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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cómo me convertí en anti-capitalista

Jornada de huelga general en Madrid. Foto: gaelx Nunca he votado por la extrema izquierda ni la extrema derecha; considero que la mayoría de escritores latinoamericanos de izquierda han sido escandalosamente sobrevalorados; los gobiernos de Fidel Castro o Hugo Chávez me causan repulsión y al Che Guevara no lo soporto ni como tatuaje de Maradona; sin embargo, hace unos días me di con la sorpresa de que me había convertido en anti-capitalista. ¿Cómo así sufrí tal metamorfosis? Simplemente, volví a ver “Avatar” y reconfirmé que era un pastiche mediocre de efectos especiales al servicio de un mensaje ecológico de cuarta. Y al parecer, según una columna publicada por el abogado Alfredo Bullard, criticar una película taquillera es un acto anti-capitalista equivalente a hacer pintas en las calles o lanzar una molotov desde una motocicleta en movimiento. Bullard sostiene que la mayoría de escritores e intelectuales son izquierdistas aunque, irónicamente, desprecian el gusto de las “mayorías” que dicen representar porque disfrutan de los blockbuster y los bestsellers. En mi defensa, debo añadir que no todas las películas taquilleras ni todos los bestsellers me parecen malos, así como tampoco todos los fracasos mercantiles cinematográficos o literarios me parecen buenos. No sé si esta confesión será suficiente para ser eximido de ese insulto tan de moda en la prensa (que Bullard califica de “cariñoso”) que es ser considerado caviar. Por otra parte, la última vez que he reído a carcajadas no ha sido con una de esas porquerías del disforzado Adam Sandler sino con el libro descatalogado La maleta de Sergéi Dovlátov, autor ruso casi desconocido y publicado por una editorial independiente española, que quebró porque su maravilloso catálogo de autores de Europa del Este no pudo competir contra las sagas de magos escolares o vampiros teenegers. Sí pues, así de caviar y anti-imperialista resulté siendo. Quién lo iba a decir. Alfredo Bullard como antes Diego de la Torre (a quien le dediqué un post anterior) son representantes de la llamada “cultura del éxito”, una mentalización que brotó de la cabeza de los creyentes en las bondades de la aromaterapia y ha colonizado, con evidente éxito, los cerebros de empresarios, banqueros y abogados de EEUU y todo el mundo. Este efluvio de positivismo que envuelve al país y a sus ciudadanos se explica en centenares de libros, todos ellos superventas (para ira de mi recién estrenado “anti-capitalismo”), y fundamentalmente se refiere a tener una actitud positiva ante la vida, encerrando a todos en una burbuja de buenas vibraciones donde una duda es equivalente a ser pesimista y criticar algo exitoso (léase “vendedor”) es un síntoma de negatividad que debe ser extirpado antes de que infecte la burbuja. Como lo ha explicado muy bien Bárbara Ehrenreich en el libro Sonríe o muere (2011. Turner) cuando el mercado asume el “pensamiento positivo” y los empresarios se convierten en animadores agitando pompones, el pensar positivo no es un asunto ingenuo. En primer lugar, nunca fue tan fácil reducir personal porque ahora despedir a alguien no es dejarlo sin empleo sino darle la posibilidad de encontrar el éxito (se recomienda leer Me botaron de la empresa y ahora soy millonario) y, además, convencen al despedido de que no es una víctima del recorte presupuestal sino el culpable de su propia desgracia porque ya no se expulsa a la gente por su falta de profesionalismo o talento sino por esa carencia de optimismo que le impide atraer prosperidad y dinero a su familia y a la empresa. Otro efecto benéfico del pensamiento positivo es que el consumismo crece en sociedades lobotomizadas por libros como El secreto y las leyes de atracción. Compra lo que no puedes pagar, consume lo que quieras consumir, endéudate y sobregira tu tarjeta de crédito porque al final tu mente puede traer el millón de dólares que necesitarás para no declararte en quiebra. Obviamente, EEUU terminó en bancarrota por una suma de factores donde el pensamiento positivo fue determinante, no solo porque embaucó a los norteamericanos con la mentira de la bonanza económica y los préstamos fáciles, sino porque censuró a cualquier voz disidente. Ehrenreich comenta cómo antes de que se desate la crisis económica eran despedidos, bajo la acusación de tener pensamientos negativos, los agentes financieros que anunciaron el peligro del sobre endeudamiento. La cultura del éxito y el pensamiento positivo crea una sensación de bienestar ilusorio cuyo fin es propiciar el consumismo, el lucro y hacer crecer el mercado (sin que eso redunde necesariamente en una distribución equitativa) de manera desmesurada y sin regulación, pues cualquier duda o crítica es considerada pesimismo, negativismo y aguafiestismo. No es de extrañar, entonces, que los intelectuales y críticos que no participan de la celebración mercantilista sean llamados “socialistones”, “caviares” o anti-capitalistas. Y es que ahora criticar o reseñar negativamente una película o un libro exitoso no tiene como objeto discutir el valor de una obra artística: es un ataque comunista que busca impedir el crecimiento del capital. Siempre pensé que la falta de revistas dedicadas a la crítica cultural, y los cada vez más exiguos espacios dedicados a la reseña de libros, se debía a que “la cultura no vende”. Pero empiezo a sospechar que, en realidad, se trata de un plan estratégico para impedir que exista crítica literaria, cinematográfica o artística (salvo que sea elogiosa o inofensiva) que arremeta contra las obras que generan ganancias. No es que la gente le haga mucho caso a un crítico, claro está, “Avatar” seguirá consiguiendo espectadores y Paulo Coelho lectores por más que los reseñistas los manden a parir. Pero el asunto aquí es de principios: es un deber cerrarle el paso a esa negatividad obtusa, esa crítica rastrera, esos intelectuales izquierdistas que osan atacar al mercado con su tufillo de superioridad y, sobre todo, su envidia malsana por ser incapaces de generar dinero pese a su talento. O mejor dicho, de atraer hacia ellos prosperidad pensando positivamente en vez de andar de criticones.



