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Entre Eddington y Borges: un físico ante el problema del ser

"Nos hemos apercibido de que allí dónde la ciencia ha alcanzado mayores progresos, la mente no ha hecho sino recuperar de la naturaleza aquello que la propia mente había depositado en ella. Habíamos encontrado una extraña huella en la rivera del mundo desconocido. Y habíamos avanzado, una tras otra, profundas teorías que dieran cuenta d su origen. Finalmente hemos logrado reconstruir la creatura que había dejado tal huella. Y ¡sorpresa!, se trataba de nosotros mismos."

Indicaba en un texto anterior que hoy los físicos, y concretamente los físicos cuánticos, son conducidos por las mismas exigencias de su disciplina a abordar problemas  tradicionalmente caracterizados como filosóficos. Evocaba concretamente el caso del excelente Chris J. Isham quien en un libro estrictamente técnico en el que recoge sus enseñanzas en el Imperial College de Londres, se adentra en la heideggeriana pregunta por la cosa. Ishman se lamenta de que otras ramas de la ciencia y aun de la física se crean liberadas de abordar el problema ontológico...al precio de aceptar como palabra evangélica la validez de principios que desde el pensamiento primitivo hasta Einstein  han determinado nuestra percepción del orden natural, pero que hay múltiples para destronar, o al menos poner en tela de juicio:

"Es sorprendente que, entre todas las ciencias modernas, sólo la física  cuántica parece haberse sentido obligada a afrontar directamente el problema del ser. Y sin embargo realmente ninguna rama de la ciencia debería obviar enteramente esta cuestión esencial. Pues bien pudiera ser que ésta se encontrara en el núcleo de toda tentativa para escarbar en la naturaleza de la realidad,sea esta tentativa científica o  no científica. Desgraciadamente, la mayoría de la gente jamás aborda el problema, y ni siquiera parece realizar que deba ser planteado. En lugar de ello la respuesta a la cuestión no planteada es asumida como un rasgo  a priori de la realidad, y es en consecuencia erigida en una de las verdades "obvias" de la disciplina concernida" Ishman cita entonces el bello párrafo, arriba transcrito,  del físico A. Eddington quien en 1920- en sus reflexiones sobre la gravitación- abordaba ya de forma indisociablemente científica y filosófica el problema de tiempo y espacio.

Y el universitario británico evoca asimismo aque héroe de Borges que se había propuesto realizar una copia del mundo y que, tras pasar su vida realizando imágenes de montañas , mares y toda clase de objetos, descubre en la hora de la muerte que sólo había logrado esbozar el retrato de su propio rostro.

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24 de noviembre de 2010
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II. Hermanas de leche

Nuestra historia tiene una extravagante tendencia de parir personajes hechos a la medida de la novela; y siendo hermanas de leche las dos, historia y novela,  no deja de parecer esto un asunto de favor entre quienes, más allá de su vínculo consanguíneo, se aman a veces, y otras se repelen, como ocurre tantas veces entre mujeres apasionadas. Cuando la historia, que se mueve sobre el piso de la realidad terrena da a luz a una de estas criaturas, los mortales, que padecemos de la debilidad de la admiración por lo singular, o por lo anormal, solemos siempre decir que esa criatura parece "un personaje de novela". Sobre todo si somos periodistas, o novelistas en busca de la sustancia de la singularidad, de lo atractivo, de lo extraño, de lo que creemos que despertará el interés de quienes nos leen.
            De estas criaturas nacidas de la historia para reinar en la novela, y en las crónicas, que son a veces verdaderos fenómenos, como los terneros de dos cabezas, o los potrillos de seis patas, y que causan admiración, hemos tenido muchas en América Latina, y solemos asociar su aparición al subdesarrollo, como si la pobreza y el atraso fueran su mejor caldo de cultivo. Dictadores insaciables, caudillos que se creen eternos. 

¿Dónde está la frontera entre novela y periodismo? ¿Cuál es el límite entre la narración imaginativa y la narración de hechos ciertos? La vida nos entrega sus personajes a unos y otros, novelistas y cronistas, y los novelistas gozamos de más ventajas porque podemos alterar y trastocar los hechos. Podemos, como dice Shakespeare en el acto I de El Rey Enrique V, dividir a un hombre en mil partes, vestir o desvestir a los reyes, saltar sobre las épocas, amontonar los acontecimientos de numerosos años en una hora. Pero el cronista puede echar mano de los recursos del novelista sin faltar a la verdad. Usar sus artilugios y sus trampas, hacer que el lector entre en el juego de las sorpresas, del suspense, de los finales imprevistos. Podemos compartir reglas, ya que estamos frente a los mismos escenarios. Podemos compartir personajes.

