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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XI

XI El saber que hizo posible lo que envuelve nuestras vidas

Vivimos rodeados de ordenadores, aparatos de telefonía móvil, reproductores de música  digital, los llamados ipod,  paneles que aprovechan la energía solar, susceptibles de ser instalados en la propia casa. Desde que en los años setenta, la fibra óptica empezó a sustituir a la transmisión eléctrica, las posibilidades  de comunicación rápida entre los seres humanos han  experimentado un progreso quizás mayor que en todos los siglos anteriores. Forman ya parte del lenguaje cotidiano, términos como semiconductor, laser, amplificador, o fotodetector...que para algunos hará evocar el viejo efecto foto-eléctrico que se haya de hecho en su origen. Estas mismas personas se hayan relativamente informadas sobre el hecho de que  los efectos físicos que hacen posible ese complejo entramado técnico, que  literalmente codifica  y acota nuestras vidas, son un reflejo de que, a nivel microscópico,  la naturaleza responde a lo descubierto- en ocasiones con gran estupor- por los pioneros de una disciplina, la Física Cuántica, a priori muy alejada de la experiencia cotidiana de los hombres. La descripción  del comportamiento de los electrones en el seno del átomo  resulta que   hace inteligible algo como la fotosíntesis, de lo cual cabe inferir que esa disciplina, focalizada en principio sobre la naturaleza elemental (Física y  no Biología),  abre una vía de acceso a la comprensión de la vida, e incluso, como veremos más adelante,  una vía de acceso a la comprensión del papel de la conciencia.

La Mecánica Cuántica puede (como tantas otras cosas interesantísimas, el arte en primer lugar) jugar el papel de comodín para espíritus  perezosamente adictos a la esperanza, pero asimismo puede incentivar la inclinación a retomar la interrogaciones mayores del espíritu humano, aquellas que se fraguan en la transición de la in-fancia a la humanidad cabal, que los griegos archivaron y exploraron y que hoy constituyen el contenido legítimo de lo que damos en llamar Filosofía.

De ahí que el caso paradigmático de hermenéutica de nuestro tiempo sea el de las llamadas interpretaciones de la Mecánica Cuántica. Algunas de ellas se deben a los creadores mayores de la disciplina. Sin embargo ninguna  es fundamental a la hora de efectuar experimentos o avanzar protocolos que permiten innovaciones tecnológicas. Por decirlo con toda nitidez: la diferencia entre una u otra interpretación es irrelevante desde el punto de vista del progreso de la física.  ¿Quiere ello decir que es irrelevante simplemente? Todo depende de si  se considera que el hombre tiene como destino el control de la naturaleza o si lo suyo es más bien la interpretación de la misma  la cual se revela indisociable de una interpretación de su propio ser.

El 14 de diciembre del año 1900, en una conferencia en la Sociedad Alemana de Física  (Deutschen Physikalischen Gesellschaft) en Berlín, hablando de un modelo de resonadores por él concebido para  intentar dar cuenta del rompecabezas que significaba la radiación efectivamente constatada a partir del objeto físico conocido como  cuerpo negro (la cual contradecía todas las previsiones conformes a las leyes físicas de la época) Max Planck pronuncia la siguiente frase:  

" Si el monto de energía E es considerado un continuo infinitamente divisible, la distribución de tal monto puede ser considerada de múltiples maneras. Consideraremos sin embargo- y este será el punto esencial de los cálculos que siguen- que E se haya compuesto por un número bien definido de partes iguales y consideramos además que la constante h  (de naturaleza igual a 6.55 multiplicado pr 10 elevado a menos 27 ergios por segundo) multiplicada por la frecuencia de los resonadores nos da el elemento  de energía epsilón. Cabe la posibilidad de que la energía total E sea un número entero de elementos de energía, pero de no ser exactamente así consideraremos en entero P más próximo y diremos que se dan  P elementos epsilon de energía"

 

La trascendencia filosófica de esta declaración reside en el paso entre las dos palabras subrayadas por mí: de hablar del continuo se pasa a hablar de un elemento. Se estaba abriendo la puerta a la más trascendente modificación de los conceptos en los que reposa nuestra concepción de la naturaleza.

Planck era un físico teórico y no exactamente un experimentalista,  pero  como en tantos otros casos, el experimento seguiría. De hecho la conjetura ya había sido verificada en el momento de esa conferencia para las grandes longitudes de onda. Pero no es correcto pensar que la techné sólo corresponde al experimento. En la medida en que se trata de dar  cuenta o razón la techné empieza  ya con la conjetura y el experimento es prolongación de la misma.

