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Socotra, la isla de los genios

La isla de Socotra tiene un tamaño aproximado al del Mallorca y se encuentra a unos 250 kilómetros del extremo  oriental  de Somalia,  justo a la salida del Golfo de Adén. Jordi Esteva, el autor del libro, es un apasionado de la cultura oral. Le fascina el resonar antiguo de las historias que se cuentan en los campamentos nómadas al amor del fuego o en las tabernas de los puertos de resonancias míticas esparcidos por esa franja del mundo árabe y el continente africano  que él conoce muy bien. Incluso cuenta su técnica para ganarse la confianza de un posible narrador que se muestre renuente a relatar sus historias más íntimas en presencia de un extranjero: empieza declarándose firmemente convencido de la veracidad de las historias que otros viajeros han contado de ese lugar, en este caso la misteriosa isla de Socotra. Su experiencia le dice que no debe dar síntomas de vacilación ni siquiera  cuando la leyenda es tan altamente improbable cono la del ave Rock, un habitante de la isla de un tamaño tan descomunal que se valía de  elefantes y rinocerontes como presas con las que alimentar a unas cría que le aguardaban  en un nido que nadie había tenido oportunidad de ver porque lo construía en lo alto de unas montañas descomunales siempre cubiertas de nubes.

Tranquilizado por la actitud crédula del interlocutor, el lugareño interpelado ya no se resiste a la tentación de rememorar aquellas historias que a él le contaban sus abuelos, a los cuales se las habían contado a su vez sus propios abuelos siguiendo una escala ascendente que puede enlazar con las tradiciones recogidas por ignotos memorialistas egipcios, griegos y árabes anteriores a Mahoma, ello suponiendo que no hayan sido recogidas en tradiciones tan sólidas como las de Marco Polo y Simbad el Marino, o firmadas por testigos tan libres de sospecha como Plinio el Viejo y Heródoto.  El buen recopilador, y Jordi Eteva demuestra serlo, va recogiendo indicios  de fuentes orales y escritas muy diversas pero que coinciden en señalar a una isla fabulosa protegida por vientos desencadenados y oculta tras una barrera de nubes tan espesa que los barcos empujados hacia sus costas descubrían la presencia de acantilados cuando ya era demasiado tarde para evitar la catástrofe.

Sus habitantes, los socotríes, hablan una lengua que parece estar directamente emparentada con la que se hablaba en el Reino de Saba y que ha logrado sobrevivir en los valles más remotos y en las cumbres de las montañas pese al progresivo avance de la lengua árabe que impone la república  yemení  desde la capital,  Sana.

Pese a que posee una prodigiosa capacidad de ensoñación y un oído muy fino para la fabulación, Esteva ofrece como de pasada una explicación bastante plausible al hecho casi inverosímil de que una isla dotada de grandes riquezas (“los árboles de incienso y mirra producían ambas sustancias en tal cantidad que bastaba para satisfacer las necesidades de todo el mundo conocido”, según una fuente egipcia de la época) no hubiese sido conquistada y esquilmada por las sucesivas potencias  que dominaron el mundo entonces conocido. Porque además del incienso y la mirra, que eran muy utilizados en Egipto para los embalsamamientos pero también durante las ceremonias y rituales religiosos en el resto del mundo, Socotra poseía el  áloe socotrino, que tenía la virtud de curar las heridas de arma blanca;  el llamado árbol del dragón, poseedor de una savia rojo sangre que servía para la decoración y el tinte, así como una gran cantidad de especies vegetales que los naturales habían aprendido a utilizar por su propiedades médicas y que les conferían a ellos fama de magos y nigromantes. Todo hace pensar que fueron los propios marinos y mercaderes que visitaron la isla en la antigüedad para surtirse de sus productos más valiosos los primeros interesados en propalar noticias falsas acerca de los peligros que entrañaban sus costas y de la posible amenaza que implicaban las artes ocultas de sus habitantes. Unas noticias que, a la postre, han preservado la isla de su destrucción por la modernidad.

Una de las virtudes más de agradecer  en este libro es su sencillez. Que un autor tenga inclinación a la fabulación y gusto por la tradición no le convierte necesariamente en un charlatán, ni en un vendedor de falsedades. El libro es de lectura fácil y amena y la trama de una sencillez muy difícil de mantener de principio a fin. Jordi Esteva cuenta lo que ve y lo que le cuentan, y si hace falta recurre a la tradición, siempre en nombre del gusto por una historia bien contada.

 

Socotra, la isla de los genios

Jordi Esteva

Atalanta       

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7 de noviembre de 2011
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La perorata del bombero

Hoy pocos leen fuera de Francia a Théodore de Banville, el poeta parnasiano de exquisita técnica al que le debemos uno de los conceptos más brillantes de la nomenclatura estética. En 1880, De Banville estableció un nexo comparativo entre los bomberos franceses ("les pompiers") y los personajes de la antigüedad grecorromana de algunos cuadros de Jean Louis David y su escuela neoclásica, que combaten desnudos pero con casco: "le pompier qui se déshabille". A partir de ese texto de De Banville el término ‘pompier' se empezó a aplicar, con el consabido éxito mundial, a los cuadros ridículamente enfáticos, y por extensión, desde entonces, a toda forma de representación artística engolada, vacua y pretenciosa.

    ‘El árbol de la vida' (‘The Tree of Life'), quinta película de Terrence Malick, es constantemente bombera, aunque en algunos momentos de su larga duración de 139 minutos estemos viendo atisbos del gran director que este hombre nacido en Texas en 1943 sin duda puede ser, con el agravante de que cada una de ellas ha sido peor que la anterior. Malick deslumbró en 1974 con su opera prima ‘Malas tierras' (‘Badlands'), un fascinante relato, más lírico que violento, de una pareja de asesinos jóvenes, tocó sesgadamente el ‘western' fantasmagórico con ‘Días del cielo' (‘Days of heaven', 1978), que contaba entre sus alicientes la extraordinaria fotografía de Néstor Almendros, por la que éste obtuvo un Oscar, se retiró después veinte años de las vanidades del cine, según parece para leer con sosiego a Heidegger, sobre el que había hecho una tesis doctoral como alumno en Oxford, y dar clases de literatura en Francia, volviendo a Hollywood en 1998 con ‘La delgada línea roja' (‘The Thin Red Line'), parábola algo tediosa sobre la guerra de Vietnam, muy perjudicada en la casi inevitable comparación con las anteriores obras magistrales de Coppola (‘Apocalypse Now', 1979) y Kubrick (‘Full Metal Jacket', 1987). Luego vino, ya en el siglo XXI, ‘El nuevo mundo' (‘The New World', 2005), que tenía algunas hermosas secuencias en torno al personaje de la india Pocahontas y una enmarañada cantidad de hojarasca.