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24 de noviembre de 2010
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Ignorar a todos

"Ignora a todo el mundo!, Ignore Everybody, fue el título que escogió Hugh MacLeod para una libro clasificable entre la autoayuda personal y la ayuda empresarial que se vendió mucho  en Estados Unidos durante el 2009. Junto a esta recomendación de apariencia  misantrópica se ofrecía, además, una lista de otras 38 claves para conseguir la originalidad y, entre ellas, media docena de consejos con mayor relevancia. Estos son: 1) Olvidarse de lo que hoy es comercial.2) Desentenderse de lo que le vendrá bien para salir en los media. 3)Trabajar asiduamente y con seriedad. 4) Tomarse el quehacer con gusto, a ala manera de un hobby y, en absoluto,  como un deber laboral o profesional.5) Saborear los momentos en los que se nos ocurre nada. 6) Mantener una vida de relativa frugalidad en todos los sentidos.  Es decir, dejar, en suma que el entorno disminuya su presencia y que su desvanecimiento o su ausencia se convierta en la atmósfera donde el nacimiento inédito pueda nacer y encuentre a los sentidos hambrientos. Ignorar a los demás y la actualidad de las circunstancias  no debe entenderse como equivalente a la deliberada actitud de instalarse en una isla desierta o desarrollar una negación global sobre lo ya establecido. Basta ignorar. Basta ignorarlo casi todo, serena y relajadamente. puesto que la ignorancia elimina el imperio de los maestros, las constricciones d ela historia y las determinaciones de la moda. Ignorar, por el contrario, favorece la libertad,  el olvido de las pautas trazadas y transforma la responsabilidad del ejercicio severo en un mundo divertido. Lo di-vertido y lo divertido se confunden en el mismo ejercicio de la libre creación original.

En la pintura, por ejemplo, y según mi  experiencia, este olvido de los otros y lo Otro se convierte, cuando se siente tal ausencia, en el máximo deleite del quehacer. Nada de olvidos hirientes, ni voluntarios, ni resentidos, ni arrogantes, sencillamente el lienzo se alza delante de mí como un cuerpo absoluto e inimitable, tal como el cuerpo de la mujer o el hombre amados se nos ofrecen desnudos y humeando amor. En el disfrute de ese amor, esa aroma carnal, no hay cánones, ni reglas, deberes, obligaciones o resultados preestablecidos ni dignos de publicidad. Se trata de un recreo en sí mismo, un recreo con el otro a quien amamos, de mí con la pintura, de eso y esto que se quieren en la conjunción. Y es, sin duda, un recreo en sentido recreativo o infantil y un recreo en el sentido de la re-creación celeste. Se tarta en suma de la creación de lo nuevo, de la faena  re-creada por uno y por él mismo, a solas con el enlace del amor, ignorando a todos sin despecharlos ni recordarlos, simplemente porque no caben en esa relación. No tienen sitio ni pueden ocupar lugar porque precisamente la luminosa línea que se afina entre un cuerpo y otro, una y otra mente, no dejan más espacio que para la inspiración de la piel. De ese carácter, más o menos, es la originalidad creadora. No será igual a ninguna y necesariamente es inimitable puesto que su origen (su originalidad) no nace de otro lugar que no sea el efecto único de ser, en ese cortejo, verdaderamente, tú.

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23 de noviembre de 2010
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Cerebro, vagina

No hay nada como una grosería fuerte para captar la atención y grabarse en la mente palabra por palabra, no hay nada como un olor asqueroso para que no lo puedas olvidar en toda tu vida y no hay nada como una escena que habrías pagado por no ver para que te revuelva el estómago. Esta semana han escandalizado a todo el país las lindezas varias que ha soltado un tertuliano de Telemadrid, cuyo nombre no recuerdo y cuyo programa no he visto nunca, pero de las que no he podido evitar enterarme. Todos nos hemos puesto al corriente de lo podridas que tiene las entendederas este sujeto, que se ha cubierto de mierda. Pero por otro lado su gran ejemplo está siendo muy didáctico porque es el espejo donde podrán mirarse y acaso reconocerse y acaso sentir repugnancia propia aquellos que han hecho de su misoginia una fuente inagotable de chistes, gracietas e insultos que vistos y oídos en  dicho espejo no tienen tanta gracia ¿verdad?, suenan más bien patéticos, sórdidos, dan vergüenza ajena. Quizá los que quieran curarse de su enfermizo desprecio por las mujeres deberían clavar en la pared con una chincheta la cara de este tío con sus grandiosas frases y antes de salir de casa mirarle bien y pensar si quiere ser tan rabiosamente ingenioso como él.

