleno de máscaras. Cuando parece que los temas se agotan, estiramos la conversación mencionando la lluvia o  las historias de violencia que cada día se vuelven más comunes en esta ciudad. Para llenar el vacío que ha creado la distancia, contamos que el aceite para cocinar está perdido y al detergente le ha tocado esta semana jugar a los escondidos en las tiendas. Obviamos, a propósito, los proyectos futuros, las aprensiones cotidianas, el cerco policial y el dolor que nos traen los que se apartan. Después de un rato, el amigo se va y nos quedamos convencidos de que no regresará en un año o dos, en una eternidad o dos. Quién sabe, quizás esté aquí antes de lo que creemos, palmeando nuestros hombros y diciéndonos que cuando todos se retiraron espantados, él no se dejó contagiar por el temor y desde su habitación, desde su protegida lejanía, nos acompañó en cada paso.

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23 de noviembre de 2010
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Edward Carr reseñado

carátula del libro Uno de los mejores libros que he leído este año, Los exiliados románticos (Anagrama) del historiador británico Edward Carr ha sido reseñado en Radar Libros. Una galería de personajes rusos del siglo XIX absolutamente imperdible. Dice la reseña de Martín Glatsman:

En Los exiliados románticos (1933) el historiador británico E. H. Carr (1892-1982) oficia ?con voz aguda y tono irónico? de guía por los derroteros del convulsionado siglo XIX europeo y sus fracasadas revoluciones ?1848 en Francia, 1863 en Polonia y 1871 nuevamente en Francia?. Como parte de su Galería, Carr expone distintos personajes entrañables, desopilantes y decadentes unidos por una idea en común: la esperanza de ver una Rusia libre del yugo zarista. Herzen fue el padre del populismo ruso y, a pesar de su gran actividad política y sus clásicos textos programáticos ?cartas abiertas, panfletos, documentos, ensayos?, es esencialmente recordado como el escritor de una impresionante autobiografía, Pasado y Pensamiento (1868), que en palabras de autorizados críticos lo llegarían a ubicar dentro del gran panteón de la literatura rusa. Para Carr, Herzen era una de las personalidades más sensibles y comprometidas políticamente de la primera generación de exiliados del zarismo en el siglo XIX. Toda una personalidad que se había convertido en una verdadera institución; al punto tal de que ?para un turista ruso, dejar Londres sin haber visto a Herzen, era tan inconcebible como ir a París y no visitar el Louvre?. Y por supuesto, que el Gran Salón, en donde se reunirá parte de esa famosa inteligentsia rusa, será el hogar londinense de Herzen. Por allí, solía presentarse con su inmensa y deteriorada figura, Bakunin, siempre con ánimo polémico. Herzen a menudo expresaba su temor acerca del anarquista, ?probablemente arruinará todo nuestro trabajo?, pero a pesar de sus diferencias políticas y de forma nunca dejó de ayudarlo en la realización de sus sueños: ?Uno tan sólo puede trabajar sobre los hombres soñando sus sueños más claramente de lo que pueden soñarlos ellos mismos, y no demostrándoles las ideas como se demuestran los teoremas geométricos?. (?)

