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Eder. Óleo de Irene Gracia

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"Yo sospecho radicalmente del escritor prestigioso como de la peste"

Damián Tabarovsky Damián Tabarovsky desconfía de los escritores vendedores, de aquellos que ponen el énfasis en las tramas y los argumentos, de quienes usan el inicio-nudo-desenlace como única estrategia. Y le gusta polemizar, como se comprobó en el 2004 cuando publicó el ensayo Literatura de izquierda, y ardió Troya. Su nueva novela Una belleza vulgar aparece bajo su propio sello editorial, Mardulce, y es motivo de una entrevista de Silvina Friera en Página12. Dice la nota: En la novela se afirma que ?el discurso vencedor se vuelve doxa, habla cotidiana, manual de escuela?. El problema de encontrar la paradoja allí donde no se la ve habitualmente es que también puede volverse doxa. ¿Qué discursos literarios se transformaron en doxa? ?Es una buena pregunta, pero es difícil saberlo… Yo sigo pensando la literatura como un lugar de contrapoder frente a los lenguajes hegemónicos, el lenguaje de los medios, del deporte, de la salud, que son lenguajes binarios: el exitoso y el fracasado, el sano y el enfermo. La literatura es una especie de contragolpe. Me di cuenta de que el único tenista que me gustaba, sin saber mucho de tenis, era André Agassi, porque era un contragolpeador. Necesitaba que el otro pegara primero y él contragolpeaba. La literatura viene detrás: primero están esos grandes poderes y luego la literatura contragolpea. Existe el riesgo de que haya un sentido común de vanguardia o un sentido común de academia o un vanguardismo-académico ?categoría que usé en Literatura de izquierda?, un vanguardismo hecho como un producto bastante accesible. Si eso ocurre con mi novela, es que fracasó (risas). Por eso intento sospechar de mí mismo y de ese tipo de literatura para que no se vuelva doxa. Ahora se cumplen veinte años de que publiqué mi primer libro. O sea que hace veinte años que escucho la misma pregunta: ¿cuáles son tus propuestas? (risas). Y otras veces me preguntan: ¿qué defendés? Precisamente defiendo la negatividad, pensar la literatura por sustracción. Intento que cada novela mía vaya más adelante en esta idea. ¿Nunca intentó arriesgar una dialéctica con síntesis como experimento, para ver qué pasaría? ?No, porque lo primero que me viene a la cabeza es Martínez Estrada. El me hace frenar, me detengo antes del momento ontológico. Muy al comienzo de Radiografía de la Pampa dice que, en la Revolución de Mayo, el ejército lleva la revolución a las provincias; ergo: en la Argentina se generó primero el ejército y después el pueblo. Por lo tanto, hay algo que viene fallido desde el origen, lo que Murena después llamaría el ?pecado original? de América latina. En la novela juego con el fracaso del entubamiento del arroyo Maldonado, pero también con el fracaso de qué hubiera pasado si no se hubiera entubado. Ahora pertenecería a Palermo Soho, sería un arroyo con barcitos alrededor, como en París con el Sena, con un tipo tocando el violín y lleno de turistas. El entubamiento es la alegoría de la oclusión, de lo obturado, lo que la ciudad no quiere mostrar porque le molesta: que derrama agua e inunda todo; entonces lo entubamos y no lo vemos. Y reaparece el trauma y la inundación. Ese pequeño hiato donde entra mi literatura es mostrar que el arroyo entubado es la reaparición del trauma, va a derramar agua siempre; pero también sospechar de los efectos del no entubamiento y detenerse antes de que lo ontológico postule que esto está fallado para siempre. Hay unas preguntas, formuladas por Libertella, que resuenan en Una belleza vulgar: ?¿Cómo es el eco de un sonido que jamás se produjo? ¿El arte y la literatura serán eso??. ¿Hubo un propósito de trabajar con ciertas propuestas de Libertella? ?Sí, y estoy muy feliz porque tengo la impresión de que tiene más lectores ahora. Siento que formé parte de la tarea de divulgación y lo sigo haciendo, particularmente de El árbol de Saussure y de otro libro que me parece clave, Nueva escritura en Latinoamérica, por la idea de que ya no se puede ser vanguardista como un ejército, un grupo que rompe con la tropa, va hacia adelante y subvierte, sino como alguien que lo hace de manera oculta, discreta, que irrumpe cuando no se lo espera. La vanguardia talla las piedras en las cavernas, o sea que es arqueológica, si se quiere, y paradójica. Esta idea libertelliana me marcó para siempre. En A la santidad del jugador de juegos de azar tiene un capítulo sobre Goyeneche que es un artículo sobre la vanguardia. Hay una idea de Deleuze, que Héctor conocía muy bien, que la literatura lo que quiere es hacer tartamudear a la lengua. Héctor era un gran apropiador de citas, las masticaba, las rumiaba, hacía siete digestiones y la cita salía de otra manera. Pero está hablando de eso: de destrozar la sintaxis. ”(…) Un escritor que no polemiza es un escritor prestigioso. Yo sospecho radicalmente del escritor prestigioso como de la peste. Ni Martínez Estrada, ni Fogwill, ni Aira encarnarían el lugar de escritor prestigioso. También se puede discutir por lo que un escritor deja de hacer.? ¿Por ejemplo? ?Aira, en este momento, puede dar talleres y cobrar una luca por clase. Y no lo hace. Podría, perfectamente, con un buen agente pasar de Mondadori a Planeta y que le den el premio Planeta-Casa de América. Y no lo hace. Lo mismo valía para Héctor (Libertella). Yo no lo puedo hacer porque nadie me va a dar el premio Planeta, ni cursaría conmigo una clase por mil pesos (risas). ¿Y si estuviera dentro de diez años en el lugar de Aira? ?¡Dios no lo permita…! En Flores, desayunando en Pumper Nic, porque creo que no se enteró de que ya no se llama más así. No lo quiero plantear en estos términos porque sería un juicio moral. Yo publiqué casi todos mis libros en Mondadori. Una belleza vulgar salió en España por Caballo de Troya, un sello que pertenece a Mondadori. Cuando discuto con los talleres literarios, polemizo por los efectos literarios de la escritura de taller. Me importan los efectos culturales de ciertas instituciones, como los talleres literarios o el mercado. Nunca es un juicio moral, sino un discurso político sobre los efectos literarios. No querría quedar en el lugar del ?policía intelectual?, que no lo soy. Aira podría escribir una novelita sobre desaparecidos, una entre setenta, y tener un best seller. Y no lo hace porque él no cree en esa literatura. Podría hacerlo, pero él frena antes. Eso es muy interesante como efecto político y serviría para rediscutir de qué se habla cuando se habla de literatura política. ¿Y de qué se habla? ?Literatura política no es que aparezca Videla en una novela; son los efectos de la sintaxis. La literatura política es inventar una sintaxis que discuta con las doxas establecidas.