También están a tiempo de mirarse en tan espectacular espejo todos los que en los últimos tiempos han vertido su furor machista contra nuestras políticas, y no son torpezas inocentes ni frases malinterpretadas por un exacerbado feminismo, son sangrantes y vejatorias y directamente dirigidas al corazón de la mujer, no de la política. Ellos son igualmente espejo de esta asombrosa rabia hacia nosotras en unos tiempos en que este sentimiento tan atrasado tendría que estar superado. Avanzamos poco, por mucho iphone que llevemos en el bolsillo. Y además su tendencia a ofendernos es tan fuerte que se olvidan de que tienen madre y que también ellas pueden estar en el punto de mira de un tipo de su calaña. A veces también tienen esposa e hijas. ¿No les da miedo de que en el camino de sus hijas se cruce alguien como ellos?

Y en cualquiera de estos espejos pueden reconocerse los que ante los medios cierran la bocaza pero que la abren entre amigotes o como cosa normal. A veces ni siquiera se dan cuenta. He oído comentarios de lo más variado salidos de un odio ancestral y visceral que no logran controlar. Para algunos, en público, las mujeres somos superiores (¡ay!, esa trampa condescendiente y paternalista), somos el futuro, pero en cuanto bajan la guardia y se relajan se les escapa el diablillo entre los dientes. Se sienten superiores porque no tienen vagina parece ser. Porque esta parte de nuestra anatomía es atacada sin piedad. El imaginario va desde las vaginas con dientes, pasando por las que, debido a la edad, ya deben de tener callo, las que necesitarían un soplete por el poco uso, llegando a las que huelen a ácido úrico según el genio de las tertulias de Telemadrid. El contrapunto lo ponen los comentarios libidinosos que la dejan a una sin ganas de aparearse por el resto de su vida.

Pobres vaginas que han de soportar que por ellas salgan semejantes mastuerzos. ¿Merece la pena el parto, tanto sufrimiento para que luego una madre oiga a su hijo decir estas cosas? La otra parte del cuerpo que hace las delicias de esta clase de individuos es la cabeza, el cerebro, el intelecto. Esa es tonta. La verdad es que cuántas veces hay que hacerse la tonta para no enzarzarse. Sólo una vez oí a uno de estos caricaturescos neurólogos-ginecólogos escaparse del eje cerebro-vagina. Fue en televisión hace unos años. Se trataba de un músico, un rockero de una banda ya algo pasada que refiriéndose a una cantante madura dijo que tenía “caspa en las piernas”. Qué original. La entrevistadora se quedó de piedra, yo en mi casa también. No he podido olvidarlo. La entrevistadora reaccionó diciendo que esa señora seguro que tendría cremas buenísimas para hidratarse, pero el rockero la miró incrédulo. Despreciaba la madurez, la caspa, las piernas y probablemente a sí mismo.  La misoginia no entiende de nivel social ni intelectual, sino de poder. Y con ese poder se nos ha elevado a las absurdas alturas de los cabellos de oro y las frentes de nieve de la lírica cortés, para bajarnos a los infiernos de la humillación en sutiles variables cuando no al maltrato. Por suerte hay otros muchos hombres con quienes compartir la vida.

 

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23 de noviembre de 2010
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Derecho al monolingüismo

Son conocidas las múltiples declinaciones de esta propuesta política que defienden dos de los partidos parlamentarios catalanes, Partido Popular y Ciutadans, y uno extraparlamentario en Cataluña, pero no en el Parlamento español, como es Unión, Progreso y Democracia. Las lenguas no tienen derechos, sólo los individuos. No hay derechos territoriales, sino de los ciudadanos. Hay una sola lengua cuyo conocimiento es obligatorio según la Constitución; todas las otras son y deben seguir siendo finalmente optativas o subsidiarias, tal como ha quedado avalado por la sentencia del Constitucional sobre el Estatut. Etcétera. Pero hace escasos días, alguien lo ha formulado en términos mucho más claros y directos que facilitan el razonamiento: tenemos el derecho a ser monolingües en castellano.