Si bien es verdad que Carr declaró que Los Exiliados? ?debe ser leída con indulgencia. Todavía era muy joven a los cuarenta?, no es menos verdadero que el texto presenta una frescura y una descripción de la vida cotidiana de los románticos rusos en Europa desde un punto de vista novedoso; ya que Carr, sabiendo de la imposibilidad de superar la autobiografía de Herzen basó su investigación en la voluminosas cartas de éste a sus colegas, tanto del mundo político e intelectual ?Turguénev, Bakunin, Ogarev entre otros?, como de su entorno familiar. (?) Un dato significativo en la estructura del libro es que Carr presenta los últimos días de Herzen en el capítulo doce del libro. Los cinco capítulos finales pueden ser leídos como una gran y maravillosa cosa. Entre ellos, se destaca ?Un volteriano entre los románticos?, en donde aparece un extraño príncipe llamado Piotr Dolgorukov, amigo de Herzen que, por distintas circunstancias, que se revelan en el relato de Carr, será un sujeto central en el trágico duelo que terminará con la vida del poeta Pushkin. También cabe recordar aquel relato de suspenso e intriga que el historiador reconstruye al estilo de la novela policial clásica en el capítulo ?El affaire Postnikov, o el eterno espía?, en donde Bakunin y el ?círculo de Herzen? son víctimas de un engaño policial y de su optimismo revolucionario. En definitiva, un libro singular, que recrea los sueños, fracasos y utopías de una generación de rusos exiliados que nunca más pudieron ingresar a su tierra prometida y que de manera romántica, pero no por eso menos verdadera, lograron expresar con convicción ideales tales como el que afirma Herzen, en su maravilloso y polémico ensayo sobre la experiencia de las revoluciones europeas (Desde la otra orilla, 1850), y que Carr reproduce en un pasaje emotivo de su relato: ?Nosotros no construimos sino que destruimos; no proclamamos una nueva verdad, sino que abolimos una vieja mentira. Los hombres contemporáneos sólo construyen el puente; los aún desconocidos hombres del futuro, lo cruzarán. Tú quizá lo veas. No te quedes en esta orilla. Mejor es morir por la revolución que salvarse en la sagrada reacción?.

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22 de noviembre de 2010
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Lo nuevo de DeLillo

carátula de la novela Don DeLillo, pese a lo experimental de su literatura, mantiene interés en algunos lectores en castellano. Está muy lejos de volver a escribir un Ruido de fondo, pero él insiste y Seix Barral aun le tiene fe. Acaban de editar la novela  Punto Omega. La reseña en ABCD las artes es de Rodrigo Fresán hace un repaso de su obra y se pregunta en qué punto está ahora DeLillo. Muy atinado:

Todo comienza en el Museo de Arte Moderno de Nueva York y está muy bien que así sea. Allí, el narrador/testigo (en uno de esos capítulos introductorios tan admirables y característicos de la Casa DeLillo) contempla una instalación donde se proyecta Psicosis de Hitchcock, ralentizada, hasta alcanzar las 24 horas de duración y descubrirnos que «La frase carece de significado». Ajá. Está muy bien que Punto omega se nos presente frente a una típica manifestación de modernidad añeja. Por que Punto omega se lee como una pieza de museo, como un perfecto exponente de lo que -tras los pasos de Gaddis y Ballard- supo ser Don DeLillo. Variaciones personales Recapitulemos: DeLillo (Nueva York, 1936) arrancó en 1971 con Americana (road-novel desértica de la que Punto omega repite más de un eco), enhebrando rápidamente una serie de variaciones muy personales sobre diversos géneros (la novela deportiva en End Zone, la novela rock en Great Jones Street, la novela científica en Ratner´s Star, la novela conspirativa-capitalista en Jugadores, la novela freak-pulp en Fascinación y la novela «de extranjero» Los nombres) hasta entrar de lleno en su época dorada. Allí, DeLillo despacha varias obras maestras que, además, conforman un credo estético y existencial y dan lugar a lo delilliano. Así, Ruido blanco (ganadora del National Book Award) propone su versión del Apocalipsis norteamericano luego de un «evento tóxico»; Libra disecciona la figura del magnicida Lee Harvey Oswald; y Mao II propone la desaparición y el terrorismo como nuevas y definitivas disciplinas artísticas. Todo esto va a dar a la mágnum opus y novela-web Submundo. Y, después, ese acontecimiento histórico de cuya llegada DeLillo nos advirtió, lateralmente, durante años: la mañana del 11 de septiembre del 2001 cuando todos vimos todo eso por televisión y más de uno pensó: «¡Don DeLillo!» Desde entonces, la incómoda sensación pero el fascinante espectáculo de seguir leyendo a un escritor que alguna vez nos ayudó a comprender el presente y el día de mañana reconvertido en novelista autohistórico a lo largo y ancho de libros breves -Body Art, Cosmópolis, El hombre del salto y ahora Punto omega-, funcionando como anticuados sketches para una obra mayor en un museo particular donde, quizás, esperemos que no, todos los grandes cuadros ya hayan sido colgados. Todo se mueve Punto omega es, entonces, más de lo mismo: DeLillo y sus entropías y paisajes (aquí las arenas de Mojave o Sonora), su particular sentido del diálogo en base a eslóganes zen-occidentales (cuando funciona se acerca a Beckett y, cuando no, recuerda demasiado a la aforística inconexa y náufraga de Perdidos), y dos personajes teorizando prácticamente sobre el todo, la nada y lo que hay en el medio. Conozcan entonces al joven cineasta Jim Finley intentando convencer de que hable a cámara al otoñal y misterioso Richard Elster (asesor del Pentágono y «conceptualizador» de Irak como «guerra haiku»). Y entonces se suma a la partida Jessie, la casi invisible hija de Elster. Y de pronto Jessie ya no está allí. Y todo se mueve. Un poco. Bastante. Lo que no implica dejar de seguir hablando hasta alcanzar ese punto omega en el que «la conciencia se acumula». O algo así. Y la certera sospecha de que uno ya ha oído esta canción que no molesta volver a escuchar; aunque ahora prime un cierto aroma a involuntaria autoparodia y a karaoke demasiado solemne y se extrañe ese personal humor de End Zone y Ruido de fondo. Y que lo que se nos invita a visitar no es otra cosa que la perturbadora postal de la Zona Cero de toda una literatura: el sitio preciso en el que alguna vez hubo algo muy grande y en el que ahora hay nada más que un impresionante vacío absoluto a la espera de ser llenado por algo y por alguien. Mientras tanto, vaya esta interesante y elegíaca novela/instalación a la que, por favor, se ruega no tocar, pero sí mirar, preguntándose a qué época pertenece. 

