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Nuestros mejores años

Parece que poco a poco, pero de un modo inexorable, nos vamos deslizando pendiente abajo hacia nuestro sólido fundamento, la pobreza. Es como volver al hogar. España siempre fue pobre. Incluso aquellos que creían no serlo, como los catalanes y los vascos, eran igualmente pobres comparados con cualquier individuo europeo, sólo tenían un pasar cuando se comparaban con sus vecinos. Una cosa era ponerse al lado de un recio aragonés o del agaitado gallego, que del enorme teutón o el carnívoro británico.

Los países pobres parecen desdichados, pero se exagera mucho. Hay que distinguir entre pobreza y miseria. Un bracero andaluz seguramente es pobre, pero tiene su casa limpia, la encala todos los años y pone flores lustrosas (pelargonios rojos principalmente) en el portal para que se advierta que allí vive gente civilizada y con honra. Por el contrario, ¿cuántas granjas no hemos visto cuyos propietarios son mucho más ricos, pero viven entre basura de porquerizo, neumáticos viejos, un tractor oxidado, uralita cancerígena y vacas cubiertas de boñiga seca? Estos no son pobres, son miserables.

Un pobre es cualquiera de esos aficionados al Real Madrid, al Barça, al Betis o al Deportivo de La Coruña, da lo mismo, que se viste de vikinga, se encasqueta una peluca con trenzas y sigue a su equipo hasta Hamburgo, en donde arma un ruido infernal y se abraza furiosamente a sus amigos, todos ellos talludos, heterosexuales e hirsutos, todos vestidos de vikinga o de gallega. Un miserable es el que masca un puro en la tribuna de invitados tratando de arrancarle un momio al presidente del club mientras se aburre mortalmente.

Establecida la diferencia, repetiré que nos deslizamos inexorablemente hacia la pobreza, pero no hemos de temerla porque es, por así decirlo, nuestra verdadera condición. Siempre hemos sido pobres y sabemos cómo apañárnoslas. Seguiremos armando ruido, vistiéndonos de gallega y haciendo el pata. Es nuestro sino. De vez en cuando, de en medio de esa masa informe y escandalosa, surge un tipo ensimismado, audaz, imaginativo y divino. Entonces escribe "El Ruedo Ibérico", pinta "Las señoritas de Aviñó" y compone "El sombrero de tres picos". Es un privilegio de los pobres contar con ciertos pobres de lujo que normalmente sólo se dan en tierras ricas. A esos pobres de lujo nadie les hace ni caso, pero son los verdaderos representantes del país y uno se siente muy a gusto con ellos. Por el contrario, en los países ricos a la gente la representan los políticos y ya sabemos qué ganado es ese.

Regresaremos, por lo tanto, a nuestra vida incompetente, retrasada, chapucera, al vuelva usted mañana, a la beocia, la faca, el berrido tabernario y el vino barato, pero con cierta dignidad difícil de definir. En los últimos tiempos, cuando aún soñábamos con ser ricos europeos con ríos caudalosos cruzando nuestras opulentas ciudades, empezábamos a dar síntomas de miseria. De pronto los hinchas del fútbol hablaban como economistas y disputaban sobre cuestiones ideológicas, como que si Muntañola quería ser andorrano o si Romualdo apoyaba la huelga de educadores. Las fiestas de pueblo se convertían en museos medievales, las algaradas adolescentes en manifestaciones con sindicalista de pago, los periodistas en analistas, las corridas de toros en ataques a la identidad. Estábamos pasando de la pobreza a la miseria.

Dos han sido los síntomas finales que me han hecho desear que llegue de una vez la pobreza nuestra de siempre. Una señora de Castellón de la Plana que se dirigió al distinguido público de Las Cortes diciendo algo así como "Que os metan un paraguas por el ano y que lo abran". Bien es verdad que es hija de un patricio que ha logrado lo imposible: estrenar la escultura más grotesca del país, y mira que las hay, pero la emulación con su progenitor no debería haberla llevado a la miseria siendo tan joven. Merecía haber pasado más años de pobreza.

El segundo caso es aún peor. Un subalterno del gobierno de Pujol, al escuchar de algún ministro español la célebre frase: "En lugar de cerrar hospitales cierre embajadas, hombre de Dios", contestó: "No me toques los cojones". Ahora que ha logrado alzarse a la miseria, este empleado catalán debería entender de una vez por todas que a partir de cobrar un millón de pesetas a costa del elector, ya no se tienen partes pudendas. Eso queda para los pobres.

Insisto. Aquí la riqueza nos convierte en tipos pretenciosos, ordinarios y patanes, un poco como el esperpento televisivo que nos ha traído el gran capital. La pobreza verán ustedes cómo nos devuelve a la vida verdadera, honesta, cavilosa y resolutiva.