Este nuevo derecho ciudadano tiene dos características. Primera, es un derecho negativo: a negarse a aprender y a hablar cualquier otra lengua que no sea el castellano. Hasta aquí nada que decir, porque es evidente que todo el mundo tiene el derecho a aprender y a hablar la lengua que le plazca. Con la derivada o salvedad de que no es un derecho transportable: debo ejercerlo no donde quiera sino donde pueda, allí donde esté acompañado de una mayoría de gente conforme con mi negativa a hablar y entender cualquier otra lengua que no sea el castellano. En Lima y en Bogotá sí. No en Moscú ni en Yakarta. En Barcelona es muy fácil sortear el catalán en la vida diaria y son muchas las circunstancias que ayudan ?la proximidad románica de ambas lenguas, la preponderancia de medios de comunicación en castellano, los hábitos de cortesía de los catalanes?--, pero hay algunos puntos donde el derecho a no entender y a no aprender tropieza con algunos límites: la escuela pública o subvencionada, las instituciones, las comunicaciones oficiales del gobierno catalán? Segunda característica: este derecho a ser monolingüe en castellano no es un derecho aplicable universalmente a todas las lenguas. Sobre todo a la catalana: si reconocemos el derecho de los catalanes a ser monolingües en catalán, debemos incluirlo como lengua oficial en el conjunto de las instituciones y del territorio de España o alternativamente ofrecer a los catalanes el derecho a constituirse en un territorio --sea un Estado independiente o no es indiferente para el argumento-- donde el catalán sea tan oficial y preferente como lo es el castellano en territorio monolingüe castellano. Creo que ninguna de ambas ideas puede gustarles a quienes defienden este derecho a ser monolingües en castellano, entre otras razones porque su universalización lo recorta en vez de ampliarlo: cuanto más tengo yo menos tienen los otros y viceversa. Si no es universal, será entonces por que es un derecho privativo, aplicable sólo a los hablantes del castellano pero no a los hablantes de otras lenguas. Tampoco: entre los hablantes castellanos hay una cantidad bastante considerable que no tiene el castellano como lengua materna, ni siquiera como lengua familiar o de comunicación en su vida cotidiana, pero que lo utilizan a gusto en multitud de momentos de su vida o que incluso constituye su principal instrumento de trabajo: en este apartado se encuentra la abundante nómina de escritores y periodistas catalanes que escriben en castellano (yo mismo). Estos hablantes, que en territorios como el catalán son muy abundantes, no pueden exigir el derecho a ser monolingües en castellano porque no lo son congénitamente. Pueden exigir naturalmente el derecho a utilizar el castellano, pero no en condición de un monolingüismo que les está prohibido por principio, porque no lo son ni lo pueden ya ser. Hemos acotado entonces a quien afecta este derecho: a los ciudadanos castellanohablantes no catalanes que llegando a Cataluña consideran innecesario, vejatorio o inconveniente entender y hablar catalán. Muy bien. No vamos a discutir con ellos. Si su actitud no afectara a derechos de los otros lo único que les diríamos es que ellos se lo pierden. Eso sí, no van a pretender que con tales reivindicaciones luego les aplaudan y jaleen quienes también se creen con derecho a ser monolingües en catalán o quienes no se reconocen con derecho a ser monolingües en lengua alguna, porque están dispuestos a realizar esfuerzos para aprender la lengua del lugar allí a donde van. Hay que puntualizar que todo este galimatías, aparentemente tan vivo en la campaña electoral, está muy lejos de la calle y de la vida en Cataluña, donde sólo suelen plantear estos problemas quienes se han empeñado en convertir las lenguas en motivo de división y de enfrentamiento políticos en vez de instrumentos de comunicación y de concordia. De momento no lo han conseguido y sería muy bueno que así siguieran para siempre. (Enlace con una entrevista a Fernando Savater en La Vanguardia donde se enuncia la reclamación: ?¡Tienes derecho a ser monolingüe en castellano!?).  

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23 de noviembre de 2010
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El amigo pródigo

Regresa a media voz, toca la puerta con cautela ese amigo que hace más de un año no ha querido acercarse. No habla del largo tiempo que pasó sin venir, ni de las causas, pero de la manera en que nos mira todo queda dicho. El miedo, ese elemento que pone a prueba los afectos y echa ácido corrosivo sobre las declaraciones de fidelidad lo ha mantenido lejos. Ahora ha vuelto por sólo unos minutos. Mientras se queda en nuestra sala habla en un susurro y señala hacia micrófonos diminutos y ocultos que él imagina en cada esquina. Lo invitamos a compartir un par de huevos fritos, un trozo de malanga y algo de arroz, ni una palabra de reproche. Actuamos como si lo hubiéramos visto ayer o nos hubiera llamado esta misma mañana, como si nunca se hubiera alejado. Sin embargo, algo se ha roto irremediablemente. De ahí que sólo le comentemos de la familia, de las nietas de Reinaldo que crecen cada día y del nuevo interés de Teo por tocar la guitarra. Ni una sola frase de ese lado gratificante y doloroso de nuestras vidas que surge de expresarnos libremente en un país lleno de máscaras. Cuando parece que los temas se agotan, estiramos la conversación mencionando la lluvia o  las historias de violencia que cada día se vuelven más comunes en esta ciudad. Para llenar el vacío que ha creado la distancia, contamos que el aceite para cocinar está perdido y al detergente le ha tocado esta semana jugar a los escondidos en las tiendas. Obviamos, a propósito, los proyectos futuros, las aprensiones cotidianas, el cerco policial y el dolor que nos traen los que se apartan. Después de un rato, el amigo se va y nos quedamos convencidos de que no regresará en un año o dos, en una eternidad o dos. Quién sabe, quizás esté aquí antes de lo que creemos, palmeando nuestros hombros y diciéndonos que cuando todos se retiraron espantados, él no se dejó contagiar por el temor y desde su habitación, desde su protegida lejanía, nos acompañó en cada paso.

