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Historias de secretarios

 

Los mayores del lugar recordarán los felices años doctrinarios del siglo pasado en que había tantas historias como pensadores. Se hablaba de la Tercera Historia de Morin, de la historia diferencialista de Lefebvre, de la  situacionista del otro, y de la extracotidiana del de la moto. Pues ahora,  entre los historiadores de la antigua Grecia, se menciona el fenómeno de la intentional history (en alemán intentionale Geschichte), definido por Gherke como “la proyeccción temporal de elementos de categorización subjetiva y autoconsciente que construye la identidad de un grupo como tal”. Es, en otros términos, la constatación de que la historia es dotada de significado por determinados agentes, que esa dotación puede ser inventada o manipulada, y que concita la perenne tentativa de serlo. Aunque la observación del fenómeno se ciñe al ámbito de la antigua Grecia, no es difícil encontrar hoy un apaño idéntico en nuestros bravos historiadores comarcanos que proyectan sus alegres “nosotros” sobre siglos recauchutados.

También estuvo en boga la historia referencial: aquella que por conocida o documentada adquiere un valor fiducial que la hace muy socorrida en comparaciones y referencias. Hitler, por ejemplo, se acordaba mucho de Napoleón y su campaña rusa, era su historia referencial. Aquellos manuales donde se veía a los franceses de retirada mientras eran lanceados por los cosacos en la estepa nevada fueron el origen de la orden de Hitler de no retirarse de Stalingrado, lo cual adelantó el punto de inflexión de la guerra.

Hoy,  después de leer la descripción cautelar que emite la Casa del Rey del perfil de García Revenga, el secretario personal de las infantas, y una vez conocido su nicho en la cadena trófica de los graciosos dineros, ignoramos qué peripecias históricas le aguardan. Lo cierto es que este actual funcionario de libre designación dejó su oficio de profesor de colegio para ser factótum y tesorero, si no de la realeza, al menos de sus inmediaciones. El lance tiene su historia referencial en Charles Collin, administrador de la Pompadour, personaje frecuentado por los historiadores franceses y del que consta una documentación copiosa, desde que dejó su oficio de procurador para servir a una de las mujeres más inteligentes y poderosas del siglo XVIII.

Cuando se hizo amante de Luis XV, la Pompadour necesitó un procurador para obtener la separación oficial de su marido, y recurrió a Collin. Este fue tan eficiente que consiguió la sentencia de unos magistrados muy laboriosos y motivados que la firmaron a las seis de la mañana. Como la Pompadour necesitaba adquirir propiedades a fin de colocar sus fondos para cuando el favor regio declinase, y al mismo tiempo precisaba de alguien capaz de  discutir planos, facturas y bocetos con arquitectos, banqueros, pintores y relojeros, pensó en Collin como administrador. 

La nueva marquesa disfrutaba de un cargo de libre designación, de modo que Collin disfrutaría a su vez de una incertidumbre doble, la duración de la confianza de su señora en él mismo, y la del rey en su señora. Luis XV ya había visto a Collin haciendo reverencias en la antecámara de la Pompadour y aprobó la elección de su amante.

Al principio, la contabilidad parecía fácil porque, aunque los ingresos eran menores que los gastos, los financieros adelantaban dinero a la amante regia, que podía permitirse incluso buenas obras por mano de Collin. Así consignó una pensión para la señora Lebon, “que la había predicho, a la edad de nueve años, que un día llegaría a ser la amante de Luis XV”. Todas las generosidades se ejercían por intermedio de Collin, que las anotaba cuidadosamente. De ese modo es sabido que la Pompadour le entregaba anualmente trece mil libras “para ser distribuidas en los graneros de Versalles”, porque la miseria era enorme en aquella ciudad hecha de contrastes, donde la opulencia los grandes señores alojados en sus fastuosos hoteles se paseaba al lado de los obreros y artesanos hacinados en tugurios.

En 1751, la marquesa de Pompadour dejó de ser la amante del rey, aunque siguió siendo para él la más incomparable y preciosa de las amigas. En las cuentas comenzaron a figurar menciones de ventas de diamantes, brazaletes y perlas. La marquesa liquidaba sus joyas y Collin se encargaba de las transacciones. En la corte redoblaban los ataques contra ella y los prestamistas reclamaban su plata. Hasta Collin llegó a preocuparse por su propio futuro y solicitó el puesto controlador de la orden de San Luis,  que  obtuvo con facilidad. La distinción conllevaba una pensión más o menos elevada según el grado. Varios agentes administraban los fondos y su gestión estaba sometida a controladores que verficaban las cuentas. Collin, de paso que controlaba, se hizo con dos cruces de San Luis y comenzó a comprar terrenos y casas.  No se casó, y su fisonomía se conoce por un retrato al pastel de Mauric: labios gruesos, hoyuelo en la barbilla, mofletes rotundos y mirada maliciosa. En la época en que  los favores y regalos del rey disminuyeron, y la Pompadour tenía dificultades financieras, Collin le adelantaba importantes sumas. 

A los treinta y cinco años de edad, la marquesa de Pompadour intuyó que nunca llegaría a ver su sueño de una Europa francesa y dictó su testamento a Collin. Aún vivió seis años. Tenía tuberculosis y deseaba retirarse, pero el rey necesitaba sus consejos, hasta el punto de que por favor insigne se le permitió morir en Versailles, cosa que el protocolo prohibía a cualquiera que no fuera miembro de la familia real.

