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No te vayas con el Cirque du Soleil

Escaparse con un circo es una fantasía que se repite. Dejar todo de una vez, mandar a todos al carajo, subirte a la caravana del espectáculo y viajar. Viajar por carreteras que suben y bajan, cruzar mares de olas grandes, presentarte frente a públicos diferentes que te aplauden el final de cada función. Conocer gente, cambiar de clima, olvidarte de la burocracia, aprender nuevos idiomas. Ser un artista reconocido por el mundo. Ser, finalmente, un integrante de la famosa compañía Cirque du Soleil.

El mexicano Alberto Valdéz Martínez fue reclutado por el Cirque du Soleil cuando tenía 17 años. Lo vieron volando de un trapecio a otro, y le abrieron las puertas para sumarse a la compañía y escaparse con el circo. Era lo que había soñado. Todo listo, por fin. Hasta que su madre lo detuvo. No te vas con el circo hasta que no termines la escuela.

¿Qué pasó con él? ¿Qué vino después de aquel momento? ¿En qué terminó la relación con su madre?

Esta es una historia de familia y de oportunidades. Y sobre malabarismo y circo. Es, además, el trabajo final para la Escuela Móvil de Periodismo Portátil de Patricia Mignani. Ella nació en Argentina y está radicada hace muchos años en México. Estudió relaciones Públicas y luego se apasionó por el periodismo.

 

 Aquí puedes leer su crónica "NO TE VAYAS CON EL SOLEIL"

 

 

 

twitter: @menesesportatil

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9 de febrero de 2012
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Sobre la palabra «metafísica»

Desde su inicio este foro ha pretendido ser un lugar de  reflexione filosófica, en el sentido más genérico del término. De ahí que consideraciones de tipo ético, político o estético hayan ocupado a intervalos un largo espacio. Sin embargo lo que ha pretendido fundamentalmente es ser un espacio de actualización de la filosofía natural, o si se quiere de la meta-física, entendida en su sentido cabal  de reflexión sobre el orden natural (la physis  de los griegos), que se efectúa después de o tras -meta-la física.

No se trata tanto de haber seguido en sus meandros técnicos las descripciones y previsiones efectuadas por la física como de  estar al corriente (o al menos hallarse interesado por estarlo), de los interrogantes que se hallan en el origen de tales descripciones y previsiones, y de las implicaciones de las mismas. Dos  ejemplos elementales:

  • 1) Entender que ciertos principios considerados básicos de la física parecían amenazados por el propio desarrollo de la misma y que Einstein tenía razones para considerarlos inviolables (cosa que no tiene ninguna dificultad mayor y que se explica sin formulación matemática en los libros llamados divulgativos del autor), conduce sencillamente a entender por qué era necesario sacrificar nuestra convicción (prejuicio lo denomina Einstein) de que el tiempo y el espacio son un marco absoluto en el que los acontecimientos se despliegan.
  • 2) Entender que ciertos fenómenos indiscutibles chocaban con la concepción que la ciencia tenía en el arranque del siglo XX de la naturaleza ondulatoria de la luz (cosa explicable sin más tecnicismos que los justos en media clase de filosofía) permite entender porque Einstein avanza la tremenda conjetura de que la luz es un conjunto discreto de elementos llamados fotones, abriendo así la caja de Pandora que constituye el universo (inquietantemente larvado para el pensamiento anclado en cimientos clásicos) de las partículas elementales.

Y si la metafísica no puede prescindir de considerar lo que implica el sacrificio del carácter absoluto de tiempo y espacio, tampoco puede prescindir de una inmersión en este horizonte de larvas descrito por la física cuántica, en el cual se producen sorprendentes "escenas" como las que ocuparán las reflexiones de los días siguientes. Escenas (no es nunca ocioso explicitarlo) que nada tienen que ver con  la ciencia ficción sino simplemente con  la ciencia.