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26 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Diez razones para que Goya pinte de nuevo

Me gustaría ver a Goya en nuestro tiempo. Como a Cervantes o a Buñuel. Goya se sentiría particularmente a gusto, o a disgusto, y tras ser informado de los cambios acaecidos en estos dos últimos siglos, podría ponerse a pintar de inmediato, sin encontrar demasiadas discontinuidades con lo que ya había pintado, y que ahora nosotros contemplamos en los museos. Es evidente que ha habido muchos cambios entre la vida histórica de Goya y la resurrección ficticia que ahora le deseo; pero, tras las apariencias, hay muchas cosas que permanecen inalterables. Un hilo invisible mantiene unidas aquella época que Goya detestó y pintó con tanta intensidad y la nuestra que, en mi ficción, debería pintar. Son innumerables las razones por las que Goya se sentiría, por así decirlo, cómodo en su repulsión a lo que le rodea, algo bien familiar y en nada ajeno. Recurramos, sin embargo, al decálogo: diez razones que Goya convertiría con facilidad en diez escenarios para sus pinturas y grabados.

1) Como pintor de la Corte que acabó siendo extremadamente crítico con los cortesanos, no creo que Goya se asombrara lo más mínimo al constatar la corrupción de nuestros días. Quizá la encontraría más sofisticada y dispersa que en los suyos, aunque, en lo substancial, similar. Lo peor de la corrupción es el efecto de contagio: el poder busca la complicidad de la entera sociedad y, cuando la consigue -o al menos de buena parte de ella-, la contaminación estalla en todas direcciones. La lucidez de Goya, en su momento, radica en su capacidad para mostrar la extensión de este estallido: la fealdad, la máscara grotesca, se encaja en el rostro del poderoso pero también cubre la fachada de la multitud. La picaresca cimentada en corrupción aprisiona a la entera sociedad. Antes, en esa dirección, escribió Cervantes en El Quijote o en algunas Novelas ejemplares; y después, sin apartarse de ese mismo rumbo, lo filmó Buñuel en Viridiana. No cuesta imaginar una prolífica extensión de los Caprichos y disparates de Goya en la atmósfera nuestra, en la que ahora escandalizan ciertos procesos puestos en marcha, pero que hasta hace bien poco contemplaba electorados que premiaban a los más corruptos con las más rotundas mayorías absolutas.

2) Goya pintaría muy bien el aquelarre de la nueva corrupción económica aunque aún hilaría más fino al enfrentarse a la espiritual. Al pintor aragonés le repugnaba el desdén de su país hacia la cultura, y esta percepción se le llegó a hacer tan agobiante que, en parte, determinó su exilio final. A los pocos ilustrados españoles de finales del siglo XVIII y principios del XIX les chocaba la belicosidad colectiva contra la cultura. Reconocían que otros países europeos tenían el mismo retraso que España pero lamentaban que, sólo en ésta, se desarrollara una auténtica animadversión. Curiosamente, los pocos ilustrados actuales pueden transmitirse el mismo lamento que sus predecesores. Época viajera la nuestra, tan distinta en eso a la de Goya, los españoles que viajan difícilmente hallarán un destino en el que se tenga tan poco aprecio por la cultura. Goya, hoy, retrataría a individuos bien distintos entre sí, desde el primitivo energúmeno hasta el amanerado ministro, que tienen un común grito de guerra: ¿para qué sirve la cultura? Quizá se le ocurriría representar una nueva procesión del Santo Oficio, en la que desfilara una muchedumbre de ignorantes autosatisfechos.

3) La entronización de la ignorancia no tiene, siquiera, la justificación que la miseria otorgaba a la época de Goya. A éste, recién llegado, todo el mundo le hablaría de crisis y vacas flacas. Sin embargo, en los años de las vacas gordas, que ahora parecen lejanísimos pero que son bien recientes, no hubo incremento alguno de las bibliotecas particulares de los españoles mientras sí se incrementaban, y mucho, las propiedades y los automóviles de lujo. Décadas de prosperidad no alteraron suficientemente lo que Machado calificaba de "alma quieta" de sus conciudadanos. Goya, pese al actual deterioro económico, pintaría a tipos bastante menos miserables que entonces pero igualmente apáticos, incapacitados para el pensamiento crítico, con escaso sentido de la libertad de conciencia individual.

4) "Con espíritu burlón y alma quieta": para completar el verso, o diagnóstico, de Machado, la capacidad de burla se mantiene inalterable. Goya podría volver a captar lo que ya captó magistralmente, cuando pintó y grabó esas máscaras en las que el fanatismo y la intolerancia iban acompañados del sarcasmo y la burla dañina. Nunca de la ironía, pues ésta es un patrimonio de la mente ilustrada, capaz de revelar a través de lo velado, sin intención destructiva. Frente a la ironía, el "espíritu burlón" va acompañado necesariamente del esperpento y el grito. Goya, en sus inicios como pintor, aprendió mucho de las rudas controversias callejeras. Ahora también aprendería lecciones sobre el lado grotesco de la condición humana. No obstante, aún aprendería más si asistiera a debates en tertulias y parlamentos (que son tertulias ampliadas). Allí, entre gritos, burlas y metáforas misérrimas, podría hacer múltiples esbozos para sus nuevos Disparates: le faltarían orejas de asno para tantas cabezas.

5) También, por cierto, obtendría un aprendizaje añadido para plasmar algo que le obsesionaba tanto como la calumnia y la injuria. ¿Cuántas veces no llegó a pintar Goya el sumarísimo juicio con el que los calumniadores condenan a los demás? La ausencia de espíritu y creatividad propios conducen necesariamente a husmear en la vida de los otros. Sin embargo, lo que en sus tiempos, era pura artesanía malévola, en la actualidad, Goya lo encontraría erigido en monstruoso engranaje que llega a todos los rincones. A su tragicómica perspicacia el pintor aragonés debería añadir el "ojo de Orwell" para capturar los nuevos tribunales inquisitoriales y el reguero de víctimas a los que dan lugar.

6) Tal vez a Goya, a quien la vieja Inquisición siempre importó mucho, quedara extrañado de la diversificación actual del Santo Oficio. No es que la Iglesia Católica haya quedado al margen pero, por lo general, los templos están vacíos y, aunque los rasgos del cardenal Rouco cuadran admirablemente bien con el ideal del Gran Inquisidor, las inquisiciones de nuestros días siguen otros derroteros. Los grandes acusadores de nuestro tiempo constituyen una cohorte de comunicadores, demagogos, publicistas, políticos y jueces. Ellos dictaminan, desde sus intereses, lo que es moral y lo que es herético. No hay duda de que Goya podría pintar con ellos una gigantesca romería.

