Frase de Hemingway. Todo fue mentira. Fernando G. Campoamor fue el verdadero autor de la frase, que...
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Frase de Hemingway. Todo fue mentira. Fernando G. Campoamor fue el verdadero autor de la frase, que...
Leer en verano Mientras que Antonio Muñoz Molina recomienda leer Casa desolada de Charles Dickens...
AIRE DE DYLAN.- Enrique Vila Matas lee un fragmento y habla sobre su novela Aire de Dylan (Seix Barral 2012) para Letras de Vanguardia en Revista de Letras
No hay mayor amenaza para la seguridad nacional que un endeudamiento excesivo. Nada ata las manos de forma más firme ante los peligros potenciales que una economía hipotecada y dependiente de decisiones ajenas. El almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor de Estados Unidos desde 2007 hasta 2011, es quien mejor ha definido esta amenaza económica sobre la seguridad de su país, en una aproximación a los conceptos militares desde la economía que ahora mismo es especialmente pertinente.
No pueden andar muy lejos los conceptos manejados por otro almirante general, el español Fernando García Sánchez, jefe del Estado Mayor de la Defensa, que acaba de depositar sobre la mesa de su ministro, Pedro Morenés, un documento secreto sobre el futuro de las Fuerzas Armadas españolas en las actuales y pésimas condiciones de crisis fiscal. No es extraño, puesto que en todos los despachos oficiales españoles se amontonan en estos momentos las facturas y nóminas pendientes de pago y los planes de recortes que se nos exige para que vaya llegando el líquido europeo en cuentagotas. En el caso estadounidense, la amenaza de la deuda incide fundamentalmente en la capacidad de liderazgo global, y probablemente bastante menos en la seguridad y defensa del propio territorio. Incide directamente en los socios europeos, que tenemos subarrendada nuestra seguridad a Washington a través de la OTAN y somos cada vez menos objeto de atención en favor de los países asiáticos. Recordemos la bronca de despedida atlántica del secretario de Defensa Robert Gates, cuando afeó a los europeos su escaso compromiso presupuestario en su propia defensa. Si EE UU gasta menos en Europa, también los europeos gastamos menos en nuestra propia seguridad; lo que gastamos lo hacemos mal, con muy escasa coordinación y excesos de redundancias, y estamos ahora sometidos a la presión renovada de la actual crisis de endeudamiento. Estamos viendo que el euro es un ingenio defectuoso, pero la seguridad europea es una idea todavía más volátil porque los ya de por sí menguantes presupuestos de defensa de los 27 países miembros no suman, sino que restan. Con una Alianza Atlántica dubitativa, si no declinante, y una Unión Europea que no ha dado todavía el primer paso, los socios siguen pensando en su seguridad nacional sin darse cuenta de que un día pueden enfrentarse a una amenaza equivalente a la que pesa ahora sobre el euro, abordable solo desde una defensa europea ahora ni siquiera imaginada. La gravedad del caso es que los recortes militares que improvisan todos los países, España entre ellos, atienden cada vez menos a los conceptos europeístas justo cuando la unión fiscal y bancaria se impone para salir del pozo. Si salvamos el euro y si aprendemos la lección, que ya es decir, vendrá primero la unión política y luego la unión militar.
Marilyn Monroe lee en jeans mira más Famosos Leyendo en ?Mira quién lee? en Pinterest.