En la senda marcada por Planck siguieron los Einstein, Bor Heisenberg, Schrödinger, es decir todos aquellos a los que estás asociada la gran aventura de la Mecánica Cuántica

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8 de noviembre de 2011
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El rapto de Europa

La doncella pasea por la dehesa hasta que descubre un toro blanco; se aproxima a él y lo acaricia. El animal responde con un suave bufido. Confiada, ella trepa en su lomo. El toro emprende una feroz carrera hasta la costa y continúa a toda velocidad sobre las aguas. Al llegar a Creta, la bestia revela su verdadera identidad y no duda en violar a la joven. Que el Viejo Continente y la muchacha seducida por Zeus compartan el mismo nombre resulta ideal para tejer una maliciosa comparación entre los dos, sobre todo si recordamos que la escena ocurre en Grecia.

Abducida y mancillada, la Europa de 2011 trastabilla y sangra por todas partes. Durante años, sus líderes lograron dar vida a esta quimera, en cuyo seno han convivido algunas de las sociedades más justas y libres de la historia, pero sin impulsar una unión política completa. Como nueva deidad impenitente, la actual crisis -otra palabra griega- ha terminado por exhibir sus emplastos y remiendos.

Los llamados países periféricos -aquellos que más se enriquecieron con el boom de los noventa- han sido las primeras víctimas de la recesión: Irlanda y Portugal, que ya han tenido que ser rescatados, y a continuación Italia y España, cuyas economías apenas se sostienen. Pero el verdadero talón de Aquiles de Europa -nunca mejor dicho- es Grecia.

Este pequeño país, de apenas 11 millones de habitantes, donde nacieron la idea de Europa y la democracia, no sólo se encuentra al borde de la quiebra, sino que amenaza con precipitar en su caída a toda la eurozona, y acaso a la Unión Europea en su conjunto. Funcionarios poco escrupulosos, tanto en Bruselas como Atenas, fueron incapaces de darse cuenta de que sus cuentas públicas no cuadraban hasta que su déficit se volvió inmanejable y su deuda se disparó a grados nunca vistos.

Frente a esta catástrofe, los líderes de la UE han reaccionado tarde y mal. La falta de cohesión fiscal y política se sufre más que nunca. Por un lado, resulta imposible tomar las medidas económicas habituales -la devaluación de la moneda-, pues Grecia pertenece a la eurozona y Alemania jamás lo permitiría; por el otro, los 27 no han sido capaces de atajar un problema que no es ya coyuntural, sino que obedece a la falta de una mayor unión entre ellos. 

Hace justo un año, Alemania y Francia anunciaron un "ambicioso" plan de rescate para la hija descarriada, que contemplaba la aplicación de brutales medidas de ajuste, enormes recortes sociales, el despido de 150 mil funcionarios y la rebaja de los sueldos. El remiendo resultó insuficiente. El pasado 27 de octubre, Merkel y Sarkozy aprobaron un segundo plan de rescate para Grecia: a cambio de la quita del 50 % de su deuda, los griegos deben someterse a nuevas dosis de ajustes y recortes.

Su primer ministro, el socialista Yorgos Papandreu, sorprendió a propios y extraños al anunciar que sometería este rescate a un referéndum. Antes, los dioses solían reunirse en el Olimpo; hoy, reunidos en Niza, los dirigentes del G-20 no dudaron en llamar a cuentas al rebelde. Entretanto, los mercados -nuevo Hado- respondieron a su apuesta con idéntica furia.

Grecia es la cuna de la democracia directa. La idea de un referéndum no era mala por sí misma, como se apresuraron a tronar Merkel y Sarkozy: a fin de cuentas, serían los ciudadanos griegos quienes decidirían si querían permanecer en el euro -como dicta la ortodoxia de Bruselas- o si preferían enfrentarse al default, como hicieron en su momento Argentina o Islandia y como aconsejan, desde el otro lado del Atlántico, figuras como Paul Krugman o Nouriel Roubini.

En esta ocasión, Papandreu se valió de este instrumento sólo para aumentar su margen de maniobra, sin pensar en sus electores. Amenazado por los Olímpicos, quienes no dudaron en prometer una era de caos para los griegos que votasen por el no, y acosado por las pugnas internas de su propio partido, Papandreu terminó por dar marcha atrás en una actuación que, de no ser tan irresponsable, pasaría ya del terreno de la comedia.

Pero el episodio griego no es sino un síntoma más del estado de la UE. En política exterior, sus 27 miembros no logran ponerse de acuerdo ni siquiera en temas sensibles, como Libia o Palestina. La ausencia de una fiscalidad y una política económica comunes paralizan a la eurozona, dependiente de los oráculos de Berlín. Y los países endeudados se ven sometidos a feroces medidas de ajuste dictadas por líderes de otros países.

La UE ha sido uno de las mayores aventuras de nuestro tiempo. Por desgracia, hoy se muestra atenazada por dirigentes cada vez más populistas -más cercanos a Pisístrato que a Solón- y por una ortodoxia económica que condena a la mayor parte de sus economías a una larga parálisis. Si sus ciudadanos no quieren que la UE fracase o se desgaje, deben exigir a su clase política la única solución que se ha revelado satisfactoria para sus sociedades en más de dos milenios de historia: más Europa. Es decir, reactivar lo que ahora parece imposible: una auténtica unión política y económica de la UE. 