7) En la que no faltarían, claro está, los usureros. Sería interesante ver la reacción de Goya ante el refinamiento social de los usureros que presiden nuestros días desde las instituciones financieras. Con el paso de su vida Goya se fue desesperando al ver que el mantenimiento de los privilegios se armonizaba a la perfección con la ceguera de una multitud, a veces patéticamente fanática, a veces grotescamente festiva. Goya fue el primer pintor europeo en el que fueron perceptibles los movimientos de una masa que acaba aboliendo la libertad individual y el sentido crítico.

8) Podemos presuponer, a este respecto, cuál hubiese sido la posición de Goya ante las grandes catástrofes del siglo XX. Pero él, primer pintor de la multitud convertida en masa, ¿con qué criterios pintaría los grandes movimientos irracionales que ocupan el actual escenario? ¿Cómo juzgaría la crecientemente angustiosa necesidad de entretenimiento y diversión que, noche a noche, llena nuestras calles con el mismo entusiasmo con el que en sus días muchedumbres enfervorizadas acudían a los autos sacramentales? ¿Cómo afrontaría el, para su inmensa fantasía, inaudito fenómeno de una religión universal, la del fútbol, que moviliza pasiones, voluntades, creencias y sueños alrededor de un juego de pies? No sería improbable que reuniera a esa humanidad en redondel para adorar al Gran Cabrón.

9) Goya encontraría técnicamente muchas cosas cambiadas ya lo sabemos. No hace falta enumerarlas. Evidentemente esto modificaría su percepción. Incluso es posible que sustituyera el pincel por una cámara, no lo sé. Imposible saberlo. Pese a todo, creo, reconocería con facilidad nuestra naturaleza espiritual y moral, no tan alejada de la de su tiempo. El paisaje le sería familiar.

10) Tan familiar que si quisiera iniciar su vida profesional en nuestro presente del mismo modo en que la inició en su pasado se encontraría, como pintor de la Corte, a la misma dinastía de reyes. Y entonces podría pintar tranquilizadores retratos familiares, del tipo de La familia de Carlos IV, o, dadas las últimas circunstancias, una nueva versión del inquietante Retrato de Fernando VII, el rey nefasto en el que tantas esperanzas se habían depositado.

El País, 13/05/2012



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26 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El poder del dinero

La historia de Sheldon Adelson es la del poder del dinero. Antigua como la Biblia. Todo lo puede el dinero. Las voluntades, el talento, la virtud, la justicia, la ley, la fraternidad, la piedad, y suma y sigue, todo va cayendo ante las montañas de dinero que van creciendo e incrementando la apuesta. La democracia más acreditada y antigua del mundo se inclina ante la fortuna del magnate, que se regodea en su capacidad para equilibrar millones de votos gracias a sus millones de dólares. El Tribunal Supremo le dio la razón cuando reconoció el derecho a la libertad de expresión, no de los ciudadanos sino de los multimillonarios para levantar cualquier límite a las campañas electorales negativas. Suprema hipocresía del Supremo, estas campañas no pueden ser coordinadas directamente por el candidato al que favorecen, lo cual no impide que miembros de su equipo dimitan para encabezar y dirigir las famosas superpacs (el nombre viene de los comités de acción política o pac).

Una vez reconocido el poder del dinero, es decir, comprobado que funciona y de qué manera y que el máximo órgano de la justicia lo aprueba, ya solo falta que quien lo posee compruebe hasta dónde puede llegar la arbitrariedad de su poder. Esta es una cuestión central: el poder de verdad solo pasa su prueba de fuego cuando demuestra su arbitrariedad. Un poder razonable es un poder menor. Por eso todo poder absoluto requiere una causa indefendible. Y lo contrario: las causas indefendibles terminan defendidas por el único poder que puede hacerse cargo de ellas, uno que sea absoluto. En el caso de Adelson, además, su preferencia no son las causas positivas, sino las negativas, la oposición a las causas de otros. Como le caen mal los árabes, los musulmanes y los palestinos, ha decidido echar el resto para evitar que llegue a crearse un Estado palestino, aun a costa de enemistarse con George Bush que defendió tal opción, o pidiendo la destitución de Condoleeza Rice porque convocó la conferencia de Annapolis con le propósito de hacer la paz a partir de la idea de los dos Estados, uno para los judíos y otro para los palestinos. Incluso el lobby israelí conservador AIPAC (Asociación de Amistad Estados Unidos Israel) le parece excesivamente pacato y moderado al señor Adelson. Llegamos al fondo de la cuestión. Una buena causa extravagante sirve para demostrar el poder de quien la posee. Adelson desafía, en el fondo, al poder presidencial. Cree que sus cuentas corrientes valen más que todo el Partido Demócrata, la Casa Blanca y la brillante oratoria presidencial, no digamos ya los 69 millones de votos populares recogidos por los compromisarios de Obama en 2008. Ahora todo este poder lanza un tentáculo formidable sobre la península ibérica, en un momento de depresión económica que nos ha dejado sin defensas. Nada que decir, por tanto, sobre las buenas intenciones de los responsables políticos dispuestos a pelearse por obtener puestos de trabajo para su conciudadanos. Atención, sin embargo, a los cambios legales y a las concesiones que exige Adelson para instalar sus casinos y hoteles. Atención también a los comisionistas que aparecen como setas en todas las operaciones de este tipo. Máxima atención, también, ante el peligro de que un chorro de dinero entre subrepticiamente en las arcas de los partidos concernidos por las decisiones que tomará Adelson en los próximos días. Al final de las cuentas, no es el juego, no es la ecología, no es el urbanismo. Es la decencia.



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26 de junio de 2012
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La diferida interrogación de Ortega

Retorno por un momento a Ortega y a su reflexión sobre la cuestión de los principios. Cabe preguntarse qué le hizo abandonar esta reflexión y aparentemente haber incluso renunciado a publicarla. Cuando en Ideas y Creencias distingue Ortega las ideas que eventualmente tenemos de aquellas ideas que somos, está de alguna manera apuntando a esta cuestión más general de los principios considerados axiomáticos, principios que marcan las relaciones con el entorno natural y social y en los cuales ni siquiera pensamos en nuestra vida cotidiana, precisamente porque vivir de manera cotidiana es adecuarse a los mismos. Como Gustavo Bueno indica en un artículo que data ya de más de medio siglo, Ortega tenía al enfrentarse al tema la sensación de ver con los ojos frescos de un niño paisajes no vistos.
En cualquier caso haya o no principios ontológicos, principios reguladores de la arquitectura de la naturaleza, es muy curiosa la inclinación encarnada por la gran filosofía de reflexionarlos, ponerlos sobre el tapete, o mejor dicho sobre el pedestal, erigirlos en divinidad.
Poco antes de la aparición del libro de Ortega (pero como hemos visto bastante después de que fuera escrito) Heidegger se enfrenta a problemas análogos en el seminario del semestre de invierno que profesa en Friburgo (Der Satz vom Grund 1955-1956). Heidegger era amigo de Heisenberg y no podía no estar fascinado por las consecuencias filosóficas que se derivaban de las teorías de este último, precisamente en relación a la razón suficiente y otros principios sobre los que se había cimentado el edificio de la ciencia y de la filosofía.
La cuestión de los principios sigue siendo terreno ignoto. Abordarla sin recorrer a los principios mismos sobre los que nos interrogamos, abordarla sin armas, es tarea enorme. No es de extrañar que de alguna manera Ortega tirara la toalla.

