"Si se juzga al amor por la mayoría de sus efectos, se parece más al odio que a la amistad". La Rochefoucauld

"Si se juzga al amor por la mayoría de sus efectos, se parece más al odio que a la amistad". La Rochefoucauld
El nuevo edificio de la Filarmónica de Hamburgo, obra de los suizos Herzog & de Meuron, que abrirá sus puertas dentro de un año, está concebido para ser fotografiado desde el agua. En las simulaciones puede verse la cresta de vidrio y sus puntas en forma de ola rompiente recortadas contra el cielo a 37 metros de altura, pero también reflejadas como fantasma luminoso en el negro espejo del puerto. O para mayor exactitud, en uno de los remansos acuáticos de HafenCity, que es como se llama la ampliación de la ciudad hanseática. La denominación de PuertoCiudad, aunque poco imaginativa, es exacta ya que está creciendo sobre la antigua Speicherstadt, la zona de almacenamiento formada por gigantescas bodegas de ladrillo. Se ha reservado de la demolición una línea de bodegas a lo largo de un canal, memoria del viejo puerto hamburgués. Son como una teoría de bellas esfinges rojas en un bosque de acero y cristal.
El grandioso proyecto, a orillas del estuario que forma la confluencia de los ríos Aster y Elba en su desembocadura marítima, ocupa ciento cincuenta y siete hectáreas en las cuales se levantan o levantarán, según su grado de acabamiento, setenta y ocho proyectos, todos ellos colosales. La sede de la Filarmónica, el llamado Elbphilharmonie Concert Hall, es quizás el más brillante y fotogénico, pero allí están también la central de Unilever, el grupo Spiegel, el Centro de Ciencias Marítimas (quizás la ocasión de que Koolhaas escape al tedio), la compañía Lloyd/Alemania (cuenta con dieciséis mil empleados) o el Museo Marítimo, además de casi seis mil viviendas.
Con mis compañeros de viaje, Carlos, Patricia, Alfonso, Josep, todos ellos arquitectos, recorremos aquella explosión constructiva entre admirados y sobrecogidos. ¿Cómo se financia una ciudad semejante? ¿De dónde sale tal ingente cantidad de cientos de miles de millones de euros? Algunos aspectos son admirables, como el hecho de que toda la ciudad se alce ocho metros sobre el nivel del mar para evitar las crecidas del Elba las cuales alcanzan los tres metros en circunstancias normales, pero el doble con galerna. Sin embargo no se puede evitar la sensación de estar ante un efecto del petrodólar, una Lagos del norte, un Dubai nevado. Lo cual, evidentemente, es engañoso.
El puerto de Hamburgo es el segundo de Europa, detrás de Rotterdam, pero supera a este último en número de contenedores. Todos los que hemos visto la serie "The Wire" sabemos que en los contendores viajan las mercancías más insospechadas, desde carne humana a residuos radiactivos. Es humanamente imposible controlar toda la carga cuando suma tantos millones de unidades. La extensión gigantesca de algunos edificios de HafenCity son simplemente espacios para la acumulación de mercancías, y allí aguardarán el momento estratégico de su distribución. En un proyecto de este tipo están interesados absolutamente todos los hombres de negocios que transportan algo, lo que sea, legal o ilegal, de un continente a otro. Aquí llegan mercancías oceánicas, asiáticas, africanas, americanas o europeas y aquí comienza su distribución. Un jovial perito del puerto, gordo, cervecero y fanático del Barça, al saber que mis arquitectos eran catalanes afirmaba con sonoras carcajadas: "¡Jamás tendrrréis un corrredor mediterrráneo, echadle la culpa a Matrrrit, perrro quienes lo impiden están aquí... o en Brrruselas!". ¿Una competencia portuaria mediterránea a estos dos titanes, Hamburgo y Rotterdam? ¿Un atajo para las mercancías asiáticas que evite el Atlántico? ¡Ni en sueños!
La ciudad hanseática tiene menos de dos millones de habitantes y la región metropolitana algo más de cuatro. Es aproximadamente la escala de Barcelona y su área. Quizás por esta razón hay una nutrida colección de profesionales barceloneses trabajando en el proyecto hamburgués. Para un técnico vocacional ha de ser una oportunidad fabulosa esta de crear una ciudad enteramente nueva con todos los elementos tecnológicos puestos al día. Y con ese presupuesto. Un presupuesto para el que no existe crisis porque estamos hablando del dinero verdadero, no del coyuntural. Estamos hablando de los amos del mundo.