Una ciencia que enlaza con  antiguos fantasmas de la especulación metafísica,  liberándolos de cierta capa de caspa. Foucault indicaba en uno de sus discursos que Hegel, mil veces considerado perro muerto de la filosofía, solía esperar al escéptico en la esquina...o en los recovecos del camino. En este caso, un  camino trazado no ya  por la ciencia natural de nuestra época sino  por la ciencia quizás más impactante de todas las épocas.

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9 de febrero de 2012
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Tenemos que vernos

A medida que se va ampliando la grieta entre el mundo exterior y el mundo interior de tal forma que los límites se hacen más rotundos, descubrimos que ya no existe un tiempo que antes nos pertenecía. Sí, aquellas horas elásticas en que la amistad nos ayudaba a crecer y a paladear la alegría. Nos decimos: «A ver cuándo quedamos…»; también confesamos, entre la disculpa y la declaración de intenciones, que aunque no nos frecuentemos el vínculo y el cariño son imperecederos, que «nuestra amistad es para siempre». Habita en nosotros un sistema de necesidades geométrico. Difícilmente se aprende a bajar peldaños o a desactivar el sentimiento de retribución, pero a través de las palabras podemos crear mundos posibles con la ilusión de controlarlos. En ese «tenemos que vernos» que a menudo cruzamos con los amigos añorados, esos con quienes celebramos afinidades y afectos pero que ya dejaron de ser parte de nuestro paisaje cotidiano, se concentran el látigo de la nostalgia y también del anhelo. El de un tiempo compartido y enhebrado por tardes ociosas y responsabilidades livianas; el mismo que regía la comunidad hasta que cayeron las murallas y todo se hizo más escurridizo. Entonces el tiempo se fracturó, y perdió su lógica a pesar de que la tierra sigue girando alrededor del sol. Nos fuimos complicando, cargando las agendas, pagando seguros, resolviendo conflictos, luchando contra un ardor llamado ansiedad o insomnio, leyendo menos, comiendo más, acortando las tardes con los amigos. Pasamos de ser hijos a padres, para regresar de nuevo a ejercer de hijos-padres con nuestros viejos. La muerte empezó a saludarnos de cerca, aquella que, como decía Benedetti, de muchachos tan sólo era una palabra y pasó de charco a océano cuando «ya le dimos alcance a la verdad». Pero en la casilla de los deseos, como ha venido demostrando el ser humano desde los orígenes, una querencia sincera empuja al reencuentro con los amigos. La vida moderna ha conseguido que el trabajo ?o su falta? domine nuestras vidas reduciendo drásticamente la dedicación a los afectos. Francis Bacon no podía resumirlo mejor: «La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad». Existen varias modalidades de amistad: la interesada, que hoy se ha impuesto como una auténtica transacción social; la estética; la compasiva; la ética, esa que a menudo sólo podemos contar con los dedos de una mano. Y la amistad virtual: cada español cuenta con una media de 143 amigos en las redes, y uno de cada cuatro internautas reconoce que tiene más relación con sus amigos a través de la pantalla que en persona. Algunos son amigos de postín, otros, personas que despiertan cierta simpatía para comunicarse e intercambiar fotos, recuerdos o emociones. Se critica mucho la inconsistencia del amigo virtual, y cierto es que a muchos ni los conocemos. En mi caso, cada vez que se me acerca alguien diciéndome que es mi amigo en Facebook me entran palpitaciones, porque a menudo me enfrento a una incógnita. Pero reconozco que una que vez el tiempo se nos ha hecho añicos, ese ancho bulevar digital proporciona un guiño, un «me gusta», adelante, te sigo. Evidencia la testadurez de querer mantener el roce, aunque lejano y a veces ficticio, la predisposición a sociabilizarnos a pesar de que muchas vidas sean un búnker. A los verdaderos amigos del alma no les mueven otros intereses que el de celebrar la vida a sorbos o a tragos, para que nada parezca más intocable que esa sintonía llamada camaradería. Porque existe algo de festivo y a la vez terapéutico en el reencuentro que alimenta y fortalece las debilidades. Pero en verdad, cada vez pesa más la nostalgia de cuando no contaban las horas para los amigos, y éramos inadvertidamente felices.

