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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Estética de la huelga general

Tanto la huelga general como la huelga de hambre son temibles e importantes en tanto que la naturaleza de su fuerza es igual a la negación total. Fueron armas revolucionarias que representaban la refutación de lo existente. Oponían al sistema no ya el antisistema inmediato sino la desaparición del sistema. El punto cero de la revolución.

Pero todo ello ha perdido valor. Ni la huelga de hambre se hace efectivamente sin ingerir absolutamente nada, ni la huelga general lleva a la completa paralización del trabajo. De la primera huelga raramente se muere y de la segunda, raramente conlleva una plena abolición. Tanto un caso como otro son ahora teatralizaciones que recrean, como en las fiestas populares, momentos heroicos del pasado. Sea ese pasado perteneciente a la lucha de la clase obrera, sea remedo de los procesos en los que el individuo se inmolaba ebrio de su ideal.

El contenido de la huelga general, el fauvismo de la organización obrera o del ser humano que no cede al chantaje de sobrevivir, pretenden manifestar, en la ciudad o en la celda, la amenaza de producir un vacío pavoroso o un "no" demoledor. El capital posee el patrimonio, los órganos repletos, , mientras la clase obrera posee nada menos que la nada. A la bomba atómica que todo lo destruye se opone la bomba de neutrinos que deja las instalaciones intactas y ayunas de función.

Cabalmente, para que la huelga general alcance su excepcional categoría debe hallarse libre de cualquier excepción. Pueden seguir funcionando los servicios de salud hasta el grado en que no pueda imputársele ningún parecido terrorista pero ni un paso más. De ese modo, las fábricas, las calles, los comercios, los transportes ingresan en la desolación y se exponen como fantasmas, versiones del Manifiesto Comunista desfilando, como zombis, por la superficie de la sociedad.

No hay actividad, no hay movimiento, no hay nada. Que el seguimiento sea del 70 o del 80 por ciento no hace triunfar una huelga general. Ni siquiera un porcentaje mayor lo lograría porque así como una columna si no llega al techo es irrelevante la altura que tenga, la huelga general pierde toda su función, bélica y estética, si hay servicios mínimos en otro sector que no sea la sanidad.

Más aún: el servicio mínimo es la victoria del capital incrustado entre las filas del proletariado o del inmenso "precariado" actual. Con alguien respetando los horarios laborales en plena huelga general su condición pierde sentido. Su estampa se verá salpicada de esquiroles y perjudicada por la racional servidumbre a las necesidades que el Estado ordena. De este modo, la huelga general en vez de protagonizar la máxima escena de la "improducción" subversiva deriva en el aspecto urbano de una festividad.

Se parecerá pues, a los domingos, por ejemplo, y con ello lo que aspiraba a ser un arma del "esclavo" se transforma en un día del Señor. O lo que es lo mismo, se presentará como una jornada dentro de la semana laboral y su propósito aniquilador mutará en un efecto inocuo o testimonial. De ahí que el presidente del Gobierno pueda calificar a la próxima huelga general de "vana". Los mismos convocantes saben de antemano que esa acción no hará cambiar lo preexistente. La Ley no será alterada por turbulencia de la inacción (la inanición) sino que asumirá el suceso como otro dato contable y sin necesidad de revisar la vigente de contabilidad, sus recortes, sus normas y su arqueo criminal.

Con una huelga general los gobiernos quedaban antes "tocados" o malheridos. Ahora, sin embargo, quedarán incluso saneados: sea ante la Unión Europea que valora las extremas medidas adoptadas contra el déficit maligno, sea ante la misma sociedad que, muerta de miedo, sabe que ya no puede emplear, como un arma eficiente, morirse todavía más.



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29 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ulises Gutiérrez entrevistado

Ulises Gutiérrez. Foto: Rubén Grández Lo he dicho varias veces: para mí Ojos de pez abisal es el mejor libro peruano publicado en el 2011. Le costó mucho abrirse paso, pero veo que lo está consiguiendo. Hace unos días, Carlos Sotomayor lo entrevisto para el blog ?Letra Capital?. Algunas respuestas:

¿Cómo surge la novela? Como historia ya la tenía concebida más o menos. Quería contar la historia de alguien que hablara de esa época. La idea nació, creo, cuando mi madre me narraba la historia de una amiga. Yo viví la infancia en Colcabamba, un pueblito en Huancavelica, que vendría ser Samaya de la novela. La historia de Colcabamba durante esos años era bastante extraña, porque en todos los pueblos de los alrededores habían matanzas, menos en Colcabamba. Con los años, me preguntaba por qué había sucedido esto, por qué el terrorismo no entró allí como sí lo hizo en el resto de pueblos. Claro, uno sabe luego que quizás era la geografía que la hacía difícil de atravesar. Hasta que un día mataron al hijo de una de las familias más conocidas del pueblo. Y comenzó toda aquella habladuría de que por fin entraba Sendero. Recuerdo haber visto las hoces y el martillo titilando en la noche. El pueblo entró en pánico. Los rumores gobernaban todo. Decían: mañana muere tal. Hasta que apareció el hijo de este señor. Y cuya muerte le provocó tanto dolor a su familia que su madre prometió nunca más volver al pueblo y nunca más lo hizo. Pero lo que recuerdo más es el hecho de que mi papá le dijera a mi mamá que no vaya al entierro porque había habladurías de que todo aquel que fuera al entierro iba a ser asesinado. Y como las mujeres, mucho más valientes que los hombres, fueron al entierro. Es  a partir de allí que nació la idea. ?La novela toca el tema de la violencia política que padecimos? Creo que era inevitable. Hay muchas historias de suspenso o de mucho dolor para todos que, de algún modo, nos ha tocado esa guerra. Muchas cosas que cuento en la novela han pasado realmente. La historia de Nemesio, la he narrado tal como pasó. Un día apareció en mi pueblo un hombre que había atravesado la cordillera más alta que separaba a Colcabamba de Huanta y nadie le creía. Llegó con su mujer y su hijo y contó todo lo que se narra en la novela. Y claro, lo que me pasaba a mí. Estudiaba en Lima en esos años, mi familia vivía en Huancayo. Cada vez que tenía que viajar a Huancayo, o venir a Lima, era un juego a la ruleta rusa, pues tenías que pasar por tres o cuatro controles militares, y en cada uno te bajaban, te interrogaban, te amenazaban; y por ambos lados. ?La desaparición de su hermano acelera la debacle familiar. Claro, porque duele menos que muera tu padre o alguien de más edad, pero que un joven muera, en la plenitud de su vida, es mucho más doloroso. Entre los amigos que han perdido familia en esa guerra, el dolor más indescriptible que me han contado ha sido la muerte de un hermano, un primo, alguien de tu edad. Y al momento de escribir la novela iba por allí la cosa. ?Una de las partes más interesantes de la novela es este encuentro entre el protagonista y el asesino de su hermano. Ese fue el capítulo más difícil de escribir. No quería que la novela se convierta en un Zancudo como Sherlock Holmes buscando al asesino. No quería que terminara siendo una novela policial. Cuando les contaba esa parte a unos amigos, me decían: esto no te lo creo porque no sucede así. Mi amigo Mario León, que vendría a ser el Cayo de esta novela, me decía: si yo caminando en las calles de Tokio me encontré con Mabel. Kioto tiene 18 millones de habitantes y era improbable que se pudieran cruzar, y sin embargo sucedió.

Asimismo, ayer  Ghiovani Hinojosa lo entrevistó en La República donde cuenta, además, la historia detrás de la historia: cómo un ingeniero sanitario se convierte en escritor. Todo tiene que ver con un extintor y un informe burocrático. Dice la nota:

Todos habían salido a almorzar. El salón, una amplia red de cubículos de madera que fungían de oficinas, estaba en calma. El ingeniero Ulises Gutiérrez ocupaba su metro cincuenta cuadrado con estoicismo: agarrotado sobre su computadora, procesaba sin chistar planos, cifras, memorandos. Cientos de documentos formaban rascacielos de papel a su alrededor. Maldito sea el mal de estómago que nos indispone a la hora del almuerzo.

Mientras tecleaba su máquina, Ulises sintió un olor a quemado. Se detuvo. Salió a inspeccionar el ambiente. Hurgó en los pasillos de ese laberinto de escritorios que es la oficina de proyectos de Sedapal. No encontró nada. De vuelta a su cubículo, alzó por azar la mirada y vio cómo de uno de los focos del techo caían gotas de plástico derretido. El material incandescente prendía en pocos segundos la alfombra, la mesa, los papeles. Ulises se abalanzó hacia uno de los extintores que había en la pared y disparó contra el fuego como pudo. Luego de unos instantes de combate, abrió los ojos. Una densa humareda cubría el salón. Había apagado el volcán.

Uno de los guachimanes de la planta La Atarjea, donde quedan las oficinas, corrió a asistirlo. Le preguntó al ingeniero qué había pasado. Ulises Gutiérrez, cubierto de polvo, le contó que las gotas encendidas que cayeron de un foco causaron el incendio. Después vino su jefe inmediato, y le tuvo que explicar a él también lo ocurrido. Igual con el encargado de seguridad. Y con el gerente general. Y hasta con el presidente del directorio. Todos elogiaban el coraje del hombre que había vencido solo al fuego. Le dieron el día libre.

A la mañana siguiente, le pidieron redactar un informe sobre el incidente. Ulises, que solía crear cuentos inspirados en su experiencia como supervisor de obras de Sedapal, optó por un tono literario para el texto. Escribió: ?Cuando atravesaba el pasadizo central, vi que unas gotas blancas caían desde una de las luminarias del techo como las lágrimas de una vela derretida. Dudé de lo que veía. Me acerqué y cuando estaba a unos metros, las gotas se hicieron más menudas y se encendieron en llamas. Se transformaron en una lluvia de fuego que encendía todo lo que tocaba?. Por la tarde, le devolvieron el informe. Las hojas traían un post-it fosforescente de su jefe que decía: ?Sin duda usted fue el héroe de la jornada; sin embargo, para efectos de elevar el informe a nuestra Gerencia, remítase al Formato RPG0023?. Las dos dimensiones de su vida, la ingeniería y la literatura, habían colisionado abruptamente. La esquizofrenia de ser un ingeniero sanitario de ocho a cinco, y un escritor afiebrado de cinco a más, había tocado techo.

?Tengo que reconocer que me equivoqué de profesión? dice Ulises sobre una taza de té.

Ulises Gutiérrez era un niño sin mucho miedo al error. Vivía con sus padres y sus cinco hermanos en el pueblito huancavelicano de Colcabamba. Esta aldea era, según sus palabras, como ?un estadio gigante y vacío. El valle era el gramado; los cerros, las tribunas?. Por aquellos años las casas no tenían televisores, por lo que los pequeños debían salir a buscar aventuras a la calle. Una de las empresas favoritas era espiar a los amantes.

Cierto día, Ulises husmeaba a la chica más bonita del lugar mientras se prendía del torso de su enamorado. Lo hacía sin preocuparse por las eventuales represalias del novio. Estaba acompañado por dos de sus amigos, tan fisgones y osados como él. Los tres bordeaban apenas los nueve años. Tras un momento de deleite silencioso, uno de ellos no pudo contener la emoción y dijo algo. El chico observado volteó la cabeza. ?¡A ver, vengan pa? acá!?, gritó. Y, dirigiéndose a su amada, emitió una orden insólita: ?Dale un beso a cada uno y que se larguen?. Y así fue. Rufilia, la chica, contentó a los niños, y los niños se largaron para siempre.