 

"Un uso más elevado"... De la mecánica cuántica (los pintorescos argumentos del cardiólogo Van Lommel)
Hastiado Descartes de que una disciplina tan importante para la vida del espíritu como la matemática se encontrará reducida a mero cómputo al servicio de disciplinas con finalidades prácticas, clamaba por " un uso más elevado de la matemática", una vinculación de ésta a la filosofía, es decir a la exploración de las determinaciones conceptuales que darían cuenta de los fenómenos del entorno natural y de la propia naturaleza humana.
Al menos Descartes no tuvo ocasión de quejarse por el hecho de que argumentos extraídos de la matemática, sirvieran de coartada para aspiraciones más o menos místicas que en ocasiones rozan la superchería. Menos suerte está teniendo una disciplina fundamental de nuestro tiempo.
En junio de 2012, el cardiólogo holandés Pim van Lommel, declaraba en un diario barcelonés "cuando mueres sólo cambias de conciencia", queriendo con tal frase sintetizar la tesis según la cual de alguna manera la muerte es un acontecimiento más, del que algunos regresarían. Asegura van Lommel que los singulares recuerdos de personas que han pasado por tal trance no serían alucinaciones debidas a la anoxia o carencia de oxígeno, sino retoños de una segunda conciencia en la que se daría una intersección espacio-temporal que permitiría no ya revivir sucesos pasados sino anticipar sucesos a venir. Nuestra conciencia convencional no sería según van Lommel más que "un retransmisor para esta dimensión de nuestro ser en varias...una especie de radio que sintoniza con este universo...[de tal manera] que nuestra muerte es sólo un cambio de conciencia, una transición [y así], sólo morimos en una dimensión para pasar a otras".
Carezco simplemente de base alguna para discutir tan sorprendentes aseveraciones. Sin embargo no puedo pasar por alto la respuesta que este profesor holandés da a una razonable pregunta del entrevistador, relativa a sí todo este discurso respondía a una convicción religiosa: "Es física cuántica. Yo no soy creyente. Muchas religiones se han acercado con técnicas de paso entre esas dimensiones, como la meditación o el misticismo".
Y para que no haya dudas el hombre remacha: "Hasta ahora la mecánica cuántica demuestra que la luz consta de partículas que al mismo tiempo son ondas-creo que nuestra conciencia las retransmite- dependiendo del estado del observador. Así que desde los gurús milenarios hasta los físicos cuánticos, cuando asumes tu transición sin miedo experimentas un anticipo de esa sensación de plenitud".
¡Caramba con el no religioso! Desde luego todo el mundo tiene derecho a consolarse con imaginarias plenitudes que serían constitutivas de un perdurar más allá de nuestra subjetividad actual, pero desde luego... ¡la física cuántica nada tiene que ver con eso! Para empezar no se ve lazo alguno entre la dualidad onda-partícula y la "retransmisión" de esa otra -u otras conciencias- a nuestro yo actual. Pero en cualquier caso -haciendo un esfuerzo de intelección- cabe suponer que Pim van Lommel habla de un mensaje que desde esa otra dimensión nos llegaría; un mensaje no vehiculado por los medios que la física convencional contempla (mensaje con soporte material o electromagnético); un mensaje del que tendríamos intuición todos y cada uno de nosotros y que sería la base de las inclinaciones religiosas. Pues bien:
Es necesario recordar que si bien la mecánica cuántica permite sin asomo de duda declarar que hay fenómenos de correlación que escapan a los lazos de contigüidad a los que responden sin excepción los fenómenos descritos por la física clásica, de ninguna manera tales correlaciones sirven para enviar mensajes, sean estos funestos o exaltantes para nuestra condición. La única forma de enviar un mensaje es utilizar los expedientes que posibilita la materia y el campo - una paloma mensajera, o una llamada telefónica o un fax- y nunca a velocidad superior a la de la luz. De tal manera que todo este asunto de mensajes cuánticos que nos vendrían del más allá es una mera pamplina.

 

"Un uso más elevado"... De la mecánica cuántica (la exigencia del pensar)
Reivindicaba para la Mecánica cuántica ese "uso más elevado" que el de servir de coartada para aproximaciones "espirituales" tras los que cabe sospechar la presencia de algún principio irracional de salvación.
Pues la grandeza de la mecánica cuántica nada tiene que ver con el más allá sino con la filosofía. He avanzado ya aquí que la mecánica cuántica que nos empuja a cuestionar las interpretaciones de la naturaleza forjadas por la filosofía en base a la ciencia natural de cada tiempo, nos priva sin embargo de las armas conceptuales para el embate.
El escritor que ha contemplado lucidamente en las páginas de Joyce o Marcel Proust, el desmantelamiento de los expedientes que permitían la narración clásica se ve impelido por una fuerza esencial a su función de escritor a continuar narrando. De la misma manera el pensador al cual la mecánica cuántica priva de los principios que han regulado el pensar metafísico y han sido incluso esencial contenido para el mismo, ha de continuar pensando, eventualmente buscando referencias en etapas arcaicas (los filósofos pre-socráticos son a veces evocados en este sentido), pero sin dejar de tener el pensar como causa final: el pensar mismo, aquello que en su forma de silogismo y de techne, hace la irreductibilidad del ser humano.

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26 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un periodista sin Twitter ni Facebook

Guy Talese Aunque llego tarde, pues ha sido noticia en el Facebook durante varios días, no quería pasar por alto la estupenda nota que Bárbara Celis publica sobre Guy Talese y su libro Vida de escritor (Alfaguara), la autobiografía del famoso protagonista del Nuevo Periodismo que empezó en New York Times y que ahora publica para New Yorker, Esquire o donde lo llamen, siempre bien pagado. Un periodista,como dice Celis, de antes de que existieran las redes sociales, el Facebook y el Twitter, pero que -queriéndolo o no- se ha vuelto modelo para esta generación de periodistas 2.0  Dice la nota:

Es posible ser periodista e informarse sin utilizar Twitter o Facebook y no tener correo electrónico, aunque eso es un lujo que solo se puede permitir un reportero que no vive bajo la dictadura del modelo informativo que prima en el siglo XXI: producir mucho y muy deprisa. Mientras las nuevas generaciones de periodistas entran en un mundo laboral en el que para llegar a fin de mes tienen que firmar toneladas de noticias a 20 euros, el veterano Gay Talese aún tiene la suerte de cobrar, y mucho, por dedicar tres meses y siete páginas a un reportaje en la revista The New Yorker sobre Marina Poplavskaya, una soprano con cero interés para el nuevo dios mediático: las redes sociales. Y el tiempo y el mimo que invierte Talese en su trabajo se notan, ya que algunas de sus piezas, como la titulada Sinatra está resfriado, publicada en la revista Esquire en los años sesenta, figuran entre las mejores de la historia del periodismo. (…) Sentado en un venerable hotel neoyorquino y con el mismo sombrero de gentleman que luce en la portada de la edición estadounidense del libro que ahora publica Alfaguara, el veterano periodista, con gemelos y corbata a juego y un pulcro traje hecho a medida como los que vestía Cary Grant en la película clásica de reporteros Luna nueva (His girl friday), defiende un libro que según los críticos estadounidenses no figura entre sus mejores obras. Pese a su título, apenas hay rastro de Gay Talese en su interior. Eso sí, a través de él uno entiende perfectamente la minuciosidad y la atención con la que aborda su trabajo. Es más, el grueso del libro lo componen reportajes que nunca llegaron a publicarse, como el que escribió sobre Lorena Bobbit (la mujer que le cortó el pene a su marido) para la revista The New Yorker, sus múltiples notas para elaborar un reportaje sobre restaurantes que tampoco llegó a ver la luz o sus dudas periodísticas durante su cobertura de las marchas por los derechos civiles en Selma en el año 65. ?Quería intentar descubrir quién soy, porque no lo sé muy bien. Creo que siempre me he visto a través de mi trabajo, toda mi vida he escrito sobre otros y siempre he tratado de quedarme al margen de la historia?. Y quizás por eso el título del libro confunda, porque no son unas memorias que describen la vida de este escritor, sino un autoanálisis del trabajo del escritor y su forma de abordarlo. ?Soy un escritor que escribe haciendo reportajes y además soy un reportero. La idea es que lectores y escritores descubrieran en qué consiste un trabajo en el que son tan importantes las historias que se publican como las que no?. Pese a los reveses laborales descritos en Vida de un escritor, Talese asegura que desde que publicó La mujer de tu prójimo (donde analizó el comportamiento sexual de los estadounidenses y donde él mismo expuso sus propias experiencias), poco a poco ha ido metiendo cada vez más de sí mismo en sus libros. Esa tendencia alcanzará su epítome en el que será su libro número 12, una obra sobre sus 50 años de matrimonio con la editora Nan A. Talese. ?Un reportaje exhaustivo sobre lo que significa estar casado y vivir en una casa como padre de una familia durante 50 años?. Esa familia supo por sus propias palabras de sus infidelidades setenteras y espera que acepte todos los detalles de un libro en el que lleva 10 años trabajando. ?Quizás a mi mujer no le guste, ya veremos. Mi vida es un libro abierto. Ella sabe todo lo que hago y la gente a la que veo, aunque haya cosas que no hablamos. Yo dejo constancia de todo lo que hago en una pizarra que tengo en casa y en las notas que tomo a diario?. En ese día a día también hay mucho periodismo, con lecturas intensas de toda la prensa neoyorquina. Hace dos años defendió el trabajo de los reporteros actuales en una entrevista con esta misma periodista pero hoy se retracta. ?Estoy decepcionado. El 11-S acabó con el buen periodismo. Con la excusa de la seguridad nacional la prensa estadounidense dejó de hacer preguntas, ya no cuestiona el poder. Creía que aquello acabaría tras los años oscuros de la Administración de Bush, pero con Obama no ha mejorado. Los periodistas de hoy siguen haciéndole el juego al Gobierno, son como funcionarios. Falta curiosidad y escepticismo en el tratamiento de Irak, Afganistán o incluso Siria. Y el ciclo de noticias de 24 horas que impone la red no ayuda porque los convierte en animales carroñeros?. Y suspirando, añade: ?No, no es un buen momento?.



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25 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hans Joachim Schädlich reseñado

Hans Joachim Schädlich El escritor alemán Hans Joachim Schädlich ha sido traducido al castellano gracias a Adriana Hidalgo. Su libro El viaje de Kokoshkin, cuyo protagonista es un botánico de 95 años, ha sido reseñado, para el blog de Eterna Cadencia, por Florencia Parodi. Dice la reseña:

El escritor es alemán, Hans Joachim Schädlich. El protagonista, ruso, Fiódor Kokoshkin, un botánico que en el presente de la novela tiene noventa y cinco años. El viaje de Kokoshkin tiene una especie de epílogo de una página, un diálogo entre él y su amigo Hlavácek, que lo acaba de acompañar durante un recorrido por Rusia y Europa. Pero la novela empieza con el embarque en un crucero en Southampton, camino de vuelta luego de ese recorrido, a Estados Unidos, donde Kokoshkin reside desde 1934. El viaje en crucero dura tres días y tres noches, y dentro de ese período se extiende la novela evocando también otros viajes. En la contratapa del libro se indica la superposición de tres tiempos: ?el presente de su regreso en crucero, el pasado reciente del viaje que ha hecho y la evocación de los recuerdos de infancia que ese viaje ha despertado?. Pero en realidad hay una línea más, que es la que se menciona en ese primer diálogo que funciona como epílogo (??Podríamos ir a pescar lucios (?). Como lo hicimos en Studená, Moravia?): la visita en la que Kokoshkin conoce a Hlavácek, en el 1968, durante los últimos días de la Primavera de Praga. El marco es sin duda el tiempo del crucero: así como empieza con el embarque, la novela termina con la llegada al puerto de Nueva York. A sus noventa y cinco años, Kokoshkin se define como un emigrante de profesión, pero también seduce como un profesional a una mujer con quien comparte mesa en el barco. Y no es menos experto a la hora de organizar, dosificar y condensar la historia de su vida relatada a distintos interlocutores. Su emigración profesionalizada se nota al principio en los detalles precisos sobre trances entre naves y países. Una vez en el barco: el manual del peligro, las instrucciones en caso de catástrofe. Cuando lleva poco tiempo a bordo conoce a sus compañeros de mesa del restaurant: Olga Noborra, una arquitecta alemana mucho más joven que él con quien le gustará pasar el rato durante el viaje; Oakley, un norteamericano que conoce de Boston; Frank y Lucy, una pareja de británicos, y el fagotista ruso Sajnovski. (…) El personaje de ficción que construye Schädlich se cruza constantemente con figuras reales como la de Gorki o Iván Brunin, y los acontecimientos históricos más dramáticos se aluden tangencialmente a través de las idas y venidas de Kokoshkin. El único suceso que se relata con detalle es la Batalla de Kahlenberg, que relata el único pasajero norteamericano de la mesa, Oakley, y define como el cumpleaños de Europa. Oakley le cuenta a los demás cómo los otomanos sitiaron Viena en 1683 y los ejércitos cristianos resistieron (?Juan Sobieski envió el estandarte del profeta al Papa con el mensaje: ?Vinimos, vimos, Dios venció??). Al final de su discurso se ocupa de los países islámicos: ?Tienen la bomba atómica, y la bomba atómica es su verga. Y todo esto lo justifican idiotas políticamente correctos, que también entre nosotros tienen la sartén por el mango. Ahora a los enanos hay que llamarlos personas con capacidades de altura diferentes?. Cuando termina, Kokoshkin le adjudica el mérito de llamar las cosas por su nombre. Esto no desentona con el final: la llegada al puerto de Nueva York con la visión al amanecer de la Estatua de la Libertad se parece más al final de una película norteamericana que a la conclusión de una historia sobre un personaje de origen ruso que atravesó entero un continente y un siglo, como si todavía fuera posible sostener la utopía de encontrar en Estados Unidos la calma política.



