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Soñar sobre ruedas

Más allá de su capacidad de rapidez en el transporte o la velocidad que pueda alcanzar. La historia del automóvil está inevitablemente ligada a la educación sentimental de los jóvenes del siglo XX.

Un don del automóvil coincidente también con un desdoro es su carencia de identidad esencial. Una bicicleta, un barco o un avión son siempre así fundamentalmente. Su diseño se acopla a su función y por los siglos de los siglos cada uno de ellos forma parte de la misma naturaleza construida. Construida no por artificio, sino por oficio. El coche, en cambio, siempre ha sido un objeto de representación. Un remedo de las berlinas de los primeros tiempos, una evocación del cohete espacial en los brillantes años cincuenta norteamericanos, una suerte de bulbo que remitía al envoltorio maternal y un kinetic design actual.

La introducción de las formas onduladas o en gota que dominó su diseño en los años noventa contenía una doble predicación: de una parte, el coche continuaba la configuración del ser humano, y de otra, ese organismo introducía la imagen corporal de la mujer, que ya conducía mucho.

No se trataba, pues, de una mujer provocativa al estilo de las que se atrevían a fumar en los años cincuenta o a cruzar las piernas por esas fechas, sino de una mujer integrada en la titulación social, ascendente y destacable como el hombre. Las modulaciones de la carrocería denotaban así, en el extremo, su cuerpo ondulado y embarazado. En ese tiempo, que ya se había sufrido la formidable alza del petróleo, el coche no era tanto para correr sino para pasear, visitar, transportar y albergar.

El coche, poco después de su nacimiento en Europa y su dinámico desarrollo norteamericano, se convirtió en una pieza de velocidad muy unida a la agresividad de los tiempos del siglo XX y al futurismo antifeminista de muchos hombres que odiaban tanto a la mujer como alababan el aeroplano.

La máquina que llaman los italianos al coche se corresponde con la tesis del gran libro La máquina y el jardín (Leo Marx), que describe con precisión y emoción el alma americana. Los norteamericanos aman tanto al coche, que hasta ahora mismo sigue habiendo propietarios que dejan escrito en su testamento el deseo de ser enterrados en la misma fosa con él a su lado.

Todo el fenómeno del tuning, relativamente reciente en España, es muy viejo en Estados Unidos porque el coche no era solo un símbolo, sino un compañero muy personal, un ser vivo, una mascota y un hábitat como la sagrada máquina misma (Microsoft, por ejemplo) y el jardín, tierra de Dios. De la misma manera que en España se habla de buenas y malas cosechas de vino y, como en Francia, se anuncia su calidad, en Estados Unidos, los otoños son tiempo de presentación de modelos, cosechas mecánicas que se exhiben como una fiesta y se reciben con interés nacional. El coche, en un país donde predomina la edge city, es un medio indispensable para llegar a casa o para ir desde casa al mall a comprar avena o calcetines. Es un elemento polisémico y radical. Sirve para servir, sirve para lucir, sirve para acompañar, sirve para pensar, sirve para amar.

En países como España, el coche emblemático de la posguerra, el modesto seiscientos de entonces prestaba su hábitat para el transporte de mercancías o para el amor, sorteaba censuras y permitía salir a un espacio libre de la opresiva vigilancia social y policial, aunque no siempre con éxito. De este modo, el seiscientos, con su morfología de burbuja, cumplió ampliamente los deseos de crear espacios más o menos fugaces y encapsulados. Por ese tiempo, en Francia, el prototipo similar era el dos caballos de Citroën; en Alemania, el Beetle de Volkswagen, y en Italia, el Cinquecento de Fiat. Los cuatro, menudos y casi esféricos, actuaban como una cédula de intimidad. Baratos, resistentes, sencillos, venían a proporcionar dentro de Europa la oportunidad que el Ford T había procurado a los estadounidenses en los años veinte. Ninguno de estos modelos poseía capacidad para correr mucho, pero la velocidad es relativa, y cuando, en Francia, Peugeot participaba en carreras o demostraciones, sus 40 o 50 kilómetros por hora se consideraban una temeridad, con frecuentes accidentes incluidos. En España, a finales de los cincuenta, el tiempo para llegar de un punto a otro en automóvil se calculaba a razón de 60 kilómetros por hora. Se sintonizaba 1 kilómetro por minuto como si fuera ley canónica, y todo lo que alterara hacia la baja ese temporal hacía presentir que el conductor era un loco.

Los coches estadounidenses de 8 y hasta 12 cilindros con una longitud superior a los 5 metros disfrutaban tanto de una conducción muy suave y una amortiguación palaciega como de un precio del combustible hasta 10 veces inferior que el de aquí. Esto permitía también amarse más. Los jóvenes estadounidenses, que obtenían la driver license a partir de los 16 años, tenían como una diversión de week-end conducir, acaso el coche propio comprado de segunda mano y vistoso, hasta los aparcamientos de los centros comerciales, donde la diversión consistía, aparte de asistir a las sesiones de cine, a mantener conversaciones y achuchones fuera o dentro de las carlingas, tan grandes como salones y dotadas de tantos cromados como una feria de la sexualidad.