     ‘El árbol de la vida' arranca con veinte minutos de una excepcional potencia narrativa, presentando en breves trazos elípticos la vida feliz de los O´Brien, un joven matrimonio tejano con tres hijos varones al que un día (estamos en la década de los 50) llega la noticia de la muerte accidental de uno de los chicos; es profundamente conmovedora la escena de la madre (Jessica Chastain) andando por la calle desorientada, y la correspondiente del padre (Brad Pitt) enterándose del accidente por teléfono, a punto de embarcar en un avión que se convierte en el contrapunto sordo de su dolor. Las nociones de pérdida, de ausencia, de recuerdos que no bastan para llenar el vacío dejado por el niño muerto, componen una delicada sonata de cámara, íntima y verdaderamente patética, a la que añade su portentoso instrumento vocal la actriz Fiona Shaw, en una intervención como consoladora abuela irlandesa que se hace corta. Pero inmediatamente después, y una vez que nos ha sabido intrigar con la presencia en una ultramoderna ciudad de hoy del personaje interpretado por Sean Penn, el director siente la necesidad de remontarse a los orígenes del universo, de la angustia vital, de la maternidad, del amor, del Padre Eterno y también de la flora, la fauna y la orografía planetaria. Empieza pues la alegoría, que oscila en la media hora siguiente entre el reportaje al estilo National Geographic y las tomas microscópicas de un documental de divulgación ginecológica, uno y otras de una notable fealdad, culminando esa parte en uno de los mayores hitos de involuntaria comicidad que ha alcanzado el séptimo arte desde que nació: la familia de los dinosaurios problemáticos en el tropo (digital, por supuesto) que la compara a la de los O´Brien. Las músicas acompañantes de ese galimatías, alguna de compositores excelsos, adquiere el valor de una cantinela coral agotadoramente eclesiástica.

      Las artes han dado, antes de que naciera Malick, paradigmas, generalmente sinfónicos, pictóricos o poéticos, de ambiciosas fabulaciones cosmogónicas. Si pensamos en las literarias, probablemente las que más le han inspirado al cineasta norteamericano, acuden enseguida a la cabeza ‘El paraíso perdido' de Milton, ‘El Preludio' de Wordsworth y ‘Hojas de hierba' de Whitman, tres obras también  desmesuradas, no en todos sus versos igual de inspiradas, pero sí dotados sus autores de dos talentos que le faltan a Malick: sentido de la composición y oído. La celebración de sí mismo de ‘El árbol de la vida' (en la que hay numerosos elementos autobiográficos) no tiene, por ejemplo, la rica alternancia del libro de Whitman, que tras iniciar su ‘Song of Myself' con el conocido verso ‘I celebrate myself, and sing myself', sabe intercalar en las exhalaciones subjetivas del vasto poema un elocuente correlato objetivo. Otro tanto sucede en ‘El Preludio', tensado entre las evocaciones personales y las digresiones intelectuales. Respecto al oído poético, no ya aquellos maestros, sino casi ningún escritor consciente del ridículo se atrevería a poner por escrito lo que el narrador de Malick dice en una de sus confesiones más rotundas: "La única forma de ser feliz es amar". Por no hablar, en términos fílmicos, del chirriante final de metáforas vegetales playeras y tecnológicas.

     Irrisoria cuando es trascendental y cósmica, deslavazada al reflejar los trozos de vida de sus seres humanos, es posible, sin embargo, si uno tiene el aguante o la curiosidad de los fragmentos, disfrutar esporádicamente con alguno de los hallazgos plásticos o temáticos: el rito de la rana lanzada al espacio, el niño con pelagra, los juegos táctiles de los dos hermanos en el cristal de la ventana, o la magnífica escena de la enagua de la madre robada, escondida y lanzada al río por el mayor de los hijos, cuando aún no sabemos del todo su agobiado destino bíblico de moderno Job escondido tras el facilón acrónimo de su nombre, Jack O´Brien.

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7 de noviembre de 2011
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La guerra con Irán

Suenan otra vez los tambores de la guerra con Irán. Suenan, es verdad, donde siempre han sonado. En Israel, la única potencia nuclear de Oriente Próximo, que considera el proyecto de desarrollo nuclear iraní como ?una amenaza existencial?. Quien le da al tambor esta vez es directamente el primer ministro Benjamin Netanyahu, que ha dejado filtrar la existencia de un debate en el interior de su Gabinete sobre la eventualidad de un ataque inmediato contra las instalaciones donde avanza el proyecto nuclear iraní.

Es difícil dibujar los perfiles de esta noticia, porque todo suele ser borroso en el territorio de las armas nucleares y de las amenazas que las acompañan. Cuesta hacerlo con el proyecto iraní, que en principio es de carácter civil, aunque llegado a cierto umbral solo sería cuestión de plazos muy breves para que se convirtiera en una realidad militar de potencial agresivo. También cuesta hacerlo con la gesticulación israelí, que es recurrente. No sabemos si la filtración prepara el ambiente para un bombardeo aéreo que puede producirse en cualquier momento; o si es una jugada táctica amenazante en la partida que sostiene Netanyahu con Obama, su íntimo aliado sobre el tablero de Oriente Próximo. La idea de una guerra con Irán, en la que Israel intentaría involucrar a Estados Unidos, se halla en las antípodas de la estrategia de Barack Obama, que incluía la acción diplomática y el diálogo con el régimen de Teherán, al igual que contaba con la buena marcha de las negociaciones de paz entre palestinos e israelíes. No tendría lógica que Estados Unidos abriera un nuevo flanco bélico, después de intentar cerrar los anteriores de Irak y Afganistán, cuando el pésimo estado de su economía le exige prestar la mayor y casi exclusiva atención a la creación de empleo. Irán no suscita ansiedad únicamente en Israel. Netanyahu juega con la silenciosa simpatía de Arabia Saudí y de los países del Golfo, donde los gobernantes suelen ser sunitas y buena parte de los gobernados chiitas, de forma que los primeros temen las revueltas de los segundos, alentadas por las pretensiones de liderazgo sobre el entero islam por parte de los ayatolás. No sabemos si Netanyahu le dará al botón de la guerra, pero lo que ha hecho hasta ahora ?incluyendo el intercambio de prisioneros con Hamás en proporción de 1 a 1.000, su feroz oposición al reconocimiento de Palestina y el anuncio de construcción de 2.000 nuevas viviendas en territorio ajeno? se dirige a recuperar una iniciativa política que había perdido desde que empezó la revuelta árabe. La escalada de la tensión con Irán rebaja las expectativas de cambio en Siria y polariza de nuevo a la opinión árabe, a la vez que suaviza el aislamiento en que se halla Israel. Es una paradójica amenaza desestabilizadora de la que quiere extraer estabilidad.