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8 de noviembre de 2011
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Juan José Saer y el extrañamiento

"Viene de golpe. Es un sacudón --pero no es un sacudón-- brusco --pero no es brusco--, y viene de golpe. Por medio de él sé que estoy vivo, que esto --y ninguna otra cosa-- es la realidad y yo estoy dentro de ella enteramente, con mi cuerpo, atravesándola como un meteoro. Sé que ahora estoy completamente vivo, y no puedo eludir eso. Pero no es nada de eso tampoco, porque eso ya ha sido dicho, muchas veces, y si ha sido dicho no es esto. Me ha venido muchas veces el extrañamiento, pero nunca este extrañamiento, y éste no podía venirme sino ahora. Porque cada milímetro del tiempo está desde el principio en su lugar, cada estría en su lugar, y todas las estrías alineadas una junto a la otra, estrías de luz que se encienden y apagan súbitamente en perfecto orden en algo semejante a una dirección y nunca más vuelven a encenderse, ni a apagarse".
 
(Cicatrices, 1969)
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8 de noviembre de 2011
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Martín Caparrós, premio Herralde

Martín Caparrós. Foto: Alejandro Guyot ¡Bravo! Seguro Martín encontrará alguna manera de renegar por esto, de no estar de acuerdo, pero en el fondo está feliz: El ganador del premio Herralde de Novela 2011, de la editorial Anagrama, es Martín Caparrós con Los Living (presentada con el título de La vida nueva y el pseudó-nimo de Alberto de Santos). La nota de prensa anuncia el tema de la novela:

Nito nace en Buenos Aires el día en que muere Juan Domingo Perón, julio del 74. Su infancia es una infancia como tantas, retorcida, inclemente, hecha de amores posibles e impo-sibles, aprendizajes y terrores, contra el fondo de la turbulenta historia argentina. Sus primeros años quedan marcados, además, por la muerte confusa de los suyos: su padre, su abuelo. Y Nito se siente cada vez más fascinado por ese tránsito, más acosado por las dudas: ¿cuál es nuestra re-lación con los muertos? ¿Se puede mantener el contacto con ellos? ¿Siguen entre nosotros? Años después, cuando se encuentre con el Pastor y se vuelva su arma más afilada, el invento de los living le permitirá aventurar una respuesta ?provisoria, frágil? a esas preguntas sin respuesta posible. Con Los Living, el gran escritor argentino Martín Caparrós se adentra en nuestra relación con la muerte, con los muertos y su desaparición de nuestras vidas. Los Living es una historia que va de la farsa a la tragedia ?y viceversa? sin perder nunca la mirada afilada, la emoción, la prosa sorprendente. Una novela osada, deslumbrante, llena de humor y de tristezas, que nos propone una ácida visión del mundo contemporáneo, de sus dobleces y desconciertos, de sus silencios fundamentales. Imprescindible.

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7 de noviembre de 2011
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Novela: instrucciones de uso

 

La falta de acuerdo respecto a lo que es una novela literaria y la reticencia a definir sin rodeos los rasgos de la literatura industrial hacen cada día más atractiva la idea de componer un manual que ayude a desenvolverse con soltura entre las novelas que vale la pena leer. Podría titularse así: "Novela: instrucciones de uso". Si los electrodomésticos llevan sus estúpidas indicaciones, ¿por qué no van a venderse
con un artefacto tan endiabladamente complejo?

El Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk fue invitado en 2009 a impartir algunas lecciones sobre el arte de la novela, en el reputado ciclo de las Conferencias Norton de la Universidad de Harvard, y tal como las publica ahora Random House podrían formar parte de este manual.

Orhan Pamuk quiere que sus conferencias sean un ensayo o una meditación sobre el arte de la novela y encuentra muy acertado considerar cómo clasifica Schiller a los poetas para entender no sólo a los autores sino también a sus lectores.

Schiller, nos recuerda Pamuk, distingue a los poetas ingenuos de los sentimentales. Los ingenuos son calmados, crueles y sabios. Escriben sin pensar en las consecuencias de lo que dicen y les trae sin cuidado lo que piensan los demás. Los sentimentales, por su parte, son racionales, gramáticos y desconfiados. No creen en la inspiración y son metódicos cuando cuestionan la sugestión de sus sentidos.

El arquetipo demuestra ser de utilidad para comprender el punto de vista de los lectores. Los ingenuos, dice Pamuk, no dejan de ver rastros autobiográficos en las ficciones del novelista. Los sentimentales, siempre tan huraños, consideran la ficción como una arbitrariedad imaginativa.

Pamuk considera que el gran logro del novelista es existir en la mente del lector y describe las operaciones que permiten retener en nuestra cabeza las impresiones de una buena novela.

