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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Arte Nacional

¿Hay un arte nacional catalán? Es una pregunta que mucha gente, catalanes incluidos, jamás se habrá planteado ni le importa. Yo no lo sé. Sí sé que el arte hecho por catalanes que más me interesa es sobre todo, si no exclusivamente, internacional. Nacional y arte son términos que casan en determinados períodos de la historia y en concretos territorios, aunque usualmente no suelen hacerlo por muy buenas razones. Pero tanto da, puesto que si nos entretenemos en descifrar el nombre críptico e impronunciable de uno de los mejores y más recomendables museos de Barcelona, deberemos concluir que sí existe el arte nacional catalán. En efecto, en la falda de la montaña de Montjuïc, instalado dentro de una horrenda construcción que responde al nombre de Palacio Nacional, se encuentra el MNAC, que alberga, entre muchas cosas interesantes, una colección maravillosa y única, que justifica por sí sola una visita al museo y a la ciudad, como son los frescos del románico del Pirineo, catalán por supuesto. Las siglas responden al largo y trabajoso nombre de Museu Nacional d´Art de Catalunya.

Un museo nacional dentro de un palacio nacional, con una nota de confusión adicional: el Nacional del Palacio no es el Nacional del Museo. El Palacio es nacional de la nación española y el Museo es nacional de la nación catalana. El primero, un pastel de estilo neorenacentista español, tan catalán como el museo en cuanto a autoría, fue una de las 'pièces de resistence' de la Expo de 1929, organizada en plena dictadura de Primo de Rivera, aquel personaje primero promovido por los burgueses catalanes y luego denostado por todos, para mostrar y exaltar, precisamente, el arte nacional? español. El segundo es uno de los más genuinos productos del arte local del pacto político, que ha dado una fructífera vida a los consorcios entre administraciones y tuvo su momento más feliz en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992: ayuntamiento, Generalitat e incluso ministerio de Cultura se sientan en su patronato. Los dos motores de este invento fueron el ayuntamiento socialista barcelonés y la Generalitat convergente, que se asociaron desde el primer día en una sociovergencia hecha de tensiones y acuerdos: el fallecido y ahora santificado Antoni Tàpies ideó un calcetín gigante y agujereado que debía colgar de la sala monumental del museo pero fue vetado por los instintos conservadores y antisocialistas predominantes en las filas nacionalistas. Pero entre los acuerdos figura el nombre: Nacional. A nadie le molesta, y al contrario, a todo el mundo le parece bien. Incluso a los escépticos en materia de arte nacional catalán. Un poeta e intelectual convergente, Carles Duarte, que preside el CONCA, otra sigla inextricable, con su correspondiente N, que quiere decir Consell Nacional de la Cultura i de les Arts, ha contado las razones de peso para tanta N: "Las tendencias (sic, ¿quería decir sentencias?) del Tribunal Constitucional -ha dicho al diari Ara- invitan a poner (nacional), porque lo cuestionan y te despiertan las ganas de decirlo alto y fuerte". Todo esto viene a cuento de que el director del MNAC, Pepe Serra, quizás olvidando toda esta extraña peripecia semántica, ha tenido la ocurrencia de plantearse en voz alta si este museo maravilloso no debería acogerse al prestigio de la marca Barcelona y a la venta de su mejor producto, los frescos románicos, para conseguir mayor impacto internacional y mayor atención del público. Sin darse cuenta de que el arte románico compite y en cierta forma interroga a la N de nacional y Barcelona hace lo propio con la C de Cataluña. Eso sucede, además, en un momento en que nuestras marcas internacionales sufren por efecto de la crisis, la insolvencia, la degradación de la deuda y los rescates europeos, con una única y especial salvedad consoladora: Barcelona. La capital catalana es una excepción en el paisaje de sufrimiento que vivimos: prestigio internacional, éxito turístico, niveles bajos de endeudamiento, buena solvencia e incluso inyecciones de liquidez municipal a las arcas del gobierno catalán. Cataluña y España son marcas a la baja, mientras Barcelona sigue subiendo y triunfando. No importa. La polémica ha quedado rápidamente zanjada desde el gobierno catalán: nadie tocará esas siglas. Desde el CONCA se ha procurado, sin embargo, no desautorizar al director del MNAC: Duarte considera que aporta ?dinamismo, capacidad y experiencia? y que su propuesta no debe ser banalizada. Algo se deduce de esta tormenta en el vaso de agua, o en el tarro de las esencias. Pepe Serra ha hecho una muy oportuna observación sobre la realidad catalana y barcelonesa desde la dimensión global y compleja del mundo en que vivimos, un lugar donde el anciano y casposo matrimonio entre el arte y las naciones está más bien de capa caída. Quizás su idea no avance ahora, pero ha puesto el dedo en la llaga. Ya avanzará algún día. Barcelona es un valor sólido y en alza, y el resto, en cambio, no es más que ideología.