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25 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Encadenados

España necesita a Cataluña. Lo ha dicho solemnemente el presidente catalán Artur Mas. Para salir de la crisis, hay que contar con la locomotora catalana, viejo argumento forjado en la historia económica de este país que algunos habían dado por obsoleto. Y no solo contar con ella, sino que hay que cuidarla. Buena parte de las reivindicaciones catalanas, como el pacto fiscal, el eje mediterráneo o la gestión de las grandes infraestructuras portuarias y aeroportuarias, no se justifican únicamente por los intereses de los catalanes sino también por los intereses generales españoles. El ejemplo más plástico que se esgrime desde Cataluña es el del puerto de Barcelona: su conexión ferroviaria con un eje mediterráneo que enlace con la red europea desde Algeciras tendría un enorme impacto sobre la competitividad del conjunto de la economía peninsular.

Las nuevas teorías en boga, plenamente aceptadas por el nacionalismo catalán, nos aseguraban lo contrario, que la España de la globalización ya no necesitaba a Cataluña y que por eso se permitía desentenderse de las dificultades de los catalanes con la identidad, el encaje e incluso con los dineros. La accidentada peripecia del nuevo Estatuto de Cataluña sería, según este cuadro, la engorrosa exhibición de un esfuerzo inútil, un último espasmo de una vieja ambición periclitada. A la tradicional preocupación española le habría sucedido el desprecio y la indiferencia hacia los catalanes. La cuarta potencia económica del euro, quinta de la UE y novena o décima del mundo empezaba, según este relato eufórico, una nueva etapa desacomplejada y tranquila en la que los catalanes se verían obligados a adaptarse, a costa incluso de su desaparición como nación diferenciada. O a irse, añadía airada la voz independentista, nada menos que la del propio Jordi Pujol. Madrid ocupaba un lugar central en esta nueva teoría de España. Una gran metrópolis europea bien comunicada, sede de multinacionales, turísticamente atractiva, con los mejores museos del mundo, incipiente polo de innovación empresarial y tecnológica incluso, dejaba atrás la vieja idea de la capital tibetana de un imperio desaparecido, aislada en la meseta y desacoplada de la economía real. Madrid se va, escribió Pasqual Maragall. El segundo protagonista urbano de este cambio radical era Valencia, moderna ciudad portuaria, comunicada y coordinada directamente con Madrid en competencia con Barcelona. La España así vertebrada dejaba en el rincón a los catalanes, que habían pugnado secularmente por el liderazgo de España y se veían obligados ahora a competir con los valencianos y con todas y cada una de las autonomías por su ración de rancho igualitario en el reparto peninsular. Esto era antes de la crisis. Antes del desastre de Bankia y de que Rajoy y el PP iniciaran el descenso a los infiernos de la impopularidad con su mayoría absoluta. En mitad del vendaval, cuando vuela por los aires el sistema financiero sobre el que se había asentado el proyecto popular madrileño y valenciano, cuando el prestigio de la nueva España, ahora rescatada e intervenida, está por los suelos y las instituciones han sido corroídas hasta sus raíces por la polarización partidista, parece tan difícil para España prescindir de Cataluña al menos como para Cataluña prescindir de España. No en el corazón, que quede claro. El federalismo de las vísceras, el que se siente y se vive, nunca ha tenido raigambre alguna en el centro peninsular. Pudo tenerla el federalismo de la razón, de los argumentos; aunque los últimos embates estatutarios han dejado exhaustas las neuronas y no quedan voces que lo defiendan, ni en la España central ni en la periférica. Queda el federalismo de necesidad, reluctante y amargado, que funciona porque tiene las arcas autonómicas bajo la directa perfusión de las arcas del Estado, allana diferencias a las órdenes de Francfort, Bruselas y Berlín y crea solidaridades obligatorias entre todas las administraciones intervenidas, desde el municipio hasta el estado central pasando por las autonomías. Sin amor, pero encadenados.



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25 de junio de 2012
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Mentira podrida

Queremos ser intachables, pero nuestro ideal de bondad no es completo si no le añadimos un plus de audacia. Buenos pero no tontos, nos decimos. Honrados pero listos, bajo esa máxima de que «si tú no lo haces, alguien lo hará en tu lugar». Oscilamos entre el beneficio de la trampa para tener o brillar más, y la necesidad de vernos a nosotros mismos como personas honestas, ejemplares. Tanto es así que disculpamos la pequeña mentira, e incluso contamos con la aprobación del entorno: «Estoy en una reunión», dice en el gimnasio una mujer motivada, y es aplaudida por la complicidad de su entrenador. Dicen que las mujeres mienten para agradar ?también por cierta inseguridad en mostrarse como son? pero, como los hombres, lo que quieren es dar la mejor imagen de sí mismas. La primera vez que una mujer maquilla su edad se felicita por haber sido capaz, aunque luego se sienta un poco miserable y quiera rectificar sin quedar como una presumida. Porque quitarse un año, un kilo, tres novios, dos deudas o cinco arrugas no tiene demasiada importancia: lo inquietante es que uno se lo acabe creyendo. Los valores esenciales no admiten tergiversación. En tiempos de Madoff, Lehman Brothers y Correa crece la afición a las carambolas. Y lo más pasmoso es la ausencia de riesgo y moralidad. «No tengo conciencia de haber hecho nada malo» dijo el pasado jueves al dimitir Carlos Dívar. 32 viajes personales, 38.000 euros endosados al Consejo General del Poder Judicial. Sus mentiras no fueron sofisticadas: en lugar de cenas amistosas habló de cenas protocolarias y en vez de viajes por capricho aludió a invitaciones oficiales («No le hemos invitado, que nos enseñe la carta», le replicó el expresidente cántabro Miguel Ángel Revilla). Pero, ¿por qué un hombre recto, el jefe de los jueces, se empeñó en mentir hasta que la situación se hizo insostenible? Dan Ariely, profesor de Economía en la Universidad de Duke, acaba de publicar un libro sobre la mentira y la honestidad, y en él encuentro el chiste de un judío que pierde su bicicleta y va a pedirle consejo a su rabino: «Ven la siguiente semana a la sinagoga ?le dice? y cuando lleguemos al “No robarás”, observa quién te mira a los ojos. Ese será el culpable». A los siete días, el rabino preguntó: «Como un hechizo ?dijo el hombre?, cuando llegamos al “No cometerás adulterio” recordé dónde había dejado mi bicicleta». Ariely asegura que son minoría aquellos a quienes la mentira les lleva a cometer delitos graves, pero en cambio, la gran mayoría de buenas personas engaña «un poquito», sin mala conciencia, sea para parecer más joven, aparentar con un bolso de marca falso, redondear una factura o reclamar a un aseguradora. No seré yo quien amoneste la afición por las mentirijillas, pero no vaya a ser que si no desalentamos esa afición, el efecto contagioso del engaño nos acabe preparando para mayores transgresiones. (La Vanguardia)