Esta escena quedó grabada en la memoria de Ulises Gutiérrez. En el futuro, aparecería relatada en su primera y única novela, Ojos de pez abisal. Luego de acabar la primaria, el pequeño Ulises fue a Huancayo a seguir sus estudios. Allí vivió con su hermano mayor, Jaime, de quien aprendió casi todo. A pasarse el domingo completo leyendo un libro, a trasladar canciones de longplays a cassettes, a estudiar hasta quemarse las pestañas. Jaime le habló por primera vez de Jorge Isaacs y de Supertramp, de Víctor Hugo y de The Beatles, de Emilio Salgari y de Led Zeppelin. Quién sabe si hasta le dictó sin querer la profesión que debía seguir: ingeniería. Entonces Jaime era un afanoso estudiante de mecánica en la Universidad del Centro.

Tal vez Ulises cayó en la tentación de ?novelar? el informe técnico sobre el incendio porque ya varios de sus relatos habían sido celebrados por sus compañeros de trabajo. En cierta ocasión, lo enviaron a Londres a exponer en nombre de Sedapal sobre sistemas privados de agua en pueblos jóvenes. A su regreso, redactó el típico informe institucional sobre el viaje, acartonado y farragoso. Pero, a la vez, hizo un cuento sobre la travesía. ?Repaso los discos que he comprado como un ladrón que vuelve a contar su botín?, escribió. ?Morrissey, The Smiths, Muse, Dire Straits, The Human League? Miro las calles y me pregunto qué tiene esta ciudad, este país que, para mí, ha producido los mejores músicos por kilómetro cuadrado?. Por esos días, se encontró con el presidente del directorio en el ascensor. Tras las reverencias de rigor, este le dijo con tono confidencial: ?He leído tu informe, pero más me ha gustado tu correo?. Los e-mails con los cuentos de Ulises eran un clásico en La Atarjea.

Los textos del ingeniero siempre se han basado en la realidad. Como supervisor de Sedapal, ha visitado los lugares más áridos y precarios de Lima (que son, a la vez, los más fecundos para un narrador). Algunos de estos escenarios nutrieron su libro de cuentos The Cure en Huancayo (2008), que fue incluido como lectura recomendada en los colegios de esa ciudad.

Ulises Gutiérrez se ha topado con historias fascinantes. Por ejemplo, la de esa anciana que había terminado de estudiar enfermería a los 80 años y, no contenta con ello, empezó a estudiar computación. La mujer vive en un cerro de Independencia, en una calle que figura en los planos con el nombre de ?Rómpete el alma?. ¿No es acaso real maravilloso?

?Debí haber estudiado literatura? dice Ulises sobre una taza de té. El agua hirviendo le devuelve el reflejo de un hombre apenado. El ingeniero está atrapado en su propia ficción. Si hubiera pasado la vida sólo entre libros y carpetas, no tendría nada de qué escribir.



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28 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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ABC Callejero

 

 

 

Aceras

Hay una que te aguarda.  Cada ciudad se define en la varia oferta de sus calles, entre las que el caminante decide su suerte, construye un mapa, su memoria provisoria. Cada ciudad es otro idioma, y la calle una distinta entonación de sus voces. En español, todos tenemos varios registros verbales, de acuerdo a las ciudades que hemos frecuentado y las calles que las resumen, gracias al idioma que las despierta.

Prosa

No todas las calles son la Calle porque  cada una refuta en cada paso  la autoridad del alemán intraducible. Quien piensa es quien pasea.  Pasa en el pasar, pasajero. No porque discurra aquí y ahora, esa falacia sin tiempo ni lugar, sino porque viene de lejos y prosigue sin acabar de llegar, de modo que camina el futuro en el pasado. Caminando sigue de largo, se diría, o como en la lengua original: viene viniendo. Lllegando prosigo. Carece de principio o final porque no está aqui ni ahora: cada paso va en el sentido contrario.

 

Muchedumbre

La muchedumbre es una creación urbana.  Tiene su historia emotiva pero sólo ocurre como presente dilatado, desbordando su tiempo, liberada de la cronología. Representa la incertidumbre del futuro, cuyas sanciones disputa. Las calles se despliegan en avenidas que a su vez se abren en plazas al paso de la multitud. Viene de ayer, devora  el ahora,  es un evento del porvenir. 

 

París

Walter Benjamin vio en los letreros y señales de las calles  de Berlín el comienzo de un nuevo lenguaje: la construcción de la memoria moderna. Entendió que el paseante de la París de Baudelaire recorría los bulevares  como el consumidor privilegiado por la mercancía de lo nuevo.  La muchedumbre que había tomado la Bastilla tomaba  ahora las Galerías: la mercancía producía la subjetividad y su forma.  El poeta Philippe Soupault dijo que el acto surrealista por excelencia sería salir a la calle y disparar a la muchedumbre.  No imaginó que la muchedumbre parisina lo incluía en voz alta. Mayo del 68 sumó a todas las muchedumbres. La remplaza hoy París con las hordas feroces del turismo.  Uno sale del metro y pertenece a otra causa perdida.

 

México

Esperar en una esquina que cambie la señal del tráfico para cruzar la acera es aquí un acto ritual.  La acera se va llenando de gente hasta que, pronto, eres parte de una muchedumbre que espera que cambie la luz. Cuando la luz cambia y la gente se precipita, uno cree que al llegar a la otra acera la realidad tendría que ser distinta. De pronto,  formas parte de una tribu fundadora cuya migración arriba a tierra firme y otra ciudad te asombra.

