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No son fuegos de artificio

Al presidente no se le despierta de madrugada si no es por algo grave. Faltan cinco minutos para las cuatro de la mañana del martes cuando suena el teléfono. Llama el consejero de Seguridad de la Casa Blanca para comunicarle que Corea del Norte está bombardeando intensamente una isla surcoreana. Barack Obama está perfectamente habituado y preparado para atender este tipo de llamadas. No es el único. También lo está la secretaria de Estado, Hillary Clinton, que fue precisamente quien utilizó la imagen del teléfono que suena a las tres de la madrugada para poner en duda las capacidades de Obama durante las primarias en las que se enfrentaron por la candidatura presidencial demócrata.

Quien no está preparado es el nuevo mundo multipolar en el que Estados Unidos intenta mantener su prestigio y su autoridad de superpotencia. El precipitado desplazamiento de poder que se está produciendo en el mundo es la ventana por donde asoman todos los oportunismos geopolíticos que dislocan el orden hasta ahora establecido. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se insubordina ante las condiciones que quiere imponerle Washington en la negociación con los palestinos. La superpotencia futura prohíbe a la diplomacia internacional su asistencia a la entrega en Oslo del Premio Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo: ni la Unión Soviética había llegado tan lejos cuando sus disidentes fueron premiados; solo la Alemania de Hitler se comportó de idéntica forma. Incluso la actuación de Marruecos en el Sáhara, arrodillando a los Gobiernos amigos, especialmente al español, hay que entenderla en la clave de esta mutación. El llamado reino eremita no podía faltar a la cita. El Querido Líder, Kim Jong-il, sucesor del Gran Líder, Kim Il-sung, ya venía desafiando a Barack Obama desde que este llegó a la Casa Blanca. En abril de 2009 lanzó un misil de largo alcance; un mes más tarde realizó la segunda prueba nuclear subterránea; en marzo de este año hundió un barco surcoreano en una acción bélica encubierta que costó la vida a 46 marinos, y ahora ha bombardeado territorio surcoreano, en la primera acción de guerra abierta desde 1953. Pyongyang había exhibido previamente sus nuevas instalaciones a un físico nuclear norteamericano, demostrando de una tacada tres cosas: que tiene un programa de enriquecimiento de uranio más avanzado y moderno de lo que se creía; que el régimen de sanciones impuesto por el Consejo de Seguridad no ha servido para interrumpir el suministro y el desarrollo de su programa para obtener el arma atómica, probablemente a través del comercio más o menos clandestino con Irán, Pakistán y, según algunos especialistas, incluso con China; y, como en otras ocasiones, que los servicios secretos occidentales, cuyas debilidades ya quedaron en evidencia con las armas de destrucción masiva inexistentes en Irak, no se han enterado de nada. Este intercambio de cañonazos nos recuerda, a la vez, que todavía es posible una guerra como las de antes. Los agoreros más depresivos de la ciencia depresiva por excelencia, la economía, nos avisan de que las grandes crisis suelen terminar con grandes conflagraciones: así sucedió con la del 29, diluida en la II Guerra Mundial. El mapa armamentístico y nuclear del mundo habla por sí solo sobre el desplazamiento de los puntos calientes y las zonas donde se acumulan los riesgos. Europa es el continente donde los presupuestos militares disminuyen, el servicio militar obligatorio desaparece, la presión para eliminar los arsenales nucleares es más eficaz e incluso se congela la construcción de centrales civiles, de cuyo combustible siempre cabe derivar material para la bomba. Exactamente lo contrario de lo que ocurre en Asia. Es imposible saber exactamente qué quiere el régimen de los Kim. Con el ataque artillero puede estar pidiendo el regreso a la mesa de negociación. O que solo sean los tradicionales fuegos artificiales de una sucesión real. La tercera generación ya está preparada: Kim Jong-un, de 27 años, redondo y barbilampiño, general de cuatro estrellas sin hacer la mili y saltándose a sus dos hermanos en el orden sucesorio. Es el General Gordito que, sucediendo al Querido Líder, pone en jaque el orden internacional y obliga a despertar a Barack Obama de madrugada. Así se las gasta el nuevo planeta multipolar.

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25 de noviembre de 2010
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El museo de los nuevos alimentos

Anunciada en su día -y tal vez ocurrida sin darnos cuenta- la muerte de la novela, que seguía a la del teatro, a la de la pintura de caballete y la música tonal, en agonía el cine visto en los cines y los periódicos leídos en papel, asistimos ahora boquiabiertos a los últimos estertores del cochinillo asado, la fabada, la oreja a la plancha y la morcilla frita. El cocinero de firma es el artista de la vida moderna, y los restaurantes entendidos sólo como el lugar ameno del buen yantar se le han quedado pequeños. Ferràn Adrià, tal vez el más artístico de los nuestros, lo ha dicho bien claro y lo ha corroborado anunciando para el año próximo el cierre de El Bulli, que renacerá al cabo de tres años de reflexión profunda convertido en un Centro de Creatividad. Adrià, que es un hombre de inteligencia (su comida la he degustado poco), estuvo como recordarán de artista invitado en la Documenta de Kassel del 2007, ha dado cursos en Harvard y fue objeto el año pasado de ‘Food for Thought, Thought for Food' (‘Alimento para pensar, pensamiento para comer', así podríamos traducirlo), unos de los libros más portentosamente vacuos que jamás se hayan publicado, aunque sus autores-compiladores fuesen dos hombres también muy inteligentes y admirados por mí: el pintor (de caballete, en este caso) Richard Hamilton y el crítico y museísta Vicente Todolí.

