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El antimoderno convulso

'Fausto’ no es una película para almas impacientes. Aunque menos larga, con sus 134 minutos de metraje, que alguno de sus poemas documentales más celebrados (‘Confesión’, “novela corta cinematográfica en cinco capítulos“, de 210 minutos de duración, y ‘Voces espirituales’, que alcanzaba los 340), Sokurov se toma su ‘tempo’ y sus circunloquios, si bien es cierto que en este caso le justifica la fuente literaria de la que parte, el ‘Fausto’ teatral de Goethe, que en su redacción última superaba las 300 páginas. Y tampoco está hecha para espectadores de estómago delicado: arranca con la escena de la autopsia de un cadáver pútrido, que no elude ninguna de sus interioridades, y contiene además laceraciones, lepras, úlceras, evisceraciones, homínidos en estado fetal y, en una secuencia memorable, el desnudo integral de Mefistófeles (nunca llamado así en el film) entrando en unos baños públicos y mostrando su cuerpo monstruoso de minúsculo rabo anal y carnes adiposas carentes, allí donde tenía que estar, de miembro viril. El diablo de Sokurov parece una figura salida de un cuadro de El Bosco, que es una referencia estética, pero no la única, de una película llena de recursos pictóricos.

 

    ‘Fausto’, premiada en la última Mostra de Venecia con el León de Oro, es, si no me equivoco, la tercera obra fílmica del artista ruso que llega a nuestras pantallas de estreno, después de ‘Aleksandra’ y ‘El arca rusa’, aunque sus trabajos plásticos y videográficos circulan con regularidad por los museos y galerías de arte de vanguardia, en Madrid y, ahora mismo, a través de un ciclo de sus series militares en el MACBA de Barcelona. Discípulo confeso del gran cineasta Andrei Tarkovski, de quien hizo un elocuente retrato libre en su ‘Elegía de Moscú’, Sokurov es un antimoderno radical; se confiesa deudor conceptual del siglo XIX, y sostiene que el cine que hoy se exhibe en salas comerciales debería llevar, como los paquetes de cigarrillos, el aviso de que lo que se va a ver “es peligroso para el espíritu”. En ese sentido, era reveladora en ‘El arca rusa’ la presencia, como protagonista, maestro de ceremonias y alter ego del director en el recorrido (una sola toma de 96 minutos) por el Museo del Hermitage, del Marqués de Custine, fascinante figura del pensamiento reaccionario decimonónico, cronista lúcido de la Europa de su tiempo, homosexual rampante y legitimista monárquico.

    ‘Fausto’ es el segmento final de una tetralogía fílmica sobre el poder, hasta ahora centrada en grandes dignatarios políticos del siglo XX: Hitler (en ‘Molokh’, de 1999), Lenin (en ‘Telets’, 2001) y el emperador Hirohito (‘The Sun’, 2005, única de las cuatro que no he visto). En las dos primeras, Sokurov utilizaba actores y fondos de archivo para sus alegorías, mientras que en ‘Fausto’ sigue un tratamiento de ficción pura y una iconografía romántica, siguiendo con notable fidelidad las acciones y muchas de las palabras del texto de Goethe. El propio director ha aclarado la vinculación del conjunto: “Los tiranos de las películas anteriores de la tetralogía se veían a sí mismos como representantes de Dios en la Tierra, pero hacían un desagradable descubrimiento: sólo eran humanos. En Fausto sucede lo contrario: un hombre se convierte en ídolo ante nuestros ojos. La marcha triunfal de Fausto por el mundo sólo es el comienzo […] Se marcha para convertirse en un tirano, un líder político, un oligarca”. El espectador no verá la resolución de ese proceso simbólico, y Sokurov, con cierta malicia, lo corrobora al hacerse esta pregunta: “¿Es casualidad que el autor del film interrumpa ese viaje?”.   

      Como el Marqués de Custine, Sokurov es un intempestivo, que busca la belleza convulsa del irracionalismo contemporáneo, aunque no podamos decir que se trate de un hombre que guste de Breton y del surrealismo programático. De buscarle otro paralelo excéntrico, yo pensaría en Lautréamont, compartiendo ‘Fausto’ con ‘Los cantos de Maldoror’ una deslumbrante riqueza metafórica, una oscuridad que incita a seguir mirando, y un paroxismo un tanto sensacionalista, con el que nos sacude, nos desconcierta y nos perturba con frecuencia. Para conseguir sus efectos, Sokurov se sirve en su película de un actor especialmente inspirado, Anton Adasinsky, que interpreta al deforme demonio tentador, y de unos procedimientos formales que suele utilizar: el uso de filtros de color y juegos monocromos en la imagen, y la deformación anamórfica del encuadre, por medio de una especie de contracción de los fotogramas que no siempre resulta relevante. Aun así, ‘Fausto’ interesa e intriga en todo momento, y tiene momentos de singular belleza: las secuencias en el interior de la iglesia, bañado de una luz blanca que apunta a la abstracción, y el largo paseo por los bosques de las dos parejas formadas por Fausto y Margarita y la madre de ésta acompañada de Mefistófeles; la escena da un sentido a la película, pero es asimismo el recordatorio del talento de paisajista de Sokurov. Con lo que podríamos llamar su naturalismo místico, el director ruso consigue que la aridez y la autocomplacencia de algunos de sus títulos, como las citadas ‘Confesión’ y ‘Voces espirituales’, posean una intensidad lírica próxima a la de Tarkovski.

    Odiado por muchos y adorado por los ‘happy few’, ignorado y premiado, Alexandr Sokurov es, como los recientemente fallecidos Theo Angelopoulos y Raúl Ruiz, un cineasta portentosamente ambicioso e intermitentemente desigual que nunca he dejado de seguir con pasión. Alguien, y ahora hablo sólo de él, de quien me aleja su espiritualidad de cuño religioso y tal vez ciertos posos ideológicos heredados del zarismo, pero al que no olvido como autor de tres obras maestras fundamentales: ‘Sonata para viola’ (original retrato del compositor Shostakovich, realizado en 1981 en colaboración con Semyon Aranovich), la profundamente conmovedora ‘Madre e hijo’ (1996) y ‘El arca rusa’ (2002), incomparable e hipnótica metáfora del peso del pasado en un presente sin norte.

