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I. Bocatto di cardinale

Cuando en su Epístola a Juana Lugones Rubén Darío recuerda con sabrosa nostalgia que ha gustado bocados de cardenal y papa, vamos de cabeza a la famosa y ya manida frase bocatto di cardinale, que evoca lo más delicado y exquisito que alguien puede llevarse a la boca; pero también me hace recordar una pieza de repostería que se vendía por las calles de mi pueblo natal de Masatepe, que se llamaba bocado del papa; y existe así mismo en Nicaragua el Pío Quinto, marquesote de maíz bañado con atolillo de maicena. También hay en España otro dulce andaluz de chuparse los dedos, el Pío Nono, original de Granada, un bizcocho cubierto con una crujiente capa de crema. No pocos historiadores  del arte de los fogones suponen que semejantes delicadezas salieron de las cocina de los conventos donde las monjas se afanaban en días festivos para halagar el paladar de canónigos y obispos de mejillas carnosas y sonrosadas, ya que no podían sentar siempre en sus mesas a los cardenales del sacro colegio, y jamás ni nunca al Papa, tan lejano en Roma. 

            Rubén nos ha dejado abundantes evidencias de que fue un verdadero sibarita, como los cardenales del renacimiento que inspiraron la frase bocatto di cardinale antes apuntada, no sólo en el comer y en el beber, sino también en el vestir, un hombre de refinado buen gusto que no ahorraba ni en seda, ni en champaña ni en flores, tal como escribe en la ya citada Epístola.

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28 de septiembre de 2011
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Sueño de Martín Gaite

El 17 de marzo de 1986 Carmen Martín Gaite tuvo un sueño que le contó a Juan Benet por carta, la última que se conserva de su intercambio y la que cierra la fascinante ‘Correspondencia' que ya comenté en este blog, permitiéndome ahora añadir una breve apostilla. Se trata de un libro pugnaz, humorístico muchas veces, doliente otras, y siempre marcado por la diferencia: la que les separaba en la literatura y en el temperamento, y la que, en el ejercicio con frecuencia interrumpido de una correspondencia de más de veinte años, les acercó y más de una vez les consolaba a ambos y les iluminaba. Esa carta de 1986 es reveladora en sus pormenores oníricos de los altibajos y cariñosas suspicacias de la relación, para Martín Gaite siempre más acuciante y a la postre insatisfactoria; en el sueño, los dos compartían un cuarto, puesto o alquilado por él para ella: "O sea que tu despacho y el mío iban a estar casi juntos, separados por aquella media pared".

      Queda claro en el conjunto epistolar, y de manera sugestiva y reveladora en el relato de ese sueño, que Carmiña sentía una gran admiración por su amigo, lo que nunca le impidió discrepar, tomarle el pelo zumbona o reprocharle el "bizantinismo" de su prosa, como en la muy severa carta del 7 de enero de 1973, la época en que se siente un poco dejada por el ingeniero y tal vez suspicaz de un reconocimiento que ella misma obtendría, con mayor amplitud, años después. Benet, sobre todo en una serie de tres importantes cartas de marzo de 1965, le expone (y hay una crítica implícita) sus principios literarios, en buena medida divergentes. Mas no siempre se cruzan las espadas y los juicios. Con delicada franqueza se cuentan sus cuitas y sus pérdidas, no sólo amorosas, y comparten con un histrionismo innato en ambos su duradera aunque enfurruñada afición al teatro, que en Martín Gaite se extendió, incluso vocalmente, a la tonadilla, y ya en eso Benet no la acompañó.

    Hay mucho sentido y mucha sensibilidad en la descripción de Carmiña (18/11/65) de un bloqueo literario que sufre (la dificultad de ser "al mismo tiempo lúcidos y espontáneos"), y mucho sarcasmo en un Benet (16/8/65) al desdeñar con guasa las lecturas liberatorias que su amiga hace de Marcuse o Reich: "Desde que a los diecisiete años tuve un tifus de órdago mi cuerpo padece mucho más del problema intestinal que del sexual".

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27 de septiembre de 2011
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Entrada en el mundo cuántico

Como todas las cosas realmente serias la teoría cuántica exige mediaciones que pueden llegar a ser durísimas, y conducir a una auténtica confrontación consigo mismo.  

A la teoría cuántica se llega, como prácticamente a todas partes,  por múltiples caminos. Uno de ellos es el antes evocado consistente en que, tras oír campanas sobre la trascendencia que tendría la Mecánica  Cuántica a la hora de medir el peso de relevantes leyes y conceptos sobre el orden natural, nos agarramos al señuelo de escapar a lo que nos forja determina y limita, tanto espacial como temporalmente.