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23 de noviembre de 2010
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Edward Carr reseñado

carátula del libro Uno de los mejores libros que he leído este año, Los exiliados románticos (Anagrama) del historiador británico Edward Carr ha sido reseñado en Radar Libros. Una galería de personajes rusos del siglo XIX absolutamente imperdible. Dice la reseña de Martín Glatsman:

En Los exiliados románticos (1933) el historiador británico E. H. Carr (1892-1982) oficia ?con voz aguda y tono irónico? de guía por los derroteros del convulsionado siglo XIX europeo y sus fracasadas revoluciones ?1848 en Francia, 1863 en Polonia y 1871 nuevamente en Francia?. Como parte de su Galería, Carr expone distintos personajes entrañables, desopilantes y decadentes unidos por una idea en común: la esperanza de ver una Rusia libre del yugo zarista. Herzen fue el padre del populismo ruso y, a pesar de su gran actividad política y sus clásicos textos programáticos ?cartas abiertas, panfletos, documentos, ensayos?, es esencialmente recordado como el escritor de una impresionante autobiografía, Pasado y Pensamiento (1868), que en palabras de autorizados críticos lo llegarían a ubicar dentro del gran panteón de la literatura rusa. Para Carr, Herzen era una de las personalidades más sensibles y comprometidas políticamente de la primera generación de exiliados del zarismo en el siglo XIX. Toda una personalidad que se había convertido en una verdadera institución; al punto tal de que ?para un turista ruso, dejar Londres sin haber visto a Herzen, era tan inconcebible como ir a París y no visitar el Louvre?. Y por supuesto, que el Gran Salón, en donde se reunirá parte de esa famosa inteligentsia rusa, será el hogar londinense de Herzen. Por allí, solía presentarse con su inmensa y deteriorada figura, Bakunin, siempre con ánimo polémico. Herzen a menudo expresaba su temor acerca del anarquista, ?probablemente arruinará todo nuestro trabajo?, pero a pesar de sus diferencias políticas y de forma nunca dejó de ayudarlo en la realización de sus sueños: ?Uno tan sólo puede trabajar sobre los hombres soñando sus sueños más claramente de lo que pueden soñarlos ellos mismos, y no demostrándoles las ideas como se demuestran los teoremas geométricos?. (?)

Si bien es verdad que Carr declaró que Los Exiliados? ?debe ser leída con indulgencia. Todavía era muy joven a los cuarenta?, no es menos verdadero que el texto presenta una frescura y una descripción de la vida cotidiana de los románticos rusos en Europa desde un punto de vista novedoso; ya que Carr, sabiendo de la imposibilidad de superar la autobiografía de Herzen basó su investigación en la voluminosas cartas de éste a sus colegas, tanto del mundo político e intelectual ?Turguénev, Bakunin, Ogarev entre otros?, como de su entorno familiar. (?) Un dato significativo en la estructura del libro es que Carr presenta los últimos días de Herzen en el capítulo doce del libro. Los cinco capítulos finales pueden ser leídos como una gran y maravillosa cosa. Entre ellos, se destaca ?Un volteriano entre los románticos?, en donde aparece un extraño príncipe llamado Piotr Dolgorukov, amigo de Herzen que, por distintas circunstancias, que se revelan en el relato de Carr, será un sujeto central en el trágico duelo que terminará con la vida del poeta Pushkin. También cabe recordar aquel relato de suspenso e intriga que el historiador reconstruye al estilo de la novela policial clásica en el capítulo ?El affaire Postnikov, o el eterno espía?, en donde Bakunin y el ?círculo de Herzen? son víctimas de un engaño policial y de su optimismo revolucionario. En definitiva, un libro singular, que recrea los sueños, fracasos y utopías de una generación de rusos exiliados que nunca más pudieron ingresar a su tierra prometida y que de manera romántica, pero no por eso menos verdadera, lograron expresar con convicción ideales tales como el que afirma Herzen, en su maravilloso y polémico ensayo sobre la experiencia de las revoluciones europeas (Desde la otra orilla, 1850), y que Carr reproduce en un pasaje emotivo de su relato: ?Nosotros no construimos sino que destruimos; no proclamamos una nueva verdad, sino que abolimos una vieja mentira. Los hombres contemporáneos sólo construyen el puente; los aún desconocidos hombres del futuro, lo cruzarán. Tú quizá lo veas. No te quedes en esta orilla. Mejor es morir por la revolución que salvarse en la sagrada reacción?.