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11 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dos derechas

El primero fue un candidato astuto y malicioso: durante meses fustigó a sus adversarios, acusándolos de haber permanecido demasiado tiempo en el gobierno. Una cuidada puesta en escena lo mostró como paladín de una derecha abierta y tolerante; frente a los achacosos sostenedores de la dictadura, Sebastián Piñera se presentaba como un exitoso empresario —antiguo dueño de bancos, medios de comunicación y de la aerolínea LAN; cuarto hombre más rico del país—, capaz de oxigenar el espectro político chileno, jactándose de haber votado contra Pinochet en el plebiscito de 1988.

 

Pese a que Michelle Bachelet poseía unos de los más altos índices de aprobación en el continente, las más de dos décadas de administraciones de la Concertación pesaban demasiado y su candidato, el expresidente Eduardo Frei, seco y anodino, no despertaba el menor entusiasmo. Majadero y bullicioso, Piñera aprovechó los titubeos de su contrincante —así como la aparición del disidente socialista Marco Enríquez Ominami— y, por primera vez desde el restablecimiento de la democracia, condujo a la derecha a la Moneda. Su triunfo lucía como un mal necesario: a fin de cuentas, había ganado la alternancia.

            Los primeros días de su gobierno dejaron entrever ya su auténtico carácter: una inteligencia sibilina, propia de un típico hombre de negocios, que resultaba fría y soberbia a la hora de gobernar. Muy pronto, las virtudes que Piñera demostró en campaña se revelaron como graves defectos; su discurso impertinente y deslenguado, que contrastaba con el pasmo de Frei, apenas tardó en volverse torpe y antipático. (El semanario The Clinic acaba de publicar un tomito titulado Piñericosas, convertido en un inmediato best-seller).

            En su afán por renovarse y exhibir figuras alejadas de la política, la derecha no ha vacilado en presentar insignes empresarios como candidatos. Sea con Berlusconi, con Fox o con Piñera, la lógica es la misma: quien administra exitosamente una empresa —y se hace rico en el proceso— no tendrá problemas para administrar una nación. Craso error: el bien privado y el público pertenecen a universos contrarios, y creer que quien se ha beneficiado del primero gestionará adecuadamente el segundo ha sido un yerro garrafal de los partidos de derecha, y sus votantes.

            Bastó que la economía mundial se desacelerase, que el modelo capitalista —del que Chile se presentaba como alumno aventajado— entrase en crisis y que los servicios públicos acentuasen su descomposición para que Piñera se hundiese en las encuestas. Las movilizaciones estudiantiles del año pasado, en las cuales surgieron líderes tan carismáticos como Camila Vallejo, reforzaron la idea de que los empresarios permanecerán siempre alejados del interés ciudadano. Incluso en una sociedad tan conservadora como la chilena —uno de cuyos síntomas ha sido el brutal asesinato del joven Daniel Zamudio a manos de jóvenes neonazis—, la derecha pura y dura se atasca. Y, cuando el modelo neoliberal hace aguas, la peor opción consiste en confiar el Estado a uno de sus adalides: parafraseando a Shakespeare, es como dejar que un alemán custodie nuestra cerveza.

Mario Vargas Llosa, que además de escribir portentosas novelas ahora se dedica a promover candidatos de derechas —no siempre liberales—, apoyó sin dudar a Piñera. Hay que decir a su favor que también pidió el voto para nuestro segundo ejemplo. Un hombre que, al contrario de su colega chileno, no fue un candidato deslumbrante. Si Juan Manuel Santos ganó las elecciones en Colombia, se debió a los brutales errores de Antanas Mockus, su excéntrico rival. El reacio delfín de Álvaro Uribe, acaso el mayor caudillo de derechas del continente de los últimos años, no tuvo más que aguardar a que el candidato del Partido Verde se desbarrancase para obtener una cómoda victoria.

No obstante, una vez en el poder Santos ha representado una gran sorpresa tanto para sus seguidores como para sus enemigos. Con los modales suaves y un tanto hipócritas que caracterizan a los cachacos —tan parecidos a los defeños—, Santos no dudó en distanciarse de su atrabiliario, bravucón y maniqueo predecesor paisa. En un santiamén, limó asperezas con Chávez, atacó la corrupción y el autoritarismo uribista y se ganó las simpatías de sus detractores. Sin ceder un ápice con la guerrilla, cuyos líderes se encargó de diezmar desde que era ministro de Defensa, ha forzado la reciente liberación de los rehenes más antiguos de las FARC.

El contraste con Piñera no puede ser mayor: frente al 24% de aprobación de éste, Santos supera el 60%. ¿Las razones? Aun siendo ambos de derechas, el colombiano es esencialmente un político; más que eso: un hombre pragmático, con vocación de estadista, que ha logrado eludir los excesos ideológicos de Uribe y ha sabido imponerse como el más sagaz —y maquiavélico— de los gobernantes de América Latina. Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota, nuestros candidatos de derechas, tendrían en Santos el mejor ejemplo a seguir.

 

twitter: @jvolpi



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11 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Muro de Hierro

