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Las cosas no hablan ni deciden

Con ocasión de los acontecimientos en Túnez y en Egipto, el lingüista y filósofo francés Jean- Claude Milner hace unas declaraciones que van mucho más allá del tema concreto y que encierran una implícita respuesta a la pregunta que me formulaba Basilio Baltasar y que yo recogía en la anterior columna:

"Es hoy muy raro que los gobernantes afirmen que han efectuado una elección. Hay una especie de cascada de mimetismo. Los gobernantes  declaran hallarse  sometidos. A los mercados, a la protección de la naturaleza, a las encuestas de opinión, en resumen, acosas que no hablan. Y como se consideran a ellos mismos sometidos, esperan que los gobernados también lo estén. Como el poder reposa en cosas mudas, esperan que todos se callen. Esta desconexión entre la política y nuestra condición de seres de palabra es grave."

Sólo añadiré por mi parte que la conciencia de esta desconexión es ya un indicio de que la conexión puede darse. Una vez más se trata de un problema de confianza kantiana: indisociable de la exigencia de libertad, la razón y la palabra no son reductibles a la naturaleza inmediata. Los seres de lenguaje somos sistemas abiertos sometidos al segundo principio de la termodinámica, pero a nada más; e incluso esta sumisión tiene sus límites: no es lo mismo ser  mero objeto del cambio destructor que ser espejo del mismo

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18 de febrero de 2011
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Neuman sobre San Valentín

San Valentin Andrés Neuman, irónico como siempre, ha dado en el clavo en todo este tema del día de San Valentín en su blog Microrréplicas. Esto es lo que escribió:

VALENTÍN ATRASA.  Me prometí no decir una palabra sobre San Valentín durante todo el día de San Valentín. Esta norma profiláctica no me impide referirme al asunto, ya de mucho mejor gana, 48 horas más tarde. Escribir sobre San Valentín es como aquello de regalar rosas: sólo resulta cursi una vez al año. En general, la actualidad parece más reveladora cuando se llega a ella con cierto retraso: como ojear periódicos viejos. Eso acabo de hacer con Le Parisien del 14 de febrero, cuya espantosa portada romántica se vuelve interesante, un punto trágica hoy, cuando ha pasado el tiempo y las parejas han vuelto a la rutina. El artículo principal se titula Cómo lograr que su pareja dure: las cinco reglas de oro. La quinta regla universal sostiene sin rastro de ironía: «Cree su propio modelo». Desarrollando un poco más la idea, desde aquí proponemos humildemente una sexta y última regla: «Pídale el divorcio en la Torre Eiffel». Los grandes finales siempre conquistan. ? 

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17 de febrero de 2011
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Perdonar

Hay, al menos, dos clases de circunstancias en las que puede ejercerse el perdón. La primera es aquélla que tiene lugar cuando el ofendido recibe una completa y hasta satisfactoria explicación de quien  cometió la ofensa, voluntariamente o no.

La otra circunstancia, más ardua, es la que remite al caso en  que el ofendido no recibe justificación alguna y el mal comportamiento del otro permanece latente, invariado, hiriente, sin siquiera una pista o un fragmento de donde obtener las explicaciones para la curación.

 Esta segunda oportunidad de perdón es acaso frecuente pero por ello menos doliente. Uno mismo debe carbonizarse en aras del otro que no proporciona luz sobre el suceso dañino. Uno mismo debe carbonizarse y carbonizar el agravio para lograr un absoluto borrón y cuenta nueva. Un blanco del negro, un silencio  en la humillación oral.

