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Endemoniados en Morella

Cuando el erudito y profesor Sergio Beser (1934-2010) nos invitó a comer, en su casa de Morella sonaba el disco Lágrimas negras, con Bebo Valdés y Diego el Cigala. Era marzo de 2004. Semana Santa. Mucho ha cambiado la estimación pública del cantante, pero la imagen que recuerdo no encerraría tantos significados sin la melancolía que desprendía su voz en aquel disco. De hecho, era la encarnación de la melancolía en un salón vacío de una confortable casa de pueblo mientras el anfitrión acababa de preparar la pasta para un amigo venido de Londres al que hacía varias décadas que no había visto y su acompañante.

Por los motivos o cálculos que sean, los algoritmos me han devuelto algunas de las canciones de ese disco en una plataforma digital de reproducción de música. Tal vez sean los mismos motivos que me llevaron a abrir una caja todavía intacta desde la última mudanza. Allí encontré Tres días con los endemoniados, de Alardo Prats y Beltrán, recuperado en una edición de Ad litteram de 1999. No lo leí cuando Sergio Beser me lo regaló durante la visita a Morella en marzo de 2004.

Alardo Prats y Beltrán (1903-1984) trabajó en periódicos como La Libertad o El Sol. Tras la Guerra Civil, en su exilio, pasó por Francia y La Habana hasta que se estableció en México. En Tres días con los endemoniados, Prats y Beltrán describe su viaje desde Madrid a "tierras del Maestrazgo", al Santuario de la Virgen de la Balma, en la población de Zorita. Desde antes de iniciarlo, se muestra escandalizado por el poder de la superstición, el fanatismo y el analfabetismo que provocan que todavía en 1929 se hable de endemoniados. Y que se organicen rituales para liberar a los posesos. Y que los rituales convoquen a miles de personas en una verdadera celebración tan macabra como liberadora.

A lo largo del libro, el atónito narrador cuenta los ritos de exorcismo que llevan a cabo las "caspolinas", temibles mujeres procedentes en su mayoría de la localidad de Caspe, capaces de ahuyentar al maligno atando lacitos en los dedos de los poseídos. Además, someten a sus clientes a tocamientos y zarandeos que el pudor no siempre permite reproducir ni detallar al periodista.

Los endemoniados beben una execrable mezcla de agua bendita –extraída de una pila en la que miles de personas han introducido sus dedos con anterioridad– y puñados de tierra sagrada. Mayoritariamente, los endemoniados son mujeres, aunque tampoco faltan los niños a los que las multitudes les gritan que mejor habría sido que no hubieran nacido. Las mujeres se retuercen en el suelo, gritan y se desgarran la ropa. Superan en poco los treinta años. Algunas son observadas por los maridos a distancia mientras las caspolinas realizan rituales por las que algunas han acumulado verdaderas fortunas. Me pregunto hasta qué punto algunas de las endemoniadas podrían compartir diagnóstico con las pacientes de Freud, cuántas de ellas eran melancólicas. En la Balma, las mujeres dejan que les supere su angustia, sus gritos son el centro del espectáculo que es motivo de una verdadera romería de más de 10.000 personas que por la noche llenan de pequeñas hogueras las montañas del Maestrazgo. Asegura el periodista que en esos fuegos reside ciertamente la amenaza de la posesión del maligno.

Cuando los rituales, ofrendas, exvotos y procesiones en el santuario acaban, todo el mundo regresa a su casa, a sus pueblos de Castellón, Teruel o Tarragona. Muchas mujeres han conseguido dejar atrás a los demonios gracias a las caspolinas. El libro está ilustrado con fotografías firmadas por J. Pastor. No están, sin embargo, los testimonios de las mujeres y los niños volviendo a sus quehaceres habituales. Algunos llevaban poseídos tres, cuatro o cinco años. Sería reconfortante saber cómo se vive sin los demonios, cómo se recupera el ánimo y la voluntad para que de nuevo la comunidad vuelva a verlos como personas limpias, renacidos que ya nada tienen que ver con quienes se retorcían en la cueva de la Balma después de beber agua bendita mezclada con tierra sagrada. Saber qué queda de la melancolía.

Alardo Prats y Beltrán acaba el libro dando fe de su exacerbación y de la objetividad de su testimonio "después de haber permanecido tres días en esta montaña de las pesadillas viviendo un monstruoso sueño de locura".

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6 de marzo de 2025

'Despejado', de Carys Davies (Libros del Asteroide, 2025)

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Carys Davies y los últimos ecos de un mundo perdido

Todavía quedan rastros de un oscuro capítulo de la historia escocesa en las Tierras Altas y sus islas. Esqueletos de piedra de las comunidades rurales que durante las clearances (desalojos, expulsiones) fueron despojadas de sus tierras, que habían cultivado durante generaciones, porque los terratenientes, para aumentar su rendimiento, quisieron dedicarlas al pastoreo. Aquello supuso, entre los siglos XVIII y XIX, una hemorragia demográfica -la emigración forzada al sur o al extranjero- y la destrucción de una cultura y una lengua, el nórnico.