Empezaré por el final. Recomendaré a todos ustedes que lean el libro antes de empezar la presentación. 'El Muro de Hierro' de Avi Shlaim será mi libro de cabecera en los próximos meses al menos por tres razones, todas ellas muy prácticas. Me servirá para entender y documentar la crisis actualmente en marcha entre Israel e Irán a propósito del desarrollo nuclear en este último país. Me servirá también para entender la crisis que se está fraguando entre Egipto e Israel alrededor del tratado de paz entre ambos países, surgido de los acuerdos de Camp David de 1978 entre Sadat y Begin gracias la mediación de Carter y ahora discutido, si no impugnado por algunas de las fuerzas políticas ascendentes después de la caída de Mubarak. Y me servirá para entender también lo que va suceder entre el conjunto del mundo árabe e Israel, después de las revoluciones árabes y la marcha de algunos de estos países hacia regímenes de democracia parlamentaria. 'El Muro de Hierro' es el libro de un historiador, y no de un historiador cualquiera, sino de uno de los historiadores israelíes revisionistas, todos ellos investigadores y académicos que publicaron alrededor de 1988, en el 40 aniversario del Estado de Israel, trabajos que discutían y ponían en duda la versión oficial de la historia de Israel, sobre todo de la Guerra de 1948 contra los países árabes que precedió a la creación del Estado y a la independencia. Shlaim recuerda en su prólogo a esta segunda edición española que Shlomo Ben Ami, ex ministro de Exteriores de Israel y también historiador considera que los nuevos historiadores influyeron directamente en el transcurso del proceso político y en realidad de las negociaciones entre israelíes y palestinos. En la batalla dialéctica entre las dos partes la existencia de una historiografía que ponía en duda la historia oficial, y sobre todo los mitos y los relatos mitificados, hizo cambiar las posiciones de unos y otros. La historia modifica la realidad política. El conocimiento del pasado sirve para modelar el futuro. Es bien curioso que sea precisamente Israel el país de donde sale la historiografía de mayor potencia política de las últimas décadas. No sé yo si los nuevos historiadores seguirán influyendo en el curso futuro con tanta intensidad como lo han hecho hasta ahora, pero sí es seguro que sus aportaciones deberán ser tenidas en cuenta por los políticos y sobre todo por quienes intentamos comprender y analizar el curso de los acontecimientos. (Este texto corresponde a mi intervención ayer martes, en la presentación del libro 'El Muro de Hierro' de Avi Shlaim, publicado por la editorial Almed, celebrada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con la participación del editor, Jerónimo Páez, el autor, Avi Shlaim, el ex presidente del Gobierno Felipe González y el enviado especial de la Unión Europea para el mundo árabe Bernardino León, además del autor de este blog.)