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25 de junio de 2012
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Virtuosa del mal

De todas las malas de la antigüedad romana, Popea ha dejado seguramente una estela menos mefítica que Mesalina, Herodías, Agripina, Volumnia (la semi-legendaria madre destructiva del ‘Coriolano' de Shakespeare), o, a su distante modo faraónico, Cleopatra. Popea Sabina (hija de otra Popea Sabina de vida sólo algo menos turbulenta que la suya) fue glosada, sin eufemismos, por los grandes cronistas latinos, Cornelio Tácito, Dión Casio, Suetonio, y fuera de esa alta literatura histórica también figura destacadamente en una superproducción cinematográfica que amenizó nuestra infancia y las cadenas públicas siguen pasando religiosamente en Semana Santa. Me refiero, claro está, a ‘Quo Vadis?', la película filmada en 1951 por Mervin LeRoy con un reparto de grandes nombres, Robert Taylor, Deborah Kerr, Peter Ustinov, Leo Genn, Marina Berti, y en el que el rol de Popea lo encarnaba una actriz menos estelar pero de calidad, Patricia Laffan, procedente de los escenarios londinenses. Al igual que la emperatriz de la historia, pero con las libertades de Hollywood, la Popea fílmica se siente muy atraída por los ejércitos, representados en este caso por el tribuno Marco Vinicio (Robert Taylor), que vuelve victorioso de una campaña y, al enamorarse de la meliflua cristiana Ligia (la Kerr), despierta los celos vengativos de Popea, que lo desea. La trama de amor y sadismo, con incursiones en el género gladiador (célebre fue la escena del buen salvaje Ursus enfrentado a pecho descubierto a un toro bravo) trascurría, como muchos recordarán, sobre el trasfondo de una Roma aparatosamente incendiada, los recitados lánguidos del Nerón de Ustinov y la flema, realmente británica, del Petronio de Leo Genn.
Pese a esos oropeles del celuloide, Popea desempeña un gran papel de ficción gracias a la música, ya que, sin llegar a la abundancia operística de su augusto cónyuge, ha dejado gracias a Monteverdi y Haendel un surco inolvidable. Ausente del ‘dramatis personae' de la más que interesante ópera de Arrigo Boito ‘Nerone' (que se centra en las disputas con Simón el Mago) y del ‘Nerone' de Mascagni, de la que sólo conozco arias sueltas, Popea tiene por el contrario una gran relevancia en la ‘Agrippina' haendeliana (su segunda ópera italiana del periodo 1706-1710, estrenada casualmente en Venecia) y por supuesto en esa obra capital que es ‘L´incoronazione di Poppea'. En ambas se subraya su casquivana personalidad, tal como la relataron aquellos ilustres historiadores, pero los libretistas de Haendel y Monteverdi le rebajan grados de iniquidad; tal vez solo el teatro isabelino coetáneo y algo posterior a Shakespeare habría sido capaz de poner en escena las truculencias romanas que Cornelio Tácito y Suetonio nos han hecho llegar.
El de Popea fue un tiempo marcado por las sevicias, las conspiraciones y los asesinatos más atroces, tan frecuentes en los reinados de Tiberio, Calígula, Claudio, Otón y, por supuesto Nerón, cuyo formidable catálogo de concupiscencias y psicopatías incluyó el canibalismo y las ansias matricidas respecto a Agripina, que amaba a su hijo sin recato ni tabúes. De Agripina se cuenta, con todos los visos del dicho fabuloso, que, al vaticinarle unos augures caldeos que su adorado hijo Nerón llegaría a reinar pero antes la mataría a ella, respondió: "Que me mate, con tal de que reine". Ya emperador, y tal vez apremiado por Popea, que veía en su futura suegra a una rival en la cama regia, Nerón dictaminó y organizó la muerte de su madre, dudando sólo en el método: envenenamiento o degüello. No era una empresa fácil, pues, como escribe Cornelio Tácito en el libro XIV de sus ‘Anales', Agripina "estaba prevenida contra las asechanzas por su mucha práctica del crimen" (cito por la traducción de José Luis Moralejo en Gredos). Fracasado el intento de acabar con la vida de la madre en un naufragio ingeniosamente preparado, al final se optó por la matanza directa a cuchillo tras haber sido golpeada en la cabeza con un mazo. "Que Nerón contempló a su madre exánime y que alabó la belleza de su cuerpo, hay quienes lo cuentan y quienes lo niegan", añade con pundonor periodístico Cornelio Tácito.
En ese mundo desaforado y extremadamente lúbrico de la Roma de la decadencia aparece Sabina Popea, que usaba el patronímico de su bien reputado abuelo materno Popeo Sabino. "Tenía esta mujer todas las cualidades, salvo un alma honrada", escribe Tácito, quien asimismo destaca su hermosura, heredada de la de la madre, sus riquezas familiares, su conversación brillante y su cultivada inteligencia; el retrato de lo que el Renacimiento italiano llamaría, sin desdoro, una cortesana. Popea, que no distinguía entre maridos y amantes, "trasladaba su pasión adonde se le mostraba la utilidad", y estando ya casada con el noble romano Rufrio Crispino, lo cambió por el más joven y poderoso Otón, amigo de Nerón y posterior emperador. Y habría sido precisamente la alabanza constante que Otón hacía ante Nerón de la belleza y dotes amatorias de Popea lo que precipitó el nuevo emparejamiento, que, según Tácito, estaba lejos de hacer sufrir de celos al postergado, que veía en la posesión compartida de Popea un modo de reforzar el vínculo con el poderoso Nerón.
La imagen que da Tácito de Popea es demoledora; la joven patricia, una vez introducida en el palacio imperial, se habría valido de las estratagemas para seducir al emperador, quien, ya caído en sus redes, tuvo que sufrir los desplantes y remilgos de la amante, sólo calmada cuando al fin Nerón repudió a su mujer Octavia, acusándola de esterilidad, y se casó con Popea. Suetonio cuenta la historia de ese amor de modo más sucinto y con mayor simpatía hacia la mujer: "A los once días de haberse divorciado de Octavia, tomó por esposa a Popea y una vez casado con ella la amó como a ninguna otra mujer; pero con todo la mató también a ella de una patada, porque, un día que regresaba tarde de una carrera de coches, Popea, que se hallaba enferma y encinta, le cubrió de improperios. Tuvo de ella una hija, Claudia Augusta, pero la perdió cuando aún estaba en pañales." (cito la ‘Vida' de Suetonio por la traducción de Mariano Bassols de Climent en Alma Mater). Al tratar de la terrible muerte de Popea, Tácito vuelve a ser algo más benevolente hacia el emperador; admite la patada mortal casi como un accidente, negando que el marido la hubiese antes tratado de envenenar, "aunque tal es la versión de algunos historiadores, dictada más por el encono que por la convicción; de hecho Nerón estaba ansioso de hijos y prendado de amor por su esposa".
Los libretistas de Monteverdi y Haendel no sólo rebajaron, como ya hemos dicho, el grado general de las tropelías y arrebatos; se mostraron ambos más dulces con Popea, como si la silueta de esta mujer tan ‘rompecorazones' les hubiese a ellos mismos seducido. Francesco Busenello, jurista veneciano y antiguo embajador de la Serenísima en la corte de Mantua, le fue presentado al compositor, según ciertas fuentes, por su discípulo Cavalli, quien le sugirió que en Busenello encontraría al escritor idóneo para rematar, a la edad de 75 años, su repertorio operístico; fue en efecto la última escrita por Monteverdi, y a mi juicio su gran obra maestra. Busenello mezcla entre los personajes una trama celeste, que inicia la ópera, en un delicioso aunque tal vez innecesario prólogo con intervenciones de la Fortuna, la Virtud y el Amor. La acción terrenal empieza pronto, con un Otón anhelante ante la casa cerrada de Popea, a lo que sigue, en una de las escenas vocales de más carácter y atrevimiento del compositor cremonense, el diálogo entre los soldados que vigilan la casa de la amante del emperador. Hartos del permanente trasiego erótico del que son testigos y no parte, maldicen al amor, que no les deja dormir "ni estar ociosos ni una hora", mientras su señor descuida los asuntos de estado, roba a los ciudadanos, hace únicamente caso de los consejos del "pedante Séneca", y es "el perverso arquitecto que construye su casa sobre los sepulcros de los otros".
Busenello, que siguió el libro XIV de los ‘Anales' de Tácito, no traza ningún personaje enteramente positivo, algo que le permite a Monteverdi mostrarse sardónico, como en los retratos del filósofo Séneca y la nodriza Arnalta (cantada por un contratenor en la grabación de Harnoncourt y por el tenor José Manuel Zapata en la estupenda producción del Teatro Real ahora presentada en Madrid), y deliciosamente faltón cuando presenta a Nerón y a su ‘poeta en residencia' Lucano exultantes al saber el suicidio de Séneca en la bañera, una muerte ordenada por el propio emperador. Con Popea, protagonista de una obra con muchos personajes de importancia, tanto el libretista como el músico parecen rendirse y esmerarse, perdonando (dentro de lo posible) incluso su desorden amoroso. El ‘Tornerai?' ansioso con el que despide a Nerón en la tercera escena del primer acto es conmovedor y suena sincero, por mucho que a continuación sepamos que Popea tiene una capacidad de amar inagotable. Por supuesto no hay patada mortal a la mujer gestante ni túmulo funerario en ‘L´incoronazione di Poppea'. La obra acaba con la apoteosis que sugiere su título, en uno de los pasajes de más refinado lirismo de toda la (extensa) ópera, quedándose sus autores en una fase de feliz hechizo que olvida o difiere la histórica verdad de la tragedia y el crimen.
Vincenzo Grimani, al escribir más de sesenta años después para Haendel su ‘Agrippina' hace casi un vodevil galante, una comedia de enredos sin veneno ni incesto ni matanza. Tampoco hay coronación. Popea es una mujer libre que entona himnos voluptuosos (son estupendas y llenas de brío sus arias ‘Vaghe perle, eletti fiori' y ‘Se giunge un dispetto'); sólo quiere gozar junto al hombre amado, en este caso más Otón que Nerón, mientras Agripina, que aquí no muere por las malas artes de su hijo, sólo se preocupa de intrigar para que Nerón llegue al trono. La ‘Agrippina' de Haendel, en la que se ha querido ver un intento de sátira política encubierta (la figura ridiculizada del emperador Claudio sería así un trasunto del papa Clemente XI, enemigo político de Grimani), queda como anticipo de un drama jocoso que, unas cuantas décadas después de su estreno veneciano en la navidad de 1709, entronca con el espíritu más festivo de Cimarosa y Donizzetti.
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25 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pierre Michon eliminado de la Eurocopa literaria 2012