 

Convergencias

Julio Cortázar soñó que su piso de París daba a una calle de Buenos Aires, y de esa interpolación de dos espacios nació Rayuela. Esa convergencia forma parte de la metodología de la migración. Los que vivimos en el extranjero sabemos que al doblar una esquina podemos dar a otra calle como quien remonta un abismo.  Hay ciudades que nos confirman fielmente. Al volver a Barcelona, la memoria de la ciudad va despertando calle tras calle, como si  reconociera al caminante. Por eso, Rayuela es todo lo que nos queda de París. Al alejarse de las avenidas del turismo, uno termina en las callejuelas de la novela. Y es recuperado por esa arqueología afectiva. Ya Tristram Shandy en una calle parisina ve a una chica que caminaba en la dirección contraria, y se dice a sí mismo que si se mueve  para dejarla pasar de pronto choca con ella y terminan  amándose. La novela, desde sus orígenes, asume la calle como el espacio indeterminado por el diálogo favorable.

 

Variaciones

 

Un amigo me contó que en su primer viaje a México esperaba un tren en la estación.  Cuando el tren llegó, desembarcó una muchedumbre. Mi amigo se preguntó, incrédulo, cómo era posible que tanta gente podía haber cabido en ese tren. Subió, por fin, y se encontró con que estaba lleno . Alarmado, entendió que vivía su iniciación en la multitud mexicana.  En Nueva York, al volver la mirada, uno advierte, no sin zozobra, que detrás tiene a una muchedumbre colorida y apremiada. Uno apura el paso no por temor a ser arrollado sino por pánico de convertirse en el lider de una nueva secta. Y a cierta edad un caballero no puede cambiar de hábitos. No es casual que en el cine mudo la metáfora social sea la de un hombre que corre perseguido por una multitud de policías iguales.

 

El poeta de las masas

 

El título podría corresponder a Victor Hugo o a Walt Whitman, pero en español probablemente corresponde a Pablo Neruda. No sólo porque debe haber presidido los recitales más populosos sino porque su poesía, creo yo, se debe a la práctica de la lectura pública. Su público, estudiantil, sindicalista, partidista, esperaba y celebraba una poesía oral, recitativa, salmódica, una suerte de misa laica. Hasta cuando logra ser íntima, esa voz sentenciosa ocurre dentro de la multitud. Nadie le diría a su novia “Me gustas cuando callas.” Pero dicho en un recital es más verosímil: no conversa con una mujer sino con la Musa.

 

Memoria de ocupaciones

Cuando leí en las memorias de Elías Canetti que se había hecho escritor al vivir de joven la experiencia de la muchedumbre que protesta, entendí, creí entender, que a muchos nos había ocurrido otro tanto. De estudiante, cuando empezaba a escribir en el diario de mi pueblo, una invasión de pobladores  terminó siendo desalojada por la policía. El jefe de redacción me había pedido  una crónica sobre los hechos, y fui sin saber muy bien qué hacer. Una muchedumbre de mujeres enfrentaba a gritos a la policía.  Creían ellas que si salían a la calle, la policía no cargaría por tratarse de mujeres. Esa fe política en la maternidad  fue ilusa porque la policía cargó con furia. De pronto, unas mujeres me rodearon. “Cuenta lo que has visto,” demandaron. Su viva indignación me conmovió. ¿O fue el valor que descubría en sus palabras? Más tarde,  encontré que a otros escritores les había ocurrido otro tanto.  El dolor o la indignación de quienes Vallejo llamó “los suaves ofendidos,” ha sido un bautizo público en la escritura.

 



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28 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El escritor transgénico

Transgénico. Foto: Víctor Bautista ¿Existen los escritores puros, los nacionales, los escritores que son la cepa de la tierra patria? ¿O somos todos escritores transgénicos? Un nuevo post en mi blog VANO OFICIO de El País, con un homenaje final al recordado Antonio Tabucchi.