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22 de noviembre de 2010
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Para (re)descubrir a Ann Beattie

Una de las grandes pruebas para un escritor es su capacidad de influir en la obra de otros escritores. A Ann Beattie le ha ido muy bien: Lorrie Moore se cuenta entre sus descendientes, y también Amy Hempel y, de las generaciones más recientes, Miranda July. Son estos escritores los que han mantenido el fuego, los que no han dejado de leerla y citarla durante ese largo invierno en que su generación fue reducida a Carver y un poco más.

Nan Graham, su editora, dice medio en broma medio en serio que el problema de Beattie es no haberse muerto. Otra razón: Gracias a su novela Postales de invierno, Beattie fue simplificada como la escritora del zeitgeist de los setenta, con lo que muchos nuevos lectores decidieron que ella no tenía nada nuevo que decir hoy. Como le dijo Beattie a Antonio Diaz Oliva en una reciente entrevista, "lo frustrante es que cuando me preguntan por Postales de invierno en Estados Unidos, es más por su reputación que por haber leído la novela". No ayudaba que tampoco hubiera sido muy traducida. El mundo hispanoamericano recién la comenzó a leer hace un par de años, cuando Libros del Asteroide publicó esta novela con un prólogo magnífico de Rodrigo Fresán.

La editorial Scribner ha decidido cambiar las cosas y redescubrir a Beattie. The New Yorker Stories, el libro que acaba de publicar, incluye los cuarenta y ocho cuentos publicados por Beattie en la prestigiosa revista; veinticuatro de ellos no habían sido publicados antes en alguno de sus libros. Hay que decirlo de una vez: los cuentos de Beattie son perfectos, y es fácil entender por qué el New Yorker no se cansaba de publicarla: ella está entre los cuatro o cinco más grandes cuentistas norteamericanos de la segunda mitad del siglo veinte.