Pierre Michon. Foto: Daniel Mordzinski. Un enorme escritor de novelas breves, uno de los mejores del siglo XXI, Pierre Michon, representando a Francia, ha sido eliminado de la Eurocopa literaria 2012 de Moleskine Literario. Lo cierto es que el partido de ayer, que se anunciaba como uno de los mejores partidos de la Euro, fue un partido aburrido y denso. El primer tiempo de estudio, Francia prefirió poner a jugadores fuertes para contención (como Malouda) antes que jugadores rápidos, para tocar la bola, como Nasri. Además, como otros equipos le han hecho a España (y Barcelona), le cedió la bola a España, confiados en una individualidad de Ribery o de Benzemá. España con la pelota en su poder, no tuvo profundidad salvo en una ocasión, que fue el gol del primer tiempo. En el segundo tiempo se animó Francia, puso dos 9 en el área (Gouvu y Benzemá), puso a Nasri y creó más peligro, pero España aguantó bien el golpe (impecable Ramos y Casillas), mientras Iniesta no tuvo ahora acompañantes (mal partido e Cesc) y al final fue una jugada inesperada, una caída en el área de Pedrito (que para eso está este año, incluso en el Barca, para buscar el foul o inventárselo)  dio la tranquilidad. Doblete de Xabi Alonso y pasa España dejando demasiadas dudas.  Así es como Enrique Vila Matas logró pasar un partido que se le presentó muy difícil desde el principio, venciendo a Pierre Michón, que merecía más coraje del equipo que representaba, que cedió muy rápido el partido.Casi desde el vestuario.

Pierre Michon nació en 1945 en Cards, en la Creuse francesa. Estudió letras en Clermont-Ferrand, pero no publicó su primer libro, “Vidas minúsculas”, hasta 1984, cuando tenía treinta y siente años, que lo consagró de inmediato como uno de los grandes escritores franceses del siglo. Todas sus obras han sido publicadas por Anagrama.

Las obras publicadas en castellano son: Rimbaud el hijo, Vidas Minúsculas, Señores y sirvientes, Cuerpos del rey, Once, El origen del mundo.

Aquí hay una columna que Vila Matas, su verdugo en la Euro, le dedicó a Pierre Michon.

Y aquí una entrevista que José Manuel Fajardo le dedicó en el 2009.



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24 de junio de 2012
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