Esta clase de perdón posee, sin duda, una categoría semidivina. Es la clase de perdón del poderoso que condona la deuda al país del tercer mundo, es la acción de Dios que borra los pecados sin que los pecados hayan dejado de haberse cometido y sigan flotando en la conciencia sucia. Incluso si se han cometido como blasfemias, directa y conscientemente se perdona porque este perdón duro es droga dura. Nos chuta hacia un nivel de condescendencia fuera de todos los mercado, nos sitúa al margen del intercambio y de su mezquina productividad puesto que la rentabilidad de tal  perdón proviene, sin duda,  de la capacidad para sentirse más valioso que el demérito recibido. Así quien  perdona sin entender la injuria y sin recibir siquiera datos para proceder al entendimiento es un asceta o un santo puros. Perdona a pecho descubierto. Da el perdón desde el fondo de su pecho santo que si antes poseía un aforo humano y concreto ahora, tras exhalar la piedad, se amplia, se vuelve musculoso y voluminoso ya que , en suma, e desde su seno ha brotado, como en los alumbramientos, una nueva concepción de sí. Nueva condición que sale como una llama que chamusca  el pecado, que quema la ofensa y  que nos quema a nosotros mismos, en cuanto sujetos ("sujetos") hasta el extremo de transformarnos en una suerte de esencia que da humo, un humo de aroma que parece bendición.

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17 de febrero de 2011
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La agenda de la libertad

Hay pavor en la Internacional Autoritaria. No son buenos tiempos para los autócratas. Tampoco para sus amigos y aliados occidentales. La oleada revolucionaria promete un tiempo nuevo, que exigirá una forma de gobernar y de comportarse distinta, probablemente fuera del alcance de la mayoría de los dictadores y reyezuelos que roban y oprimen a sus ciudadanos.

Los jóvenes de la plaza Tahrir, los que de verdad han doblado el espinazo a una dictadura crucial en la geopolítica de Oriente Medio, han trazado una línea que organiza el mundo político del futuro: ya no valen las derechas y las izquierdas del siglo XX. Las ansias de libertad y prosperidad de esta nueva generación global y tecnológica dejan a un lado, y bajo un mismo estigma, a Fidel Castro y al coronel Gaddafi, a los reyezuelos de la Península Arábiga y al último dictador europeo, Aleksander Lukashenko; y, naturalmente, a los más eficaces y autoritarios de todos, quizás no lo más corruptos personalmente, como son los mandarines chinos. Ahora hay que decidirse, para que todos sepamos quien queda de un lado y del otro de la línea y cómo debe tratarse desde la parte de acá a los de la parte de allá. Lo primero, pues, es saber si queremos estar al lado de los tunecinos y los egipcios, si les apoyamos en la construcción de la democracia y la prosperidad o preferimos seguir enredando.Washington ya ha dicho que sí, rotundamente, mientras que Bruselas no se sabe muy bien si ha dicho algo y qué ha dicho. Si atendemos a la gesticulación italiana con la inmigración estamos diciendo que no y que nos gustaba más el mundo anterior, con las poblaciones bajo el control de los dictadores. Si nos fijamos en Francia, basta con ver la cara que le está quedando a su ministra de Exteriores, Michèle Alliot-Marie, para ver que nos gustaban más los tiranos, con quienes tan buenas relaciones mantienen ciertas élites europeas, francesas sobre todo. Esa nueva división del mundo entre autoritarios y liberales es tan sencilla de enunciar como difícil de definir y organizar. Después de un mes de vacilaciones, peleas domésticas y lluvia de críticas, la Casa Blanca y el departamento de Estado han empezado a ponerse a la tarea. Hay talentos del pesimismo que no cesan en su imprecación contra Barack Obama. Lo último que podía admitir el pensamiento más conservador es que Mubarak cayera o que vencieran los héroes de Tahrir y que no fuera por el impulso directo de una orden salida de Washington. El ensanchamiento de la libertad en el mundo se concibe como una reducción del poder y la fuerza de Estados Unidos. Curiosa forma de contemplar a un país que tiene sus orígenes en una revolución asentada sobre la idea de la libertad del ciudadano. De modo que EE UU ha hecho lo único que no les gusta estos apóstoles de la estabilidad: acompañar al movimiento y empezar a cambiar de posición en su actitud ante las dictaduras en el mundo. Una nueva agenda de la libertad está ahora en el taller de las ideas para responder al desafío y poner al día a la política exterior de Washington. A diferencia de la anterior, la de George Bush, que también quería extender la democracia por el planeta, la de Obama no será militar, sino pacífica. No hay que cambiar regímenes a punta de pistola, sino exigirles que respondan pacíficamente a quienes se manifiestan pacíficamente; demandarles el reconocimiento de las libertades de expresión y de reunión; apoyar moralmente a los ciudadanos que se movilizan; y estimular a los regímenes para que respondan a las exigencias de cambio. Estas son unas primeras ideas esbozadas por el presidente, en su rueda de prensa del martes, en la que se declaró ?en el lado correcto de la historia? y recordó que ?la democracia es un lío, porque no tienes que negociar con una persona sino con un amplio abanico de puntos de vista?. Hillary Clinton, la secretaria de Estado, el mismo día, amplió estas ideas con una notable intervención acerca del mundo digital. Es la tecnología la que amplia el espacio público compartido del siglo XXI. Los estados democráticos deben comprometerse para que el ágora global sea abierta y los ciudadanos cuenten con libertad de conectar. En el trato con las dictaduras, habrá que situar también en primer plan esta exigencia, que no afecta a un sector industrial, el de Internet y las telecoms, sino al futuro de la libertad en el mundo. La reacción de Washington ante Wikileaks no es el mejor modelo para esta nueva agenda, pero sí lo es el esfuerzo por atrapar la ola revolucionaria. Como la revolución misma, el giro no ha hecho más que empezar y la nueva agenda, menos realista, más idealista, es apenas un esbozo que veremos crecer en los próximos meses. (La idea de que existe una internacional autoritaria no es mía, sino de una periodista ucrania, la editora internacional de Reuters, Christya Freeland y de un intelectual bielorruso, Vitali Silitski. Saben por experiencia propia de lo que hablan).