Lo que impresiona de The New Yorker Stories es que Beattie aparece con una voz muy madura desde "A Platonic Relationship", su primer cuento publicado en la revista, en 1974, cuando ella tenía sólo veintiseis años. Este libro no es el lento descubrimiento de un mundo, la forma en que una escritora va descubriendo sin prisas su talento narrativo. En "A Platonic Relationship" ya está la voz de Beattie: alguien que sabe de ilusiones perdidas y que está de vuelta de todo, que mira todo en torno suyo con cierta ironía y un toque de humor. El tono de los cuentos es perfecto, hay lucidez para entender la fragilidad de cada momento y la estructura narrativa indirecta suele resolverse en una imagen epifánica cargada de poesía (en "Afloat", una niña suspendida sobre su padre se convierte, para la nueva pareja del padre, en una imagen del "deseo, por un breve minuto, de simplemente irse de la tierra"). La historia parece deambular, pero en realidad Beattie nunca pierde de vista el devastador corazón del relato.

El mundo de los cuentos de Beattie es el mismo de sus novelas: personajes de clase media alta, en su segundo o tercer matrimonio, pero capaces de mantener relaciones civilizadas con sus ex-parejas: "Raquel pasa los veranos con su ex-esposo y con la hija del segundo matrimonio de su ex-esposo, con el novio de la hija y con el mejor amigo del novio". Estos yuppies de familias disfuncionales andan perdidos por el mundo y se enfrentan a sus pequeños grandes problemas sin melodrama, con esa quieta tensión que le ha valido a esta escritora ser considerada minimalista (no lo es). Leídos uno tras otro, los cuentos de Beattie pueden cansar: los personajes son muy similares entre sí, al igual que sus problemas, y se entiende la razón del estereotipo de "ficción doméstica". Hubo ratos en que extrañé un mundo más tabloide y sensacionalista, más sucio (digamos, el de Joyce Carol Oates), pero tampoco me cansé de encontrar joyas como "In the White Night", "Snake's Shoes", "Like Glass", "Gravity", "Skeletons"...     

Ann Beattie capta su época a la vez que la trasciende. Sus cuentos están hoy muy vivos y demuestran de manera contundente que su obra no sólo se reduce a una novela zeitgeist.

(la Tercera, 22 de noviembre 2010)

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22 de noviembre de 2010
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Mario Vargas Llosa y la crónica futbolística

Sara Carbonel al pie de la cancha En el año 82, el último en el que Perú fue a un Mundial, Mario Vargas Llosa fue testigo de los partidos en La Coruña de ese equipo peruano que ilusionó mucho y que terminó goleado por 5 a 0 contra Polonia. El diario El Comercio rescata esta crónica del ahora Premio Nobel sobre el periodismo deportivo. Dice Vargas Llosa:

Igual que la crítica de (sobre) modas, la crítica del fútbol es también una formidable maquinaria creadora de mitos, un espléndido surtidor de irrealidades que alimenta el apetito imaginario de vastas multitudes. Hasta hace relativamente pocos años no lo era, pues los comentarios de fútbol en la prensa, la radio y la televisión tenían un carácter realista, se limitaban a cumplir el más mediocre cometido que cabe a la crítica: describir servilmente la realidad, referir puntualmente las incidencias de un partido, informar con objetividad ?es decir, en un lenguaje invisible, transparente? sobre la actuación de los jugadores. ¿Qué interés puede tener ese tipo de crítica científica? En ese tiempo había que leer la crítica taurina. Era la verdaderamente creativa, fantaseadora, con un vocabulario entre esotérico y folclórico, capaz de perpetrar las cursilerías más encantadoras y de un humorismo involuntario constante. En nuestros días, gracias a la demanda multitudinaria de ese público imantado por el fútbol, que quiere ver fútbol no solo en los estadios sino también en los diarios, las radios, la televisión, la crítica del balompié rompió ya con el realismo y accedió a ese estadio superior de la escritura, que es la creación de mitos. Sin temor a exagerar se puede decir que es regla casi general que las páginas deportivas sean las más vitales e imaginativas de diarios y revistas, aquellas en las que el periodista muestra una libertad y una audacia estilística mayores. Lo mismo se puede decir del comentarista radial de fútbol, que, si es bueno, va enriqueciendo con sus palabras aquello que transmite, como un trovador medieval transformaba en sus versos los amores o las batallas que cantaba. El comentarista de televisión, en cambio, está embridado por la presencia de la imagen, que lo ata a la realidad del partido. Estos periodistas deportivos, cuando son talentosos, jamás describen un partido o radiografían el desempeño de un jugador: los mitifican. Es decir, los sacan de su efímera, pasajera realidad concreta y los instalan en la realidad permanente, intemporal e incorpórea de la ficción. He aquí unos cuantos ejemplos, elegidos sin trampa en los diarios a los que puedo echar mano en este estadio Balaídos de Vigo, donde escribo estas líneas. Un periodista catalán, refiriendo el desempeño que tuvo en el primer partido del Mundial ese arquero belga con nombre de cachetada (Pfaff), lo define bellísimamente como ?el portero de la vista agrimensora?. Un crítico madrileño, por su parte, sintetiza con esta insuperable alegoría la derrota argentina ante el equipo Belga: ?Argentina murió al atardecer, en el centro del campo. La magia de los campeones del mundo quedó atrapada por la tela de araña roja tejida por los belgas en la zona entre áreas?. Los árbitros, para otro comentarista, no castigan a los jugadores: les ?muestran la cartulina? o les señalan ?el infamante camino del camarín?. Un partido no es un partido, sino un pretexto para sugestivas formulaciones retóricas, en las que la ?visión práctica? y la ?eficiencia zonal? del ?estratega? (entrenador) soviético se enfrentaron a la ?filosofía de inspiración individualista?, al ?ritmo embrujante y mareador? del ?once? brasileño. Se podría hacer una linda antología de críticas de fútbol, mostrando cómo los periodistas-ficcionistas apelan, con instinto poético envidiable, para describir los partidos, a los más diversos arsenales retóricos, y que hay encuentros reseñados como un espectáculo musical, como una comedia de disparates, como una tragedia griega, como una hazaña épica o como una catástrofe militar. Gracias al fútbol, la literatura de ficción contemporánea se ha enriquecido con un aporte tan simpático como inesperado: las secciones deportivas de la prensa. Jóvenes estudiantes de Literatura: para comprobar prácticamente cómo la buena literatura transforma la experiencia real en mito, ¡lean las crónicas del fútbol!

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22 de noviembre de 2010
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Buscando buenos titulares desesperadamente

A falta de buenas noticias, o mejor dicho, vista la abundancia de las malas, hay que espabilarse para tratar de fabricar titulares que alivien un poco la angustia del momento. Aunque sean exagerados o directamente falsos. A ello se dedican buena parte de las energías de los gobiernos y las instituciones internacionales, tratando así de disimular el estado de desgobierno, por no decir de malgobierno, en que se encuentra el planeta. Estados Unidos y Europa son quienes están más ocupados en estas dudosas maniobras de otoño, mientras los emergentes se hallan ocupados en sus cosas, es decir, en crecer, adquirir fuerza y protagonismo económico y político y asentarse como actores decisivos en el nuevo tablero global.