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30 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Drogas que hacen creer en el más allá

Movido por la Semana Santa y de Pasión, he pasado varios días en Francia y otros más en Italia. Una experiencia que, a la fuerza, lleva a comparar los efectos que en uno y otro país proyecta la crisis.

¿Resultado? Ninguno de estos dos países vecinos vive esta adversidad con la espesa angustia que atenaza la actualidad española. Hay crisis en esos lugares pero siendo de peso no llega a ser una peste. Especialmente en Francia, si los males económicos tienen sus parcelas sociales y políticas contaminadas no son una plaga que ocupa el pensamiento absoluto. En cuanto a Italia, algo hace sentir que si son importantes sus problemas de deuda y sus déficits casi incurables, el país se mantiene en pie, sin derrengarse ante cualquier amenaza de rescate.La explicación más inmediata sería que no se hayan tan mal como España pero acaso la auténtica razón de peso es que pesan más. Y ya no solo políticamente o en proporciones del PIB sino que pesan más en cuanto que la densidad de su cultura/cultura es incomparablemente más firme.

Puede creerse que estos tiempos en que los números bullen sin cesar lo cualitativo es un factor de segundo orden. La economía y su fechorías ha logrado tal protagonismo numérico a través de recortes y ajustes, mutilaciones crueles y ahorros asfixiantes, que sólo ellos son pertinentes para contrarrestar el mal. La cultura quedaría pues, como un factor ornamental que en los tiempos fúnebres no posee, precisamente, ninguna vela en este entierro.

Sin embargo, la experiencia de vivir esta Gran Crisis en países de mayor consistencia cultural hace ver que la capacidad de resistencia y reacción se halla estrechamente unida al vigor cultural de instituciones y ciudadanos. Una sociedad es tanto más vulnerable cuanto más ignorante es. Un país es tanto más fácil tomárselo a chacota y llamarlo PIG (cerdo) de acuerdo a la baja calidad de sus víveres.

Muchos museos, muchas universidades, muchos catedráticos y auditorios nacidos estos años y convertidos en signos de un vertiginoso desarrollo socio-cultural, han unido al despilfarro la vacuidad y la corrupción a su máscara. Ahora, no obstante, se ve que tras esa carcasa muchas de esas edificaciones, físicas y no físicas, van cayendo a pedazos.

Bien porque fueron construidas de arena, bien porque fueron abandonadas sin apuntalar. Miles de plazas o miles de metros cuadrados sin pilares de verdad, erigidos para tratar de hacer egregia a la autoridad al estilo de los fenómenos dictatoriales del Tercer Mundo.

En suma, al hecho de una cultura que necesitaba albergues para hacerse mejor se ha respondido con la farsa de grandes contenedores sin vida interior. ¿Cómo no esperar que su resistencia a la crisis fuera tan débil y, en ocasiones, igual a cero?Un país no logra su efectiva solidez de los libros de contabilidad sino en este pasado inmediato, de la contabilidad de los libros y siempre de su capacidad de invención y educación. Sin educación no hay país desarrollado ni desarrollo de los cerebros que campearán el temporal. La impresión en Francia o en Italia, dos modelos muy dispares, tienen en común, frente a España que su competencia económica y cultural no es el efecto de unas drogas alucinógenas tomadas de prisa y corriendo. Hay drogas que diseñan impresionantes atletas pero fundamentalmente sus músculos no son el efecto de proteínas dosificadas sino de esteroides que acrecientan pronto la masa muscular. Y la envenenan.

Esta viene a ser la fábula de Zapatero y de Rajoy. Los deportes nos llevan a la Champions League , al mundial de baloncesto y a la final de la Copa Davis pero sus merecimientos despiertan recelos en medio mundo. Porque si España en tantos asuntos ha crecido con drogas (anfetas especulativas, chutes de la Unión Europea, supositorios megalómanos) ¿cómo no deducir -aun falsamente- que los éxitos deportivos, desde el fútbol al waterpolo, son partes del omnipresente doping nacional. Universidades, aeropuertos, museos o auditorios inspirados en el culturismo y no en la cultura. Grandes pero no fuertes, gigantes con pies de barro, idóneos para ser derribados y, en ciertos casos, hasta por el menor temblor.

 

 



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27 de abril de 2012
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Holismo y subversión