La galesa Carys Davies solapa estas circunstancias con la Gran Ruptura en la iglesia escocesa, ocurrida en 1843, año en el que se desarrolla la trama de Despejado. Entonces un grupo significativo de ministros se rebelaron contra el sistema de patronazgo por el que esos mismos terratenientes escogían a quienes dirigían las parroquias en sus propiedades. La disidencia les supuso también la expulsión y la pobreza.

Uno de esos clérigos rebeldes, John Ferguson, será enviado, a cambio de una retribución, a una remota y minúscula isla, entre las Shetland y Noruega, para desalojar al último residente, Ivar. Tiene un mes para hacerlo, cuando el barco que lo llevó lo traiga de vuelta. Sin embargo, el encuentro es un tanto accidentado, pues Ferguson, no muy preparado para el lugar, cae accidentalmente e Ivar se lo encuentra tendido "pálido y brillante a la luz del sol" como "una enorme medusa".

Será la cura del recién llegado lo que iniciará una amistad improbable y un acercamiento al lugareño a través de la lengua que habla y que no entiende del todo. Recopila esas palabras, recipientes de la idiosincrasia del lugar, especialmente rica y variada en la descripción de los matices del mundo natural: "rugido del mar, especialmente cuando cambia el viento" (fester), "niebla ligera, especialmente con claros, a través de los cuales se ve el azul del cielo" (groma), etc.

Despejado explora el poder de la lengua, el vínculo entre extraños en un territorio aislado y el anhelo de pertenencia. Un objetivo ambicioso que se queda corto en cuarenta y dos breves capítulos. Lo sublime y la emoción solo asoma puntualmente. Tal vez es pedir mucho a dos seres humanos en treinta días, porque además de trabar amistad, Ferguson, recordemos, ha ido allí para convencerlo de que abandone la isla. El "registro" lexicográfico, supuestamente el puente entre dos mundos, acaba diluyéndose sin dejar un poso convincente.

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6 de marzo de 2025
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Cuando la academia sigue el aire de la época

Lo problemático de los textos de Rita Braidotti no es tanto que, desde una institución académica, en principio humanística, se defiendan posiciones tan extremadas respecto a nuestra especie, como el hecho de que en tales posicionamientos se recoge algo así como el aire de la época. Pues tal grado de repudio sólo se explica por un general descorazonamiento respecto a la capacidad intelectual en general y creativa en particular del ser humano. Descorazonamiento que esconde quizás una falta de entereza para enfrentarse a la verdad de lo que nuestra condición supone, simplemente la trágica condición de ser lenguaje inevitablemente sostenido por el cuerpo y, en consecuencia, inevitablemente, lenguaje debilitado por la quiebra de ese cuerpo. El humano cabal contempla la belleza y la inteligencia, y asume la constatación de que tales atributos superiores no son propios, o han dejado de serlo; asume el tiempo y eventualmente deplora lo trágico de su destino, pero en ningún caso lo ignora y menos intenta sustituirlo.

Es algo bien singular que tal sustitución sea tan fácil. Concretamente que la certeza trágica de la propia dignidad sea reemplazada por la mera representación de formar parte del bien. Un bien que se extendería a todo en el universo salvo precisamente a la especie humana. Somos una especie animal que se complace en la idea de ser la causa del mal de las demás especies y se exige protegerlas de sí misma. Prueba paradójica de nuestra singularidad y al tiempo profundo misterio: ¿cómo es posible que tal inversión de jerarquía produzca consuelo?

La exigencia de garantizar el bienestar humano se dobla de un imperativo una exigencia de bienestar animal. Muy razonable en principio si no fuera que la segunda se revela más imperativa que la primera.  No se toleran infracciones a la normativa que prohíbe la presencia callejera de animales sin custodia, pero se mira hacia otro lado ante imágenes que muestran el no cumplimiento del precepto constitucional que garantiza para todo ciudadano cuando mínimo un lugar dónde resguardarse.

Esta simple constatación muestra cierto grado de fariseísmo en el discurso tan reiterado según el cual una cosa no quita la otra, que el cuidado de la animalidad por parte del hombre ha de llevarse a la par que el cuidado de la propia especie. Y hay un segundo aspecto que concierne exclusivamente al bienestar animal:

Como tantos etólogos se han cansado de repetir, mantener a un animal en un angosto espacio urbano no es signo de empatía con la naturaleza del animal (la cual pasa por mantenerlo en un ámbito dónde pueda desplegar sus potencialidades), sino más bien instrumentalización del animal para suplir la ausencia (quizás por razones de abandono social) de vínculos de palabra que son la matriz de toda relación humana.

