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'Avión de papel. Poemas escogidos 1989-2014' de Simon Armitage (Impedimenta, 2024)

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El mejor libro del año

Me sorprendió mucho, estas pasadas Navidades, no ver destacado en ninguna lista de libros del año el que lleva por título Avión de papel. ¿Se confundieron los críticos y literatos votantes pensando que ese título correspondía a la sección infantil, o por el contrario, y de modo muy riguroso, la exclusión se debía a que dicho libro se publicó traducido al castellano por Jordi Doce poco antes del fin de año? O también pude ser yo el confundido al pasar las páginas de los suplementos literarios un poco a la ligera. El caso es que entre unos y otros  mi impresión es que Avión de papel  no fue elegido por nadie, o por tan pocos que quedó de colista en la clasificación, sin número ordinal en el cuadro de honor al que al que con toda justicia pertenece. Yo, que hace tiempo que no voto en estas ocasiones y hits parades, sí quiero poner por escrito mi contrariedad ante esa ausencia del citado libro, una amplísima antología (casi 400 páginas) del poeta británico de mediana edad Simon Armitage. La elegante y hasta un tanto pop edición del sello Impedimenta cuenta por lo demás con una traducción del original inglés de extraordinaria calidad y gran acierto poético, brillando en  sus versos, de manera propia, la estela de la gran corriente de la poesía narrativa en la que se inscribe Armitage: Jordi Doce (él mismo poeta de notable calidad) la respeta sin menosprecio ni vulgaridad.

Y tampoco vengo aquí a descubrir a tan galardonado y reconocido poeta como es Armitage, autor asimismo de traducciones al inglés moderno de algunas partes de la Materia de Bretaña. Antes que cubrirle de elogios es preferible reproducir uno de sus en apariencia sencillos poemas, tan elocuentes, tan desenfadados, tan conmovedores.

2002

El grito  (The Shout)

Salimos juntos

al patio del colegio, yo y el niño

cuyo nombre y semblante

no recuerdo. Queríamos estudiar el alcance

de la voz humana:

él debía gritar lo más posible,

yo levantar un brazo

al otro lado de la divisoria

para indicar que el sonido había llegado.

Voceó desde el parque: levanté el brazo.

Tras dejar atrás el pueblo,

aulló desde el final de la carretera,

desde el pie de la colina,

más allá del puesto de observación de la granja Fretwell:

levanté el brazo.

Lo perdí de vista y de pronto llevaba veinte años muerto

con un agujero de bala

en el cielo de la boca, en Australia Occidental.

Niño cuyo nombre y semblante no recuerdo,

ya puedes parar de gritar, todavía te oigo.

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28 de enero de 2025
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Actividades sorprendentes que no exigen analogía con el proceder humano

 

Ante algunas conclusiones relativas a las capacidades de ciertas entidades no humanas, resulta metodológicamente sano recordar la exigencia de economía asociada a Occam: cosas que pueden explicarse con hipótesis relativamente menos complejas, no han de explicarse de manera sobreabundante, atribuyendo a animales o a maquinas facultades como la conciencia de sí o la capacidad lingüística.

Que se den en animales comportamientos fenomenológicamente coincidentes con los que en ocasiones pone de manifiesto el ser humano, no implica que se haya actuado como lo haría con vistas al mismo objetivo el ser humano. Que en entidades artificiales se den tipos de cómputo que el ser humano sólo alcanza tras un arduo aprendizaje, no implica que tales entidades hayan aprendido a la manera del ser humano. Y, en suma, que haya comportamiento, modos de acción y resultados de todo ello que objetivamente (es decir desde el punto de vista de la descripción y previsión) no parezcan discernibles de lo que un ser humano efectúa, no implica que estén operando facultades análogas a las que operan en el ser humano.

Muchas cosas de elevada complejidad pueden alcanzarse sin que en el proceso que conduce a las mismas intervenga literalmente idea alguna, es decir, intervenga ese polo del signo lingüístico que es el significado, en ausencia del cual no cabe siquiera hablar de significación. Hay razones para conjeturar que basta para ello un código de señales sintácticamente rico. Y por supuesto hay jerarquía entre esos códigos, algunos de los cuales han llenado de estupor a los estudiosos de los mismos: aquel que se da entre las abejas (ejemplo de siempre), o el que permite a Alpha Go vencer al campeón del mundo en un encuentro deportivo, por avanzar dos ejemplos.

Toda la complejidad que quepa poner de relieve en uno y otro caso, no tiene porqué ser equiparada con la del ser que sopesa la complejidad, y no sólo por una cuestión formal, sino por el hecho de que este ser que sopesa lo hace desde el espacio de los conceptos y categorías que subyacen tras todo acto lingüístico y tras la manera en que los hombres perciben el mundo. Lo hace, en suma, desde el platónico campo eidético, y no hay hasta ahora muestra clara de que el campo eidético esté presente en el actuar de otros seres, naturales o artificiales.

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27 de enero de 2025
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Intimidad

Ingresado en el Hospital San Jorge de la ciudad de Huesca, en las interminables horas de espera de no se sabe bien qué, medito, con fluidez, sobre ese sólido concepto denominado “intimidad”, sobre qué es la intimidad en la vida diaria, algo no exigente, normal, dado por hecho, y que aquí, en esta habitación hospitalaria compartida, cobra una singular importancia, cobra sentido a la inversa, por su carencia, de tal modo que me hace rememorar un pasaje de Los bellos sexos indomables, esa obra singular de Douglas Diegues, en el que se habla del cometido de las lavanderas, de lo que tiene de excepcional, porque con sus manos tocan y lavan la suciedad del otro, también sus heridas, apareciendo, además, dicho pasaje, creo recordar, repito, hablo de memoria, tras decir Diegues que si algo perdieron los esclavos, aparte de su apellido, fue la intimidad. O sea que las lavanderas, aquí y ahora enfermeras, profanan impunemente, algunas haciendo gala de esa profanación, el derecho a lo íntimo del que todos disponemos antes de entrar en este edificio sanitario de trato igualatorio y despiadado.