Transgénico: 1. adj. Biol. Dicho de un organismo vivo: Que ha sido modificado mediante la adición de genes exógenos para lograr nuevas propiedades. Hace unos días leí las memorias, aún inéditas, de un célebre escritor peruano (una fama que casi no ha traspasado fronteras, aunque en Argentina es considerado un autor de culto) donde comenta que la división entre escritores criollos y andinos, que tanta bulla hizo hace unos años en el corral literario peruano, es una tontería. La diferencia que sí existe, sostiene, es la de los escritores transgénicos y los escritores nacionales. Los escritores nacionales -entre los que se considera a él mismo- nacen de la profundidad del suelo patrio y se duelen por los temas que realmente importaban al país; los otros son autores sin raíces, creados en laboratorios de escritura para la lobotomización de una sociedad inculta y esnob, y luego ofrecidos por las editoriales transnacionales en las góndolas de los supermercados. Recordé entonces una clase en mis años de estudiante universitario, donde un entusiasta profesor de literatura afirmó que Guillermo Cabrera Infante era un escritor más cubano que Alejo Carpentier. La razón: el segundo era un escritor afrancesado, barroco y pedante, mientras que el primero era ?coloquial? y sus personajes hablaban como cubanos. De nada sirvió quejarme y exigir explicaciones más contundentes. Cuando el entusiasmo hablaba los demás debíamos quedarnos callados. La frase también me hizo recordar un artículo que publiqué en enero del 2008, en la revista ?Babelia?, titulado ?¿Quién quiere pertenecer??, donde comentaba la bronca entre los escritores A y B. Decía entonces (y si lo cito aquí es porque lo sigo pensando): Ya es bastante complejo tratar de entender qué une a un país con una geografía tan variada, una sociedad tan dividida e incluso multilingüe como Perú. ¿Cómo podría entonces alguien decir que tal autor representa inequívocamente a la literatura peruana? La ambición por apoderarse de la totalidad de la representación literaria del país (de cualquier país, pero sobre todo de uno como Perú) es anacrónica no sólo por darle la espalda al mundo que nos tocó vivir sino, sobre todo, por ir contracorriente de la noción de antitotalitarismo con la que hemos crecido. Porque querer representar al país y convertirse en la única voz autorizada es de un absolutismo insufrible y manifiesta un deseo dictatorial sólo justificable por las nociones políticas maoístas con que se educaron algunos de esos escritores. En un mundo donde cada vez existen más libertades individuales y más minorías reconocidas, donde estamos aprendiendo a reconocer al otro por sus diferencias, y donde la literatura mundial muestra una pluralidad como nunca antes, ¿por qué alguien querría escribir la Gran Novela Peruana o Latinoamericana y silenciar a los demás? Desterremos la palabra ?tolerancia?, muy del agrado de estos escritores dispuestos a tolerar con buen humor a los que consideran minorías hegemónicas o excluidas, y propongamos a cambio ?pluralidad?. Y en vez de pelearnos por estar falsamente unidos en torno a una obligación, hagámoslo por defender la diferencia de los demás. Luego de dejar el manuscrito donde encontré esa división tan curiosa, busqué el significado exacto de la palabra ?transgénico? y descubrí que, en realidad, la analogía del escritor es equívoca; hubiera sido más preciso declarar la existencia de escritores nacionales e importados, como si fueran insumos para un escabeche. Pero gracias a ese error, ha dado justo en el clavo. Es cierto que existen los escritores transgénicos y, creo yo, esos son los únicos que vale la pena leer. ¿Quién no quiere ser modificado a través de elementos exógenos (lecturas, películas, viajes, amigos, vidas ajenas) para lograr nuevas propiedades? Es más, no imagino ningún escritor al que no pueda considerar ?transgénico?. El aporte de Kafka para crear la modificación Borges, el aporte de Beckett para crear la modificación Coetzee. Frente a estos escritores transgénicos, los supuestos ?nacionales? o ?puros? (imposible no pensar en el fascismo existente detrás de esta idea), aquellos que no aceptan ninguna influencia externa, me resultan no solo mediocres sino incluso imposibles. ¿Quiénes son? El único nombre que se me ocurre es el de Pedro Camacho, aquel personaje inventado por Mario Vargas Llosa que no leía para que no le malogren el estilo. Es curioso cómo algunos escritores se dan de pañuelazos para ocupar un lugar en el Centro, la Hegemonía o la Representación, y cómo otros más bien consiguen no pertenecer a ninguna parte, huir hacia las márgenes, desmarcarse de cualquier atributo que simplifique su obra o lo convierta en fórmula. ?¿No se siente fuera de juego?? le preguntó Manuel Rivas al recordado Antonio Tabucchi. ?Bueno, ¿sabe usted?, el fuera de juego es una posición que me conviene. En el fondo, todos los escritores están un poco fuera de juego, y sobre todo están fuera de juego los que creen que ocupan el centro del campo?. Estupenda respuesta de ese escritor italiano que vivía en Lisboa y se dejó modificar por Pessoa. Uno que en su prólogo al Tríptico de carnaval de Sergio Pitol llamaba a desconfiar de los escritores que no desconfiaban de sí mismos. Desconfiar de los nacionalismos, de las ideas hegemónicas, de los escritores ?puros?. Antonio Tabucchi, escritor transgénico. Un justo epitafio.



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28 de marzo de 2012
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Galletas de barro

En el desierto de Atacama hay que aprovechar la más mínima oportunidad para sobrevivir. Cierto es que la sensación de derrota lo invade todo; soñar es una palabra improbable, mientras que el futuro se desdibuja igual que una pisada sobre la arena. Las únicas huellas del tiempo, aquí, las marca el dolor, mientras que la belleza mítica del entorno rompe cualquier conexión con la realidad. Porque el padecimiento envejece, se infiltra bajo los párpados, tuerce la sonrisa, carga las espaldas, revienta las tripas. Es imposible adivinar la edad de un grupo de mujeres del desierto: aparentan cuarenta, pero apenas han cumplido los dieciocho. Creen que no les corresponde nada en la vida, aceptan que su obligación consiste en sobrevivir a cualquier precio. Me sobrecoge el testimonio de una de ellas, el de una mujer que pasó toda la noche recogiendo las gotas de agua que caían de un rosal silvestre. Una a una. Paciente e insomne. Hasta que consiguió llenar un vaso para calmar la sed de sus hijos. Tal vez una parte de la memoria abdique en favor de la amnesia voluntaria para que los recuerdos dejen espacio al hilo de vida que queda, hermosamente testarudo. Como esa chica que en el campo de refugiados de Dadaab, entre Kenia y Somalia, montó un puesto para cargar móviles con un atrotinado generador eléctrico heredado de su abuela. Y pudo comer. O como el agricultor que empezó a sembrar un huerto, aprovechando el agua que se pierde al abrir los grifos de las tuberías que canalizan los pozos de agua construidos por la cooperación internacional. Las que me cuenta la gente de Intermón-Oxfam son historias en positivo, aunque las protagonice parte de los mil millones de personas desnutridas del mundo ?como América del Norte y Europa juntas?. A veces el organismo está tan hambriento que llega a comerse a sí mismo, marasmo lo llaman. Para engañarlo, vale todo: en Haití comen galletas de barro. Sí, una mezcla de lodo con agua, algo de aceite y sal que mastican lentamente para llenar sus estómagos vacíos. La hambruna crece, pero en algunos países como España se podan radicalmente las ayudas para el desarrollo. Un 60%. Casi mil millones. Aparentemente la crisis lo justifica todo, pero cabría preguntarse por qué en el Reino Unido no recortan los presupuestos para cooperación, sino que los aumentan, por qué en Italia se crea un Ministerio de Cooperación Internacional o por qué China tiene su libro blanco de ayudas al desarrollo. Tal vez, ahora sí, las oenegés empiecen a protestar con argumentos, lejos de adoctrinar en la ética. Menos victimismo y más pragmatismo: «La desigualdad es un riesgo para la economía, que tiene que abrir nuevos mercados». «Hay que ver más allá del año contable; la solidaridad debe formar parte de la marca España», reflexiona Verónica Hernández de Intermón-Oxfam, coincidiendo con el lanzamiento del informe La realidad de la ayuda 2011. En verdad, son insostenibles las islas de riqueza rodeadas de un mar de pobreza porque detienen el progreso. ¿Qué es el hambre extrema?, le pregunto. «Es decidir si morirás hoy o mañana, si te comes hoy las semillas que te quedan o las siembras; es decidir a cuál de tus hijos tendrás que dejar morir en el camino para salvar al resto». El sufrimiento es persistente, y en lugar de colarse por el desagüe crea círculos concéntricos. Porque no es sólo la ausencia de guerra lo que define la paz: la discriminación, la explotación o la pobreza en el nuevo desorden internacional provocan que cada tres segundos muera un niño de hambre, lo que demuestra que no puede haber paz sin justicia social. Y para quien no entienda este lenguaje, existe otro mucho más sencillo: invertir en desarrollo es invertir en futuro.