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3 de marzo de 2025
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La motosierra que corta cabezas

 

La primera escena es patética desde el inicio.  La cámara sigue a Javier Milei tras las bambalinas del escenario de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), en el Centro de Convenciones de Maryland. Lo enfoca, de espaldas, al entrar en el camerino con los brazos abiertos, y un grito ronco y sofocado sale de su garganta cuando se apresura en llegar hasta donde se halla Elon Musk, certificado en los Guinness Récords como el hombre más rico del mundo. “¡Mi amigo”! exclama Milei con la misma voz ronca, sofocado por la admiración; “te he traido un regalo”, le dice, y la cámara va a hacia una caja donde reposa una flamante motosierra que Musk saca y sopesa. Para devolver el saludo a Milei se había puesto anteojos oscuros, y para alzar la motosierra se los ha quitado.

El aparato es obra del artista argentino “Tute” di Tella, quien se identifica como “fabricante de motosierras y prototipos, inventor de arte personalizado único en el mundo, mecánico, bajista, cantante y compositor”. No pone su firma en cualquier clase de motosierra. Es la segunda que sale de sus manos; la primera fue diseñada para el propio Milei. Esta, según él mismo explica, tiene una piedra semipreciosa esférica de color rojo, símbolo de Marte, que activa el freno de cadena; en la manigueta lleva grabado el nombre del obsequiado, y en la hoja el lema Viva la libertad carajo.

Falta, sin embargo, entre los emblemas grabados en la herramienta, el de $Libra, la criptomoneda que unos días antes de subir al avión para asistir a la conferencia, Milei promovió con entusiasmo, para luego zafarle el hombro, dando lugar a un fraude de gran escala al desplomarse su cotización.  “Si vas al casino perdés plata, ¿cuál es el reclamo?”, fue su sabia respuesta al ser cuestionado sobre su papel en la estafa. Además, le había hecho propaganda a $Libra no como presidente, sino como particular. Valga la diferencia.

La segunda escena es no menos patética, un remake de lo que hemos visto tras bambalinas. Tiene lugar en el propio escenario de la conferencia. El mismo donde ha aparecido Steve Bannon, el gran gurú del movimiento MAGA, haciendo el saludo nazi, igual que el propio Musk el día mismo de la toma de posesión de Trump. No han podido contener el impulso de su propio brazo, como el doctor Strangelove de Stanley Kubrick.

Musk figura en primer plano, y esta vez ya no se quitará los lentes oscuros. El animador le pregunta: ¿Quién más está aquí? “Javier Milei de Argentina, que me ha traido un regalo”, responde. “Argentina, ¿saben qué es eso, verdad?”, pregunta el animador al público. Momento en que el presidente de la República Argentina avanza desde el fondo hacia el proscenio cargando la motosierra a paso de baile, tratando de acoplarse a la fanfarria que suena atronadora por los parlantes.

Entrega devotamente la herramienta a Musk, quien la alza en peso, la blande. No la enciende, pero imita con la boca el ruido de una motosierra, como un niño jugando con otro. El juego consiste en cortar cabezas. El público aplaude y grita al borde del delirio. “¡Una motosierra para la burocracia!” exclama, mientras en segundo plano Milei enseña los pulgares tratando de llamar la atención; pero está visto que se olvidan de él, como le ocurre al botones que lleva el ramo de flores a la artista.

Entonces, comienza a retroceder hacia la penumbra, pero el animador parece acordarse de él, vuelve la cabeza y le extiende la mano para despedirlo, y lo mismo hace Musk. Cumplido el mandado, puede irse. Pero ya no lo vemos desaparecer. Ahora, con esta motosierra de autor en su poder, ya puede Musk seguir cortando a gusto cabezas. Lo ejecuta a gusto, y gratis.

El espectáculo sigue adelante. Los oradores de la conferencia, uno tras otro, se empeñan en demostrar que libertad y democracia son conceptos contradictorios. Los países no necesitan gobernantes, sino ejecutivos de empresa, un CEO con el poder vertical de los reyes, pero de los reyes antes de las monarquías constitucionales. Reyes que gobiernen por decreto, y por encima de las decisiones judiciales. “¡Larga vida al rey!”, ha escrito Trump, en consonancia, para cerrar uno de sus mensajes en las redes.

Quizás venga en el mundo hoy día una repartición de títulos nobiliarios del nuevo despotismo deslustrado, y Milei se convierta en marqués de Catamarca, que es donde se hallan los yacimientos de litio que necesita Musk para las baterías de los vehículos eléctricos de Tesla, yacimientos explotados por Arcadium Lithium, su proveedor.