(Artículo publicado en Jot Down Magazine)   

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17 de agosto de 2012
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VI. Ni beber, ni hablar mal de la autoridad

Otro delito contemplado en la Sharia es la falta de respeto a las autoridades públicas. Un estudiante preso por participar en manifestaciones contra el gobierno, envió desde la cárcel el año pasado una carta al presidente Mahmud Ahmadineyad; la carta fue juzgada insultante por el tribunal religioso, y, en consecuencia, el estudiante fue castigado con latigazos, con lo que, ya vemos, le llovió sobre mojado.
El estado clerical y total establece el Bien como una gran losa de plomo sobre la sociedad, e impone como norma la conducta perfecta, donde no puede haber el menor resquicio para las trasgresiones.
La frontera entre falta y delito, o entre pecado mortal y pecado venial, se borra, y no hay espacio para las debilidades humanas, ni tampoco para la compasión. Si el estado pudiera, castigaría hasta los malos pensamientos, y las intenciones pecaminosas.
Y precisamente por todo eso, la losa de plomo viene a estar cubierta por el manto de la hipocresía, y debajo campean, qué duda cabe, las trasgresiones. Los poderosos cometen en secreto sus pecados, y luego acuden a las salas de justicia, a lo mejor sometidos a las inclemencias de la resaca, a condenar a latigazos a los pobres bebedores.

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17 de agosto de 2012
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¿Nada nuevo en relación a la pregunta esencial?

Tras afirmar -cosa en lo que concuerdo con el autor- que la filosofía ha de estar ahí como una dimensión subyacente, un a priori, para que el pensar cotidiano y concretamente el pensar cotidiano de la ciencia, venga a desembocar sobre el pensar de calado (venga a "prestar atención a lo esencial"), y tras  alabar en este sentido la exigencia de Kant, a quien no interesaría una teoría científica de la ciencia natural, sino más bien el filosófico  punto de partida de la misma (aquello a lo  que aquí mismo me refería yo como algo a reencontrar), Heidegger   realiza esta declaración taxativa: "Para la pregunta de Kant,  la teoría cuántica no modifica nada esencial, ni nada esencial puede modificar ningún progreso de la ciencia"(parágrafo 26).

Punto final pues. La Mecánica Cuántica sería una etapa, singular desde luego, pero etapa al fin y al cabo, de la metafísica agonizante, una etapa de la coordinación de la physis bajo  moldes que suponen la desaparición del mundo, desarraigo-desaparición de  la comunidad originaria- entre los hombres y encubrimiento del ser.

Y sin embargo...la cuestión relativa al peso subversivo de la Mecánica Cuántica no queda cerrada. Ello obviamente porque  Heidegger no tiene a priori la última palabra al respecto. Pero es que ni ateniéndose al pensador de Friburgo e incluso a la Ejercitación que viene ocupándonos.

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16 de agosto de 2012
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V. Por cada trago un azote

La ingestión de bebidas alcohólicas es uno de los delitos penados por la Sharia, el código de conducta moral y religioso al que algunos países, constituidos en estados islámicos, entre ellos Irán, dan fuerza de ley; es el clero mismo el que está investido de la autoridad de castigar a los réprobos. Sharia quiere decir "camino del manantial", un manantial en el que, por supuesto, no puede caer una sola gota de alcohol.
Pero la Sharia no sólo castiga a los bebedores, ocasionales o impenitentes, sino también a los mujeres adúlteras, a los ladrones y rateros, y a los asaltantes de camino, cada delito sujeto a penas diferentes: los bebedores son azotados, las adúlteras lapidadas, y a los ladrones se les corta la mano tal como ocurre en los cuentos de las Mil y una noches.
La pena más severa, entre todas éstas, va para las adúlteras, pues son apedreadas hasta morir, y nada dice la Sharia sobre los adúlteros, que bien pueden visitar los lechos ajenos sin preocuparse de las pedradas; el ladrón pierde la mano con que tomó lo ajeno, y el bebedor se lleva sus latigazos en la espalda, con lo que, viéndolo bien, es el que, aunque adolorido, sale mejor parado, pues peor sería que lo pusieran a sudar la cruda bajo el sol inclemente del desierto, hasta morir deshidratado.

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15 de agosto de 2012
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La propuesta heideggeriana de ejercitación filosófica sobre la mecánica cuántica (I I)

Tras una consideración sobre Kant  y la condición interna de posibilidad de una metafísica, y el recordatorio de que la pregunta de las ciencias naturales es sólo un camino, viene en el texto de Heidegger que vengo evocando esta afimación ya de cierto calado:

"En la Mecánica Cuántica es decisiva la renuncia a la objetivilidad del acontecer natural -der Verzicht auf die Objektiviebarkeit des Naturgeschehens "

En una terminología más bien  imprecisa, Heidegger acaba retomando en sus notas el asunto digamos clásico: Lo que el llama "objetualidad" (Gegenständlichkeit) pasa en la física clásica por la doble determinación del imput  (dirección del movimiento y magnitud del mismo) y de la localidad (Ort). Cabría decir que sin la coomplementariedad de ambas determinaciones, la objetualidad no es completa. Y de tal incompletud  en el mundo de las partículas elementales, la Mecánica Cuántica da testimonio.