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23 de enero de 2025
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La caprichosa rueda de la fama

 

Cuando un personaje alcanza la fama, un escuadrón de publicistas levanta a su alrededor un muro para protegerlo de aquello que precisamente perseguía: el éxito. Todos los artefactos del capita­lismo de la vigilancia caerán sobre él como una maldición. Perderá los privilegios de la gente anónima –que son innumerables– y precisará incluso de protección física.

Los más sensatos se dirán que no merece la pena, que esa clase de admiración es una circunstancia que poco tiene que ver con uno mismo, pero una mayoría será feliz dentro del traje, dejándose conducir en el asiento mullido de un coche oscuro. Si una celebrity no cuenta con seis empleados provistos de pinganillos que correteen inquietos a su alrededor, como si aguardaran una ambulancia, no pasa de famosillo. Bien lo saben esos mánagers cuyo papel consiste en multiplicar el atractivo de su representado mediante un relato que lo convierta en personaje, vaciando a la persona.

Los periodistas estamos acostumbrados a las entrevistas “de promoción” con estrellas que solo se pliegan a ellas por exigencias del contrato, pautando minutos y preguntas. “No se habla de la vida personal”, recuerda el agente de turno, escoltado por dos asistentes enfadados. Incluso insisten en traducir personalmente una frase para modificarla, y sus semblantes acaban por inhibir la ambición de quien pregunta tratando de huir de lugares comunes para hallar un latido de significación entre tanta palabra hueca. “Last one”, avisa con desdén la guar­diana, si se agota el tiempo concedido.

Me pregunto cuál es el secreto para que la imagen de unos se mantenga firme y la de otros se disipe. Juguetes rotos, llamamos a aquellos que alcanzaron la cumbre y acabaron reventados. La fama es una compleja maquinaria que deglute y clona, encumbra y aniquila. Porque esos personajes públicos que imitamos o ridiculizamos, cuyos nombres utilizamos para una mascota o como una broma entre amigos, son un espejo de aquello que nos atrae y, a la vez, nos repugna. Por lo demás, la fama siempre ha sido un envase al vacío.

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23 de enero de 2025

Ernesto Cardenal (1925-2020)

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Cien años de Ernesto Cardenal

 

Se cumplen cien años del nacimiento de Ernesto Cardenal, un acontecimiento que pasará en silencio dentro de su Nicaragua natal, proscrita como se hallan su poesía y su figura bajo los cerrojos de la nueva dictadura.

Lo vi por vez primera en 1960 en la acera de la casa de sus padres en Managua, recién llegado del seminario de la Ceja en Medellín. Flaco y narizón, sin barba, en bluyines y camisa de cuadros, esperándonos porque íbamos a Masatepe de excursión, los del grupo de la generación traicionada y del grupo Ventana, en pleitos literarios pero juntos bajo la admiración que él despertaba entre todos los aprendices de poetas. Yo me sabía de memoria Hora 0: Noches Tropicales de Centroamérica, /con lagunas y volcanes bajo la luna/y luces de palacios presidenciales, /cuarteles y tristes toques de queda…

Y después en San José, leyendo sus poemas al aire libre en la Universidad de Costa Rica en medio de una multitud de jóvenes, y la vez en 1976 que fuimos juntos a Solentiname con Julio Cortázar, y la misa que celebró, en la que Cortázar, feligrés improvisado, comentó el evangelio del prendimiento en el huerto y reflexionó acerca del porqué Jesús no había invocado a su padre para que enviara una legión de ángeles a salvarlo; y el ruido de los pasos de la revolución por venir que ya se oían llegar en el silencio de la noche del Gran Lago.

Y tantas andanzas juntos, el congreso del Pen Club en Elsinor, en Dinamarca, buscando firmas de solidaridad para la lucha en Nicaragua, o durmiendo en el piso de una casa llena de gatos en Ámsterdam, junto a un canal donde desayunábamos arenques en un puesto callejero, en busca de apoyo ante gobiernos, parlamentos, fundaciones, todas las puertas se abría ante Ernesto, una celebridad en Europa desde la publicación de los Salmos que se volvió una Biblia de los jóvenes: Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido/ni asiste a sus mítines/ni se sienta en la mesa con los gánsteres …

Y luego, volando en una avioneta a medianoche de San José a León un 16 de julio de 1979, en las puertas del triunfo de la revolución, aterrizamos en el aeropuerto sin asfalto donde operaban los aviones que fumigaban los plantíos de algodón, y le dije, y lo recordó en un poema, “este es el olor de Nicaragua”, la brisa cargada de insecticida; y sus años en el ministerio de Cultura, burócrata a la fuerza, sus oficinas en la mansión de Somoza, inventando de la nada un mundo nuevo, escuelas de teatro y de danza, talleres de artesanía popular, de pintura primitiva, de poesía.

Su militancia en una iglesia de los pobres, recriminado por el Papa Juan Pablo II en el aeropuerto de Managua mientras él permanecía de rodillas, suspendido ad divinis de su ministerio sacerdotal en castigo, y luego reivindicado poco antes de su muerte por el papa Francisco, una misa íntima concelebrada en su cuarto del hospital, el nuncio apostólico y él, que yacía en la cama con la estola puesta y la plena felicidad en su rostro porque volvía a ser cura de pleno derecho.

Y nuestra vecindad de cuarenta años en colonial Los Robles, calle de por medio, sus llegadas cada día temprano de la mañana a dejarme los capítulos de sus memorias a medida que los iba escribiendo, y yo, a mi vez, los originales de mis novelas, hasta aquel domingo de marzo en el hospital, yo de pie, contemplándolo en su lecho, él ya del otro lado del misterio que exploró en su poesía, vida y muerte, los hemisferios de un mismo todo sin antes y sin después, la primera vez que mediaba entre nosotros el silencio.

Y su terrible funeral en la catedral de Managua, entre vociferaciones, empellones y amenazas de las turbas oficiales cuando sacábamos el féretro, el que más había amado a su país escarnecido por el odio.