No dejamos de respirar la atmósfera creada por la narración, transformamos incesantemente las palabras en imágenes, no dejamos de discernir qué puede ser cierto o fruto de la fantasía, no dejamos de buscar similitudes y correspondencias con nuestra propia vida, nos enredan los problemas y placeres del estilo, rehuimos el juicio moral -que es el lodazal inevitable de la novela, ("A la novela no le toca juzgar, sino entender"); surge intimidad, confianza y complicidad con el autor -aunque a veces molesten sus apariciones personales; se retienen con vivacidad los detalles de la narración pues en la novela bien construida todo está en relación con todo y, finalmente, comprendemos que nuestra ocupación principal es buscar, y encontrar, el centro secreto de la novela. La intención no obvia que rige, atraviesa y sostiene el conjunto de la trama y la personalidad de sus personajes.

Las reflexiones de Pamuk sobre la novela son originales aunque prefiere aludir a sus propios hábitos más que alardear de ruidosas teorías. Una de mis opiniones más contundentes, dice, es que las novelas son en esencia ficciones literarias visuales. "Una novela ejerce su influencia sobre el lector apelando a su inteligencia visual".

Pamuk subraya la importancia de las palabras que movilizan nuestra imaginación visual y se interroga sobre las cualidades de una prosa que consigue describir los esplendores del mundo visual imaginario.

El breve ensayo de Pamuk nos recuerda además cómo deben ser los lectores que necesita un novelista: perspicaces, tolerantes y diligentes.

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7 de noviembre de 2011
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Mar de fondo

Este va a ser el tercer golpe de mar, la tercera oleada y probablemente la definitiva. La primera es la que devolvió el gobierno de Cataluña al nacionalismo conservador de Convergència i Unió, después de siete años de purgatorio en la oposición. La segunda es la que le otorgó también la hegemonía del poder municipal, coronado por la joya de la alcaldía de Barcelona. Con la tercera, ¡ay la tercera!, será muy difícil que se pueda contabilizar como una nueva progresión del partido catalán gobernante, pues será una pleamar con resaca para el nacionalismo.

Esta es una marea que se lleva por delante a quien está al mando, que en el caso que nos ocupa es el socialismo. Perdió primero la Generalitat de Cataluña. Perdió después la ciudad de Barcelona donde había gobernado desde la restauración democrática. Y perderá ahora el gobierno de España. Todo esto lo ha perdido y lo perderá por circunstancias que van mucho más allá de la gestión de una simple crisis económica. O quizás porque no nos encontramos simplemente con una crisis económica. T odo está sucediendo como dicen los guiones. Las encuestas captan las grandes tendencias, las sucesivas elecciones las confirman y en cada nueva elección queda remachado el cambio. Escasos son los márgenes para llevar a la gente a las urnas, convencer a los indecisos o menos todavía hacer cambiar el voto. Tampoco va a torcer el curso de las cosas un debate cara a cara como el de hoy, entre los candidatos del PP y del PSOE a la presidencia del gobierno. De forma que todos seguiremos sumisamente la pauta. Rajoy no es el cambio, sino que es el cambio el que propulsa a Rajoy. El cambio no empezará el 20-N, sino que culminará entonces cuando España entera aparezca repintada de azul pepero. El cambio empezó mucho antes, cuando quedaron agotados el Gobierno, el programa e incluso el horizonte socialistas, algo que captaron las encuestas a mitad de 2009 cuando registraron un cambio de preferencia electoral, que se ha ido ensanchando sin pausa desde entonces. Todo cuenta y facilita el cambio. Las inconsistencias tan glosadas de Zapatero. Su negación de la crisis. Los errores que se encadenan cuando van mal dadas. Pero ninguno de estos elementos es la causa del cambio. Ni mucho menos la erosión persistente producida por la oposición, que combina sabiamente el extremismo mediático con el moderantismo expresivo del líder, la polarización efectiva y el centrismo retórico. Y no digamos nada de la atractiva personalidad de Rajoy o del programa y de la capacidad argumentativa y de convicción del PP. Ni siquiera es un cambio propio, que empiece y termine aquí, sino una consecuencia de cambios mayores, corrientes marinas globales que afectan a todos pero golpean a los más frágiles. Las urnas consagrarán el cambio, pero no lo van a traer, porque ya se ha producido. La mejor prueba es la tranquilidad o la indiferencia con que se observan estas elecciones desde Berlín, Bruselas o París: nada esencial se juega porque las decisiones difíciles ya se han tomado y seguirán aplicándose con independencia de lo que digan las urnas. Esa es la diferencia y la ventaja que tiene España respecto a Italia y Grecia. El margen de indeterminación, que lo hay, no es para resolver si habrá o no cambio, sino para señalar hasta dónde llegará la marea y cómo será su impacto en algunas zonas de la geografía electoral de especial significación. Es la resaca que amenaza con arrastrar a CiU y a su ambicioso programa: el pacto fiscal y la transición nacional con derecho a decidir, incluidos en la investidura de Artur Mas; algo que nadie sabe cómo se hace si no hay capacidad alguna de pacto y de alianza con las mayorías parlamentarias españolas. Además, puede haber sorpasso del PP respecto a CiU en Barcelona e incluso en Cataluña, algo que también va más allá de lo meramente simbólico. Pero basta en todo caso con una mayoría absoluta del PP, o incluso una mayoría suficiente con el auxilio de UPyD, para que la hoja de ruta convergente se convierta en el cuento de la lechera.