Un antiguo ministro de exteriores del gobierno de Enrique Cardoso se refería hace unos meses en el diario brasileño O Globo a los rumores sobre el colapso del sistema capitalista, afirmando que los mismos son absolutamente infundados. Lo curioso es que esta conclusión era desmentida por el contenido mismo de su escrito.
Así, en referencia a los Estados Unidos, Luis Felipe Lampreia afirmaba que desde la guerra del Vietnam (dónde la bandera del Vietkong llegó a ser ondeada por los manifestantes contra la presencia de 500000 americanos que gastaban su juventud en Indochina) no se habían visto en Estados Unidos una contestación tan radical como la que supuso Occupy Wall Street, y que no había precedentes en la historia reciente del país de un espectáculo de disfuncionalidad política e institucional tan grave como el ofrecido en las cámaras americanas el pasado verano en torno a los gastos federales.
Pero la zona más álgida sería la Unión Europea, amenazada a su juicio de desintegración, síntoma de lo cual sería el retorno a los nacionalismos (en Grecia por el sentimiento de que se les fuerza desde el exterior a la miseria, y en Alemania o los Países Bajos por el sentimiento contrario de estar alimentando a desarraigados) y el resurgir de fantasmas xenófobos que se creían superados. El mercado de trabajo en los países desarrollados mengua (en razón sobre todo de la contracción del sector público). Los grandes bancos del mundo pierden a ojos vista credibilidad y su rescate es considerado por la población como una gran injusticia. En suma, los descontroles de la economía de mercado estarían poniendo en peligro tanto el sueño americano como la ilusión compartida por Adenauer y De Gaulle de una Europa con sentido de común destino.
Y esta mirada panorámica se efectúa desde un Brasil dónde los bonos (juros), descontada la inflación han llegado a batir records mundiales de rentabilidad (5.5 por ciento contra tasas negativas en Alemania o Japón y 1 por ciento en Rusia, otro de los países emergentes) y en consecuencia misma de ello ciertos economistas declaran que ningún país tiene mayores razones para temer a la crisis. Un Brasil dónde un antiguo partido guerrillero y maoista, socio en los gobiernos de Lula y Roussef, se ha visto inmerso en gravísimos casos de corrupción. Un Brasil dónde las formidables tasas de crecimiento (que permiten a su presidenta dar consejos a países europeos hasta hace poco considerados potencias) no es óbice para que los excluidos del sistema sigan llenando de imágenes sombrías los centros mismos de las ciudades. Un Brasil en suma dónde la condición de país económicamente salvado de la quema podría revelarse un espejismo, y el sentimiento subjetivo de potencia mudar en melancolía.
Ante esta perspectiva internacional, ¿dónde reside la base de la seguridad que tiene el político brasileño de que el Capitalismo no está amenazado? En un único argumento: la inexistencia de una propuesta alternativa "ya sea en términos teóricos". El lúcido analista se equivoca quizás en este punto. Pues las alternativas no necesariamente se proclaman. Las transformaciones sociales son a veces expresión de un movimiento holístico, dónde la yuxtaposición de sentimientos individuales de agravio cuenta menos que una razón colectiva, de la que no hay siquiera clara conciencia.
Si durante las grandes manifestaciones (en realidad ocupación-en ocasiones casi espontánea- por los ciudadanos del espacio público) que han tenido lugar en Barcelona con pocos meses de intervalo, alguien hubiera preguntado por las razones subjetivas que movían a la participación, posiblemente las respuestas serían no sólo muy diversas, sino en ocasiones opuestas y hasta contradictorias. Allí había gente que comulgaba más o menos con un ideario naturalista o animalista y gente que respondía al lema (para algunos periclitado) de la lucha de clases; gente que podía lamentar la ausencia de referencias a la causa del catalanismo y gente que no se sentía en absoluto afectada por este asunto; gente confiada en que alcanzar un mundo más digno es cuestión de acuerdo entre seres de buena voluntad y gente convencida de que todo es asunto de relación de fuerzas...Pues bien: me atrevo a decir que estas diferencias carecían de importancia y ello en razón de que las motivaciones subjetivas eran mera oportunidad para que se manifestara una razón común la cual podía incluso ser contradictoria con lo que cada uno creía que le motivaba. Esto se notaba también al nivel de los discursos, en ocasiones brillantes, en ocasiones indigentes, pero igualmente carentes de peso ante el movimiento holístico en su esencia y portador de un saber asimismo holístico, forjador de un sujeto presente en cada uno pero a veces difícil de reconocer en ese uno determinado por relaciones de fuerza afectivas, económicas, etcétera, que cierran el paso al sujeto que activa y críticamente piensa, es decir, resiste a los prejuicios establecidos.
La carencia común al analista brasileño y a muchos de sus homólogos europeos es no considerar la hipótesis de que el sujeto social, lejos de reducirse al cúmulo de sus intereses inmediatos, es intrínsecamente transitivo tensado, dialéctico y creador. De esta tensión surgirá quizás la alternativa al caos e indigencia actuales.
No se alcanza una línea yuxtaponiendo puntos, una superficie yuxtaponiendo líneas, ni un sólido yuxtaponiendo superficies...Pero en ocasiones una suerte de restauración de la jerarquía ontológica, una concordancia de lo aparente con lo real, hace que lo sustancial y denso, lo tridimensional concreto, sin lo cual no caben de hecho las variedades abstractas que son sólidos, lineas y puntos, recupere el primer plano. Y entonces las superficies muestren su matriz en el sólido, como las lineas su razón de ser en las superficies. A tal restauración de la verdad en el plano topológico, correspondería en lo social ese momento en el que los individuos nos reconocemos como reflejo del todo que lucha por su propia fertilización.
En el más sencillo paño gracias a la singularidad de los pliegues superficies y líneas surge esa forma que un Zurbarán o un Velazquez, se esfuerzan por recrear en los velos blancos de sus prodigiosos Cristo 1. Análogamente, el momento de discontinuidad que conmueve y fertiliza el todo unificado del conjunto social confiere a esos indivisibles últimos del mismo que somos cada uno de nosotros un suplemento de dignidad, poniendo de relieve que si tantas veces cada uno de nosotros es reflejo de la humanidad rapaz por miserable, puede llegar a ser expresión de la humanidad generosa por fértil.

 

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1 He tenido aquí ocasión de recordar la frase de Eduardo Chillida relativa al descendimiento de Roger van der Weyden: "si le quitas los pliegues al cuadro que queda del cuadro". 

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27 de abril de 2012
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II. Ropajas importados

Eran ropajes importados que quisimos cortar a nuestra medida, los mismos que vistieron Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Jefferson, Franklin, Paine; y bajo esos ropajes, asomaba la cola del caudillo que fue al principio un personaje amante de las luces de la ilustración y luego volvió letra muerta la filosofía libertaria, como el doctor Gaspar Rodríguez de Francia, dictador perpetuo del Paraguay.

La distancia contradictoria entre el ideal imaginado y la realidad vivida, entre el mundo de papel de las leyes y el mundo rural donde se engendra la figura del caudillo, entre lo que deber ser y lo que realmente es, entre modernidad derrotada y pasado vivo, es lo que crea el asombro que primero se llama real maravilloso en tiempos de Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias, en la primera mitad del siglo veinte, y luego realismo mágico en tiempos de Gabriel García Márquez, en la segunda mitad.

Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?”, dice el mismo Carpentier, que junto con Asturias aprendió a ver el mundo latinoamericano desde Francia, en plena fiebre del surrealismo, en toda la ostentación de sus desajustes, distorsiones, exageraciones y excentricidades. Ojos lejanos para ver de cerca.

