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Marsias despellejado

Deshacer una biblioteca, sea por traslado, sea por hartazgo, es una de las tareas más interesantes que puede acometer un humano que haya superado la edad de los asuntos importantes. Quiero decir que llega un bendito día en el que lo único importante es lo trivial debido a la presencia constante de un gigante que proyecta su sombra sobre todo lo que hacemos. Ese coloso es de tal monumentalidad que no podemos prestar atención más que a su amenaza, de manera que la vida se convierte en un paseo entre flores por siniestra que sea la calzada. ¿Huelga de rufianes aéreos? ¡Qué ocasión para perder el tiempo en un aeropuerto leyendo rostros! ¿El hundimiento de la banca mundial? ¡Extraordinario momento para averiguar cómo se sobrevive sin un céntimo! Incluso acudir a los comedores de caridad se transforma en un valioso experimento y la esperanza de hacer nuevas amistades: "Oye, qué gorro tan apañado". "Pues es tuyo". "¡No, por Dios, no faltaría más!". "Vale, te lo cambio por tu bufanda". El coloso es demasiado brutal, estúpido y omnipotente como para que le demos importancia a las cosas de este mundo. A su lado, todo es banal.

     Es el momento, por lo tanto, de expurgar la biblioteca que es lo que vengo haciendo desde finales de noviembre, una tarea que puede parecer ingrata, pero que bien entendida proporciona mucha felicidad. Por ejemplo, acabar de una vez con todos los volúmenes de Luckács tan bien editados por Grijalbo. O los ensayos sobre filosofía de la religión de Max Weber, por favor, fuera de aquí ese monumento a la grandeza moral e intelectual. ¿Y qué me dices de Lucien Goldman, aquel del "dieu caché" y la visión pascaliana de la muerte? ¡Que le corten la cabeza! ¡Althusser! ¿Cómo ha osado este botarate permanecer durante tanto años junto a personas educadas como Aristóteles o Adorno? Te llegó la hora, frustrado fraudulento francés.

     Luego vienen las dudas. ¿Realmente he llegado a tal punto de sabiduría que puedo tirar por la ventana todo Sartre? ¿O me voy a quedar con el volumen sobre la imaginación? ¿O el que dedicó a Flaubert y asombrosamente le gustó a Vargas Llosa? Ya en anteriores expurgaciones salió expulsada y llorosa de esta biblioteca su irritante esposa, Simone de Beauvoir. Creo que debo largarlo también a él. Y a Dilthey. Y buena medida a Feuerbach, a Fichte, a Kierkegaard, no por desagradables sino porque ya se me pasó el momento de aprender de ellos, son poetas para gente joven y aguerrida. No obstante la mano se detiene al llegar a Ortega. ¿Qué hacer con Ortega? Nunca fue una gran cabeza, pero posiblemente, como los críos en sus crecidas, dio la medida de hasta donde puede llegar la inteligencia española. Debería servir como unidad de medida: este señor mide un cuarto de Ortega, aquel no mide ni un décimo, en cambio seguramente Heidegger viene a medir cien Ortegas y Wittgenstein ciento diez. No, no lo voy a tirar. Es, Dios me perdone, un escritor. Refitolero, ciertamente, y te llega a estomagar con sus afectaciones, pero es un escritor y no de los peores que ha dado la lengua española en una de sus etapas más desdichadas.

     A medida que avanzamos van apareciendo entre las sombras libros más peligrosos. Aquí nuestro ánimo vacila, la mano tiembla, la mirada se entenebrece, una garra helada nos oprime el corazón. Son como pedazos de uno mismo que flotan en el océano de la desmembración. Hojeo ahora el García Morente con el que comencé a entender algo (poco) de Kant. Está lleno de anotaciones entusiastas que ya no comprendo. No me importa una higa la versión cristiana de Kant que sostenía aquel señor tan elegante, lo que me importa es el ejemplar en cartoné, de lomo azul, uno de los primeros libros que me arrancó de lo cotidiano y comenzó a pasearme por las estancias de los grandes muertos, de Shakespeare, de Sófocles, de Spinoza, haciéndome ver que no lo tenido por más real es más verdadero. El primero, por decirlo de una manera gráfica, que me hizo ver las ventajas de vivir a lo grande.

     No debemos vacilar en estos momentos. Estamos dando pasos por un tablón tendido sobre un río de fuego y cualquier distracción significaría nuestra aniquilación. O lo que es igual, nos convertiría en odiosos sentimentales. Y los sentimentales hacen la vida imposible a los demás. ¡Justo ahora que es cuando más amamos a los demás! Así que: ¡Muerte al sentimentalismo!