    Envalentonado quizá por las 348 páginas (en la edición inglesa que conozco) de disparatado encomio que hay en dicho libro y por los seminarios y cátedras de gastronomía que brotan como hongos por doquier, el cocinero Adrià dijo recientemente en la ciudad norteamericana de Cambridge que "Lo normal es que nadie le discuta a un científico sus teorías o sus ecuaciones, pero en la cocina todo el mundo se atreve a opinar". Cada vez  -y no son muchas- que alguna amiga aventurada me lleva a cenar a uno de estos templos de la nueva cocina, me acuerdo de las citadas palabras de Adrià en Cambridge cuando, tras el pago de la abultada cuenta, la amiga me pregunta qué me ha parecido la exquisita y rebuscada comida; me callo por prudencia, o por cortesía, si invita ella. Se acabaron los tiempos en que aún era legítimo salir de un figón juzgando bien o mal la densidad de la salsa de unas albóndigas, el punto de sal del bacalao ajoarriero, la dulzura de un arroz con leche elaborado con el cereal no estrictamente liofilizado.

    Si cunde el ejemplo de esta casta de artistas que antes sólo eran grandiosos artesanos de las cosas de comer, y se extiende el temor sagrado a pasar dictamen sobre la reconversión alquímica de una tortilla paisana o el proceso de esferificación de los pimientos morrones, no tardará en llegar el día en que el cliente tampoco se atreva a opinar contundentemente sobre el corte de la chaqueta de moda que se está probando o sobre la inestable pero bellísima silla de diseño ofrecida en la tienda de muebles. Hoy (o quizá mañana) poca gente desea verse circunscrita a la artesanía, una de las palabras más nobles, más antiguas y más gratificantes del cualquier idioma y de cualquier historia de la civilización. El cocinero quiere hacer ciencia con la comida, y esta pretensión ha alcanzado a algunos maravillosos profesionales como Juan Mari Arzak, que se ha metido, en colaboración con Jon Rodríguez, asesor para Estrategias Futuras de la casa Philips, en una llamada "cocina extrasensorial", lo que traducido para el lego significa que algunos de sus platos comestibles llevan luz dentro, encendiéndose así en un momento dado ante el comensal las bombillas implícitas en una carne de corzo o un lomo de pescado. El citado Jon Rodríguez, hombre emprendedor, ha anunciado que sus investigaciones van a llegar hasta el logro de una "cocina diagnóstica", algo, por cierto, que ya se pudo barruntar cuando la página de Tendencias de este periódico reprodujo hace pocas semanas la colección de muestras del Banco de Sabores de Arzak: una foto de contenedores trasparentes alineados en tres alturas que daba una grima espantosa, tan parecidos esos productos a los especimenes de tejidos internos del cuerpo humano enfermo que hay en los hospitales oncológicos.

     ¿Es esto el nacimiento de una innovadora sensualidad gustativa que mi paladar, por zafio y por antiguo, es incapaz de apreciar en lo que vale? La idea la he considerado yo mismo, por supuesto, sobre todo relacionándola con la sensación parecida que me producen algunas exposiciones de artes plásticas (no todas), algunas novelas y ensayos anunciados como de ruptura y algunas películas provenientes, con su abultada carga de premios, de Grecia, de Irán o de Sundance. Parte de mi argumento en este artículo, consiste, sin embargo, en sostener que por mucho camelo que haya en cierta cocina y cierto arte de vanguardia, la esfera del juicio no coincide, como tampoco lo hacen los procedimientos ni las finalidades. Comer no es todavía, aunque se empeñen los estudiosos y los ‘chefs', una actividad del espíritu trascendental.

     Ferran Adrià ha sido acusado en más de una ocasión de la peligrosidad de sus ingredientes ‘moleculares', y un reputado crítico gastronómico, el alemán Jörg Zipprick, denunció por ejemplo el uso sistemático por el genio de El Bulli de colorantes, emulsivos y polisacáridos que podrían causar cáncer intestinal. Adrià lo ha negado, y la sospecha inherente a estas acusaciones que siempre han acompañado el nacimiento de lo nuevo es que se trata de gestos reaccionarios, una llamada al orden de lo convencional y lo trillado. Soy el primero en reconocer las bondades de una sana alimentación, más allá incluso de la dieta mediterránea, pero, sinceramente, no veo más progresista el escamoteo de laboratorio de unas berzas que llegan a la mesa con efectos de "piedra pómez flotante" que el mojar el pan alguna que otra vez en el caldillo dejado por unos callos con garbanzos.

     Por no hablar de la pérdida de la convivialidad desenfadada en favor de la ‘gravitas' experimental propia de esos centros del arte culinario donde hay que hacer cola de años para acceder, como a los festivales de Bayreuth o las cuevas de Altamira. La idea de comer vigilado por un ojo artístico me angustia, y siempre que estos grandes cocineros, con la mejor intención, salen de los fogones y recorren su restaurante para recibir los plácemes del festín ofrecido, pienso en la pesadilla que supondría ver aparecer de detrás de los anaqueles de una biblioteca pública donde quince o veinte personas estuviesen leyendo las últimas producciones de la novela española, a tal autor o autora queriendo saber qué te ha parecido a ti ese uso de la segunda persona narrativa en el capítulo 3, todo sin puntuar y con notas a pie de página, de su reciente libro.

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25 de noviembre de 2010
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Historia de una biblioteca

 

Había una vez un pretendiente al trono de Inglaterra que se llamaba Jacobo III y vivía refugiado en Roma. Cuando Bartolomeo Gateschi entró a su servicio, Jacobo III ya tenía 70 años y era conocido como el pretendiente viejo, para distinguirlo de su hijo mayor, el pretendiente joven. Ellos, por su parte, se hacían llamar el rey de Inglaterra y el principe de Gales. Vivían en un palacio de la plaza de Santi Apostoli, y su causa estaba apoyada por Luis XIV, que les señaló una renta de doscientas mil libras sobre el ayuntamiento de París.

Por su parte, Gateschi tenía 20 años, grandes rizos negros, y planta de figurín. Era maestro voltegiatore y su cometido era enseñar gimnasia, salto a la comba, y equitación a los jóvenes príncipes que nunca faltan en cualquier casa regia que se precie. Como la pretensión de los Jacobos estaba sostenida por Francia, el palacio era visitado por todos los nobles franceses de paso en Roma, y Gateschi aprendió francés, inglés, y rudimentos de español. 