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7 de noviembre de 2011
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La casa por barrer

Una breve historia de la vida privada, de Bill Bryson, es un libro gordo y promiscuo. Un accidentado recorrido histórico formado por curiosidades simpáticas, que se comporta como un desenfadado y desbaratado cuarto de juegos más que como una habitación preparada para recibir a las visitas

Lo mejor y peor de esta obra de seiscientas páginas es su proliferación y, de paso, su dispersión informativa. Se habla de tantos aspectos o historias del mundo paralelos al mundo de la casa que la casa va perdiendo su anunciado papel de protagonista y se disuelve entre los muchos argumentos y curiosidades de alrededor.

Bryson, famoso por 'Una breve historia de casi todo', que se quedaba en la vida de casi nada, se ilusiona por relatar un asunto tras otro, casero o no

Más que un libro sobre la historia de la casa propiamente dicho es un libro de historia que toma, por ejemplo, como punto de partida el Palacio de Cristal de la Exposición Universal de 1850 en Londres: su construcción, sus materiales, su atractivo, y el de los edificios alrededor de Hyde Park.

De vuelta al tema casero, los impuestos sobre las ventanas y el grosor de sus cristales, el mundo de la electricidad y la reunión en la mesa de comer van salpicando un relato que sin dejar nunca de ser ameno, con frecuencia rompe el hilo de lo que promete tratar.

De este modo accidentado, cuando el lector concluye el libro siente haber recibido un generoso menú histórico, compuesto de pequeñas cosas y de curiosidades simpáticas, rehundidas ambas en un texto que no invita a entrar en la casa, y menos a habitarla, como sería de buena educación según su titular.

De los relatos que va soltando el autor, unos tienen que ver con las ocurrencias de la arquitectura y sus órdenes clásicos, pero muchos más cabrían en un ondulado discurso sobre la evolución de la privacidad, desde hace cuatrocientos años hasta el principio del siglo XX.

Dormir juntos, "hacerse" literalmente la cama (con maderas y pajas), defecar juntos en animada conversación, tomar comida del plato del otro con las manos, no lavarse, no quitarse la ropa para acostarse, etcétera. Son usos que, aun relativamente sabidos, no dejan de interesar a cualquier ciudadano de hoy; hogareño o no.

En el principio, como cuenta el autor, la casa era el hall o al revés: el hall era toda la casa. Allí se hacían las operaciones comerciales, se dormía, se comía, se orinaba o se copulaba.

El proceso de división de la casa en estancias es igual al de la especialización de sus funciones, paralela a la producción general, pero correspondiente también a la progresiva formación de la individualidad.

La casa es refugio en general y, en principio, de una congregación amontonada pero, poco a poco, corriendo los siglos, se hace casamata, se crean zonas especiales reservadas para los señores y el servicio, para la ingesta y la deposición.

En conjunto, el desarrollo del mapa casero va siendo, como se deduce del libro, una película que a través del pasillo o de la escalera nos conduce hasta el salón, nos pasea por el jardín o nos confina en el baño, el sótano o el desván.

Una y otra vez, Bill Bryson, famoso por su libro Una breve historia de casi todo, que se quedaba en la vida de casi nada, se ilusiona por relatar un asunto tras otro, casero o no. Desde las cosechas a la enfermedad, desde la fisiología femenina hasta la muerte de los pobres niños.

Tratándose pues de un grueso volumen hay ocasión para recrearse con la historia del agua corriente, por el devenir de la cocina y la adulteración de los alimentos, pero apenas nos encandilamos en alguno de estos temas, se apaga esta luz.

Precisamente, un pasaje típicamente casero, nos hace pensar y hasta sentir las diferencias que separan el mundo de la electricidad de aquel que hasta el siglo XIX obligaba a leer en torno a unas velas o a seguir las órdenes y quehaceres que marcaba la luz natural. Y no solo percibimos que la falta de luz eléctrica representaba un factor determinante en las costumbres de pueblos y ciudades, sino que precisamente la larga presencia de la oscuridad componía el mismo cuerpo de la cultura, de la fe, la ciencia y la manera de ser.

Un innumerable censo de cuestiones reunidas como al hilo de una investigación ni muy organizada ni muy focalizada explican por qué este libro es tan gordo y promiscuo. Esta lleno de magra y de grasa. Es omnívoro y metaboliza más bien poco.