Para él la elevación mística fue siempre el abandono de la envoltura terrenal, y decía que había aprendido de San Juan de la Cruz que un líquido no puede recibir otro líquido si antes el recipiente no se vacía. Vaciarse, para llenarse de Dios, y viendo a Dios en cada uno de sus semejantes marginados y oprimidos, el reino de Dios en la tierra.

Terrenal y místico, creyó en la comunión del espíritu con la materia y en la inmensidad irreal del universo, empeñado en una búsqueda que dejó anunciada en el poema Con la puerta cerrada: Somos semillas que para nacer tienen que morir/es el precio necesario de la nueva vida …

Credo que transformó en el par de líneas que, según dejó dispuesto, se inscribirán en una placa en su lugar final de reposo frente a la iglesita de muros blancos en Mancarrón, su isla de Solentiname, ahora confiscada:

Morir no es salir del universo sino profundizar en él. Y la muerte es una mayor intimidad con Dios.

 

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21 de enero de 2025
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F. K.

 

Siempre se ha dicho que el conocimiento de disciplinas como la botánica, la entomología, la herpetología, la ornitología, añaden valor, justifican una actividad como la del paseo por el campo, actividad que en sí misma no deja de ser insulsa, aburrida e inútil, como todas las vinculadas al ejercicio del deporte y a sus doctrinas paralelas. Descubrir a los seres vivos que nos rodean, y que son lógicamente más abundantes en espacios periurbanos que en espacios urbanos, proporciona una gratificante experiencia al observador, incluso al que, por prescripción médica, no le queda más remedio que pasear pese a que le resulte profundamente anodina dicha experiencia, hablo de quienes añoran el bullicio inmisericorde de las grandes ciudades.

Ahora me escribe un desconocido domador uruguayo, de desconcertante nombre, Ferenc Krasna, para informarme, para agradecerme que le haya introducido en el mundo del Arte Casual (AC), que le haya abierto los ojos ante el gran número de manifestaciones de este concepto artístico que surgen ante el observador atento, eso sí del observador que disponga de cierto grado de conocimientos sobre Arte Contemporáneo. Adjunta foto de una porción del suelo del entorno de su domicilio en Montevideo, suelo que nunca tuvo en cuenta y que, ahora, le produce un gran impacto visual gracias a AC, al lograr que su retina, educada, registre, de modo incuestionable, un evidente, aunque quizá fugaz, hecho artístico. AC aporta pues un plus de interés a ejidos, huertos, ruinas, polígonos industriales, cementerios de coches, calles que se pierden en los campos, uno más de los benéficos efectos obtenidos al adentrarse en ese nuevo concepto que permite ver las cosas de otra manera, que quizá, incluso, enseñe a ver la realidad de otra manera, enseñe a ver, de modo pertinaz, la verdadera realidad.

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16 de enero de 2025

Jorge Lanata.

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Argentina despide al genial periodista camaleónico Jorge Lanata

“¿Así que usted es periodista y argentino?”, me pregunta don Joaquín, mientras arma el ramo de ocho rosas que escogí y las rodea de ramitas tiernas. “¿Supongo que sabe que se murió Lanata? Para algunos era un héroe, para otros un monstruo”, acota, moviendo la cabeza mientras sus manos diestras atan el cordel rojo alrededor de las flores.

“Qué extraño, ¿no? No sé si hay un periodista actual en Chile que despierte esas pasiones encontradas”.
Y por un par de minutos, se concentra en atar el nudo rojo y adosarle un moño del mismo tono. Queda apretado, perfecto para regalo de aniversario de boda.
Estamos en un mínimo local en Manuel Montt y Providencia. Antes, mientras yo elegía las rosas, me había preguntado qué hacía yo, y me había comentado la noticia del día: la justicia había dado la razón a la periodista Paulina de Allende Salazar, injustamente despedida del canal MEGA por referirse a un carabinero recién asesinado con el nombre de ‘paco’.
Y entonces, por sorpresa, don Joaquín agrega: “Sí, pero acá en Chile los amores y los odios a gente que uno no conoce no llegan a tanto como allá, ¿no?”
En esa pequeña tienda refrigerada en medio del verano santiaguino, rodeado de flores y cintas y moños, el florista me dio el eje, el enfoque y las preguntas centrales para compartir con el público chileno algunos datos e ideas sobre el recientemente fallecido ‘Gordo’ Lanata, el periodista argentino más determinante de los últimos 40 años.