Para prever lo que pueda ocurrir entre Israel e Irán hay que ver qué ha ocurrido en las anteriores guerras y cuál ha sido la posición de Estados Unidos. Avi Shlaim nos permite comprender gracias a su libro que no es nueva la idea de una amenaza existencial que ahora se esgrime. Al contrario, pertenece al corpus ideológico casi fundacional y está unida directamente a la idea misma del Muro de Hierro. Este es el título del libro y mucho más, quizás el tema que recorre todo su itinerario histórico, como lo hacen los temas musicales. ¿Qué es el Muro de Hierro? Es un concepto acuñado en fecha tan lejana como 1923 por Vladimir Zeev Jabotinski, judío de origen ruso instalado en Londres, teniente de la Legión Judía que combatió en la Primera Guerra Mundial con banderas propias pero bajo disciplina británica y fundador del sionismo llamado revisionista, frente a la cúpula del sionismo que representa Chaim Weizmann, partidario de una resolución negociada y diplomática a la reivindicación nacional judía. Decir Jabotinski es para muchos decir militarismo e incluso fascismo sionista, según palabras utilizadas por quien fue el primer presidente de Israel. El Muro de Hierro no es exactamente Masada, la fortaleza aislada que resiste hasta el último hombre y prefiere el suicidio a la rendición. El Muro de Hierro no es tampoco permanente. Pero puede llegar a ser ambas cosas. Shlaim nos cuenta que Jabotinski lo consideraba un instrumento, el más importante, para garantizar la existencia de Israel. Israel no surge según su concepto de una negociación. Pero una vez los árabes hayan sido desposeídos de toda esperanza de borrar a Israel del mapa, el Muro de Hierro se convierte en el instrumento que hay que utilizar para la negociación. Shlaim considera: 1.- que todo el sionismo ha terminado adhiriéndose al Muro de Hierro. 2.- que sin embargo no todos reconocen la existencia de los palestinos como pueblo, tal como los reconocía Jabotinski: Golda Meir no los reconocía, por ejemplo; otros todavía peor, desprecian o destetan a los palestinos. 3.- otros más, Avigdor Lieberman por ejemplo, quieren expulsarles o deportarlos. Jabotinski practicaba en cambio una educada indiferencia. 4.- que el revisionismo genuino implica, finalmente, sentarse a negociar, cosa que no quieren hacer casi nunca los seguidores actuales de Jabotinski. Jabotinski practica esta ?educada indiferencia? respecto a los árabes, pero en ningún caso piensa en expulsarlos de Palestina. El fundador del revisionismo era un nacionalista radical pero realista, que se podría contraponer a lo que hoy llamamos el buenismo izquierdista, partidario de las componendas, y es precisamente su realismo político el que le lleva a extremar la dureza de sus posiciones frente a los árabes hasta acuñar la idea de un Muro de Hierro. El problema estratégico más serio del revisionismo es su idea de la tierra de Israel, el Gran Israel, que deja escasos márgenes para negociar y que tiene el grave inconveniente demográfico de que en un muy próximo futuro contará con más árabes que judíos. En cuanto a su método, su otro gran problema es su nula confianza en la diplomacia, la negociación y el multilateralismo, al menos durante la fase del Muro de Hierro. Finalmente, desde el Muro de Hierro nunca están las cosas maduras para negociar. Todo ello sirve para atenerse a la política tan eficaz de ir ganando tiempo. ?Los jefes de las delegaciones israelíes para las negociaciones bilaterales aparentemente tenían instrucciones de no moverse y dar la impresión de que estaban teniendo lugar negociaciones reales y de que el proceso de paz estaba vivo y tenía buena salud, pero sin hacer concesión alguna en asuntos básicos?, escribe Shlaim en relación a la ronda de conversaciones que se celebraron en Washington, después de la conferencia de Madrid. Pero estas frases valen para casi todo el proceso de Oslo e incluso para cualquier negociación. El Muro de Hierro también es la capacidad de defenderse y de tomar las decisiones por uno mismo sin contar finalmente con nadie exterior, amigo o aliado. Es quizás la parte más falaz de la teoría: sin diplomacia, sin aliados, sin suministro de armas y sin ayuda financiera, no hay Muro de Hierro que valga. Pero ahí funciona el sarcasmo de Moshe Dayan sobre las relaciones con Estados Unidos: ?nuestros amigos norteamericanos nos ofrecen dinero, armas y consejo: tomamos su dinero, tomamos las ramas y rechazamos el consejo?. Sirve muy bien para entender la actual tensión con Obama a propósito del ataque al Irán nuclear de los ayatolas. Decía que me iba a servir del libro para entender tres crisis en curso. Respecto a Irán, una de las conclusiones que sacamos de la narración del rosario de guerras en las que está involucrado Israel es que toda guerra es imprevisible. Pueden salir mal las que se plantean bien y bien las que se plantean mal, aunque el margen para empeorarlo todo y siempre es notablemente alto. Sobre todo, porque casi todas son guerras elegidas, no son el último recurso, es decir, no son guerras necesarias e inevitables. Cabe decirlo de Suez, de las guerras de Líbano y de la de Gaza y también de la que se está imaginando para destruir el poder nuclear iraní. Hay una creencia en la fuerza militar que va más allá de lo razonable. Consiste en pensar que la demostración de fuerza servirá para imponer la autoridad y proporcionar una lección a quien la sufra. Como demuestra el Muro de Hierro, es una creencia, en buena parte compartida con Estados Unidos, que puede encegar a los creyentes y conducir al desastre. Vamos a la segunda. Para saber qué va ocurrir entre Egipto e Israel es imprescindible conocer en detalle cómo se construyó el acuerdo de paz entre ambos países. En la nueva etapa será inevitable que salgan de nuevo los temas que quedaron pendientes en Camp David, que eran fundamentalmente dos:  Sadat quería hacer la paz por separado con Israel pero sin que en realidad pudiera ser acusado de ello por los otros países árabes; pero no tenía más remedio que hacerla, porque la única paz que estaba dispuesto a firmar Begin era por separado con Egipto. Y Sadat quería a la vez completar Camp David con la resolución del conflicto palestino, cuestión que quedó reflejada en un documento aparte: ?Un marco para la paz en Oriente Próximo?, en el que se contemplan las famosas resoluciones 242 y 338 de retorno a la situación anterior a la Guerra de los seis días, de 1967, como base para la negociación. Ahora será inevitable que el nuevo Egipto post Mubarak, sea como sea y se configure la correlación de fuerzas entre islamistas y militares, se replantee los acuerdos de Camp David, sobre todo la parte que quedó pendiente, la resolución del conflicto con los palestinos. Incide en ello la situación de la franja de Gaza, la relación entre los Hermanos Musulmanes y Hamas o la difícil estabilidad del Sinaí, desmilitarizado durante 30 años y ahora terreno abonado para el terrorismo. La paz con Egipto ha sido una garantía para Israel en los últimos 30 años, cuya degradación no pueden permitirse ni Estados Unidos ni Israel. Enlaza esta cuestión con la tercera crisis. ¿Cómo se relacionará Israel con el mundo árabe en el futuro, es decir, con los países surgidos de la primavera de 2011? Basta recordar, como hace Shlaim, que la Liga Árabe tenía como objetivo central de su propia existencia la resolución del problema palestino y la desaparición de Israel, y que ahora, en cambio, se está ocupando de otras cosas como impedir las matanzas en Libia primero, ahora en Siria. La impresión más superficial es que Israel está esperando a que se defina algo más el paisaje para empezar a moverse de nuevo en el tema palestino y concentrando todos sus esfuerzos en su conflicto con Irán, justo en el momento de la crisis siria, lo que lleva a valorar el conjunto como una ofensiva definitiva contra lo que queda del frente de rechazo contra Israel. El libro sirve para entender y revisar muchos episodios y detalles más de la historia de las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes. A veces basta con tener memoria, como a tiene Shlaim, pero otras además hay que poner en duda la versión oficial de los hechos. Dos ejemplos, entre muchísimos. La responsabilidad del fracaso de Camp David, atribuido a Arafat según las versiones de Clinton y de los isarelíes. O la reversibilidad del concepto de terrorista. Shlaim nos recuerda que Israel ha practicado incluso la piratería aérea: en 1954, con un avión de pasajeros civiles, obligados a aterrizar en territorio israelí para intercambiarlos por cinco soldados prisioneros de Siria, donde se habían infiltrado. El primer ministro Moshe Sharett atajó el incidente señalando que ?Israel debía elegir entre ser un Estado de derecho o un Estado pirata?. A propósito de Sharett, diré que me han interesado muchísimo en este libro los retratos psicológicos e ideológicos de los políticos israelíes y sobre todo los sucesivos primeros ministros. Y que destacaría precisamente entre todos el de Sharett, reivindicado por Shlaim como uno de los pocos que se opuso a la política del Muro de Hierro: ?un hombre equilibrado en tiempos de desequilibrio, un hombre de paz en una era violenta, un negociador que representaba una sociedad que menospreciaba las negociaciones, un hombre de compromiso en una cultura política que equiparaba el compromiso con la cobardía". Del diario de Sharett extrae Shlaim estos interrogantes: ¿Cuál es nuestro destino en el mundo? ¿Guerra hasta el final de las generaciones y vivir empuñando la espada??. El libro está lleno de humor y de chanzas sobre personajes y situaciones complicadas. Peres es ?el saboteador infatigable?. Rabin una ?efigie sin secretos?. Golda Meir decidió que ?limitaría su vocabulario a doscientas palabras aunque podía llegar a utilizar 500?. El negociador egipcio Hassan Tuhami, astrólogo de Sadat, bufón de la corte, santón y apoyo moral, enloquece y desvaría en Camp David, arrebatado por un ataque místico y le pregunta a Moshe Dayan si es el Anticrito. La árida historia militar y diplomática se alivia así con los aspectos más humanos y próximos. Pero nada de eso es humor gratuito, ni mucho menos. El título del capítulo sobre la guerra de los seis días valdría para el libro y para el Israel actual: 'Pobre pequeño Sansón', sacado de una frase de otro primer ministro, Levi Shkol: "preséntate a ti mismo como un pobre pequeño Sansón, un Sansón que inspire compasión?. El Muro de Hierro versa también sobre lo que ahora se llama el relato, esa idea posmoderna del discurso que moldea la realidad. Es decir, la capacidad política de explicar y ordenar el pensamiento, las ideas y los argumentos hasta imponerlos como agenda a los otros, consiguiendo así una victoria dialéctica previa a cualquier negociación. La historia revisionista va contra lo que Shlaim llama el relato heroico moralista de la creación del Estado de Israel y de su prolongación durante los 60 años posteriores. No hay relato nacional más eficaz actualmente en el mundo. Lo prueba la capacidad de Israel para modificar la agenda global. No recuerdo ahora quien dijo, creo que Kissinger, que para Israel todo es política interior. También lo demuestra el hecho de que la publicación de un poema por parte de un venerable premio Nobel de literatura pueda suscitar la prohibición de entrada a Israel de quien lo escribió. Debiera consolar a quienes han escuchado estupefactos las lindezas que le han caído a Günther Grass estos días saber, como nos ilustra muy bien el libro de Shlaim, que epítetos semejantes en los que entran en juego Auschwitz, Munich o Hitler se han prodigado también entre políticos israelíes por discrepancias domésticas o por las diferencias respecto a los numerosos y con frecuencia inútiles documentos y acuerdos de paz. Un elemento de este relato es la idea de Israel como una isla democrática en un mar de dictaduras. Es una idea que tiene relación también con el relato del Muro de Hierro y tiene un objetivo tranquilizador. Una parte de la opinión israelí quiere mantenerse tal como está, inmóvil e imperturbable dentro del Muro de Hierro. Por eso necesita que el mundo exterior sea profundamente hostil: el antisemitismo estará siempre amenazando, los árabes serán siempre los árabes y no cambiarán. El Muro de Hierro seguirá existiendo mientras Israel esté gobernado por una mayoría en la que se mezcla la inseguridad psicológica con el apetito territorial. El Muro de Hierro sirve para satisfacer ambas cosas, pero impide la resolución del conflicto. Corresponde también a un vértigo ante la paz definitiva, que Israel ha experimentado en varias ocasiones. Al final, la negociación siempre se ha convertido en una compra de tiempo. La seguridad finalmente es lo que hay, el Israel cercado por los árabes en el que se ha construido la nación real que existe. Pero este relato tiene plazo de caducidad. El cambio que está experimentando el mundo árabe no es un pie forzado para Israel, sino una oportunidad, que sus dirigentes sabrán aprovechar o no. El pie forzado es la demografía, que obligará a resolver el muy conocido trilema que tiene planteado Israel, entre su carácter judío, su integridad territorial y la democracia y los valores sobre los que se ha construido. El trilema solo permite salvar dos términos de tres. Si es judío y democrático debe ceder territorio. Si es judío en todo el territorio no puede ser democrático. Si es democrático y en todo el territorio deja de ser judío.