(La Vanguardia)

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28 de marzo de 2012
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I. Uno que se extraña de elecciones limpias

Estuve en San Salvador hace unos días por razones de mi oficio literario, pero con los muchos amigos con quienes me encontré, fue imposible dejar de hablar de la situación política, todo un hervidero de opiniones en un ambiente y un tono muy centroamericano. Cada quien conoce la verdadera versión, sabe los secretos mejor guardados, maneja a su propio sabor los chismes que se incuban en los mentideros, y tiene a mano el análisis correcto.

Los distintos criterios bullen de manera más animada porque recién han pasado las elecciones legislativas y municipales, y he podido pulsar en vivo lo que piensan de ellas tirios y troyanos. Para mi sorpresa nicaragüense, todos aceptan que se trató de unas elecciones libres, limpias y honestas, en las que los votos fueron contados a cabalidad y de manera transparente. Sin sombra de dudas.

El Tribunal Supremo Electoral está compuesto por representantes de los partidos políticos, como en Nicaragua, y su presidente actual es miembro del FMLN, antigua fuerza guerrillera, igual que el FSLN en mi país, ambas ahora en el poder. Pero ese hecho no ha quitado credibilidad a las elecciones. Allá nadie, me dicen mis amigos con unanimidad de criterio, se atrevería a meter papeletas marcadas en una urna antes de que se abran las votaciones, a falsificar un acta de una mesa, a manipular el sistema de transmisión de datos. ¿Y negar cédulas a los ciudadanos?, pregunto yo. Tampoco.

 

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28 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Leopoldo Brizuela entrevistado

Leopoldo Brizuela ayer en Buenos Aires Diversas entrevistas a Leopoldo Brizuela logran hacer el retrato del autor y el origen de la novela Una misma noche que ayer ganó el premio Alfaguara 2012. En entrevista con Francisco Peregil, para El País, dice: ?Se empieza a hablar en Argentina de cosas de las que nunca se habló?.  Dice la nota también:

Leopoldo Brizuela tocaba el piano una noche de invierno de 1976 cuando entraron en su casa varios matones de la dictadura militar argentina. Vestían de forma muy elegante. Llamaron al timbre, no rompieron nada, pero portaban cada uno una especie de metralleta en el costado. Brizuela, que entonces tenía 12 años, siguió tocando el piano. La patota, el grupo de sicarios, llamó también en otra casa del barrio y secuestró a una vecina. Más de treinta años después la misma casa fue asaltada por varios policías ladrones. A Leopoldo Brizuela le sobrevino el clic de que todos los vecinos recibieron en su día la visita de los sicarios. Y cada uno calló o lo expresó de una forma distinta. Él nunca se había atrevido a contar nada a nadie sobre aquella noche, ni siquiera a sí mismo. Hasta que hace más de un año comenzó a escribir Una misma noche, novela con la que ganó ayer el Premio Alfaguara 2012. ?Decía Roberto Bolaño que la verdad literaria es la que sale de aquello que uno no le cuenta ni al psicoanalista?, comenta el autor. ?Yo seguí tocando el piano y no me acordé nunca de eso. Pero eso nunca dejó de suceder. Sólo dejó de pasar cuando pude contarlo. Y solo he podido relatarlo a través de la escritura, que como ya le he dicho a mi psicoanalista, tiene un poder mucho más fuerte que la palabra hablada?. En 2008, cuando volvieron a asaltar la vivienda donde un día secuestraron a una mujer, Brizuela le preguntó al dueño de la casa: ?¿Usted sabía que aquí ya había entrado la policía en 1976??. El vecino no sabía nada. ?Y quise indagar sobre la responsabilidad que tuvimos cada uno, incluso un niño. En aquella época secuestraban a gente dos o tres años mayores que yo. Siempre se habló de la dictadura militar. Es ahora cuando se comienza a hablar de la dictadura cívico-militar, afrontando la responsabilidad civil?.