Y, a lo mejor, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, alcanza el título de conde de Tecoluca, donde hizo construir el Centro de Confinamiento del Terrorismo, la megacárcel de máxima seguridad en la que ha ofrecido obsequiosamente recibir en traslado a los prisioneros de alta peligrosidad que le envíe Trump.

A cada quien según sus merecimientos.

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28 de febrero de 2025

Eric Yerno

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Nada es para tanto

 

Pueden tenerse deseos cuando se está a punto de morir; el primero: “Vamos a desdramatizar la muerte”. Pueden dictarse caprichos postrado ya en el lecho –un mes sin poder comer sólido–, como pedir ese licor amargo que a uno le daban como premio de niño, el Aperol. O una mousse de chocolate y el suflé de queso que le preparaba su madre, Mimí. Se puede decir: “Para mí ahora cada día es Navidad”. Así lo hizo Eric Yerno, un viejo amigo que murió en viernes 13, el pasado mes de diciembre.

Francés de padre granadino y audaz comunicador, moldeó la escena de la moda en España junto a Kenzo o Albert Elbaz. No en vano, era nieto de una maniquí de atelier nacida en Orán. Lo que ocurrió con Eric fue que, sin ánimo de ejemplaridad, nos regaló a familia y amigos una clase magistral de saber irse. Abrigado por su sarcasmo, exhibiendo su humor negro hasta el final –“preferiría no reencarnarme, por si me toca ser hormiga”–, no escatimó en dulzura. Es más, la paladeaba como el caviar al pronunciar “es adorable”. No quiso cortejo fúnebre. Su madre y su hermana llevan unas perlas con sus cenizas dentro, acaso un acto de belleza final.

En nuestra cultura quejumbrosa y trágica, pero absorta al tiempo en las despampanantes luces de la felicidad, poco hemos sabido convivir con la muerte. En el cementerio de Praga, sobre las tumbas, se levantan estatuas de parejas que regurgitan una luz melodiosa, inclinados uno sobre el otro, como en un poema de Emily Dickinson. Saber vivir entraña saber morir. De ahí que, hoy, cuando la enfermedad es mucho más que una metáfora, florezcan los libros que abordan el duelo y la muerte, los mismos que hace diez años hubieran sido expulsados de cualquier estantería. Ese tabú, ese mal fario. Ese algo que ya no está allí pero estuvo.

A Eric le llevé uno de esos libros, el de Delphine Horvilleur: Vivir con nuestros muertos (Asteroide). Una semana después me contó que lo había ojeado tan solo para comprobar la traducción. En su lugar, prefirió las páginas de Le barman du Ritz, de Philippe Collin, una historia de la Francia ocupada con dry martinis. Llegó hasta la página 314, justo cuando el barman cumplía su misma edad, sesenta años, y brindaba con Cocteau, Jünger y Florence Gould. Sí, Eric, nada es para tanto.

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27 de febrero de 2025
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Llegados a la metamodernidad

Eduard Mira, uno de nuestros mejores sociólogos, veterano profesor del College de Europa en Brujas, cuestiona el modelo centralista que la Francia revolucionaria trajo al mundo. En realidad, fueron los intelectuales ilustrados los que al propugnar el principio de igualdad liquidaron las diferencias, incluidas las vinculadas al territorio. Como consecuencia de ese jacobinismo, explica Mira, tanto alemanes como italianos constituirán su propia nación en el siglo XIX. Acción-reacción. La historia está trufada de tales dinámicas, pero esas casuísticas no exculpan responsabilidades por las desgracias que provocan.

El militarismo prusiano era ancestral mucho antes de Montesquieu, Diderot, Voltaire o Le Rochefoucauld. Solo que con von Bismarck, los reyes Hohenzollern se transformaron en emperadores (kaiser), de más de cincuenta territorios de origen feudal y habla alemana (con multitud de variantes dialectales, huelga decir, del suabo al bávaro o el franco-renano), y generaron un desarrollo industrial sin precedentes, enviaron a sus ingenieros y diseñadores, la Deutsche Werkbund, a estudiar y copiar modelos en otros países más ingeniosos y estetas. Un peligro para las otras «naciones» hegemónicas, en especial cuando Alemania solicitó también tener sus propias colonias africanas, una parte del pastel que daba acceso a las materias primas. Que ahora están en Groenlandia o en Ucrania y se manufacturan en Taiwan con forma de semiconductores.

No hace falta que relate las consecuencias de todo aquello, y de cómo el mundo se enfrascó en la larga guerra del siglo XX –en dos partes–, que es como hay que leer el conflicto de la Primera y la Segunda Guerra Mundial según el prisma del historiador inglés Tony Judt, pensador socialdemócrata, un weberiano de calado. Es el mismo intelectual que se emocionó con la causa sionista y marchó voluntario a un kibutz durante la Guerra de los Seis Días (en 1967), para acabar vaticinando que Israel haría un uso espurio de su poder y terminaría por provocar que muchos árabes negasen la existencia del Holocausto al verlo como una justificación victimizadora.