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11 de abril de 2012
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Tertulianos al plató

A veces los presentadores se impacientan y dicen: «Por favor, no estéis todos tan de acuerdo, a ver si dais más juego…». Los puristas se estremecen y remugan que no van allí a hacer el paripé, sino a defender su sagrada libertad de expresión. Pero acaban agachando la cabeza porque, ¿cómo no va a bajar el share si ellos mismos se preguntan a quién carajo puede interesarle su opinión? En la mesa siempre hay uno más relajado, más alfa, un incontestable porque es más cínico, culto o simpático que el resto; es el que dice: «Venga, yo ahora voy a llevarle la contraria a Ludovica aunque piense como ella». Y el aire tensa las ondas hasta el punto de que Ludovica, desconcertada, se queda sin tiempo y las voces la atropellan. En la pausa, siempre hay alguien que recuerda aquello de «esto es radio» o «esto es televisión». Y al final, todos abandonan el plató maquillados gratis, como si hubieran esnifado caviar. Existen auténticos profesionales de las tertulias. Cambias de canal y ahí están, con otro decorado y los temas de siempre. Un formato consolidado: barato, entretenido y útil en una sociedad sin tiempo para pensar. «Te lo compro», dicen aún algunos «motivados» cuando comparten la idea del otro y la hacen suya. Quien no tuviera constancia de las tertulias del Algonquin, Els Quatre Gats, el Gijón o los cafés bohemios de provincias donde se cultivaba un arte del conversar sin fines ni sin trabas podría pensar que un debate es un rifirrafe verbal entre políticos o periodistas donde resulta cada vez más difícil distinguir al uno del otro. Y es que hoy poco tiene que ver con el «grupo de personas que se reúnen con asiduidad para conversar y recrearse» al que hacen referencia tanto el diccionario de la RAE como el DGLC. ¿Conversar? En mi experiencia como tertuliana televisiva, siempre me sentí una torpe impostora, y más aquella vez en que una moderadora me recomendó: «Rápido y mortal, como un tirachinas». Sería injusto quitarle méritos a la figura del contertulio mediático, ese animal todoterreno que segrega hormonas mientras las ondas catódicas lo engordan tres kilos. El que habla con ingenio o sosería de los perdigones en el pie de Froilán, del obispo Reig, los recortes anunciados con escuetas notas de prensa o de las pulgas que invaden los expedientes de los juzgados. Y todo ello sin pitillo, ni whisky, ni intelectualidad al estilo La clave. No son estos tiempos para nostálgicos ni pedantes que reivindican la claridad de Cicerón; hoy gritar vende. Pero a veces se produce un chispazo llamado conexión humana y la palabra exacta traspasa la pantalla justo cuando nadie dice «esto es televisión». (La Vanguardia)

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11 de abril de 2012
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I. De monstruos inmortales

Este año se cumple el doscientos aniversario del nacimiento de Charles Dickens, sin
quien la novela tal como la conocemos hoy no existiría, como tampoco existiría sin Balzac, sin Tolstoi y sin Dostoievski, para no hablar sino del siglo diecinueve. Un monstruo inmortal de la literatura, Dickens fue sin duda un gran testigo de su tiempo. Un testigo de tal magnitud, que sus retratos de las condiciones de extrema miseria en Inglaterra en la segunda mitad del siglo
diecinueve, ejecutados con prodigioso realismo, influenciaron la conciencia de su época, la época de la expansión del industrialismo salvaje; e influenciaron aún la actitud pública sobre los males sociales que la explotación inicua acarreaba, empezando por la de los niños, él mismo obrerito en una fábrica de betún cuando su padre fue a dar a la cárcel por deudas. 