Lo ves. Y quieres que prenda en tu retina. Que la imagen se fije en tu memoria. Casi antes de vivirla deseas que se convierta en recuerdo. Lo contó admirablemente Nabokov el día que, atravesando los muelles de Saint-Nazaire con su mujer y su hijo, vieron asomar entre callejuelas la chimenea de vapor que los llevaría a Nueva York, y en ese momento se lo enseñó al pequeño Dmitri, con plena conciencia de que estaban viviendo un momento clave en sus biografías, un instante que el pequeño recordaría para siempre. Entonces no existían los smartphones, ni esa pasión que tanto se ha extendido de coleccionar momentos para tener a mano el pasado. «La gente se fotografía para probar que verdaderamente existió», cantaban The Kinks. También para constatar que fueron testigos de aquel atardecer en que el sol caía sobre el mar como un huevo frito. Por supuesto, nos gusta vernos. Capturar nuestro mejor rostro para autoafirmarnos al mostrarlo, consumiendo así el sueño narcisista de poseer un nutrido repertorio de yos. Jugamos a fotografiar la vida en un afán de búsqueda, como si nos hiciera seres más completos. La cámara del teléfono se ha convertido en una extensión de nosotros mismos ocupando los espacios en blanco que antaño considerábamos como horas muertas. Hoy, más de 420 millones de teléfonos inteligentes congelan el presente y han sofisticado de tal forma las costumbres que todos llevamos nuestra intimidad a cuestas, una intimidad portátil. Desde e esa pequeña pantalla nos sentimos a salvo, protegidos y blindados con nuestra agenda, nuestra música, nuestras aplicaciones y nuestros mapas. El caso es que nos precipitamos hacia el pasado en lugar de condensar el instante. ¿Acaso nos incomoda? ¿O el tecnoestrés nos empuja a almacenar la vida en un archivo digital en lugar de vivirla cara a cara? La pasión mundana por el clic viene de lejos. También la revolución de grandes fotógrafos, como Man Ray, Lartigue, Beaton, Evans, Avedon o Dorothea Lange que han logrado desvelarnos las otras pieles de la realidad. Annie Leibovitz afirmó en una ocasión que se da por satisfecha si hace cinco fotos buenas en un año: «conozco la diferencia entre una buena foto y otras de circunstancias». Tendríamos que tomar nota. Acaso lo que nos mueve, a uno y otro lado de la cámara, es la ilusión de escapar de la vida entendida como un fundido en negro. Y en su lugar, atrapar su fugacidad. (Marie Claire)
Lo maravilloso, y lo desconcertante, lo que tiene capacidad de despertar sorpresa y asombro, es esa contradicción constante de la historia, la peor de sus dialécticas, que hace de los revolucionarios tiranos, todo resultado de la convivencia de un mundo rural, antiguo, anacrónico, ecos de esclavos y gritos de encomenderos, con las pretensiones del mundo moderno, el mundo legal que fracasa siempre bajo el peso del caudillo enlutado, o adornado de charreteras. La supervivencia de aquel mundo viejo, al que nunca se come la polilla, produce el asombro. El desajuste es lo maravilloso, y es maravilloso porque es real.
En las páginas de El siglo de las luces suena el clarín de una batalla, la batalla por los derechos del hombre que encandilará la imaginación de ese héroe confuso que es Víctor Huges. La revolución francesa viene a proclamar la abolición de todos los privilegios reales, y los de casta, a anunciar algo tan peligroso y disolvente como el fin de la esclavitud. Y Huges la abolirá en Cayena y Guadalupe bajo el Directorio, agente fiel de Robespierre, y la restablecerá sin parpadeos bajo el Consulado, agente fiel de la restauración. Más que un agente del cambio será en adelante un agente del poder.
El ideal resulta en desilusión porque Huges, el héroe, ahora montea con perros a los esclavos que una vez liberó. Las revoluciones son hechos históricos que desbordan la suerte de los personajes. Un péndulo que va y viene, de la luz hacia la oscuridad, repitiendo el mismo viaje desde siempre. El poder, que se vuelve contra los ideales que lo engendraron. Las revoluciones terminan en fracasos éticos, y devoran a sus propios hijos, como Saturno. Y las palabras hermosas que acompañaron el despertar de los ideales siguen siendo las mismas, pero ya no significan lo mismo, y terminan cayendo en el vacío. No significan ya nada.