     Nada, nada. García Morente a la hoguera. Lo siento. Lo siento mucho.

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3 de enero de 2011
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Un pasaporte, un salvoconducto

Tiene apenas treinta y dos páginas y una sobria cubierta azul. El pasaporte cubano parece más un salvoconducto que una identificación. Con él podemos saltarnos la insularidad, pero su tenencia tampoco garantiza que logremos tomar un avión. Vivimos en el único país del mundo donde para adquirir dicho documento de viaje hay que pagar en una moneda diferente a la que se reciben los salarios. Su costo de ?cincuenta y cinco pesos convertibles? significa para un trabajador promedio guardar el sueldo íntegro de tres meses en aras de conseguir ese librito de filigrana y hojas numeradas. Sin embargo, en este principio del siglo XXI ya no es tan inusual encontrar a un cubano con pasaporte, algo raro en los años setenta y ochenta, cuando sólo unos pocos elegidos podían mostrar uno. Nos volvimos un pueblo inmóvil y los pocos que salían iban en misión oficial o camino al exilio definitivo. Cruzar la barrera del mar era un premio para los fieles y la gran masa de los ?no confiables? no podía ni soñar con dejar atrás el archipiélago. Afortunadamente, eso cambió gracias quizás al arribo de turistas que nos contagiaron la curiosidad por el afuera o por la caída del campo socialista que puso al gobierno ante la evidencia de que ya no podría regalarles ?viaje de estímulos? a los más leales. Ahora, en cuanto consiguen nacionalizarse en otro país, mis compatriotas respiran aliviados de contar con otro documento de identificación que les devuelva el sentido de pertenencia a algún lugar. Unas breves páginas, una carátula forrada en piel y el escudo de otra nación, pueden hacer la diferencia. Mientras, el librito azulado donde dice que nacieron en Cuba, queda escondido en la gaveta, a la espera de que algún día sea motivo de orgullo y no de pena. *Aprovecho para contar que la oficina de Inmigración y extranjería mantiene retenido mi pasaporte desde mi última solicitud de permiso de salida. ¿Habré pasado a ser una indocumentada?

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3 de enero de 2011
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Charles Simic en castellano

Charles Simic Guillermo Saccomanno hace una reseña de uno de mis poetas contemporáneos favoritos, el norteamericano (nacido en Serbia) Charles Simic. La nota aparece en Radar Libros y es a raíz de la publicación en castellano de una antología: La voz a las tres de la madrugada, editada por DVD Ediciones.  Dice Saccomanno:

Si hay un poeta contemporáneo que no se manda la parte con el dolor padecido, y es tal vez uno de los más geniales en lengua inglesa contemporánea, ese es el serbio Simic: ?El humor del siglo XX es ontológico. Es una interrupción permanente, una visión del mundo y una filosofía de vida. El mundo es una comedia para quienes piensan y una tragedia para quienes sienten. Considerando lo que nosotros, los que escribimos, hacemos, no se puede excluir una de las dos: ni la comedia ni la tragedia?. La biografía de Simic incluye datos cómicos y trágicos ?como la vida misma? y puede confirmarse al leerlo que, con el mismo talante que descree de los absolutos, desconfía de la solemnidad del ser poeta. Hay algo del gesto desprejuiciado de su compatriota Kusturica en su temperamento, pero con menos cornetas, más sutil y reflexivo. ?Cada uno lleva a la espalda/ su carga de hechos trágicos, exactamente igual que en la tragedia, según el preciso sentido que los griegos/ pensaron de un modo, sin embargo, imposible/ de representar hoy en día?. La suya, pletórica de ironía, con una amargura que, sin ser perdonavidas, aspira a la comprensión de la comedia humana, es una poesía que tiene poco que ver con la de sus contemporáneos atribulados por cuestiones metafísicas. Es que la poesía de Simic conjuga tanto el exterminio como la ternura, el vino como el orgasmo, y es en esta alternancia donde se vuelve radicalmente vital. (?) Fracasado como pintor, comprobando que carecía de las dotes necesarias, probó en su poesía la búsqueda que Cornell, el artista pionero del surrealismo norteamericano, siguiendo a Duchamp, perseguía con sus cajas en las que incorporaba toda clase de objetos. Desde los más insignificantes y descartables hasta aquellos que podían ser valiosos ya no por su precio sino por el valor íntimo, personal. En esta fascinación por el arte de Cornell, Simic llegaría a escribir un ensayo en prosa poética sobre éste, Alquimia de tendejón, refiriéndose a esos negocitos que venden baratijas decorativas, nimiedades ornamentales, souvenirs y otras kitschadas que tanto tienen que ver con una estética de todo por dos pesos. Desde esta perspectiva, Simic empieza a darle importancia en su poesía a los objetos menos prestigiosos (sábanas sucias, chatarra, persianas, electrodomésticos), al paisaje (hoteluchos, callejones, rutas, hospitales), a sus habitantes (hombres sándwich, pordioseros, locos sueltos) y su poesía se torna de esta forma, en estrofas en superficie desconectadas, como una caja de Cornell, en la alquimia de un objeto que se presenta con gratuidad inocente y otro que, no tanto, evoca una sensación que puede provenir de un hecho que integra el propio pathos. Entonces cada uno de sus poemas puede ser leído como una caja en la que se ensamblan objetos, seres y experiencias y en su conjunción en apariencia anárquica cobran un sentido coherente donde lo real es una historia que circula subterránea, secreta y no tanto. (?) A Simic no le inquieta, como a Beckett, la cuestión de ser un extraterritorial. Siendo serbio, se siente estadounidense por elección: toda su obra poética la escribe en inglés. Su lengua natural, en la que se mueve como un prestidigitador, es la de adopción, la de la ciudad colmena y enjambre caótico que eligió para vivir, Nueva York, y sin la que no puede escribir una línea, porque si algo destilan los poemas de Simic es su filiación en lo urbano, tanto callejero como doméstico, humanizado en sus esplendores y miserias. ?Diez mil Fords están aquí ociosos en busca/ de una tradición?, había escrito unos años antes el poseído Robert Lowell, extraviado en internaciones psiquiátricas y con intenciones poéticas que serían complementarias en Simic. Escribe Simic: ?Millones de habitaciones vacías con las televisiones encendidas./ Yo no estaba allí pero podía verlo todo?. Su notable traductor Martín López Vega ha seleccionado algunos pensamientos, aforismos y chispazos que describen su perspectiva de Estados Unidos: ?El Sueño Americano consiste en ganar mucho dinero sin dejar de ser visto como una víctima?. ?Somos la envidia del mundo. Todos nuestros demonios van a misa los domingos?. ?Nueva York es un lugar demasiado complejo como para tener sólo un ángel y un demonio?. Asimismo Simic denuncia en sus versos: ?Murieron millones de personas: todo el mundo era inocente. / Yo me quedé en mi cuarto. El Presidente / hablaba de la guerra como de una mágica poción amorosa?. Sin embargo, Simic descree de la poesía comprometida: ?El poeta simplemente reacciona frente al mundo y el mundo es un lugar desagradable para vivir. Incluso en los Estados Unidos. Pensemos en lo pobladas que están las prisiones, donde los negros y los latinos son mayoría, una cantidad superior que en otras partes del mundo. Todo esto deviene inexorablemente en poesía, pero no tiene por qué ser un programa político o didactismo?. Para Simic la denuncia, expresión de la tragedia, no impide, como dije, el paso de comedia. Y este es el lugar donde en un larguísimo poema, ?Hablándole al techo?, le rinde un homenaje de ritmo interruptus con humor lunático al insomnio: ?¡La verdad desnuda, tendrías que haber visto sus tetas!?. O bien: ?El cerebro del insomne es un tren de juguete?. Y en este clima, sumido en la desesperación, se pregunta: ?¿Acaso he sido nombrado vendedor oficial de fósforos de la oscura noche del alma??. A la vez: ?El siglo huracanado da vueltas en mi cama?. O: ?Le gruñí al espejo hasta que me dio la espalda?. Por qué no, en este trance de iluminaciones insomnes: ?Altas horas de la noche. San Juan de la Cruz/ Y Blaise Pascal, canas en un auto patrullero?. Y cerrando: ?La tinta del infinito se me ha derramado encima/ y me ha dejado unas manchas enormes?. Y ya casi en el final de esta serie de relampagueos, concluye: ?Sólo soy un pobre muchacho que está lejos de casa?. (?)