De hecho, nada hay más gratificante para un amante de los coches que discurrir por la historia automovilística de Estados Unidos. Cierto que los Jaguar británicos, especialmente el S-Type y sus descendientes hasta el XK8, fueron una morbosa debilidad y que los Volvo fueron un símbolo del intelectual radical o, lo que es lo mismo, del norteamericano con una deriva izquierdista.

Los Volvo en Estados Unidos -especialmente hasta los modelos que inauguró Ford en los noventa, poco a poco menos estructurados- han sido las insignias de profesores universitarios que manifestaban así su posición antisistema, siempre dentro de la moderación. No hay duda. Si alguien en Estados Unidos conduce un Volvo es, como poco, un partidario de la socialdemocracia y, antes, de la seguridad social. Por el contrario, quien conducía un Cadillac (hasta ahora, puesto que los han achicado tanto) formaba parte del grupo conservador. Con una distinción sobresaliente: si el Cadillac mostraba sus aceros plateados sería propiedad de un blanco, y si dorados, de un negro enriquecido. En España también cabe hacer apuestas sobre los propietarios a partir de las marcas que se conducen. Pero el coche tiene esta fantástica propiedad. La propiedad de ser siempre el coche fantástico. Ser esto, aquello y lo de más allá. Representar una casa o una lata, un spucknik o un mueblé.

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26 de septiembre de 2011
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Verano y amor

Como bien dice el título, un amor de verano. Chico conoce a chica, pasan un verano de amor y al final cada uno sigue su camino. En apariencia, el desarrollo de tan tradicional esquema es igual de sencillo porque aun siendo una apasionada historia de amor juvenil, en la que se desatan pasiones que llevan a quienes las experimentan al límite de sus existencias, William Trevor ha optado por contarla de forma discreta, tranquila y sin espavientos tremendistas. Y aunque hay sexo adúltero – una fuerza sexual tan imperiosa que hace saltar por los aires  las barreras sociales y religiosas,  y aun la conveniencia  material del colectivo – esa faceta del suceso está tratada con tanta delicadeza que sólo hay un momento, cuando ella va a asearse después del abrazo y ve fugazmente su desnudez reflejada en un espejo, en que se alude explícitamente a una escena carnal en la que ha tenido lugar el consabido intercambio de fluidos que luego precisa de las no menos consabidas abluciones..

En lugar de la narración directa y minuciosa de la repentina y devastadora irrupción de una pasión que viene a perturbar profundamente la aparente calma pueblerina que impera en la localidad irlandesa de  Rathmoye, William Trevor ha preferido la mucho más sutil y efectiva vía de la alusión recurriendo para ello – siempre de forma tranquila y  sin tremendismos, insisto – a elementos que remiten directamente a la tragedia griega. Por ejemplo esa profundamente desdichada “señorita Eileen Connulty”, una solterona que quedó marcada de por vida debido a otro amor de verano con un viajante de comercio y que ahora, desde la más profunda y amarga desgracia, es la encargada de alertar a la población de la llegada de una pasión que sólo puede traer desgracia para todos. Aunque no lo parezca, por su condición de personaje único, su voz agorera hace las veces del coro en la tragedia clásica y en su voz resuena esa alarma que las mujeres llevan impresa en los genes  y que es el resultado de saber que son la presa favorita del macho depredador. Cuando los futuros amantes aún ni sospechan la celada que les está tendiendo el destino, la solterona abandonada ya habla del destino que le aguarda al fruto de ese amor prohibido.

Otro elemento al que se le otorga la voz oscura de la sabiduría (en este caso por vía de la locura visionaria) es Orpen Wren, un protestante en medio de esa comunidad profundamente católica y en la que la pertenencia a otra religión es sinónimo de exclusión y rechazo. En el caso de Orpen Wren el rechazo es doble, primero porque es un indigente que vive de la caridad pública y segundo porque es un viejo chiflado cuya cotidianidad se detuvo treinta años atrás y vive por tanto en un presente profundamente perturbado y fantasmagórico. Lo cual no le impide adelantarse a los acontecimientos y alertar a los héroes de las funestas consecuencias de sus actos.

El resto de los personajes es presentado – y seguido en su desarrollo – con la misma discreción. Florian Kilderry, el amante, un joven difusamente enamorado de una prima, totalmente desorientado acerca de su vida y su destino y que, lo cual es un rasgo definitivo, es hijo de un amor tan desmedido como el que se profesaron sus padres en vida. En cambio Ellie Dillahan, la futura amante, casada con un hombre mucho mayor, es hija de unos amores adúlteros y convive con resignada naturalidad con el estigma de toda criatura expósita a la que, de una u otra forma, siempre se le estará recordando el pecado original que fue causa de su concepción, nacimiento y posterior entrega a un orfelinato.

También el marido, el granjero Dillahan, un hombre que convive con la conciencia de haber causado la muerte de su primera esposa y el bebé que ésta portaba en los brazos cuando él hizo retroceder el tractor sin mirar hacia atrás. A ellos se van uniendo los restantes personajes que intervienen en esta pequeña tragedia pueblerina, un prodigio de discreción y mesura narrativa. Tanta discreción y tanta mesura que corre el peligro de pasar desapercibida en esta época en la que sólo los grandes best sellers parecen tener la capacidad de atraer a los lectores no especializados.    