* * *

Nacido en Mar del Plata en 1960, Lanata tuvo una infancia triste y solitaria, con un padre duro y arbitrario y una madre que murió cuando él apenas despuntaba preguntas; fue criado por una tía y una abuela, y a los 55 años se enteró de que era adoptado. Su familia no fue determinante en su vocación, pero apenas empezó a escribir en el colegio, voló.
Contó a varios entrevistadores que su primer texto publicado fue un ejercicio escolar. El profesor les pidió escribir sobre un cuento de Conrado Nalé Roxlo, que entonces estaba en boga. Buscó su nombre en la guía telefónica, lo llamó y lo fue a entrevistar a su casa. La revista del colegio publicó su entrevista. Desde entonces Lanata nuca perdió esa creatividad, empuje, desparpajo y ambición.
Trabajó en radio desde los 14 años, mintiendo que tenía 19. A los 26, fundó el diario Página/12 y desde entonces se convirtió en uno de los siete creadores de diarios que cambiaron la historia del país.
Estos son sus precedentes: El primero fue el secretario de la Primera Junta de 1810, Mariano Moreno, con La Gaceta de Buenos Aires. El segundo, Bartolomé Mitre, general, presidente, escritor y fundador de La Nación. El cuarto, Natalio Botana, creador del periodismo narrativo y popular con Crítica, donde escribieron Roberto Arlt y Jorge Luis Borges. En los cuarenta, el diario que representó el nuevo país del peronismo, el Clarín de Roberto Noble, diario de masas, todavía el más vendido e influyente. En los sesenta, La Opinión de Jacobo Timerman, el de la izquierda intelectual y la salida al mundo.
Y con el fin de la dictadura, el Página/12 de Lanata fue el último gran invento del diarismo argentino, juntando a lo mejor de los sobrevivientes de La Opinión como Osvaldo Soriano, Tomás Eloy Martínez y José María Pasquini Durán, con lo más creativo y osado de las nuevas plumas: Juan Forn y Rodrigo Fresán, entre otros, se alternaban en la crónica de contratapa; Marcelo Zlotowiazda escribía de economía; Ernesto Tenembaum, de política; Walter Goobar, de internacionales. Horacio Verbitsky investigaba el poder menemista.
Entre muchos que hoy son grandes nombres en medios y libros, los jovencísimos Cristian Alarcón y Graciela Mochkovsky aprendieron el oficio en su polvorienta redacción, donde se mezclaba el ruido de los cables y el olor a tinta y humo. Fue Lanata quien descubrió a una joven cronista de Junín, Leila Guerriero. También él quien pensó que un novelista en ciernes, Martín Caparrós, podía escribir crónicas.
Así lo cuenta Caparrós en su reciente libro de memorias, Antes que nada. La anécdota, pienso, muestra la brillantez de Lanata para liderar equipos, descubrir talentos y caminos, adelantarse a todos. Y recrea en una escena su gracejo criollo irresistible.
A comienzos de los noventa, Martín, que ya había colaborado con Jorge, lo fue a ver para proponerle hacer crítica gastronómica (rechazado por “pretencioso”) o dirigir la revista mensual Página/30 (también rechazado, porque “nos vamos a pelear todo el tiempo”).
“Ya me iba, derrotado, cuando me dijo que por qué no hacía ‘territorios’.
-Hacete uno por mes, un territorio de algo cada mes y te los pago bien. Dale, por que no empezás con Tucumán, todo el quilombo que hay con Bussi.
El general Domingo Bussi era un asesino que estaba por ser elegido gobernador de la provincia donde había sido dictador, y la propuesta era curiosa. Por esos días en la Argentina, fuera de la revista El Porteño, no se hacía ‘periodismo narrativo’. O se hacía en muy pequeñas dosis: a veces, notas de Página/12 usaban formas de relato para contar ciertas situaciones – una reunión de ministros, un crimen, un castigo – en artículos que nunca excedían el millar de palabras.
-Bueno, si me dan el espacio suficiente y no me rompen las bolas.
-No te preocupes. Claro que te vamos a romper las bolas. (…) Dale, a vos te gusta hacer esas porquerías ilegibles. Empezá con Tucumán y después vemos.”

* * *

Los ‘territorios’ de Caparrós se convirtieron en el origen del mejor periodismo de ‘viajar para entender’ que hay hoy en Latinoamérica, tal vez en el mundo. Los perfiles de Guerriero y las crónicas de Forn son los modelos para el mejor periodismo narrativo actual. Lanata los supo descubrir incluso antes que se vieran ellos mismos, y los invitó a hacer aquello que nadie haría mejor.
¿Estos tres, y tantos más, serían lo que son sin el empuje y el ojo de Lanata? No lo creo.
Esta forma de descubrir y guiar a lo mejor del periodismo joven, con ser mucho, no fue lo central de Página/12. Lo fue la forma de combinar periodismo de golpes noticiosos con humor, datos con ironía, cultura popular con alta cultura, guiños a la izquierda con información necesaria y diversión inédita para todo público.
En los recuerdos desperdigados en redes a propósito de su muerte, junto con insultos a Lanata o insultos a los que lo insultan, las memorias de tapas emblemáticas de su diario genial recordaban, sin querer, una época en que el chiste mordaz era mucho, tanto más efectivo que los insultos.
La mayoría son de su época de gloria, la década menemista.
Como cuando Menem acusó al diario de amarillismo, y al día siguiente salió todo el diario en papel amarillo.
O cuando Menem indultó a los genocidas de la dictadura y la tapa apareció en blanco, con un pequeño recuadro abajo, que por chiquito gritaba tanto más que las letras tamaño extremo.
O cuando salió con un agujero en medio para denunciar el faltante en el presupuesto.
O –este es un recuerdo mío, no lo he visto en ningún lado– cuando un reportaje de investigación denunció que una empresa francesa traía desechos fecales humanos de tierras galas para enterrarlo en la Patagonia. El título sonaba a chiste de colegio: Olalá popó.
A mí me sigue haciendo sonreír. El título es un chiste. La investigación, mucho más seria que las genuflexiones al poder de turno de los otros diarios.
No era solamente la introducción del humor: era la gracia en su sentido más amplio, el compartir el guiño y el respeto por la verdad y por los valores que unieron a esa generación post- dictadura, las ganas de mejorar el país y el mundo sin violencia, los derechos humanos, el ansia de saber, la sospecha de que los poderes te quieren engañar, el sentirse uno con un medio que te expresa, que trae valores perdidos y también representa la modernidad.
Ir en el colectivo o el subte con Página/12 debajo del brazo era, en esos años, mostrar que uno estaba del lado bueno de la historia. ¿Demasiado ilusos, ingenuos?
Lanata estaba en el centro de esa bendita ilusión.

