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Cien días

Por 21 de mayo de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

Nueva moda, inédita en los anales. Los cien primeros días no del Gobierno, sino de la oposición. Después de la herencia recibida, la oposición a la oposición. Y nada mejor que exigir resultados desde el gobierno a quien gobierna la oposición. Cuando la oposición critica, herencia recibida. Cuando ofrece consenso, descalificación por un balance desastroso, no ya del período en que gobernaron sino del nuevo período en que no gobiernan.

Gobernar sin oposición. Ofrecer como único pacto la adhesión incondicional a lo ya decidido. Esta es la fórmula que se desprende de la aritmética parlamentaria: las mayorías absolutas sirven para esto. Para utilizarlas sin necesidad de mendigar ni un solo voto a nadie. Todo esto no basta para explicar la estrategia invertida de un Gobierno que no puede prescindir de la herencia ajena y pide resultados efectivos a la oposición que no gobierna. Si así sucede es porque este Gobierno ya tiene herencia propia y sus cien días como los 50 siguientes del Gobierno no son precisamente brillantes. Cuando no hay mérito propio, hay que esforzarse por proyectar la culpa sobre los otros.
Tiene por delante todavía tres años y medio de legislatura, pero parece y habla ya como un gabinete amortizado. Está satisfecho por lo que ha hecho porque cree que no se podía hacer otra cosa. También con Bankia, al parecer. O con la ocultación de los déficits autonómicos. Le sorprende la falta de resultados: que su actuación no haya sido mano de santo, que los mercados o que las instituciones europeas no le hayan erigido ya un monumento de liquidez y crecimiento. Quizás será que ha hecho poco o mal, pero ni siquiera quiere imaginarlo.
Todo lo pone en la cuenta del desgaste por la crisis, a compensar con las debidas transferencias de responsabilidades a la oposición. Pero nada de quejas: Merkel y el Banco Central podrían malinterpretarlas. En eso Rajoy sigue fielmente el guión de Sarkozy. Que es el mismo que Aznar siguió con Bush. Arrimarse al árbol que da más sombra. Sin darse cuenta de que el gran árbol puede ceder o cambiar en algún momento.
La victoria de Hollande es buena, sí, porque así Angela se echará en brazos de Mariano. Para nada más. Todo se fía al final a la comprensión ajena con los esfuerzos propios. Hemos hecho lo que debíamos, no vamos apoyar nada que desagrade al poderoso, sean eurobonos, estímulos al crecimiento, plazos más amplios para cumplir con el déficit, o sobre todo, liquidez del banco central: eso último lo pediremos discretamente, que se entienda sin que nos lo puedan reprochar.
A quien ha hecho lo que debe no se le puede pedir más. Ha culminado su trabajo y solo le queda recoger la cosecha. ¿Y si no hay cosecha? ¿Y si la tempestad sigue y sigue? ¿Y si ha sido este Gobierno quien ha terminado contribuyendo con su parte al vendaval? ¿Y si al final no hubiera nada tan parecido a un Gobierno español como el siguiente Gobierno español de signo distinto?
Queda la teoría del pacto, cuya popularidad crece a tanta velocidad como se expande la gangrena. La ventaja de los cien días de la oposición es que nos permite mandar a todos, a los dos grandes partidos y también a los otros, cada uno con su herencia consolidada, cada uno con su incapacidad de consenso, al rincón de castigo donde terminan tejiéndose por desesperación muchos consensos. Ahora no quieren, ni pueden, pero tal como van las cosas lo mejor que les puede pasar y que nos puede pasar a todos es que tengan todavía tiempo para querer este consenso de forma ferviente y efectiva en algún momento.
Cien días son los que Napoléon tardó en recuperar el poder a su vuelta del extrañamiento en la isla de Elba. Son también el período de trabajo en que Roosevelt acometió las reformas para frenar la Gran Recesión. No se sabe cuáles son los logros de Rajoy en sus cien días ni en sus cientocincuenta, pero sí sabemos de su interés enorme en saber qué ha hecho Rubalcaba en los suyos. Recuperado un consenso como el que consiguió Adolfo Suárez, bastarían cien días para saber si este país tiene todavía salida o está condenado a despeñarse sin que cese la pelea eterna y el griterío entre romanos y cartagineses.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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