Podría decirse, siguiendo sus mismas menciones, que más que un primoroso mueble de tocador su modelo es el confuso arcón de un trastero. O bien, más que una habitación preparada para recibir a las visitas, la obra se comporta como un desenfadado y desbaratado cuarto de juegos.

Más amenidad que intensidad. Y, en ocasiones, tanta dispersión que el título En casa es menos verdadero que su subtítulo, 'Una breve historia de la vida privada'. Pero también algunas raciones de vida no privada porque, al cabo, podría decirse que en su investigación múltiple, este pastor anglicano no se ha privado casi de nada.

En casa. Una breve historia de la vida privada / A casa. Brey història de la vida privada. Bill Bryson. Traducción de Isabel Murillo/ Joan Solé. RBA / La Magrana. Barcelona, 2011. 672/ 640 páginas. 25 euros .

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7 de noviembre de 2011
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Socotra, la isla de los genios

La isla de Socotra tiene un tamaño aproximado al del Mallorca y se encuentra a unos 250 kilómetros del extremo  oriental  de Somalia,  justo a la salida del Golfo de Adén. Jordi Esteva, el autor del libro, es un apasionado de la cultura oral. Le fascina el resonar antiguo de las historias que se cuentan en los campamentos nómadas al amor del fuego o en las tabernas de los puertos de resonancias míticas esparcidos por esa franja del mundo árabe y el continente africano  que él conoce muy bien. Incluso cuenta su técnica para ganarse la confianza de un posible narrador que se muestre renuente a relatar sus historias más íntimas en presencia de un extranjero: empieza declarándose firmemente convencido de la veracidad de las historias que otros viajeros han contado de ese lugar, en este caso la misteriosa isla de Socotra. Su experiencia le dice que no debe dar síntomas de vacilación ni siquiera  cuando la leyenda es tan altamente improbable cono la del ave Rock, un habitante de la isla de un tamaño tan descomunal que se valía de  elefantes y rinocerontes como presas con las que alimentar a unas cría que le aguardaban  en un nido que nadie había tenido oportunidad de ver porque lo construía en lo alto de unas montañas descomunales siempre cubiertas de nubes.

Tranquilizado por la actitud crédula del interlocutor, el lugareño interpelado ya no se resiste a la tentación de rememorar aquellas historias que a él le contaban sus abuelos, a los cuales se las habían contado a su vez sus propios abuelos siguiendo una escala ascendente que puede enlazar con las tradiciones recogidas por ignotos memorialistas egipcios, griegos y árabes anteriores a Mahoma, ello suponiendo que no hayan sido recogidas en tradiciones tan sólidas como las de Marco Polo y Simbad el Marino, o firmadas por testigos tan libres de sospecha como Plinio el Viejo y Heródoto.  El buen recopilador, y Jordi Eteva demuestra serlo, va recogiendo indicios  de fuentes orales y escritas muy diversas pero que coinciden en señalar a una isla fabulosa protegida por vientos desencadenados y oculta tras una barrera de nubes tan espesa que los barcos empujados hacia sus costas descubrían la presencia de acantilados cuando ya era demasiado tarde para evitar la catástrofe.

Sus habitantes, los socotríes, hablan una lengua que parece estar directamente emparentada con la que se hablaba en el Reino de Saba y que ha logrado sobrevivir en los valles más remotos y en las cumbres de las montañas pese al progresivo avance de la lengua árabe que impone la república  yemení  desde la capital,  Sana.

Pese a que posee una prodigiosa capacidad de ensoñación y un oído muy fino para la fabulación, Esteva ofrece como de pasada una explicación bastante plausible al hecho casi inverosímil de que una isla dotada de grandes riquezas (“los árboles de incienso y mirra producían ambas sustancias en tal cantidad que bastaba para satisfacer las necesidades de todo el mundo conocido”, según una fuente egipcia de la época) no hubiese sido conquistada y esquilmada por las sucesivas potencias  que dominaron el mundo entonces conocido. Porque además del incienso y la mirra, que eran muy utilizados en Egipto para los embalsamamientos pero también durante las ceremonias y rituales religiosos en el resto del mundo, Socotra poseía el  áloe socotrino, que tenía la virtud de curar las heridas de arma blanca;  el llamado árbol del dragón, poseedor de una savia rojo sangre que servía para la decoración y el tinte, así como una gran cantidad de especies vegetales que los naturales habían aprendido a utilizar por su propiedades médicas y que les conferían a ellos fama de magos y nigromantes. Todo hace pensar que fueron los propios marinos y mercaderes que visitaron la isla en la antigüedad para surtirse de sus productos más valiosos los primeros interesados en propalar noticias falsas acerca de los peligros que entrañaban sus costas y de la posible amenaza que implicaban las artes ocultas de sus habitantes. Unas noticias que, a la postre, han preservado la isla de su destrucción por la modernidad.