Camino por los terrenos de un futuro parque, aunque creo que no es el que va a construir Beth Galí: me he perdido parte de la explicación, nuestra guía habla a una velocidad vertiginosa y sólo confunde constantemente, pero eso es inevitable, los géneros. Me parece encantadora cuando dice "la sindicata". El parque está al borde del agua y será sin duda un lugar de cafeterías, terrazas, bicicletas y paseos familiares. El clima es riguroso, pero los hamburgueses, gente extraña en Alemania, gente que perteneció a Dinamarca durante más de dos siglos (de 1640 a 1864 el barrio de Áltona, por ejemplo, que es por donde paseo), es también rigurosa. En los terrenos de este parque se alzaba, antes de la Segunda Guerra, la Estación de Ferrocarril. De aquí salieron los trenes cargados de judíos hacia los campos de exterminio. Hay una leve referencia a la masacre, un sobrio homenaje a las víctimas, no podía faltar, pero los habitantes de Hamburgo pagaron cara la arrogancia y la barbarie germanas.
El 28 de julio de 1943 un ataque combinado de la fuerza aérea británica y la armada norteamericana arrojó diez toneladas de bombas incendiarias sobre el puerto y las zonas residenciales de la ciudad. El relato puede leerse en uno de los mejores trabajos de W.G. Sebald, "Sobre la historia natural de la destrucción" (Anagrama), de donde lo transcribo. Dice Sebald: "Un cuarto de hora después de la caída de las primeras bombas, todo el espacio aéreo, hasta donde alcanzaba la vista, era un solo mar de llamas". Las bombas explosivas de cuatro mil libras estaban construidas de modo que arrancaran de cuajo puertas y ventanas, tras lo cual llegaban las bombas incendiarias ligeras que prendían en cubiertas y tejados. Por fin, las bombas incendiarias pesadas penetraban por todas las brechas y corrían como ríos de lava hasta inundarlo todo. Al quemar el oxígeno aceleradamente las llamas provocaron un huracán con vientos de 150 kilómetros por hora, mientras la columna de humo se alzaba hasta ocho mil metros de altura. Cuando los relojes marcaron la llegada del día, seguía siendo de noche. Así permanecería durante semanas bajo una capa plomiza de cenizas en suspensión, pero nadie lo vio.
Se calcula que un millón y cuarto de la población salió huyendo, lo que viene a ser su totalidad descontados los doscientos mil muertos. Comenta Sebald con razón que nunca sabremos la cifra exacta porque hay innumerables testimonios de masas humanas mudas y enajenadas, cubiertas de harapos y quemaduras, vagando por los campos y pueblos hasta tan lejos como Berlín. Si alguien trataba de ayudarles y se les acercaba, escapaban aterrados o se quedaban paralizados en una atonía similar a la que años más tarde se podría ver en Hiroshima. Nadie sabe qué fue de toda aquella gente. Tan tarde como en otoño de 1946, el escritor sueco Stig Dagerman escribía que viajando en tren por la zona de Hamburgo observó durante más de veinte minutos un paisaje lunar sin un solo ser humano visible. Nadie, dice Dagerman, miraba por las ventanillas, y supieron que era extranjero porque yo sí miraba.
Sobre ese cementerio ahora se levanta la nueva HafenCity, opulenta, poderosa, rampante. El bombardeo de arrasamiento de 1943 se llamaba "Operación Gomorra" por la fama de que gozaba el barrio rojo de Hamburgo, uno de los prostibularios más notorios del mundo. Ahora ya no queda nada de aquel pasado. Cuando a veces se me ocurre elogiar a los alemanes por su energía para vencer el remordimiento, la culpabilidad y el resentimiento, siempre hay alguien que comenta despectivo lo aburrida y sosa que le parece aquella gente comparada con nuestra jovial, despreocupada y simpática campechanía. Lástima que tantas virtudes mediterráneas no sean reconocidas más que por gente campechana, despreocupada, y, eso sí, muy simpática. Sin embargo, en ocasiones se puede preferir la grandeza.
Artículo publicado el 1 de marzo de 2011.
El historiador británico Eric Hobsbwam dio por cerrado el siglo XX en 1989 con la caída del Muro de Berlín y a continuación el hundimiento del entero bloque socialista. Los acontecimientos iniciados en Túnez a finales de 2010 y la caída consecutiva de tres dictadores en el norte de Africa permitiría reelaborar la teoría del siglo corto de Hobsbawm y convertirlo en un siglo largo que termina justo en los últimos días del pasado año, cuando al fin un entero fragmento del planeta, los países árabes, rompen los corsés geopolíticos en los que se hallaban aprisionados y empiezan su marcha hacia la libertad, al igual como lo hicieron hace algo más de dos décadas los países de Europa central y oriental.