Sin abandonar a Judt. Ya en los años 80 convino en criticar la deriva occidental hacia una democracia devaluada en la que se cuestionaría el papel del Estado y se dinamitaría toda regulación del mercado. Hace medio siglo, pues, que el gran pacto entre socialcristianos y socialdemócratas europeos está enfermo y los remedios a esos males no consiguen mejorarlo. Alguien ha dicho que el conservadurismo moderado del futuro canciller alemán, Friedrich Merz, es la última oportunidad frente a la new wave radical.

La sintomatología es clara. El malestar se ha agravado de forma severa: con la crisis medioambiental, la falta de recursos, la globalización de mundos políticos y religiosos tan diferentes como los que coexisten en el planeta, la irrupción de una alta tecnología que se retroalimenta sin cesar y consume de modo insostenible, o los incesantes flujos migratorios…

¿Y a todos esos retos han de responder las democracias occidentales? ¿En un mundo político ágrafo e iletrado que solo confía en expertos comunicadores que suspiran por ganar la batalla del relato en Tiktok y en X? La crisis democrática de la República de Weimar en los 30, al igual que la de la II República española, no se parece en nada a lo que ocurre en la actualidad, pero sí guarda un cierto paralelismo: la debilidad del núcleo más humanístico y maduro políticamente frente al avance del desasosiego popular que es aprovechado por los aventureros de la demagogia. Más de un tercio del parlamento europeo actual se sitúa en esas coordenadas y ya estamos conociendo (¿o no?) cuál es el camino que traza la nueva presidencia de los Estados Unidos de América.

Estos días estuvo por España otro ilustre intelectual americano, Richard Sennett, sociólogo del MIT bostoniano y de la NYU, de gira promocional con su más reciente libro, El intérprete. Sennett es un profundo analista de los comportamientos humanos, y en dicho ensayo, que tanto recuerda a Cultura y simulacro de Jean Baudrillard (libro con casi cincuenta años de existencia, uno de los pilares del llamado posmodernismo), hila fino al decir que los últimos políticos anglosajones como Donald Trump o Boris Johnson –habría que añadir al argentino Javier Milei–, resultan grandes «intérpretes» en un mundo político que se ha convertido de manera definitiva en escenario televisado. Y en pequeños cortes o fragmentos, a modo de píldoras de fácil digestión. Para Sennett, a lo que estamos asistiendo es a la disolución del más importante principio democrático: la existencia del diferente. Y como quiera que los actores del teatrillo han de parecer realistas, el lenguaje agresivo y el gesto torvo de disgusto así lo dan a entender mejor, de modo más auténtico, aunque sea falso. O sea, que la polarización es una mascarada más del perpetuo simulacro.

De todo ello piensa y escribe un erudito profesor de historia, José Enrique Ruiz-Domènec, cuyo ultimísimo libro, Un duelo interminable: la batalla cultural del largo siglo XX, tengo en la mesita de noche y he empezado a leer como un torbellino. Solo sé de momento que este formidable medievalista cierra dicho siglo en 2021, y refuta por tanto a Eric J. Hobsbawm, quien definió la pasada centuria como «el siglo corto» porque postulaba que arrancaba en Versalles y terminaba con la caída del Muro de Berlín. Llegados a 2025 –la pandemia cerraría la etapa en realidad–, lo que se avizora es otro mundo. Finalmente, mi amigo, el buen periodista andaluz Antonio Cambril, quien se pagó la carrera en la Universidad de Bellaterra sirviendo copas y menús, lo ha definido con un aforismo de corte senequiano: «Hemos alcanzado la metamodernidad». Por fin, el siglo XXI. No sabemos qué diablos pasará.

PD: Una guía rápida en diez lecturas para encender la lamparilla de luz a la nueva centuria, aunque no lo parezcan.

1 Un duelo interminable: la batalla cultural del largo siglo XX. José Enrique Ruiz-Domènec. Taurus

2 El intérprete. Richard Sennett. Anagrama

3 Mediterrànies. Eduard Mira. Bromera

4 Algo va mal. Tony Judt. Taurus

5 Postguerra. Tony Judt. Taurus

6 Cultura y simulacro. Jean Baudrillard. Kairós

7 Máximas. La Rochefoucauld. Akal

8 La guerra de los chips. Chris Miller. Península

9 La república de Weimar. Presagio y tragedia. Enric D. Welt. Turner

10 La contra-Ilustración y la voluntad romántica. Isaiah Berlin. Página indómita

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24 de febrero de 2025
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El viaje más poético de Jordi Esteva

 

Jordi Esteva ha viajado a los oasis de Siwa, sede del Oráculo de Amón, y a Socrota, la misteriosa isla del Ave Roc de Simbad y del ave Fénix, la isla donde crecen los árboles del incienso, la mirra y el drago, la savia roja, la sangre del dragón. Ha entrevistado a los viejos capitanes árabes que surcaban el Índico en sus veleros y ha sido reclamado por los fetiches del bosque del País de las Almas en Costa de Marfil. Acaba de celebrar los 50 años de Ajoblanco y de regresar de la Patagonia para presentar en Barcelona el film L’impuls nòmada, inspirado en el primer capítulo de sus memorias.