Una segunda entrada es el del estudiante de Física que,  tras topar con la disciplina como una más de las consignadas en el programa de la carrera, descubre que la eventual pericia para resolver con facilidad los problemas técnicos no hace sino acrecentar el estupor que  producen algunas de las afirmaciones que se postulan, o algunos de los corolarios que de  la resolución meramente técnica se derivan.

Ello puede conducir a una suerte de inflexión en el propio destino, consistente en que  al interés por la descripción de los fenómenos naturales, su archivación matemática, la previsión de fenómenos concomitantes a los primeros y la eventual canalización de todo ello hacia objetivos prácticos, se superponga un interés por la inteligibilidad del orden natural, y que  este último llegue a ser lo realmente prioritario. En tal caso cabe decir que el físico o estudiante de física se ha convertido  en estudiante de filosofía, o si se quiere que el físico se ha convertido en filósofo.

Camino inverso es el del estudioso de materias caracterizadas como filosóficas que, conducido por reflexiones en principio abstractas o especulativas, se siente interpelado por la reflexión de los físicos cuánticos. Tal  sería el caso de quien, estudiando las categorías o conceptos generales y los principios que los grandes metafísicos consideraban como condición de posibilidad de nuestra aprehensión del mundo, recibe información de que algunos de tales conceptos o principios han sido puestos en tela de juicio por los descubrimientos de los físicos cuánticos, o cuando menos han dejado de constituir obviedades. Daré en el próximo texto un ejemplo no azaroso Ejemplo no azaroso.

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27 de septiembre de 2011
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Estados Unidos y la pobreza

La semana pasada el Bureau del Censo de los Estados Unidos hizo públicas unas estadísticas que explicitan -por si a alguien le quedaban dudas- el descalabro de la economía norteamericana: el 15% de la población del país (46 millones) vive bajo la línea de pobreza (estimada en 22.000$us de ingreso anual para una familia de cuatro personas). No solo eso: el ingreso anual de un hogar promedio de la clase media se encuentra al mismo nivel que en 1996 (49.500$us, ajustados de acuerdo a la inflación). Si se piensa solo en hogares de familias hispanas y afroamericanas, los ingresos son aun más bajos. Las cifras son claras: incluso los más optimistas hablan de "década perdida" (para ser precisos, habría que hablar de tres lustros perdidos).

La crisis que comenzó hace tres años es la más seria que ha sufrido el país desde la Gran Recesión de 1929. Ciertas cosas que este país daba por seguras a lo largo del siglo XX ya no lo son más en este siglo. La poderosa clase media que dominó el país después de la segunda guerra mundial ha perdido fuelle; son más comunes los trabajos a medio tiempo, y el seguro de salud que tradicionalmente se ofrecía como un derecho laboral es hoy un lujo (son más los norteamericanos que mueren cada año por falta de seguro de salud que los que han muerto en las guerras de Irak y Afganistán de los últimos diez años). En una sociedad post-industrial con sindicatos desmantelados, el recorte de beneficios laborales no hará más que continuar.

Algunos analistas dicen que Estados Unidos está viviendo las consecuencias de su pacto diabólico con el capitalismo salvaje, cuyo desarrollo está produciendo desigualdades cada vez más abismales entre los diferentes grupos sociales. Otros buscan las culpas en la forma en que la clase política no tomó las previsiones necesarias y pensó que se podía vivir para siempre en la prosperidad (no se debió abrir los mercados tan fácilmente a la competencia extranjera, dicen, que asestó golpes duros a industrias tan vitales como la automovilística). Tampoco se debe subestimar el costo de las guerras en Irak y Afganistán, que han endeudado a un par de generaciones y han hecho que Estados Unidos invierta recursos, tiempo y energía y pierda fuerza competitiva ante el avance imparable de China. A todos esos factores de la crisis debe añadirse una profunda transformación tecnológica y demográfica, que está eliminando industrias enteras y haciendo que otras tengan que reestructurarse para sobrevivir.