Collin, entretanto, adquirió el cardo de “tesorero general de la Montería, Cetrería y Caza de su Majestad”, y se conviritó en uno de los personajes más considerables de la corte. Un año después de la muerte de su señora, Collin era sesentón y procedió a redactar su testamento. En el documento no hace alusión alguna a sus convicciones religiosas, ni a sus funerales. Lo único que parece buscar es no olvidarse de nadie. Va desfilando todo su personal doméstico, criados, pajes, cocheros, cocineros, así como amigos, y a todos les va legando diversas sumas. Señala pensiones a gente mayor que él mismo y a su ejecutor testamentario le indica que “podrá efectuar estos legados y pensiones sin ningún riesgo”. Porque Collin sabía muy bien la dimensión de su fortuna. A una de sus porteras le señala 500 libras de pensión, “tanto si yo poseyera aún  esa casa, como si ya la hubiera vendido.” Vendió finalmente esa casa y adquirió un pequeño parque de ocho hectáreas y media, con una casa de dos plantas, provista de dos salones de sociedad, un salón comedor, varios salones pequeños, y numerosas habitaciones con todas las comodidades deseables. Hizo transportar sus enseres, entre los que figura una riquísima bilbioteca con las obras de Voltaire, los enciclopedistas y los amigos ilustrados de su señora, cuadros, estampas, muebles, relojes, tapicerías, una colección de medallas y una bodega opulenta con millares de botellas de vino y champán. Vivió seis años como un gourmet dedicado en exclusiva a su propia tranquilidad y, cuando murió, fue inhumado en presencia de dos de sus primos que ninguneó en su testamento, si bien ellos no lo supieron hasta meses más tarde. Collin, desde luego, no se empobreció al servicio de la Pompadour. Y se ve que nunca nos dejamos de historias.

 

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22 de noviembre de 2011
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Lunes sin Pradera

Me han faltado una lectura y una conversación. La lectura era la de la columna de Pradera con su análisis de los resultados electorales, habitual en casi todas las jornadas como la de ayer. La conversación, telefónica en los últimos años, era con él mismo por la mañana del lunes. Puedo abrir el foco sobre lo que le faltará a este periódico e incluso a este país sin su mirada crítica, sus argumentos rigurosos y honestos. Muchos lo han hecho ya con más autoridad y conocimiento. Pero cabe también que limite el haz de luz a mi estricto quehacer y entonces también pudo percibir cuánto me ha faltado hoy esta lectura y esta conversación, en la resaca de la España azul, la Cataluña convergente y el País Vasco nacionalista y cuánto me faltarán esta lectura y esta conversación, con jornada electoral y sin ella.

Su último comentario, escrito el jueves, publicado el domingo, que ya no pudo ver en letra impresa, gira alrededor de una pregunta: ?¿Qué podría ocurrir el lunes 21 de noviembre de 2011, una vez celebradas las elecciones españolas, si estallase con todo el fragor imaginable una nueva explosión de la crisis de la deuda soberana en la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional se viese obligado a una intervención en Italia y en España??. A la vista de lo que ha ocurrido hoy con la popularísima prima de riesgo y con las decaídas bolsas no hay duda de que era la pregunta de la jornada. La política democrática europea y española trabaja a una velocidad de caracol en un mundo donde los movimientos financieros circulan por tubos aceleradores de vértigo. Al buen analista le basta a veces con saber formular la pregunta adecuada. El resorte periodístico por excelencia es la pregunta, normalmente formulada de forma reflexiva e introspectiva y solo más tarde derivada en cuestionamiento público. Por eso las preguntas de Rubalcaba a Rajoy en el debate único celebrado ante las cámaras de televisión fueron lo que más interesó de aquel espectáculo televisivo tan pautado y reglamentado. Aznar le criticó con su peculiar sarcasmo: por preguntón, por periodista. Son las mismas razones por las que se le pudo elogiar. Hizo de periodista cuando los periodistas no podían hacer preguntas. Aprender a preguntar, saber preguntar, acertar en la pregunta que corresponde a cada problema: Javier era un maestro en estas artes y enseñó, nos enseñó, a quienes tuvimos la oportunidad y quisimos declararnos aprendices. Me quedo con las ganas de discutir con él cuál es la siguiente pregunta.

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21 de noviembre de 2011
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Apología del cinismo

 

 

 

Ellos piensan: el dinero todo lo compra. Un puesto público, alianzas y fidelidades, impunidad. Compra silencio. Y el dinero, además, llama al dinero. O piensan: el poder todo lo puede. Destruir a los enemigos, acallar a los críticos, doblegar a la prensa. Quizás todos los políticos del mundo -en todas las épocas- han pensado algo semejante. Sólo que éstos, además de pensarlo, lo dicen en público. Sin ruborizarse, sin dar a entender que se trata de una broma, sin preocuparse por ofender a sus interlocutores (o a los votantes). Y, si lo dicen, es porque han comprobado que es cierto.

            No son lerdos, como afirman algunos, ni se hacen los graciosos: sus salidas de tono -recogidas en todos los medios, que sin falta entran en su juego- no son producto de un desliz etílico o la simple erborrea: son un arma de combate. Más aún: sus peroratas, sus insultos, sus descalificaciones y sus gracejadas los definen. Una vez que han probado las mieles del escándalo, sus impertinencias se transforman en su mejor escudo, la coraza que los protege frente al escrutinio. Al hablar así, diciendo lo que nadie diría -lo que cualquier persona sensata no se atrevería a imaginar-, se vuelven inexpugnables, invencibles. O eso creen.