Desde su primera novela Las memorias póstumas del club Pickwick, escrita a los veinticinco años, Dickens describió lo que conocía profundamente, la Inglaterra que creaba su poderío expandiendo sus colonias en ultramar y sus fábricas en casa. Nadie mejor que él definió la época victoriana, y la encarnó.

Sus personajes eran contemporáneos suyos, y siempre vivió al lado de ellos y entre ellos, hijos de la cárcel, la avaricia, la pobreza, el desamparo y la explotación; y abogados venales, tinterillos, usureros, y ricos avaros, banqueros despiadados, aristócratas arruinados.

 

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11 de abril de 2012
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Solo por añadidura…

Muestra  de pertenencia a la especie humana es la erección del dinero en deidad, amarlo sobre todas las cosas, como lo es sin duda alguna la complacencia en el abuso del indefenso, o como lo es la necrofilia. Sólo los humanos hacemos tales cosas, si bien es cierto que podríamos hacer otras...

Y el problema es el de la compatibilidad con estas otras cosas que cabría hacer. No se trata tanto de que un individuo no reúna en sí pulsiones divergentes, máximas subjetivas  de las que son motor  diferentes finalidades. El problema es que más aun que el Dios de Abraham, el dinero no tolera competencia de otro señor.
Y las ocultas inclinaciones de alguno de los que le sirven son pronto desenmascaradas, sin que importe mucho el carácter de las mismas. Sólo lo que por añadidura se desprende de la devoción al dinero mismo es tolerado. No cabe aquí una disposición equivalente a la de los grandes de la pintura que encontraban en los pasajes evangélicos ocasión para una  profunda inmersión en las almas de los hombres y una búsqueda de las técnicas para expresarlas. Esta nueva deidad se impone realmente como el absoluto y en pos de su propia gloria se sacrificará
todo aquello que haya de ser sacrificado, empezando por el animal humano  que (en razón de su desmesura aunque también de su cobardía y ceguera) lo erigió precisamente  en deidad.

Y en la medida en la que los Slim y los Gates se erigen en modelos,  en cada uno de nosotros el paradigma del hombre se  transforma,  y con ello inevitablemente nuestra efectivo comportamiento en el seno de la vida social y de la vida natural, suponiendo todo ello una suerte de mutación en los rasgos que nos singularizan  en relación a los otros animales.

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10 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lectura incrédula de Dante

   El sábado de gloria caí sobre la Divina Comedia cuando quitaba el polvo al lucernario de la biblioteca y fui derecho al Infierno. Paré en el canto IV, donde Dante se asoma al primer redondel de “la val del abismo, la dolorosa, oscura, profunda y nebulosa”, y Virgilio —aquí no llamado por su nombre, sino il poeta tuto smorto, o sea, el poeta que ha perdido la risa, que ha perdido el color, cosa que pasa a los poetas a la vista de un laureado de su misma especie— le dice: “yo seré el primero, y tú serás el segundo” (Inf. IV, 15). Los comentaristas dicen que se refiere al orden de marcha, porque Virgilio hace de guía. Explicación prosaica y argumento peatonal. A ver: la cosa va de poetas, por lo tanto, se refiere a quién tiene la gloria mayor. Para la preceptiva de entonces, que ignoraba los poemas homéricos tanto como los mesopotámicos, Virgilio había sido el primer poeta en crear un descenso hexamétrico al infierno y, como tal, era un venerable precursor; pero ahora esplendía el segundo poeta, Dante, que hacía el descenso infernal en tercetos que daban gloria. Bien que se da cuenta Virgilio se da cuenta y de ahí su languidumbre.
 
   Memora Dante que en el primer círculo infernal no se oía llorar, y no más se sentían suspiros de duelo sin martirio que estremecían el aura eterna (Inf. IV, 27-28). Los nombres propios de esos suspirantes, luego se ve, pertenecen a poetas. Se trata de Homero, Horacio, Ovidio y Lucano. Y los cuatro pronuncian el nombre de Dante con una sola voz (Inf. IV, 92), así de claramente lo adoran y veneran. Homero lleva una espada en la mano, símbolo, dicen, de su primacía en la épica. Pero lo que Homero tendría que empuñar, según la preceptiva, sería un cetro (Lucrecio III, 1037-38: unus Homerus Sceptra potitus). Esta espada dantesca pertenece más bien al atrezo de la doctrina de las dos espadas, que inventó el papa Gelasio, pero que tuvo su más señalado razonador en Bernardo de Claraval, ese viejo que aparece en el Paraíso (XXXI, 59) como director de tesis y patrono de la Comedia. La doctrina en cuestión trata de la supremacía del poder espiritual sobre el temporal, pero en la Comedia se refiere a la supremacía de Dante sobre la tropa poética de la antigüedad. Homero lleva la espada como soberano de todos aquellos soberbiamente censados —(IV, 132-144): Sócrates y Platón, Demócrito, Diógenes, Anaxágoras y Tales, Empédocles, Heráclito y Zenón, Dioscórides herborista, Cicerón, Lino hijo de Apolo, Orfeo, Séneca moral, Euclídes geómetra, Ptolomeo, Hipócrates, Avicena, Galeno y Averroes— que habrían sido todo lo sabios y poetas que se quiera, pero están condenados a no salir del limbo infernal, y a permanecer en la tiniebla exterior de la gloria, todos aquellos que quedan por debajo de Dante y uno de los cuales “soy yo mismo”, confiesa Virgilio, y añade (IV, 19-39): “estamos perdidos y tan afligidos que sin esperanza vivimos en deseo”. En deseo incumplido de gloria. Y es que la Comedia trata del ascenso a la gloria  mediante la escritura de la Comedia, y censa a toda la gente de molto valore relegada de la gloria (IV, 43-45) para realce del poeta de la Comedia. Siguiendo la doctrina de las dos espadas, a Homero le corresponde la espada como soberano temporal —y pretérito— de todos aquellos; en cambio, a Dante, una vez inhabilitados para la gloria todos los demás versificadores comparecientes en la Comedia, le corresponde la espada de la supremacía espiritual, que es eterna y está por encima de todos.
 