* * *

Pero la etapa de Lanata en Página terminó, y su permanente inquietud y, me temo, su afán de protagonismo y notoriedad lo llevaron a la televisión y a la radio. Fundó medios, como la revista Veintiuno, que después fue Veintidós cuando llegó el Siglo XXI, y después fue Veintitrés no sé bien por qué. Trabajo en radios, en televisión, escribió muchos libros, entre ellos dos best seller que contaban la historia patria con algo de la mordacidad y el humor de su viejo diario: Argentinos.
Pero él debía querer más, otra cosa, estar en el centro. Y la oportunidad le llegó en la época de Néstor y Cristina Kirchner. El viejo enemigo del menemismo ahora se enfrentaba a sus viejos aliados, a los periodistas que él mismo había enseñado y sostenido.
La nueva Página/12 y los medios de radio y televisión “progresistas” estaban al lado del matrimonio Kirchner.
Y Lanata poco a poco se fue convirtiendo en el principal enemigo de la pareja presidencial. Los acusaba de mentir apropiándose de la lucha por los derechos humanos, cuando en dictadura y durante el reinado de Menem no había levantado la voz ni movido un dedo. Pero mucho más: los acusaba de armar una mafia corrupta que denunciaba semana a semana en su nuevo programa de televisión, Periodismo para todos en el Canal 13 del Grupo Clarín.
Si durante la década del peronismo de derecha de Menem Lanata lideró las investigaciones y la burla al mal gusto de Menem, en esta nueva década kirchnerista se reinventó como azote televisivo, y como tábano de esta pareja de adalides de los pobres que inventan creativas formas de hacerse millonarios. Lo hizo durante más de una década en su programa matutino, Lanata Sin Filtro, el más escuchado del país, en la Radio Mitre, también del Grupo Clarín.
El Lanata enemigo jurado del grupo periodístico más poderoso del país se había convertido, para sus seguidores, en aliado de Clarín porque vio que más allá de sus diferencias, los unía el enfrentar a un poder autoritario y controlador de los medios.
Para sus enemigos, se convirtió en un vendido al gran capital del medio hegemónico. Y sus peores críticos fueron, lógicamente, los que antes lo amaban en su etapa de Página y ahora lo llamaban traidor.
Genial como siempre, le puso nombre a la nueva época: bautizó la era kirchnerista como “La grieta”. De un lado, los fanáticos K. Del otro, los fanáticos anti-K.
Pero Lanata no sólo bautizó ese largo período tóxico: él fue la grieta. Él comenzó un periodismo que, si bien tenía datos, testimonios, buena factura audiovisual, creatividad y golpeaba con investigaciones como las que desnudaron a los testaferros K, transformó el periodismo en un campo de batalla. Hizo periodismo militante en contra de sus antiguos compañeros militantes.
Para mí, cayó del pedestal de la imparcialidad en el momento en que llegó al gobierno Mauricio Macri y debió jugársela como contra Menem y los Kirchner; y no lo hizo.
En los cuatro tristes años de gobierno de Mauricio Macri, los programas de Lanata siguieron sacando evidencias de la corrupción K, en vez de investigar al presidente que estaba tomando la mayor deuda de la historia del Fondo Monetario Internacional, y preguntarse qué pasó con ese dinero, que se perdió en los pliegues de los grandes grupos financieros que apoyaron a Macri.
Había que acabar con el único mal de Argentina, la cleptocracia K, pregonaba el Lanata furioso de esos años.

* * *

¿Fue ese furor con datos reales pero unidireccional y sin contexto internacional un elemento central en lograr que el año pasado el 54 por ciento de los votantes se volcara por un vociferante que prometía terminar no sólo con los abusos del Estado, sino con el Estado mismo? Yo creo que sí.
En una de sus últimas entrevistas, en Radio Con Vos, con uno de sus viejos discípulos, Ernesto Tenenbaum, Lanata se lamentó que en redes e incluso en la calle, los fanáticos de Milei lo insultan llamándolo “K”. ¡Justamente a él, que fue el azote de Cristina Kirchner! Estaba viendo al monstruo en el espejo: para los descerebrados mileístas, si no adoraba al peluca de la motosierrista, debía ser de los “kukas”, aunque obviamente, sus programas demoledores fueron gasolina en el fuego que llevó a Milei al poder.
Lanata, tal vez por primera vez, no entendía lo que estaba pasando. Estaba aterrado y asombrado de esos jóvenes fanáticos, mezclados con trols a sueldo, que construyeron el fervor actual por el impresentable Milei. Yo escuché esa entrevista. Me dio pena.
Siento que la falta total de diálogo y de mínimo respeto entre los que piensan distinto, que se fue exacerbando en la Argentina post-dictadura hasta convertirse en la gritería de sordos de ahora, es en parte responsabilidad de la genial y tóxica transformación de Jorge Lanata.
Aceptarlo todo para que desaparezcan los que odiamos. “Cualquiera menos…” nos llevó a este cualquiera. Poco antes de su muerte Lanata se sintió atacado por los que lograron que su energúmeno sea presidente sin darse cuenta que, en parte, su furor y su personaje televisivo crearon al monstruo.

* * *

Pero Lanata es, ahora que murió y se debe hacer balance, muchas cosas más.
Un amigo mío está investigando al periodista argentino más punk y más beat, Enrique Symms, el creador de Cerdos y peces, tal vez la revista extrema que Lanata soñaba con crear si no hubiera querido ser también famoso, poderoso, rico y admirado.
Y entre las cosas que me llegaron por la muerte de Lanata, Matías me mandó un párrafo que incluye estas frases. No puedo dejar de pensar que Jorge Lanata está también escribiendo sobre sí mismo, sobre el hombre, el periodista, el soñador inclasificable que quiso y temió ser:
“Symns raspa. Symns no tiene bordes lisos, y siempre está por morir (…) Symns es un escritor; en este tiempo en que cualquier imbécil se autodenomina ‘artista’ y los ejecutivos imprimen ‘creativo’ en su tarjeta de negocios, Symns es un escritor. Y Symns, como todo escritor, se odia a sí mismo. Hay algo en él que combate su esencia: no sé qué es, pero Symns se suicida, se boicotea, se ama exageradamente, duda de sí mismo o se reza, todo a la vez”.
¿Y si sacamos Symns y ponemos Lanata? Yo creo que, más allá de los datos y las peleas con los poderosos de cada momento, en esta visión de Symns, que nunca quiso aquel poder y prestigio por el que Lanata estaba dispuesto a traicionar a los que lo idolatraban, se esconde, además de una prosa afilada y dúctil, un Lanata más allá del evidente.
En noviembre de 2012 (cuando Lanata tenía 52 años), su colega Luis Majul había un libro sobre él de 440 páginas, lo más parecido a una biografía del “periodista más amado y más odiado de la Argentina”.
Allí define Majul su vida y su carrera en un párrafo:
“Fue casi un niño prodigio. Tuvo decenas de mujeres, tres matrimonios con libreta y dos hijas. Terminó el colegio secundario de noche y jamás obtuvo un título universitario. Fundó dos diarios y cinco revistas. Condujo programas de radio y televisión. Hizo una película. Hizo de actor para películas y video clips. Publicó ocho libros. Fue acusado varias veces de plagio. Ganó decenas de premios. Soportó una quiebra personal, tuvo que vender relojes para pagar deudas y todavía sigue gastando más de lo que tiene… Se peleó con decenas de colegas y también con casi todos los presidentes desde 1983 para acá. Tomó toda la cocaína que podía tomar y un poco más, hasta que su cuerpo y su alma le pusieron un límite. Juró que jamás trabajaría para Clarín. Hasta que se transformó en el periodista estrella del Grupo”.
En el obituario publicado en Clarín, Osvaldo Pepe resumió así su “personaje” este 31 de diciembre:
“Jorge Lanata fue mucho más que un periodista. Fue un hombre de los medios que trascendió los medios y llegó a la condición de figura rectora, un influyente top de la cultura mediática de su tiempo. Considerado por muchos el número uno de ese universo, sin dejar de destacarse en otros, supo adaptarse y posicionarse a la vanguardia en todos los géneros del periodismo, gráfico (prensa escrita), televisivo, radial, plataformas multimedia, ciclos documentalistas y de investigación.”
¿Cómo recordaremos a Lanata? ¿Como un gran periodista, creador de medios, de formatos, de lenguajes y estilos? ¿Como impulsor de la carrera de los mejores, muchos de los cuales lo recuerdan con cariño, mientras otros prefieren olvidarlo?
Lo bueno de no tener que hablar en su funeral ni tener que denostarlo en los medios que hoy lo aborrecen, como lo que queda de su Página/12, es que se puede pensar a partir de él, a partir de sus grandes logros y de su perturbadora influencia en el periodismo de hoy.
Yo me quedo con una vida y una obra desorbitadas, fecundas, que ayudan a pensar el periodismo e imaginar uno tan creativo como lo que logró el mejor Lanata, y a soñar con uno alejado de las peleas a garrotazos dentro del poder (no fuera, como debe estar) en que cayó el peor Lanata.