En los años sesenta, Lyndon Johnson podía declarar la "guerra a la pobreza" y ser admirado por ello. Hoy las cosas han cambiado tanto que esa lucha no es vista como una prioridad. Estados Unidos vive un momento de profunda desconexión entre aquello que mueve a la sociedad y el deseo de ayudar a los más necesitados. Hace poco, el Pew Research Center publicó una encuesta reveladora: el 51% de los norteamericanos no está de acuerdo con que el gobierno busque formas de ayudar a los más pobres. No es casual que el Tea Party se haya convertido en una facción poderosa del partido Republicano: en mucha gente resuena su llamado a un gobierno más limitado. Ese gobierno limitado no va a tener las armas para mantener una adecuada red de protección para sus ciudadanos. Rick Perry, el gobernador de Texas que actualmente lidera en las encuestas entre los candidatos del partido Republicano a la presidencia, es partidario de hacer serios ajustes al programa de la Seguridad Social (sin ese programa, entre un 6% y un 7% más de la población sería clasificado como pobre). Alguna vez, de la mano de Hillary Clinton, los demócratas quisieron ofrecer un seguro universal de salud, pero se encontraron con la oposición del congreso; hoy son 49 millones quienes viven sin seguro de salud.

Se puede discutir qué se considera pobreza en los Estados Unidos. Para un observador latinoamericano, que ha visto la miseria en las zonas rurales, la definición de pobreza que usan los norteamericanos puede parecer muy generosa. Hay, sin embargo, diferencias culturales importantes: en América Latina, la pobreza no está tan estigmatizada como en los Estados Unidos. ¿Quién quiere ser un millonario?, preguntan desde un programa televisivo; la respuesta: todos. En el país de los excesos de Donald Trump y Kim Kardashian, ser pobre es algo de lo que hay que alejarse como si se tratara de la peste. Para los pobres de raza blanca con escaso acceso a la cultura se reserva una definición que es también un insulto: "white trash". Ser pobre es, simbólicamente, ser basura.

También existen las diferencias de aspiraciones y de acceso. En América Latina los grandes jefes de corporaciones no suelen ser modelos a seguir; en Estados Unidos sí. El "sueño americano" no solo consiste en tener un buen trabajo, una casa y vivir relativamente bien; también consiste en triunfar en grande. Gente de todas partes del mundo ha emigrado a los Estados Unidos persiguiendo ese sueño. En materia de dinamismo empresarial, de posibilidades para lanzarse al negocio propio, Estados Unidos ha sido un ejemplo de sociedad flexible, inventiva, capaz de ofrecer oportunidades para el desarrollo del potencial humano, de la creatividad. No todos han podido alcanzar el "sueño americano" (al menos no en la versión superlativa), pero la posibilidad está ahí, al alcance de la mano, como uno de los grandes motores de la sociedad norteamericana. Muchos han estado dispuestos a endeudarse para conseguir una educación que les permita el acceso a trabajos calificados; hoy no todos pueden pagar esos préstamos, y se esfuma el sueño de la casa propia (el 24% de las familias hispanas y afroamericanas no tiene más bienes que un auto).

Con un desempleo del 9%, el principal desafío de Barack Obama es la creación de empleos. Las elecciones del próximo año girarán en torno a qué candidato será capaz de ofrecer el programa más atractivo para reactivar la economía. Ese programa irá dedicado a captar sobre todo el gran número de votantes de la clase media. No habrá mucho espacio para los proyectos asistenciales, para desarrollar esa red de ayuda necesaria para una sociedad más justa. Pese a las estadísticas, la lucha contra la pobreza no será una prioridad. Todo se transforma en esta sociedad, excepto el capitalismo, que seguirá siendo salvaje.

(revista Qué Pasa, 24 de septiembre 2011)

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27 de septiembre de 2011
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La historia inconmovible

"La Historia Inconmovible de mi nación me enseña que en esta parte del mundo nada cambia y que está prohibido albergar cualquier esperanza. La Literatura Recalcitrante de mi nación me enseña que la falta de esperanza no me impide pedir un cambio y, más generalmente, comportarme como debe hacerlo un ser humano". Leo estas frases en Varsovia, en las mismas horas en que Mahmud Abbas pide para Palestina lo que le niega Benjamin Netanyahu, justo cuando los yemeníes y los sirios salen una vez más a la calle y mueren tiroteados por sus propios ejércitos.

