Sergio Ramírez
Paraguay es desde su independencia en 1811 parte de esa geografía de páramos autoritarios, dominado desde siempre por la figura del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia y Velasco, Supremo Dictador Perpetuo de la República, el célebre doctor Francia. El siempre poderoso Karaí Guazú, como se le llamaba en guaraní. En su novela Yo el Supremo, Augusto Roa Bastos lo ve como la gran sombra patriarcal que no termina de disolverse en la historia aunque pasen los años desde su muerte, cabalgando por las calles desiertas, frente a las casas cerradas a piedra y lodo, "bajo el enorme tricornio, todo él envuelto en la capa negra de forro colorado, de la que sólo emergían las medias blancas y los zapatos de charol con hebillas de oro, trabados en los estribos de plata".
El doctor Francia había convertido al Paraguay en un sepulcro cerrado para quienes vivían en su territorio, sin mendigos ni ladrones ni asesinos, pero también sin enemigos del estado, hacinados en los calabozos, o en los cementerios. Lo sucedió en el poder perpetuo su sobrino Carlos Antonio López. Tras su muerte en 1862, ese poder pasó a manos de su hijo, Francisco Solano López, disoluto aficionado a las faldas, premiado por su padre con las insignias de brigadier a los dieciocho años de edad, y elevado por sí mismo a mariscal.
En el primer cuarto del siglo veinte, el país tuvo quince efímeros presidentes, hasta que regresó de nuevo la dictadura perpetua con el general Alfredo Stroessner, que se mantuvo en el mando por 35 años seguidos, de 1934 a 1989, en nombre del partido Colorado, un verdadero partido único que llegó a gobernar por 61 años. Y el Paraguay conserva su misma raíz feudal desde los tiempos del doctor Francia.