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6 de noviembre de 2011
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Leer a Messi.- La carátula del último número de Quimera trae a…

Leer a Messi.- La carátula del último número de Quimera trae a un Messi con lapiceros en los bolsillos, raya al costado y gafas de pasta, dándoselas de intelectual. ¿Por qué el dibujo? Pues porque Quimera adelanta un perfil del mejor jugador del mundo que ha hecho Leonardo Faccio y que sintetiza la investigación de 3 años que este realizó sobre La Pulga y que aparece pronto en Debate. Vamos a ver si Faccio consigue explicarnos al genio autista que, luego de terminar un partido, se toma una siesta en el sofá de su sala o juega PES2012.   

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4 de noviembre de 2011
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IV. Los espejos engañosos del poder saltan siempre en añicos

Igual que Kadafi, los Ceausescu trataron de huir, pero fueron capturados por el mismo ejército que antes les rendía pleitesía, y poco después serían llevados al paredón de fusilamiento. Fue ella la que más tardó en despertar, o no logró nunca despertar del todo, porque aún antes de que sonaran los balazos que iban a quitarles la vida quiso dar órdenes a los militares a cargo de la ejecución. La fidelidad para siempre del ejército, la policía, los partidarios, las masas, es parte del mismo sueño. Está allí, parece real, pero un día se desvanece. Humo, nada.

            Los ejemplos abundan, pero no quiero omitir el del general Anastasio Somoza García, fundador de la dinastía que mandó en Nicaragua por casi medio siglo, en base a la filosofía personal que el dictador resumía de manera muy simple: "plomo para los enemigos, plata para los amigos, y palo para los indiferentes". El 21 de septiembre de 1956, mientras asistía a una fiesta en su honor en la ciudad de León, el mismo día en que había sido proclamado, otra vez, candidato presidencial, el joven poeta Rigoberto López Pérez se acercó a la mesa de honor que presidía al lado de su esposa, Salvadora Debayle, sacó un revólver, y le disparó toda la carga.

            Las palabras de Somoza, al sentirse herido, fruto de su incredulidad y de su asombro, fueron: "¡Imbécil! ¿Qué has hecho?". No era posible que fuera cierto. "¿Qué pasa? ¿qué pasa?". Todo aquello estaba ocurriendo fuera de su sueño de poder eterno. Unos balazos, un individuo anónimo salido de la nada, lo estaban despertando a la fuerza. Aquel revólver era real, pero no podía ser real. A lo largo de la historia, todos los espejos engañosos del poder saltan siempre en añicos.

 

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4 de noviembre de 2011
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La cultura del atardecer

Viene a ser tan disparatado como irritante que nosotros los periodistas, los escritores, los catedráticos o los intelectuales, nos revolvamos contra los recortes presupuestarios tal como si en ello le fuera la vida a la sociedad actual. Tal como si la Cultura fuera material sagrado.

En la intensidad de esta crisis no queda jornada alguna en la que se pueda holgazanear

En primer lugar, casi nadie lee, tampoco se alimenta con la pintura, ni se perfecciona demasiado con una o muchas clases en la universidad. Y no digamos ya a lo largo del actual sistema educativo. Todo este currículo es muy importante si funciona muy bien, pero si no es así y recordamos, además, tanto la situación de los cinco millones de parados como la ruina que se extiende como una traca por comercios y empresas, la cultura oficial que se financia es como el plato más prescindible del menú.

Naturalmente todo es Cultura, incluida la miseria y el funeral. Todo es cultura, desde los partidos de fútbol a la forma de conllevar la adversidad. De lo que se trata aquí es de dirimir si la contracción de los gastos públicos para una u otra actividad cultural o educativa puede someterse hoy a la misma condena que la suspensión de ayudas a los dependientes, los desahuciados y a casos así el cuerpo no está separado del espíritu como creía santo Tomás, pero si se trata de evitar más bajas humanas, es indudable que lo primero es dar de comer.

Baudelaire llamaba al arte "los domingos de la vida" y en la intensidad de esta crisis no queda jornada alguna en la que se pueda holgazanear. El arte y los libros y el teatro y el cine y el circo nos embelesan a la manera de un rebozo que siendo humano ("fieramente humano") nos blinda, aún ocasionalmente, del mal.

Todas sus aportaciones son necesarias también para no dejar el espíritu en los huesos pero, puestos a salvar vidas, el estómago y el techo son lo primero. Por igual razón, no deben juzgarse como equivalentes los recortes en sanidad que en educación.

Los programas y centros de enseñanza actuales padecen de tantos defectos que si el absentismo es grande, la calificación de Pisa bajísima y desmedido el fracaso escolar, por algo (y malo) será. Mientras el sistema educativo no se transforme radicalmente en no pocos aspectos, reducir sus presupuestos es mucho menos grave que reducir los presupuestos de la sanidad.

A diferencia del mundo de las aulas, los hospitales públicos españoles se han comportado hasta ahora con prestaciones extraordinarias y ser bien atendido en la enfermedad es el primer escalón para recobrar, gracias al bienestar, el optimismo y, mediante la salud, las ganas de trabajar y de inventar.

El binomio "sanidad" y "educación" que se presentan como los dos grandes pilares del Estado de bienestar deben ser examinadas en su realidad nacional exacta y, a continuación, graduar los lamentos destinados a uno y otro.