Una de las virtudes más de agradecer  en este libro es su sencillez. Que un autor tenga inclinación a la fabulación y gusto por la tradición no le convierte necesariamente en un charlatán, ni en un vendedor de falsedades. El libro es de lectura fácil y amena y la trama de una sencillez muy difícil de mantener de principio a fin. Jordi Esteva cuenta lo que ve y lo que le cuentan, y si hace falta recurre a la tradición, siempre en nombre del gusto por una historia bien contada.

 

Socotra, la isla de los genios

Jordi Esteva

Atalanta       

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7 de noviembre de 2011
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La perorata del bombero

Hoy pocos leen fuera de Francia a Théodore de Banville, el poeta parnasiano de exquisita técnica al que le debemos uno de los conceptos más brillantes de la nomenclatura estética. En 1880, De Banville estableció un nexo comparativo entre los bomberos franceses ("les pompiers") y los personajes de la antigüedad grecorromana de algunos cuadros de Jean Louis David y su escuela neoclásica, que combaten desnudos pero con casco: "le pompier qui se déshabille". A partir de ese texto de De Banville el término ‘pompier' se empezó a aplicar, con el consabido éxito mundial, a los cuadros ridículamente enfáticos, y por extensión, desde entonces, a toda forma de representación artística engolada, vacua y pretenciosa.

    ‘El árbol de la vida' (‘The Tree of Life'), quinta película de Terrence Malick, es constantemente bombera, aunque en algunos momentos de su larga duración de 139 minutos estemos viendo atisbos del gran director que este hombre nacido en Texas en 1943 sin duda puede ser, con el agravante de que cada una de ellas ha sido peor que la anterior. Malick deslumbró en 1974 con su opera prima ‘Malas tierras' (‘Badlands'), un fascinante relato, más lírico que violento, de una pareja de asesinos jóvenes, tocó sesgadamente el ‘western' fantasmagórico con ‘Días del cielo' (‘Days of heaven', 1978), que contaba entre sus alicientes la extraordinaria fotografía de Néstor Almendros, por la que éste obtuvo un Oscar, se retiró después veinte años de las vanidades del cine, según parece para leer con sosiego a Heidegger, sobre el que había hecho una tesis doctoral como alumno en Oxford, y dar clases de literatura en Francia, volviendo a Hollywood en 1998 con ‘La delgada línea roja' (‘The Thin Red Line'), parábola algo tediosa sobre la guerra de Vietnam, muy perjudicada en la casi inevitable comparación con las anteriores obras magistrales de Coppola (‘Apocalypse Now', 1979) y Kubrick (‘Full Metal Jacket', 1987). Luego vino, ya en el siglo XXI, ‘El nuevo mundo' (‘The New World', 2005), que tenía algunas hermosas secuencias en torno al personaje de la india Pocahontas y una enmarañada cantidad de hojarasca.

     ‘El árbol de la vida' arranca con veinte minutos de una excepcional potencia narrativa, presentando en breves trazos elípticos la vida feliz de los O´Brien, un joven matrimonio tejano con tres hijos varones al que un día (estamos en la década de los 50) llega la noticia de la muerte accidental de uno de los chicos; es profundamente conmovedora la escena de la madre (Jessica Chastain) andando por la calle desorientada, y la correspondiente del padre (Brad Pitt) enterándose del accidente por teléfono, a punto de embarcar en un avión que se convierte en el contrapunto sordo de su dolor. Las nociones de pérdida, de ausencia, de recuerdos que no bastan para llenar el vacío dejado por el niño muerto, componen una delicada sonata de cámara, íntima y verdaderamente patética, a la que añade su portentoso instrumento vocal la actriz Fiona Shaw, en una intervención como consoladora abuela irlandesa que se hace corta. Pero inmediatamente después, y una vez que nos ha sabido intrigar con la presencia en una ultramoderna ciudad de hoy del personaje interpretado por Sean Penn, el director siente la necesidad de remontarse a los orígenes del universo, de la angustia vital, de la maternidad, del amor, del Padre Eterno y también de la flora, la fauna y la orografía planetaria. Empieza pues la alegoría, que oscila en la media hora siguiente entre el reportaje al estilo National Geographic y las tomas microscópicas de un documental de divulgación ginecológica, uno y otras de una notable fealdad, culminando esa parte en uno de los mayores hitos de involuntaria comicidad que ha alcanzado el séptimo arte desde que nació: la familia de los dinosaurios problemáticos en el tropo (digital, por supuesto) que la compara a la de los O´Brien. Las músicas acompañantes de ese galimatías, alguna de compositores excelsos, adquiere el valor de una cantinela coral agotadoramente eclesiástica.