Son palabras que trascienden las circunstancias en que fueron escritas. Pertenecen a Stanislaw Baranczak, Poznan, 1946, poeta, crítico literario, profesor en Harvard cuando las escribió. Su país empezaba entonces a navegar en libertad, hace 20 años. Versaban sobre lo que ocurrió 10 años antes, ahora se cumplen 30, en 1981, cuando la ley marcial cortó por lo sano la oleada liberadora que significó la creación de Solidarnosc. El libro se titula 'Respirando bajo el agua y otros ensayos sobre Europa oriental', editado en 1990, y es uno de los pocos que hay a la venta en inglés a disposición del viajero que embarca en el aeropuerto Frederic Chopin. Esta vieja historia de los combates polacos por la libertad interesa cada vez menos a quienes viajan a este próspero país socio de la Unión Europea, cuya economía crece al 4% y se cuenta entre las naciones más felices de Europa, según una encuesta del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo. Tampoco parece interesar mucho a los polacos, orientados hacia el futuro y optimistas como nunca lo habían sido durante su larga y trágica historia de pueblo oprimido y nación abolida. Acaban de descubrir ahora en su subsuelo un enorme yacimiento de gas de esquisto, el mayor de Europa, que podría proporcionarles suministros para 300 años, la soberanía energética que ahora no tienen, y que compensa la amargura por el nuevo pacto germano-ruso de la energía -el gaseoducto submarino Nord Stream, que suministrará gas ruso a los alemanes, puenteando a Polonia-, sombra pacífica del maldito pacto Molotov-Ribbentrop que significó la partición entre Berlín y Moscú en 1939. Esas palabras salidas de la resistencia valen todavía para el vecindario oriental de Polonia, donde se cruzan los intereses y los ideales. En Ucrania, la jefa de la oposición, Yulia Timochenko, está en la cárcel. En la dictadura que es Bielorrusia podría caber perfectamente Gadafi como exiliado de honor. Moldavia es un país escindido, pues alberga desde 1990 el territorio de la república de Transnistria, prorrusa y no reconocida internacionalmente. Georgia se halla en una situación parecida, con la escisión de la república de Osetia del Sur, prorrusa, resultado de la guerra de 2008. Armenia y Azerbaiyán, sin relaciones diplomáticas entre ambas, mantienen todavía el contencioso por Nagorno Karabak, por el que mantuvieron hostilidades entre 1988 y 1994. Desde su actual presidencia semestral europea, Polonia va a impulsar ahora la Asociación Oriental, en la que están incluidos estos seis países europeos que anteriormente pertenecieron a la Unión Soviética, con el objetivo de promover las relaciones comerciales y económicas, favorecer el desarrollo político y el respeto de los derechos humanos, construir una zona de libre comercio y libre circulación de personas y plantear incluso en el futuro la integración en la UE. El 29 de septiembre todo este programa recibirá un fuerte impulso cuando se reúna la primera cumbre de dicha Asociación en uno de los momentos más cruciales de la presidencia semestral polaca. Es del interés económico de Varsovia proyectar su influencia como socio europeo en su inmediato entorno oriental; pero también quiere atraer a estos países hacia Europa para avanzar sus piezas en el juego geopolítico frente a Rusia. Tendrán que pasar quizás veinte o treinta años para que uno de los países árabes alcance una posición como la que tiene Polonia ahora. La Historia Inconmovible de Baranczak no cambia sin ayuda ni empujones, como los de los polacos estos días a favor de sus vecinos de la Europa exsoviética. Nuestros vecinos del sur del Mediterráneo también lo esperan.

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26 de septiembre de 2011
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El catalejo de Mouat y los secretos mejor guardados

 

En el mundillo de autores y libros existe un lugar común que se concede como una medalla: "El secreto mejor guardado". Un autor, entonces, debiera sentirse orgulloso de ser "un secreto" y, más aún, si se trata de un secreto "mejor guardado". Como si de pronto, en tiempos de chismes online y redes sociales ametrallando eventos, que no hablen de un autor es un mérito. Y ahí viene la gran paradoja: homenajear y promover a un autor-secreto-bien-guardado equivale a eliminarle, de un plumazo, su mayor mérito.

El chileno Francisco Mouat podría, perfectamente, aparecer en cualquier suplemento cultural hispanoamericano recibiendo su medalla como "secreto mejor guardado". Pero, como en el caso de varios que reciben este extraño honor, Mouat no es secreto ni está guardado. Únicamente hace las cosas a su ritmo, a su modo. A un costado de la gran maquinaria, no por eso de manera secreta.

Mouat es un viejo amigo. Trabajé con él en una revista de viajes y seguí, de cerca, el proceso cuando un día dejó su puesto de funcionario del periodismo para dedicarse a su obra diaria. Una que se compone de 4 hijos, su mujer, los talleres literarios que hace en la Plaza Ñuñoa de Santiago, sus comentarios de fútbol en la radio ADN, la escritura de crónica, sus libros, una editorial propia y la siesta. Mouat defiende la siesta con la misma fuerza que otros piden rebajarle el IVA a los libros. Promueve el ocio con la misma pasión que otros discuten un canon.