Si un don tiene la antología La voz a las tres de la madrugada es que, exceptuando unos escasos galicismos, permite seguir la evolución de Simic en lo que va desde 1986 hasta 2001. Y en este proceso, lo que puede advertirse con precaución meditativa, es que su composición empieza a inclinarse a una conclusión sobre el mundo en la que tragedia y comedia se funden en un armisticio que apunta ya no a la salvación del alma sino a una mirada retrospectiva y agradecida que se dispone, a cierta edad, a enfrentar el pasaje al otro lado: la muerte. Por qué no la convicción de que, al modo Vallejo, cada día puede gustarte menos la vida pero siempre es hermoso vivirla. Simic escribe así ?Fines de septiembre? ?y vale la pena reproducir el poema entero?: ?El camión de correo recorre el litoral/ transportando una única carga./ Al final de un largo muelle/ una gaviota aburrida mueve las patas de vez en cuando/ y se olvida de anotarlo. Hay una amenaza en el aire/ de tragedias a punto de producirse.// La noche pasada te pareció oír la televisión /en la casa de al lado. / Estabas seguro de que relataban/ algún nuevo horror,/ así que saliste a averiguarlo./ Descalzo, en pantalones cortos./ Era tan sólo el mar exhausto/ después de tantas vidas perdidas/ intentando salir corriendo hacia algún sitio/ sin haber llegado jamás a ningún lado.// Esta mañana parecía domingo./ El cielo cumplió su parte/ no proyectando ninguna sombra sobre el muelle de madera/ ni sobre los chalets alineados,/ y entre ellos se ocultaba una pequeña iglesia/ con una docena de tumbas grises apiñadas/ como si ellas también tuvieran escalofríos?. Pero, atención, por más conmovido que un lector que se precie de sensible pueda encontrarse, nada que hacer, Simic no se toma en serio del todo el asunto: ?Soy un filósofo medieval en el exilio?, anota. Y como para cerrar: ?Rezarás a Dios pero él habrá colgado el cartel de ?No molestar?/ No me preguntes más, esto es cuanto sé?.

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3 de enero de 2011
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Las novedades del 2011

La nueva novela de Murakami a comienzos del 2011 Se terminó el 2010 y se acabaron ya las listas de Lo Mejor del Año. Ahora empieza una nueva etapa: lo que se viene en el 2011. En el ABC adelantan algunos de los títulos del primer trimestre:

La abundante cosecha de narrativa española estará encabezada porJuan Marsé, que en ?Caligrafía de los sueños? (Lumen), presenta una historia de desamor ambientada en la Barcelona de la postguerra. Otras novedades serán ?Aguirre, el Magnífico? (Alfaguara), de Manuel Vicent, biografía novelada de Jesús Aguirre; ?El hombre del corazón negro? (Destino), de Ángela Vallvey; ?Cosas que ya no existen? (Tusquets), de Cristina Fernández Cubas; y ?Tanta pasión para nada? (Alfaguara), un volumen de relatos de Julio Llamazares.También aparecerá el inclasificable ?Azul sobre azul? (RBA), deManuel de Lope; o ?La flor del Norte? (Planeta), de Espido Freire. La ficción latinoamericana estará representada por una nueva novela póstuma de Roberto Bolaño, ?Los sinsabores del verdadero policía? (Anagrama); así como por ?La trilogía de la espera?, con las tres novelas de Antonio diBenedetto en un solo volumen (El Aleph); y ?La muerte de Montaigne? (Tusquets), de Jorge Edwards.?El último cuaderno? (Alfaguara), recoge los textos que Saramago escribió en su blog en 2009 y 2010. Del panorama internacional destacan también ?La herencia Wilt?, quinta entrega del célebre personaje de Tom Sharpe; ?La viuda embarazada?, de Martin Amis; y ?Solar?, de Ian McEwan, todos en Anagrama; y la nueva novela de Philip Roth, ?Némesis? (Mondadori).En este trimestre también llegarán los dos primeros volúmenes de la trilogía ?1Q84? (Tusquets), de Haruki Murakami; ?Por una buena causa? (Galaxia Gutenberg/Círculo), de Vasili Grossman, sobre la batalla de Stalingrado; la autobiográfica ?A la caza de la mujer? (Mondadori), de James Ellroy; y ?Chico de ojos azules? (Duomo), deJoanne Harris. Frederick Forsyth, con ?Cobra? (Plaza); Javier Sierra con ?El ángel perdido? (Planeta); y Nora Roberts -autora de 130 libros y 85 millones de ejemplares vendidos- con ?La piedra pagana? (Suma) serán algunos de los ?bestseller? del año.