            La estrategia ha sido cuidadosamente planeada: si alguien exhibe mis negocios turbios, me burlo de él en una entrevista o me presento como víctima de una conspiración (de los masones, de la mafia, de la Iglesia, de los comunistas, de la derecha). Si alguien cuestiona mi ética, respondo que la moral es un árbol que da moras (o, ya otros han reparado en el calambur, Moreiras). Si alguien demuestra que me he enriquecido en mi cargo público, respondo que mis acusadores son resentidos o envidiosos que no toleran mi éxito.

            La maniobra parece burda, incluso suicida, pero funciona. Quien se atreve a practicarla, es cierto, ya no se puede echar atrás: nada peor que un graciocillo cuando se pone serio. Volver a la gravedad o a la contención, incluso en momentos trágicos, resulta inapropiado, imperdonable. El bufón no puede dejar de serlo. Pero, mientras se mantenga como tal, mientras el respetable continúe celebrando (o deplorando) sus ocurrencias, él habrá asegurado un año, un mes o una semana más en su cargo.

            Porque su objetivo es ése: ganar tiempo. Son como Bernie Madoff, el estafador neoyorquino, sólo que en el ámbito político. Su fama funciona como un esquema Ponzi: le quito a Juan para darle a Pedro. Sé que el esquema terminará por derrumbarse (la simulación nunca puede ser eterna), pero mientras haya música, seguiré bailando. Es decir: mientras logre seguir escurriéndome de la policía o de los jueces gracias a mis pullas y a mis gritos, habré ganado mi apuesta.

            Los malhadados filósofos griegos que acuñaron este nombre en el siglo IV a.C. no podían imaginar que resultaría pervertido a tal extremo. Los Cínicos originales pensaban que el propósito de la vida era llegar a la virtud en consonancia con la naturaleza. Para conseguirlo, rechazaban la religión, los modales y las costumbres. El cristianismo, empeñado en desacreditar a sus rivales, los tachó de pervertidos. Y el cinismo pasó a ser una burda mezcla de de acrimonia, desconfianza y soberbia.

            Nuestros políticos, en cambio, han conducido el cinismo a un nuevo límite. En una época que descree de los sistemas -o que, tras la implosión del campo socialista, ha impuesto un individualismo a ultranza-, lo han convertido en su única ideología. Lo único que les importa, claramente, son ellos mismos: conservar su poder y su dinero. Pero exhiben su poder y su dinero como la medida de su éxito, de erigirse como triunfadores en una sociedad de loosers. Y, con un cinismo a toda prueba, convencen a los electores de que, si ellos han llegado hasta allí, cualquiera puede hacerlo. No importa sortear la legalidad o, mejor aún, crear leyes que sólo los benefician a ellos. Cualquier trampa -y cualquier discurso- están permitidos. 

            Hoy, los políticos cínicos del mundo deberían mostrarse melancólicos o inquietos ante la caída de quien mejor los ha representado -de quien los ha inspirado- a lo largo de dos décadas: Silvio Berlusconi. Pero, como son cínicos, se apresurarán a desplegar la lista de sus crímenes. Casi podría escuchar a Humberto Moreira, Fernando Larrazábal o Jorge Emilio González, tácitos discípulos, renegando del maestro.

            Por desgracia, aunque ahora veamos a Berlusconi como un personaje patético, al fin defenestrado, sigue siendo un modelo para los cínicos del mundo. Durante veinte años disfrutó de una impunidad y un poder ilimitados, se vanaglorió de sus delitos y sus faltas, se burló de jueces y fiscales. Y lo peor de todo: no fueron sus rivales democráticos quienes lograron destronarlo, sino -paradoja tragicómica- otros cínicos: los inversores que apuestan contra la deuda italiana. Como sea, Berlusconi aún goza de fuero y pagará a los mejores abogados para ganar, al menos, más tiempo.

 

twitter: @jvolpi

 

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21 de noviembre de 2011
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Años de prosperidad

Desde el primer momento se vio que la vía elegida por la República Popular China para pasar de una economía estatalizada a una de mercado tutelada por un partido rígidamente jerarquizado no iba a ser fácil. Entresacando del Libro rojo de Mao Zedong una frase que viene al pelo para explicar lo que está ocurriendo en aquel gigante asiático, "hacer una Revolución no es como como tejer un tapete a ganchillo". Con la peculiar expresividad china, el viejo líder estaba excusando medidas como la Revolución Cultural que él mismo no iba a tardar en poner en marcha y que tantísimas vidas y quebrantos económicos causaría.

Hoy en día, las noticias sobre las transgresiones de los derechos humanos en China son continuas, aparte de que esporádicamente se producen episodios de tanta violencia que saltan a las primeras páginas de todos los medios de comunicación mundiales, ya sea la brutal represión militar en el  Tibet, sucesos tan sangrientos como los de la plaza de Tian´anmen, o la desproporcionada actuación policiaca contra la secta religiosa Falung Gong. Pero faltan testimonios de primera mano acerca de cómo es la vida cotidiana en China, cómo se vive bajo un régimen tan arbitrario  como el actual y cómo son las relaciones humanas entre personas sometidas a una superestructura capaz de controlar (además férreamente) a 1.300 millones de habitantes.