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27 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Derecha extrema

La derecha extrema no es la extrema derecha. Al menos todavía. La primera es la radicalización, desacomplejada y populista, y esperemos que circunstancial, de la derecha de siempre; mientras que la segunda anida y vive en el cabo del fin del mundo ideológico, aunque en algunos casos, como ahora en Francia, intente salir de su soledad y apoderarse del espacio conservador entero. Puede que Nicolas Sarkozy haya cruzado la línea roja que separaba ambos territorios y que Jacques Chirac, su predecesor en el gran partido de la derecha francesa, la Unión para un Movimiento Popular (UMP), y en la presidencia de la República, había trazado y mantenido celosa y enérgicamente desde los años 80, cuando empezó el ascenso electoral del Frente Nacional. Según un editorial de ayer de Le Monde, esto ya ha sucedido, puesto que ha adoptado "el lenguaje, la retórica, y por tanto, las ideas, o mejor dicho, las obsesiones, de la señora Le Pen" y atizado "los miedos de la sociedad francesa en vez de apaciguarlos, como es el caso de la estigmatización de las 'elites', lanzadas como pasto al 'pueblo'; o la denuncia del sistema, sobre el que cabe preguntarse si acaso no es la República de la que él mismo debería ser el garante".

Dentro de pocos días, en la segunda vuelta de la elección presidencial francesa, se comprobará si se ha roto el tabú. Y será a cara o cruz, sin posibilidad de entrar en muchos matices, con la rotundidad de la apuesta arriesgada en la que se ha embarcado Sarkozy con su viaje extremista, puesto que la victoria cada vez más dudosa solo será posible si el 6 de mayo los votantes de Marine Le Pen, magnetizados por sus numerosos guiños y cucamonas, se trasladan en masa a votarle. Hay muchas dudas respecto a la huella que dejará Sarkozy en la historia de la presidencia francesa. Pero, después de los resultados de la primera vuelta, pocas hay respecto a los efectos de su paso sobre la configuración del campo conservador. La levedad de Sarkozy como presidente es tan notable como su carácter transformador en relación a su partido y a la derecha en general: también en ambas cosas hay algo que le aproxima a Zapatero. Es casi seguro que de esta elección presidencial saldrá un nuevo paisaje político, suceda lo que suceda en la segunda vuelta. Si gana Sarkozy, gracias a su viraje hacia el cabo de la derecha, la UMP soltará algo de lastre por el centro y evolucionará hacia un nuevo partido que se habrá apropiado de buena parte del programa y de la cultura política del lepenismo, pero sin las más lacerantes desventajas del Frente Nacional y del apellido Le Pen; es decir, una derecha bien extrema y populista, eurófoba e incluso xenófoba, pero dirigida e incluso moderada por su caudillo conservador. Si gana Hollande, las bandas del Frente Nacional (FN) abandonarán definitivamente su finisterre político y penetrarán en territorio de la derecha clásica, con Marine le Pen, su victorioso condotiero al frente. La transformación será todavía mayor, porque la derrota de Sarkozy dejará descabezada y dividida a la UMP, que fácilmente se fragmentará en todas direcciones. Todo esto no empezará a suceder hasta las elecciones legislativas (10 y 17 de junio) en las que se cosechará en diputados la siembra de los votos recogidos ahora en las dos vueltas presidenciales. El sistema mayoritario a doble vuelta francés no tendrá piedad con la derecha presidencial si sale Sarkozy derrotado, y situará a muchos de sus candidatos en la tesitura de aliarse con el Frente Nacional o entregar la circunscripción a la izquierda. El candidato conservador ha prohibido a los suyos que hablen en público de este momento crucial que serán las legislativas: los quiere concentrados solo en la segunda vuelta. El FN se ocupa de lo contrario. Prepara incluso un cambio de nombre en el que se exprese la vocación mayoritaria de su nueva etapa: Rassemblement Bleu Marine, barajado para una nueva formación que sustraería a la vieja derecha la idea de la asamblea o unión gaullista, el rassemblement, así como el color azul marino que incluye el nombre del nuevo caudillo de la derecha. Y sin las siglas ni el nacional del FN, y menos todavía el apellido de su descarado e impresentable fundador y dirigente, Jean-Marie Le Pen. Marine ha hecho un buen trabajo para diferenciarse de su padre, manteniendo el patrimonio mientras acrecentaba su capital electoral. Y Sarkozy ha contribuido notablemente a allanarle el camino, con su ruptura de los tabúes republicanos y gaullistas, el mayor de todos la prohibición de tratar con la extrema derecha heredera del régimen colaboracionista de Vichy. Si la derecha extrema deriva todavía más hacia la derecha, la extrema derecha se expande para ocupar todo el espacio de su hemisferio político, con la eventualidad de que toda la derecha salga transformada. El desplazamiento y confusión de líneas entre la derecha extrema y la extrema derecha también modificará necesariamente el entero espacio político francés tal como la hemos conocido hasta ahora, aunque con toda seguridad tendrá también consecuencias en el conjunto de Europa.



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26 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Como un saco de boxeador

Un artículo mío publicado hoy en el blog Vano Oficio del diario El País. Sobre los ingresos modestos la baja autoestima de los escritores y nuesta necesidad -o necedad- de no valorar nuestra trabajo y sentirnos mal por cobrar. Los eternos ad-honorem.