Los amigos sospechábamos que de tanto frecuentar sacerdotisas, brujos, hechiceras, chamanes, nigromantes y duendes, se le había concedido el acceso a secretos prohibidos e inimaginables a nosotros, pobres urbanitas occidentales. Su magia se ha manifestado como nunca en su quinto film, el más personal y poético. Jordi Esteva, acostumbrado a viajar a mundos en extinción y a destrozar tópicos, ha completado el viaje más difícil, viajar al reino de su infancia, desmintiendo eso de que la infancia es el único paraíso perdido. No para él. Su film es una maravilla y la poesía de sus imágenes ha hecho posible el encuentro del viejo poeta con el niño que emprende el camino iniciático que le llevará a cumplir su deseo de libertad, su sueño de ser nómada, su voluntad de ser, sin duda alguna, un artista descomunal.

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24 de febrero de 2025

Carroñada en el Prepirineo oscense

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Ouka Leele

 

En Jaén, en enero de 2011, durante unas jornadas dedicadas a la fotografía y a la literatura, propongo a Ouka Leele rodar, en el Prepirineo oscense, un cortometraje, de posible título Una entrevista, cuyo contenido le avanzo. Parece entusiasmada, pero pocos días después, cuando le envío, ya ella en Madrid y yo en Jaca, la sinopsis del guion y unas fotografías de diversas carroñadas, se asusta y renuncia.

 

 

Una entrevista

En el monte: una mesa rectangular y dos sillas.

En un extremo de la mesa el entrevistador: Ouka Leele caracterizada de periodista hombre.

En el otro extremo el entrevistado: yo mismo, famoso recogedor de cadáveres de animales y humanos atropellados.

Los buitres bajan (del cielo) a comer (despojos de carnicería y matadero) en torno a la mesa en la que se hallan entrevistador y entrevistado imperturbables.

Los buitres se han ido. El entrevistador y el entrevistado siguen a lo suyo pero al aproximarse la cámara se descubre que les faltan pedazos de carne en las manos y en el rostro.

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24 de febrero de 2025

'Tierra de empusas' de Olga Tokarczuk (Anagrama, 2025)

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Fe, muerte, razón y misoginia: un retrato de la Europa que ¿fuimos?

 

En el discurso de aceptación del Premio Nobel, Olga Tokarczuk (Sulechów, 1962) compartió un sueño literario, la creación de un nuevo tipo de narrador que denominó la "cuarta persona" (czwartoosobowego), no tanto un constructo gramatical como una forma de ver y comprender abarcando "la perspectiva de cada uno de los personajes, además de tener la capacidad de traspasar el horizonte de cada uno de ellos (...) y de poder ignorar el tiempo". Ese narrador privilegiado, en otras palabras, lo observar todo en todas partes al mismo tiempo, abarcando no solo el presente, sino también el pasado que cae por la pendiente del olvido y todos los posibles futuros.

¿Qué supone enfrentarnos a una historia de la mano de un narrador así? "Verlo todo significa reconocer que todas las cosas que existen están mutuamente conectadas en un todo único, aunque aún no conozcamos sus conexiones", añadía. Ese narrador, pues, conlleva una ética de la mirada, un "tipo completamente distinto de responsabilidad", de modo que en el lector "se activa una sensación de conjunto, que pone en marcha su capacidad (...) para descubrir constelaciones enteras en las pequeñas partículas de los acontecimientos".

Este deseo deja de ser una declaración de intenciones en cuanto el lector se adentra en Tierra de empusas. Ambientada en una fecha próxima al estallido de la Primera Guerra Mundial en la Baja Silesia -entonces la pequeña ciudad prusiana de Görbersdorf, antes de que se adoptara la toponimia polaca de Sokolowsko-, en los alrededores de un sanatorio que trata con terapias vanguardistas las enfermedades de pulmones y de garganta, la novela está narrada por esa "cuarta persona" y es un relato de la estancia de Mieczyslaw Wojnicz, joven estudiante de ingeniería llegado de Leópolis con la "sensación familiar de melancolía, habitual en las personas convencidas de una muerte inminente". Tanto él como su familia han depositado todas sus esperanzas en aquel emplazamiento entre bosques y montañas, cuyo aire limpísimo y clima benigno "cura los casos más graves".

