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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La ley y la fuerza

El president Mas lleva razón. El conflicto entre legitimidad y legalidad que se está tejiendo en Cataluña no puede resolverse por las armas. Pero tampoco se resuelve con actuaciones fuera de la ley por parte de los gobernantes catalanes. Lo que hacen ambos tipos de actuaciones es agravar el conflicto, no resolverlo. Y de las dos, la que más lo agrava es el uso de la fuerza. Lo agrava tanto que lo puede convertir en un conflicto irreparable.

La solución es tan sencilla como difícil. Mas y Rajoy deben hacer en algún momento, lo antes posible por cierto, lo que no supieron hacer el pasado 20 de septiembre: ponerse de acuerdo y hacer un plan de trabajo para hacer dos cosas imprescindibles en este momento, como son salir junto de la crisis primero y rehacer el consenso constitucional español después.

Estamos en una larga carrera no apta para cardíacos, sentimentales o iracundos. Las apuestas van a seguir subiendo. También el tono y la gravedad de los argumentos. Las ventajas de unos serán entendidas como chantajes por los otros, los inconvenientes como amenazas, las observaciones imparciales como voluntad de desentendimiento. Esto será así, al menos, hasta las elecciones. Después se verá. En función de los resultados, de la situación política general y del estado de la economía. Hay variables exteriores que escapan al control de los actores internos de este conflicto. Por ejemplo, el futuro del euro y de la Unión Europea. Es evidente que a una Europa en estado de disgregación, que no es el caso, al menos todavía, le importaría muy poco lo que ocurriera en España. Pero también lo es que la Europa de ahora, a pesar del clima de crisis, no admitiría ni las ilegalidades de unos ni el uso de la fuerza de otros.

A pesar de la puja verbal y política, lo mejor es no hacer mucho caso a los extremos. Dejarse llevar por quienes se sitúan en la punta del arco político es altamente desaconsejable. Adelanto además mi pronóstico: no serán ellos quienes ganarán esta larga jugada en la que estamos metidos. Ha sido Jordi Pujol quien da por prácticamente imposible la independencia. Como correlato simétrico hay que excluir también que se mantenga la unidad de España tal como la interpreta el Tribunal Constitucional en su famosa sentencia sorbe el Estatuto de Cataluña.

Hay solución a este conflicto y se encuentra, como todo, en un punto intermedio que los políticos debieran encontrar y fijar lo antes posible. Cuanto más tarden, más alto será el precio que pagaremos todos por la solución. Y cuanto más tarden, más arriesgado e incierto será el camino que hay que recorrer, con mayores posibilidades de percances de recorrido, sobre todo por la crisis pavorosa que va cobrándose puestos de trabajo, crecimiento y derechos sociales a su paso.



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2 de octubre de 2012
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El hablar de Crusoe V