(La Vanguardia)

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8 de febrero de 2012
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IV. El sangriento río Suchiate

La mancha de aceite, o de sangre, viene extendiéndose desde el río Suchiate, que marca la frontera de Guatemala con México, un verdadero hervidero donde se cruzan los caminos del transporte  de las drogas protegido con celo criminal por los propios carteles, de las bandas paramilitares de los Zetas, de las bandas que roban la droga a los carteles, de los coyotes, los traficantes de personas que llevan bajo paga a los inmigrantes pobres que buscan el sueño americano en viaje hacia Estados Unidos, y ellos mismos son cómplices de los Zetas en robarles y asesinarlos. Las llamas del infierno se extienden y avanzan hacia el sur de Centroamérica, y ninguno de sus países puede asegurar que va a librarse para siempre de la violencia desmedida que el tráfico de las drogas trae consigo, y de sus consecuencias letales, asesinatos, corrupción gubernamental, lavado de dinero.

Carlos Fuentes se preguntaba qué pasa cuando la droga logra atravesar la frontera de México con Estados Unidos, hacia donde finalmente va destinada. Los cargamentos se pierden en el misterio, hay redes que distribuyen la cocaína en cada uno de los estados de la unión hasta llevarla a todos los hogares, igual que el lechero hace con la leche, según escribió una vez Gabriel García Márquez. Pero el velo del enigma no se levanta. Miles de millones de dólares que los consumidores pagan por su ración diaria, y que son necesariamente depositados en algún banco, invertidos de alguna manera, reexportados de regreso a los países productores. Nada sabemos acerca de los tentáculos de este negocio, y muy pocos van a la cárcel por dirigirlo, o participar de él.

Es hora, pues, de sacarle el agua al pez para que muera de asfixia.

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8 de febrero de 2012
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El pastel que Rajoy nos ha servido

La base del pastel es que no hay oposición. O que no la hay todavía y que costará que la haya. Esa es muy buena base, porque lo permite todo. Nadie va rechistar por las incongruencias, impericias e incumplimientos del programa y de las promesas: ya se sabe que las promesas solo comprometen a quien se las cree. El mérito es ajeno, pero hay que reconocer que luego las sucesivas capas se hallan astutamente dispuestas, en el mejor y más pastelero estilo tacticista. Hay una capa bien visible y cremosa de demagogia derechista y reaccionaria, extendida a modo de contentar a la clientela más molesta y ruidosa. Hay otra capa de terso y obligado mazacote europeísta, impuesto ya por Merkozy a Zapatero y aceptado con alegría impostada por Rajoy: en cuanto pueda buscará cómo hacerla más dúctil y flexible. Y hay finalmente otra capa, ligera y fácil de consumir, de nata y merengue socialdemócratas, dispuestos para satisfacer al electorado andaluz, al que hay que hacérselo fácil: no se cambia de mayoría sociológica en un plisplas.

Esta última capa del pastel, la que cubre la superficie, es la que más desconcierta a los votantes socialistas. Puede que haya subida de impuestos indirectos más adelante, sobre todo si las cosas siguen empeorando, pero de momento quien ha subido los impuestos directos a las rentas de las clases medias habiendo prometido exactamente lo contrario han sido los populares, que se han comportado solo llegar al gobierno como si pertenecieran a un típico partido izquierdista. Cabe también que se haya producido una exacta inversión ideológica: si bajar los impuestos era de izquierdas, tal como se atrevió a formular un inicial Zapatero aupado entonces por la burbuja, cabe deducir que subirlos será de derechas sobre todo cuando la burbuja está ya más que pinchada. No basta con más impuestos, hay que recortar los sueldos de los banqueros y apelar a la solidaridad. Lo que no se atrevieron a hacer los socialistas lo ha hecho también este gobierno sin pestañear. Solo falta ahora que la reforma laboral atienda antes a los intereses electorales de los populares andaluces que a las exigencias de Merkel. ¿Serán también las elecciones andaluzas parte de la política interior alemana?