Regates cortos en la partida más larga y estratégica. Un tipo de jugada exasperante cuando las circunstancias reclaman pasos resolutivos y firmes. Así es la política interior israelí en el momento volcánico de las revueltas árabes. Hay una guerra civil que crece en el flanco oriental y un confuso cambio de régimen en el occidental, con directas repercusiones en la seguridad de Israel. El régimen tambaleante de Bachar el Asad retira sus tropas del Golán para sofocar la rebelión interna que crece sin freno. Los cambios en Egipto dan oxígeno a Hamás en Gaza, quiebran la estabilidad en el Sinaí y colocan bajo interrogantes los acuerdos de paz de Camp David.
Benjamín Netanyahu practicó primero el inmovilismo durante tres años, desde marzo de 2009 cuando tomó posesión, dedicado enteramente a destruir la nueva política de paz de Barack Obama para la región. Con el objetivo prácticamente cubierto, se arrancó el pasado mayo en una finta de las que hacen historia. Primero convocó elecciones para septiembre e inmediatamente suspendió la convocatoria para anunciar un gobierno de coalición con el nuevo líder de Kadima, Shaúl Mofaz, con un ambicioso programa de cuatro puntos sobre cuestiones centrales para el futuro: eliminar los privilegios de los religiosos ultraortodoxos ante el servicio militar, cambiar la ley electoral para limitar la fragmentación del Parlamento, dar mayor énfasis a las políticas sociales y reabrir el proceso de paz con los palestinos. El gobierno de más amplia base de la historia de Israel ha sido también uno de los de más breve vida. Apenas diez semanas ha durado una alianza que ha encallado en el primer punto, es decir, la incorporación al servicio militar de los judíos ultraortodoxos y de los árabes con nacionalidad israelí hasta ahora exentos. Tras aquel primer regate, otro movimiento tacticista este martes, por el que se rompe el gobierno recién formado, viene a demostrar la fragilidad y oportunismo de la alianza entre el Likud y Kadima, aunque no impugna la centralidad del programa acordado por Netanyahu y Mofaz, un exmilitar al que se le suponía mayor flexibilidad para negociar con los palestinos y lidiar con el peligro nuclear iraní. La evolución de la comunidad de los judíos llamados haredim o temerosos de Dios significa para el sionismo laico un peligro tan acuciante como la evolución demográfica árabe. Son el 11% de los habitantes de Israel, pero tienen una tasa de natalidad de 6,5 hijos por mujer y unos niveles de pobreza del 59% como solo se registran en países subdesarrollados. En la próxima década, si los árabes constituirán la mitad de la población entre el Mediterráneo y el Jordán, los haredim representarán más de un 17% del total. Todo esto agravado por la marginalidad económica de su población masculina ultraortodoxa, dedicada mayoritariamente al estudio de los textos sagrados judíos y subvencionada por el Estado gracias a la influencia de los partidos religiosos en todos los gobiernos, sean de derechas o de izquierdas. Todos estos datos, además de abundantes testimonios, aparecen en el libro Las tribus de Israel (RBA), de Ana Carbajosa, la corresponsal de este periódico en Israel. Yerach Tucker, portavoz parlamentario del partido religioso Torá y Judaísmo, le ha contado hace dos días los méritos de los ultraortodoxos para aspirar a una vida exenta de las obligaciones que tienen los otros ciudadanos de Israel: ?La nación judía ha sobrevivido al Holocausto, a todo, porque rezábamos. La nación judía no puede sobrevivir sin gente que rece noche y día. Somos un ejército de gente que reza?. La evolución demográfica señala unas prioridades, pero la política israelí vive de su fragmentación actual y de los cortoplacistas intereses de sus poderosas clientelas electorales. El país ha cambiado pero no hay forma de trasladar el cambio a las estructuras. En el momento fundacional en que el gobierno de Ben Gurión eximió del servicio militar a los haredim, el ejército orante de Israel estaba formado por 500 estudiantes. Ahora son 60.000, y siguen creciendo en una especie de mimetismo simétrico respecto a la islamización de los palestinos. Los fundamentalismos avanzan en ambos lados y el espacio para la ciudadanía laica se encoge, en Israel como en el vecindario árabe. De ahí que la doble curva demográfica, la de los ultraortodoxos y la de los árabes, componga una amenaza para el sionismo y por tanto para el futuro democrático de Israel. Sin ciudadanía y sin igualdad puede haber Estado judío, pero lo que no puede haber es Estado democrático.