Adquirió entonces sus primeros libros, que fueron las cartas de Enrique VIII, y cuatro óperas de Metastasio, encuadernadas en tela verde. El texto cantabile estaba glosado en francés e inglés, y contenía un recibo por mil libras que Maria Gaetana Sacripanti, viuda, de profesión cocinera, prestó a Gateschi, para devolver en plazos trimestrales de 40 libras. Gateschi estaba entonces tan persuadido de sus atractivos que redactó un testamento, depositado entre las páginas de las Cartas de Enrique VIII a Ana Bolena, edicion de 1742, donde exponía que, tras haber dado cantidad de exhibiciones, a pie y a caballo, a sus compatriotas y visitantes extranjeros durante su vida, quería darles aún más después de su muerte, y ordenaba en su testamento que se hiciera una anatomía de su cuerpo y que el esqueleto fuera expuesto en la galería de la Biblioteca Ambrosiana, para ser un estudio de osteología. Gateschi no estuvo jamás en la Ambrosiana, pero había oído hablar muy bien de ella, y se prendó de oídas de aquel santuario de la sabiduría.

Cuando murió Jacobo III y los pretendientes jóvenes se hicieron viejos, Gateschi emigró a Versailles con una carta de recomendación de mylord Dunbar. A él le hubiera gustado ser  maestro de volatines, salto a la comba, y equitación —lo que en vernáculo llamaban maître à voltiger—, en el famoso palacio de Luis XV, pero el puesto estaba ocupado. Comenzó a trabajar como traductor. Versailles era la sede del ministerio de asuntos exteriores y  Gateschi se acomodó en los despachos ministeriales, se aficionó a los helados y la pastelería, y completaba sus honorarios traduciendo informes y peticiones para la multitud de señores extranjeros que acudían a gestionar algún asunto ante la corte francesa. Además, estaba de moda que los nobles hicieran aprender lenguas extranjeras a sus hijos, a semejanza del rey de Francia. Porque, aunque el francés se hablaba en toda Europa, los reyes franceses estaban obligados a aprender varias lenguas extranjeras, y disponían de profesores para su instrucción. Así fue como Luis XIV aprendió el español y el italiano, y Luis XV leía en varios idiomas, y Luis XVI no sólo era capaz de hablar en italiano, sino que traducía del inglés e incluso del alemán, cosa rara en una época donde todos los príncipes y señorones germánicos hablaban de corrido el francés.

Gateschi tomó algunos alumnos de alta cuna porque, siguiendo el ejemplo del rey, los nobles de la región querían enseñar lenguas extranjeras a sus vástagos. Él, por su parte, descubrió que, después de todo, odiaba saltar a la comba y la equitación le sentaba mal. Adquirió las óperas de Quinault traducidas al inglés, y su biblioteca llegó a medir una vara y media de largo.

El conde de Cardi le encargó la traducción certificada de varios documentos redactados en italiano y que respaldaban sus pretensiones genealógicas. La traducción fue tan exitosa que otros personajes siguieron su ejemplo, y Gateschi se mudó de su apartamento con cocina, alcoba y leñera, 35 libras mensuales, a un hotelito de la rue de l’Orangerie, con cuatro habitaciones, y dos alcobas, por 450 libras anuales, y derecho a una buhardilla en el cuarto piso, donde se alojaba su criada, Magdaleine Lagant, viuda de Armand-Augustin Lagant.

Al tiempo que se mudaba, Gateschi adquirió la Enciclopedia metódica de Panckoucke, bello y amplio objeto que le costó 672 libras, y al que confió la custodia del recibo de tres mil libras que le prestó la viuda Lagant, para devolver en forma de renta vitalicia de 40 libras mensuales. En la colección de los poetas líricos en inglés, ciento nueve tomos, guardaba los recibos de lencería y comestibles. En el de octubre de 1782 hay una anotación de “medias de seda superfinas” por valor de 9 libras, con la indicación de que no se regalan, sino que se descuentan del pago a la viuda Lagant.

En 1788 se convirtió en profesor de lenguas de los hijos de Luis XVI, que eran tres, a los que solían añadirse la reina María Antonieta y su cuñada. Gateschi miraba ahora por encima del hombre a Ciolli, viejo colega de su epoca en Roma, que regentaba el puesto de maestro de volatines, salto a la comba y equitación en el palacio de Versailles.

Su biblioteca ocupaba una habitación entera. Tenía una edición lujosa del Paraíso perdido de Milton, con las facturas del sastre, y la Odisea en traducción de Chapman, con las notas de su perfumero, bellos textos que hablaban de pomadas de bergamota y esencia de jabón de Nápoles. También las facturas y cartas insolentes de los libreros tenían su propia residencia en la Vida de Cicerón por Middleton, en tres volúmenes, mientras las obras de Shentones, igualmente en tres volúmenes, cobijaban las facturas de pociones digestivas, polvos atemperantes y bolas purgantes que le preparaba el boticario Veré. Las notas del pastelero, en cambio, se alojaban en las cartas de Sterne.

Un año después de su toma de posesión como maestro de lenguas extranjeras, lo parisinos decidieron llevarse de Versailles al rey y su familia. Ante el brusco descenso de los ingresos, Gateschi dejó el apartamento en la rue de l’Orangerie y se mudó a uno más pequeño. Las facturas del carpintero que hizo los nuevos estantes para la bella biblioteca se acomodaron en el Sentimental journey de Clever. A semejanza de los grandes señores, Gateschi empezó a dejar de pagar a sus proveedores, que comenzaron a mostrarse un tanto faltones. En una primera maniobra, alquiló un apartamento minúsculo en París, rue du Bac, donde esperaba dar clases. Sus rizos negros se habían ido adonde las nieves de antaño, pero en compensación había doblado su peso de cuando era maestro voltegiatore y usaba unas lentes turbias porque había perdido la vista. Con todo, seguía persuadido de que la posteridad veneraría sus huesos expuestos en la Biblioteca Ambrosiana. Lo malo era que su viejo título de profesor de lenguas de  la casa del rey se había vuelto comprometedor y la nobleza había emigrado. No por eso dejó de encargar vino de Borgoña y hacer anotar copiosos encargos al pastelero.