Años de prosperidad, sea dicho de forma directa y sin rodeos, no es una buena novela. La trama argumental es floja, la técnica narrativa resulta antediluviana y el leit motiv recurrente - un mes misteriosamente perdido en la memoria colectiva de la nación - resulta un poco pobre como metáfora para encubrir una metáfora aún más peregrina: la felicidad general que aqueja actualmente al pueblo chino desde que se ha convertido en la primera potencia económica mundial  podría ser debida a las dosis masivas de éxtasis que las autoridades vierten en el agua potable para tener contenta a la población. Ya digo que es una metáfora (pobre)  y que el verdadero éxtasis suministrado al pueblo son los objetos de consumo que hoy en día adormecen otras aspiraciones más nobles del ser humano y que residen en su vertiente espiritual.

Pero si literariamente no es ningún hallazgo, como documento Años de prosperidad es fascinante. Media docena escasa de personajes se encuentran y desencuentran en ese océano aparentemente infinito que es Pekín, pero que resulta ser una simple gota de agua  cuando dichos personajes empiezan a moverse a todo lo ancho y largo de China. La anécdota es mínima pero apenas se necesita nada más para atraer la atención del lector. Con sólo contar de qué viven los personajes, qué hacen para evadirse de la vigilancia mutua, dónde comen (Kentuchy Fried Chicken y McDonalds) o toman café (por lo general en Starbucks), en qué viajan (Jeep Cherokee), cuál es su móvil (un K-Touch que no tiene nada que envidar a los mejores productos de Apple) o cómo visten y qué beben (siempre ropas y productos de marcas que el autor no olvida nunca mencionar) ya resulta muy chocante porque todo ello convive con unos modos de vida perfectamente tradicionales. Sin embargo, lo que de verdad llama la atención (y aterra) es el funcionamiento del país liderado por un partido único y tutelador de todo cuanto sucede. Como herencia directa de la estructura creada por Mao, las directrices bajan desde  lo alto en forma de consignas con títulos tan reconocibles como Campaña Contra la Polución Espiritual (que vete a saber contra quién irá dirigida) o el Movimiento contra los Cuatro Males (corrupción, despilfarro, evasión de impuestos y estafa en contratos públicos). Atraer la mirada de los vigilantes de la moral pública, encuadrados en organizaciones que llevan nombres como Movimiento Patrio de los Tres Seres, implica que un alto funcionario acusado de alguno de los cuatro males puede ser bajado del coche de gama alta proporcionado por el partido  y ser llevado  al paredón tras un juicio sumarísimo en el que la condena a muerte es un mérito  para el tribunal. En la novela se dan dos o tres ejemplos del funcionamiento de dichos tribunales y de pronto caes en la cuenta de que la supuesta transgresión de los derechos humanos en China es un eufemismo que oculta una realidad aterradora. En uno de los juicios, y ante la negativa de una fiscal a dictar pena de muerte contra el acusado, el juez principal se queja de que en otros tribunales del distrito se están dictando treinta y cuarenta sentencias a muerte diarias. Añádase a ello el espionaje de todos contra todos, las delaciones anónimas o - lo más curioso de todo - el juego del ratón y el gato que es Internet, con una policía omnipresente y unos internautas que denuncian transgresiones y corruptelas pero a costa de cambiar de dirección casi todos los días para no ser localizados. El infierno y el paraíso juntos. Lo mejor del lujo occidental cocinado con los métodos más refinados de una tiranía ancestral. Y, en efecto, gerenciar la vida cotidiana de más de mil millones de personas no es como tejer un mantelito a ganchillo.

Años de prosperidad

Chan Koonchung

Destino

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21 de noviembre de 2011
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Cultura, crisis y telebasura

En pleno fragor de la crisis económica, cae el consumo de alimentos como no lo hacía desde hacía más de cincuenta años e incluso bebemos menos cerveza. Pero en cambio en estos tiempos de vacas flacas existe una actividad que ha crecido: el año pasado fue el de mayor consumo televisivo de las dos últimas décadas. Comodín y refugio ante la adversidad, un chute de estímulos catódicos que distrae hasta el punto de que la realidad parece mucho más ajena que la vida de aquellos que van desfilando por la pantalla, y la multiplicación de pantallas, canales ofertas y formatos, han logrado que hoy sea fácil tener una televisión a la carta en la palma de la mano. Bill Gates pronosticó en el 2007 el fin de la televisión. Dijo que ocurriría al son del auge imparable de YouTube, pero han pasado ya cuatro años y, pese a la crisis publicitaria y a los agoreros, la televisión sigue siendo la abeja reina de los medios, colándose incluso entre los trending topics de las redes sociales. Baudrillard la consideraba «el paradigma de la transmisión en la cultura de masas». Pero ¿es la televisión un medio para la pedagogía y la cultura? ¿O sólo en el ámbito público, como La 2 y Canal 33, que aúnan calidad y buen gusto? «No entiendo por qué informaciones relacionadas con series como The wire o Mad men no aparecen en las páginas de cultura», decía Álex Martínez Roig, director de contenidos de Canal+, en la mesa sobre televisión del III Foro de Industrias Culturales de la Fundación Santillana. A la vez, el presidente de Fapae mostraba su descontento con el mapa actual de las cadenas y la creatividad: «Tengo un amigo que dice que la televisión es una gran fuente de cultura porque cada vez que la encendían en casa, se iba a la habitación de al lado a leer un libro». Cierto es que los canales no son escuelas, sino empresas con cuentas de resultados, pero, como reflexiona Basilio Baltasar, director de la fundación, «la audiencia masiva, cautivada por la banalidad (y a veces por la perversidad), obliga a notables profesionales de la televisión a recelar de la cultura; este es otro de nuestros logros contemporáneos». El equilibrio entre la difusión cultural y el entretenimiento es inestable, y se hace añicos con una de las particularidades de nuestra televisión: la telebasura, terreno en el que, como afirmaba The Guardian, los españoles somos líderes mundiales. El representante de Mediaset, Javier López Cuenllas, afirmó que denunciar la telebasura «está socialmente bien visto», y se preguntaba por qué no se habla de ella cuando hay una televisión que manipula continuamente en sus informativos. No ha sido el caso de TVE durante el Gobierno de Zapatero pensé, en el que los equipos de informativos han trabajado con independencia y pluralidad y han ganado premios internacionales por su excelencia. Ojalá un cambio de gobierno no signifique que la telebasura se cuele también en los telediarios.