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17 de febrero de 2011
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White y Crane

Una tarde fría de la primavera de 1894, el novelista Stephen Crane paseaba con su amigo Jim Huneker por el Bowery neoyorkino cuando, al ir a entrar en el restaurante del hotel Everett House, se les acercó un muchacho de no más de quince años que pedía en la puerta; agradecido por los 25 centavos de limosna, el mendigo, hermoso "como un ángel de Rossetti", les siguió hasta el interior del hotel, dándose entonces cuenta Crane de que el chico iba pintado, "carmín en los labios y kohl en los ojos", y perfumado como una mujer pública. Esto sucedió realmente, de creer el relato de Jim Huneker. Lo que siguió al encuentro con el joven y enfermo prostituto Elliott, lo que Crane escribió o no en torno a su figura (nada se ha conservado del supuesto relato inconcluso), es la base sobre la que Edmund White desarrolla esta fascinante novela en dos tiempos y dos líneas narrativas que es Hotel de Dream (Lumen, Barcelona, 2010), eludiendo las trampas, a veces letales, de la meta-literatura, y triunfando además en algo más difícil: crear personajes de personas históricas (Joseph Conrad, Henry James, H. G. Wells, el propio Crane y su mujer Cora, entre otros) sin caer en el guiño para resabiados ni en el pastiche.

    Mezclando la tercera persona narrativa y la voz del autor de ‘La roja insignia del valor', White reconstruye en una serie de capítulos alternos el final de la vida del gran novelista norteamericano, muerto de tisis en un hospital de Baviera antes de cumplir los veintinueve años. Cuando narra, White introduce a la vez, en episodios de gran comicidad, a los escritores de aquel tiempo que admiraban al joven y ya consagrado Crane, aunque de esos capítulos, lo esencial es la semblanza de Cora Taylor, una mujer casada que, después de enamorarse de Crane en Jacksonville, donde ella regentaba el burdel Hotel de Dream, le siguió a Grecia para cubrir como periodista, al tiempo que él lo hacía por su parte, la guerra greco-turca de 1897. La Cora vivamente retratada por White es ardorosa, inteligente, fiel, desconfiada de los literatos que visitan al escritor enfermo y provista de la formidable sensualidad adquirida en su oficio prostibulario: "Le gustaba [a Crane, escribe White en una sugestiva escena sexual del capítulo 14] que Cora conociera tan bien el cuerpo masculino".