Porque ¿y si lo mejor que le pudiera ocurrir al pésimo sistema educativo actual fuera precisamente rebuscar la creatividad en la escasez y una alternativa en los efectos paradójicos de la penuria? "El pájaro de Minerva emprende su vuelo al atardecer", afirmaba Hegel. Es decir, la sabiduría halla inspiración en la hora de la decadencia.

No estoy pensando, claro está, en los recortes de ingresos de unos u otros funcionarios de la educación. Son obreros y padres de familia como los demás, despedidos o apurados a fin de mes, sino en la maquinaria que opera actualmente de acuerdo al nefasto diseño oficial.

Esa maquinaria, y no sus maquinistas, constituye el ítem que no siempre merece ser defendido global y airadamente tal como si se tratara de un buen modelo de nuestro tiempo.

Protección pues para los educadores y sus ya reducidos salarios pero no tantas consideraciones y palinodias en defensa global del sector. "No es solo nuestra ignorancia, es también nuestro conocimiento quien nos ciega", declara Edgar Morin en La vía (Paidós) refiriéndose a la mala gestión de esta Crisis.

De hecho, como bien se observa en las torpes recetas económicas que imponen los mandamases y sus Cumbres, no todo conocimiento es productivo, no todo saber da luces, no todo sistema educativo representa, en suma, a una intocable criatura del divino Estado de bienestar.

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4 de noviembre de 2011
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Historias de Barcelona

 

Estamos apretados como en la bodega de un barco de esclavos. Es domingo por la noche y en el bar Heliogabal, en el barrio de Gracia, no entra nadie más. En un rincón, el escritor Javier Calvo lee un cuento inédito donde aparecen magos y misterios. Gesticula y mueve las manos a lo Sandro, el Elvis latinoamericano. Como si en vez de estar leyendo un cuento estuviera siguiendo una partitura sicodélica. Hay poca luz, mucha madera y una barra llena de cervezas en esta noche literaria. La carga de este galeón está formada por jóvenes que trabajan en Barcelona como editores o escritores o periodistas o traductores o cronistas o agentes. Los hay españoles, catalanes y latinoamericanos. Durante la lectura, todos se miran entre sí. De frente, disimuladamente o de reojo. Atentos a cada movimiento. No son muchos, pero todos parecen tener claro que, si este barco se hunde, cada uno deberá salvarse como pueda.

Nada tiene que ver con la vieja imagen de la Barcelona del Boom Literario de los años 60. Aquella ciudad en la que vivieron García Márquez, Vargas Llosa y José Donoso, donde las historias de América Latina lideraban la demanda. La Barcelona de hoy, más cosmopolita que la de Franco, tiene la mirada puesta en Nueva York, en las series de televisión de Estados Unidos, en los hipervínculos y en narrar las enfermedades propias del desarrollo. La realidad virtual del primer mundo a cambio del realismo mágico tercermundista.

El barrio de Gracia tiene tanto de residencial como de bares que cierran a las tres de la mañana. Pero también es el lugar de Barcelona donde vive Enrique Vila-Matas, el escritor más famoso de la ciudad en estos días. En su autobiografía online, Vila-Matas cuenta que en 1997, mientras escribía Extraña forma de vida, acabó transformándose "en una especie de Fernando Pessoa del barrio de Gracia de Barcelona". Para la nueva generación, su figura sigue siendo la de un fantasma.

La presentación termina con aplausos. El autor avanza entre abrazos y felicitaciones. En un segundo desaparecen las sillas y todos nos reunimos alrededor del bar.

-Siempre nos encontramos en presentaciones -le dice una joven escritora a un joven editor, mientras se abrazan.

Javier Calvo acaba de publicar Corona de flores, una novela gótica de crímenes ambientada en la Barcelona del siglo 19. Su anterior novela, Mundo maravilloso, transcurría en la Barcelona de hoy. Algunos dicen que desde que Woody Allen filmó aquí Vicky Cristina Barcelona, en el 2008, Barcelona se consolidó como un escenario mundial de historias. Aunque vale la pena recordar que, muchos siglos antes de ser mostrada por el neurótico más famoso del planeta, Barcelona ya había aparecido en un libro: El Quijote de la Mancha.

En la fiesta hay dos chicas que parecen Vicky y Cristina. Una editora joven pasa su tarjeta, muestra su último libro y pregunta por planes. Busca libros modernos. Cualquier saludo inofensivo, rápidamente se transforma en una charla de trabajo. El galeón se ha convertido en un encuentro de oficina. De pronto, el público se ha dividido entre quienes tienen un proyecto y los que compran proyectos. Las risas y los brindis no logran disimular el ímpetu.

En Barcelona los libros son parte del paisaje. No sólo porque aquí están las principales casas editoriales del idioma, y los más influyentes agentes en español. Ni porque cada Día de Saint Jordi, los 23 de abril, la ciudad se vuelva loca por la venta y compra de libros y se rompan récords y se haga propia una fiesta mundial: el día del libro. Ni tampoco por la gran cantidad y tipos de librerías: La Central (Rambla Catalunya), Laie (Paseo de Gracia) y FNAC (Plaza Catalunya), son tres ejemplos distintos y recomendables. Los libros son parte del paisaje, por fiestas y personas como éstas.

A los pocos minutos uno siente que ya conoce a casi todos. De alguna manera, todo el mundo está linkeado dentro del Heliogabal.

-Ésta es la nueva movida literaria de Barcelona- me dice, desde atrás de unos anteojos de marco grueso, una traductora nacida en los suburbios de la ciudad. Nunca se tradujeron tantos libros del inglés como en la Barcelona de hoy.

En la mezcla del bar se abarca buena parte del abanico. Está Claudio López de Lamadrid, editor de Mondadori, responsable de publicar a autores nuevos que también están esta noche: Javier Calvo, Robert Juan-Cantavella y la peruana Gabriela Wiener. Está Miguel Aguilar, responsable de Debate, y Marc Caellas, de CasaAmérica Catalunya. María Lynch, joven agente literaria con varios autores de futuro. También aparecen encargados de editoriales independientes, como Diana Hernández, editora de moda con Blackie Books, y Ana Pareja, de Alpha Decay, que acertó con los éxitos Odio Barcelona y Matar en Barcelona.