Es muy posible que la historia de la metafísica, la historia de la disciplina que surge como reflexión conceptual tras la física, la historia de aquello que, desde Aristóteles cuando menos, ha constituido el núcleo de lo que se denomina filosofía, haya llegado con la Mecánica Cuántica a un punto de inflexión tan radical que de alguna manera sí quepa hablar de final de tal historia. La idea que intento expresar es relativamente sencilla:
La meta- física no puede ser lo mismo cuando la física tras la cual se constituye ratifica los principios rectores de nuestra relación con el orden natural y cuando la física conduce a dudar de la universalidad de tales principios, o más bien: cuando la física puede permitirse hacer abstracción de tales principios.
La metafísica que emerge en el prodigioso edificio de la mecánica cuántica es otra metafísica. Una metafísica para la cual las herramientas conceptuales forjadas en los principios de la metafísica clásica no sirven, Pero forjar unas nuevas supondrá un cambio radical de estrategia, sobre la cual seguiré aquí interrogándome.
Cuando el avión cierra sus puertas y el asiento de tu lado queda vacío. Cuando en la radio del taxi, una mañana tonta, suena una vieja canción que te gusta y que casi habías olvidado. O cuando vas a pagar, con mala conciencia, y la cajera te dice que esa prenda tiene un 30% de descuento. Cuando alguien que no conoces te saluda, otro lo llama por su nombre, y al despedirte tú lo repites tres veces aunque no sepas quién es. Cuando un día te pruebas unos zapatos que te molestaban y descubres que ya no te duelen. O cuando llenas tu maleta de libros con la esperanza de leerlos todos, aun sabiendo que no lo harás. Cualquiera de nosotros podría enumerar su particular colección de «momentos de inadvertida felicidad». Así titula Francesco Piccolo un breve libro que ahora publica Anagrama y que hace dos años enamoró a Italia. El autor, guionista del gran Nani Moretti, que ya demostró ser un agudo observador con Escribir es un tic, recoge en su original dietario sin fechas una colección de epifanías que consiguen que la gris realidad resplandezca. Me recuerda a George Perec o Joe Brainard, e incluso trae un eco de las Aguas de março de Jobim y Elis Regina. Piccolo encuentra un buen repertorio de razones que esbozan el sentido de la vida. A veces con cinismo, otras con fineza, o humor absurdo y lúcido, consigue que emerjan sobre el papel esos detalles insignificantes pero capaces de mitigar el angst existencial. He aquí algunos ejemplos del libro que enumeran con audacia lo insospechado e imprevisible que pervive en la cotidianidad: «Los gestos automáticos y rápidos de los farmacéuticos cuando envuelven los medicamentos», «girar la cabeza de golpe cuando se baila un baile latino», «las parejas que llevan muchos años juntas y juegan a las cartas en silencio, por la noche», «cuando mi mujer se pone una camiseta mía», «cuando se murió el canario», «todos los documentales, excepto los dedicados a la gente que cambia de sexo». Al igual que marcar en la agenda los asuntos pendientes nos ayuda a sentirnos mejor persona, como resguardándonos del atropello del presente, aparte de procurar una liberadora sensación de eficacia, lo infracotidiano -todos aquellos paréntesis, hallazgos, lugares comunes, manías e incluso corazonadas- nos hace buena compañía. Y roza los pliegues de una intimidad que en tiempos tumultuosos parece desenfocada. No son tiempos para grandes esperanzas, pero el pulso de la vida nos tiende a diario un anzuelo: el de identificar esos momentos de felicidad inadvertida que ahora, en plena intemperie nacional, son el mejor agarradero para seguir levantándose de la cama.
(La Vanguardia)