(La Vanguardia)

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21 de noviembre de 2011
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Un hombre y una mujer se escriben

No es en absoluto frecuente, sino más bien excepcional, que se publiquen al tiempo tres títulos de un autor muerto hace casi veinte años. Homenaje que jóvenes editores y críticos dedican al que fuera uno de los más grandes talentos literarios del siglo XX, y tanto más valioso cuanto que el celebrado, Juan Benet (1927-1993), no fue un escritor de éxito popular. Su valor se vio reconocido sólo por un círculo de escritores y lectores tan irreductibles como tenaces.

    Que Benet no tuviera el aprecio popular de Delibes, el periodístico de Umbral o el estatal de Cela es perfectamente comprensible y lo contrario habría sido satánico. Su posición estética era tan heterodoxa respecto de nuestra tradición que aún hoy su lectura precisa un manual de instrucciones, algo que ni Joyce, ni Celine, ni Manganelli necesitan. Lo cual es tanto más curioso cuanto que sus análogos en las otras artes (Antonio Saura, Oteiza, Sainz de Oiza, Luis de Pablos) no han sufrido igual ostracismo.

    No por pesimismo sino por lucidez, Benet intuyó muy pronto la soledad que le esperaba. En la espléndida introducción al primero de los libros que ahora comento ("Ensayos de incertidumbre"), Ignacio Echevarría sostiene que Benet, como Eliot, "preparó su propio advenimiento" mediante ensayos programáticos que exponían lo sustancial de su concepción de la novela y de la prosa en general. Así como Eliot hubo de reescribir la historia de la poesía inglesa para explicar lo que se proponía con su propia obra, así también Benet puso los fundamentos sobre los que iba a edificar la suya en diversos ensayos, muchos de los cuales son los recogidos por Echevarría en esta imprescindible selección.

    El uso del ensayo como "profecía de sí mismo" sigue la misma estrategia en Eliot que en Benet, como puede comprobarse en otra notable antología de ensayos de T.S.Eliot, recogida y prologada por Andreu Jaume con el título "La aventura sin fin" y que complementa a la anterior. Se comprobará que ambos, Benet y Eliot, tenían la convicción de que el arte literario aporta un saber específico que ni la ciencia ni ningún otro arte puede alcanzar. Ambos defendían la jerarquía de la excelencia y despreciaban la literatura del halago moral, la oportunidad política o la vanidad personal. Pero esa seriedad no excluye el humor sino que es su garantía: buena parte de los ensayos de Benet está compuesta desde la ironía y el sarcasmo. Eso fue lo que en ocasiones despistó de tal modo a sus lectores que tomaron por serio lo cómico y por chiste lo riguroso, porque la ambición de Benet fue la recuperación del grand style, el estilo elevado que, según decía, había ido decayendo a partir del barroco para acabar en una prosa demótica, sin altura ni arte, tan acomodaticia como la sociedad que la consumía.

    El estilo elevado, como es lógico, no podía recuperarse crudamente mediante un pastiche (práctica muy anglosajona), sino con la previa creación de un espacio capaz de sostener ese lenguaje y si bien su modelo fue el condado faulkneriano de Yoknapataupha, supo reconocer con regocijo el Macondo de García Márquez. Son estos unos lugares con verosimilitud geográfica, pero construidos sólo para dar "espacio" a un lenguaje exterior al tiempo y la historia. El espacio de Benet se llama Región y es una de las grandes creaciones literarias españolas.

    La segunda publicación, aunque menor, tiene importancia porque recupera uno de los escasísimos inéditos de Benet, las "Variaciones sobre un tema romántico" en las que a partir de un motivo y a la manera de la forma musical, se van sucediendo "variaciones" en las que el motivo aparece cada vez encriptado en una nueva situación narrativa. Aunque incompleto, el breve texto da una idea muy adecuada de ese radicalismo de Benet que podríamos llamar "soberanismo literario".

    La tercera publicación es la más íntima y sin embargo esclarece todo lo hasta ahora comentado. Leyendo la "Correspondencia" entre Benet y Carmen Martín Gaite he tenido la permanente impresión de estar oyendo una conversación entre mis padres a través de la pared del dormitorio. Hablaban con esa sinceridad que sólo es de uso cuando nadie puede oírte. A lo que se añadía la singular condición de que ambos habían muerto. Fue turbador y agobiante porque parecía que el muerto fuera yo.