Mientras tanto, en Página12 lo entrevista Silvina Friera dice: ?No estoy hablando del pasado, es una vivencia sin tiempo?.

Diana Kuperman, la víctima del secuestro en Una misma noche, ¿está inspirada en un caso real? ?Sí, aunque está construida a partir de un montón de testimonios. No puedo decir que la novela sea autobiográfica, no me pasó a mí. Pero es cierto que trabajé con materiales de la memoria, especialmente con textos que no podía cuestionar, datos concretos. Me interesaba ser absolutamente fiel a lo que me acordaba de esa época, lo que había hecho el vecino de la otra cuadra, lo que decía. Cuando vino a casa la patota, no vino en Falcon como era usual, sino en Torinos. Y llevaban gabanes muy finos color té con leche. El único recuerdo absolutamente autobiográfico es que cuando hicieron la requisa en casa, en toda la cuadra, yo estaba tocando el piano. A mi mamá la llevaron para un lado y a mi papá para otro. Y yo tocaba el piano con un tipo al lado con una Itaka. Y seguí tocando. No recordé este hecho durante veinte años porque me parecía muy impresionante ?ahora me doy cuenta?, hasta que leí la novela El silencio de Kind, de Marcela Solá, en donde la protagonista hace algo parecido y muy distinto también. Ella es una concertista que da un recital para los milicos con el objetivo de poder hablar cara a cara con un jerarca y preguntarle por la suerte de su hermana. Cuando leí eso, volvió como un flashback lo que yo había hecho. Y no pude dejar de preguntarme por las razones que me habían impulsado a tocar el piano en una situación como esa. (?) ?¿Qué significó para usted escribir una novela que tiene como tema la dictadura? ?Una gran liberación; es una alegría poder liberarme. Es muy extraño y gratificante apreciar cómo sacar afuera temas tan pesados y amenazantes puede significar una reparación, algo que sentís que está para ser dicho. Una de las cosas que me pasó mientras escribía la novela es que conocí al historiador Emmanuel Kahan, que trabaja con la colectividad judía en la dictadura con un punto de vista muy revulsivo, y se entusiasmó tanto que pude sentir que somos muchos más, como si hubiera algo en la sociedad que quiere decirse y tiene que ser dicho para que toda la sociedad se libere. Puede parecer pedante o grandilocuente, pero es estrictamente la vivencia que tuve. La literatura te escribe o uno está diciendo algo que viene de atrás y pone en palabras. ?¿Escribió Una misma noche contra quienes postulan que ya está todo escrito sobre la dictadura, que ya no hay nada más que hablar? ?Sí, totalmente. Yo creo lo contrario: cada vez hay que hablar más sobre la dictadura. Siento que se dijo muy poco y que hay un montón de vivencias y de interpretaciones que treinta y seis años después es aún poco tiempo para digerir. No estoy hablando del pasado; para mí es una vivencia sin tiempo que opera en el presente. El pasado es una parte del presente que te interpela. (?) ?Pero ahora se puede hablar sin pudor; puede contar abiertamente que cuando tenía 13 años un milico lo apuntó con una Itaka mientras usted seguía tocando el piano? ?Sí, es cierto. Una misma noche es una novela muy de la época kirchnerista, con la que yo acuerdo; pero también trata de pensar ciertas cuestiones desde una profundidad distinta. Me refiero a no tirarle el prontuario en la cara a la gente desde un lugar de absoluta pureza y heroísmo. Lo más difícil es asumir la conexión con el mal, que está en todos. La novela habla de eso, de un poema de (Fernando) Pessoa que irónicamente dice: ?¿Así que en esta tierra sólo yo soy vil y me equivoco?/ Admitirán que las mujeres no los amaron,/ aceptarán que fueron traicionados ?¡pero ridículos nunca!?/ Y yo que fui ridículo sin haber sido traicionado,/ ¿Cómo puedo dirigirme a mis superiores sin titubear?/ Yo que fui, literalmente vil,/ vil en el sentido mezquino e infame de la vileza?. Descubrir el mal en uno, o el lado oscuro, es algo muy dramático. Es mucho más fácil tirarle el prontuario al otro en la cara que ver el propio. A veces creo que se está trabajando con mucha frivolidad estos temas. ?¿En qué sentido? ?Una vez le dije a un cura católico que debe ser fascinante confesar porque en el momento en que la gente confiesa sus pecados debe bajar un poco el copete. El cura me respondió que era lo más aburrido de este mundo porque la gente más que confesarse hace una transacción. La mayor parte negocia y vuelve a hacer la misma cagada. Y juzga al que no se confiesa (risas). El mal en uno es algo que muy poca gente puede mirar. Quizá lo que disparó la escritura de la novela es una frase de Roberto Bolaño: ?La literatura se hace con aquello que ni le contás al psicoanalista?.



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27 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La belleza instantánea

El nuevo Porsche 911 (unos 100.00 euros, 4 cilindros y hasta 400 caballos) apenas ha modificado la pureza de su diseño exterior pero en su cuadro de mandos aparece como extraordinaria novedad un pequeño pulsor que se comporta a la manera del punto G en el quehacer del sexo.

Este dispositivo que apenas se ve tiene por misión hacer desaparecer una membrana aislante y permitir la escucha, dentro de la carlinga, del rugido del motor que hizo famoso y apasionado este modelo en las ediciones anteriores a 1997.

Por entonces no había reglas sobre contaminación sonora ni patrullas de policías para multar infracciones ecológicas por el estilo. Toda la imaginada testosterona del órgano motor brindaba la sensación de un vibrante poder, rudo y masculino, poderoso y turbador.