    Lo que da sin embargo a ‘Hotel de Dream' su categoría de refinado y conmovedor artefacto novelesco es aquello que White imagina y recrea enteramente a partir de ese cuento nunca encontrado que, según ciertos testimonios, Crane empezó a escribir, tras conocer a Elliott, con el horrendo título de ‘Flores del asfalto'; White lo cree falso y lo cambia por su cuenta a ‘El chico pintado'. Esta parte, que se inicia como contrapunto de la agonía de Crane, acaba apoderándose enteramente de ‘Hotel de Dream', y la desmesurada y trágica pasión que viven en ella el atractivo muchacho y el atormentado banquero Theodore Koch es mucho más que el correlato ficticio de las últimas horas de amor crepuscular entre Stephen y Cora. Ejerciendo su libertad de fabular, White refleja en ‘El chico pintado' el escenario urbano de una Nueva York en sus bajos fondos (ya muy presente en la primera gran novela de Crane, ‘Maggie, una chica de la calle'), traza con una gracia picante los perfiles de un universo gay decadentista y excéntrico, y va desarrollando el destructivo romance de Theodore y Elliott, que tampoco en esta novela imaginaria acaba del todo, aunque sí alcanza un magnífico clímax con los consejos urgentes y precisos que el moribundo le va dictando a Cora para que Conrad o James la puedan concluir. No contaremos el sorprendente giro del desenlace.

   Edmund White, reconocido desde su primera obra maestra ‘La historia particular de un muchacho' y seguramente menos leído que otros autores de su generación (nació en 1940), es a mi juicio el mayor prosista que hoy escribe novela en América. Esto, que convierte la lectura de sus libros en un placer constante, puede ser un tormento para sus traductores. Cruz Rodríguez lleva a cabo su cometido con solvencia; hay algún pequeño problema de comprensión, un feo error o errata al llamar Antonio al Antinoo del emperador Adriano, y, lo que es peor, un desliz al describir la voz (página 16) y también ciertos modismos de Henry James.

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17 de febrero de 2011
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La tesis Chua

 

Una visita se ha dejado un libro encima de la mesa. Hemos hablado de cómo hace furor en América y luego el volumen se ha quedado olvidado. Yo no había tenido nunca en la mano un bestseller americano, este tiene muy buen aspecto y está bien hecho. Se titula Battle Hymn of the Tiger Mother, la autora es Amy Chua, y desde que el mes pasado el Wallstreet Journal publicó un avance bajo el título “Por qué las madres asiáticas son mejores”, causa un comedido revuelo en Upper West Side y alrededores.

Quizá por aquello de que China está de moda, la portada hace un guiño al libro rojo de Mao. La señora Chua, que es profesora en Yale y ha publicado libros sobre transacciones internacionales, globalización, desarrollo y otras materias inauditas, ha hecho un bestseller narrando cómo formó a sus dos hijas para el éxito. No más les prohibió dormir en casa ajena, ir a fiestas de cumpleaños, jugar con el ordenador, participar en el teatro de la escuela y sacar cualquier nota que no fuera sobresaliente, quitando gimnasia y teatro, materias que Chua abomina. Las jóvenes Chua tenían que practicar dos horas al día, una el piano, y la otra el violín. Llegado el caso, no podían ir al baño ni beber agua hasta terminar a satisfacción los ejercicios. Chua presume de haberlas amenazado con cuatro años sin regalos, más la destrucción de todos sus juguetes, como motivación para los pasajes difíciles. Dice que la mayor le ha salido obediente, y fue públicamente expuesta como aspirante a pianista prodigio en el Carnegie-Hall. La menor, en cambio, se pasó al violín y odia ligeramente al piano y su madre.