 

Verano y amor

William Trevor

Salamadra

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26 de septiembre de 2011
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La Jerusalén ideológica

Por las piedras de Jerusalén han combatido ferozmente tres religiones, judaísmo, cristianismo e islam. Pero el viejo conflicto religioso apenas explica una sombra de la realidad. Es la capital de las tres religiones pero es también la encrucijada de donde salen tres vías hacia el futuro, tres formas de entender el mundo, la vida y la sociedad política que se entreveran en cada una de las tres religiones y desbordan la geografía jerosolimitana, la del conflicto entre israelíes y palestinos e incluso la inmediata región de Oriente Próximo.

Según el filósofo y psicoanalista israelí Carlo Strenger (International Herald Tribune, 17-18 de septiembre), conviven en Israel tres modelos de sociedad radicalmente distintos si no directamente contradictorios: el democrático liberal, el autocrático y el teocrático. El primero atraviesa una seria crisis: cita el profesor al menos tres leyes aprobadas por la Knesset que "ponen en serio peligro la identidad liberal democrática de Israel", todas ellas dirigidas a prohibir o limitar la expresión de la identidad palestina. El segundo, en ascenso, autoritario y laico, muy bien representado por Avigdor Lieberman y sus votantes de origen ruso, tiene que ver más con la democracia soberana de Putin que con la tradición fundacional israelí: considera que Occidente está en declive precisamente por sus excesos liberales e individualistas y ahora es el momento de los Estados fuertes y sin complejos. El tercero, demográficamente en auge, es el de los partidos nacional-religiosos, que esgrimen la Biblia como si fueran las actas de propiedad colectiva del pueblo judío. En los territorios palestinos aparecen solo dos modelos, el teocrático de Hamas y el forzosamente autoritario de la Autoridad Palestina, pero son evidentes los esfuerzos hasta ahora infructuosos por construir la identidad democrática liberal. Lo mismo sirve para el entorno de Israel, sobre todo tras la primavera árabe. El modelo autoritario laico acaba de fracasar. El teocrático fracasó antes: en Irán sobre todo. Y el reto ahora es evitar el regreso a las andadas y la construcción sobre la identidad islámica de unas nuevas democracias liberales. Sólo un modelo conduce a la paz. Por eso sólo se alcanzará si la tracción es de los demócratas liberales de un lado y otro. Cuanto menos haya, cuanto más débiles, menos posibilidades para la paz. Vale incluso para el papel en esta pugna de Europa y Estados Unidos, donde también funcionan los tres modelos, y uno de ellos, el de los cristianos fundamentalistas americanos, es el ancla que impide la partida al navío de los dos Estados. El conflicto entre israelíes y palestinos ha sido fácil excusa o coartada para otros conflictos o burda explicación para muchos males. Pero es bastante más: es la Jerusalén del siglo XXI, el ombligo ideológico del mundo. Define la identidad de unas ideas y un modelo de sociedad política.

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25 de septiembre de 2011
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La verdad de los mentirosos

Lo que sea la verdad es algo bien difícil de dilucidar. No solo los filósofos se han aplicado durante siglos a tratar de averiguarlo sino que, de creer al Evangelio de San Juan, Poncio Pilatos hubiera debido pasar a la historia, no tanto por lavarse las manos ante la sentencia de muerte a un inocente, sino porque, en un acto de desesperación escéptica, le espetó a Cristo: ¿qué es la verdad? Quid est veritas? Una pregunta con una respuesta difícil, quizá la más difícil de todas las que podemos plantearnos. Y, sin embargo, en los últimos tiempos estamos cansados de escuchar a personajes públicos que, ante cualquier dificultad, responden machaconamente: "Nos limitamos a decir la verdad". Y también los derivados más crudos de esta afirmación: "Es lo que hay" o "así es la realidad".

No pasa día en que alguna de estas tres frases -y a menudo las tres- sea pronunciada por consejeros, alcaldes, presidentes autonómicos, ministros y jefes de Gobierno. A partir de ahí el dominio de lo que es la verdad, presentada asimismo como revelación de lo que era la mentira, justifica cualquier acción, pues el responsable público, amparado por lo inevitable de la situación, acaba presentándose, ya no como un servidor sino como un salvador de la comunidad o, para los que prefieren una mayor grandilocuencia, como salvador de la patria. Una de las más grotescas paradojas de la situación actual es que la "verdad sobre lo que hay" (arcas vacías, deudas insostenibles) sea el argumento para agredir los dos territorios más sensibles de la sociedad, la educación y la salud.