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8 de febrero de 2012
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Biología tecnológica

De la misma manera que la fauna y la flora posee sus subsistemas ecológicos, la tecnología ha ido desarrollando un subsistema e relaciones propio en cuyo seno, como en todo lo demás, nos encontramos. A nuestra espalda o en el tiempo de nuestro sueño, en nuestra vigilia y en nuestra intervención los artefactos can creándose un perfil que, de un lado nos arrebata porciones de humanidad y, de otro, se configura como un universo tan heterogéneo como propio.

Este mundo es un mundo provisto de su particular lenguaje o lenguajes. Ahora, por ejemplo, el auge de la relación entre cristales (de los móviles, las tabletas, las teles, los ordenadores) ha inaugurado una conversación múltiple y compleja. Es una cháchara que en cuanto a los cristales sigue a las que a finales del siglo XIX mantuvieron los nuevos edificios de vidrio y acero pero en cuya interrelación -unida a las piezas decorativas del Art Deco y del Art Nouveau- no sobresalió la gran dinamicidad que caracteriza a nuestra época. La tecnología es una cara del progreso pero esto es sólo una apreciación superficial. Más que un aspecto de cada temporada histórica es un trasunto de su alma. No usamos las novedades tecnológicas sólo de adentro a afuera como herramientas sino también de fuera adentro como elementos de la condición humana. De este modo es que la tecnología actúa de forma importante. No facilitándonos una labor sino, a la vez, trabajando sobre hacia la mayor complejidad de nuestra inteligencia. Y no sólo de la inteligencia.

Actualmente, la mayor parte de los nuevos aparatos inteligentes son artículos emocionales. Efectúan emociones y producen efectos afectivos. Para bien o para mal, la última revolución tecnológica, la tercera o la cuarta revolución industrial, es imposible considerarla una fase de la producción material sino como siempre fue, por otra parte, de la producción humana. Nosotros, más que nunca, nos reconocemos como artefactos. Objetos de reparación física o psíquica sea través de las prótesis, los injertos, los trasplantes. A través de los psicofármacos, las psicoterapias, las ablaciones cerebrales matéricas o no. Somos, a imagen y semejanza de los aparatos, una subespecie de la ecología tecnológica. Nos reinventamos como ellos, perdemos actualidad o ganamos obsolescencia a su semejanza. Están a nuestro lado pero nunca han estado, también, tan insertos en nuestros mismos cuerpos, desde los dispositivos para la salud a los dispositivos para dar cuenta de nuestra identidad general. La tecnología ha dejado hace tiempo de se un ramo de la ingeniería para transformarse en un dominio inseparable de la biología. 

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7 de febrero de 2012
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Tres años portátiles

 

 

Desde que partió oficialmente, en febrero de 2009, la Escuela Móvil de Periodismo Portátil tuvo una idea simple: promover la escritura de historias desde cualquier lado y para todos los sitios. Las clases serían online, los alumnos podrían estar viajando, el profesor se iría conectando desde diferentes ciudades. Al poco tiempo, los trabajos de los talleristas comenzaron a ser publicados en diferentes medios, de distintos países. La escritura como construcción itinerante. El proyecto portátil como una escuela de autor, independiente y autofinanciada, sin alumnos permanentes ni lugar físico para su funcionamiento, generando constantemente nuevos textos de nuevas voces.

La Escuela Móvil de Periodismo Portátil entra en una maleta. Pero también cabe en un Smartphone. Y se suma, como categoría de subsistencia, en otro componente para el principal objetivo del cronista portátil: poder sobrevivir escribiendo historias.