Chua incide en la preocupación de los padres de clase media por el ascenso social de sus hijos y en el tópico de la superioridad de los niños prodigio de origen asiático. ¡Y todo esto sucede cuando la prensa segura que América le entrega el relevo de superpotencia mundial a China! Con tan fausto motivo, el libro de Chua comparte el mayor número de pilas en las librerías americanas con When China Rules the World de Martin Jacques, que anuncia el acabóse del mundo occidental.

Chua acongoja a los americanos con detalles como comprobar que al matricular a sus hijas en la Juilliard School de Nueva York vio que prácticamente todos los padres eran extranjeros. Y dado que muchos americanos se admiran de la cantidad de genios matemáticos y musicales que engendran los chinos, Chua les dice cómo hacerlo, y para empezar aconseja prohibir a los hijos la elección de hobbys. Entonces los padres americanos se preguntan si la señora Chua es una madre o una monstrua, mientras quedan sumidos en la inseguridad, dado que la última moda parecía ser que eran los hijos quienes educaban a los padres, y el veredicto de Pisa parece cada vez más inclinado a los países asiáticos. Para consuelo de afligidos, siempre se puede apuntar que el suicidio es la segunda causa de muerte entre las jóvenes chinas americanas.

Cuando la hija pequeña tenía cuatro años, confeccionó una tarjeta como regalo de cumple de su mamá, y Chua sostiene que le devolvió el regalo por defectos de fábrica, con la terminante indicación de que podía hacerse mucho mejor, porque ella misma fue educada así, y el éxito habla solo: es la mayor de cuatro chinas que consiguieron ingresar en la Liga Ivy, y hasta su hermana que tiene síndrome Down ganó dos medallas de oro en los Paralímpicos. 

Chua asegura estar orgullosa de haber expedido esta frase en clase: “Ahora contaré hasta tres, y luego quiero musicalidad. Si la próxima vez no es perfecta, cojo todos tus muñecos de peluche y los quemo”. También le honra la confesión de que el método funciona bien solo la mitad de las veces. La pequeña le dijo una tarde: “No soy china. No quiero ser china. Odio el violín. Odio mi vida. Te odio a ti”. Y consiguió permiso para jugar al tenis. 

Chua dice haber llevado al éxito a sus hijas musicales, y también al estrellato, porque espera que el libro también las haga famosas a ellas, ahora que tienen dieciocho y catorce años, y están tan formalizadas que, para destacar, casi no les queda más que el crimen o la calle.

Veo que también ha aparecido la versión alemana del libro. La han titulado Die Mutter des Erfolgs (han renunciado a la espectacularidad del  título original: una traducción literal de Battle Hymn sería Schlachtgesang, pero la preceptiva ordena hipocritear ante tales palabrotas, que sonarían como sacadas de las películas de propaganda de las SS que cautivaron a Grass), le han resaltado el look de libro rojo de Mao, y los comentaristas se han esforzado por hacerse los impresionados.

Algunos expertos en entelequias creen que la publicación podría valer como excusa para un debate entre confucianos y aristotélicos. Pero, por lo visto, la tesis Chua tiene un acompañamiento de ñoño continuo que desmotiva hasta el escándalo. 


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17 de febrero de 2011
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Mentirosos

Uno mintió cuando dijo que no fumaba. Defendió luego su derecho a la mentira poética. El otro mintió cuando dijo de alguien que había sido detenido en una operación policial en Arganzuela contra una trama de explotación sexual. No sé yo cómo hará luego para defender su derecho a mentir. ¿También razones poéticas?