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2 de enero de 2011
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Merecen hacerse ricos

La rubia guionista Kater Gordon, ganadora del Emmy por un capítulo de Mad Men, despedida luego de unas semanas sin explicaciones. En la mencionada encuesta de El País ?¿Por qué escribo?? leo la primera parte de la respuesta de Kirmen Uribe:

En noviembre de 2007 tuve la suerte de asistir como escritor invitado a la clase de escritura creativa de Anthony MacCann, en el CalArts de Los Ángeles. Anthony me contó que los mejores de cada promoción son fichados por las grandes productoras para trabajar como guionistas de series de televisión. Se hacen ricos. Los ?peores?, por el contrario, se dedican a la poesía.

Y como absoluto fan de las series gringas de TV que soy, debo decir que no me sorprende que los mejores escritores estén ahora redactando para Mad Men, Lie to Me, lo que fue The Wire o Lost, o incluso la ahora desmejorada Dr House. Y tampoco por qué cada vez el nivel narrativo norteamericano es más desnivelado. 

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2 de enero de 2011
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El ciego es rey

No nos basta con el tuerto. Ve demasiado. Hay que poner directamente al ciego al frente, para segurarnos que hemos tomado exactamente el recorrido más difícil y errado. Es lo que sucede con la presidencia semestral de la Unión Europea desde que entró en funcionamiento el Tratado de Lisboa, el 1 de diciembre de 2009, tres a estas alturas, la española en el primer semestre de 2010, la belga en el segundo y la húngara, que ahora empieza, en la primera mitad de 2011.

El primer semestre de la presidencia española empezó con la crisis y el persistente negacionismo del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ya no sobre su existencia, sino sobre sus efectos en la economía española; y terminó en propiedad aquella noche del 9 de mayo en que fue la UE en su conjunto, con Alemania al volante, la que tomó las decisiones drásticas a las que no se había atrevido nadie en España. El trimestre belga ha sido notable. Bélgica no tiene gobierno desde el 26 de abril de 2010 y ha conseguido atravesar su entera presidencia sin tenerlo todavía. Los resultados de las elecciones de 13 de junio obligaban a gobernar juntos a dos partidos casi metafísicamente incompatibles, como son los socialistas valones y los nacionalistas flamencos de la Nueva Alianza Flamenca, o a buscar una fórmula de gobierno mucho más difícil en un parlamento cuarteado y dividido. La amenaza de secesión ha crecido durante la presidencia europea, con no poca ironía: cada presidencia parece ejemplificar lo contrario de lo que debe hacer, en este caso la ausencia de gobierno para gobernar Europa y la falta de consenso y el separatismo para promover la unidad europea. Faltaba el caso de Hungría para poner las cosas todavía más difíciles. El gobierno derechista de Viktor Orban se estrena como presidente europeo con la aplicación de una ley sobre medios de comunicación, que introduce controles y censuras insólitas hasta ahora en territorio de la UE. Prevaliéndose de una victoria electoral arrolladora, que ha dado a su partido Fidesz más de los dos tercios del parlamento, Orban está gobernando a su aire, tentado por políticas populistas y antieuropeas. En 1993 la UE fijó las condiciones para el ingreso de nuevos miembros, en previsión de una oleada que incluyó a Hungría. Eran tres los criterios fijados en la cumbre de Copenhague: la preservación de los derechos humanos y de la democracia; el funcionamiento de la economía de mercado; y la aceptación del entero acervo legal de la UE. No es seguro ahora que Hungría pudiera cumplirlos. No es el único país que tendría dificultades para pasar aquel examen. Pero probablemente tampoco lo pasaría la UE considerada en su conjunto como un país.

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2 de enero de 2011
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Dani Umpi sobre Enríquez

carátula del libro Si se quedaron (como yo) con la curiosidad de saber más sobre el libro de Mariana Enríquez que ganó la votación del blog de la librería Eterna Cadencia, les dejo aquí un comentario de Dani Umpi sobre Los peligros de fumar en la cama.