Desde un comienzo la Escuela Móvil de Periodismo Portátil tuvo como norte la realidad. Si los poetas y novelistas sueñan la libertad mientras se secan en un despacho público o se gastan armando conspiraciones de burocracia cultural, acá el plan sería concretar la aspiración máxima de los viajes y la escritura. Ficción versus no ficción. Llevar la retórica académica a la práctica itinerante. Aterrizar los ensayos viajeros a la poética de la realidad portátil.

O al menos intentarlo. Y en eso ya van 3 años.

 

 

 

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7 de febrero de 2012
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Tapies en Manhattan

 

Uno se encontraba con Tapies sin buscarlo, como si la idea de la serie que distingue a su obra fuese una pregunta por la mirada. El espectador casual se convertía, así, en oficiante de un arte hecho para explorar la materia contemplada. El diálogo con Tapies está incontaminado por las palabras. Postula la intimidad de la mirada y la pura fluidez del mundo.

En una época dejaba flotando a la deriva una letra. En otra, sus muros descubrían una grafía transitoria, sumida en el vértigo dramático de la textura.

Otra vez, en el MOMA, vi la muestra de sus libros-objeto, inmensos y densos ejemplares únicos, hechos para albergar al lenguaje, tratado como poética de la grafía. Me acuerdo de un tomo de Pere Gimferrer cuya tapa herrosa parecía la puerta salvada del Castillo incendiado. Tapies cultivó esos encuentros con la poesía. Con José-Miguel Ullán debe haber tenido una afinidad inmediata, dado el riesgo y la libertad del lenguaje gráfico del poeta. Al final, el silencio parece una fe extrema en las palabras. De pronto, uno cree entender que en cada cuadro hay una declaración de principios.

Seguramente por eso su Museo en Barcelona es, más bien, un taller. Menos que didáctico (su lección es  substraer), y más que de seguidores (lo dijo todo en sus términos), se trata de la idea del Taller, de la inventiva de recomenzar. Nos ha acompañado el ardimiento de su obra como el fuego recobrado. Uno cree ver al arte y al artista salvando de la miseria histórica una forma del sentido. 

También por eso, al pie de una muestra suya, diversificada en formatos y variaciones, uno necesitaba apurar algunas notas. Es improbable reproducir el lenguaje de Tapies, y  no es casual que algunos poetas hayan rendido homenaje a esa provocación. Las notas que hice en una de sus exhibiciones en el MOMA se las pasé a Ramón Xirau, quien las publicó en Diálogos, que fue el mejor nombre para una revista de soliloquios subrayados por el exilio. Las copio, salvando algún énfasis, en tributo y gratitud.

 

T en M

I

Grisura del blanco: negro

Corroído por la luz.

Teoría de ver en lo oscuro

Más claro: muro.

II

Más que exceso, menos

Que irrisión, la materia

Es pura arbitrariedad.

Mofología: ironía

Del objeto sin fin.

III

Hipótesis de la mancha,

La traza, el granulado,

Como el blanco acumulado

Que la mirada resta

Del sumo mundo.

IV

No es el mundo lo que

Se pierde: nos inunda

Su no mirado muro.

Tesis de la visión

Creada por su objeto.

V

¿Quién ha quemado estos signos

De tierra roja? La intemperie,

Historia viva de las cosas

Que perdieron el nombre.

VI

Nada a la mano: no hay

Nada detrás, sólo el envés

Posterior al sentido.

Rastro, resto, sutura.

Su pintura es heroica.

 

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7 de febrero de 2012
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La guerra del azúcar. Una fábula

Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, un hermoso reino gobernado por una dinastía de feroces hechiceros. Ni siquiera los viejos eran capaces de recordar una época en la cual esos tiranos no se hubiesen enriquecido a costa de sus habitantes, no hubiesen aplastado a sus rivales y no se hubiesen sucedido unos a otros en un juego de tronos que, según ellos, envidiaban todas las casas reales. Cuando alguien osaba cuestionar las intenciones de los Bienhechores —el nombre que se daban los hipócritas—, recibía una respuesta inobjetable: “Sí, tal vez seamos malvados; sí, tal vez seamos corruptos. Pero dirige tu mirada a los reinos vecinos: ninguno ha gozado de una era de paz tan prolongada como la nuestra”.