Los paralelismos con la centenaria La montaña mágica son, a primera vista, evidentes. Tokarczuk se ha declarado lectora asidua de la afamada novela sobre el choque entre el mundo burgués y las corrientes intelectuales de principios del siglo XX en el ocaso de cuatro imperios y el auge de nuevas ideologías, el comunismo en Rusia y el fascismo en Italia. Además, como anticipa el subtítulo ("Historia de terror balneoterápico"), se producen unos hechos misteriosos cada noviembre, mes de la publicación original de la obra de Thomas Mann.

Sin embargo, más allá de estas referencias y guiños, la autora toma un camino propio. Y, en cualquier caso, hace algo más que "dialogar" con un clásico y es ponerlo a prueba, pues dota a su localización de una magia sobrenatural que no tiene su referente. Dicho sea de paso, para Tierra de empusas no tuvo que inventar un balneario. Se sirve, precisamente, del fundado en 1854 por Hermann Brehmer en Görbersdorf, que en la época sirvió de modelo para el de Davos.

Tierra de empusas también gira en torno a un grupo de pacientes, moradores del lugar y empleados del sanatorio (aquí toman especial protagonismo los carboneros), así como de la casa de huéspedes donde se hospeda Wojnicz, más económica, y a las conversaciones sobre lo humano y lo divino, la muerte y la enfermedad, la fe y la razón que, regadas con un licor medio alucinógeno, dirigen el texto hacia la novela de ideas.

Si en La montaña mágica la falta de personajes femeninos de peso intelectual era el signo de los tiempos, reflejo de una sociedad que relegaba a la mujer a unos roles muy limitados, en Tierra de empusas es una decisión consciente. Los hombres -un profesor de Königsberg, un filólogo clásico de Viena, un teósofo y agente secreto de Breslavia, un filósofo de Berlín, etc.- discuten y exponen sus puntos de vista, y suelen no ponerse de acuerdo salvo en su misoginia. Los tópicos que vierten sobre las mujeres -débiles, histéricas, esclavas de las pasiones, subdesarrolladas intelectualmente con respecto al sexo opuesto, incapaces para la ciencia y el pensamiento- son paráfrasis de prohombres que han forjado la cultura occidental (enumerados al final), de Nietzsche a Sartre, de Conrad a Kerouac, de Agustín de Hipona a Milton.

Otras dimensiones de lo real

"Me alegro de la literatura haya conservado milagrosamente el derecho a todo tipo de extrañeza, fantasmagoría, provocación, parodia y locura", dijo también Tokarczuk en Estocolmo. Y eso es lo que encontramos en Tierra de empusas. En ella hace una defensa de la multiplicidad, del cuestionamiento del binarismo, de la exploración de las zonas grises y los puntos intermedios, del disentimiento de las categorías cerradas (la propia novela no se ajusta a un género único). Y lo hace con esa "cuarta persona", un "nosotras" panteísta, como procedente de un tiempo inmemorial, que observa (y acecha) a los personajes, expone sus temores íntimos y su idiosincrasia.

Como en Sobre los huesos de los muertos, esa naturaleza se toma la justicia con esos hombres que tanto se miran el ombligo y someten a las mujeres. Ese "nosotras" está envuelto de mitología clásica, de folclore popular y leyendas arcanas, como la de aquella vez, en plena caza de brujas, en que todas las mujeres del pueblo huyeron aterrorizadas a los bosques y algunas ya no volvieron jamás (¿son ellas ese "nosotras"?).

A diferencia de Hans Castorp, Wojnicz no se pasará años en el sanatorio. Es una figura tímida con "un exagerado temor a ser vigilado", que no sólo sufre por sus pulmones sino también por un secreto íntimo (que no desvelaremos) que lo reconcome por dentro. Algo que, precisamente, pone a prueba ese mundo patriarcal y binario. Bien pronto empezarán a ocurrir cosas extrañas que se entrelazan orgánicamente con el aburrimiento de un sanatorio, "tan omnipresente aquí como la humedad".

Y así Tierra de empusas acaba siendo una invitación al lector a crear por su cuenta múltiples constelaciones a partir de fascinantes divagaciones sobre los detalles y temas más variopintos en un enclave cuyo paisaje va cobrando vida, aunando tanto la magia y el misterio como la erudición y el razonamiento. Porque la autora se niega a ignorar otras dimensiones de lo real. Así lo expresa el epígrafe, unas palabras de Pessoa: "A la luz del sol, continúa siendo normal el mundo visible. El ajeno nos acecha desde la sombra".

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13 de febrero de 2025
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Venir a morir tan lejos

Los caminos de la migración clandestina a Estados Unidos forman un enjambre azaroso que tiene una estación intermedia en Nicaragua, situada en el ombligo del continente. Hasta hace poco, decenas de vuelos chárter aterrizaban en Managua procedentes de lejanos puntos del planeta. Ahora han disminuido drásticamente. Al llegar, los pasajeros son embarcados de manera expedita para seguir viaje por tierra a Honduras, y de allí hacia el norte; sólo entre enero y octubre de 2024 un caudal de 318 mil personas, según datos del Instituto Nacional de Migración de este último país. Un negocio de alta rentabilidad.