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18 de agosto de 2012
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Nuestros mejores años

Parece que poco a poco, pero de un modo inexorable, nos vamos deslizando pendiente abajo hacia nuestro sólido fundamento, la pobreza. Es como volver al hogar. España siempre fue pobre. Incluso aquellos que creían no serlo, como los catalanes y los vascos, eran igualmente pobres comparados con cualquier individuo europeo, sólo tenían un pasar cuando se comparaban con sus vecinos. Una cosa era ponerse al lado de un recio aragonés o del agaitado gallego, que del enorme teutón o el carnívoro británico.

Los países pobres parecen desdichados, pero se exagera mucho. Hay que distinguir entre pobreza y miseria. Un bracero andaluz seguramente es pobre, pero tiene su casa limpia, la encala todos los años y pone flores lustrosas (pelargonios rojos principalmente) en el portal para que se advierta que allí vive gente civilizada y con honra. Por el contrario, ¿cuántas granjas no hemos visto cuyos propietarios son mucho más ricos, pero viven entre basura de porquerizo, neumáticos viejos, un tractor oxidado, uralita cancerígena y vacas cubiertas de boñiga seca? Estos no son pobres, son miserables.

Un pobre es cualquiera de esos aficionados al Real Madrid, al Barça, al Betis o al Deportivo de La Coruña, da lo mismo, que se viste de vikinga, se encasqueta una peluca con trenzas y sigue a su equipo hasta Hamburgo, en donde arma un ruido infernal y se abraza furiosamente a sus amigos, todos ellos talludos, heterosexuales e hirsutos, todos vestidos de vikinga o de gallega. Un miserable es el que masca un puro en la tribuna de invitados tratando de arrancarle un momio al presidente del club mientras se aburre mortalmente.

Establecida la diferencia, repetiré que nos deslizamos inexorablemente hacia la pobreza, pero no hemos de temerla porque es, por así decirlo, nuestra verdadera condición. Siempre hemos sido pobres y sabemos cómo apañárnoslas. Seguiremos armando ruido, vistiéndonos de gallega y haciendo el pata. Es nuestro sino. De vez en cuando, de en medio de esa masa informe y escandalosa, surge un tipo ensimismado, audaz, imaginativo y divino. Entonces escribe "El Ruedo Ibérico", pinta "Las señoritas de Aviñó" y compone "El sombrero de tres picos". Es un privilegio de los pobres contar con ciertos pobres de lujo que normalmente sólo se dan en tierras ricas. A esos pobres de lujo nadie les hace ni caso, pero son los verdaderos representantes del país y uno se siente muy a gusto con ellos. Por el contrario, en los países ricos a la gente la representan los políticos y ya sabemos qué ganado es ese.