    Posiblemente los escritores sean quienes más sinceros e ingenuos se muestran en sus cartas pues aunque traten de disimular o mentir sobre aquello que menos les halaga, nunca logran esconderlo: se traicionan en cada giro de una escritura que ellos creen dominar pero de la que son servidores. Me refiero, claro está, a los grandes escritores, los que merecen el apelativo de artistas. Las cartas, editadas con singular inteligencia por José Teruel, forman uno de los más bellos libros del año y uno de los más patéticos también.

    Desde las primeras cartas se advierte el chispazo de inteligencia mutua que debió de saltar entre ambos en alguna de las reuniones o tertulias a las que asistían, cada uno por su lado, en la lóbrega atmósfera del franquismo. No eran adolescentes que pueden confundir la comezón hormonal con la admiración intelectual, ambos estaban ya en la frontera de los cuarenta así que tenían pocas posibilidades de variar los aspectos medulares de su vida. Habría que añadir que las alteraciones que en efecto se produjeron fueron por causa externa y en ambos casos trágica, la muerte de los hijos, el suicidio de la esposa, desastres que no afloran en su correspondencia (los dos militaban en el estoicismo) y el lector lo agradece.

    En estas cartas no hay la menor sombra frívola porque ambos tenían una pasión predominante: la literatura. No le pedían al cómplice nada que no fuera su juicio e ideas sobre la prosa literaria. Así que la primera carta (la invitación) viene de la mujer y es un desafío para que el varón exponga su modo de entender este arte solitario, desesperante y gozoso que es la escritura. Ella promete contribuir al intercambio y para pasmo de quienes lo conocimos, Benet acepta la oferta y envía con absoluto aplomo algunas de las mejores páginas que le hemos leído sobre el oficio de escribir, perfectamente complementarias a las editadas por Echevarría.

    A aquellas cartas posiblemente Martín Gaite contestaba con esmero, pero no se han conservado más que unas pocas, como si el azar hubiera decidido una historia dominada por el varón, en la que el lector constata y sufre la sumisión de la mujer. A las cartas de Martín Gaite no les faltan buenas razones, elegancia e inteligencia, pero ella misma se percata (y así lo dice) de que su papel es el de la allumeuse; la tarea fatigosa, tenaz, agonística, queda para Benet.

    Con el tiempo ella se cansó de su papel y le pidió a Benet más atención al acto. Y Benet se revolvió como la fiera a la que se impide ejercer la dignidad de su especie. Así que la correspondencia se fue haciendo cada vez más escasa y tartamuda, y aparecerá incluso el rencor en 1970 cuando ella observe que Benet se está desviando hacia otra meta literaria menos pasional, más fría, más técnica, aunque quizás más sabia, y con esa crueldad que sólo ejercen impunemente algunas mujeres, le dirá cuatro verdades que Benet no habría soportado de absolutamente nadie.

    El final, el terrible final, es el de dos extraordinarios escritores agotados, derrotados por la vida y por el arte, que se encuentran, como la pareja de Bergman al final de "Escenas de un matrimonio", cada uno en una esquina de la habitación vacía, sentados en el suelo con las rodillas abrazadas y tratando de entrever a la luz de un fuego que se apaga los viejos rasgos, los amados rasgos de alguien que años atrás había sido el domingo de la vida.

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21 de noviembre de 2011
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El semestre soviético

Ahora que se dan, sorprendentemente, brotes de realismo socialista en la novela española contemporánea, la Fundación Juan March presenta una interesantísima exposición dedicada, a través de la figura del pintor Aleksandr Deineka (1899-1969), al arte oficial realizado bajo Stalin y los primeros años del ‘deshielo’ soviético. Coincide la muestra con otra no menos fascinante en La Casa Encendida (abierta, como la anterior, hasta el próximo mes de enero), y que lleva el hermoso título de ‘Caballería Roja’, prestado del novelista ruso Isaak Babel, ajusticiado en 1940 por la policía del régimen. Teniendo en cuenta que hasta finales de agosto se pudo ver en el Museo Reina Sofía, dentro de la antológica ‘El movimiento de la fotografía obrera (1926-1939)’, una importante sección dedicada a la URSS, y que en septiembre se clausuró en Caixa Forum la excepcional ‘Construir la Revolución. Arte y arquitectura en Rusia 1915-1935’, podemos decir que Madrid está viviendo su más intenso semestre soviético desde el fin de la guerra civil.

   Tiene sentido recuperar, con la riqueza y la variedad que se dan tanto en La Casa Encendida como en la Fundación Juan March, un tiempo tan fértil en la creación de nuevas formas, poniéndolo en el contexto de una revolución que se convirtió paulatinamente en una paralizante pesadilla autoritaria encarnada en esos dos demonios exterminadores (no sólo de artistas) que fueron Stalin y su esbirro Beria. El espectro recogido por ‘Caballería Roja’ es muy amplio (es una exposición que se aconseja visitar con tiempo por delante), y para mí destaca, en el siempre estupendo ‘bric-à-brac’ comunista, el juego de ajedrez donde se enfrentan, en madera y marfil, los peones del mundo capitalista y la Rusia soviética, y, dentro de un registro mucho más serio, la parte dedicada a los pioneros del arte del sonido, con la ambigua y sugestiva figura de Lev Theremin, al que Hitchcock debe algunos de sus mejores ‘thrills’.