El contraste no puede ser más claro. Uno con la palabra quiere reforzar la retórica falaz de su defensa del tabaco. El otro la utiliza para desacreditar a quien detesta y perjudicarle en su fama y en su reputación. Uno con sus mentiras no perjudica a nadie, salvo a sí mismo. El otro con las suyas hiere y con contumacia: quiere herir y dañar. Hay un abismo entre ambos. Uno jamás habla de moral, mientras que el otro se la lleva a la boca en cuanto le dan la ocasión. La frivolidad de uno y la inmoralidad del otro nos aleccionan sobre el sonido hueco de ciertas palabras y los escasos escrúpulos de quienes percuten sobre ellas como en un tambor. Quien esto hace no es un mentecato, o no solo, es sobre todo un inmoral. Y lo peor es que lo que ha destruido su sentido moral y su credibilidad como periodista no es más que la vanidad.

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16 de febrero de 2011
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Nuestra naturaleza

De la correspondencia con Felix de Azúa de la que aquí  he venido haciendome  eco, me inquieta el siguiente párrafo sobre el tema recurrente del capitalismo como expresión social de la naturaleza humana : "Es simple condición humana y del mismo modo que los intentos de mejorar esa condición por la fuerza de las armas han conducido a masacres espantosas y a una mayor miseria cuando se produjeron en nombre de Dios, así también cuando se producen en nombre de la filosofía, del proletariado, de la nación o de cualquiera de los dioses secularizados en el XIX".

Interviene Basilio Baltasar en el intercambio de mensajes entre Felix  y yo mismo. Respecto a la tesis de Azúa  relativa a que  el capitalismo vendría a ser la expresión histórica de nuestro código genético,  Basilio me indica que  no ve  inconveniente mayor en aceptarla "como una más de las atribuladas verdades con que la condición humana se enfrenta a su incierto destino". Verdad  que entre otras cosas, explicaría  que el poder financiero se imponga sobre los estados que se hallarían aun tentados de   poner alguna traba a la rapiña de los poderosos sobre los débiles. No obstante Basilio hace la siguiente observación: 

 "Félix deja pendiente el asunto del que estamos hablando desde el año 1: ¿nos resignamos o nos refutamos? ¿Encauzamos la eclosión de nuestra "naturaleza" o damos rienda suelta a sus deseos? Evidentemente, el capitalismo salvaje es una consecuencia del hombre salvaje. Por eso hemos imaginado un proyecto civilizatorio. ¿O no?"

Por hoy dejo la pregunta abierta,  con una precisión: No me parece claro que el capitalismo salvaje sea una consecuencia del hombre salvaje, al menos si por salvaje entendemos un ser humano que, por una razón u otra, ha sido apartado del horizonte del lenguaje y de la vida mediatizada por símbolos. Como muchas de las cosas que remiten al fantasma de un mal radical, la explotación de los humanos no es tanto expresión  de retorno a la selva como expresión del aspecto sombrío de la razón y el lenguaje.

Hace un par de años comentaba aquí mismo mi sorpresa de que el término bestia (utilizado como sinónimo de no civilizado) fuera una y otra vez utilizado para referirse a aquel ser -desde luego bien humano- que en Austria había mantenido a su hija encerrada en un sótano convirtiéndola en objeto sexual. Haciendo una relación de casos de este tipo a fin de justificar una de sus tesis, Freud dice retoricamente "¡pero basta de tales horrores!". Horrores que- como la desolada situación económico social de Haití- tan sólo el hombre provoca...aunque la naturaleza acuda de vez en cuando en su ayuda.

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16 de febrero de 2011
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Flebas, fenicio muerto

Algunos seguidores de este blog habrán recordado de inmediato el poema de T.S. Eliot que canta la muerte de Flebas el fenicio y cómo le posee el olvido de las gaviotas chillonas, del undoso mar, de las pérdidas y las ganancias.

Phlebas the Phoenician, a fortnigth dead

Forgot the cry of gulls, and the deep sea swell

And the profit and loss.

    Pertenece a uno de los más bellos poemas del siglo XX, The Waste Land, y de los más oscuros. Superior, a mi modo de ver, al tan celebrado Four Quartets. Ciertamente la muerte por agua es distinta de toda otra muerte.