El embuste implícito a esta verdad con que ahora se nos abruma está originado, cuando menos, en dos fuentes: quiénes son los albaceas de aquella supuesta verdad y cómo se forjó la mentira de la que ahora quieren liberarnos. No obstante, ambas fuentes confluyen en el hecho de que quienes ahora dicen revelarnos la verdad son los mismos que estaban en condiciones, durante años, de desentrañar la mentira. Me cuesta encontrar un solo responsable político actual de envergadura que no haya estado comprometido con aquella ocultación, ni en el partido del Gobierno ni en los principales de la oposición. Esta complicidad en la mentira o, si se quiere, en el mantenimiento de una opacidad culpable, es la que ha creado un clima moralmente inquietante, en el cual no solo hemos contemplado la corrupción de políticos sino de amplias capas de la ciudadanía, que han premiado la corrupción con vergonzosos respaldos electorales. En las próximas elecciones la mayoría de los candidatos están atrapados en aquella complicidad pues, a pesar de los desastres económicos de los que venimos hablando desde hace unos tres años -pero no antes, el detalle es importante-, no se ha producido autocrítica real ni catarsis colectiva. Es fácil tener la verdad hoy; lo auténticamente difícil era denunciar la mentira ayer.

Y no denunciaron la mentira. Este verano, y como noticia de un par de días y sin seguimiento, apareció la información de que España no estaba en condiciones de pagar lo que había adquirido en material militar en los últimos 15 años, primero con Aznar y luego con Zapatero: creo recordar que eran unos 30.000 millones de euros, los suficientes quizá, de no haber sido gastados, para que ahora no hubiera que recortar el presupuesto de educación. De acuerdo con la información, lo peor y lo más frívolo es que no estaba claro en absoluto el destino de estos productos más bien siniestros por los que habíamos contraído una deuda tan abultada. No recuerdo ninguna explicación de Zapatero o Rubalcaba, de Aznar o de Rajoy. Ni las recuerdo ni las espero porque forman parte de la omertà en la ocultación de la mentira por parte de los que en la próxima campaña electoral se nos presentarán como fervientes amantes de la verdad. Y, sin embargo, por ese lado hubiéramos podido salvar nuestros presupuestos educativos.

Y acaso también podrían salvarse los presupuestos sanitarios si el Estado español presentara una demanda masiva contra la banca por negligencia, como ha hecho Estados Unidos. La Agencia Federal de la Vivienda espera una indemnización multimillonaria tras su demanda contra Bank of America, JP Morgan Chase, Deutsche Bank, HSBC, Barclays y Citigroup, entre otros. Acusación: vender hipotecas de baja calidad y faltar a la obligación de comprobar la excelencia de los activos. ¿Les suena? Durante años y años asistimos al esperpéntico espectáculo de la especulación inmobiliaria, sin apenas denuncias por parte de los grandes partidos. Tuvo que ser una diputada danesa del Parlamento Europeo la que, a instancias de Greenpeace y otros grupos similares, denunciara el caso con la resistencia activa de la mayoría de los diputados españoles. También aquí funcionó la ley del silencio, a la que lamentablemente se sumaron muchos grupos de comunicación. Eran los días en que los tentadores ofrecían créditos e hipotecas de alcance casi celestial y los tentados aprendían a vivir como aspirantes anouveaux riches en medio de un simulacro general. Primero, se educó para la estafa, y cuando la estafa ya era demasiado evidente, en lugar de castigar a los estafadores se marchó a su rescate con dinero público. Si los que ahora se presentan a las elecciones se atrevieran a pedir cuentas a los saqueadores, como intenta hacerse por parte de algunos en Estados Unidos, tal vez no sería necesario recortar en sanidad, pues la devolución del dinero del saqueo cubriría muchos déficits. Pero ninguno de los que puede ganar lleva en el programa la exigencia de la restitución. En consecuencia, nadie devolverá el dinero robado, ni los delincuentes confesos, de Roldán a Millet, ni aquellos banqueros corruptos que nunca serán declarados delincuentes.

En esta tesitura es de una hipocresía inaguantable que tantos responsables públicos, alentados muchas veces, como corifeos, por economistas sin escrúpulos, aleguen que se limitan a expresar "la verdad" que exige sacrificios, nada menos que en educación y sanidad, los fundamentos, precisamente, de una sociedad justa. Los mismos, exactamente los mismos, que cerraron los ojos y las bocas cuando la mentira crecía sin cesar.    
 
El País, 21/09/2011 
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25 de septiembre de 2011
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La última apuesta de Abbas

Mahmud Abbas, a quienes sus partidarios llaman Abu-Mazen ("el padre de Mazen", por uno de sus hijos que falleció de un ataque cardíaco), posee la apariencia de un profesor jubilado -el cabello cano, los lentes gruesos, el porte alicaído- pese a la energía que se desprende de su mirada y el leve sarcasmo de su sonrisa. Con sus trajes perfectamente cortados y su estilo impasible ofrece un contraste absoluto con Yasser Arafat, su legendario compañero de batallas, a quien sucedió como presidente de la Autoridad Palestina en 2005.

Pese a su pasado radical -su tesis de grado en el Instituto de Estudios Orientales de la Academia Soviética de Ciencias se tituló El otro lado: la relación secreta entre el nazismo y el sionismo 1933-1945-, su nombramiento recibió el beneplácito de Estados Unidos e incluso de Israel: entonces se le veía como un líder endeble y moderado al cual era posible apaciguar. En efecto, Abbas no dudó en condenar la violencia y llamó al fin de la Segunda Intifada. Su disposición al diálogo provocó el rechazo de grupos radicales, en especial de Hamás, quienes no han dudado en boicotear todas de sus iniciativas.