Insignia Crusoe

Todos y cada uno de nosotros confiamos en que algo nos distancia de la inmediatez de los seres vivos. Para que ello no fuera así tendríamos que perder toda confianza en la red de los símbolos que en todo momento y circunstancia mediatiza nuestro lazo con el entorno natural.
El escolar que lucha por dar significación al signo algebraico en su cuaderno, percibe rápidamente que solo tejiendo una red, digamos horizontal, entre los símbolos mismos tal significación es posible, y en ese momento cabe decir que piensa- y en consecuencia vive- como un animal raro, un animal ocupado en un mundo paralelo. Todo esto es bien sabido, por reiterado una y otra vez en discursos de carácter más o menos filosófico sobre la condición humana y la singularidad de sus instrumentos en el mundo animal. Pero no está claro que esté conscientemente asumido el hecho de que tal red de símbolos no constituye un mero expediente con vistas a objetivos que seguirían marcados por la exigencia de la animalidad individual y específica.
Cuando los efectos del segundo principio de la termodinámica se manifiestan en nuestros cuerpos y hasta en la agilidad de nuestro pensamiento, nuestra animalidad sabe que no hay ya finalidad ni proyecto cabalmente vitales. La propia subsistencia más que un objetivo es una suerte de mecanismo, que seguirá operativo mientras una singularidad mayor en el proceso de decadencia no ocurra. Desde el punto de vista de la economía que rige la organización de especies animales y la integración en la misma de cada individuo, lo que entonces toca es la pasividad, que probablemente se halle intrínsecamente vinculada a la rápida desaparición.
Y ni siquiera cabe pensar esto en términos valorativos. Pues a medida que la tensión vital se debilita, la curva de la traducción psicológica de las frustraciones se homologa por lo llano a la de la traducción de las expectativas. De no ir acompañada de sufrimiento físico, la astenia que supone la vejez, objetiva reducción del desequilibrio termodinámico inherente a la plenitud de la vida, no habría de suponer para el animal que somos sufrimiento psíquico, en el sentido genérico que los etólogos otorgan a esta expresión. Pues bien:
Es obvio que no es el caso, es obvio que la vejez genera angustia, si no en todo tiempo sí al menos en momentos en los que la pérdida que supone es simplemente reflexionada. Y también resulta obvio que en esta emergencia del mal psíquico, la inserción de la circunstancia física en lo simbólico juega un papel relevante. Si el animal que somos no tuviera entre sus rasgos el sopesar lo que acontece por su imbricación en el mundo de los símbolos, el debilitamiento de la potencialidad sexual (por atenerse al ejemplo más manido, pero también mayormente difícil de refutar) se traduciría simplemente en ausencia de excitación. Sabido es que no ocurre de este modo: en la vejez, aunque ni fenotípicamente ni genotípicamente responda su cuerpo a los imperativos de la sexualidad, el animal humano se excita sexualmente y en razón de ello sufre.
No es sin embargo esta perspectiva de la desazón psíquica resultante de la imbricación del propio cuerpo en el orden simbólico lo que ahora quiero aquí poner de relieve, sino más bien la perspectiva contraria:
La lucidez máxima respecto a la mermada situación propia en la economía que marca la vida animal no es óbice para que una persona pueda seguir afirmando con radicalidad la condición humana y prosiga una existencia serena y hasta reconciliada, y ello asimismo con perfecta lucidez.
Condición sine qua non es que esa persona, diezmada en su animalidad inmediata, no lo esté en lo esencial, es seguir: siga considerando que las múltiples redes del orden simbólico que recubren la realidad natural tienen un peso por sí mismas y que personalmente le toca un papel a jugar en alguna o varias de ellas. Esto puede ilustrarse ciertamente con el caso de la vida política, pero no lo elegiré por ser en realidad demasiado genérico.
La tesis que estoy intentando avanzar es que lo radical de la condición humana y el sentimiento de cual es el imperativo al que hemos de responder en cuanto representantes de la misma, se revela con mayor acuidad si se da la circunstancia de que el orden natural, y en consecuencia de ello el orden fisiológico, no pueden tener primacía sobre el orden de los símbolos, el cual sin embargo, tras empapar por entero al primero, lo reduce y reconstruye según sus propias exigencias.
La tesis se perfila añadiendo que incluso los imperativos de subsistencia pueden ser oportuna coartada para tal despliegue. Y así (por recurrir a un ejemplo sobre el que insistía Aristóteles) ese arranque de las matemáticas en forma de cómputos relativos al comercio con la naturaleza y entre los hombres sería peldaño para la deslumbrante veracidad que alcanza la disciplina entre los sacerdotes egipcios, atentos a la complejidad potencialmente infinita del tejido horizontal entre los signos; tejido que, fertilizado o actualizado, da precisamente a cada uno de ellos la capacidad de designación precisa, tanto en el horizonte propiamente matemático (3/5 como signo de una determinada partición de la unidad indiferente a la determinación cualitativa), como en el horizonte de la naturaleza sometida a la voluntad de intelección ( 3/5 como lazo del fenómeno físico sol al fenómeno físico do).

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2 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los rangos de los hombres

Murió pues el señor de Ciamonte, que administraba el ducado de Milán, y Guicciardini escribió de él: “Su valía era muy inferior a su cargo. Procedente del más bajo rango de los hombres, no conocía por sí mismo el arte de la guerra y tampoco confiaba en quienes la conocían”.
 
Parece una aplicación del pasaje hesiodeo de Trabajos 293 y ss.: “El mejor hombre es quien considera por sí mismo todas las cosas y entiende cuáles al cabo le convienen. Bueno es quien escucha al buen consejero. El incapaz de pensar por sí y de escuchar a otros grabándolo en su entendimiento es un inútil”.
 