La disminución de los vuelos se debe a las sanciones de Estados Unidos contra las aerolíneas y las agencias de viaje implicadas, más la llegada de Trump a la Casa Blanca, y el cierre del paso del Darién por el gobierno de Panamá. En consecuencia, el tráfico se ha desviado por otras rutas más azarosas todavía. Pero sigue siendo un negocio de millones dólares en el que hay diversos beneficiarios. Traficantes de personas, lagartos y coyotes.

Una de esas rutas va desde el territorio continental de Colombia al archipiélago de San Andrés, de allí a la costa de Nicaragua en el mar Caribe, una distancia de 250 kilómetros cubierta en embarcaciones precarias, muchas de ellas botes de pesca atestados de pasajeros, sin chalecos salvavidas ni nada parecido; y, otra vez, por tierra, a la frontera con Honduras. Y la precariedad llama a la tragedia.

A las 7 de la mañana del martes 4 de febrero de este año, la panga Ocean Master II, un pequeño bote de matrícula nicaragüense, zarpó de San Andrés, Colombia, al mando del patrón Freddy Joseph Denis, también nicaragüense. Llevaba a bordo 17 pasajeros de varias nacionalidades: Egipto, India, Irán y Vietnam, no pocos de ellos niños de entre de 1 y 4 años de edad.

El bote navegó el día entero en medio de un fuerte oleaje, porque hacía mal tiempo, y tras haber recorrido 150 kilómetros terminó volcándose cerca de las diez de la noche frente a la costa de Corn Island, en aguas de Nicaragua.

A la medianoche, tras más de dos horas de lucha por mantenerse a flote, seis de los migrantes lograron alcanzar la costa agarrados a los restos del bote, entre ellos una niña india de 9 años, Breaty Magdy Rpay, quien murió horas más tarde, y otra niña egipcia de un año, Mariam Amir Fars. Otros dos, que habían quedado a la deriva, fueron rescatados con vida. De los 17 pasajeros, 9 perecieron ahogados y sus cuerpos fueron rescatados del agua en diferentes momentos.

Corn Island, de apenas 10 kilómetros de superficie, es una isla de playas de arenas blancas sembradas de cocoteros, y el mar tiene ese color azul turquesa de tarjeta postal de los paraísos del Caribe. La mayoría de sus habitantes vive de la pesca. A su lado está Little Corn Island, y Colón, que pasó frente a ellas en su último viaje de 1502, las nombro “islas de Limonares”, porque le pareció que estuvieran sembradas de limoneros.

Al día siguiente del naufragio los pobladores se congregaron en el cementerio municipal para dar sepultura a los viajeros clandestinos que llegados desde las antípodas habían sucumbido con tal mala fortuna, como si se tratara de sus deudos. Entre los concurrentes al funeral se hallaban los sobrevivientes del desastre, lamentándose en lenguas que los habitantes de Corn Island no habían escuchado nunca, pero a quienes rodeaban de manera solidaria.

Los ataúdes fueron colocados en una fosa común, y sobre la tapa de cada uno fue pegada la fotografía del viajero muerto. Unos rostros que bajo tierra no tardarían en borrarse, pero las fotos pretendían ser de todos modos un testimonio: estas fueron sus caras, vinieron de lejanas tierras, aquí naufragaron, aquí quedan entre nosotros. Hasta entonces se contaban cinco, los cadáveres restantes fueron rescatados después.

Estos cinco de las fotografías son: Una mujer iraní no identificada, de 32 años; Breaty Magdy Rpay, la niña india de 9 años; Marsa Sashta, mujer egipcia de 30 años; Farian Magty Realy, niña egipcia de 6 años; Merna Rafael Azab Labib, mujer egipcia de 27 años.

Sus nombres no entrarán en los libros de historia. Migrantes. Millones de ellos, o como ellos. Hoy más bien, en Estados Unidos, la tierra que estos náufragos creyeron prometida, los persiguen como fieras salvajes, los equiparan a criminales, los esposan de pies y manos para deportarlos.

Su hazaña fue dejar atrás su parentela y sus hogares tras vender lo poco que tenían, cruzar medio mundo en persecución del sueño de una vida mejor que se les volvió pesadilla en alta mar, aferrados a la amura de un bote remecido como una cáscara en medio del oleaje que crecía a medida que entraba la noche, y a los lejos, cuando la embarcación se volcaba, las pocas luces en la costa de una pequeña isla. ¿Alguno sabría que el país donde llegaban a morir se llama Nicaragua?

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11 de febrero de 2025
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El Boomeran(g)
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