Una dinámica a la que me encanta someter a mis amigas, es a la de leer cuentos en voz alta. Por supuesto que siempre se termina leyendo lo que a mí me gusta y se me antoja. No es despotismo, porque ellas son las que eligen donde salir, así que a mi me toca eso. Siempre tengo cuentos en mente para hacerlas leer antes de salir a bailar. El libro de Mariana Enriquez me vino como anillo al dedo. Es maravilloso. Cuentos, cuentos y más cuentos, todos excelentemente escritos, de esos que uno no para de aplaudir y releer entusiasmado, fascinado. Creo que están escritos para ser leídos en voz alta. Muchos fantasmas, muchas brujas, terror doméstico, leyendas urbanas que acaban de nacer. Cada tanto, una risotada. ¿Se puede pedir más? Se ve que Enriquez es tan astuta e instintiva que hasta inventa nuevas fobias, todo puede ser sobrenatural y confabular en nuestra contra. Eso vuelve delicioso su libro y es una pena cuando las páginas terminan y ya no quedan bocados. Disfruté mucho leer sus cuentos varias veces. Muchas de sus frases aún no se han borrado de mi cabeza y estoy seguro que las citaré muchísimo de ahora en más. Es el libro que últimamente se me ha dado por recomendar, con un entusiasmo y una sonrisa como hacía tiempo que no me salían. Muy, muy, muy copada ella. Genia total.

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1 de enero de 2011
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"Prácticamente todo el mundo vive en Brooklyn"

Paul Auster Una reseña en la Revista Ñ sobre el nuevo libro de Paul Auster, Sunset Park, escrita por Margara Averbach, enfatiza en el tema de las heridas de un padre y un hijo. Dice:

(?) lo más valioso de Sunset Park no es la historia entera sino los recuerdos que la componen, esos cuentitos diminutos que muestran al Auster versátil de siempre: un escritor capaz de contar un encuentro sexual casi pornográfico con tanta elegancia y eficacia como las que despliega para narrar una despedida desgarradora, una muerte absurda, un amor enloquecido, una escena de violencia. Al contrario de lo que dice el dicho, en esta novela, las partes suman más que el todo.

En el mismo suplemento, Francesc Peiron comparte con La Vanguardia y Clarín una entrevista a Paul Auster sobre la nueva novela. Un afiebrado Auster, convaleciente de una neumonía, declara: ?Es la primera vez que escribo una novela que ocurre en el presente. Los embargos suponen algo terrible, es la imagen de la crisis?. Y habla sobre su vida en Brooklyn. La nota dice:

Su libro es un juego de contrastes. Los ricos Estados Unidos y el país de los desheredados. La ciudad del glamour ?el padre de Miles es editor; la madre, actriz; el padrino, escritor o alter ego de Auster?, y la otra, la de los que no pueden pagar el alquiler y cada vez se han de alejar más de aquella primera ciudad. ?Miles creció en el West Village, en un barrio muy agradable, y ahora está en Sunset Park, ¿has ido alguna vez??. Sí. No es un lugar muy feliz. Es pobre, sencillo, con muchos inmigrantes, donde la gente ha de bregar para salir adelante. No es una de las partes maravillosas de Nueva York. Miles se siente un tanto alienado. En uno de sus paseos, Auster descubrió una casa de madera, de ventanas y puertas selladas. El enclave ideal para desarrollar su proyecto. ?Es el entorno donde resulta posible que alguien ocupe una vivienda. Hay zonas de Nueva York donde sería demasiado visible?. Nada que ver, considera, con Park Slope, donde vive, en la que es su cuarta residencia dentro del concejo de Brooklyn, adonde llegó hace 31 años. Su nombre se cita casi como sinónimo de Brooklyn, aunque reconoce que ?lo elegí porque era más barato, no me podía permitir por más tiempo seguir en Manhattan?. No hace demasiado que hizo mudanza. Él y su esposa, la también escritora Siri Hustvedt, precisaban una casa más grande. Se fueron, como quien dice, a la acera de enfrente. ?Le dije a Siri que, si quería volver a Manhattan, no había ningún problema. Decidió que nos quedábamos?. Se diría que Paul Auster ha ejercido de ariete. Que abrió las puertas del enclave a la llegada de la gente de la creación y la intelectualidad. De su ramo, recuerda a Norman Mailer, que residió en el vecindario hasta que se lo llevó la parca. ?Prácticamente todo el mundo vive en Brooklyn, ja, ja?, bromea. ?Se ha convertido en una especie de centro nacional para artistas. Ahora debe haber más artistas aquí que en Manhattan.Es que en Brooklyn pueden encontrar un buen sitio que salga una cuarta parte de lo que resultaría del otro lado?. Después de un respiro, sigue en su explicación. ?A mí me gusta vivir en Brooklyn. Es un buen lugar para trabajar, para educar a tus hijos. En cambio, es mucho menos excitante que Manhattan, cosa que a veces echo de menos. Las librerías, las galerías de arte. De todo hay menos en Brooklyn?. A lo largo de la conversación admite, sin embargo, que el dinero no es la razón exclusiva a la hora de elegir la residencia. Auster da una de sus claves personales. ?Étnica y racialmente Brooklyn está mucho más mezclado. En un restaurante encontrás de todo, negros, indios, de todo. En Manhattan, en un buen local, sólo hay blancos?.