Este texto fue publicado en forma más breve en la revista Mensaje y en forma completa en la revista digital Puroperiodismo, ambos de Chile, en enero de 2025. 

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15 de enero de 2025

'Cartas de una vida' de Irène Némirovsky (Salamandra, 2024)

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Irène Némirovsky, cartas que explican toda una época

 

La autora de Suite francesa no escribió su correspondencia pensando en la posteridad, nos recuerda su biógrafo y editor de Cartas de una vida, Olivier Philipponnat. En cualquier caso, fueron los acontecimientos los que se encargaron de que así fuera. La invasión de Francia y la implantación del draconiano Estatuto de los Judíos primero truncaron la carrera literaria de Irène Némirovsky (Kyiv, 1903-Auschwitz, 1942) y después la arrancaron de los brazos de su familia, resguardada desde 1940 en Issy-l'Évêque: un pueblecito "perdido en el que ni siquiera hay librería" apunta en su correo, según le cuenta a una amiga de juventud. Temporalmente la confinaron en la gendarmería de Toulon-sur-Arroux -"Estoy convencida de que esto no durará mucho. (...) Por mi parte, me siento tranquila y fuerte"- para luego trasladarla al campo de Pithiviers, hasta que un 16 de julio de 1942 los vagones de la muerte se la llevaron al lugar donde Europa perdió su humanidad.

Fue entonces cuando aquella mujer tenaz e independiente -en el París de la emigración, estudió en La Sorbona- escribió de su puño y letra sus últimas palabras a sus hijas y marido, Michel Epstein: "Creo que partimos hoy. Valor y esperanza. Os llevo en el corazón, cariños míos. Que Dios nos ayude a todos". Un «partimos» que parece resistirse a pensar en un adiós definitivo. Némirovsky dejaría inconcluso el retrato de la ocupación (y la Francia de Vichy) -"Dios mío, ¿qué me ha hecho este país? Ya que me rechaza, contemplémoslo fríamente. Observémoslo perder su honor...", anota en sus cuadernos de trabajo- que, según su plan, debía concluir con una quinta parte sobre la paz, que ya solo vivirían sus hijas, y "el triunfo del destino individual" -"la revancha del peón", en palabras de Philipponnat-, una de sus principales obsesiones literarias.

Más que un retrato de la escritora, Cartas de una vida ilumina a la mujer que se abre camino, tras la revolución bolchevique, en un país que suscitaba, como a la gran mayoría de la clase pudiente del Imperio ruso, un amor a distancia, y que ella reafirmaba con sus estancias anuales en los principales centros vacacionales para los eslavos acomodados en la zona de Biarritz y la Costa Azul. También seguimos sus pasos en el mundo literario como autora extranjera en un entorno gobernado por hombres, después de un primer éxito temprano, David Golder, que publicó a los 26. No espere el lector cartas sobre sinopsis de novelas, planificaciones editoriales o teoría literaria. Menos aún una inmersión en el ambiente intelectual de las décadas de 1920 y 1930 con sus correspondientes chismes.

Del exilio a la fama Si de algo da cuenta esta correspondencia de una escritora que resplandeció en una lengua que no fue la materna, y en las condiciones más adversas tanto legal como personalmente -tras el despido de su marido banquero de resultas de una septicemia mal curada cargó con la economía familiar, incluso cuando ya le resultaba complicado publicar, como apátrida de origen judío, y cobrar sus contratos-, es de sus estados de ánimo. Y en todo momento, la escritura (y su publicación) están en el centro, así como sus seres más próximos. En momentos especialmente productivos o en el inicio de su matrimonio, 1925-1930, encontramos un vacío epistolar.

Olivier Philipponnat, editor también de sus obras completas, creó unas divisiones acertadas, atravesadas por una flecha del tiempo que se acelera con el ritmo de los acontecimientos. La correspondencia de Némirovsky, hija de un rico banquero, parte de los años de adolescencia y descubrimiento de París ("Despreocupación") tras la huida de Rusia por Finlandia y Suecia. La única destinataria es su amiga Madeleine, con quien repasa flirteos, fiestas y bailes. "Mi larga experiencia me ha enseñado que en la vida no hay más que un gran amor, sólo que adopta nombres y rostros diferentes", le dice en 1922, para dos años después comentarle que "hay algo, o más bien alguien, que me retiene en París", refiriéndose a Michel Epstein.