   Dante juega, claro, con el equívoco salvación teológica / salvación canónico-literaria,  y gloria teológica / gloria famosa, para ponerse ciego de más allá y, con aquello de la teología, hacerse adorar por toda la poetería de la antigüedad.
 
   Pero el efecto más logrado de la Comedia es aparentar que la acción consiste en pasear por los redondeles donde se almacenan célebres difuntos que callan como muertos o solo hablan para mayor gloria dantesca. Bajo esa acción aparente, corre la verdadera acción consistente en componer el poema total y de gloria insuperable que será la Comedia. Que la acción principal es la factura de un poema que compite y supera a todos los grandes poemas conocidos se ve en la narración que Ulises hace de su propia muerte, mientras se quema en el foso de los que cometieron fraude. ¿Qué podía saber Dante de Ulises? Lo que cuentan Virgilio y Ovidio, o sea, que era un falsario. De la Odisea no podía tener mayor noticia que su redacción en un lenguaje indescifrable y, detalle crucial, que trataba de un famosísimo viaje. Dante hace que Ulises narre otro viaje posterior al famoso, una singladura postrera donde llega a columbrar a lo lejos una montaña oscura, justo antes de ser tragado por el mar. La montaña oscura es la del Purgatorio, un lugar prohibido a los mortales, con la excepción de Dante, que inicia allá mismo su periplo, después de hacerse coronar por Virgilio (Purg. I, 133). De modo que Ulises perece y es castigado por ambicionar aquello que Dante consigue: divenir del mondo esperto (Inf. XXVI, 98). La superioridad es manifiesta: en la ruta a la gloria, el protagonista de la Odisea no llega, ni de lejos, allá donde el poeta de la Comedia empieza.
 
   El Virgilio y la Beatriz son de usar y tirar. Se le pierden por ahí. El uno, al llegar a la cumbre del monte que solo vio de lejos Ulises, la otra, en la primera esquina del empíreo. Dante compone entonces (Par. XXXI, 79 y ss.) su oración a la gloria, arrimado al equívoco de la dama volátil: “Oh mujer, donde mi esperanza está vigente […] y ella, tan lejana como parecía, sonrió y me miró; luego, regresó a la eterna fuente.” La gloria, tan esquiva e inalcanzable que parecía, por fin es mía de mí.
 
   Porque el tema dantesco no es, como se ha dicho, el estado de las almas después de la muerte en lo concerniente a su salvación o condena, sino el de los nombres propios en lo tocante a su fama. Este matiz esencial recorre toda la obra como un dobladillo.


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10 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Günter Grass reacciones

Gunter Grass Las reacciones en Israel conta el poema que publicó Günter Grass no se han dejado esperar. Israel lo considera “persona non grata”, con lo que no podrá ingresar al territorio israelí. En Alemania, además, el influyente crítico Marcel Reich-Ranicki ha considerado al poema (no se explicita si literariamente o solo temáticamente) como “repugnante”. Curiosamente, esa reacción tan dura ha cambiado el orden de cosas y ahora los pacifistas israelís salen a defender al escritor considerando como “populista” la actitud de los líderes políticos de Israel:

La dura reacción de Israel contra el escritor alemán Günter Grass, al declararlo persona “non grata” por un poema en que criticaba el potencial atómico de ese país, invirtió el debate a favor ahora del literato, que recibió apoyos de personalidades israelíes y también del espectro político germano. La decisión del ministro del Interior israelí, Eli Yishai, de prohibir al Premio Nobel de Literatura 1999 la entrada en Israel es “populista”, afirmó el exembajador israelí en Alemania Avi Primor, mientras su compatriota e historiador Tom Segev calificó la reacción de “histérica”. “Creo que el ministro del Interior (israelí) no sabe nada de Alemania. Simplemente actúa de cara a la política interna, lo que no considero correcto”, sostuvo el exembajador, en declaraciones a la primera cadena de la televisión pública alemana ARD. Grass no es de ningún modo “un antisemita”, prosiguió el diplomático, quien sí advirtió que el escritor incurrió en el “ridículo”, al afirmar que Israel pretende aniquilar Irán. (…) En términos parecidos se pronunció en la edición digital de “Der Spiegel” el historiador Segev, para quien el ministro del Interior de su país ha estado “pésimo” y hasta “cínico”, al calificar de antisemita a Grass y relacionar el poema del escritor con el hecho de haber “vestido el uniforme de las SS”. Según el historiador, el propósito del ministro es “asegurarse el futuro político”, con proclamas populistas orientadas a un sector determinado del electorado israelí. (…) “La reacción del Gobierno israelí es desmesurada e injustificada, dado el tema”, dijo el portavoz de Exteriores del SPD, Rolg Mützenich. Por parte de los Verdes, el secretario de organización de su grupo parlamentario, Volker Beck, calificó la decisión de “poco inteligente y nada soberana”. El ministerio alemán de Exteriores, cuyo titular, Guido Westerwelle, se sumó estos días a las críticas a Grass, no ha comentado la decisión de prohibirle la entrada en Israel.