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22 de noviembre de 2010
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Lo nuevo de DeLillo

carátula de la novela Don DeLillo, pese a lo experimental de su literatura, mantiene interés en algunos lectores en castellano. Está muy lejos de volver a escribir un Ruido de fondo, pero él insiste y Seix Barral aun le tiene fe. Acaban de editar la novela  Punto Omega. La reseña en ABCD las artes es de Rodrigo Fresán hace un repaso de su obra y se pregunta en qué punto está ahora DeLillo. Muy atinado:

Todo comienza en el Museo de Arte Moderno de Nueva York y está muy bien que así sea. Allí, el narrador/testigo (en uno de esos capítulos introductorios tan admirables y característicos de la Casa DeLillo) contempla una instalación donde se proyecta Psicosis de Hitchcock, ralentizada, hasta alcanzar las 24 horas de duración y descubrirnos que «La frase carece de significado». Ajá. Está muy bien que Punto omega se nos presente frente a una típica manifestación de modernidad añeja. Por que Punto omega se lee como una pieza de museo, como un perfecto exponente de lo que -tras los pasos de Gaddis y Ballard- supo ser Don DeLillo. Variaciones personales Recapitulemos: DeLillo (Nueva York, 1936) arrancó en 1971 con Americana (road-novel desértica de la que Punto omega repite más de un eco), enhebrando rápidamente una serie de variaciones muy personales sobre diversos géneros (la novela deportiva en End Zone, la novela rock en Great Jones Street, la novela científica en Ratner´s Star, la novela conspirativa-capitalista en Jugadores, la novela freak-pulp en Fascinación y la novela «de extranjero» Los nombres) hasta entrar de lleno en su época dorada. Allí, DeLillo despacha varias obras maestras que, además, conforman un credo estético y existencial y dan lugar a lo delilliano. Así, Ruido blanco (ganadora del National Book Award) propone su versión del Apocalipsis norteamericano luego de un «evento tóxico»; Libra disecciona la figura del magnicida Lee Harvey Oswald; y Mao II propone la desaparición y el terrorismo como nuevas y definitivas disciplinas artísticas. Todo esto va a dar a la mágnum opus y novela-web Submundo. Y, después, ese acontecimiento histórico de cuya llegada DeLillo nos advirtió, lateralmente, durante años: la mañana del 11 de septiembre del 2001 cuando todos vimos todo eso por televisión y más de uno pensó: «¡Don DeLillo!» Desde entonces, la incómoda sensación pero el fascinante espectáculo de seguir leyendo a un escritor que alguna vez nos ayudó a comprender el presente y el día de mañana reconvertido en novelista autohistórico a lo largo y ancho de libros breves -Body Art, Cosmópolis, El hombre del salto y ahora Punto omega-, funcionando como anticuados sketches para una obra mayor en un museo particular donde, quizás, esperemos que no, todos los grandes cuadros ya hayan sido colgados. Todo se mueve Punto omega es, entonces, más de lo mismo: DeLillo y sus entropías y paisajes (aquí las arenas de Mojave o Sonora), su particular sentido del diálogo en base a eslóganes zen-occidentales (cuando funciona se acerca a Beckett y, cuando no, recuerda demasiado a la aforística inconexa y náufraga de Perdidos), y dos personajes teorizando prácticamente sobre el todo, la nada y lo que hay en el medio. Conozcan entonces al joven cineasta Jim Finley intentando convencer de que hable a cámara al otoñal y misterioso Richard Elster (asesor del Pentágono y «conceptualizador» de Irak como «guerra haiku»). Y entonces se suma a la partida Jessie, la casi invisible hija de Elster. Y de pronto Jessie ya no está allí. Y todo se mueve. Un poco. Bastante. Lo que no implica dejar de seguir hablando hasta alcanzar ese punto omega en el que «la conciencia se acumula». O algo así. Y la certera sospecha de que uno ya ha oído esta canción que no molesta volver a escuchar; aunque ahora prime un cierto aroma a involuntaria autoparodia y a karaoke demasiado solemne y se extrañe ese personal humor de End Zone y Ruido de fondo. Y que lo que se nos invita a visitar no es otra cosa que la perturbadora postal de la Zona Cero de toda una literatura: el sitio preciso en el que alguna vez hubo algo muy grande y en el que ahora hay nada más que un impresionante vacío absoluto a la espera de ser llenado por algo y por alguien. Mientras tanto, vaya esta interesante y elegíaca novela/instalación a la que, por favor, se ruega no tocar, pero sí mirar, preguntándose a qué época pertenece. 