Es una novedad absoluta la idea de una revolución democrática en un país árabe, donde la dominación colonial fue sustituida por monarquías feudales o dictaduras laicas. Aunque la influencia soviética en la región empezó a declinar mucho antes de que los regímenes comunistas entraran en crisis, los sistemas políticos que se instalaron, bajo la protección occidental, mantuvieron alejados a todos estos países de las fórmulas de gobierno democráticas, como si fueran fósiles de la guerra fría. Sus regímenes garantizaron el control de los flujos migratorios, el suministro de petróleo y la contención del islamismo político, cobrándose sustanciosos beneficios en su asociación con las potencias occidentales, empezando por Estados Unidos. Las dictaduras árabes habían sobrevivido al siglo XX y penetrado en el XXI con los mismos iliberales pertrechos, pero han sido finalmente los ingredientes de la nueva modernidad los que han terminado con ellas. Muchos son los elementos que hacían incompatible esas dictaduras cleptócratas de aspiración hereditaria con la evolución de estos países: su joven demografía, la penetración de las tecnologías de comunicación, la consolidación de televisiones panárabes globalizadas, el desgaste del islamismo político o el ejemplo de la prosperidad que se expande ya no sólo en Europa y Estados Unidos sino incluso a los países llamados emergentes. Este nuevo muro que acaba de caer obliga a Estados Unidos y a la Unión Europea a poner los relojes a cero en su política respecto a Oriente Próximo, después de veinte años de perder el tiempo. En pocas cuestiones es más clara la congelación del status quo que en el conflicto israelo-palestino, que se encuentra en un callejón sin salida después de casi veinte años que han liquidado por agotamiento y esterilidad el Proceso de Oslo. Aunque también Israel se encuentra ante una difícil encrucijada que le obliga a reformular toda su política árabe y plantearse seriamente si es sostenible su actual política de colonización del territorio palestino. La teoría de la incompatibilidad entre los árabes y la democracia, desmentida por los hechos y sobre todo por las aspiraciones de los revolucionarios, echa una nueva luz sobre los errores de la política exterior de Bush y las vacilaciones y dudas de Barack Obama; pero cuestiona mucho más directamente los planteamientos de la derecha extrema israelí, ahora en el poder. La revolución árabe es una fuerza emergente más en un mundo en cambio, con la salvedad de que a ésta no se la esperaba. La potencia que mayor provecho puede sacar de este nuevo vector, sin embargo, no es árabe. Turquía es el país que mayor beneficio atisba en una evolución democrática en la orilla sur del Mediterráneo, zona geográfica antaño controlada desde la capital imperial Istanbul, en una nueva exhibición no tanta de emergencia como de reemergencia. Turquía puede ofrecer un liderazgo internacional islámico y no occidental, tanto en el terreno económico como en el político. La atracción de su modelo no radica tanto en el paradigma de una laicidad finalmente bajo vigilancia militar como en el empeño del partido islamista en el poder por hacer compatibles la modernidad de una sociedad de mercado con libertades políticas y la hegemonía cultural y religiosa del islam. No es el caso de la República Islámica de Irán, que ha enfrentado las revueltas con extraordinaria ambivalencia. Por una parte, la revolución se ha llevado por delante a varios enemigos de los ayatolas y sitúa bajo amenaza a muchos otros, empezando por la monarquía feudal saudí. Pero, por la otra, el ejemplo de Túnez, Egipto y Libia da alas a la oposición y debilita internamente a la dictadura islamista. El mapa geopolítico que saldrá de esta crisis ya es el mapa del siglo XXI. En la correlación de fuerzas resultante Europa y Estados Unidos tendrán menos palancas para la acción. Es probable, además, que los europeos paguemos muy cara nuestra resistencia a la integración de Turquía, que ahora puede volcarse en construir un gran mercado mediterráneo gravitando en Oriente Próximo y capaz de atraer a Irán. El mismo peligro les espera a los israelíes, que han preferido cerrar los caminos a la paz mientras gozaban de todo tipo de ventajas políticas, estratégicas e incluso morales, pero en un futuro más o menos próximo pueden verse forzados a firmarla habiéndolas perdido todas. La mezquindad europea con el entorno árabe y musulmán fácilmente se girará en su contra, a menos que se produzca una rápida reacción, ahora muy improbable, que ofreciera a los países que se conviertan en democracias el mismo trato que se brindó a los países que salieron del comunismo a partir de 1989. Si geográficamente el norte de Africa no es Europa, hay que reconocer el interés que podría significar para el viejo continente, de demografía declinante y sin fuentes propias de energía, la eventual integración de países que tienen todo lo que nos falta a los europeos. Sería la mayor de las ironías que después de cerrar el paso a Turquía, ahora hubiera que abrir las puertas a unos países que tienen las mismas características que sirvieron secretamente para el rechazo.