"Fama" (1929-1939) comprende su irrupción en la escena literaria con la carta a Éditions Grasset, a quienes envió anónimamente el manuscrito de David Golder y a cuya respuesta entusiasmada no atendió hasta después de dar a luz, coincidiendo con la entrada a imprenta de la novela. Uno de los pocos momentos de reflexión literaria aparece en una entrevista intercalada de 1930: "Un libro está formado por múltiples elementos; por pequeños hechos sin importancia, por conversaciones que te dejaron huella, por sucesos reales que te impactaron la imaginación y, al mismo tiempo, por pensamientos íntimos y constantes que sólo puedes revelarte a ti misma porque nadie más los comprendería".

De la angustia al fin Némirovsky demostró en todo momento, en los buenos tiempos, pero también en los años de "Incertidumbre" (1939-1941), carisma y determinación para defender sus tarifas, acuerdos y regalías. Igualmente se cartea con reseñistas para agradecerles sus críticas, incluidas las negativas, responde artículos que, considera, incurren en falsedades y se pone en contacto con autores a quienes admira. Especial es la relación que fragua con Albin Michel, editor que velará por su estabilidad económica, y cuya editorial cuidará del bienestar de sus hijas, francesas de nacimiento, ya huérfanas.

El trago amargo llega con "Angustia" (1941-1942), cuando todas las energías están puestas en conseguir dinero, en gestionar lo que quedó en París y en el empeño de publicar -con las dificultades de un país divido-, y "Pesadilla (1942-1945). Aquí las cartas en la que se piden favores, descuentos y adelantos darán paso a telegramas expeditivos de Epstein en busca de su mujer, en que llegará a preguntar si puede intercambiarse por ella. Moverá cielo y tierra por ayudarla y acabará corriendo su misma suerte, gaseado el mismo día de su llegada a Auschwitz.

Jean-Jacques Bernard, al prologar su póstumo La vida de Chéjov, le dedicó el más justo y bello epitafio: "Arrancada para vivir de su tierra natal, sería arrancada para morir de su tierra de elección. Entre estas dos páginas queda inscrita una existencia demasiado corta, aunque brillante: una joven rusa que llegó para dejar escritas, sobre el libro de oro de nuestra lengua, páginas que lo enriquecerían".

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14 de enero de 2025
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El don para crear la realidad de Leslie Jamison

Primero: anhelar; segundo: observar; y, por último: habitar. Estos son los tres estadios en que se divide el conjunto de ensayos de Leslie Jamison (Washington, 1983) que lleva por título Gritar, arder, sofocar las llamas, traducido por Rita da Costa, y que ha publicado Anagrama. Formada en la Universidad de Harvard y en el Iowa Writers’ Workshop, con un doctorado en la universidad de Yale, Leslie Jamison dirige el área de no ficción del Máster en Bellas Artes de la Universidad de Columbia. Se ha escrito de ella que es la rutilante heredera de Joan Didion, aunque por ella misma se vale para llamar la atención sobre esos tres verbos que distraídamente se ofrecen como consejos o como ejemplos de vida.

Cuando la fotógrafa Annie Appel, protagonista de uno de los ensayos reunidos, habla de la frustración del periodista y escritor James Agee, precursor del Nuevo Periodismo norteamericano, ante la imposibilidad de captar la dureza de las condiciones de vida de los campesinos estadounidenses, está mostrando su propia frustración ante la imposibilidad de captar la cotidianidad de María y su familia en Baja California mediante la fotografía. Hay un paso corto de ahí a intuir que Leslie Jamison está hablando de su frustración para aprehender la realidad. Y ya no sólo mediante la escritura, sea ésta el periodismo, el ensayo o la novela –la poesía es otra cosa–.

La parte más íntima y más punzante de los escritos de Jamison se encuentra en esa confesión de la propia ineptitud para captar la realidad, para verla como está convenido que es, puesto que nunca estará a la altura de lo que anhelábamos, esperábamos o imaginamos. Precisamente, en esa grieta profunda que se extiende entre lo que nos gustaría ver al mirar y lo que realmente se alza ante nosotros, se halla la verdad. Abisal. Voluble. Profunda. Opaca. Invisible. Por eso, allí es donde hay que aprender a habitar. El subtítulo del libro es Ensayos sobre la verdad y el dolor.

Desde esa grieta o frontera difusa es desde donde parece escribir Jamison, ya sean artículos, ensayos o reportajes sobre una ballena solitaria, sobre niños que recuerdan vidas anteriores, sobre una estridente víctima de los ataques de un desequilibrado, sobre las personas que no ven la luz del sol en Las Vegas, sobre las que la ven y se casan en un santiamén o sobre la frustración de una fotógrafa que no consigue retratar los efectos de la pobreza, la violencia, las migraciones, las drogas y las pérdidas a pesar de estar conviviendo durante varias décadas con una familia mexicana que las ha sufrido.

En esa zona intermedia que habita y a la que invita a quien lee, resulta especialmente prolija porque, ya se ha dicho, es el lugar de toda la verdad y nada más que la verdad. Es el territorio donde se mezclan la posibilidad y los acontecimientos consumados, ya sean comprobables o únicamente narrados. Es la zona del verbo. La zona del aprendizaje, que, a fin de cuentas, es lo único que vale algo, lo único que merece la pena. Allí están todas las personas que se identifican con la ballena 52 Azul en su soledad y su dificultad para ser escuchada, ni siquiera oída. En ese territorio intermedio se sitúa la escritora también para hablar de su alcoholismo y sus trastornos alimentarios del pasado. Y de sus relaciones afectivas fracasadas, pero también de su aprendizaje para la maternidad y la convivencia.