Foto: K0P “Recuerdo una anécdota de Ezra Pound cuando era niño. Su padre trabajaba acuñando monedas en un Banco y lo dejaba entrar a la bóveda repleta de sacos con monedas de oro. Los colegas de su padre le decían: “si puedes levantar uno de los sacos, te lo llevas”. El pequeño Ezra siempre lo intentaba pero jamás logró llevárselo. La ambición literaria es eso mismo. Mientras esté la promesa de llevarnos el saco de oro si podemos ponérnoslo en nuestros hombros, y mientras vayamos todos los días a internarnos en la bóveda a hacer el intento, habrá literatura.” Esa es la respuesta que di, en 1993, ante la pregunta por la ambición literaria a un grupo de jóvenes que editaban un periódico universitario. Yo acababa de publicar mi primer libro de cuentos, Las fotografías de Frances Farmer, y estaba seguro de que con esa anécdota me estaba refiriendo a la persistencia. Ahora, casi veinte años después, me doy cuenta de que también me estaba refiriendo al oro.  Hace poco hice un ejercicio para una revista argentina, al estilo Je me souviens de George Perec, en el que citaba sin mayor conexión decenas de frases y anécdotas referidas a escritores y dinero. O más precisamente, escritores y problemas monetarios. Escribir para hacerse millonario puede parecer una ambición bastante extravagante, aunque válida, tan válida como estar dispuesto a morirse de hambre por culpa de la literatura o aceptar ser un mil oficios para poderse mantener sobre la línea de flotación.  Al respecto, siempre me ha parecido tremendo el comienzo de A salto de mata, las memorias de Paul Auster: “Cuando llegué a la treintena, pasé unos años en los cuales todo lo que tocaba se convertía en fracaso. Mi matrimonio terminó en divorcio, mi trabajo como escritor se hundía y estaba abrumado por problemas de dinero. No me refiero simplemente a una escasez ocasional, ni a tener que apretarme el cinturón de cuando en cuando, sino a una falta de dinero continua, opresiva, casi agobiante, que me envenenaba el alma y me mantenía en un inacabable estado de pánico.” El alma envenenada. El inacabable estado de pánico. El hambre ha resultado ser un buen consejero literario para algunos, pero eso no signfica que el escritor sea necesariamente un hambriento. Alguna vez me despidieron de un trabajo argumentando muy felizmente que me estaban haciendo un favor: un escritor verdadero tenía que ser pobre. ¿Cómo me atrevía a defender un sueldo y, en el colmo de la incoherencia, también pretender ser un escritor auténtico? Al final, pude mantener mi puesto pero solo si aceptaba trabajar ad-honorem. Y acepté, cómo no. Las penurias económicas y los ingresos modestos deben agradecerse pues son alicientes para escribir libros geniales llenos de hambre. En un excelente texto, la escritora croata Dubravka Ugresic ha diagnosticado a los escritores: son seres que sufren de autoestima baja. ¿Dicen por ahí que tenemos egos revueltos? Pues no. Yo diría más bien egos disueltos. Ugresic lo explica así: “Cuando un escritor no está seguro de serlo (y los escritores de verdad nunca lo están) su sentido de la profesión no puede ser real. Así pues ¿cómo pueden cobrar esos escritores por sus esfuerzos literarios? (…) Un escritor de verdad tiene problemas de autoestima, vive permanentemente consumido por la duda, aunque haya sido reconocido públicamente (…) Una persona con la autoestima baja es como un saco de boxeador a disposición de cualquiera; el primero que pase por ahí puede encajarle un puñetazo. Un escritor de verdad se siente culpable y cree que lo que hace no tiene importancia ni utilidad, o se siente un privilegiado (aunque no cobre un céntimo), mientras que la gente seria trabaja (…) Tan pronto como se hace un llamamiento a su humanismo, el escritor con baja autoestima se olvida por completo de sus emolumentos. Cuando la gente se queja en cualquier país del precario estado de la literatura, el escritor acepta publicar gratis sin rechistar. Para este tipo de personas, el dinero es como un regalo. Viven de lo que escriben, pero no de lo que ganan. Por eso es frecuente dar con los escritores con la autoestima baja en encuentros y retiros literarios. Allí, mimado por la soledad, con ayuda de una beca miserable y alojado en un cuartucho gratis, el escritor con baja autoestima escribe su “obra maestra”. Al terminar recibe un pago que nunca supera el salario mensual de su editor.” El ensayo de Ugresic se titula “Escritores con ingresos modestos” y aparece en el libro Gracias por no leer (La Fábrica). Lo leo en un taxi rumbo a una conferencia en un colegio muy distante de mi casa, pero me han ofrecido pagarme el taxi y unos emolumentos por presentarme. Hablaré de cómo la literatura nos cambia la vida. Citaré a Shakespeare. Llevo un saco de vestir azul marino. Y en el bolsillo del saco me incomoda un objeto inmanejable: mi talón de recibos por honorarios profesionales. (Pero aún queda, en esa bóveda del banco del padre de Pound, un saco de oro y algunas oportunidades más para levantarlo. Me refiero al oro, pero también a la persistencia).



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25 de abril de 2012
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Esos franceses aburridos

Ese espejo de la Francia que tanto ha encandilado. Bien articulada en femenino a pesar de las bravuras marsellesas, las veleidades de aquellos greñudos misóginos que dejaron su huella en Saint-Germain o el rusticismo provenzal al estilo Monet. Los franceses pronuncian la palabra macho y se les llena la boca, predispuestos a seguir idealizando la pasión. Colorean bien con el vino y el salchichón. Con el arrojo y la mediterraneidad, arrinconando la flema del norte en la Rive Droite. Vean si no a Sarkozy pidiendo el cuerpo a cuerpo con Hollande: «Póngamelo delante», reclama, augurando un duelo al sol. Aunque no parece suficiente su napoleónica energía, ni sus artes cortesanas, frente al zeitgeist que hoy invade Francia: ahí está la indolencia de la vieja dama europea, ese je m’en foutisme que tanta distancia marca entre las cosas y el amor. O entre la vida y el Elíseo. Pero que acaba por acudir en tropa a las urnas. Lo que aquí entendemos por desafección o desapego de la política, los franceses, con su inclinación natural a una sinceridad sonora e insolente, lo llaman aburrimiento, ese gran enemigo de la felicidad. Ennuyant, dicen, tan dados a dividir las conversaciones y las personas entre interesantes o ridículas. La opinión pública gala acusa tedio ante unas hojas de ruta que bracean por gobernar. Y ahí están los extremos. Por un lado, el grito de guerra de Marine Le Pen cala incluso entre los jóvenes apolíticos que la identifican como «antisistema». Por otro, el orador Mélenchon quiere refundar la izquierda, apasionadamente. Pero este extrotskista con campaña ascendente no ha logrado desvincular su discurso de la pandilla de radicales que se agazapan tras él. Cierto es que la crisis pasa factura y excita las fantasías populistas: Le Pen enciende la idea de un gobierno asistencialista ?que no social? pero sobre todo aguerrido y ultranacional, que debe independizarse de Europa, mal de todos los males. Y Sarkozy, un traidor ideológico para muchos que lo votaron en el 2007, radicaliza el discurso de la seguridad, el control de la inmigración y el chovinismo, aunque secuestrado por la hermética hucha de Merkel. Era previsible que en la primera vuelta ganara Hollande. Pero hacía 17 años que no se producía el milagro, alumbrado además en plena debacle de la socialdemocracia. «Es una posición que me honra y me obliga», ha declarado Hollande, «el blando». El caballero que dejó pasar primero a su exmujer, Ségolène Royal, porque parecía menos aburrida que él, y a quien la incontinencia de Strauss-Kahn le cedió la silla, por fin, después de quince años de tramoyista, ha acabado saliendo al escenario para acallar tanto exceso de pasión. On verra. (La Vanguardia)