El mejor ejemplo de esta desesperada marcha en pos de los titulares nos la proporcionan las tres cumbres celebradas en Lisboa esta pasada semana: la de los 28 socios de la Alianza Atlántica, la del Consejo OTAN-Rusia y la de Estados Unidos con la Unión Europea. La fábrica de novedades nos ha dicho que en estas reuniones, obviamente todas ellas históricas, la Alianza Atlántica se ha dotado de una nueva estrategia para el siglo XXI; se ha cerrado definitivamente la guerra fría o cuando menos los peligros de que se reanudara; Rusia ha quedado finalmente incorporada a la estructura de cooperación atlántica; y europeos, americanos y rusos han decidido crear un escudo de defensa antimisiles atlántica y euroasiática, que tiene la vocación de blindar el hemisferio norte ante los peligros que puedan surgir de los pisos inferiores. Verdades enteras y verdades a medias, deseos y realidades, exageraciones y meras evidencias se mezclan en todo este cúmulo de titulares producidos durante tres días, después de arduos esfuerzos preparatorios. Apenas ha pasado una semana de otra cumbre, la quinta del G20 ampliado en Seúl, que debía proporcionarnos buenas noticias sobre la gobernanza del mundo y lo único que nos ha dado son señales para la guerra mundial monetaria y comercial que se prepara, al decir de la gran mayoría de los economistas. Sobre la situación de las monedas, las disonancias entre las políticas económicas a ambas orillas del atlántico y la perentoria necesidad de un nuevo consenso mundial, Lisboa poco o nada nos ha proporcionado. Todo lo que hemos sacado es la garantía de la continuidad de la OTAN, la organización que protagonizó la guerra fría y la ganó sin disparar ni una bala de pistola; la fijación de una fecha, 2014, para la retirada de Afganistán y la reafirmación de la principal misión que nos ha sido encomendada: amarrar a Rusia y evitar que se aleje de los países occidentales. La necesitamos por su energía, por su peso geopolítico en relación al Gran Oriente Próximo conflictivo y por su vecindad intimidante, sobre todo para los socios europeos que antaño estuvieron bajo la bota soviética. Estamos hablando de las dos primeras cumbres, porque la tercera, la que ha juntado a Washington con Bruselas, ha sido más un encuentro de cortesía por parte de Obama, para demostrar que el vínculo entre europeos y estadounidenses sigue tan fuerte como siempre a pesar de la pérdida de poder, interés, peso y vocación internacional del conjunto de la UE. Cumbres políticas como éstas están pasando ya a segundo plano. Muy pronto desaparecerán de la escena informativa internacional. Sucederá lo mismo con los grandes conciliábulos europeos, cada vez más interesantes cuando tratan aspectos técnicos de la gobernanza económica, pero más incomprensibles y alejados de los ciudadanos cuando se dedican a unos temas políticos en los que no hay posibilidad alguna de consenso. El rescate de Irlanda y no el futuro de las relaciones transatlánticas es lo que les preocupaba a los europeos estos pasados días. Y saber si los anfitriones de las cumbres lisboetas son los siguientes en el turno de espera del cirujano de la crisis.

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22 de noviembre de 2010
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El duelo de Berlanga con Bataille al fondo

No soy amigo de las ‘denominaciones de origen' en el campo de las artes, y aun así nunca he podido sustraerme a la impresión de la profunda valencianidad del cine de Luis García Berlanga, que en alguna ocasión asocié a una cierta escatología huertana difícil de superar en nosotros, los valencianos, por mucho que se viaje y se pulimente uno. Escondido tras su eterno aire de despiste y manera un tanto trompicada de hablar, Berlanga era, me atrevo a decir, el cineasta español más culto que ha existido y tal vez exista jamás. Tenía una gran memoria fílmica, sabía mucho de arte contemporáneo, y lo había leído prácticamente todo, fuera y dentro de la literatura erótica, en la que sus saberes impresionaban: estaba al tanto de cualquier novela dieciochesca de libertinos capciosos y a la vez era un lector constante del erotismo teórico, con un entendimiento muy sagaz de la obra de Georges Bataille.