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22 de noviembre de 2010
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Para (re)descubrir a Ann Beattie

Una de las grandes pruebas para un escritor es su capacidad de influir en la obra de otros escritores. A Ann Beattie le ha ido muy bien: Lorrie Moore se cuenta entre sus descendientes, y también Amy Hempel y, de las generaciones más recientes, Miranda July. Son estos escritores los que han mantenido el fuego, los que no han dejado de leerla y citarla durante ese largo invierno en que su generación fue reducida a Carver y un poco más.

Nan Graham, su editora, dice medio en broma medio en serio que el problema de Beattie es no haberse muerto. Otra razón: Gracias a su novela Postales de invierno, Beattie fue simplificada como la escritora del zeitgeist de los setenta, con lo que muchos nuevos lectores decidieron que ella no tenía nada nuevo que decir hoy. Como le dijo Beattie a Antonio Diaz Oliva en una reciente entrevista, "lo frustrante es que cuando me preguntan por Postales de invierno en Estados Unidos, es más por su reputación que por haber leído la novela". No ayudaba que tampoco hubiera sido muy traducida. El mundo hispanoamericano recién la comenzó a leer hace un par de años, cuando Libros del Asteroide publicó esta novela con un prólogo magnífico de Rodrigo Fresán.

La editorial Scribner ha decidido cambiar las cosas y redescubrir a Beattie. The New Yorker Stories, el libro que acaba de publicar, incluye los cuarenta y ocho cuentos publicados por Beattie en la prestigiosa revista; veinticuatro de ellos no habían sido publicados antes en alguno de sus libros. Hay que decirlo de una vez: los cuentos de Beattie son perfectos, y es fácil entender por qué el New Yorker no se cansaba de publicarla: ella está entre los cuatro o cinco más grandes cuentistas norteamericanos de la segunda mitad del siglo veinte.

Lo que impresiona de The New Yorker Stories es que Beattie aparece con una voz muy madura desde "A Platonic Relationship", su primer cuento publicado en la revista, en 1974, cuando ella tenía sólo veintiseis años. Este libro no es el lento descubrimiento de un mundo, la forma en que una escritora va descubriendo sin prisas su talento narrativo. En "A Platonic Relationship" ya está la voz de Beattie: alguien que sabe de ilusiones perdidas y que está de vuelta de todo, que mira todo en torno suyo con cierta ironía y un toque de humor. El tono de los cuentos es perfecto, hay lucidez para entender la fragilidad de cada momento y la estructura narrativa indirecta suele resolverse en una imagen epifánica cargada de poesía (en "Afloat", una niña suspendida sobre su padre se convierte, para la nueva pareja del padre, en una imagen del "deseo, por un breve minuto, de simplemente irse de la tierra"). La historia parece deambular, pero en realidad Beattie nunca pierde de vista el devastador corazón del relato.

El mundo de los cuentos de Beattie es el mismo de sus novelas: personajes de clase media alta, en su segundo o tercer matrimonio, pero capaces de mantener relaciones civilizadas con sus ex-parejas: "Raquel pasa los veranos con su ex-esposo y con la hija del segundo matrimonio de su ex-esposo, con el novio de la hija y con el mejor amigo del novio". Estos yuppies de familias disfuncionales andan perdidos por el mundo y se enfrentan a sus pequeños grandes problemas sin melodrama, con esa quieta tensión que le ha valido a esta escritora ser considerada minimalista (no lo es). Leídos uno tras otro, los cuentos de Beattie pueden cansar: los personajes son muy similares entre sí, al igual que sus problemas, y se entiende la razón del estereotipo de "ficción doméstica". Hubo ratos en que extrañé un mundo más tabloide y sensacionalista, más sucio (digamos, el de Joyce Carol Oates), pero tampoco me cansé de encontrar joyas como "In the White Night", "Snake's Shoes", "Like Glass", "Gravity", "Skeletons"...     