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1 de enero de 2011
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La muerte del alma colectiva

¿A cuántos escritores les interesa el olor de la guayaba en América Latina? ?Hay algo muerto en nosotros, en el alma colectiva. Y si no está muerto, nosotros creemos que está muerto. O no nos damos cuenta de que está vivo. Lo cual viene a ser lo mismo?. No me queda claro si es Andrés Ibáñez quien escribe ese párrafo en un número pasado del ABCD Cultura, porque la página es ilegible, pero sí que hay alguien que se queja en una columna de opinión que los escritores españoles, salvo excepciones, ya no escriben sobre España. Incluso da una lista (desde el Brooklyn de Lagos hasta la China del mismo Andrés Ibáñez, pasando por el llamado tono norteamericano de las novelas de Fernández Mallo). Lo interesante del artículo es el tono de duelo que eso parece indicar. La muerte del alma colectiva. Dice:

Todo esto nos dice algo que va más allá de la literatura. Nos habla de una tremenda crisis de identidad, de complejos, de una sensación general de incredulidad hacia nosotros mismos. Nos habla de una convicción generalizada de que España no es interesante, de que lo que pasa no es interesante, de que nosotros no somos interesantes, de que nuestras vidas no son verdaderas. De la sensación de que aquí no hay tragedia, ni lirismo, ni poesía, ni misterio, porque lo que pasa es rutinario, vulgar e insignificante. Si se nos pregunta individualmente, estoy seguro de que nadie defendería estas ideas. Pero es eso lo que los escritores parecen sentir de un modo u otro.

El autor, sin embargo, comete el error de insistir en el exotismo de la literatura latinoamericana. Parece que no ha leído bastante a los autores latinoamericanos últimos y no sabe nada del desinterés, no generalizado pero sí importante, de transcribir el olor de la guayaba. Dice:

Lo fascinante de la literatura latinoamericana, como de la india o la africana, es la capacidad que tienen esos escritores de verse a sí mismos y de sentir interés por lo que les rodea. A nosotros nos parece que la realidad de esos países es más dramática, más conflictiva, más lírica, más poética que la nuestra. Son países más pobres y con más violencia, pero también con más vida. Lo curioso es que a los escritores de esos países les sucede lo mismo. Tienen la capacidad de ver su propio exotismo. En un taller literario que di hace unos meses, me sorprendía la fascinación que sienten los jóvenes autores mexicanos, colombianos o peruanos por su propia realidad. ¿Por qué a los españoles no nos interesa nuestra propia realidad? ¿Por qué no podemos ver nuestro propio exotismo? ¿Quién ha logrado convencernos, y cuándo, y cómo, de que nuestra vida no es una vida verdadera, de que nuestra realidad no cuenta, de que nuestra experiencia del mundo, que es igual de misteriosa y de terrible que la de cualquier otro ser humano, no merece la pena ser contada?

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1 de enero de 2011
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La frontera de la amenaza

Siempre tememos a los bárbaros y siempre creemos que están más allá de una frontera. La naturaleza de esta no es clara y ni siquiera hace falta que su trazado sea demasiado visible. A veces, la frontera tiene aduana y policías, pero en otras ocasiones coincide prácticamente con nuestra piel. Tenemos al vecino, al que no tiene nuestra raza, al que no tiene nuestra nacionalidad, a aquel que al mirarse al espejo no tiene unas facciones como las nuestras. Todos ellos son bárbaros y constituyen una amenaza que nos inquieta, aunque más o menos secretamente también nos fascina. Nuestros queridos griegos -los griegos antiguos- inventaron la onomatopeya despectiva para calificar a los pueblos que no hablaban la lengua griega y, por tanto, emitían sonidos casi animales: bar-bar. No han sido los únicos: cualquier antropólogo sabe que el calificativo más común entre las tribus primitivas era nosotros o los hombres o los seres humanos, lo que, por lo común, llevaba aparejado el desprecio de los demás. Los otros nos turban, pero el problema es que, sin esta turbación, la vida se hace tremendamente monótona. Nos horrorizan los bárbaros y, simultáneamente, esperamos mucho de ellos. Pueden quitarnos lo que tenemos y, al mismo tiempo, pueden darnos lo que no tenemos.