Richard Henry Dana, de la quinta de Charlotte Brontë, se hizo a la mar en 1834. Marinero del Pilgrim cuando apenas salía de la adolescencia, no regresó al puerto de Boston hasta 1836. Su diario, anotado con las fatigas, gozos, angustias, sacrificios, esplendores y desdichas de un marinero raso, se publicó en España con el título "Dos años al pie del mástil" en traducción de Rivas Cherif. Ha habido luego otras versiones, pero yo le tengo apego a la antigua, escrita en un español sabroso y algo arcaico. Por ejemplo, el nombre del autor viene como Ricardo Enrique (R.E.) Dana, lo que despista porque en las ediciones inglesas aparece, claro está, como R.H.

    Entre otras muchas páginas que ilustran sobre el mundo antiguo de los grandes veleros que doblaban por el Cabo de Hornos para negociar en una California aún española, Dana, que había cursado estudios en Cambridge y cuyo enrolamiento obedecía a razones éticas y psicológicas, nos comunica su descubrimiento de la muerte por agua. En una desdichada maniobra, uno de sus compañeros, criatura de veinte años que trataba de ajustar una gaza en la cofa del palo mayor, cae al agua y se ahoga. Escribe Dana:
    "Siempre es solemne la muerte, pero nunca tanto como en el mar. Muere un hombre en tierra y su cuerpo queda entre los amigos; pero si se cae por la borda al mar, hay tanta precipitación en el suceso y tal dificultad para encontrarlo que el misterio se apodera de todo."

    Conciso y elegante: el misterio se apodera de todo. El cuerpo ha sido engullido por la nada y a nosotros no nos queda el consuelo de ver el despojo de quien fuera alguien cercano y amado. Las fauces misteriosas de la aniquilación se han tragado al amigo. Entonces nos imaginamos en igual situación: nadie cerrará nuestros ojos. Sentimos la augusta soledad del vacío eterno. Es un clásico: nacemos solos y morimos solos, pero más solos aún si no hay compañía para el cuerpo perdido. Por eso es de una crueldad inhumana, patológica, la tortura de los desaparecidos, como en Chile y Argentina, o la más cercana, cutre, miserable, de esos rufianes que tras violar y asesinar a una niña entregaron su cuerpo a la nada para que el mar la devorara.

 

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16 de febrero de 2011
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I. Excepciones a la regla

Como parte de la intensa jornada con que se celebró en Bogotá el centenario de la fundación del diario El Tiempo, me tocó compartir con José Miguel Insulza, actual secretario General de la Organización de Estados Americanos, y con Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano, el panel de discusión acerca del futuro de la democracia en América Latina.

            Las preguntas que pueden plantearse sobre el tema son atractivas, además de fundamentales. ¿Hemos avanzado lo suficiente en el camino hacia la conquista de la democracia como sistema de vida, sin vuelta atrás? ¿Será el siglo veintiuno el siglo de la consolidación democrática? ¿Tenemos todos, gobiernos y ciudadanos, una sola visión de la democracia? ¿Ha desaparecido el caudillismo que desprecia las reglas constitucionales y el orden legal, o por el contrario, sobrevive como un fantasma del viejo pasado?

            Que ha habido progresos, fue algo en lo que los tres panelistas estuvimos de acuerdo. Quienes quieren quedarse para siempre en el poder, acomodando a su antojo las leyes, y despreciando y manipulando la Constitución, no son la regla, sino la excepción, y son los que sin duda están expuestos a los vientos de cambio que hoy día soplan con inusitada fuerza desde oriente, esas rebeliones ciudadanas que llenan las plazas y no cesan sus airadas protestas, día tras día, noche tras noche, hasta que el tirano que se cree eterno tiene que marcharse por la puerta de la cocina, huyendo de las iras populares.

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16 de febrero de 2011
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