Ann Beattie capta su época a la vez que la trasciende. Sus cuentos están hoy muy vivos y demuestran de manera contundente que su obra no sólo se reduce a una novela zeitgeist.

(la Tercera, 22 de noviembre 2010)

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22 de noviembre de 2010
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Mario Vargas Llosa y la crónica futbolística

Sara Carbonel al pie de la cancha En el año 82, el último en el que Perú fue a un Mundial, Mario Vargas Llosa fue testigo de los partidos en La Coruña de ese equipo peruano que ilusionó mucho y que terminó goleado por 5 a 0 contra Polonia. El diario El Comercio rescata esta crónica del ahora Premio Nobel sobre el periodismo deportivo. Dice Vargas Llosa:

Igual que la crítica de (sobre) modas, la crítica del fútbol es también una formidable maquinaria creadora de mitos, un espléndido surtidor de irrealidades que alimenta el apetito imaginario de vastas multitudes. Hasta hace relativamente pocos años no lo era, pues los comentarios de fútbol en la prensa, la radio y la televisión tenían un carácter realista, se limitaban a cumplir el más mediocre cometido que cabe a la crítica: describir servilmente la realidad, referir puntualmente las incidencias de un partido, informar con objetividad ?es decir, en un lenguaje invisible, transparente? sobre la actuación de los jugadores. ¿Qué interés puede tener ese tipo de crítica científica? En ese tiempo había que leer la crítica taurina. Era la verdaderamente creativa, fantaseadora, con un vocabulario entre esotérico y folclórico, capaz de perpetrar las cursilerías más encantadoras y de un humorismo involuntario constante. En nuestros días, gracias a la demanda multitudinaria de ese público imantado por el fútbol, que quiere ver fútbol no solo en los estadios sino también en los diarios, las radios, la televisión, la crítica del balompié rompió ya con el realismo y accedió a ese estadio superior de la escritura, que es la creación de mitos. Sin temor a exagerar se puede decir que es regla casi general que las páginas deportivas sean las más vitales e imaginativas de diarios y revistas, aquellas en las que el periodista muestra una libertad y una audacia estilística mayores. Lo mismo se puede decir del comentarista radial de fútbol, que, si es bueno, va enriqueciendo con sus palabras aquello que transmite, como un trovador medieval transformaba en sus versos los amores o las batallas que cantaba. El comentarista de televisión, en cambio, está embridado por la presencia de la imagen, que lo ata a la realidad del partido. Estos periodistas deportivos, cuando son talentosos, jamás describen un partido o radiografían el desempeño de un jugador: los mitifican. Es decir, los sacan de su efímera, pasajera realidad concreta y los instalan en la realidad permanente, intemporal e incorpórea de la ficción. He aquí unos cuantos ejemplos, elegidos sin trampa en los diarios a los que puedo echar mano en este estadio Balaídos de Vigo, donde escribo estas líneas. Un periodista catalán, refiriendo el desempeño que tuvo en el primer partido del Mundial ese arquero belga con nombre de cachetada (Pfaff), lo define bellísimamente como ?el portero de la vista agrimensora?. Un crítico madrileño, por su parte, sintetiza con esta insuperable alegoría la derrota argentina ante el equipo Belga: ?Argentina murió al atardecer, en el centro del campo. La magia de los campeones del mundo quedó atrapada por la tela de araña roja tejida por los belgas en la zona entre áreas?. Los árbitros, para otro comentarista, no castigan a los jugadores: les ?muestran la cartulina? o les señalan ?el infamante camino del camarín?. Un partido no es un partido, sino un pretexto para sugestivas formulaciones retóricas, en las que la ?visión práctica? y la ?eficiencia zonal? del ?estratega? (entrenador) soviético se enfrentaron a la ?filosofía de inspiración individualista?, al ?ritmo embrujante y mareador? del ?once? brasileño. Se podría hacer una linda antología de críticas de fútbol, mostrando cómo los periodistas-ficcionistas apelan, con instinto poético envidiable, para describir los partidos, a los más diversos arsenales retóricos, y que hay encuentros reseñados como un espectáculo musical, como una comedia de disparates, como una tragedia griega, como una hazaña épica o como una catástrofe militar. Gracias al fútbol, la literatura de ficción contemporánea se ha enriquecido con un aporte tan simpático como inesperado: las secciones deportivas de la prensa. Jóvenes estudiantes de Literatura: para comprobar prácticamente cómo la buena literatura transforma la experiencia real en mito, ¡lean las crónicas del fútbol!

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22 de noviembre de 2010
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El Boomeran(g)
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