Al ritmo Mouat, Pancho ha publicado varios libros de no ficción. Entre ellos "El empampado Riquelme", cuya primera versión la sacó Ediciones B de Chile el 2001, y que diez años más tarde llegó a las librerías de Argentina y Uruguay con la editorial Libros del Náufrago.  El libro cuenta la historia de Juan Riquelme, un empleado fiscal que desapareció en el desierto chileno en 1956, y cuyo esqueleto apareció más de 40 años después junto a todas sus pertenencias: un reloj, el pantalón, los zapatos, una libreta. Mouat investiga y rearma el último viaje de un personaje que realmente fue el secreto mejor guardado. Nadie pasó al lado de su cadáver por casi medio siglo.

Por estos días, Francisco está lanzando su página web: El catalejo de Mouat. Ahí se pueden ver sus libros, sus crónicas, escuchar sus audios y ver videos. Pero, además, se puede comprobar una vez más que alguien puede armar un camino propio. Sin agentes ni multinacionales. Aunque para la industria eso pueda tratarse de algo secreto, que está bien guardado.   

 

@menesesportatil

 

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26 de septiembre de 2011
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Más de lo mismo

En cuanto uno menciona la palabra "verdad" es probable que una mayoría de contertulios agudice el oído y afile la lengua. Se diría que no tenemos asunto más imperioso que dirimir. Lo que a mi me satisface de modo descaradamente egoísta es que un colega y amigo como Eduardo Gil Bera le añada una apostilla que convierte mi artículo en una apostilla del suyo en este mismo portal.

La semana pasada mi colega y sin embargo amigo Rafael Argullol escribió un estupendo artículo sobre la permanente convicción de la casta política española de que los votantes sólo merecemos mentiras. Y hoy mismo se han vuelto a enganchar con el asunto mis respetados Santiago González y Arcadi Espada por un quítame allá esas verosimilitudes. Todo está en la red, de modo que pueden constatarlo. Hermoso horizonte aquel en el que todavía nos ocupamos de estas cosas con fervor, a pesar de la victoria abrumadora de la resignación relativista.

Y para añadir apostilla a la apostilla, he aquí otra cita:

"Una pareja joven caminaba media manzana delante de mi. El sol había asomado, radiante, después de un chaparrón y los árboles estaban lustrosos y empapados. De improviso, por pura exuberancia, supongo, el chico dio un salto y agarró una rama; una cortina de agua luminosa cayó, torrencial, sobre ellos y los dos rompieron a reír y salieron corriendo. La muchacha se sacudía el agua del pelo y del vestido como si estuviera algo disgustada, pero no era así. Fue algo hermoso de ver, como salido de una leyenda. No sé por qué he pensado en eso ahora si no es, quizá, porque en momentos así es fácil creer que el agua se creó principalmente para bendecir y sólo secundariamente para cultivar verduras o para hacer la colada".

Quien así se expresa es un predicador americano amenazado de muerte, pero podría ser Kant. Algunas experiencias y juicios no pertenecen al orden de lo útil, de lo rentable, de lo conveniente y de lo mensurable sino a un orden en el que la verdad tiene poco que decir, aunque quizás la verosimilitud sea más pertinente. Sin embargo, el sentido al que se aproxima esa experiencia y su correspondiente juicio es seguramente de una ordenanza más extensa y, por así decirlo, de mayor relevancia para nuestra supervivencia que el de la utilidad, aunque no podría jurarlo.

En todo caso, aunque los feudales de cada provincia se agredan por causa del agua, ¿no es posible pensar que hay un agua anterior y más verdadera? ¿Aquella que responde de todos los sentidos posteriores, derivados y ancilares de la palabra "agua"? ¿Su fundamento primero, el agua que dio nombre al agua antes de convertirse en H2O? Comprendo que es un poco benjaminiano, pero no por eso debe desecharse por completo tal posibilidad, ¿verdad? Es verosímil.

El fragmento pertenece a una de las más sorprendentes novelas publicadas en los últimos meses en España, Gilead, de Marilynne Robinson, muy bien traducida por Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté para Galaxia Gutenberg. En una lectura superficial puede parecer un libro para creyentes, pero es, sobre todo, un libro para ateos. Para ateos no momificados, se entiende.