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25 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Casta viuda

El cronista Serrano era devoto de Bécquer y de la venerable María de Agreda, pero al final, desengañado de todo, solo creía en el ferrocarril y los jefes de estación. Todo vino de que el 8 de febrero de 1874, domingo, cuando se decía la misa en la parroquia de San Pedro de Beratón, entraron en la iglesia media docena de forajidos con sus trabucos, mientras otros cuatro esperaban fuera. Capitaneaba a los bandidos el tío Chupina de Serón, con el Monsiú de lugarteniente, y el Rubio de Noviercas como guapo matón. El Chupina ordenó a los hombres echarse al suelo y, al cura, que continuara con la misa “que todos somos cristianos”. Luego fue llamando por sus nombres a los feligreses, que eran conducidos a sus casas y robados a conciencia. El Chupina era sarcástico y burlón, a una vieja que se resistía la hizo echar en el banco de matar el cerdo con una palangana bajo el cuello y le puso el cuchillo en el cuello. Despachada la misa y la colecta, los ladrones atrancaron la puerta de la iglesia y entraron en una casa para hacer festejo y reparto. El plan parecía bueno, pero entonces se descolgaron desde el campanario al cementerio cuatro jóvenes, el primero se rompió una pierna, pero los otros tres escaparon. Constancio Serrano tenía entonces veinte años y fue a pedir ayuda a La Cueva de Ágreda, a dos leguas, y paró en casa de la futura señora Serrano, que le pareció tan jovenzana que aún jugaba con muñecas, y de ahí cortejaron, y se casaron, pero la joven tenía un hijo de unas primeras nupcias que le levantó la mano a Serrano, quien vendió las churras y las tierras, y salio pitando del pueblo, no sin llevar consigo la edición de 1871 de las obras completas de Bécquer, aquella heroica impresión que hicieron Casado del Alisal y otros amigos del poeta, la mística ciudad de Dios de la venerable María de Ágreda y el diccionario de Gaspar y Roig, y al cabo de sus años de redactor y cronista en el Noticiero, le sobrevino una invencible querencia por el ferrocarril, tanto que lo hallaron en la sala de espera de la estación de Soria en 1935.
 
Pero antes de todo eso, escaparon de la iglesia los de Beratón, descolgaron los trabucos y empezó el tiroteo con los bandidos que echaban la siesta. Para cuando llegaron los refuerzos de otros pueblos, ya le habían pegado un tiro al tío Chupina, que sobrevivió al plomo y luego a la cárcel, y se reconvirtió en fabricante de pelotas de tripa que vendía por los pueblos. También el Monsiú quedó herido en la culera, pero el Rubio de Noviercas se escapó al monte y tiró hacia Borobia, pero lo cazaron y murió al pie de un rebollo, con otros dos compinches, y a los tres les dieron tierra en el cementerio de Beratón. 
 
Antes de descolgarse del campanario y de ser cronista, Serrano conocía al Rubio y su papel en la leyenda de Bécquer. Seis años antes del asalto de Beratón, en 1868, el Rubio desafió a Bécquer en la plaza de Noviercas. Todos los enterados sostienen que el desafío a Bécquer fue a causa de que su mujer, Casta Esteban, le quiso dar celos con el Rubio. El propio Bécquer también lo creyó, porque de inmediato se separó de Casta, quien parió en diciembre de ese mismo año a Emilín, un niño que todos reputaban el vivo retrato del Rubio. Sólo Serrano creía en la castidad de Casta, a la que recordaba como una dama distinguida, que estuvo de visita en su casa de Beratón, con su esposo Gustavo Adolfo y su cuñado Valeriano en 1863, cuando Bécquer escribió “La corza blanca”.
 
Tales extremos salieron a la luz en 1885, en el curso de unapolémica soriana que Serrano mantuvo con Saturio Galán, articulista de la Voz, bibliotecario del Casino y organista de San Nicolás. Este pluriempleado despachó una reseña antibecqueriana donde se permitía desdeñar “La corza blanca” dado que el autor confundía en ese relato a los ciervos con los corzos, porque “sin duda, se le pasó por alto fijarse en la cornamenta”. Serrano, por su parte, ignoró la alusión al Rubio y la Casta, y replicó con agudeza que los ciervos pertenecen la parte “real” de la leyenda, mientras los corzos y, en especial, la corza blanca, pertenecen al sueño. También sostenía Galán que el volumen “Mi primer ensayo. Colección de cuentos con pretensiones de artículos” publicado en 1884 por Casta Esteban no lo escribió ella, y era en todo caso un libro pésimo. Serrano defendió la autoría de Casta desde el punto de vista ferroviario, y observó que Bécquer fue un autor interesado y hasta fascinado por el tren que por entonces era una novedad, y participó en el viaje inaugural del ferrocarril Madrid-Irún, hecho sobre el que escribió una calurosa crónica titulada “Caso de Ablativo”. Apreciaba Serrano que Bécquer escribía, como puede leerse en “Desde mi celda”, para lectores que aún no habían viajado en tren, o bien querrían saber qué diría el poeta del portentoso invento: “La locomotora arrojaba ardientes y ruidosos resoplidos, como un caballo de raza, impaciente hasta ver que cae al suelo la cuerda que lo detiene en el hipódromo. De cuando en cuando, una pequeña oscilació n hacía crujir las coyunturas de acero del monstruo; por último, sonó la campana, el coche hizo un brusco movimiento de adelante a atrás y de atrás a adelante, y aquella especie de culebra negra y monstruosa partió arrastrándose por el suelo a lo largo de los rails y arrojando silbidos estridentes que resonaban de una manera particular en el silencio de la noche. La primera sensación que se experimenta al arrancar un tren es siempre insoportable. Aquel confuso rechinar de ejes, aquel crujir de vidrios estremecidos, aquel fragor de ferretería ambulante, igual, aunque en grado máximo, al que produce un simón desvencijado al rodar por una calle mal empedrada, crispa los nervios, marea y aturde. Verdad que en ese mismo aturdimiento hay algo de la embriaguez de la carrera, algo de lo vertiginoso que tiene todo lo grande; pero, como quiera que, aunque mezclado con algo que place, hay mucho que incomoda, también es cierto que hasta que pasan algunos minutos y la continuación de las impresiones embota la sensibilidad, no se puede decir que se pertenece uno a sí mismo por completo.” Por su parte, Casta denunciaba las lamentables interioridades de las compañías ferroviarias, lo cual, decía Serrano, es otro género literario, del mismo modo que una cosa es rimar y ser legendario, y otra, pasar de ser la hija del médico a pasarlas crudas por casarse con un poeta.
 