 

            Durante eones, los hechiceros basaron su predominio en esta magra sensación de seguridad ofrecida al pueblo a cambio de una impunidad sin restricciones. ¿Cómo preservaban la paz los Bienhechores? Celebrando pactos más o menos silenciosos y ocultos con sus rivales, y en especial con las gavillas que comerciaban golosinas —horrorosos productos azucarados que provocaban caries y diabetes—, prohibidos en aquel mundo primigenio por la adicción que causaban en niños y jóvenes. Dicho de otro modo: los Bienhechores se hacían de la vista gorda y dejaban que aquí y allá se instalasen fábricas clandestinas de caramelos y charamuscas, las cuales debían pagar una contribución para financiar las alicaídas arcas del reino (es decir: sus bolsillos).

            La dinastía de hechiceros parecía destinada a perpetuarse al infinito pero, impulsados por la aburrición y el hartazgo de los vecinos hacia sus dirigentes —y a la debilidad del último de rey de su linaje—, un inesperado día veraniego los seculares enemigos de los Bienhechores se vieron instalados en Palacio, aclamados por multitudes que los consideraban redentores. La algarabía se prolongó por varios meses, hasta que los habitantes del reino constataron que los Puros —el nombre elegido para distanciarse de sus predecesores— gobernaban igual que sus rivales.    

            ¿Qué distinguía a éstos de los Bienhechores? Antes que nada, los Puros presumían su entereza moral: a diferencia de los hechiceros, estaban convencidos de que sus principios eran superiores —lo habían demostrado en los años en que fueron perseguidos— y estaban decididos a poner en evidencia su honestidad a toda prueba. Por desgracia, no tardaron ni unos meses en constatar que el poder corrompe sin remedio: sus recaudadores y mayordomos demostraron un singular talento para las chapuzas.

            Como la corrupción seguía irrefrenable, y el buen gobierno parecía una entelequia, al segundo monarca de los Puros se le ocurrió demostrar su superioridad moral de una manera más escandalosa y contundente: en contraste con sus antecesores, él no desviaría la mirada ante el sórdido tráfico de muéganos que se operaba en el reino, minando la salud de sus consumidores. “La connivencia entre los Bienhechores y los golosinos resulta intolerable”, proclamó el Segundo Puro, “así que he decidido emprender una campaña militar en contra de ellos”.

            Se iniciaron así las que hoy se conocen como Guerras del Azúcar: un largo periodo de inestabilidad y conflictos que se mantuvo por decenios. De un día para otro, el reino se convirtió en un campo de batalla aunque, eso sí, el Segundo Puro insistía en que todas las tropelías eran cometidas por los golosinos y no por sus ejércitos. “Son ellos quienes están al margen de la ley”, insistía, “son ellos los que envenenan a nuestros jóvenes y los que a diario se matan entre sí en nuestras plazas y condados”.

Un día, el heraldo de los Puros anunció el número de víctimas de la Guerra del Azúcar: 50,000 en sólo cinco años. Pero nadie estaba autorizado para rebatir sus afirmaciones: frente a cada ejemplo de un minero, un labrador o un zapatero ajusticiado, sus esbirros respondían que se trataba de una calumnia pagada por los Bienhechores. Luego, cuando alguien señaló que en ese tiempo los Puros sólo habían logrado enjuiciar a una veintena de golosinos, el heraldo se dio media vuelta, refunfuñando: “Otro traidor que defiende a los criminales”. Nadie podía cuestionar la superioridad moral de los Puros: ellos tenían siempre la razón, aunque la realidad se obstinase en desmentirlos. 