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26 de septiembre de 2011
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Soñar sobre ruedas

Más allá de su capacidad de rapidez en el transporte o la velocidad que pueda alcanzar. La historia del automóvil está inevitablemente ligada a la educación sentimental de los jóvenes del siglo XX.

Un don del automóvil coincidente también con un desdoro es su carencia de identidad esencial. Una bicicleta, un barco o un avión son siempre así fundamentalmente. Su diseño se acopla a su función y por los siglos de los siglos cada uno de ellos forma parte de la misma naturaleza construida. Construida no por artificio, sino por oficio. El coche, en cambio, siempre ha sido un objeto de representación. Un remedo de las berlinas de los primeros tiempos, una evocación del cohete espacial en los brillantes años cincuenta norteamericanos, una suerte de bulbo que remitía al envoltorio maternal y un kinetic design actual.

La introducción de las formas onduladas o en gota que dominó su diseño en los años noventa contenía una doble predicación: de una parte, el coche continuaba la configuración del ser humano, y de otra, ese organismo introducía la imagen corporal de la mujer, que ya conducía mucho.

No se trataba, pues, de una mujer provocativa al estilo de las que se atrevían a fumar en los años cincuenta o a cruzar las piernas por esas fechas, sino de una mujer integrada en la titulación social, ascendente y destacable como el hombre. Las modulaciones de la carrocería denotaban así, en el extremo, su cuerpo ondulado y embarazado. En ese tiempo, que ya se había sufrido la formidable alza del petróleo, el coche no era tanto para correr sino para pasear, visitar, transportar y albergar.

El coche, poco después de su nacimiento en Europa y su dinámico desarrollo norteamericano, se convirtió en una pieza de velocidad muy unida a la agresividad de los tiempos del siglo XX y al futurismo antifeminista de muchos hombres que odiaban tanto a la mujer como alababan el aeroplano.

La máquina que llaman los italianos al coche se corresponde con la tesis del gran libro La máquina y el jardín (Leo Marx), que describe con precisión y emoción el alma americana. Los norteamericanos aman tanto al coche, que hasta ahora mismo sigue habiendo propietarios que dejan escrito en su testamento el deseo de ser enterrados en la misma fosa con él a su lado.

Todo el fenómeno del tuning, relativamente reciente en España, es muy viejo en Estados Unidos porque el coche no era solo un símbolo, sino un compañero muy personal, un ser vivo, una mascota y un hábitat como la sagrada máquina misma (Microsoft, por ejemplo) y el jardín, tierra de Dios. De la misma manera que en España se habla de buenas y malas cosechas de vino y, como en Francia, se anuncia su calidad, en Estados Unidos, los otoños son tiempo de presentación de modelos, cosechas mecánicas que se exhiben como una fiesta y se reciben con interés nacional. El coche, en un país donde predomina la edge city, es un medio indispensable para llegar a casa o para ir desde casa al mall a comprar avena o calcetines. Es un elemento polisémico y radical. Sirve para servir, sirve para lucir, sirve para acompañar, sirve para pensar, sirve para amar.

En países como España, el coche emblemático de la posguerra, el modesto seiscientos de entonces prestaba su hábitat para el transporte de mercancías o para el amor, sorteaba censuras y permitía salir a un espacio libre de la opresiva vigilancia social y policial, aunque no siempre con éxito. De este modo, el seiscientos, con su morfología de burbuja, cumplió ampliamente los deseos de crear espacios más o menos fugaces y encapsulados. Por ese tiempo, en Francia, el prototipo similar era el dos caballos de Citroën; en Alemania, el Beetle de Volkswagen, y en Italia, el Cinquecento de Fiat. Los cuatro, menudos y casi esféricos, actuaban como una cédula de intimidad. Baratos, resistentes, sencillos, venían a proporcionar dentro de Europa la oportunidad que el Ford T había procurado a los estadounidenses en los años veinte. Ninguno de estos modelos poseía capacidad para correr mucho, pero la velocidad es relativa, y cuando, en Francia, Peugeot participaba en carreras o demostraciones, sus 40 o 50 kilómetros por hora se consideraban una temeridad, con frecuentes accidentes incluidos. En España, a finales de los cincuenta, el tiempo para llegar de un punto a otro en automóvil se calculaba a razón de 60 kilómetros por hora. Se sintonizaba 1 kilómetro por minuto como si fuera ley canónica, y todo lo que alterara hacia la baja ese temporal hacía presentir que el conductor era un loco.