            Pese a ello, Abbas jamás ha dejado de sentarse en la mesa de negociación y, pese al acoso que sufre su gobierno, nunca ha dejado de condenar los ataques lanzados contra Israel desde suelo palestino. Aun así, los acuerdos no han avanzado un ápice, debido entre otras cosas a la repentina muerte cerebral de Ariel Sharon y a la incorporación de la extrema derecha al gobierno de Benjamin Netanyahu. Pese a las advertencias de Barack Obama y otros líderes, éste no ha querido detener la construcción de nuevas colonias judías en Cisjordania, uno de los pasos indispensables para avanzar en el proceso de paz.

            Acorralado entre Israel y Hamás, y a punto de dejar el poder a los 76 años -es presidente en funciones-, Abbas estaba a punto de convertirse en un cadáver político. De pronto, las revueltas en el norte de África trastocaron drásticamente la percepción de los pueblos árabes en el resto del mundo: en vez de dóciles rehenes de sus tiranos o carne de cañón de los islamistas, los jóvenes de Túnez, Egipto o Libia demostraron una envidiable vitalidad democrática. Y, si bien aún no es posible aquilatar el resultado final de la primavera árabe -que en realidad incluye ya al verano-, ya no resulta tan fácil invocar el peligro terrorista o el fanatismo musulmán para excusar a Israel por la represión que ejerce en los territorios ocupados.

            Hasta hace poco, Israel lucía como la única democracia en Medio Oriente -una democracia peculiar, reservada en plenitud sólo a los ciudadanos judíos-, pero ahora se halla rodeada por estados que, al menos hasta el momento, buscan implantar regímenes más libres e incluyentes. Abbas ha sabido leer este cambio de ambiente y, decidido a escapar del fracaso y la ignominia, se lanzó a buscar el reconocimiento de Palestina como un estado de pleno derecho en Naciones Unidas sin tomar en cuenta la oposición israelí.

            Su gesto, que ha recibido la simpatía de unas más de un centenar de países, ha sido bruscamente desestimado por Estados Unidos, que ya ha hecho público su eventual veto en el Consejo de Seguridad. Consciente de ello, Abbas no ha querido abortar su iniciativa en una muestra de tozudez que acaso sea la prueba de que a veces sólo las iniciativas arriesgadas (como la decisión de Sharon de evacuar Gaza) pueden remover la parálisis política de la zona.

Israel no quiere que Palestina se convierta en estado de pleno derecho, y ni siquiera en estado observador ante la ONU, pues ello lo obligaría a cumplir las leyes internacionales de guerra, y sus soldados -y políticos- podrían verse acusados ante el Tribunal de La Haya. La posición de Obama es más compleja: su veto lo llevaría a alienarse de los pueblos árabes que ha apoyado durante las revueltas, pero, a unos meses de su posible reelección, no puede perder el apoyo de la comunidad judía. De allí el galimatías que lo ha llevado a afirmar, en su triste discurso ante la ONU, que la elección de Palestina como estado no es un buen paso para lograr que Palestina se convierta en un estado. 

            Abbas ha sabido mover sus fichas: aunque a la larga sólo se reconozca a Palestina como estado observador, gracias al apoyo mayoritario con que cuenta en la Asamblea General de Naciones Unidas, ha conseguido que la opinión pública global esté de su lado. Su apuesta por la vía pacífica y multilateral, ha puesto a Estados Unidos contra las cuerdas y ha exhibido la división que impera en la política exterior de la Unión Europea. En este contexto, sería una vergüenza que México, cada vez más dócil ante las imposiciones estadounidenses, terminase por abstenerse en la votación. 

Israel tendrá que acostumbrarse a este cambio de paradigma: a partir de ahora tendrá que negociar con un estado que, al menos en el ámbito de la legalidad internacional -pues en términos económicos y militares aún mantiene el control sobre sus adversarios- se encuentra en condiciones de igualdad. Pese a la agresividad retórica de Netanyahu, a la larga no le quedará más remedio que barajar las concesiones que tendrá que realizar para que sus tropas -o él mismo- no terminen indiciados en La Haya. Más allá del resultado final de su apuesta, por una ocasión -acaso la última-, el profesor Abbas ha ganado la partida.