Felix de Azúa me hace diversas observaciones, a propósito de una de mis últimas columnas. Señala con razón que si debemos a la cultura la erección de catedrales, le debemos también gran parte de lo que emponzoña, envilece, degrada o simplemente hace más gris nuestra vida. Como ejemplo de esto último, Felix me indica la institución del matrimonio, cuya función sería "la culturización de la sexualidad para que no fuera propiamente bestial". Difiero al menos parcialmente: el matrimonio está muy probablemente destinado en efecto a canalizar -cuando no a esterilizar- el deseo, pero no precisamente un deseo de orden bestial.
Psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas encuentran en sus pacientes razones para sospechar que las patologías sexuales no proceden de la bestia en nosotros sino de la cultura misma, de la impregnación de nuestra animalidad por el binomio pensamiento- lenguaje. Quizás genetistas y neurólogos alcancen lo que Felix designa como " mapa de las funciones bestiales", pero contrariamente a lo que me señala no darán cuenta del amor, simplemente porque éste muy poco o nada tiene de función bestial, no es mera expresión de un "conjunto químico". El amor tiene obviamente su soporte en genes y neuronas, pero no se reduce a las potencialidades de las mismas. Implica propiedades emergentes, como casi todas las manifestaciones psicológicas cabalmente humanas. Lo susceptible de "causar una nueva matanza excesiva incluso para las demás bestias" no es "nuestra bestia", sino desde luego nuestra humanidad.
El nuevo libro de cuentos del mexicano Antonio Ortuño, La señora Rojo (Páginas de Espuma, 2010), tiene algo de engañoso. Quizás sea su brevedad --el hecho de que se puede leer de una sentada--, o su prosa carente de florituras: todo parece fácil, demasiado fácil. Un libro que es como un relámpago podría pasar de puntillas en la avalancha de novedades. Y sin embargo La señora Rojo queda. Es notable el mérito de Ortuño: ha hecho que lo que parece poco sea mucho.
Ortuño, escogido hace poco por la revista Granta entre los mejores narradores jóvenes en español, transita por diversos registros, desde el relato breve que ha hecho escuela en la literatura latinoamericana hasta los cuentos de corte más clásico, desde las exploraciones de la individualidad desquiciada en la primera parte de La señora Rojo –una individualidad que se agita en medio del contexto social-- hasta los universos más amplios de la segunda parte, en los que lo político y lo histórico se convierten en las formas fundamentales por las que se constituye el sujeto contemporáneo. Hay un diálogo con la tradición, pero también una apropiación muy particular de esta: Ortuño ya tiene un mundo propio, un estilo inconfundible.
El tono principal de Ortuño es el del humor negro, el de la sátira descarnada: hay malicia y crueldad, aunque en general estas no suelen ser gratuitas (hay excepciones). “Agua corriente”, el primer cuento del libro y uno de los mejores, prefigura lo que vendrá: el narrador, “con una madre abandonada por el marido con un hijo pequeño y otro imbécil”, pertenece a una familia tan pobre que las cenas se preparan en base a sobras. Por suerte hay agua caliente: eso permite “limpiar la sangre que le escurría a mi hermano de la boca cuando se despeñaba por la escalera o caía en mitad de un pasillo y se machacaba en las esquinas de los muebles”. Se leen de paso observaciones afiladas en torno a la sociedad (el narrador se embrutece en la escuela “con las cenizas de educación pública que recibía”).
En este libro hay varios cuentos magníficos: “El Grimorio de los vencidos”, el más divertido y burlón; “La señora Rojo”, que funciona a nivel literal (una inmensa tortuga invade el jardín de una familia de clase media) y a nivel metafórico (una alegoría del destino aciago de nuestras sociedades, en las que un obstáculo es reemplazado por otro); “Pavura”, que comenta con lucidez acerca de la paranoia contemporánea del control y la seguridad (un encargado de seguridad obsesionado con su trabajo se enfrenta al miedo de que los controles sean burlados, pero en el fondo su inconsciente ya ha sido tomado: vive con el miedo de saber que bastará un parpadeo para que “el enemigo, el mal, la demencia infinita” ingresen en “nuestras entrañas”); “Héroe”, que se puede leer como una variación de un cuento de Borges (“Tema del traidor y del héroe”).