    Ahora que estamos de duelo recuerdo la que para mí (pero no para muchos admiradores suyos) es su última obra maestra cinematográfica, el cortometraje ‘El sueño de la maestra', quinto episodio onírico del guión de ‘¡Bienvenido, Mr. Marshall!' que la censura prohibió y no fue por tanto rodado en 1952. Filmada cincuenta años después en un estudio de Madrid, esta breve película es radicalmente valenciana desde sus títulos de crédito, que dicen, sin más, "una falla de Luis G. Berlanga", añadiendo en el siguiente rótulo, para mayor broma: "'Plantá' en la Plaza del Caudillo en 1952, y ‘cremá' en 2002". Por cierto que el primer ‘ninot' que se ve en ‘El sueño de la maestra' es el auténtico General Franco hablando a las masas desde un balcón, aunque con voz falsa (en la brillante imitación de la vocecilla meliflua de Franco que hizo el humorista Luis Figuerola-Ferretti). El Caudillo del noticiero se dirige a su pueblo: "¡Españoles! Como caudillo vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación os la voy a pagar", y el discurso continúa como un disco rayado que emite frases reiteradas y bobaliconas, remedo de la muy similar arenga del alcalde de Villar del Río en ‘¡Bienvenido, Mr. Marshall!',  hasta llegar a la parte final: "Y es que una vez que nos hemos librado del yugo del imperio austro-húngaro, los americanos han venido y se han quedado", introduciendo el texto que Berlanga reescribió en 2002 unos sobreentendidos sexuales característicos de su "falla cinematográfica" : "Los Estados Unidos son un gran pueblo, una gran potencia, con un  enorme poder de penetración. ¡Arriba los americanos!". Después viene el exaltado sueño erótico y el orgasmo múltiple de la señorita Eloísa, la maestra interpretada por Luisa Martín.

    La filmografía de Berlanga se cerró con esta punzante y astracanada lectura del tema ‘bataillano' de la experiencia límite en relación con el paralelo emocional de la santidad extrema y el erotismo trasgresor. Estigmatizada como Teresa de Jesús y embelesada por una botella de coca-cola, la señorita Eloísa dice haber concebido a través del flujo de esa bebida refrescante, lo que, lógicamente, le produce una conciencia de pecado de la que sólo "una ejecución purificadora" en la hoguera podrá redimirla. Sus propios alumnos la encienden en el aula, y entre llamas falsas y resplandores de teatro la señorita Eloísa se consume o hace que se consume al grito de "¡Gracias, Dios mío, thank you, Eisenhower, Franco, Franco!". Nuevas imágenes de archivo muestran entonces un hongo nuclear y a la antigua maestra de 1952 (la actriz Elvira Quintillá) en su cama, arrebolada, terminándose así el cortometraje.

       La hoguera como paradigma del sacrificio carnal de tantas mártires cristianas, la transverberación de Santa Teresa como "violento orgasmo venéreo" según lo insinúa Bataille en el capítulo sobre ‘Mística y sensualidad' de su obra ‘El erotismo'; Berlanga, con su limitación de tiempo (se trata de un film de menos de diez minutos) y carácter (insolentemente festivo-fallero), presenta en ‘El sueño de la maestra' uno de esos "estados teopáticos" descritos por Bataille, en los que la intensidad de la crisis mística está apoyada por el proceso delirante de auto-excitación sexual. El goce erótico de la muerte violenta y la crueldad ‘ejemplar' de los castigos corporales aparecen así como los temas subyacentes de una película que -según confesó en su día el propio director, pienso que socarronamente- pretende de hecho exponer la injusta brutalidad de la pena de muerte.

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22 de noviembre de 2010
Blogs de autor

El por qué de unas palabras

Mucha suspicacia ha levantado esta opinión publicada en el blog de la última semana: "Ambos, Degas y Picasso, pertenecen al siglo XIX, por mucho que el segundo se diga la figura más valiosa de la pintura del siglo XX". Quizás merezca la pena dar a esta presa una vuelta sobre las brasas para que suelte su chisporroteante grasilla.

Desde un punto de vista objetivo, Picasso tiene veinte años cuando cambia el siglo. Un artista de tipo picassiano, es decir, berroqueñamente intuitivo, suele haber dado lo mejor de sí mismo antes de cumplir los treinta. Yo diría que tal es el caso del malagueño, cuyas "Demoiselles d'Avignon" son de 1906. No creo yo que el resto de la producción pictórica de Picasso recorra mucho más camino en la terra incognita de la invención. Muy al contrario, o bien se repite hasta el hastío, a la usanza del "Guernica", o bien produce burguesas decoraciones de interior (en sentido ochocentista), tipo Antibes y paloma de la paz. Lo que sigue gustándonos del periodo ballets rusos, del periodo neoclásico, del periodo Niza, de casi todos los periodos, es lo cerca que a veces está de Massacio.