      Las artes han dado, antes de que naciera Malick, paradigmas, generalmente sinfónicos, pictóricos o poéticos, de ambiciosas fabulaciones cosmogónicas. Si pensamos en las literarias, probablemente las que más le han inspirado al cineasta norteamericano, acuden enseguida a la cabeza ‘El paraíso perdido' de Milton, ‘El Preludio' de Wordsworth y ‘Hojas de hierba' de Whitman, tres obras también  desmesuradas, no en todos sus versos igual de inspiradas, pero sí dotados sus autores de dos talentos que le faltan a Malick: sentido de la composición y oído. La celebración de sí mismo de ‘El árbol de la vida' (en la que hay numerosos elementos autobiográficos) no tiene, por ejemplo, la rica alternancia del libro de Whitman, que tras iniciar su ‘Song of Myself' con el conocido verso ‘I celebrate myself, and sing myself', sabe intercalar en las exhalaciones subjetivas del vasto poema un elocuente correlato objetivo. Otro tanto sucede en ‘El Preludio', tensado entre las evocaciones personales y las digresiones intelectuales. Respecto al oído poético, no ya aquellos maestros, sino casi ningún escritor consciente del ridículo se atrevería a poner por escrito lo que el narrador de Malick dice en una de sus confesiones más rotundas: "La única forma de ser feliz es amar". Por no hablar, en términos fílmicos, del chirriante final de metáforas vegetales playeras y tecnológicas.

     Irrisoria cuando es trascendental y cósmica, deslavazada al reflejar los trozos de vida de sus seres humanos, es posible, sin embargo, si uno tiene el aguante o la curiosidad de los fragmentos, disfrutar esporádicamente con alguno de los hallazgos plásticos o temáticos: el rito de la rana lanzada al espacio, el niño con pelagra, los juegos táctiles de los dos hermanos en el cristal de la ventana, o la magnífica escena de la enagua de la madre robada, escondida y lanzada al río por el mayor de los hijos, cuando aún no sabemos del todo su agobiado destino bíblico de moderno Job escondido tras el facilón acrónimo de su nombre, Jack O´Brien.

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7 de noviembre de 2011
Blogs de autor

La guerra con Irán

Suenan otra vez los tambores de la guerra con Irán. Suenan, es verdad, donde siempre han sonado. En Israel, la única potencia nuclear de Oriente Próximo, que considera el proyecto de desarrollo nuclear iraní como ?una amenaza existencial?. Quien le da al tambor esta vez es directamente el primer ministro Benjamin Netanyahu, que ha dejado filtrar la existencia de un debate en el interior de su Gabinete sobre la eventualidad de un ataque inmediato contra las instalaciones donde avanza el proyecto nuclear iraní.

Es difícil dibujar los perfiles de esta noticia, porque todo suele ser borroso en el territorio de las armas nucleares y de las amenazas que las acompañan. Cuesta hacerlo con el proyecto iraní, que en principio es de carácter civil, aunque llegado a cierto umbral solo sería cuestión de plazos muy breves para que se convirtiera en una realidad militar de potencial agresivo. También cuesta hacerlo con la gesticulación israelí, que es recurrente. No sabemos si la filtración prepara el ambiente para un bombardeo aéreo que puede producirse en cualquier momento; o si es una jugada táctica amenazante en la partida que sostiene Netanyahu con Obama, su íntimo aliado sobre el tablero de Oriente Próximo. La idea de una guerra con Irán, en la que Israel intentaría involucrar a Estados Unidos, se halla en las antípodas de la estrategia de Barack Obama, que incluía la acción diplomática y el diálogo con el régimen de Teherán, al igual que contaba con la buena marcha de las negociaciones de paz entre palestinos e israelíes. No tendría lógica que Estados Unidos abriera un nuevo flanco bélico, después de intentar cerrar los anteriores de Irak y Afganistán, cuando el pésimo estado de su economía le exige prestar la mayor y casi exclusiva atención a la creación de empleo. Irán no suscita ansiedad únicamente en Israel. Netanyahu juega con la silenciosa simpatía de Arabia Saudí y de los países del Golfo, donde los gobernantes suelen ser sunitas y buena parte de los gobernados chiitas, de forma que los primeros temen las revueltas de los segundos, alentadas por las pretensiones de liderazgo sobre el entero islam por parte de los ayatolás. No sabemos si Netanyahu le dará al botón de la guerra, pero lo que ha hecho hasta ahora ?incluyendo el intercambio de prisioneros con Hamás en proporción de 1 a 1.000, su feroz oposición al reconocimiento de Palestina y el anuncio de construcción de 2.000 nuevas viviendas en territorio ajeno? se dirige a recuperar una iniciativa política que había perdido desde que empezó la revuelta árabe. La escalada de la tensión con Irán rebaja las expectativas de cambio en Siria y polariza de nuevo a la opinión árabe, a la vez que suaviza el aislamiento en que se halla Israel. Es una paradójica amenaza desestabilizadora de la que quiere extraer estabilidad.

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6 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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