Barcelona como una marca.

Barcelona como una licencia.

De todos los barrios barceloneses, el más literario sigue siendo el Raval. Por ahí caminaba Pepe Carvalho, el detective de las novelas de Vázquez Montalbán. Y ahí queda la cafetería Central (c/ Ramelleres, 27), un lugar muy frecuentado por Roberto Bolaño antes de la consagración. La última vez que divisé a Bolaño, cuando ya había publicado Los detectives salvajes, fue en la esquina más transitada de la ciudad: estaba en la cafetería Zurich, de Plaza Cataluña, compartiendo café y cigarros con el escritor Rodrigo Fresán y el crítico Ignacio Echavarría. El mar de turistas no los reconocía.

El Raval tiene una historia que crece en su mitología. En todo el tiempo que viví en la calle San Pau, nunca supe que el bar Marsella (c/ Sant Pau, 67) era frecuentado por Hemingway y los fanáticos de emborracharse con absenta. Hoy aparece aquel detalle como un nuevo gancho promocional.

Raval es más barato, y esa termina siendo una buena razón para hacerlo literario. Una noche, en uno de las tantas cafeterías/bares del barrio, veo cómo ve fútbol parte de la nueva generación literaria catalana. El televisor muestra un partido del Real Madrid, y en la mesa esperan una derrota merengue Robert Juan-Cantavella (autor de El Dorado), Eloy Fernández Porta (ganador del Premio Anagrama de Ensayo), Jaime Rodríguez (editor de la revista literaria Quimera) y Jorge Carrión (autor de Los Muertos). En Raval, una caña de cerveza tirada cuesta la mitad que en un bar de Gracia.

Jorge Carrión, alias Jordi, es el más entusiasta de esta nueva generación. Habla de la ciudad al menor descuido. Hace poco, publicó el ensayo La literatura de la marca Barcelona, donde dice que en los últimos diez años la representación de la ciudad se ha convertido en una cuestión global. Ahí explica:"El éxito urbi et orbe de La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, y de La catedral del mar, de Idelfonso Falcones, ha coincidido con el estreno de diversas películas que han escogido a Barcelona como escenario: Todo sobre mi madre (1999), de Pedro Almodóvar, L'auberge espagnol (2002), de Cédric Klapisch, The Cheetah Girls 2, de Kenny Ortega, y Vicky Cristina Barcelona (2008), de Woody Allen. Todas esas ficciones tienen en común una misma topografía: la Barcelona tradicionalmente turística, configurada por el Barrio Gótico y la ruta modernista, con Montjuïc y el Parc Güell en sus extremos y con la Rambla como ecuador".

La noche del partido de fútbol caminamos por Ramblas entre turistas y vendedores. Carrión viene llegando de Nueva York, y trae la boca llena de novedades que suelta como buenas nuevas. Nos despedimos en Plaza Cataluña, y lo veo desaparecer lentamente hasta ser tragado por completo por la ciudad de sus análisis.

-¿Qué libro viniste a presentar? ¿Cuál es tu agente? ¿En qué estás trabajando? -me dispara a quemarropa una editora en la barra del bar Heliogabal, en Gracia.

Le digo en qué estoy trabajando: un artículo de Barcelona para una revista de viajes. Igual me pasa su tarjeta.

Ya pasaron un par de horas desde que Javier Calvo dejó de actuar la lectura de su cuento inédito. Es madrugada de lunes y buena parte de la tribu sigue reunida a un costado de la barra. Ahora, algunos se mueven dentro de la bodega del barco como si estuviéramos en mitad de una tormenta. A veces es mejor caminar lento, para no caer.

No hay turistas en este bar de Gracia. Cada vez cuesta más encontrar bares sin turistas en esta ciudad que se transformó en producto. Según publicó el diario La Vanguardia en enero pasado, basándose en un estudio de una consultora británica, sólo París y Londres superan a Barcelona en la clasificación de ciudades europeas con mejor marca. El periodista argentino Leonardo Faccio sólo habla de Messi. Lleva varios meses siguiéndolo, como parte de un proyecto que espera terminar en libro. El éxito mundial del Fútbol Club Barcelona también ha servido para potenciar la ciudad. Se nos suma Gabriela Wiener, la cronista peruana que debutó exitosamente con su libro Sexografías, donde hay varias historias de la movida barcelonesa.

Dos noches más tarde junto a Faccio y Wiener, dos latinoamericanos en Barcelona, iremos de copas por el barrio Gótico, donde Carlos Ruiz Zafón ambientó la saga La sombra del viento y Juego del Ángel. Caminaremos por entre esas calles Best Sellers, en busca de un restaurante, sintiéndonos parte de una gran escenografía que lleva miles de años, pero que ahora está de moda y eso a todos ayuda. La ciudad como un set ideal. El barrio gótico como otra gran puesta en escena. Después de comer, terminaremos en una fiesta del Club Canalla: una comunidad virtual que organiza fiestas con strippers, tacos altos y látex. Otro auge de la ciudad. De estas performances es de donde viene el post-porno, una variante de género de la industria, que ya tiene 4 libros publicados y con éxito. Barcelona siempre como un exitoso telón de fondo.

Pero para esa noche en el Gótico todavía faltan un par de días. Por ahora, seguimos en esta fiesta donde está buena parte de la nueva generación de autores y escritores y editores de la misma ciudad donde brilló el Boom Latinoamericano. Esa vez lucían los autores, ahora luce la ciudad. Seguimos en este bar que las hace de bodega de un barco de esclavos. Arriba de un galeón catalán que parece estar llegando a destino: por fin, Barcelona ha logrado ser más importante que sí misma. Y mucho más que sus autores.

 

Publicado en Revista del Domingo, diario El Mercurio. 