Regresaremos, por lo tanto, a nuestra vida incompetente, retrasada, chapucera, al vuelva usted mañana, a la beocia, la faca, el berrido tabernario y el vino barato, pero con cierta dignidad difícil de definir. En los últimos tiempos, cuando aún soñábamos con ser ricos europeos con ríos caudalosos cruzando nuestras opulentas ciudades, empezábamos a dar síntomas de miseria. De pronto los hinchas del fútbol hablaban como economistas y disputaban sobre cuestiones ideológicas, como que si Muntañola quería ser andorrano o si Romualdo apoyaba la huelga de educadores. Las fiestas de pueblo se convertían en museos medievales, las algaradas adolescentes en manifestaciones con sindicalista de pago, los periodistas en analistas, las corridas de toros en ataques a la identidad. Estábamos pasando de la pobreza a la miseria.

Dos han sido los síntomas finales que me han hecho desear que llegue de una vez la pobreza nuestra de siempre. Una señora de Castellón de la Plana que se dirigió al distinguido público de Las Cortes diciendo algo así como "Que os metan un paraguas por el ano y que lo abran". Bien es verdad que es hija de un patricio que ha logrado lo imposible: estrenar la escultura más grotesca del país, y mira que las hay, pero la emulación con su progenitor no debería haberla llevado a la miseria siendo tan joven. Merecía haber pasado más años de pobreza.

El segundo caso es aún peor. Un subalterno del gobierno de Pujol, al escuchar de algún ministro español la célebre frase: "En lugar de cerrar hospitales cierre embajadas, hombre de Dios", contestó: "No me toques los cojones". Ahora que ha logrado alzarse a la miseria, este empleado catalán debería entender de una vez por todas que a partir de cobrar un millón de pesetas a costa del elector, ya no se tienen partes pudendas. Eso queda para los pobres.

Insisto. Aquí la riqueza nos convierte en tipos pretenciosos, ordinarios y patanes, un poco como el esperpento televisivo que nos ha traído el gran capital. La pobreza verán ustedes cómo nos devuelve a la vida verdadera, honesta, cavilosa y resolutiva.

(Artículo publicado en Jot Down Magazine)   

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17 de agosto de 2012
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VI. Ni beber, ni hablar mal de la autoridad

Otro delito contemplado en la Sharia es la falta de respeto a las autoridades públicas. Un estudiante preso por participar en manifestaciones contra el gobierno, envió desde la cárcel el año pasado una carta al presidente Mahmud Ahmadineyad; la carta fue juzgada insultante por el tribunal religioso, y, en consecuencia, el estudiante fue castigado con latigazos, con lo que, ya vemos, le llovió sobre mojado.
El estado clerical y total establece el Bien como una gran losa de plomo sobre la sociedad, e impone como norma la conducta perfecta, donde no puede haber el menor resquicio para las trasgresiones.
La frontera entre falta y delito, o entre pecado mortal y pecado venial, se borra, y no hay espacio para las debilidades humanas, ni tampoco para la compasión. Si el estado pudiera, castigaría hasta los malos pensamientos, y las intenciones pecaminosas.
Y precisamente por todo eso, la losa de plomo viene a estar cubierta por el manto de la hipocresía, y debajo campean, qué duda cabe, las trasgresiones. Los poderosos cometen en secreto sus pecados, y luego acuden a las salas de justicia, a lo mejor sometidos a las inclemencias de la resaca, a condenar a latigazos a los pobres bebedores.

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17 de agosto de 2012
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¿Nada nuevo en relación a la pregunta esencial?

Tras afirmar -cosa en lo que concuerdo con el autor- que la filosofía ha de estar ahí como una dimensión subyacente, un a priori, para que el pensar cotidiano y concretamente el pensar cotidiano de la ciencia, venga a desembocar sobre el pensar de calado (venga a "prestar atención a lo esencial"), y tras  alabar en este sentido la exigencia de Kant, a quien no interesaría una teoría científica de la ciencia natural, sino más bien el filosófico  punto de partida de la misma (aquello a lo  que aquí mismo me refería yo como algo a reencontrar), Heidegger   realiza esta declaración taxativa: "Para la pregunta de Kant,  la teoría cuántica no modifica nada esencial, ni nada esencial puede modificar ningún progreso de la ciencia"(parágrafo 26).