 

twitter: @jvolpi

 

 

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25 de septiembre de 2011
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A veinte años del grunge

Hace exactamente 20 años, el 24 de septiembre de 1991, yo caminaba por Telegraph Street en Berkeley cuando me llamaron la atención las vitrinas de las tiendas de discos más importantes, Rasputin y Amoeba. Estaban tomadas por copias de un disco de vinilo con la cubierta impactante de un bebé nadando hacia un billete de un dólar. Se trataba de Nevermind, el nuevo álbum de una banda llamada Nirvana de la cual pocos habían oído hablar (incluido yo). En la radio no tardó en escucharse, una y otra vez, su canción emblemática, "Smells Like Teen Spirit", que se convertiría en el himno de una generación. El disco, del cual se habían hecho 45.000 copias, llegaría a vender 30 millones.
Nevermind popularizó el sonido grunge, rock influido por la energía y la intensidad del punk y el heavy metal, con mucha distorsión en las guitarras (ruptura de afinación en la nota D, dirían los entendidos). El estilo era muy marcado: letras con un tono de angustia y desesperación, look descuidado, actitud de rebeldía ante el deseo de las grandes corporaciones de convertir al músico en una deslavada estrella de rock que se debía al público. Con la llegada del grunge, los ochenta llegaron a su fin. Las bandas grunge debieron lidiar con la contradicción de ser rebeldes con un éxito comercial superlativo; pocas lo hicieron bien.
 
Aunque el sonido parecía haber aparecido de la noche a la mañana, su historia es larga y compleja; el libro de Mark Yarn, Everybody Loves Our Town: A Oral History of Grunge, la cuenta a través de más de doscientos cincuenta entrevistas, con un impresionante exceso de detalles. El grunge comienza en verdad a principios de los ochenta, en la escena musical de Seattle, con bandas post-punk com U-Men y The Melvins. Seattle era entonces una ciudad aletargada, lejos de los centros donde se creaban las principales tendencias musicales. Ese aislamiento ayudó a que apareciera ese estilo crudo, tan poco amable.Sub Pop, un sello musical nacido en Seattle, se dio cuenta antes que nadie del poder de esa música; hacia 1983, uno de sus fundadores, Bruce Pavitt: "la escena musical de Seattle dominará el mundo". El mérito de Pavitt es el de haber dicho esa frase cuando bandas como U-Men apenas llegaban a congregar a treinta personas en sus conciertos.
    
Del libro de Yarn impresiona la mención a una cantidad de bandas prácticamente olvidadas que contribuyeron a la consolidación del grunge: Screaming Trees, Mother Love Bone, Green River, TAD, Babes in Toyland, etc. A fines de los ochenta, el grupo por el que todos apostaban para llegar al gran éxito era Mudhoney; Mudhoney logró una audiencia importante, pero no el triunfo masivo de los cuatro grandes del movimiento (Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y Alice in Chains).
    
Con su voz potente y gran presencia escénica, Chris Cornell, el cantante de Soundgarden, fue la primera estrella grunge. A principios del 91, Alice in Chains sonaba mucho en la entonces influyente MTV. Luego vino Nevermind y arrasó con todo. Comenzaron los problemas: nadie quería menos que el impacto mundial de Nirvana; grupos de todas partes de los Estados Unidos se mudaban a Seattle para ser considerados parte del movimiento; a los productores musicales se les pedía el "sonido Nevermind", como si eso pudiera ser fácilmente replicado; el look grunge se convirtió en algo tan comercial que hasta la revista Vogue le dedicó sus páginas.
 
El suicidio de Kurt Cobain en 1994 puso fin a los años de euforia. Lo que ocurrió con el grunge es un capítulo más en la larga lucha del artista con las fuerzas del mercado, que parece concluir siempre de la misma manera: a la larga, el mercado termina cooptando hasta a los punks y anarquistas. El sonido grunge fue influyente, pero sobre todo en bandas alejadas de la estética rebelde (Creed, Silverchair, Nickelback). Sin embargo, basta volver al origen para descubrir que Nirvana, Pearl Jam y Mudhoney están tan vivas como en los primeros días.

(La Tercera, 24 de septiembre 2011)

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24 de septiembre de 2011
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“Un uso más elevado”… De las teorías científicas

Constatando que la capacidad creativa  de los matemáticos estaba en múltiples ocasiones empobrecida por la subordinación de la disciplina a otras cuya conveniencia para la vida práctica no las  hacía necesariamente relevantes para la vida del espíritu, René Descartes reivindicaba en el Discurso del Método "un uso más elevado de la Matemática". Cabría hoy en día retomar tal exigencia en relación a la Mecánica Cuántica, susceptible de una utilización cabalmente filosófica  que no debe en ningún caso ser confundido con el evocado uso meramente ideológico. La Mecánica Cuántica (como de hecho toda teoría y toda ideología ) es impotente para salvar el alma, pero es extraordinariamente poderosa para despertar en cada uno de nosotros la exigencia de lucidez y enriquecernos en el mantenimiento de tal reto.

Pues esta disciplina tan eficazmente descriptiva de los entresijos de la materia y tan útil para la utilización de los mismos al servicio de la técnica,  tiene ella misma un enorme problema de justificación. Pues resulta que los comportamientos que describe literalmente no se entienden, si  entender  algo consiste en encontrar su adecuación a determinadas reglas y principios,  de siempre aceptados como armazón de la naturaleza en general y en consecuencia de la naturaleza  ( racional y lingüística) de los hombres,   la cual entre otras cosas  aspira a dar cuenta de la primera. Como antes evocaba, el comportamiento de las entidades microscópicas llenó en ocasiones de  estupor a los propios descubridores del mismo y tal estupor les movió en algún caso a la exigencia de replantear la cuestión de los pilares  del conocimiento, es decir les convirtió en filósofos. Ello ciertamente no ocurrió con todos y menos aun ocurre en nuestros días. Cabe decir que muchos de aquellos sobre quienes recae la responsabilidad de sostener el edificio de la ciencia abdican de todo cuestionamiento radical y se instalan en una posición que cabría denominar  "pragmática", caracterizada por la aceptación  del  primado de las cosas, sin preguntarse por lo que significa el término mismo cosa.