            Hoy, a tantos eones de distancia, resulta casi ridículo imaginar la suerte de aquel hermoso reino: 50,000 muertos en los primeros 5 años de reinado de los Puros por culpa de la Guerra del Azúcar. El azúcar que, pese a todas las prohibiciones, se podía encontrar en cualquier vecindad y en cualquier senda. El azúcar que por sí misma jamás se cobró 50,000 muertos en cinco años. El azúcar que en nuestros días a nadie se le ocurriría prohibir pese a que unos cuantos adictos —todos mayores de edad— prefieran atiborrarse de glucosa y arriesgarse a una muerte por diabetes. El azúcar que, cuando volvió a ser legal siglos después, provocó la inmediata extinción de los golosinos.

 

twitter: @jvolpi

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7 de febrero de 2012
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¿Ha dicho usted ideas políticas?

Sospecho no haber sido el único en haber sentido un considerable alivio al saber que el elegido para dirigir el PSOE había sido Alfredo Rubalcaba. A mi modo de ver (y con la venia del profesor de Sociología) el Partido Socialista ha evitado el suicidio por los pelos. La candidata Chacón representaba lo peor del zapaterismo: el socialismo trivial y el socialismo tribal. Con un partido de hechuras chaconianas habría sido imposible saber qué votaba uno, si las multas lingüísticas de la Generalitat o el Ejército español, la amistad con Bildu o la vanguardia del feminismo, los monigotes de López Aguilar o los de la familia Pajín, los negocios de Roures o los de Botín. Es posible que la radiografía de Rubalcaba tampoco esté muy definida, pero da la impresión de una mayor solidez, como si fuera partidario de un socialismo adulto y no del socialismo adolescente que ha llevado a este país a la caricatura.

Sin embargo, el proceso electoral, por llamarlo de alguna manera, no auguraba nada bueno. Desde el primer momento ambos candidatos juraban a quien quería escucharles que iba a ser una disputa de ideas, un conflicto de políticas, dos modos de entender la dirección del país. O sea, un debate de ideas políticas. Los desconcertados seguidores tratábamos afanosamente de encontrar alguna idea entre los discursos, las frases cosméticas, los logos de agencia publicitaria, el autobombo, la perfecta vacuidad del lenguaje político a la española trufado de ejemplos futbolísticos. Era como buscar una moneda de oro en el vertedero. Muchos, por lo menos aquellos con quienes lo he comentado, pero también los que escriben en los periódicos, no hemos alcanzado a oír una sola idea en toda la campaña. Un orgánico de Zapatero decía en un programa de la tele que las ideas estaban colgadas no sé dónde, en las páginas inmateriales de cada candidato. Sería verdad, o sea que aún podrían haberlas escondido mejor. Lo cierto es que a las gentes poco preparadas nos ha parecido que la disputa, la campaña, la elección, iba sobre quién controlará los empleos y los sueldos del partido. Asunto relevante cuando se han perdido miles de poltronas, pero que, francamente, son una minucia comparada con los parados de verdad.

Y no es que no hagan falta las ideas acerca de la política española, o de la gobernanza, como dicen los enterados apoyando mucho la zeta, porque el país está hecho unos zorros. No solo económicamente, sino, sobre todo, anímicamente. Nadie cree una sola palabra que emane de un organismo oficial (si no trabaja en uno), nadie tiene la menor confianza en los partidos políticos (a menos que cobre de ellos), la universidad es un cetáceo muerto, nadie está haciendo proyectos para nada, porque,¿para qué? La tarea del PP no será otra que la de devolver credibilidad a las instituciones de la nación, ya que, de momento, la nación solo sirve para pagar deudas.