Los coches estadounidenses de 8 y hasta 12 cilindros con una longitud superior a los 5 metros disfrutaban tanto de una conducción muy suave y una amortiguación palaciega como de un precio del combustible hasta 10 veces inferior que el de aquí. Esto permitía también amarse más. Los jóvenes estadounidenses, que obtenían la driver license a partir de los 16 años, tenían como una diversión de week-end conducir, acaso el coche propio comprado de segunda mano y vistoso, hasta los aparcamientos de los centros comerciales, donde la diversión consistía, aparte de asistir a las sesiones de cine, a mantener conversaciones y achuchones fuera o dentro de las carlingas, tan grandes como salones y dotadas de tantos cromados como una feria de la sexualidad.

De hecho, nada hay más gratificante para un amante de los coches que discurrir por la historia automovilística de Estados Unidos. Cierto que los Jaguar británicos, especialmente el S-Type y sus descendientes hasta el XK8, fueron una morbosa debilidad y que los Volvo fueron un símbolo del intelectual radical o, lo que es lo mismo, del norteamericano con una deriva izquierdista.

Los Volvo en Estados Unidos -especialmente hasta los modelos que inauguró Ford en los noventa, poco a poco menos estructurados- han sido las insignias de profesores universitarios que manifestaban así su posición antisistema, siempre dentro de la moderación. No hay duda. Si alguien en Estados Unidos conduce un Volvo es, como poco, un partidario de la socialdemocracia y, antes, de la seguridad social. Por el contrario, quien conducía un Cadillac (hasta ahora, puesto que los han achicado tanto) formaba parte del grupo conservador. Con una distinción sobresaliente: si el Cadillac mostraba sus aceros plateados sería propiedad de un blanco, y si dorados, de un negro enriquecido. En España también cabe hacer apuestas sobre los propietarios a partir de las marcas que se conducen. Pero el coche tiene esta fantástica propiedad. La propiedad de ser siempre el coche fantástico. Ser esto, aquello y lo de más allá. Representar una casa o una lata, un spucknik o un mueblé.

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26 de septiembre de 2011
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Verano y amor

Como bien dice el título, un amor de verano. Chico conoce a chica, pasan un verano de amor y al final cada uno sigue su camino. En apariencia, el desarrollo de tan tradicional esquema es igual de sencillo porque aun siendo una apasionada historia de amor juvenil, en la que se desatan pasiones que llevan a quienes las experimentan al límite de sus existencias, William Trevor ha optado por contarla de forma discreta, tranquila y sin espavientos tremendistas. Y aunque hay sexo adúltero – una fuerza sexual tan imperiosa que hace saltar por los aires  las barreras sociales y religiosas,  y aun la conveniencia  material del colectivo – esa faceta del suceso está tratada con tanta delicadeza que sólo hay un momento, cuando ella va a asearse después del abrazo y ve fugazmente su desnudez reflejada en un espejo, en que se alude explícitamente a una escena carnal en la que ha tenido lugar el consabido intercambio de fluidos que luego precisa de las no menos consabidas abluciones..

En lugar de la narración directa y minuciosa de la repentina y devastadora irrupción de una pasión que viene a perturbar profundamente la aparente calma pueblerina que impera en la localidad irlandesa de  Rathmoye, William Trevor ha preferido la mucho más sutil y efectiva vía de la alusión recurriendo para ello – siempre de forma tranquila y  sin tremendismos, insisto – a elementos que remiten directamente a la tragedia griega. Por ejemplo esa profundamente desdichada “señorita Eileen Connulty”, una solterona que quedó marcada de por vida debido a otro amor de verano con un viajante de comercio y que ahora, desde la más profunda y amarga desgracia, es la encargada de alertar a la población de la llegada de una pasión que sólo puede traer desgracia para todos. Aunque no lo parezca, por su condición de personaje único, su voz agorera hace las veces del coro en la tragedia clásica y en su voz resuena esa alarma que las mujeres llevan impresa en los genes  y que es el resultado de saber que son la presa favorita del macho depredador. Cuando los futuros amantes aún ni sospechan la celada que les está tendiendo el destino, la solterona abandonada ya habla del destino que le aguarda al fruto de ese amor prohibido.

Otro elemento al que se le otorga la voz oscura de la sabiduría (en este caso por vía de la locura visionaria) es Orpen Wren, un protestante en medio de esa comunidad profundamente católica y en la que la pertenencia a otra religión es sinónimo de exclusión y rechazo. En el caso de Orpen Wren el rechazo es doble, primero porque es un indigente que vive de la caridad pública y segundo porque es un viejo chiflado cuya cotidianidad se detuvo treinta años atrás y vive por tanto en un presente profundamente perturbado y fantasmagórico. Lo cual no le impide adelantarse a los acontecimientos y alertar a los héroes de las funestas consecuencias de sus actos.