Esta posición pragmatista, que no deja de ser una suerte de filosofía (en el sentido  convencional de actitud ante el mundo, en este caso excesivamente  conservadora y por ende perezosa) determina enormemente la ideología de los ciudadanos y por ello merecería ser expuesta con cierto detalle. Sin embargo se imponen  ciertas  consideraciones  preliminares, que abordaré en el próximo texto.

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23 de septiembre de 2011
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IV. Esperan las olimpiadas de Londres y verán

El valor extremo, el desafío de lo imposible, la burla de los límites de la resistencia, todo eso es una filosofía que Elizabeth Streb convierte en espectáculo en su teatro Park Avenue Armory en Manhattan. Teatro, arena, circo. Su inspiración mágica para probar que lo imposible es posible, viene del vuelo de los trapecios en la altura de las carpas iluminadas, de los jinetes que montan en pelo los toros y caballos salvajes en los rodeos, de los volatineros que se lanzan desde los trampolines, al agua o al suelo duro. Los actores y las actrices de su compañía son atletas extremos, son danzarines, son acróbatas. Saltan uno tras otro rompiendo paredes de cristal, ejecutan flexiones sobre el entarimado, capeando el cuerpo antes de que pase encima de sus cabezas a toda velocidad una enorme viga de acero, o un enorme bloque de hormigón.

La acción extrema entraña también el peligro extremo, nunca ha sido de otro modo en la aventura. Ella lo explica en pocas palabras: "asomarse al borde del abismo. Estar dispuesto a saltar y a salir herido en la caída. Pero no tan herido como para no volver a intentarlo". 

Para las Olimpíadas Mundiales de Londres el año que viene, Elizabeth ha sido llamada a montar un espectáculo que verán decena de millones a través de la televisión, y por supuesto, en vivo y directo miles de espectadores agolpados en las orillas del Támesis. Nos ha mostrado los sketches.  Decenas de sus artistas harán acrobacias colgados del puente de Londres y de la rueda del milenio, dos escenarios gigantes de alturas que de solo pensar en ellas erizan los pelos.

Pero de eso se tratará, explica Elizabeth, hacer que las sensaciones pasen del cerebro a las tripas, lograr "un espectáculo al aire libre que sea a la vez un evento físico, capaz de motivar  y conmover a la gente lo mismo que lo haría la lectura de una novela épica o un concierto sinfónico".

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23 de septiembre de 2011
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Sensacionalmente distinta

 

La verdad es una sensación, escribe Azúa. Y añade que la visión inmediata de que la solución dada a un problema matemático es verdadera no es distinta de la aprobación placentera del ebanista, el pintor o el músico, que rematan su obra. La reflexión está muy bien traída porque pone en problemático entredicho a las sensaciones que no dejan de ser nuestras guías ineludibles y preeminentes en el interminable equívoco entre lo bueno, lo bello y lo verdadero.

 Con todo, yo sostengo que hay para el hombre una sensación de la verdad distinta a todas las otras. Dar con la verdad que está ahí y que todos verán cuando se les muestre, sea como sea, bajo otro régimen o en otra dimensión estética, difiere esencialmente de la sensación narcisista y de sumo alivio  que produce el último toque feliz, ese momento dichoso en que uno  se despide, “ahora sí que no puedo hacer más por ti”, y deja la obra a merced del público y la nada. Porque, al cabo, uno sabe que en el mejor de los casos se trata de su personalidad, su verdad, que ahora quedará expuesta a la intemperie de aprobación, indiferencia o vituperio. La exaltación se abigarra con irisaciones de inseguridad, esperanza y desmesura. La plenitud llega a irradiar una aureola de impotencia. La necesidad de aprobación ajena se parece inesperadamente al miedo.

Con la verdad, es distinto. Cierto es que urge la compulsión de hacerla saber,  la más humana de las urgencias, pero la cuestión personal se reduce a un problema táctico, exclusivamente de organización, a un “veamos cómo digo esto para que se entienda”. La inseguridad limita su reino a las siempre necesarias precauciones para no explicarse tan espeso que aumente la dificultad para la aproximación y el entendimiento ajenos. En la visión de la verdad no hay último detalle, sino comprensión del conjunto. Los detalles tendrán que concordar, o no valdrán, y serán falsos e irrelevantes. No hay exaltación, sino confort repentino, algo parecido a cuando se enfoca una lente.