El viernes 3 de febrero este periódico publicó un artículo de Nathan Gardels que a mi entender establecía con agudeza la paralización intelectual y moral de algunas democracias como la italiana, la norteamericana y (añado yo) la española. En estas, los intereses económicos de los partidos están tan arraigados en el circuito del gran capital, son tan evidentes las relaciones de dependencia y clientelismo, que solo es posible una política demagógica como la de Zapatero antes de que le llamaran al orden. En estas democracias, escribe Gardels, "los políticos electos están tan en manos del sentimiento populista inmediato y de los intereses especiales organizados, que los partidos vacían de contenido la mera formulación de cualquier política que intente llegar a un compromiso por el bien común a largo plazo, incluso antes de que se someta a votación en el Parlamento. El proyecto de ley que sale adelante está desprovisto de sustancia y significado. Por consiguiente lo que permanece es el statu quo".

Evidentemente, cuando no se puede hacer política en serio, cuando el statu quo es tiránico, se hacen políticas aproximativas lo más inocentes que sea posible, como la Alianza de las Civilizaciones que podría ser una iniciativa de la Unesco, o la declaración irritantemente repetida de "federalismo" que solo tiene como finalidad dejar que cada tribu se reparta el dinero según su capacidad de chantaje, o las majaderías sobre el uso de "miembros" y "miembras" nacidas en cabezas totalmente poseídas por el vacío.

A la izquierda la corrompe el poder. La derecha no tiene por qué corromperse en el poder, no le hace falta, aunque lo haga. Por lo general los partidos conservadores tienen establecida de antemano su financiación y las corrupciones vienen de subordinados codiciosos, no de la misma dirección. Los partidos de izquierdas tienen enormes problemas para financiarse y si no se andan con cuidado es toda la estructura la que al final solo trabaja para mantener los sueldos de la burocracia del partido. Esta es la impresión que daba (a la gente sin estudios de sociología) la campaña de los socialistas. Eran dos modos de entender la gerencia del partido, no la del Estado. Y dos clientelismos que calculaban con quién les iría mejor. Por los apoyos que han recibido uno y otra, me parece que las ideas no, pero el retrato de la clientela ha quedado bastante enfocado. ¿Qué tienen en común, políticamente, Griñán y Chacón? ¿Opinan igual sobre las autonomías? ¿O Patxi López y Rubalcaba? ¿Ambos coinciden con Eguiguren, presidente de López? ¿Han hablado de política, realmente? Pues nos gustaría mucho conocer el contenido de sus conversaciones.

Tiene Rubalcaba unos ocho años para levantar los ánimos del partido. Es de esperar que elimine la demagogia guerracivilista que ha movido con extremada estupidez la corte de Zapatero hasta convertir a este país en una sociedad, según ese principio, con 12 millones de franquistas y mayoría absoluta. En su discurso final aseguró Rubalcaba que desea un país en donde ningún ciudadano sea mejor que otro y ningún contribuyente goce de más privilegios que los demás. Bueno, pues a ver qué hace con Cataluña y con el País Vasco. Habló de un país laico, veremos si es verdad: podría empezar exigiendo que las iglesias tributen al fisco como todo quisque. Algo dijo contra los bancos, pero ha sido el PP el que ha limitado los sueldos de los bancarios, la gente más detestada de este país después de los pilotos. Y así sucesivamente.

El camino será largo y sobre todo abrumadoramente aburrido. La izquierda ha dilapidado su capital histórico: la igualdad de todos ante la ley, la educación como herramienta de superación, la libertad de la mayoría y no solo de algunas minorías, la cultura como instrumento crítico, la lucha contra la corrupción y el parasitismo incluida la corrupción y el parasitismo sindicales, el rechazo de la ideología reaccionaria de los nacionalistas, la promoción de los mejores y la persecución de los enchufados... en fin, se podrían llenar seis folios de tareas pendientes, pero sobre las que nadie ha dicho una sola palabra en estas elecciones, o lo que hayan sido. Ni una palabra.

Uno desea lo mejor para Rubalcaba, no tanto porque ponga alguna ilusión en la renovación de la izquierda, cuanto porque sin una oposición sensata y verosímil los desmanes del poder son siempre más insoportables. Ayúdenos, señor Rubalcaba, que bien lo vamos a necesitar.

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7 de febrero de 2012
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