Javier Rioyo
Moravia, el amor y el tedio.
Nos llegó en la juventud y por el cine, como tantas cosas. Después leímos algunas de sus novelas, ensayos, pensamientos o críticas. Siempre nos interesó Alberto Moravia, un escritor de la posguerra europea, del existencialismo, aunque antes que Sartre, que Camus, él ya hubiera escrito sobre el vacío existencial, sobre la desgana de hacer en "Los indiferentes". Ahora llega lo esencial de su obra en ediciones "Debolsillo", con nuevas traducciones y con prólogos de Ana María Moix, y es cómo si nos llegara de un golpe todo un mundo que no llegamos a conocer pero que tanto tuvo que ver con nuestras emociones, reflexiones y angustias juveniles. Nosotros también éramos esos hombres- tan adolescentes, tan inocentes- que se encontraban atrapados entre brumas existenciales.
El tedio de vivir, el fracaso, el desencanto, la indiferencia, el amor y el desprecio fueron compañeros nuestros antes de los que correspondía. Un poco después nos dimos cuenta que la vida iba en serio y que lo mejor era no pararnos en melancolías tan estériles, en derrotas tan literarias. Y abandonamos a Moravia, al cine existencialista y a toda esa estética del desamor. Teníamos que divertirnos, amar, jugar y fugarnos. Pasó el tiempo y reconocimos el tedio de Moravia y el propio. Había que bandear con esos compañeros de viajes no deseados. Una cosa eran Moravia, sus novelas, las películas de sus obras y otras la realidad. Ni Moravia se parecía a los personajes de Moravia, y nosotros no estábamos para levantarnos como sus personajes, ni como aquellos que decían "bonjour tristesse".
Con el tiempo conocí a Moravia, me concedía una entrevista en su casa romana y allí fuimos. En compañía del fotógrafo Jordi Socías y, ¡ay! de la amiga y actriz Assumpta Serna, que estaba representando una obra teatral de Moravia en París. El vigoroso autor estaba en los ochenta años, recién casado con una española a la que doblaba la edad y nos recibió en su casa de las orillas de Tíber, sólo, sin mujer, ni servicio, ni animales domésticos. No le hacía gracia posar, no le gustaba contestar preguntas, lo que de verdad le gustaba era ver, tocar, piropear y no se si pellizcar a Assumpta. Fue una buena lección. Había que intentar contar el espíritu humano como Moravia pero no había que confundirse, ni confundirlo, con sus personajes. Era un joven anciano, vital, con ganas de sentir mujeres jóvenes a su lado y dejar el tedio para la literatura. Un genio.
Hacia mucho tiempo que no volvía a sus lecturas. Lo hago ahora, de otra manera. Y lo deberían hacer los que quisieran conocer la miseria moral de un tiempo de Europa, de Italia, de un tiempo que en tantas cosas, y no en las mejores, se parece a éste injusto y tedioso que también nos toca vivir.
Habrá que salvarse por los amores. Por los deseos. O por las ensoñaciones. Todo menos creer que el mundo es divertido como una fiesta de Berlusconi. El mundo es más cómo Moravia lo contó, pero se puede burlar la realidad, sin hacernos mezquinos, crueles o despreciables. Ni tampoco horteras.
P.D.:Me acabo de enterar que Ana María Matute es Premio Cervantes. Lo sabía. Me alegro. Aunque mi candidato era otro. La Matute, su tiempo, su escritura, también son cercanos y deudores de el tiempo y la obra de Moravia