Como en buena parte de la cuentística latinoamericana, los cuentos de Ortuño suelen decantarse por el golpe de efecto, la vuelta de tuerca del párrafo final. Si el impacto no es el deseado, el cuento se resiente. En ese sentido, hay textos como “El día del amor” y “La culpa de las revueltas” en los que la violencia final es más bien caricaturesca y su fuerza inicial se diluye. Aquí el humor negro y la crueldad no son un medio para un fin sino un fin en sí mismo. Detalles menores: La señora Rojo es un libro sólido, uno de los mejores de la narrativa mexicana contemporánea; Ortuño, capaz de imaginar a los ancianos “cerúleos y frágiles” que caminan por los pasillos de un hospital como si fueran parte de “un ballet decadente y espantoso”, ha alcanzado la originalidad y madurez que anunciaban libros como Recursos humanos (2007) y El jardín japonés (2007).
(Letras Libres-España, marzo 2011)
La semana pasada tuve la oportunidad de visitar La gran convulsión, la exposición montada por el Guggenheim de Nueva York sobre las vanguardias en el período 1910-1918. El museo no escatimó esfuerzos para presentar las grandes obras de esos años de gran fermento creativo que terminaron con el horror de la primera guerra mundial. Los cuadros estaban acompañados por fotografías y manifiestos que iban desde la noche futurista de enero del 1910 en el teatro Politeama Rossetti de Trieste hasta el Manifiesto I de De Stijl firmado en noviembre de 1918 por Mondrian, Van Doesburg y otros.
Una exposición tan ambiciosa como esta sirve para reevaluar a artistas y movimientos. El Guggenheim muestra con contundencia que las vanguardias fueron efímeras pero su legado no: todavía hoy vivimos bajo la sombra de sus logros. Los artistas que conocemos como centrales –Picasso, Kandinsky-- lo seguirán siendo, aunque en particular hubo dos que yo entendía como de secundarios y que crecieron ante mis ojos: Franz Marc y Robert Delaunay. El alemán Marc, un expresionista fundador de la influyente revista Der Blaue Reiter, fue uno de los que creyó que la guerra podría limpiar el materialismo rampante en Europa y restaurar los valores religiosos y espirituales; un par de meses en el frente de combate bastó para desilusionarlo. Desde el punto de vista artístico, sin embargo, impresiona ver cómo sus cuadros previos a la guerra fueron premonitorios: La desafortunada tierra del Tirol y El destino de los animales, de 1913, capturan a la perfección las tensiones políticas y económicas que llevarían directamente al conflicto bélico.
El francés Delaunay, junto a pintores tan diversos como Mondrian, Léger y Chagall, exploró esos años nuevas formas de representar el espacio. La exposición del Guggenheim hace patente su obsesión con la torre Eiffel, que él veía como el símbolo por excelencia de la modernidad y también, de acuerdo a la crítica Tara Ward, como un “desafío para la composición (¿cómo hacer que algo tan alto entre en el espacio confinado de un cuadro?)”. Influido por los cubistas y por las teorías del color de Chevreul, Delaunay trató de usar perspectivas simultáneas y combinaciones de tonos de color para crear la sensación de que sus versiones de la torre tenían tres dimensiones.
Sorprende la alianza que existía en esa época entre las artes visuales y la escritura: los futuristas publicaron más de cincuenta manifiestos; casi todos los vanguardistas escribieron ensayos para defender sus teorías. La poesía exploró formas visuales (los caligramas de Marinetti y Apollinaire), y, a la inversa, muchos cuadros tenían su referente poético. Una de las alianzas más creativas se produjo entre Delaunay y el poeta chileno Vicente Huidobro, como analiza Rosa Sarabia en su libro La poética visual de Vicente Huidobro (Iberoamericana, 2007). Huidobro llegó a vivir a París en 1916 e ingresó rápidamente en los grupos vanguardistas; en 1917 ya era uno de los fundadores y financiadores de Nord-Sud, la revista dirigida por el poeta Pierre Reverdy. Ese mismo año Huidobro publicó en Nord-Sud su poema en francés “Tour Eiffel”, que serviría de base para Tour Eiffel, el poema-libro que publicaría en 1918 con una portada diseñada por Delaunay y la reproducción en sus páginas de un cuadro del pintor francés.
Torre de Eiffel
Guitarra del cielo
Tu telegrafía sin hilos
Atrae las palabras
Como un rosal a las abejas
Sarabia observa que la mirada celebratoria de Huidobro tiene que ver con la torre como símbolo de la modernidad y también con el final de la primera guerra mundial (la torre ayudó en las “operaciones radiotelegráficas” de los aliados). El mérito de la exposición del Guggenheim es mostrar no sólo esa exaltación de lo moderno sino la devastación de la guerra: la “gran convulsión” adquiere su sentido si ponemos los cuadros de Delaunay al lado de los de Marc.