El resto de los personajes es presentado – y seguido en su desarrollo – con la misma discreción. Florian Kilderry, el amante, un joven difusamente enamorado de una prima, totalmente desorientado acerca de su vida y su destino y que, lo cual es un rasgo definitivo, es hijo de un amor tan desmedido como el que se profesaron sus padres en vida. En cambio Ellie Dillahan, la futura amante, casada con un hombre mucho mayor, es hija de unos amores adúlteros y convive con resignada naturalidad con el estigma de toda criatura expósita a la que, de una u otra forma, siempre se le estará recordando el pecado original que fue causa de su concepción, nacimiento y posterior entrega a un orfelinato.

También el marido, el granjero Dillahan, un hombre que convive con la conciencia de haber causado la muerte de su primera esposa y el bebé que ésta portaba en los brazos cuando él hizo retroceder el tractor sin mirar hacia atrás. A ellos se van uniendo los restantes personajes que intervienen en esta pequeña tragedia pueblerina, un prodigio de discreción y mesura narrativa. Tanta discreción y tanta mesura que corre el peligro de pasar desapercibida en esta época en la que sólo los grandes best sellers parecen tener la capacidad de atraer a los lectores no especializados.    

 

Verano y amor

William Trevor

Salamadra

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26 de septiembre de 2011
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La Jerusalén ideológica

Por las piedras de Jerusalén han combatido ferozmente tres religiones, judaísmo, cristianismo e islam. Pero el viejo conflicto religioso apenas explica una sombra de la realidad. Es la capital de las tres religiones pero es también la encrucijada de donde salen tres vías hacia el futuro, tres formas de entender el mundo, la vida y la sociedad política que se entreveran en cada una de las tres religiones y desbordan la geografía jerosolimitana, la del conflicto entre israelíes y palestinos e incluso la inmediata región de Oriente Próximo.

Según el filósofo y psicoanalista israelí Carlo Strenger (International Herald Tribune, 17-18 de septiembre), conviven en Israel tres modelos de sociedad radicalmente distintos si no directamente contradictorios: el democrático liberal, el autocrático y el teocrático. El primero atraviesa una seria crisis: cita el profesor al menos tres leyes aprobadas por la Knesset que "ponen en serio peligro la identidad liberal democrática de Israel", todas ellas dirigidas a prohibir o limitar la expresión de la identidad palestina. El segundo, en ascenso, autoritario y laico, muy bien representado por Avigdor Lieberman y sus votantes de origen ruso, tiene que ver más con la democracia soberana de Putin que con la tradición fundacional israelí: considera que Occidente está en declive precisamente por sus excesos liberales e individualistas y ahora es el momento de los Estados fuertes y sin complejos. El tercero, demográficamente en auge, es el de los partidos nacional-religiosos, que esgrimen la Biblia como si fueran las actas de propiedad colectiva del pueblo judío. En los territorios palestinos aparecen solo dos modelos, el teocrático de Hamas y el forzosamente autoritario de la Autoridad Palestina, pero son evidentes los esfuerzos hasta ahora infructuosos por construir la identidad democrática liberal. Lo mismo sirve para el entorno de Israel, sobre todo tras la primavera árabe. El modelo autoritario laico acaba de fracasar. El teocrático fracasó antes: en Irán sobre todo. Y el reto ahora es evitar el regreso a las andadas y la construcción sobre la identidad islámica de unas nuevas democracias liberales. Sólo un modelo conduce a la paz. Por eso sólo se alcanzará si la tracción es de los demócratas liberales de un lado y otro. Cuanto menos haya, cuanto más débiles, menos posibilidades para la paz. Vale incluso para el papel en esta pugna de Europa y Estados Unidos, donde también funcionan los tres modelos, y uno de ellos, el de los cristianos fundamentalistas americanos, es el ancla que impide la partida al navío de los dos Estados. El conflicto entre israelíes y palestinos ha sido fácil excusa o coartada para otros conflictos o burda explicación para muchos males. Pero es bastante más: es la Jerusalén del siglo XXI, el ombligo ideológico del mundo. Define la identidad de unas ideas y un modelo de sociedad política.

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25 de septiembre de 2011
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El Boomeran(g)
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