Acaso no sea hoy posible mantener mucho tiempo conectado ese mando o climax sin arriesgarse a una multa de tráfico pero de cuando en cuando el conductor puede probar el regreso a la juventud de ese motor y al clamoroso atributo de esa máquina que, nacida en 1963, ni siquiera el type 991 ha conseguido superar en rendimiento.

El nuevo 911 pesa 40 kilos menos que su precedente y pasa de 0 a 100 kilómetros en 4 segundos. Pero, sobre todo, pasa en un solo instante desde su madurez a la fisonomía rugiente de su juventud inmortal.

Así sucede en una parte de la industria del automóvil pero este caso calca, no por casualidad, el proceso más reciente en la evolución general de la cosmética. De hecho, prácticamente todos los nuevos productos de belleza en forma de sérum o cremas añaden a la promesa de sus efectos rejuvenecedores la exaltación de su acción inmediata.

La instantaneidad en la desaparición de las manchas y rojeces, líneas de expresión y arrugas de la edad, junto a la reconquista del brillo y la expresión lozana sin rastros de estrés, es la base central de su oferta. Todos los posibles clientes, antes que elegir cualquier producto que, a la larga, procurará resultados más consistentes, prefieren aquel otro que opera de inmediato, broncea enseguida, embellece en segundos o, como el nuevo champú de L'Oréal consigue producir en el cabello, gracias a sus partículas perladas, un efecto gloss como antes se logró para los labios.

La juventud retorna como en el Porsche 911 a una velocidad más que ultrasónica y al cabo con una presencia enérgica que es, al cabo, lo que cuenta.

Contaba precisamente Michel Serres en una entrevista publicada en Libération en noviembre de 2011 que la verdadera razón por la que en los tiempos premodernos los cónyuges hacían el amor sin desprenderse de los camisones, a oscuras y valiéndose de un orificio estratégico en la prenda femenina, no era a causa de un mandato moral sino por imperativo de la fealdad carnal.

De hecho, los cuerpos soportaban desde muy pronto toda suerte de sevicias, se desdentaban, por ejemplo, a los 50 años y acarreaban sobre la piel toda clase de cicatrices, granos y pústulas que no curaban nunca y trataban por ello de no dejarse ver.

La cosmética aplicable en el trance de la circunstancia amorosa consistía no en el disimulo del estrago crónico sino en su ocultación sin más. La mirada no hallaría aquella carnalidad indeseable y el cuerpo entero, en consecuencia, se tapaba.

Todo lo contrario de la cosmética que desde Sisleÿa a Vichy, desde Clarins a Givenchy se ha propuesto devolver el esplendor, masculino o femenino, a la lozanía perdida. Se pulsa el dispensador y como en la activación del punto mágico del flamante Porsche 911, regresa el vigor, la luminosidad y la juventud al cuerpo. Son tan solo pantallas, apariencias, películas finas, efectos especiales. Pero, ¿quién no ama desesperadamente el cine?



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27 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La agenda de Zambra

Alejandro Zambra El suplemento cultural ADN Cultura de La Nación comenta los proyectos de Alejandro Zambra a futuro, lo que incluye reediciones (el estupendo No leer se editará en Argentina), cuentos y poemas y participará, como Mario Bellatin, en el Documenta13 de Kassel. Pero más allá de su agenda, aparece una noticia que, a quienes lo conocemos, nos parece imposible: al parecer, Alejandro ha dejado de fumar. ¿Se puede? Dice la nota:

A comienzos de año, Alejandro Zambra dejó el cigarrillo. ?Yo era un fumador excelente, pero mi principal proyecto para este año es no fumar. Y lo estoy cumpliendo, aunque eso me llevó a escribir menos. Incluso pensé que si no fumaba no podría escribir. Pero de a poco van saliendo las frases.? Precisamente sobre el hábito de fumar es el cuento, todavía sin título, que publicará pronto en un minilibro la editorial española Alpha Decay. Pero hay más. En agosto, su libro de ensayos No leer será publicado en nuestro país por una nueva editorial: Excursiones. No leer consta de crónicas y ensayos sobre literatura, ya publicados en medios de Chile y de otros países y seleccionados por el editor chileno Andrés Braithwaite. Zambra está terminando de escribir otros tres libros. Uno de poemas, cuyo título tentativo es ?Borradores?. ?También podría llamarse ?Hablar solo?, porque se trata de eso: los tres personajes se pasan la vida hablando solos. Es distinto a lo que hice antes en poesía. Está entre la poesía y el teatro.? El segundo libro es un ensayo, ?La literatura de los hijos?: ?Es como una segunda parte de mi novela Formas de volver a casa, pero con otro formato?. El tercero es el que más ocupado lo tiene. ?Yo la llamo, en broma, mi primera novela de no fumador. Aún no tiene título, por lo que me cuesta hablar sobre ella. Cuando los libros no tienen título, para mí es como si no existieran. Mi estado es como de embarazo. Llevo cien páginas escritas. Es la historia de un hombre que cuida, durante un tiempo largo, la casa de una familia. Se parece un poco a Bonsái , otro poco a La vida privada de los árboles y también a Formas de volver a casa. Pero, en otro sentido, es un libro muy distinto a cualquier otra cosa que yo haya escrito.? El autor chileno sigue dictando clases de literatura en la Universidad Diego Portales y espera el lanzamiento de la película Bonsái , basada en su multipremiada novela homónima. Viajará dos veces a Buenos Aires, dictará una conferencia en la Universidad de Stanford, lanzará en el Festival de Paraty la versión brasileña de Bonsái , participará en la edición número 13 de Documenta, en Kassel, y cerrará el año presentando Formas de volver a casa en Alemania, Francia, Italia y Holanda



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26 de marzo de 2012
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