
Félix de Azúa
No sé qué tienen los grandes satíricos que siempre me caen simpáticos. Y eso que pueden ser rematadamente antipáticos, como Goya, o de un humorismo rasposo y secreto, como Beckett. Nada sé sobre el carácter personal de James Ensor, el más grande satírico del siglo XX (¿o hay quien lo dude?) pero me parece un tipo perfectamente simpático.
He dicho "satírico" y debo corregirlo inmediatamente. No es sólo sátira lo que hay en este portentoso heredero del Goya más incisivo, hay también una amorosa desesperación provocada por la idiotez humana. Como al español, también a Ensor le asquea la cobardía, la crueldad, la petulancia, la obsequiosidad, el gregarismo de los humanos, y también, como a Goya, le alivia mostrar esa parte monstruosa con toda la ternura de un arte excepcional. ¡Cuánto "Entierro de la sardina" hay en Ensor! Aunque, a diferencia de Goya, el belga expresa la indigencia espiritual de sus personajes en la forma misma, en ese dibujo que parece un grafito de retrete o la temblorosa mano de un borracho.
La particular monstruosidad de Ensor y de Goya (porque hay muchos modelos de monstruosidad y no es lo mismo un monstruo felliniano bonachón y católico, que otro de David Lynch despiadado y repugnante), la suya, digo, bien podría adoptar la categoría de lo grotesco según Wolfgang Kayser, cuyo clásico trabajo sobre este concepto acaba de reeditar Machado Libros. Dice Kayser que Ensor inventa las "turbulentas masas, las grumosas multitudes" que ya conocíamos desde Signorelli, Callot, El Bosco o Brueghel, pero en ellos todavía la masa estaba compuesta por grupos bien formados, en tanto que la masa de Ensor es una pasta amorfa, sin fisuras, en verdad "nuestra" masa, la de los medios de formación de masas y la de los partidos políticos.
Es curioso que Kayser no mencione las masas de Goya, como las que asoman siempre por detrás de los muros y que Manet pilló de inmediato e incluyó en sus fusilamientos de Maximiliano, aunque es cierto que también son clásicas en el sentido por él subrayado, o sea, que están construidas por grupos independientes que "componen". Las de Ensor en cambio, son botellón puro.
La Fundación Carlos de Amberes expone la integral de la obra gráfica del artista flamenco y en el admirable catálogo hay un breve texto de Alechinsky donde dice algo que sólo un artista se atreve a decir: que un grabado de Ensor ("Estrellas en el cementerio") le hizo sospechar a edad muy temprana el trabajo azaroso, informe, grumoso y sin embargo fundado de que era capaz la pintura, pero que no aparecería hasta el dripping de Pollock. Cuenta con mucha gracia la indignación del director del Gabinete de Estampas de la Biblioteca Real de Bruselas cuando le expuso su idea con el fin de proceder a un examen más detenido del grabado. La comparación de Ensor con Pollock puso fuera de sí al funcionario (Louis Lebeer) el cual se negó infantilmente a mostrarle la plancha original arguyendo que era defectuosa, que la resina se había descompuesto y que sería un insulto para Ensor mostrar un grabado fallido.
Alechinsky lo había visto muy bien: en las manchas de Pollock que el azar junta y revuelve y separa y confunde y mezcla y embrolla, está la verdad de la moderna masa indistinta y sumisa, aborregada, estúpida, sonriente, la de Ensor, por ejemplo, en la que no hay individuos sino manchas, esa masa de "La entrada de Cristo en Bruselas el Martes de Carnaval de 1889", descomunal aguafuerte que puede verse en la Fundación madrileña. O mejor aún en "La Muerte persiguiendo al rebaño de humanos" de 1895, a cuyo lado las Metrópolis satánicas de Grosz parecen estampas bucólicas.

¡Qué privilegio, pasear entre estos dibujos grotescos buscándose uno mismo entre los apiñados grupos de imbéciles masivos! ¿Soy ése, aquel, o acaso esotro? Porque alguno de ellos soy, no me cabe la menor duda.
(Quiero agradecer a la gentil Beatrice Marcus y a la Fundación Carlos de Amberes las ilustraciones de esta página)