En general, la crítica ha estado más con Galán y sus alusiones córneas, que con Serrano. “Mi primer ensayo” ha sido considerado mediocre, malo y apócrifo, todo a la vez, y Casta Esteban, una desentrañada que murió sumida en el vicio.
 
En mayo de 1872, Casta Esteban, viuda de Bécquer, se casó en segundas nupcias con un recaudador de Hacienda. El martes de carnaval de 1873, Casta y su marido acudieron a una casa de Noviercas donde se celebraba un baile y de donde se expulsó al Rubio por faltón. Después del baile, Casta se iba a casa del brazo de su marido, cuando el recaudador fue asesinado de un tiro. Todos pensaron que había sido el Rubio, pero no se sustanció ningún proceso y el crimen quedó impune. Meses después se produjo el asalto a la iglesia de Beratón y acabaron los días del Rubio. Emilio Bécquer, el reputado hijo del Rubio y la Casta, murió en 1878, a los nueve años.
 
En el contrato de la cuarta edición de las obras de Bécquer firmado en 1884, Casta Esteban hizo constar que “en atención a las diferencias surgidas entre ella y sus hijos”  el dinero que les correspondía quedara en manos del editor Fernando Fe con la obligación de entregarlo cuando ellos llegaran a la mayoría de edad.
 
Poco antes, Casta había publicado “Mi primer ensayo. Colección de cuentos con pretensiones de artículos” con nulo éxito de crítica y público “¿Existe el Amor? No […] el mejor billete de amor es un billete de Banco”, aseguró Casta, y antes lo hizo Bécquer: “una oda solo es buena / de un billete del Banco al dorso escrita”.
 
Casta Esteban murió en el hospital de San Juan de Dios Madrid, el 30 de marzo de 1885, a causa de las quemaduras que sufrió durante el incendio de su casa que probablemente originó ella misma. En 1913, los restos de los hermanos Bécquer se trasladaron con gran fasto a Sevilla, y nadie se acordó de ella, salvo, quizá, el cronista Serrano.


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25 de abril de 2012
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I. El poder como anormalidad

El poder ha sido una constante entre los temas fundamentales de la literatura latinoamericana gracia a sus invariables distorsiones a lo largo de la historia. Desde la conquista de la independencia en el siglo diecinueve, el poder se convierte en una anormalidad, y se establece una distancia insalvable entre lo que las nuevas constituciones de inspiración republicana mandan, y lo que la realidad establece como suyo; el ideal, por una parte, que crea la ilusión del gobernante respetuoso del bien común y de las leyes, sujeto a un sistema donde el contrapeso de poderes del estado, independientes y armónicos, actúa como un freno de la tiranía; y, por el otro, el mundo real donde reina el caudillo sujeto nada más al arbitrio de su voluntad, con lo que todo se convierte en una mentira, que es el alimento de la novela.
En el texto de nuestras constituciones fundadoras tocamos con las manos la utopía nunca resuelta. Gobiernos para el bien común, instituciones firmes y respetadas, sujeción de los gobernantes a las leyes, respeto a los derechos individuales, libertad de expresión, igualdad ante la justicia. Podemos leer esas constituciones como novelas, fruto de la imaginación. Nuestras mejores novelas. Intentamos la modernidad, pero no pudimos apropiarnos de los modelos que se nos proponían.

 

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25 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más comienzos…