Por su parte, Günter Grass ha vuelto a hablar sobre el tema, poniendo paños fríos. Ha admitido que debió escribir el poema en otro tono y ser más específico. Dice la nota:

Günter Grass ha admitido por primera vez que debería haber redactado de otra manera el poema que publicó sobre Israel, y que no quiso criticar al país, sino su política y a su primer ministro, Benjamin Netanyahu. “Evitaría el término general ‘Israel’ y aclararía que me refiero al actual gobierno de Netanyahu”, ha expresado el escritor en una entrevista que publica el diario alemán ‘Süddeutsche Zeitung’ (SZ) sobre si escribiría de otra manera el polémico poema ‘Lo que hay que decir’. (…) Grass recalca que le decepcionan las acusaciones de “antisemita” y asegura que con el poema esperaba “un debate clarificador sobre determinados aspectos de la política israelí bajo el gobierno actual”. Lamenta igualmente la falta de “diversidad de opiniones y la controversia que forman parte de la democracia”. Y matiza que no se considera un “agitador de la paz”, término que sí dedica a Netanyahu y sus ministros.



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9 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Intervenidos?

¿Estamos ya intervenidos? Y si lo estamos, ¿desde cuándo? ¿O solo estamos a punto de serlo? ¿Qué significa quedar intervenido? ¿Más recortes, impuestos, quiebras de empresas y despidos de los que hemos tenido hasta ahora? ¿O acaso estamos intervenidos pero no lo sabemos todavía porque hace falta que lo digan las autoridades europeas? ¿Están intervenidos ya los gobiernos autónomos por el gobierno central, pero este último no lo está por parte de la Unión Europea? ¿Lo estamos todos aunque no lo sepamos o no lo queramos reconocer? ¿O es un problema de grado, unos más intervenidos que otros? ¿Admite grados la intervención?

Y todavía más importante: ¿Quiénes nos están interviniendo? ¿Es la Unión Europea con su Banco Central y su Eurogrupo al frente o es directamente la canciller alemana, Angela Merkel? Y si este último es el caso, ¿es admisible este sometimiento de un país teóricamente soberano a otro? ¿O estamos ante un exceso de lenguaje y de concepto que debiera conducirnos a hablar con menos obscenidad de cómo nos gobernamos en Europa y cómo gobernamos el euro? ¿Valía hablar de intervención cuando estaba Zapatero y no vale cuando se trata de Rajoy? ¿Vale para hablar de las autonomías pero no para hablar del Gobierno de España? Preguntar no es ofender. Pero las palabras también las carga el diablo. Hay que escogerlas con cuidado y utilizarlas con gravedad y responsabilidad. España no está intervenida. Cataluña tampoco. Hasta hoy, al menos.



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9 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Formas de leer Canción de tumba

Hace tres meses que leí Canción de tumba y desde entonces quiero escribir sobre esta novela de Julián Herbert. Lo quiero hacer sobre todo para transmitir mi entusiasmo por un libro que no se me va de la cabeza. El problema con Canción de tumba es que hay muchas maneras de abordarla y no me he podido decantar por ninguna. Es un problema de los que vale la pena tener, uno de exceso y no de defecto. Podría decir muchas cosas sobre este libro, porque su lectura me ha enriquecido de diversas maneras, pero no quisiera dejar nada afuera, y eso es difícil en una columna.

Podría abordar el libro a partir del retrato devastador de una madre. Antes de leer Canción de tumba leí El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza, y me llamó la atención la coincidencia: dos novelas poderosas que tienen a la madre como eje del relato. En ambos casos, la madre aparece como una figura sufriente: en El desierto y su semilla, una mujer a la que su esposo le ha arrojado ácido en la cara; en Canción de tumba, una mujer que alguna vez encarnó el placer -era prostituta--, pero que el lector encuentra por primera vez en un hospital: está a punto de morir de leucemia. Dos mujeres postradas, y la relación que se entabla con dos narradores hijos, dedicados a ellas pero a la vez no dispuestos del todo a convertir esa entrega en una causa de vida. Se trata de dar cuenta del dolor pero también de la rabia y la frustración.

Podría escribir sobre la forma maestra en que Herbert va abriendo el foco de su narrativa, convirtiendo un retrato íntimo en la representación de la vida pública nacional. En Herbert, la gota de agua da cuenta del universo: la historia del niño y su madre puta es la de una falsa familia, y "La única Familia bien avenida del país radica en Michoacán, es un clan del narcotráfico y sus miembros se dedican a cercenar cabezas... En esta Suave Patria donde mi madre agoniza no queda un solo pliego de papel picado. Ni un buche de tequila que el perfume del marketing no haya corrompido. Ni siquiera una tristeza o una decencia o una bullanga que no traigan impreso, como hierro de ganado, el fantasma de un AK-47". Largas citas, porque la prosa de Herbert es muy citable (en vez de una reseña, debería escoger cinco citas y ya).

Podría escribir sobre cómo Canción de tumba es un relato que reflexiona sobre el arte de construir relatos. Metaliteratura, pero no al servicio de un solipsismo que aburre sino como estrategia para evadir el culto del dolor y el patetismo mismo de la historia. Una estrategia narrativa para contar mejor la historia. El dolor está ahí, siempre presente, y mejor no insistir en él. Discutamos la técnica, el estilo, la voz, porque así estamos hablando de lo mismo: la forma es el fondo.  

Podría escribir sobre cómo esta novela me ha hecho pensar en el gran momento de la literatura mexicana actual. En menos de un año he descubierto a Valeria Luiselli, Carlos Velázquez, Alberto Chimal y Julián Herbert. Sus obras son diversas, sofisticadas, tienen mucho riesgo y nada de solemnidad; en ellas el lenguaje chispea y el español se llena de anglicismos, neologismos, coloquialismos y todo lo que sirva para renovarlo. Libros muy contemporáneos con vocación de clásicos. 

Vale más que renuncie a reseñar Canción de tumba y simplemente escriba: léanla. Me irá mejor así.

(La Tercera, 7 de abril 2012)



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9 de abril de 2012
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