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Tarjetas de visita

Por 2 de septiembre de 2011 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

Sin saberlo, los internautas más audaces están recuperando una de las costumbres de más abolengo entre las élites burguesas del siglo XIX. Me refiero naturalmente al modo de auto-presentación de los usuarios de Facebook y demás vías sociales de contacto, que incluye, junto al perfil, al menos una foto del interesado. Exactamente igual a lo que hicieron, sin Red, los prohombres decimonónicos, cuando en la segunda mitad de ese siglo, exactamente el año 1854, el fotógrafo francés André Adolphe Disdéri patentó su invento de una cámara con múltiples objetivos con la que era posible obtener, en una sola sesión y a partir de un único negativo, numerosas impresiones fotográficas en el formato llamado ‘carte de visite’.

    Las que se exponen en una pequeña pero fascinante exposición abierta (hasta el 26 de septiembre) en el museo de la Fundación Lázaro Galdiano, en Madrid, son frontales y algo solemnes, como corresponde a quienes posaron para distintos artistas de la cámara, como el propio Disdéri y otros de mayor renombre como Nadar o Laurent. Esas tarjetas de visita con la fotografía del titular las fue coleccionando otro prohombre, nuestro Pedro Antonio de Alarcón, a quien muchos se empeñan sólo en recordar como autor de ‘El sombrero de tres picos’, por toda su secuela de adaptaciones al cine, al teatro y a la danza. El escritor granadino se cuenta, en buena lógica, entre los retratados, pero el repertorio mostrado en la Fundación recoge un panorama de la ‘jet set’ de entonces, que, no usando aeroplanos, se desplazaba con gran frecuencia y abundante bagaje, como lo hizo el propio Alarcón, autor de un delicioso recuento de un viaje ‘De Madrid a Nápoles’. El Papa Pio IX, Napoleón III, los decimoquintos Duques de Alba, la flor y la nata de la poesía postromántica (Rivas, Núñez de Arce, Ventura de la Vega, Campoamor), y tantos otros políticos, oradores y prelados figuran en esa galería de grandilocuentes aunque de tamaño modestas tarjetas. Mujeres hay pocas, y las que hay son marquesas o cómicas principalmente, si bien está la poetisa Carolina Coronado absorta en la contemplación de un libro. También se puede ver a un moro de importancia, Muley-el-Abbass, y al hombre de carne y hueso que dio nombre a la copla de Mambrú, aquel que se fue a la guerra.

      Yo adoro las tarjetas de visita, que tuve y repartía, en un rasgo de petulancia precoz, a mitad del bachillerato, sin que mis compañeros de curso se mostrasen impresionados. La mía, como las de la mayoría de los humanos del siglo XX, no tenía foto incorporada, sólo el nombre y la dirección de casa, de casa de mis padres. De más mayorcito pude poner un domicilio propio, un teléfono, antes de que llegaran el fax y los correos electrónicos. Las sigo teniendo, encargándolas en paquetes de cien a una imprenta artesanal del barrio de la Guindalera, pero creo que en los últimos tiempos sólo usaban tarjetas los profesores universitarios extranjeros y algunos funcionarios del Estado.

      Luego llegó, como ustedes saben, el siglo XXI, y los cambios de costumbres, que no se acaban nunca. Reaparece con ellos la tarjeta, además de los ya citados insertos con foto en Internet. Ahora se hacen negras (ya me habría a mí gustado tener en el colegio, para achantar a los díscolos, una tarjeta negra de visita), oblongas, ribeteadas, y hasta sonoras. Aunque la más mundial es la que vi en una tienda fotográfica de Antalya, al sur de Turquía. Uno se fotografiaba ante un Disdéri local, y en dos horas obtenía diez, sólo diez, copias de su propia efigie en 3D, pudiendo asimismo insertar la foto en un llavero o un posavasos. El precio era alto, y no me decidí.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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