(La Tercera, 28 de febrero 2011)
Las ola revolucionaria se ha llevado por delante a dos dictadores, tiene a otro acorralado, ha hecho caer al primer ministro tunecino y ha obligado al presidente francés Nicolas Sarkozy a despachar a su ministra de Exteriores, Michèle Alliot-Marie que le ha durado cuatro meses en el cargo. No está mal. Todo sigue teniendo la apariencia de un brillante comienzo: ahí están en cola Bahrein, Yemen, Oman, Argelia, Marruecos, e incluso, Arabia Saudí. No hay que minusvalorar un pequeño detalle significativo: la Autoridad palestina ha cerrado su oficina de apoyo a la negociación de paz. Sarkozy, al anunciar la remodelación de Gobierno, ha anunciado también que hay que refundar la Unión para el Mediterráneo (UpM).
Es una de las noticias más curiosas de la temporada: la UpM arrancó hace tres años en una cumbre en París con un buen puñado de dictadores y no ha conseguido reunirse por segunda vez. Su secretaría, instalada en Barcelona, no funciona todavía a pleno rendimiento y tiene el cargo de secretario vacante, porque el diplomático jordano que lo ocupaba dimitió solo empezar las revueltas árabes. Por cierto, hace bien Sarkozy queriendo refundarla: nominalmente, él y Mubarak son todavía los copresidentes del artefacto. Todos sabemos que el presidente francés tiene algo de Adán. Le gustan los nuevos comienzos y las refundaciones. Quiso refundar el capitalismo, que tiene un poco más de historia que la UpM, y todo quedó en agua de borrajas. La UpM ya fue a su vez una refundación de algo que, mal que bien, tenía más sentido y funcionaba mejor, como era el llamado Proceso de Barcelona, en el que se incluían todos los capítulos políticos y derechos humanos que fueron eliminados del nuevo invento sarkozyano. Quizás, en vez de refundar, habría que regresar simplemente al anterior formato y recuperar los papeles que el presidente francés barrió de la mesa. Michel Rocard, el ex primer ministro socialista francés al que Sarkozy quiso encargar la puesta en marcha de la UpM, ha explicado que ?comprendió en seguida que el punto de partida era la voladura de todo lo que ya existía en cuestión de diálogo euromediterráneo?. Por eso rechazó el encargo. También lo rechazó Alain Juppé, el nuevo ministro de Exteriores nombrado en sustitución de Alliot-Marie. Juppé ha explicado que ?no veía la cosa y como sustitución acepté el Libro blanco sobre política exterior porque me dije que no podía decir que no a todo?. Ambos lo explican en un libro dialogado, de reciente publicación en Francia, seguramente poco oportuno, pues acredita la profunda distancia que hay entre Sarkozy y Juppé, hasta ahora ministro de Defensa. ?El mejor de todos nosotros?, para Jacques Chirac, era Alain Juppé. Es un político tan brillante y valioso como desafortunado. El primer intento de reformar el sistema social y laboral francés fue obra suya, siendo primer ministro de Chirac entre 1995 y 12997, pero solo consiguió que la agitación social y la oleada de huelgas terminara con su gobierno. Luego cargó sobre sus espaldas los mangoneos de la financiación ilegal de su partido, llegando a sufrir condena penal por ello. Juppé ha pagado las facturas de la presidencia de Jacques Chirac, al igual que Sarkozy ha cobrado los beneficios. Juppé apoyó a Chirac en las presidenciales de 1995 mientras que Sarkozy hizo lo propio con el candidato derechista que perdió, Edouard Balladur. Está visto que si hubiera ganado Balladur entonces, quizás ahora Juppé sería presidente. Y a Francia las cosas quizás le habrían ido mejor. La llegada de Juppé a Exteriores es una buena noticia para la diplomacia francesa. Juppé ha criticado abiertamente los recortes y la marginación sufrida por el Quai d?Orsay por parte de Sarkozy con su manía de concentrar todo el poder en sus manos. También es una buena noticia para los europeos. Al fin hay un ministro de Exteriores con cara y ojos, que ya tiene experiencia en el mismo cargo desde 1993 hasta 1995. Aunque es un gaullista, sus convicciones europeas son profundas y serias, mucho más que las de su jefe Sarkozy. En el panorama actual, con una alta representante de la UE de perfil tan bajo como Catherine Ashton, y con un ministro de Exteriores alemán contestado en el interior y sin futuro en el exterior, como Guido Westerwelle, Juppé tendrá márgenes para actuar y la posibilidad de tirar al menos un poco de la apática tropa europea. (Las citas pertenecen al libro ?La politique telle qu?elle meurt de ne pas être. Alain Juppé. Michel Rocard. Un débat conduit par Bernard Guetta. JCLattès)
Si este mundo se queja continuamente de la falta de líderes, de valores, de proyectos, de sentido, su fosa principal o su cimiento es la ausencia. La ausencia en un estadio abarrotado de personas y aparatos, de bienes de consumo y financieros, de parados y emigrantes. Saturado acaso de opciones pero que una y otra vez cuando presenta su rostro le vemos marcado por la ausencia. Este es el caso de los motines, agitaciones, revueltas o disrupciones en el norte de África. Los dictadores dejan tras de sí el podio vacío, abandonan sus armaduras y se vacían las cárceles, se vacía incluso el país a través de la ola de refugiados que huyen de la masacre tirana. El vacío aparece tras de su ausencia pero adelante en el porvenir sin su pezuña se alza un nueva ausencia. Posee el resplandor de lo nuevo y la atracción del bien pero ¿de qué se trata? ¿De la democracia desacreditada de occidente? ¿De una conjugación del desconcierto en el mismo instante del desmantelamiento? La falta de proyecto, la invisible ideología conductora de quienes van a vencer repite el fenómeno característico de este mundo actual, flotando en el creciente hueco de sí mismo. Sin cuestión, la democracia agujereada es mejor que la dictadura maciza, pero a la democracia agujereada, carcomida, corrupta desvencijada y vieja que puede remedarse le queda poco tiempo para desplomarse y dejar entre su polvareda el solar vacío. ¿Para qué? ¿Hospedando qué clase de arquitectura? ¿Trazando qué convivencia humana? ¿Y en qué sistema económico, financiero, especulador, de intercambio desigual?