 

twitter: @menesesportatil

 

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3 de noviembre de 2011
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William Gaddis por Rodrigo Fresán

carátula de la versión portuguesa del libro La publicación de Agape se paga de William Gaddis (Sexto Piso) trae al narrador experimental norteamericano otra vez al mercado español, en plena Era Franzen. El prólogo de Rodrigo Fresán para la edición pone las cosas en su sitio: ¿Quién era este narrador extraño, tan extraño que algunos creyeron que era el propio Thomas Pynchon, es decir el escritor fantasma de un fantasma? No tiene pierde el prólogo que edita Radar Libros en su última edición. Léanlo completo. Aquí algunos fragmentos en desorden:

Se sabe que William Thomas Gaddis (Nueva York, 1922-Nueva York, 1998) era uno de esos escritores con fama de hombre difícil y ?como J.D. Salinger y Thomas Pynchon? una visible y encandiladora aura de invisibilidad. Lo cierto es que, en realidad, Gaddis no era alguien tan complicado o tan fantasmal ?hasta apareció como más o menos velado personaje de otros libros? e incluso se entregó a una de las inevitables e indispensables entrevistas con las que The Paris Review suele clavar a autores como si se trataran de mariposas para que podamos apreciar mejor sus muchos colores y tonalidades. (?) En la entrevista, Gaddis explica ?casi se justifica? que ha decidido aparecer para poner y dejar en claro algunas cosas (como que, por ejemplo, JR no está influenciada por la voluntad entrópica de Thomas Pynchon sino por la de Nathanael West quien, en Miss Lonelyhearts, ?ya había bocetado la entropía con gracia en los años ?30?) y así, una vez realizado el trámite, poder regresar en paz y tranquilo a su vida de desaparecido. Allí, Abádi-Nagy pone en juego y sobre la mesa el tema que persiguió a Gaddis a lo largo de toda su carrera ?la noción de lo complicado y lo complejo, de lo fácil y lo difícil? y pregunta: ?¿Escribe usted como escribe porque ésa es la manera más fácil para usted, o es que obras tan ?difíciles? de leer son igualmente ?difíciles? de crear??. Allí, William Gaddis responde: ?Bueno, como he intentado dejar claro, si el trabajo no me resultara difícil, lo cierto es que me moriría de aburrimiento?. Y a continuación, Abádi-Nagy le pregunta a William Gaddis si se siente ?un escritor experimental?. Y William Gaddis responde casi con las mismas palabras que respondió otro ?raro? norteamericano, William Burroughs, cuando una vez le preguntaron lo mismo: ?No. Yo pienso en lo ?experimental? como en algo que no funciona?.  (?) ¿Puede resucitar un fantasma? Y, de poder hacerlo, ¿es esto una redundancia, una paradoja, una contradicción o, simplemente, un milagro? En cualquier caso, los escritores, tarde o temprano, acaban convirtiéndose en los fantasmas de sus propios libros (que pasan a convertirse en máquinas/médium) y Gaddis ?escritor fantasma durante su vida y cada vez más vivo desde que dejó este mundo? volvió a manifestarse con dos libros póstumos. El primero es esta breve y curiosa novela/diatriba sobre la historia del piano mecánico y la automatización del arte. El segundo reunió su escasa obra periodística, discursos de agradecimiento a diversos premios, apreciaciones de la obra de Dostoievski y Bellow y, sí, un ensayo sobre las propiedades y peligros del piano mecánico. Se tituló The Rush for Second Place: Essays and Occasional Writings. Uno y otro, en el momento de su publicación en inglés, despertaron una tan saludable como tóxica polémica entre los nuevos escritores americanos al volver a evaluar la contundente figura difusa de este escritor del que en algún momento se creyó que era un seudónimo de J.D. Salinger y al que en algún otro se le atribuyó el nombre de Thomas Pynchon como máscara detrás de la cual se escondía. (?) Jack Gibbs, figura de reparto en JR y narrador de Agape se paga ?según Gaddis, por fin concluida luego de tanto tiempo gracias al descubrimiento de Thomas Bernhard, ?un escritor divertidísimo??, se dirige a nosotros desde su lecho de muerte y no es un narrador feliz. Su cuerpo lo ha traicionado y el mundo es una mierda y está dominado por tecnócratas. Y su novela ?en la que lleva trabajando años? se deshace en pedazos sueltos e inconexos. Queda poco tiempo para volver a afirmar lo mismo de siempre: la tecnología jamás podrá suplantar la creatividad de los hombres. Así que adiós a la puntuación convencional y hola al libre fluir de conciencia y a la libre asociación de ideas que le permiten al narrador ?al recitador, en un casi delirio de agonizante? invocar tanto a Glenn Gould como a John Kennedy Toole, Miguel Angel y Tolstoi, para destilar una última pócima mágica, un tónico para intentar conseguir el ?ágape?: la amorosa sensación de ser uno con el mundo celebrada por los primeros y nada burocráticos escritores cristianos. No lo consigue, claro. Pero en el fracaso de Gibbs está el triunfo de Gaddis alertando desde el Más Allá sobre la música invisible pero cierta de la entropía. Y eso es lo que en realidad es este pequeño inmenso libro: un tractat postrero y una última voluntad y un deseo final de que, al menos, intentemos comprender lo incomprensible. Y después veremos qué hacer al respecto. (?) Como ya se apuntó, buena parte de las investigaciones de Gaddis fueron a parar a JR (las notas cronológicas para el año 1920 aparecen ?en forma manuscrita y a golpe de máquina de escribir? en la página 587). Y en las páginas 288-289 y 571-604, Gibbs lee directamente fragmentos del denso libro que está escribiendo. Esta ?solución? ?el fantasma de un libro poseyendo el cuerpo de otro libro? pareció conformar a Gaddis, y en una carta de 1987 al crítico Gregory Comnes dice haber leído un libro ?The Counterfeiters: An Historical Comedy, de Hugh Kenner, publicado en 1968? muy parecido al que él se proponía y exclama: ?