Punto final pues. La Mecánica Cuántica sería una etapa, singular desde luego, pero etapa al fin y al cabo, de la metafísica agonizante, una etapa de la coordinación de la physis bajo  moldes que suponen la desaparición del mundo, desarraigo-desaparición de  la comunidad originaria- entre los hombres y encubrimiento del ser.

Y sin embargo...la cuestión relativa al peso subversivo de la Mecánica Cuántica no queda cerrada. Ello obviamente porque  Heidegger no tiene a priori la última palabra al respecto. Pero es que ni ateniéndose al pensador de Friburgo e incluso a la Ejercitación que viene ocupándonos.

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16 de agosto de 2012
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V. Por cada trago un azote

La ingestión de bebidas alcohólicas es uno de los delitos penados por la Sharia, el código de conducta moral y religioso al que algunos países, constituidos en estados islámicos, entre ellos Irán, dan fuerza de ley; es el clero mismo el que está investido de la autoridad de castigar a los réprobos. Sharia quiere decir "camino del manantial", un manantial en el que, por supuesto, no puede caer una sola gota de alcohol.
Pero la Sharia no sólo castiga a los bebedores, ocasionales o impenitentes, sino también a los mujeres adúlteras, a los ladrones y rateros, y a los asaltantes de camino, cada delito sujeto a penas diferentes: los bebedores son azotados, las adúlteras lapidadas, y a los ladrones se les corta la mano tal como ocurre en los cuentos de las Mil y una noches.
La pena más severa, entre todas éstas, va para las adúlteras, pues son apedreadas hasta morir, y nada dice la Sharia sobre los adúlteros, que bien pueden visitar los lechos ajenos sin preocuparse de las pedradas; el ladrón pierde la mano con que tomó lo ajeno, y el bebedor se lleva sus latigazos en la espalda, con lo que, viéndolo bien, es el que, aunque adolorido, sale mejor parado, pues peor sería que lo pusieran a sudar la cruda bajo el sol inclemente del desierto, hasta morir deshidratado.

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15 de agosto de 2012
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La propuesta heideggeriana de ejercitación filosófica sobre la mecánica cuántica (I I)

Tras una consideración sobre Kant  y la condición interna de posibilidad de una metafísica, y el recordatorio de que la pregunta de las ciencias naturales es sólo un camino, viene en el texto de Heidegger que vengo evocando esta afimación ya de cierto calado:

"En la Mecánica Cuántica es decisiva la renuncia a la objetivilidad del acontecer natural -der Verzicht auf die Objektiviebarkeit des Naturgeschehens "

En una terminología más bien  imprecisa, Heidegger acaba retomando en sus notas el asunto digamos clásico: Lo que el llama "objetualidad" (Gegenständlichkeit) pasa en la física clásica por la doble determinación del imput  (dirección del movimiento y magnitud del mismo) y de la localidad (Ort). Cabría decir que sin la coomplementariedad de ambas determinaciones, la objetualidad no es completa. Y de tal incompletud  en el mundo de las partículas elementales, la Mecánica Cuántica da testimonio.

Esta constatación podría conducir a una revisión del concepto mismo de objetualidad. Si la objetivabilidad del acontecer natural  tiene el peso que tiene en la historia del apagamiento del ser y de su olvido,  entonces el hecho - reconocido por el autor -de que la física cuántica renuncie a la misma, debería suponer un acontecimiento mayor, algo así como una puesta en tela de juicio de ese apagamiento. No parece sin embargo que Heidegger considere esta vía. Hay finalmente en el texto de Heidegger como un esfuerzo por quitarle mordiente a la Mecánica Cuántica, por encasillarla en la historia convencional de un pensamiento marcado por una suerte de inautenticidad. Veremos sin embargo que esta reducción  ni siquiera casa totalmente con lo que Heidegger sostiene.

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14 de agosto de 2012
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