He tenido un ‘shock' viendo estos días en prensa las fotos de hace treinta años. Yo no estaba aquí, sino en Berlín, donde llegué al anochecer del día 23 de febrero al hotel Kempinski, lugar de la tertulia que los españoles acreditados en la Berlinale, críticos, productores y cineastas, formaban casi todas las tardes. Al verme entrar en el bar del hotel con aire incauto, Elías Querejeta me colocó en la sien el metal de una radio-casete de pilas. ¿La banda sonora de alguna alegoría bélica de las que él había, tiempo atrás, producido? Se oían tiros y voces en la grabación, pero Elías me miraba sin orgullo profesional, más bien con la cara de un atormentado personaje de la cinematografía nórdica. "Ha habido un golpe de estado en España". Ya se imaginan ustedes la continuación de la ansiosa velada berlinesa. Dos detalles recuerdo con especial nitidez: la solemne oferta de asilo político que a los españoles nos hizo en el bar americano del Kempinski el director del festival de cine, Moritz de Hadeln, y ver al día siguiente todos los periódicos alemanes con la palabra ‘putsch' ocupando la portada.
Volví a Madrid cinco días después de la multitudinaria manifestación anti-golpes del 27 de febrero, y me sumé a la alegría y el estupor que todos ustedes sintieron, los que entonces hubieran nacido o tuviesen uso de razón, claro. La vida continuó, hasta hoy, con sus altibajos políticos, que les ahorro por economía narrativa, y sus bajas humanas, más de las que uno habría supuesto, con la imprevisión de la juventud, en sólo tres décadas. España es otra, querría yo pensar que una ‘tercera españa' moderna y mixta emanada como un elixir de las sempiternas ‘españas dos' del refranero y la poesía. No vivimos actualmente en la mejor España posible, pero vivimos en un país en el que, al menos al incauto, le puede producir un ‘shock' comprobar que en las filas de encabezamiento de la henchida manifestación madrileña del 27 de febrero de 1981 no se ve a ninguna mujer, absolutamente a ninguna (al menos en la foto a dos planas que El País Domingo publicó en su edición del pasado día 20). Por curiosidad o por juego me dediqué después -todos sabemos lo que da de sí una tarde de domingo, y más si es lluviosa- a ver otras fotos en ese periódico y en otros del mismo día. Se distingue, por supuesto, a alguna que otra diputada en los escaños del Parlamento donde irrumpió con su pistola el teniente-coronel Tejero, y poco o nada más. Entre los quince miembros (uno con cigarro encendido) fotografiados por EFE en la decisiva reunión de la Junta de Defensa Nacional posterior a la intentona golpista, no hay ni una sola posibilidad de plantearse lingüísticamente el sustantivo ‘miembra'. Y de un total de treinta y cinco personajes retratados en la extraordinaria imagen de los periodistas leyendo la histórica edición especial de El País en las escaleras del Hotel Palace, sólo cuatro son mujeres, una cifra que ahora, en una situación idéntica, sería un inverosímil. Ningún número femenino de la Guardia Civil asaltó tampoco aquel 23 de febrero el Palacio de las Cortes.