¡Maldita sea! Esto lo decide, el mío nunca se hará; aunque hay algo, un impulso, que todavía permanece y que me hacer recortar y guardar todo aquello que encuentro sobre mecanización y arte, y añadirlo a las provisiones que vengo acumulando desde hace treinta años?. (?) Agape se paga ?disparo de partida, summa moribunda, pero vital? se publicó finalmente el 10 de octubre de 2002 en la editorial Viking, y la apreciación más disonante y estruendosa se dejó oír desde el teclado del ?joven? narrador norteamericano Jonathan Franzen. Y tiene su gracia ?en la muy cult y cool The Salon.com Reader?s Guide to Contemporary Authors, (10) una guía en papel a partir de los contenidos de la prestigiosa revista virtual subtitulada ?Una subjetiva e irreverente mirada a los escritores más fascinantes de nuestro tiempo??: Jonathan Franzen y William Gaddis, ordenados alfabéticamente, aparecen juntos a la altura de las páginas 150-151. La entrada de Franzen ocupa media página (todavía no había publicado su consagratoria y para mí sobrevalorada Las correcciones) y la de Gaddis tiene página y media. Dos años después eran ?contando la ilustración? once las páginas que Franzen le dedicaba a Gaddis en la edición de The New Yorker del 30 de septiembre de 2002. El título de su ensayo ya lo decía todo ??Mr. Difficult?? y el subtítulo insistía en la idea: ?William Gaddis y el problema de los libros difíciles de leer?. Allí, en detalle, Franzen recordaba las dificultades y entusiasmos a la hora de leer The Recongnitions (apuntando percepciones válidas e inteligentes) para después analizar un tanto irresponsablemente el resto de la obra del autor hasta llegar a la inminente publicación en tándem de esta nouvelle y de los ensayos reunidos en The Rush for Second Place. Allí, Franzen acaba abogando por los libros cultos y fáciles de leer y entretenidos, y lamentando las dificultades en las que se había metido ?para, según él, ya no salir nunca? uno de los héroes literarios de su juventud. Los argumentos que allí presenta Franzen son sencillos y hasta obvios, pero están profunda y extensamente expuestos. Son ideas fáciles sobre lo fácil e ideas dificultosas sobre lo difícil. Al final, Franzen reconoce que leer a Gaddis le produce dolor de cabeza y que la visión de sus dos libros póstumos le recuerda las visitas a su padre enfermo de Alzheimer y recluido en un hospital geriátrico: ?A menos que seas un muy buen amigo, es mejor no ver a alguien sufriendo de ese modo?. (?) Y fueron muchos los que se sintieron violentados por las palabras de Franzen y fue el también ?joven? escritor Rick Moody quien se sintió obligado a organizar una suerte de homenaje/desagravio ?coincidiendo con el quinto aniversario de la muerte del autor? en el número 41 de la revista/libro Conjunctions, editada en 2003. En esta publicación, bajo el encabezado ?William Gaddis: A Portfolio? se reunieron tributos especialmente escritos para la ocasión por Paul Auster y Siri Hustvedt, David Grubs, Russell Banks, Susan Cheever, Ben Marcus, Mary Caponegro, Steven Moore, Sven Birkerts, Robert Coover, Don DeLillo, Bradford Morrow, Joanna Scott, Cynthia Ozick, Maureen Howared, Jonathan Lethem (quien, inspiradamente, relaciona a Gaddis con el director de cine Stanley Kubrick y concluye que ?tal vez encontremos algún otro manuscrito de Gaddis enterrado en la Luna?), Edie Meidav, Joseph McElroy, Stewart O?Nan, Carter Scholz, David Shields, Christopher Sorrentino, Joseph Tabbi, William Gass y quien firma este prólogo. Allí, en su breve introducción, Moody define a Gaddis ?no como una celebridad literaria sino como un enemigo de la celebridad literaria, un escritor que muy raramente daba entrevistas, nunca leía en público, no escribía frases para las portadas de libros de otros ni asistía a las fiestas del ambiente? y, refiriéndose al debate sobre Gaddis como escritor difícil, Moody prefiere recordar y advertir acerca de cuánto placer se encuentra y se ofrece en sus libros. Y fue Moody quien también dijo ?en su reseña de Agape se paga? que la mejor manera de comprender y apreciar a Gaddis es leerlo rápido y sin detenerse a pensar demasiado en lo que no dice. Entenderlo a partir de la rítmica de sus palabras y el diseño de sus frases. Como si fuera, sí, música. Y recién entonces releerlo. Parece difícil, pero no lo es. Es complejo. Bienvenido sea. (?) En su discurso de agradecimiento por el National Book Award a esta última novela, Gaddis decía: ?Uno siempre se arriesga cuando le pide algo a un lector, porque nunca sabe en qué manos caerá su libro, y éstos son los riesgos que corres?. En JR, luego de describirle a Amy Joubert el libro que intenta escribir, un profundo tractat sobre el piano mecanizado y la onda expansiva de su música, Joubert comenta: ?¿Suena difícil, no??. Y Gibbs responde: ?Tan difícil como pueda serlo?.