Esta constatación podría conducir a una revisión del concepto mismo de objetualidad. Si la objetivabilidad del acontecer natural  tiene el peso que tiene en la historia del apagamiento del ser y de su olvido,  entonces el hecho - reconocido por el autor -de que la física cuántica renuncie a la misma, debería suponer un acontecimiento mayor, algo así como una puesta en tela de juicio de ese apagamiento. No parece sin embargo que Heidegger considere esta vía. Hay finalmente en el texto de Heidegger como un esfuerzo por quitarle mordiente a la Mecánica Cuántica, por encasillarla en la historia convencional de un pensamiento marcado por una suerte de inautenticidad. Veremos sin embargo que esta reducción  ni siquiera casa totalmente con lo que Heidegger sostiene.

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14 de agosto de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Adiós a la tristeza

Hace algunos años, una crisis personal hizo que mi médico de cabecera en los Estados Unidos me recetara Zoloft, un popular antidepresivo. La segunda noche que lo usé tuve tres impulsos suicidas muy fuertes. Para evitar una tragedia, mi ex-esposa debió esconder cuchillos y pastillas. Temprano a la mañana siguiente, llamé al doctor y le expliqué lo ocurrido. El doctor, sin inmutarse, me dijo que podía ser un efecto secundario, que debía usar Zoloft durante un par de semanas para que comenzara a funcionar en mi organismo, pero que, si estaba apurado, pasara por su consulta para que me cambiara de antidepresivo. "Cymbalta es como para ti", dijo, como si estuviera recomendándome una nueva marca de zapatos. Pero yo estaba tan asustado que decidí enfrentar mi crisis sin ayuda química.

Quizás los impulsos suicidas debidos al Zoloft no son muy comunes, pero lo que sí se ha vuelto normal es la forma en que los doctores prescriben antidepresivos, y la manera aun más fácil con que la gente deprimida o quizás no tanto acude a la consulta en busca de una pastilla mágica: Prozac, Paxil, Lexapro. Una amiga fue a ver a un médico y salió con cinco recetas diferentes (a las mujeres se les receta antidepresivos muchísimo más que a los hombres). Los doctores y farmaceúticos están orgullosos de estas pastillas: "lo que te estoy dando es el Rolls-Royce de los antidepresivos", fue lo que un amigo escuchó de un farmaceútico, mientras este le entregaba una receta para obtener Mirtazapina.

Hubo un tiempo en que tomar antidepresivos era un tema tabú. Todo cambió a partir de la llegada de Prozac al mercado, un cuarto de siglo atrás. Desde el 2005 que los antidepresivos son la clase de droga más usada en los Estados Unidos (hoy lo toman el 11% de los adultos). No hay duda de que ayudan, y mucho, en el caso de depresiones extremas, pero la publicidad ha banalizado su uso, y ahora es suficiente tener un bajón anímico, padecer de fobia social o que te digan que eres muy tímido para considerar la posibilidad de usarlos; en las universidades incluso hay estudiantes que los toman antes de la semana de exámenes, una forma de preparación tan importante como leer los libros asignados.

En su libro Coming of Age on Zoloft, Katherine Sharpe señala que hay una conexión directa entre los antidepresivos y la redefinición de nuestra identidad. Hoy ciertos problemas emocionales o de conducta se conciben simplemente como "desórdenes bioquímicos"; hay muchos adultos que han vivido tomando antidepresivos desde su infancia, por lo que no tienen muy claro quiénes son ellos verdaderamente, qué ha cambiado de su personalidad gracias al uso de estas pastillas. 

Estamos lejos de la poética melancolía freudiana. El modelo biomédico actual de entender la depresión es más prosaico e indica que todo se debe a la deficiencia de serotonina en el cerebro; sin embargo, como sugiere Sharpe, estudios recientes muestran que solo el 25% de los pacientes diagnosticados con depresión tiene niveles de serotonina más bajos de lo normal. A la hora de diagnosticar problemas mentales, tampoco se tiene en cuenta el contexto en que estos ocurren, por lo que se suele confundir una reacción normal -tristeza o angustia ante situaciones dolorosas- con un desorden psiquiátrico. A una amiga de 60 años le recetaron Prozac para enfrentar la vejez; tiene razón Sharpe en señalar que la vida parece haber sido "patologizada" completamente; se está llevando a cabo una "guerra química" contra reacciones humanas normales.

Nos preocupamos de los antidepresivos, pero Coming of Age on Zoloft muestra que lo que se viene es aun más complejo: los antipsicóticos atípicos, medicamentos con nombres como Spiron, Zyprexa o Quetiapina. Son tan fuertes que pueden "curar" cualquier desorden de conducta casi de inmediato, aunque su uso es polémico por sus efectos secundarios (aumento de peso, síndrome de piernas inquietas, etc). Puede que su inevitable popularización haga que, en los próximos años, terminemos agradeciendo la existencia de cosas más "suaves" como el Prozac o Zoloft. 

(La Tercera, 13 de agosto 2012)



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13 de agosto de 2012
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