Naturalmente hay una notable cantidad de imaginación formal y cromática (aunque nunca fantasía), en la obra del Picasso viejo, pero no veo yo nada sobresaliente ni exaltante desde el punto de vista seriamente artístico, como no sean algunos grabados muy negros del periodo terminal o el esquelético autorretrato guardado por una multinacional japonesa en Tokyo. Siendo un poco rigurosos, la etapa cubista, la iluminación de Gossol y las "Demoiselles", son lo que tiene probabilidades de durar un centenar de años antes de caer en el olvido. Así que puro ochocientos, como del ochocientos son Van Gogh, Cezanne y Klimt.

Lo definitivo del novecientos, o si se prefiere la terminología periodística, "el artista del siglo XX", es Marcel Duchamp. De su urinario nace lo más interesante, fecundo y duradero del siglo XX, siglo que será recordado por sus carnicerías, totalitarismos, dictaduras, nacionalismos, genocidios, así como por la tecnificación de la vida cotidiana y la autodestrucción del Arte. O lo que es igual, por la instalación extensa de la democracia como sistema de control técnico-mediático de enormes masas nihilistas.

La ruptura que impuso Duchamp hacia 1917 y que (era de prever) tendría su eclosión global después de la bomba atómica, ha dominado el siglo XX como el acontecimiento artístico más apropiado. Sus hijos son legión: conceptuales, arte povera, land art, performance, body art, happening, minimal, y son la imagen real y verdadera del siglo XX, a cuyo lado las "Demoiselles" parecen llevar miriñaque. La ruptura de Duchamp convierte en pasado absoluto aquella prolongación del romanticismo que fueron las vanguardias y coloca a Malevitch o a Rothko junto a Delacroix, como bien saben los museos y los despachos de las multinacionales que no pueden costearse un Monet de gran tamaño.

Para este asunto no hace falta acudir a la más alta teoría. Como dice Paloma, quienes oímos con estupefacción un buen día el primer punk en una discoteca (y en cuanto comprendimos que íbamos a aceptarlo) nos percatamos de inmediato de que los Beatles habían sido arrojados al pasado. Por aquellos años comenzaba un nuevo ordenamiento del arte enteramente distinto al impuesto por los historiadores píamente marxistas del siglo XIX, los grandes historicistas alemanes y los formalistas del siglo XX. El nuevo orden ya no podía perseguirse de marchante en marchante, de galería de arte en galería de arte, de Kunsthalle en Kunsthalle, aplicando juicios inductivos e ingenuos clichés políticos. Ahora estaba todo en los medios de persuasión, cambiaba cada seis meses, y acabaría colgado en Internet, único escaparate del arte después de la muerte del Arte. Desaparecidos los expertos, los sabios, los especialistas, los mandarines, los consensos de la alta cultura, las instituciones doctas y el sentido común de la razón universal, sólo queda el flujo azaroso de lo que se derrama o gotea por los canales y redes, es decir, lo que exuda la ternura del caos.

Todo lo anteriormente descrito no tiene nada que ver con esa trivialidad que son "los gustos personales". A mí, por ejemplo, los que me gustan en serio son Poussin y el Sassetta, pero los gustos personales sólo tienen interés en las reuniones de hombres y mujeres durante las cuales y gracias a la abundancia de vinos y licores se discute acaloradamente de filosofía anglosajona, viajes por los montes suizos, música postserial, anécdotas bien narradas sobre grandes hombres desaparecidos, libros que no habríamos debido leer, mujeres del siglo XVIII, fútbol, robos en los expresos internacionales, peculiaridades sexuales del golden retriever y asuntos similares.

Sobre el espectáculo de Picasso humillado por Duchamp hay mucha información y claro juicio en el recién editado ensayo de Gerard Vilar titulado "La Desartización. Paradojas del arte sin fin" (Universidad de Salamanca).

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22 de noviembre de 2010
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El Boomeran(g)
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