    El pintor y magnífico dibujante Aleksandr Deineka empezó ejercitándose en la vanguardia, pero tuvo más suerte o más picardía que todos aquellos osados poetas, pintores, directores de cine y de teatro que sufrieron persecución y sumaria ejecución por las mismas razones por las que, en 1936, fue acusado Deineka: ser un formalista, lo que equivalía en el lenguaje de los dirigentes del Kremlin a estar infectado por la marea del capitalismo enemigo de la revolución. Deineka capeó ése y otros temporales peores, sobrevivió, viajó con libertad, oficialmente a veces, fuera de la URSS, hizo grandes obras públicas (como sus treinta y cinco plafones de mosaico para el metro de Moscú, reproducidos ingeniosamente en la exposición), y, al lado de cuadros proletarios y deportivos sacudidos por una alta tensión eléctrica y pintados con mano moderna, fue, poco a poco, sucumbiendo a la férrea blandura de un arte de acomodo. En 1946, en un texto que publicó, se permitía atacar el ‘suprematismo’ del gran Malevich, calificándolo de “decorativismo geométrico”, mientras él mismo se preparaba para llevar al lienzo, en los años finales de su vida, escenas de torpe e idílica propaganda. Deineka o el ejemplo de cómo el artista que vende su talento a la causa del dogma es una de las figuras más desgarradoras de la universal historia de la infamia.

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21 de noviembre de 2011
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Viaje al corazón de la crisis

El lenguaje de la economía, de las altas finanzas, se ha vuelto complejo, hermético; un saber para iniciados. El gran público necesita traductores de este idiolecto; gente capaz de clarificar este panorama tan confuso, tan asfixiante. Michael Lewis es uno de esos traductores imprescindibles. En libros como The Big Short (2010), en el que abundan conceptos como "permuta de incumplimiento crediticio" (credit default swap) u "obligación de deuda colateralizada", ha sido capaz de explicar de manera clara y convincente el porqué del colapso del mercado inmobiliario en los Estados Unidos; es tan didáctico que hasta Hollywood adapta sus obras (ver, por ejemplo, la reciente Moneyball). Su nuevo libro, Boomerang: Travels in The New Third World, es más ligero que los anteriores, pero igual ayuda a entender la crisis económica actual.

Boomerang nace cuando, a fines del 2008, Lewis conoce a Kyle Bass, a cargo de un fondo de inversión. Según Bass, la crisis financiera de ese año se había solucionado momentáneamente gracias a que los gobiernos podían prestar todo lo que se necesitaba para rescatar a los bancos, pero, ¿qué pasaría si los mismos gobiernos dejaban de ser creíbles? Bass comenzó a comprar "permutas de incumplimiento crediticio" de los países que él y su equipo consideraban que en dos a cinco años no podrían pagar sus deudas: Grecia, Irlanda, Italia, Suiza, Portugal y España. Lewis sonríe, incómodo; Bass suena convincente, pero, ¿se puede creer en lo que dice un texano del futuro de países en los que jamás ha estado y cuyas economías no sabe cómo funcionan? Dos años y medio después, el mundo ha cambiado, y Lewis decide viajar a algunos de esos países en los que Bass había visto venir la crisis antes que sus gobernantes o ciudadanos.

El capítulo sobre Bass muestra el talento de Lewis para darle carne y textura a los números, traducir conceptos abtrusos a imágenes. Boomerang está lleno de personajes pintorescos como Bass, desde los monjes griegos de un monasterio en el monte Athos, dispuestos a conseguir bienes inmobiliarios, hasta el ministro de finanzas alemán que solo quiere ser un noble servidor del Estado. Todos ellos le sirven a Lewis para entender la idiosincracia de los países que visita. El crédito barato que fluyó entre el 2002 y el 2007 sirvió para que "sociedades enteras revelen aspectos de su carácter que en una situación normal no estarían dispuestas a mostrar". Así, los norteamericanos decidieron comprarse McMansiones y dar rienda suelta al espíritu más salvaje del capitalismo, los irlandeses quisieron dejar de ser irlandeses, los islandeses revelaron un talento escondido para la megalomanía, y los griegos... ah, los griegos.

La respuesta de los griegos fue "peculiar", dice Lewis, tratando de ser elegante. ¿Cuán peculiar? Convirtieron al Estado en una piñata. Como había límites de sueldo para trabajos en el gobierno, decidieron evitar esos límites añadiendo al calendario meses que no existían (los empleados recibían sueldo catorce meses al año); como la edad de la jubilación era 55 si el trabajo era "arduo", más de 600 profesiones fueron reclasificadas como arduas (peluqueros, camareros, músicos, etc); como no se pagaba impuestos si se ganaba menos de 12.000 euros al año, dos tercios de los doctores griegos declaraban ganar menos de esa suma. Curiosamente, los banqueros se portaron bien; su único error fue prestarle 30 billones de euros al gobierno: "en Grecia los bancos no hudieron al país; el país hundió a los bancos". Lewis deja claro que para salir del atolladero Grecia necesita, más que recetas de austeridad de Merkel o Sarkozy, un cambio en costumbres muy enraizadas. 