“En agosto de 1992, cuando la canícula se acercaba a su fin, emprendí un viaje a pie a través del condado de Suffolk, al este de Inglaterra, con la esperanza de poder huir del vacío que se estaba propagando en mí después de haber concluido un trabajo importante.” Los anillos de Saturno, W.G. Sebald “Me había capturado la milicia fascista el 13 de diciembre de 1943.” Si esto es un hombre, Primo Levi “El sueco…Durante los años de la guerra, cuando yo todavía iba a la escuela primaria, ése era un nombre mágico en nuestro vecindario de Newark, incluso para los adultos a los que sólo una generación separaba del viejo gueto de la calle Prince y que aún no estaban tan impecablemente americanizados como para quedarse como si les hubieran dado un balonazo en la cara ante la destreza de un atleta de escuela media.” Pastoral americana, Philip Roth “En 1815, monseñor Charles-François-Bienvenu Myriel era obispo de Digne. Era un anciano de cerca de setenta y cinco años y ocupaba la sede de Digne desde 1806.” Los miserables, Victor Hugo “Locura de un frente frío de la pradera otoñal, mientras va pasando. Se palpaba: algo terrible iba a ocurrir. El sol bajo, en el cielo: luminaria menor, estrella enfriándose. Ráfagas de desorden, sucesivas. Árboles inquietos, temperaturas en descenso, toda la religión nórdica de las cosas llegando a su fin. No hay aquí niños en los jardines.” Las correcciones, Jonathan Franzen “Como saben que no conviene ver demasiado, la mayoría de los porteros de Nueva York han desarrollado extraordinariamente su sentido selectivo de la vista: saben qué es lo que hay que ver y qué es lo que hay que ignorar, cuándo hay que ser curioso y cuándo indolente; al registrarse accidentes o disputas delante de su edificio, generalmente están dentro y no se dan cuenta; y suelen estar en la calle, buscando un taxi, cuando hay ladrones escapándose por la ventana. Aunque tal vez el portero desapruebe el soborno y el adulterio, invariablemente se encuentra de espaldas cuando el superintendente está dando dinero a un inspector o cuando un inquilino que tiene a su mujer fuera acompaña a una joven al ascensor.” Honrarás a tu padre, Gay Talese “Lo primero que llama la atención es la luz. Todo está inundado de luz. De claridad. De sol. Y tan sólo ayer: un Londres otoñal bañado en lluvia. Un viento frío y la oscuridad. aquí, en cambio, desde la mañana todo el aeropuerto resplandece bajo el sol, todos nosotros resplandecemos bajo el sol.” Ébano, Ryszard Kapuscinski “Querido Marco: He ido esta mañana a ver a mi médico Hermógenes, que acaba de regresar a la Villa después de un largo viaje por Asia. El examen debía hacerse en ayunas; habíamos convenido encontrarnos en las primeras horas del día. Me tendí sobre un lecho luego de despojarme del manto y la túnica. Te evito detalles que te resultarían tan desagradables como a mí mismo, y la descripción del cuerpo de un hombre que envejece y se prepara a morir de una hidropesía del corazón. Digamos solamente que tosí, respiré y contuve el aliento conforme a las indicaciones de Hermógenes, alarmado a pesar suyo por el rápido progreso de la enfermedad, y pronto a descargar el peso de la culpa en el joven Iollas, que me atendió durante su ausencia. Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre…” Memorias de Adriano, Margarite Yourcenar “Sonja estaba en medio de la habitación iluminada, en el centro, como siempre.” Siete años, Peter Stamm “Nací en la ciudad de Bombay…hace mucho tiempo. No, no vale, no se puede esquivar la fecha: nací en la clínica particular del doctor Narlikar el 15 de agosto de 1947.” Hijos de la medianoche, Salman Rushdie “Entremos en la génesis de mis pretensiones.” Vidas minúsculas, Pierre Michon “Pertenezco a una de las más antiguas familias de Orsenna. Guardo de mi infancia los recuerdos de años tranquilos, de calma y de plenitud…” La ribera de las sirtes, Julien Gracq “Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo nos separásemos.” En el camino, Jack Kerouac “Fue una mañana de setiembre que Giovanni Drogo, que acababa de ser promovido a oficial, dejó el poblado pues debía presentarse en el fuerte Bastiani, su primer destino.” El desierto de los tártatos, Dinno Buzzati “Nadie podía dormir. Al amanecer, se arriarían las lanchas de desembarco, un primer contingente de tropas cruzaría las aguas en ellas y atacaría la playa de Anopopei.” Los desnudos y los muertos, Norman Mailer “Hermanos hombres, permítanme contarles cómo ocurrió. No somos hermanos tuyos, me replicarán, y nos importa un bledo. Y es muy cierto que se trata de una tenebrosa historia, aunque también edificante, un auténtico cuento moral, se los aseguro. Existe el riesgo de que resulte un poco largo, porque, bien pensado, sucedieron muchas cosas, pero a lo mejor no tienen mucha prisa…” Las Benévolas, Jonathan Littell “La tumba era grande, maciza, imponente de verdad…” El Jardín de los Finzi-Contini, Giorgio Bassani ” Como todo se quemó -la madre, los muebles, las fotografías de la madre- para Fabre y su hijo Paul hubo de inmediato mucho trabajo: toda esa ceniza y ese duelo, cambiarse de casa, correr a las grandes tiendas para rehacerse.” La ocupación de los terrenos, Jean Echenoz ” ?Mundo loco? dijo una vez más la mujer, como remedando, como si lo tradujese.” La vida breve, Juan Carlos Onetti “No espero ni remotamente que se conceda el menor crédito a la extraña, aunque familiar historia que voy a relatar. Sería verdaderamente insensato esperarlo cuando mis mismos sentidos rechazan su propio testimonio. No obstante, yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero, por si muero mañana, quiero aliviar hoy mi alma.” “El gato negro”, Edgar A. Poe «Si estoy chalado, tanto mejor», pensó Moses Herzog. Algunos lo creían majareta, y durante algún tiempo él mismo había llegado a pensar que le faltaba un tornillo. Pero ahora, aunque seguía portándose de un modo extraño, sentíase seguro de sí mismo, alegre, clarividente, y fuerte. Había caído bajo una especie de hechizo y escribía cartas a todo bicho viviente. Estas cartas le apasionaban tanto que, desde fines de junio, iba por ahí con una maleta llena de papeles.” Herzog, Saúl Bellow “Samuel Spade tenía larga y huesuda la quijada inferior, y la barbilla era una V protuberante bajo la V más flexible de la boca. Las aletas de la nariz retrocedían en curva para formar una V más pequeña. Los ojos, horizontales, eran de un gris amarillento. El tema de la V lo recogía la abultada sobreceja que destacaba en media de un doble pliegue por encima de la nariz ganchuda, y el pelo, castaño claro, arrancaba de sienes altas y aplastadas para terminar en un pico sobre la frente. Spade tenía el simpático aspecto de un Satanás rubio.” El halcón maltés, Dashiel Hammet “A los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Desde la madrugada de sus treinta y un años Escobar contempló la revelación, parada en el alféizar como un pájaro: a los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Increíble.” Sin remedio, Antonio Caballero “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.” La Biblia “Ramón penetró en su cuarto como endemoniado y arrojándose de bruces en el lecho, empezó a gimotear. Sentía en el labio inferior una costra de sangre coagulada, sobre la cual pasaba a veces la lengua, como si le fuera imprescindible reavivar el dolor para mantener una cólera razonable.” “Scorpio”, Julio Ramón Ribeyro “El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes de Kansas llaman «allá». A más de cien kilómetros al este de la frontera de Colorado, el campo, con sus nítidos cielos azules y su aire puro como el del desierto, tiene una atmósfera que se parece más al Lejano Oeste que al Medio Oeste. El acento local tiene un aroma de praderas, un dejo nasal de peón, y los hombres, muchos de ellos, llevan pantalones ajustados, sombreros de ala ancha y botas de tacones altos y punta afilada. La tierra es llana y las vistas enormemente grandes; caballos, rebaños de ganado, racimos de blancos silos que se alzan con tanta gracia como templos griegos son visibles mucho antes de que el viajero llegue hasta ellos.” A sangre fría, Truman Capote



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24 de abril de 2012
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