Durante años tuve cercado al sospechoso de la cuestión homérica. Es difícil interrogar a un sospechoso a tanta distancia, y yo mismo creía que nunca pasaría de las conjeturas. En el verano de 2008, el confuso océano de la cuestión se había reducido a un esfera, todavía con el centro en muchas partes, pero la circunferencia ya no estaba en todas. Una tarde de julio me fui a la siesta. Por si sirve a los especialistas, puntualizaré que había comido oveja, que según los entendidos infunde la virtud de la paciencia, justo la que yo no tengo. En el mejor sopor, con la élite de mis funciones dedicadas a la digestión, a punto de quedarme frito, entendí el epigrama dórico, no solo el significado, no solo el imperativo final, también con qué verbo de la Ilíada había que relacionarlo para hacer incontestable la exposición. Lo supe todo. El sospechoso ya no era un sujeto legendario y difícil de interrogar a a través de los milenios, sino un poeta que salva las distancias dejando por escrito su confesión con toda suerte de anotaciones e instrucciones para entenderla. También supe lo que tenía que escribir, cómo lo argumentaría, en qué dirección llevaría el crescendo, en qué orden vendrían los rittornelli y cómo administraría las pruebas. Ninguna exaltación, nada de levántate pamplonica. Me dormí igual. La certeza, con toda su exposición y consecuencias, ocupó mi mente el mismo lapso de tiempo y produjo la misma emoción que si me hubiera preguntado por el lado en que tenía la ventana. 

Se diría que una parte de mis entendederas se había dedicado por su cuenta, haciendo horas extraordinarias, a reflexionar y comparar, conjeturar y desechar, y presentaba el resultado sin hacer aparatos, como quien responde cuando le preguntan qué hora es. La verdad entonces se asimila de modo que parece que se sabía de siempre, y cuesta imaginar cómo pensaba uno cuando aún la ignoraba. Ahora mismo, al corregir las pruebas, me acuerdo de aquella hora meridiana y te puedo asegurar que la sensación de la verdad es distinta a las demás.

 

 

 

 

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23 de septiembre de 2011
Blogs de autor

Coetzee, broche de oro

JM Coetzee en FILBA Tal como lo sospeché, el broche de oro del FILBA con JM Coetzee estuvo repleto, seguro me quedaba fuera como siempre. Felizmente no fui a Buenos Aires. Pero qué placer para quienes vieron a quien, sin duda, es uno de los más importantes escritores vivos. En la Revista Ñ Julietta Roffo comenta lo que fue este estupendo final para un FILBA inolvidable. Dice la nota:

Fue la periodista de Clarín y escritora Matilde Sánchez, quien se encargó de presentar al autor sudafricano, aunque los primeros aplausos ya habían llegado cuando el escritor entró al auditorio para esperar su turno detrás del telón. Su presentación fue, más que invitación al escenario, una exhaustiva disección de su obra, en la que destacó ?una emoción muy contenida y concentrada, que sin embargo llega a puntos de desnudez que pocos autores consiguen?. Otro elemento de la literatura de Coetzee que subrayó Sánchez fue su modernidad en distintos aspectos, que hacen que su realismo resulte innovador: ?Algunas de sus novelas hibridan distintos géneros. En Diario de un mal año, rompe la unidad de la página, la convierte en pantalla con dos y hasta tres hipertextos, que pueden leerse de manera alterna o bien lineal. La segunda razón es que a menudo ha dado una vuelta inesperada (?) asumiendo la voz de narradoras y personajes femeninos?, explicó, y valoró la imagen que el autor construyó de sí mismo en Verano, la última entrega de su autobiografía: ?En los tiempos actuales de obsesiva primera persona, es difícil encontrar memorias más autocríticas?, señaló. Coetzee, en un castellano anglosajón y cuando la segunda tanda de aplausos le dio permiso, agradeció a las más de doscientas personas que lo escuchaban en atento silencio, a Sánchez y a la Fundación Filba y su comité literario por la invitación a Buenos Aires. Enseguida, el escritor leyó ? en el inglés que aprendió al mismo tiempo que el afrikáans en su casa natal ? un texto titulado La vieja y los gato s (Ver recuadro). Es un texto que ya había leído en la India en 2010. Resultado: más de media hora de público en silencio, dentro y fuera de la sala. Algunos seguían la lectura con atención y con risas cuando asomaban la ironía o el humor. Otros ?no hubo traducción simultánea ni ejemplares disponibles con el texto en castellano? con cara de estar perdiéndose algo importante, sobre todo cuando los que seguían el cuento sonreían. Recién el turno largo de los aplausos, justo después del punto final, volvió a reunir a todo el auditorio. Pablo Braun, director del festival, anunció que firmaría ejemplares y la cola de lectores se improvisó enseguida. Braun aprovechó la masividad del cierre para anunciar que en 2012 la Fundación Filba aspira a lanzar el Festival Nacional de Literatura, que rotaría por distintas ciudades del país. El escritor Noé Jitrik, el artista plástico Guillermo Kuitca y los novelistas invitados a esta edición del Filba Andrés Barba, de España, y Richard Gwyn, de Gales, estuvieron entre el público que escuchó al autor de Elizabeth Costello. ?Era una buena ocasión para dedicarse a la reventa?, había bromeado Barba en el bar del Malba antes de entrar al auditorio. Y la cola de espectadores que serpenteaba por la avenida Figueroa Alcorta le daba la razón.

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22 de septiembre de 2011
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El Boomeran(g)
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