No es fácil hablar de esencias nacionales. Lewis visita un país por pocos días y en ocasiones incurre en estereotipos (los islandeses son machos alfa, los alemanes están fascinados con la escatología); las más de las veces, sin embargo, su libro sirve para iluminar aspectos desconocidos de esta crisis.

(La Tercera, 19 de noviembre 2011)

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21 de noviembre de 2011
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Vendaval doble

Irlanda, Portugal, Grecia, Italia y hoy España. Túnez, Egipto, Libia y quizás muy pronto Siria. Como las fichas de un dominó van cayendo los gobiernos elegidos democráticamente en el norte del Mediterráneo y las dictaduras despóticas en el sur. Nada tienen que ver, en principio, ambas oleadas de cambio, sobre todo por los enormes desniveles de renta, bienestar y libertad individual que hay entre ambas orillas; pero se producen justo en este mismo 2011 de todos los cambios y es seguro que convertirán en irreconocible el paisaje político de la amplia región que rodea el viejo mar latino.

En el norte son los mercados los que expulsan a los partidos gobernantes y les mandan al cuarto oscuro de la oposición. En el sur son los ciudadanos los que echan a los dictadores y les condenan a un destino mucho más duro como es la cárcel, el exilio o la tumba. La crisis financiera tiene algo que ver con una y otra oleada de cambios, traducida en el norte como crisis de deudas soberanas y de inflamación del precio de los alimentos en el sur. Víctimas de distintas vueltas de una misma crisis, comparten sus efectos en el desempleo, sobre todo juvenil, que es de los más altos del mundo en el sur; aunque en los países del norte, España sin ir más lejos, está llegando también a niveles insoportables. Los europeos necesitan gobernar la economía del euro y los del sur necesitan gobiernos representativos, algo que no han tenido nunca ni unos ni otros. La salida inmediata sitúa en el timón a los conservadores de ambas orillas, las derechas europeas clásicas y el islamismo político que se quiere reinventar como democrático; y en los interines incluso a gobiernos de excepción: tecnócratas unos y militares otros. Ni en una ni en otra orilla están ausentes las tentaciones populistas, lamentable reacción casi reglamentaria cuando la crisis se convierte en desempleo masivo. También se han podido detectar puntos comunes en las percepciones, muy parecidas en la imprevisión, el negacionismo y la lentitud de reflejos para reconocer y encarar todos estos cambios, por parte de quienes los sufren y por parte de quienes deben lidiar con ellos, que somos todos. La actitud de las poblaciones es algo distinta, aunque la indignación de unos y otros haya suscitado comparaciones entre Tahrir y la Puerta del Sol. Los del sur quieren convertirse en ciudadanos, con plenos derechos, y contar con gobiernos representativos. Los del norte, que ya lo son y lo valoran poco porque lo dan por descontado, no quieren perder sobre todo su nivel de vida. Mientras los de abajo quieren hacer política, los de arriba se desinteresan de ella. En ambos casos hay algo en común: no es posible mantener el statu quo, hay que dar una sacudida a los sistemas políticos, el viejo orden se cae a pedazos.

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20 de noviembre de 2011
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Murió Daniel Sada

Daniel Sada Me acuerdo de aquel noviembre del 2008, cuando me encontré con Daniel Sada en el desayuno del Hotel Los Condes de Barcelona. Entonces supe que él había ganado el premio Herralde y yo finalista. Conversé con él brevemente. Estaba radiante y su familia lo había acompañado. No necesité demasiado tiempo (conversamos luego durante la cena) para saber que era una estupenda persona y no solo un gran narrador. Pero sobre todo me acuerdo que estaba feliz.  Ahora, justo el día en que el Gobierno mexicano le da una distinción, Sada falleció a los 58 años luego de una penosa enfermedad renal que nos tuvo a todos en vilo durante años. Una pérdida irreparable para nuestro idioma. Dice la nota:

El escritor mexicano Daniel Sada Villarreal falleció este viernes pocoantes de las 23:00 horas en el hospital 1 de Octubre del ISSSTE, a causa de  una insuficiencia renalcrónica terminal provocada por la diabetes que padecía. Sada Villarreal nació en Mexicalli, Baja California, el 25 de febrero de 1953. Estudió Periodismo en laEscuela Carlos Septién García y desde 1994 formó parte del Sistema Nacional de Creadores deArte. Horas antes de fallecer, la Secretaría de Educación Pública lo anunció como uno de los ganadoresdel Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011, el reconocimiento más importante que otorga elgobierno mexicano a ciudadanos de excepción que realizan actividades para el desarrollo nacional. El escritor bajacaliforneano escribió cuentos, novelas y poesía tales como ?Ese modo que colma? (2010), ?La duración de los empeños simples? (2006) , ?Luces artificiales? (2002) y ?El amor escobrizo? (2005). Recibió premios como el Xavier Villaurrutia en 1992 por ?Registro de causantes?, el Nacional deLiteratura José Fuentes Mates en 1999, el Nacional de Narrativa de Colima para Obra Publicada por?Ritmo Delta? en 2006 y el Premio Herralde de Novela hace 3 años por ?Casi nunca?. Daniel Sada Villarreal recientemente declaró a la revista ?Gatopardo? su amor y dedicación por la literatura: ?Toda mi vida he evitado tener puestos de responsabilidad porque decidí dedicarle a la escritura el 98% de mi tiempo.?  

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19 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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