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3 de noviembre de 2011
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La crisis afecta a la chick-lit

Bridget Jones, ícono del Chick-Lit Laura Sangrá Herrero escribe para ADN.es una nota sobre lo que podría ser el comienzo del fin de la chick-lit, esa literatura escrita para muchachas, adolescentes y maduras con espíritu joven, deseosas todas de encontrar el príncipe azul en el más desteñido de los hombres. Aunque para lograr entonar con la crisis, ahora las chicas millonarias de algunas novelas tienen que enfrentar crisis económicas y hasta suicidios, como en una novela de Dostoievski. Dice la nota:

Ni los best sellers se salvan de esta crisis feroz. Las novelas chick lit, etiqueta que literalmente significa lite de chicas y que, siendo prácticos, se aplica a todos esos libros protagonizados por mujeres jóvenes, sensibles y de vida acelerada, vendían ejemplares a porrillo. Hasta ahora. Pero el título de super ventas, que antes les venía de fábrica, parece que cada vez les cuesta más ganárselo. Según datos de la revista The Bookseller -de referencia para el mundo editorial británico-, las ventas de chick lit han caído un 10% en Gran Bretaña. ¿Es el principio del fin o sólo un dato razonable, habida cuenta de esta crisis que no cesa? Sólo el tiempo lo dirá, pero las escritoras especializadas en literatura rosa no parecen asustadas. ?No dramatizaría. Es un descenso en general de la literatura de ficción y la chick lit, al ser super ventas en países como Reino Unido y Alemania, sufre más, en proporción, las consecuencias de la crisis que otros géneros menos vendidos?, apunta Rebeca Rus, autora de Sabrina: 1 - El mundo: 0 (Esencia), entre otros. Además, Rus duda de que los malos datos británicos tengan en cuenta las ventas en ebook, formato que ha tenido un ?aumento considerable? en el género chick lit. El cine también ha colaborado en acrecentar el éxito de este género de éxito. Muchas supieron de las novelas al ver a Scarlett Johansson en el papel principal de Diario de una niñera, o a Anne Hathaway en El diablo viste de Prada. Una vez relativizado el catastrofismo que nos llega de las islas, es momento para la autocrítica. Porque algo siempre se puede mejorar para adaptarse a los nuevos tiempos. ?Se tiene que luchar contra los clichés y las ideas preconcebidas? y ?adaptarse a los gustos y vivencias de las mujeres que la leen?, indica Rus. ¿Pero sólo lo leen las mujeres? Por lo visto no, y cada vez menos hombres se avergüenzan por ello. ?Me encanta que me escriban lectores masculinos? que ?se sienten igualmente identificados con los problemas que tienen los protagonistas de mis novelas?, precisa Rus. Pese al bajón que le atribuye The Bookseller a la chick lit, nunca ha dejado de haber novedades sobre la mesa. La última, El mañana empieza hoy (Planeta), de Cecelia Ahern, quien estará esta semana en España promocionándola. ?Escribo sobre mujeres que pasan por momentos difíciles, que han tocado fondo y miran quiénes son y adónde van?, comenta Ahern. Para muestra, nada mejor que su nueva fábula. Tamara, una rica y caprichosa adolescente cuyo máximo esfuerzo es ir de compras, ve cómo se desmorona su mundo cuando su padre, aquejado por las deudas, se suicida. ¿Quién dijo que la chick lit es para flojos?

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3 de noviembre de 2011
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Retratos del poder

Hay un gran escepticismo sobre la utilidad de las cumbres internacionales, con frecuencia compartido o incluso promovido por muchos de los gobiernos que asisten a ellas. A excepción, claro está, del país anfitrión y organizador, cuyo correspondiente presidente o jefe de Gobierno suele buscar en su celebración una oportunidad para afirmar su prestigio en la escena internacional y en ocasiones para dar lustre a su imagen interior con vistas a las siguientes elecciones.

Los primeros en creer en la utilidad de las cumbres son quienes realizan sonoras y, a veces, virulentas protestas en las ciudades donde se reúnen: creen que efectivamente son conciliábulos donde se toman decisiones trascendentes y se cambia el rumbo del mundo. Nada más lejano a la realidad: lo característico es su incapacidad para sacar conclusiones prácticas y, a veces, incluso para redactar sus vaporosas conclusiones escritas. Hay algo que nadie puede discutir respecto a la funcionalidad de las cumbres. Son una ocasión única para obtener, junto a la foto de familia donde aparecen sonrientes los jefes de Estado y de Gobierno en feliz asamblea, otra foto más interesante, una especie de radiografía sobre la realidad del poder y de su distribución en el mundo. En situaciones especialmente vertiginosas en cuanto a desplazamientos de poder mundial e incluso dentro de los países, las cumbres adquieren un interés adicional en la medida en que se convierten en la imagen fija que capta en un instante esta dinámica todavía desconocida.Eso es lo que está ocurriendo estos días en Cannes, la ciudad de la Costa Azul francesa donde se reúne, bajo presidencia de Nicolas Sarkozy, la sexta cumbre del G20, el grupo de las veinte y pico economías más potentes del mundo. Lo más dramático de la dudosa utilidad de estas reuniones es que no hay ninguna otra fórmula que pueda servir para al menos ensayar algo parecido a un mundo gobernado. No sirve ya el G8 (antes G7), excesivamente antiguo y occidental, superado por los países emergentes presenten en el G20. Y tampoco funciona el virtual G2 (China y Estados Unidos), pues esta relación bilateral no es meramente cooperativa, sino que tiene muchos elementos de áspera competencia. Lo que no haga el G20 no lo hará nadie. Francia, a cargo de la presidencia este año, ha hecho un trabajo concienzudo de trabajos previos a la reunión, pero la realidad no respeta los órdenes del día ni los preparativos de las cumbres. Su presidente Sarkozy quería conseguir pasos tangibles en la limitación de los incrementos de precio de las materias primas, en coordinación monetaria, regulación financiera e impulso al crecimiento y el empleo. También esperaba que la cumbre diera el espaldarazo a las medidas aprobadas en el último Consejo Europeo de recapitalización de la banca, quita de la deuda griega y ampliación del fondo de rescate. No contaba con que Yorgos Papandreu, jefe de Gobierno de un país de 11 millones de habitantes que representa solo el dos por ciento del PIB de la UE y no está en el G20, haría de aguafiestas del ensayo de gobierno mundial con el anuncio de referéndum y le cambiaría el orden del día. Por mucho que se hable de otras cosas, todos estarán pensando y discutiendo sobre la consulta griega, que amenaza desde su discreto tamaño con enturbiar el horizonte europeo e incluso global. Lo que ha hecho Papandreu no es extraño en momentos de redistribución del poder y de cambio, en los que se producen situaciones paradójicas, con margen para los más pequeños para retar a los más poderosos. Le ha ocurrido a Obama con el Gobierno de Israel respecto a su exigencia de congelación de los asentamientos en territorio palestino y de respeto de las fronteras anteriores a 1967. O también con la Autoridad Palestina respecto a su reconocimiento internacional en Naciones Unidas y la Unesco. Y ahora le acaba de pasar a Angela Merkel, y con ella al Eurogrupo, justo cuando acababa de proclamarse patrona indiscutible de la UE. Obama teme que Europa arrastre a la economía de su país a una segunda recesión, que le dejaría al pie de los caballos en 2012, justo en su campaña electoral para la reelección. Poco puede aportar para evitarlo, aparte de los buenos consejos, en comparación con China, el país cortejado por Europa para suministrar financiación a ese fondo de rescate que Grecia somete a referéndum. Al presidente chino, Hu Jintao, le viene de perlas esta extraña situación, en la que le será mucho más fácil esquivar las persistentes insinuaciones sobre su moneda excesivamente depreciada y pedir en cambio que se reconozca plenamente a su sistema como una economía de mercado. Para la UE, este tipo de reuniones, en las que suele estar sobre representada, son fácil ocasión para reflejar sus divisiones internas; pero esta vez, en cambio, quedará en evidencia y retratada por su lentitud y su escasa pericia a la hora de gobernarse a sí misma.

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3 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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