La historia de la literatura es, en cierto modo, una crónica de esta duplicidad. Nunca he creído, por ejemplo, que Ulises se extraviara hasta el punto de necesitar, errante por el Mediterráneo, 10 años para volver a Itaca. No dudo de que quisiera volver a la patria, y a Penélope, pero podemos sospechar que antes deseaba perderse en las múltiples barbaries, no solo en contacto con las Circes y Calipsos, sino enfrentados a todo tipo de Polifemos. En la estela de la Odisea, ¿cuántas obras literarias no son sino la expresión de ese hartazgo de lo propio, cuando se convierte en rutinario, y de esa mezcla de seducción y miedo que lo ajeno nos produce?

Con todo, hay pocas obras que definan de una manera tan desnuda este doble sentimiento como El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, una auténtica joya de lo que podríamos denominar "literatura de la espera", bien representada a lo largo del siglo XX y que obtiene su quintaesencia en Esperando a Godot de Samuel Beckett. En la novela de Buzzati nuestra ambivalencia ante lo desconocido, ante lo supuestamente bárbaro, se conforma como la experiencia fundamental del protagonista. Giovanni Drogo consume su existencia en la fortaleza Bastiani, una fortificación militar que, desde lo alto de una colina, vigila la fortaleza. Más allá de esta, se dice, los bárbaros -los "tártaros"- se están preparando para la invasión del mundo civilizado. En cualquier momento aparecerá en la estepa la nube de polvo que anuncia a la avanzadilla de los cantos. Giovanni Drogo y sus compañeros de fortín están alerta, pues los rumores siempre se refirieron a una incursión inminente de los tártaros. Pero pasan los días, y nada sucede; después transcurren los años con el mismo resultado. La fortaleza Bastiani se sumerge en la rutina y Giordanni Drogo, llegado al lugar como joven oficial, envejece inexorablemente. Los tártaros no llegan, los bárbaros no acuden a su tenebrosa cita con la civilización. Nadie irrumpe para cambiar el curso de las cosas ni para disipar la atmósfera cargada de la fortificación. En las tres palabras que más horrorizan a los que esperan: nunca pasa nada. Y, sin embargo, no hay día en que Giordanni Drogo deje de mirar, desde la almena, hacia la frontera con la esperanza de que una delgada sombra cruce el horizonte.

Cuando, hace años, leí la novela de Buzzati me acostumbré a buscar esa frontera en los diversos lugares por los que viajaba. El novelista había dado escasos datos para imaginar el desierto de los tártaros. Si uno debiera apostar quizá se inclinaría por algún territorio remoto de lo que era el Imperio Astrohúngaro o por esa punta de Italia septentrional que se disuelve en Istria. Buzzanti desorientó expresamente al lector, tanto en el espacio como en el tiempo. Por consiguiente, era posible imaginar la fortaleza Bastiani en cualquier rincón de Europa y, con el paso del tiempo y los acomodos de la fantasía, asimismo en el exterior de Europa, en otro continente. Fuera donde fuera, siempre había en su interior un Giovanni Drogo que gastaba su vida a la expectativa de lo que tenía que ocurrir inminentemente y nunca ocurría. Los tártaros, los malditos tártaros, no acababan de llegar.

Pronto me di cuenta de que no había que ir muy lejos para divisar la Fortaleza Bastiani y que el fortín que defendía tan celosamente nuestra eventual identidad se hallaba en la propia ciudad, en el propio barro, en alguna de las casas del vecindario, en la propia vivienda y, finalmente, en la propia piel. Cada uno cargaba con su propia fortaleza Bastiani mientras se encarnaba en un Giovanni Drogo infinitamente repetido. Y para cada uno allí estaba la frontera que dividía. Las horas entre lo que era y lo que podía ser. El desierto se extendía, vacío y lleno simultáneamente, delante de todos, y el miedo y la esperanza por la llegada de los bárbaros se superponían hasta confundirse.

Giovanni Drogo esperaba la invasión para poder luchar, concederse una explicación, vencer o ser vencido. Pero los bárbaros nunca llegaron. O quizá lo que ocurrió es que se equivocó de perspectiva. No debía escudriñar obsesivamente la línea de horizonte en busca de la polvareda que señalaba la ansiada invasión. Podría ser que la cosa fuera más simple, mucho más simple, y que el secreto se hallara en el interior de la fortaleza y no fuera, en la estepa: los bárbaros ya habían llegado, y hacía tanto tiempo que se había perdido la memoria de su llegada.

El País, 12/12/2010

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1 de enero de 2011
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El Boomeran(g)
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