Virginia Woolf, en uno de sus textos más enigmáticos, escribió que en torno a diciembre del año 1910 "el carácter humano cambió". La afirmación se ha prestado desde entonces a interpretaciones diversas, y algunas, de talante feminista, son recogidas en el recién aparecido libro ‘Virginia Woolf and December 1910'. No todos los indicios de ese cambio -coincidente con el fin de la era eduardiana- enumerados por la novelista son exclusivos de la condición femenina, aunque hay una frase en su texto que resalta estupendamente el fin del yugo de la tradición doméstica que hacía natural para la mujer educada "pasar su tiempo persiguiendo cucarachas y fregando sartenes, en vez de escribiendo libros".
No sé si el 23-F es la efemérides exacta para fijar nosotros el arranque de una metamorfosis similar, a partir de la derrota de la negra España ‘tejeriana'. Resulta en cualquier caso vertiginoso verificar que en sólo tres décadas desde aquel momento de resistencia cívica a la barbarie las mujeres ocupan hoy las Juntas, los cuerpos armados, la cabeza de la política y las finanzas, por no hablar de las artes en general y en particular de una narrativa fotográfica y fílmica que el día de aquel golpe las tenía aún en el limbo de una segunda o cuarta fila. También ha salido a la luz pública en los años trascurridos otra forma de golpe bárbaro que las mujeres reciben en su cuerpo, y no sólo en su persona, desde épocas ancestrales. La agresión continúa, no falta una casi ningún día, pero ahora -en la sociedad que surgió de aquella golpiza frustrada al amanecer del 24-F- tiene en los medios y en nuestra conciencia el lugar destacado que el horrendo crimen de la violencia machista merece.
¿Qué pensará, por cierto, de aquí a treinta años, la gente joven egipcia o tunecina al ver que en febrero del año 2011 había mujeres, con y sin velo, en la primera fila de todas esas plazas de la libertad? Ojalá que en el 2041 les parezca normal, aunque -como a mí me ha pasado ahora en nuestro aniversario- un poco corto el número de las mismas.
La primera y más inmediata cae por su propio peso y es compuesta: ¿cuándo y quién será el siguiente? Nos quedó claro que Egipto no era Túnez, ni Libia es Túnez o Egipto. Pero que eso es una oleada nadie puede discutirlo. Las tres manzanas caídas del árbol son todas distintas, pero todas tienen algo en común. Estaban maduras aunque nadie supiera verlo o como mínimo decirlo. Con tres ya es una muestra que permite enunciar la regla y ver luego si alguien más la cumple. Bahréin y Yemen están en la senda. Marruecos y Argelia solo han dado síntomas elementales. Y a nadie se le ocurre, todavía, que en los emiratos o en Arabia Saudí pueda prender.
Segunda pregunta, conectada con la primera: ¿cuándo nos afectará directamente a nosotros? En ese nosotros estamos los ciudadanos españoles, pero vale para otros. Italia ya se ha visto afectada con Libia; Francia, con Túnez; Estados Unidos, con Egipto y Bahréin. La extensión a Marruecos nos afectaría y de qué manera. Sabemos cómo han utilizado los sucesivos monarcas alauíes los múltiples resortes que nos vinculan con nuestros vecinos del sur como válvulas de descompresión cada vez que han tenido un problema interno. Arriba del todo de la lista se hallan Ceuta y Melilla; pero a continuación está el Sáhara, la inmigración, la seguridad, los marroquíes en España e, incluso, en el límite, las Canarias. No hay que hacer alarmismo ni asustarse con la eventual proximidad de una revuelta en las puertas de casa. Pero si queremos seguir haciéndonos preguntas inquietantes, y esta es una época de preguntas inquietantes, la tercera que toca es la siguiente: ¿quién va a llenar el vacío que dejan esos regímenes mineralizados como losas funerarias? Sabemos que la naturaleza tiene horror al vacío. No se trata únicamente de evitar que estos países su hundan en el caos y restaurar el mínimo orden social para que siga funcionando la economía. Hay que mantener suministros energéticos, preservar la libertad de circulación por el canal de Suez y atender a los tratados y compromisos internacionales firmados. Donde hay un ejército fuerte no parece suscitar dudas que serán los militares quienes lo harán, a riesgo de que se instalen definitivamente. Una segunda posibilidad es que sea el islamismo político el que quiera aprovecharse. Tentaciones no le faltarán, aunque por el momento haya optado por el camino de la discreción. Y la tercera, finalmente, es que estos países consigan poner la locomotora de sus revoluciones en los raíles de una transición democrática. Es lo que todos deseamos, desde Israel y EE UU hasta toda Europa, aunque a veces no lo parezca y se nos antoje lo más difícil. A tener en cuenta para nuestro comportamiento: si han hecho solos su revolución, necesitarán toda la ayuda, dinero y sobre todo visados de inmigración para hacer sus transiciones.