Lo más cruel fue la decisión de deshacerse de su biblioteca, pero aún peor resultó no encontrar ningún comprador. Seis cartas de rechazo entraron en el Paraíso de Milton. Dejó impagado el apartamento de la rue du Bac y se mudó a la buhardilla que ocupó la difunta viuda Lagant. Puso en el correo nuevas proposiciones de venta de su bilioteca, y murió solo, al anochecer del 3 de noviembre de 1793. Al día siguiente, sus vecinos, un aguador y un carbonero, declararon en el registro el fallecimiento de Bartolomeo Gateschi, soltero, de cincuenta y cinco años, natural de Toscana, que les debía trescientas libras. También el pastelero y el boticario hicieron saber a la autoridad su calidad de acreedores. Los papeles y muebles del difunto fueron embargados y vendidos, igual que la biblioteca, que arrojó sus buenas quinientas libras de peso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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25 de noviembre de 2010
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Cultura ágrafa

Claudia Cadelo aún espera respuesta de la Fiscalía Provincial a su denuncia por el apartheid cultural en la última muestra de jóvenes realizadores. El agente Rodney nunca dio la cara para validar o negar los tristes sucesos de noviembre de 2009 y alrededor de la casa de Luis Felipe Rojas, unos policías vestidos de civil lo vigilan sin tener una orden judicial para hacerlo. Mi demanda en los tribunales por los golpes y el arresto ilegal de febrero pasado sólo ha recibido el silencio por parte de las instituciones jurídicas… mientras Dagoberto Valdés sigue esperando una explicación de por qué no lo dejan viajar fuera de Cuba. Estamos rodeados de una represión que no firma papeles, que no da la cara, ni estampa cuño al lado de cada acto en que viola su propia ley. Castigos que no quieren dejar evidencias, detenidos que no aparecen en la orden del día de una estación de policía, amenazas dichas de voz para que no queden huellas. Una cultura ágrafa de la intimidación, de los agentes con seudónimos y la coacción que evita dejar pruebas. Cuando les exigimos que pongan por escrito las frases que nos gritan lejos de las cámaras y de los micrófonos, aprietan los labios y alardean de ese poder que les permite mantener el anonimato. Si se les emplaza con una denuncia, apelando a la legalidad que ellos mismos han creado, entonces pasan treinta, sesenta, noventa días y nada. Ningún juez acepta una demanda contra esa institución verdeolivo que gobierna el país. Tanto vanagloriarse desde la tribuna, manejar palabras como “valor”, “sacrificio” y “entereza”, para venirse a esconder detrás de su propio miedo, para no colocar su nombre, su rostro y su convicción al lado de las atrocidades que cometen.

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25 de noviembre de 2010
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Margo Glantz en cuerpo y alma

 

 

Margo Glantz ha protagonizado la parte sutil del diálogo literario mexicano. En 1969, cuando la conocí, junto a Rosario Castellanos y Carlos Monsiváis, ella animaba las nuevas voces, cuyas primicias presentó después en su compilación Onda y escritura en México (1971); conducía entonces los talleres de narrativa en la UNAM, y dirigía la revista para escritores jóvenes, Punto de partida. Rosario me invitó a dictar mi primera conferencia en México, a nombre del PEN Club, en la Librería de la Universidad. Margo me llevó a hablar en su taller. Ya entonces, ella le daba ingenio y humor a la amistad literaria con México, para lo cual no requería de envestiduras ni programas. Ha perfeccionado el espíritu hospitalario, la inteligencia mundana, y la ironía compartible. El Premio de Literatura de las Lenguas Romances, que recibe este sábado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, reconoce la calidad dialogante de su obra.

 

La trayectoria interior de esta escritora es de por sí intrigante. Al comienzo, ella escribía en los márgenes del relato mexicano, desde fuera de sus cánones, con autoironía reflexiva. Sus primeros libros ensayaban las formas tentativas de la prosa breve, el fragmento y la notación. Pero demostraban, en ello mismo, su sensibilidad contemporánea, alejada tanto de la espesura de la tradición literaria nacional como de la tipicidad de las escrituras femeninas de entonces. Pero lo más notable de su evolución creativa es la calidad íntima y gozosa de su prosa, hecha entre asombros cotidianos, textura musical del recuento, y agudeza analítica. Ese proceso culmina y recomienza en Las genealogías (1981), donde asume la primera persona para narrar la historia de sus padres, emigrados judios, como si ella misma fuese la presencia transitiva y casual en la poderosa lógica biográfica, lingüística y nomádica de una familia de sobrevivientes felices, plena de ingenio y valor. Conocí a Don Jacobo, su padre, que parecía flotar en un cuadro de Chagall.  Margo Glantz reveló en ese libro su mejor talento: un lenguaje capaz de recuperar el mundo en su fuga, demorándolo en su ligera extravagancia.

 

Por eso, en Síndrome de naufragios (1984) se propuso nada menos que recobrar de los desastres una ruta de salvamento. Si los naufragios (desde los históricos hasta los domésticos) son más dramáticos, el lugar de su recuento es más irónico: lo que nos queda de la pérdida son citas, nombres, signos de una identidad hecha en el lenguaje. Esa distancia, levemente lúdica, entre las palabras y las cosas es propia del estilo distintivo de Margo, cuya entonación uno podría distinguir entre las muchas voces. Es una dicción forjada en la urbanidad del humor y la complicidad del gusto. Pero también en esa libertad creativa que enciende sus textos con la tentación del juego, del verdadero fuego robado. Entre la erudición y la biografía, esta recuperación del texto como lugar de verificaciones paradójicas confirma su lugar intermediario, entre la crónica y la ficción, entre la historia y los libros, entre la vida cotidiana y sus extravíos.