Primero está el anhelo que motiva el movimiento, la fantasía que nos promete que todo el esfuerzo será recompensado con creces. Después, la observación de una escritura que renuncia a la objetividad porque desde el inicio asume que una voz impersonal es una falacia. Desde la observación participante heredera del nuevo periodismo evoluciona a una crónica nacida de la necesidad de ver para luego habitar. Es recomendable no saltarse ningún paso. Jamison demuestra que no se puede habitar en el anhelo. O, si no se puede evitar, es necesario prepararse para hacer frente a las consecuencias. En esa enorme ranura entre lo imaginado y la realidad que nos brinda la autora puede aprenderse incluso a eso, y a curarse las heridas.

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12 de enero de 2025
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Homo loquens: narra, computa e importa

El algoritmo, se dice, hace poemas. ¿Cómo los hace? Una persona especializada en la disciplina declaraba en un periódico barcelonés " hace sonetos...aunque todavía no tiene la inteligencia poética". Obviamente, esto solo casa si el concepto de poema es equívoco, hasta el punto de recubrir otra cosa que lo que hace un poeta. Dudas pues sobre lo que denominamos poesía. Pues bien, señalaré un criterio que, de satisfacerse, llevaría a apostar que efectivamente se trata de un poema en el sentido cabal: surge y se despliega allí una metáfora hasta entonces jamás aparecida en lengua alguna.

Hay ejemplos múltiples de tan singulares metáforas, las cuales son quizás utilizadas por los algoritmos, con su prodigiosa capacidad de archivo y combinatoria, para crear " poemas" sin poseer “inteligencia poética”.

Constatado este proceder, cabe entonces que una inteligencia natural imite los métodos de la inteligencia artificial para forjar (en apenas unos minutos) un pequeño "poema".

“Y cuando el tiempo devoró el invierno/ En su isla de silencio, /Ante la piedra/El murciélago pudo ver/ La muerte ajena”.

Nada realmente nuevo en esta construcción, de hecho, utilización oportunista   de un pequeño espectro del trabajo de dos creadores. No está excluido que dé el pego…no desde luego a quien lo forjó, sabedor de que se limitó a realizar una más o menos afortunada combinatoria.

El ser inteligente humano sabe perfectamente si está siendo ocasión de que las palabras se recreen o si está meramente instrumentalizando tal emergencia, es decir, manipulando el fruto del trabajo ajeno.

Sin embargo, quizás incluso la percepción de tal diferencia falta al algoritmo.  Quizás para él la diferencia entre emergencia y combinatoria no se da, al igual que no se dan otras diferencias importantísimas cuando se trata del humano, tal por ejemplo el hecho objetivo del aprendizaje de la matemática, por un lado, y la connotación psicológica que en tal aprendizaje acompaña al humano, por otro lado. Me detengo en este asunto.

Confrontado a la tarea de aprender a programar en informática, el humano tiene como disciplina preliminar o propedéutica el aprendizaje de la matemática, concretamente el de las técnicas que un algoritmo  despliega en una tarea específica.

Considérese el caso de la clasificación del conjunto de dígitos manuscritos. Ante un conjunto formado por millones de 9, 5, 3, etcétera, eventualmente muy deformados, ciertos algoritmos llegan a clasificar con una acuidad que deja estupefacto. Y para efectuar tal tarea utilizan técnicas matemáticas que van del algebra lineal a la teoría de probabilidades, pasando por el cálculo infinitesimal.

El estudiante de informática es de entrada iniciado en tales disciplinas y, superará con mayor o menor dificultad esta etapa preparatoria en función de su formación anterior, de su capacidad para la simbolización y obviamente de su interés digamos emocional tanto en relación a la matemática como al objetivo final de aprender a programar.

Dado que la buena relación con la simbolización matemática es uno de los retos complejos que acompaña a todo ser humano, y que muchas veces (en razón entre otras de la mala educación) la matemática literalmente asusta, el esfuerzo será intenso y habrá momentos de descorazonamiento. Supongamos, sin embargo, que esta etapa se ha superado. Pasamos entonces al trabajo de programación, Descargamos los programas oportunos, vemos que el algoritmo está digamos familiarizado con todo aquello que nosotros hemos aprendido. Una aplicación lineal le permite sopesar inputs y adicionarlos; a continuación, somete el resultado a una función no ya lineal que lo convierte en probabilidad de que se trate de un dígito u otro. Si el resultado es catastrófico (por ejemplo, salió probabilidad muy grande para un cero cuando se trata de un seis en el que el trazo a la izquierda se quedó muy corto), entonces la matemática sigue ayudando. El algoritmo aplica un método procedente del cálculo infinitesimal que permite reducir el error de manera sistemática hasta que este se aproxima a cero…etcétera.

Las técnicas matemáticas son aplicadas a diferentes problemas, desde el sencillo en apariencia (pues solo juegan dos valores) de prever la probabilidad de cara o cruz, en función del sesgo de la moneda (eventualmente sesgo nulo) hasta la clasificación de individuos como pertenecientes a una u otra especie, o la previsión de las probabilidades de que llueva, dados ciertos datos empíricos (la presencia de nubes, por ejemplo).

Este hecho permite decir que al igual que le ocurre a la inteligencia humana, también para el algoritmo la matemática es una disciplina por sí misma que no ha de ser confundida con la pluralidad de disciplinas a las que puede ser aplicada. El algoritmo ha de ser de entrada un matemático, y ya se verá hasta qué punto es eficiente en otras disciplinas. Pues bien, una pregunta (para la que no tengo respuesta clara, aunque sí tenga mi sesgo al respecto):

¿Aprendió el algoritmo las teorías matemáticas de las que se sirve con alguna dificultad, eventualmente algún olvido y consiguiente necesidad de repaso? En suma, ¿hay esfuerzo de simbolización en el algoritmo? ¿O más bien cabe pensar que su progreso en el aprendizaje de las técnicas se efectúa de manera puramente maquinal, sin asomo de variable psicológica que anima en la tarea o eventualmente la dificulta? Sólo en la primera hipótesis la inteligencia algorítmica tendría algún tipo de analogía con la profunda pero frágil inteligencia del ser que ciertamente computa, pero narra (eventualmente con metáforas nunca antes surgidas) y desde luego importa; profunda y amenazada inteligencia del ser que cuenta.

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10 de enero de 2025
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