 

Otro breve recuento de relatos, Zona de derrumbe (2001) demuestra la libertad y madurez ganada por la escritura, así como la incertidumbre y zozobra asumidas por la escritora. “¿Cómo definir con palabras los sentimientos y los afectos?” es la primera frase del primer relato, “Palabras para una fábula,” y se trata de una pregunta por el sentido de las labores de recuperación que esta escritora se ha propuesto, en el cuento que descuenta de la memoria como si rescribiera el olvido. Son labores de emergencia, que ahora interponen su “zona” de escritura contra los “derrumbes” del tiempo, allí donde el cuerpo es uno con el alma. La pregunta, sin embargo, es retórica: los sentimientos no son definibles, exceden al lenguaje, y debemos acudir a las metáforas. Así, las preguntas son una figura mayor:  de antemano, su propia respuesta. Y los afectos, más bien, nos definen, dándonos la identidad que compartimos. Característicamente, desde la “zona” de la escritura, los “derrumbes” (como antes los “naufragios”) interrogan por el cuerpo, por su condición temporal; y por el alma, por la subjetividad construida entre la materia emotiva y el tiempo afectivo. En estos cuentos el cuerpo recuenta sus alarmas (los senos, los pies, la boca), mientras que el alma da cuenta de las pérdidas y recuperaciones; y son, ambos, una plena presencia salvada por la escritura, por esa doble faz de los signos interrogatorios, que encienden algunas pocas respuestas:

 

“Curioso, como una especie de maldición o poder extraterreno, en la terraza de mi casa, cuando escribo esto, ahorita mismo, muchos años después de que el gato ya no existe, tampoco Juan, tampoco el niño, o por lo menos, de que todos se han ido de la casa, Federica y Corina asimismo, de que yo, Nora García, la que les cuenta este cuento de perros y gatos, de que yo, repito, yo, Nora García, que ahora estoy sola porque siempre los hijos, los animales y el marido se van o desaparecen, veo aparecer otro gato, idéntico, pero más grande que Zeus, también siamés: camina por entre las plantas y las flores. Va apareciendo lentamente, primero, su cola enroscada, amarilla, luego su cabeza y sus ojos verdes brillan” (“Animal de dos semblantes”).

 

Esta epifanía  ya no es una recuperación agónica sino una aparición gratuita. El nuevo felino aparece sin nombre y sustituye al desaparecido, como un milagro doméstico. Es un heraldo de la fortuna, que se impone pleno y suficiente. Viene de lejos, gestado por el lenguaje de la subjetividad, y ocupa el presente,  la “zona” que abre  la simetría de las compensaciones.

  

Apariciones (1996), su novela sobre el cuerpo erótico, sobre esa palpitación del instante, prolonga estas correspondencias buscando explorar el Eros en el trance místico y en el trance sexual. La luz de uno es la sombra del otro: el flagelo del cuerpo se desdobla en la violencia posesiva. En esas dos vertientes, el cuerpo reconoce sus simas y abismos. Y el largo asedio del lenguaje culmina en la fulguración del deseo, sin otro lugar que su próxima aparición.

 

 

Margo Glantz había recorrido las estaciones de plenitud (fama, inteligencia, desafío) de sor Juana Inés de la Cruz, pero también los recintos de su agonía (confinamiento, castigo, silencio); y esa hipérbole de la lectura barroca, esa biografía de la mujer intelectual mexicana, se convirtió en su centro de investigación y estudio. En sí mismos, sus ensayos sobre sor Juana son una lectura iluminadora, formal y puntual. Su validez es tanto crítica como interpretativa, especialmente en torno a las estrategias de la comunicación emotiva, que Glantz  no lee como una convención retórica de la época (en la cual el canon clásico de la impersonalidad libera al autor de su biografía y convierte al poema en variación de tópicos y tropos); sino que las lee como tensión y desafío, como estrategias que forjan una metáfora pasional del discurso femenino. Pero no ve a sor Juana como ilustración proto-feminista sino como inteligencia de lo femenino, de ese espacio de la subjetividad que excede a los pronombres y a los géneros, y forja su propia figura barroca.

 

Por lo mismo, no extraña que el imaginario de esa lectura de sor Juana Inés de la Cruz haya hecho camino en estos relatos en torno a la subjetividad femenina, a su habla no codificada del todo, no del todo socializada, cuyo diálogo va entre márgenes del discurso normativo y umbrales de la ficción desanudada. Lo “femenino” sería la biografía de esa intersección, de esa vida en pos de su grafía. En su  novela El rastro (Barcelona, Anagrama, 2002), la metáfora del corazón enamorado (“mi corazón deshecho entre tus manos”) está presidida por el famoso soneto de sor Juana. Ese soneto proclama que el corazón es la prueba definitiva de una verdad que el amante toca (“en líquido humor viste y tocaste”); esto es, deshecho en llanto, es secreto revelado. Sólo que se trata de la mayor hipérbole barroca: la que convierte a la metáfora en nombre, y al nombre en la cosa misma. El corazón, nos dice sor Juana, es la inteligencia del lenguaje.

 

Esta novela recorre la vida, pasión y muerte del corazón: emblema amoroso, enigma novelesco, cita sentimental, tema médico y, por fin, exangüe y muerto. Órgano vital, centro emotivo, eje retórico, tópico popular, objeto clínico, el discurso del corazón es, novelescamente, una historia de amor desdichado; esto es, el recuento melancólico de la muerte de la pareja. Se trata de un recuento de fuerza hipnótica y obsesión entrañable. La historia de Nora García, esa persona verosímil que Glantz ha construido para asumir el relato, es un trabajo de luto: empieza cuando ella asiste al velatorio de su ex-marido, y termina cuando se despide del féretro. Pero la novela no es una historia de amor sino el réquiem de su proceso: la muerte de la pareja ya ha ocurrido, y esta segunda muerte (como en el poema de José Gorostiza) es una “muerte sin fin,” y sin finalidad. Si la muerte ocupa todo el lenguaje, la muerte del amor lo vacía: la vida puede ser absurda, pero el amor es aún más precario. “¿Es imposible expresar la pasión?” (108) se pregunta la narradora. Y se responde: sólo las lágrimas podrían expresar la sinceridad absoluta, porque “van más allá que las palabras.” Nora García, por eso, discurre entre remedios (figuras musicales, descripciones anatómicas, repertorios populares) para la melancólica. Pero las metáforas dicen más:

  

“Yo me permito, a mi vez, esbozar una fantasía poética, trazar una relación entre el corazón, ese órgano imprescindible que dibuja un jeroglífico, el de los sentimientos -¿la fisiología del amor?- y la forma del soneto. Como el corazón, el soneto se cierra sobre sí mismo, jamás puede salirse de su marco, así se trate del vapor que la pasión hace asomar a los ojos, creo que gracias al efecto de combustión –una mezquina combinación térmica-, el corazón puede deshacerse en lágrimas, romperse, destruirse. La forma del soneto es muy parecida a la del corazón, este delicado instrumento cerrado sobre sí mismo que cuando desborda ocasiona la muerte del cuerpo –en este caso particular, la muerte del cuerpo de Juan- y también la muerte del poema” (131-32).

 

Nora García (hora de gracia), le cede la palabra a su otro yo, el de la autora, no en vano devota del corazón imaginado por la monja mexicana, cuyo soneto está hecho de dos frases, como de dos válvulas abiertas por donde van las palabras, cálidas y fluidas, hasta sus manos de lectora erudita. Pero esa erudición no es sólo petrarquista y elocuente, también es popular y decidora, aunque no deja de ser física y fúnebre. Esta es, después de todo, una figura del corazón mexicano, una novela que se levanta como esos “triunfos” barrocos que decoraba sor Juana con alegorías imposibles. (Soy testigo: en un café portugués en mi pueblo, Margo le preguntó a la cantante de fados si no sabía canciones de amor aún más desdichadas).

 

De modo que esta novela suma los extremos en su apasionado recuento: el arabesco de las “Variaciones Goldberg” de Bach, las estadísticas médicas y las imágenes  de “cursilería sublime.” Esa suma es su trayecto narrativo, la traza de los amantes desavenidos, cuyo luto Nora rinde. La historia del corazón se convierte en la novela de la desdicha, una variación barroca ella misma, entre motivos, contrapuntos y voces desengañadas, entre la belleza del amor sin habla y el absurdo del desamor sin vida. Pronto advertimos que el lenguaje circula por el cuerpo de la ficción con su ritmo de acopio, canto funeral y palpitación viva. El rastro, esa huella recobrada a pulso por la escritura, al final nos dice que nada es más inexplicable que el amor, menos durable que la felicidad, y más trivial que la muerte.

 

“Sombra frágil de una pérdida,” esta novela lleva el desamparo insumiso de lo vivo.  El rastro de Margo Glantz late como un lenguaje más cierto.

 

 

 

 
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25 de noviembre de 2010
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Primer Premio Anual de Narrativa Las Américas

Premio Internacional en Puerto Rico El Primer Premio Anual de Narrativa Las Américas acaba de ser inaugurado, con miras a convertirse en uno de los más importantes premios a obra editada en castellano durante el año. La nota de prensa anuncia plazos y al Presidente del Jurado, Edmundo Paz Soldán. El premio se entregará durante el Festival de la Palabra en mayo del 2011. Dice la nota:

La organización del festival de la Palabra acaba de nombrar a los ocho miembros del jurado del primer Premio anual de Narrativa Las Américas, auspiciado por Plaza Las Américas y Fundación Funalledas en alianza con otras fundaciones. El presidente del jurado será el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán; las identidades de los otros miembros se mantendrán en secreto. Este premio aspira a un rol protagónico en el panorama de nuestras narrativas. Nace en Puerto Rico, pero quiere abarcar a todo el territorio de la Mancha. Modelado en el premio Salambó, el premio Las Américas será otorgado al mejor libro de narrativa ?novela, cuento, crónica, novela gráfica, etc? publicado anualmente en los países de Iberoamérica y sus diásporas. El jurado estará compuesto por escritores de prestigio pertenecientes a las nuevas generaciones de la región. Es un premio de escritores para escritores. Otras características importantes del premio: atendiendo a los principales idiomas de Puerto Rico, las obras podrán ser en español e inglés, publicadas entre el 1 de enero y el 31 de diciembre del 2010; el monto anual se establece en 25.000$us; en marzo del 2011 se hará pública la lista de finalistas, y el premio será anunciado en San Juan en mayo del 2011, en el transcurso del segundo Festival de la Palabra.

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24 de noviembre de 2010
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Yukio Mishima y la decadencia

Yukio Mishima Mañana, 25 de noviembre, se cumple un aniversario más de la muerte ritual de Yukio Mishima. Por tal motivo, en Revista Ñ Angel Faretta recuerda la obra del autor de Confesiones de una máscara o El pabellón de oro, una de las más contundentes novelas del siglo XX. Dice la nota:

En su dilatada obra literaria Mishima había trabajado dos temas o dos variantes de un mismo tema: la decadencia. Digamos que la decadencia política, militar, cultural, religiosa de Japón se reflejaba en la propia decadencia privada, particular, subjetiva de sus diversas máscaras novelísticas, que eran variantes de diferentes aspectos del escritor. Así en su obra maestra, la novela El pabellón de oro ?una de las mejores novelas del siglo pasado, sin lugar a dudas? el monje Zen, llamado nada menos que Mizoguchi, está fascinado por ese templo edificado en Kyoto. A su propia fealdad y deformidad corporal opone la permanencia del templo, hasta que con paradójica fidelidad Zen decide, por su misma belleza, destruirlo. ?Si quemo el pabellón de oro, me decía, cometeré un acto altamente educativo. Gracias a ello las gentes aprenderán lo insensato de concluir por analogía en la destrucción de cualquier cosa, (?) aprenderán a estar menos seguras con la inquietud de pensar que mañana mismo pueden ser arrojados como un desecho?. En rigor, lo que Mishima detestaba era lo mismo que detestaban otros dos de sus paisanos más dotados en el campo estético, seguramente sus dos iguales en talla: los directores de cine Kenji Mizoguchi ?de allí el nombre del protagonista de la novela? y Yasujiro Ozu. Así, en los últimos filmes de ambos puede percibirse este mismo tipo de estigmas invasores en la cultura japonesa. Pero los diferencia el modo, la postura. La actitud Zen que en Mishima era tema literario, era ?además? creencia y práctica en sus casi coetáneos. Ozu, por ejemplo, fue sumando en sus películas planos fijos de chimeneas humeantes y de luces de neón a la manera de hiatos para graficar la invasión cultural. En su último filme, La calle de la vergüenza , Mizoguchi convierte a sus amadas geishas en simples putas, tanto que una se ha puesto el nombre de Mickey. Claro que en Mishima existe además una aguda conciencia de la decadencia que es ya también política, tal vez en algo matizada por ciertas concepciones históricas occidentales. ¿No se lo había acusado durante su carrera literaria de ser demasiado occidental tanto en temas, estilo e influencias, a diferencia del luego laureado Kawabata ?también suicida?, que tuvo la decencia de declarar que Mishima y no él debía de haber recibido el Nobel? Curiosamente aquel se quita la vida mediante el gas y Mishima, luego del fracaso de su revuelta, intentando practicar el ritual tradicional del samurai, el seppuko . No hara-kiri , que es el término que con el tiempo se volvió despectivo hacia esa práctica para escarnecerla como una costumbre bárbara y ?atrasada?.

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24 de noviembre de 2010
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Moravia en el bolsillo

 

Moravia, el amor y el tedio.

 

Nos llegó en la juventud y por el cine, como tantas cosas. Después leímos algunas de sus novelas, ensayos, pensamientos o críticas. Siempre nos interesó Alberto Moravia, un escritor de la posguerra europea, del existencialismo, aunque antes que Sartre, que Camus, él ya hubiera escrito sobre el vacío existencial, sobre la desgana de hacer en "Los indiferentes". Ahora llega lo esencial de su obra en ediciones "Debolsillo", con nuevas traducciones y con prólogos de Ana María Moix, y es cómo si nos llegara de un golpe todo un mundo que no llegamos a conocer pero que tanto tuvo que ver con nuestras emociones, reflexiones y angustias juveniles. Nosotros también éramos esos hombres- tan adolescentes, tan inocentes- que se encontraban atrapados entre brumas existenciales.

El tedio de vivir, el fracaso, el desencanto, la indiferencia, el amor y el desprecio fueron  compañeros nuestros antes de los que correspondía. Un poco después nos dimos cuenta que la vida iba en serio y que lo mejor era no pararnos en melancolías tan estériles, en derrotas tan literarias. Y abandonamos a Moravia, al cine existencialista y a toda esa estética del desamor. Teníamos que divertirnos, amar, jugar y fugarnos. Pasó el tiempo y reconocimos el tedio de Moravia y el propio. Había que bandear con esos compañeros de viajes no deseados. Una cosa eran Moravia, sus novelas, las películas de sus obras y otras la realidad. Ni Moravia se parecía a los personajes de Moravia, y nosotros no estábamos para levantarnos como sus personajes, ni como aquellos que decían "bonjour tristesse".

Con el tiempo conocí a Moravia, me concedía una entrevista en su casa romana y allí fuimos. En compañía del fotógrafo Jordi Socías y, ¡ay! de la amiga y actriz Assumpta Serna, que estaba representando una obra teatral de Moravia en París. El vigoroso autor estaba en los ochenta años, recién casado con una española a la que doblaba la edad y nos recibió en su casa de las orillas de Tíber, sólo, sin mujer, ni servicio, ni animales domésticos. No le hacía gracia posar, no le gustaba contestar preguntas, lo que de verdad le gustaba era ver, tocar, piropear y no se si pellizcar a Assumpta. Fue una buena lección. Había que intentar contar el espíritu humano como Moravia pero no había que confundirse, ni confundirlo, con sus personajes. Era un joven anciano, vital, con ganas de sentir mujeres jóvenes a su lado y dejar el tedio para la literatura. Un genio.

Hacia mucho tiempo que no volvía a sus lecturas. Lo hago ahora, de otra manera. Y lo deberían hacer los que quisieran conocer la miseria moral de un tiempo de Europa, de Italia, de un tiempo que en tantas cosas, y no en las mejores, se parece a éste injusto y tedioso que también nos toca vivir.

Habrá que salvarse por los amores. Por los deseos. O por las ensoñaciones. Todo menos creer que el mundo es divertido como una fiesta de Berlusconi. El mundo es más cómo Moravia lo contó, pero se puede burlar la realidad, sin hacernos mezquinos, crueles o despreciables. Ni tampoco horteras.

 

P.D.:Me acabo de enterar que Ana María Matute es Premio Cervantes. Lo sabía. Me alegro. Aunque mi candidato era otro. La Matute, su tiempo, su escritura, también son cercanos y deudores de el tiempo y la obra de Moravia

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24 de noviembre de 2010
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La novela 2011 de Bolaño

Roberto Bolaño En enero llegará la última novela de Roberto Bolaño con Los verdaderos sinsabores de la policía, una obra inédita que se considera el germen de 2666. La noticia se dio en la Semana de Autor en Casa de América de Madrid, dedicada a Bolaño. Jorge Herralde consideró ?prodigiosa? la lectura de esta nueva novela, y además se adelantó que no será el último inédito que aparezca de Bolaño.  Dice la nota en El País:

Las cerca de 300 páginas del libro conforman una obra que su autor dejó inacabada en las carpetas de su ordenador al morir, y que se pueden seguir como el origen de 2666, su obra mayor. A través de estos escritos se trazan los perfiles de personajes como Von Archimboldi, el enigmático escritor alemán, o Amalfitano, pero también aparecen personajes de otras novelas del autor de Los detectives salvajes. Los sinsabores del verdadero policía permite seguir toda su literatura a través de un juego de voces, aseguran los que han tenido acceso al texto. Los seguidores de Bolaño encontrarán en estas páginas temas recurrentes como el destino, el exilio, el amor o la literatura. Una parte, posiblemente el 50% del texto, se encontraba en el ordenador; el resto había sido pasado a máquina de escribir con correcciones del autor anotadas en los bordes. Roberto Bolaño empezó a publicar tan tarde y la muerte le alcanzó tan rápido que no llegó a ver editado 2666, publicado un año después de su fallecimiento. Muchos de sus apuntes sobre sus obras fueron escritos a mano y luego guardados en carpetas o almacenados en el ordenador. Los sinsabores del verdadero policía,procedente de ese archivo, no es el primero ni será el último de sus inéditos. Hace unos meses, Anagrama recuperaba también El Tercer Reich, una novela inédita, escrita en 1989 y en la que el autor despliega algunos de sus temas recurrentes, como las extrañas formas del nazismo. Jorge Herralde, que ayer participaba en las jornadas que sobre la obra de Bolaño tienen lugar esta semana en Casa de América de Madrid, aseguró que prefería no hacer demasiadas declaraciones hasta que la obra llegue a las librerías, aunque no eludió emitir un juicio que, a buen seguro, pondrá los dientes largos a los seguidores del escritor chileno: ?La calidad de este nuevo libro es prodigiosa y sin lugar a dudas está a la altura de 2666?. Junto al mercado en español, el libro se lanzará en inglés, francés, italiano y alemán. El contrato se cerró hace un año pero las negociaciones con Andrew Wylie (El Chacal), agente de Bolaño, de cara a su publicación en español han sido tensas y se han prolongado durante meses.

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24 de noviembre de 2010
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Las monedas son mortales

Las civilizaciones, los regímenes, las dinastías, las instituciones, las religiones incluso, son mortales, tal como supo ver Paul Valéry hace un siglo. ¿Cómo no van a ser mortales las monedas? Nuestra generación ha visto desaparecer un buen puñado de ellas, centenarias en su mayoría, para dar lugar a un nuevo nacimiento, que se nos antojaba glorioso y perenne. ¿Cómo no va a ser mortal esa nueva moneda común, fruto de una extrema suficiencia, que nos hizo confiar en una futura voluntad política que luego nunca apareció?

?Nous autres, les civilisations, nous savons maintenant que nous sommes mortelles?, escribió Valéry en 1919, después de la terrible carnicería que diezmó a las poblaciones en la primera gran guerra europea. Las ventajas que tenemos ahora los europeos es que no necesitamos que llegue el desastre, que caiga el euro, y con él Europa, tal como ha advertido Angela Merkel, para saber que la moneda europea es mortal, y que puede morir bien joven, tan sólo diez años después de que empezara a circular. No valen ya los razonamientos que pretenden salvarla cantando sus excelencias durante la crisis: ¿pero qué hubiera sido de nosotros sin ella?, dice este argumento. La realidad es que para vivir hace falta voluntad de vida, y eso es lo que le falta al euro, ahogado por la estrechez de miras y la desidia de todos sus socios. Los irlandeses se sienten heridos en su pundonor nacionalista por las instrucciones impartidas desde Bruselas sobre el alcance de los recortes presupuestarios que se necesitan. No quieren ni hablar de incrementar su impuesto de sociedades, ahora sólo en el 12?5 por ciento, como si los otros países europeos que van a ayudarles con su dinero no sufrieran de su competencia desleal a la hora de atraer empresas extranjeras. No son los únicos encerrados en su propio juguete nacional. Les sucedió a los griegos, con sus datos económicos falsificados que les permitieron encajar aquellas cifras maquilladas con los criterios de convergencia. Nos puede suceder a los españoles, fabricantes de déficits públicos impenitentes, que aprendimos todos los trucos para aplazar las cuentas en rojo cuando había que presentarse en Bruselas con los deberes hechos: ahora es el momento en que van a aflorar los peajes en la sombra, los déficits de la tarifa eléctrica, el endeudamiento de las haciendas locales, los pufos de las cajas de ahorro, los lujos del café autonómico para todos, y para qué seguir: ya lo harán otros cuando lleguen las facturas. Lo más prodigios del caso es el aprovechamiento político que quieren hacer algunos de esta situación límite, en el instante preciso en que tomamos conciencia de la mortalidad del euro y por ende de la mortalidad de Europa. Nadie ha quedado exento en esta fábrica de déficits públicos, como nadie puede desentenderse de la fabricación de la burbuja inmobiliaria. Zapatero no supo enfrentarse a la crisis hasta ahora, pero la crisis es tan suya como de Rajoy y de Aznar, como lo son los déficits ahora aflorados y diferidos por una gestión tramposa o las burbujas inmobiliarias estimuladas no tan sólo por el dinero barato, sino también por las exenciones fiscales y el desmadre de las recalificaciones urbanísticas y su secuela corrupta. ¡Y pensar que Sarkozy a su llegada al Eliseo querría imitar el modelo español de propiedad inmobiliaria! El euro es mortal, y no podemos descartar que se nos muera bien joven en cualquiera de estos embates monetarios. Pero el euro morirá con toda seguridad si nos empeñamos en aplicarle la eutanasia. Así lo están haciendo, entre muchos otros, quienes tienen como primera y única mira derribar a los gobernantes para ponerse ellos en su lugar. La responsabilidad de cada uno y la suma de todas ellas, traducida en voluntad política europea, es lo único que puede salvar a Europa y a su moneda. Si cada uno va a lo suyo, sea en el juego de alcanzar el poder, sea en el de defender el exclusivo interés nacional, nos quedaremos sin lo uno ni lo otro, sin lo que nos corresponde a todos juntos y, como castigo, sin lo que nos correspondería a cada uno por separado.

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24 de noviembre de 2010
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