Es admirable cómo escriben estos antiguos. Guicciardini asigna al alto noble la más baja cuna de un sistema de castas insuperable, y ejemplifica las categorías del sabio Hesíodo con más síntesis que el original. Hesíodo, por su parte, fue el primer escritor burgués de todos los tiempos: trata de la economía y la realidad.


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2 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Estado impropio

Lo siento, president, pero de Estado de derecho no hay más que uno. Y de momento no es catalán. Tampoco hay un Estado de derecho internacional. Ojalá lo hubiera y fuera al menos europeo. Seguro que facilitaría la existencia de un Estado de derecho catalán integrado, ese Estado propio dentro de la Unión Europea que pedían los manifestantes del 11-S. Lo único que hay es el Estado de derecho español, con independencia de que guste más o menos a unos y otros.

Artur Mas dijo el sábado, a propósito de la legalidad de una consulta sobre la soberanía de Cataluña, que seguirá "los marcos legales y el Estado derecho, sea el español cuando sea necesario, el catálán o el internacional cuando también lo sea". Pues no podrá ser. La única forma de que sea legal la consulta que se propone es hacerla dentro del marco Constitucional del Estado español.

Una de dos: o la realiza después de un intenso diálogo y un acuerdo final con el Gobierno español, que es quien debe autorizarla o alternativamente aceptar una reforma constitucional que la permita; o se convoca sin valor jurídico, en la línea de las consultas populares ya realizadas por multitud de ayuntamientos catalanes, sin el apoyo de Estado de derecho alguno para que se deduzcan consecuencias efectivas de sus resultados. El Estado de derecho español no es una nimiedad ni una formalidad. Artur Mas es presidente gracias a que hay Estado de derecho español. Si su victoria electoral el 25 de noviembre se da ya por hecha es gracias, entre otras cosas, a las disfunciones y defectos del Estado de derecho que han propiciado el clima secesionista imperante en Cataluña. Pero no hay otro. La regla de juego es esta, por imperfecta que sea. La base de todo, de la autonomía, de la recuperación de la lengua, de la integración europea y de la moneda única de nuestras crisis es el Estado de derecho español.

Esta idea es muy seria y gravita sobre la política catalana desde el 6 de octubre de 1934, cuando el presidente de la Generalitat del momento se olvidó de quién era y a quién representaba y se levantó contra la legalidad española y el Gobierno legalmente constituido para declarar el Estado catalán dentro de la República federal española. Nadie quiere en la plaza de Sant Jaume una repetición del 6 de octubre, y no tan solo por cómo acabaron la autonomía y su presidente a los pocos años, sino también por el respeto del principio de legalidad que viene exigido por todos, empezando por la comunidad internacional y el conjunto de los socios europeos.

El presidente catalán ha querido decir dos cosas con su curiosa teoría acerca del Estado de derecho. Hará las cosas dentro de la ley. Recordemos que incluso la ruptura pactada con el franquismo se hizo preservando las formas legales, "de la ley a la ley y por la ley", según palabras del inspirador del proceso que fue Torcuato Fernández Miranda. Y quiere jugar en la escena internacional para obligar al Gobierno español a sentarse y a negociar más que acogerse a una legalidad internacional que difícilmente puede responder a sus requerimientos.

Artur Mas ha avanzado todavía más. No le bastará con un 51 por ciento a favor en la consulta, sino que exigirá una mayoría indestructible e indiscutible. Nada de aprovechar la ventana de oportunidad para precipitar un proceso rápido de secesión como le exigen los más apresurados. No importa un año más, ha dicho. Ni dos legislaturas en vez de una. Mientras tanto, ha dejado de pronunciar el hexasílabo catalán de moda. Por si acaso. Su consejero de Cultura, Ferran Mascarell, para complicar más las cosas, ha declarado al diario Ara que "es un falso dilema escoger entre Estado propio y federalismo, porque la mayoría de quienes decimos que Cataluña necesita instrumentos de Estado somos federalizadores respecto a Europa y a España".

Estamos en campaña electoral. Formalmente desde el martes, cuando Mas convocó las elecciones. De facto, mucho antes, quizás desde que Rajoy obtuvo hace un año una mayoría absoluta y CiU escribió el guión que culminó con la ruptura en La Moncloa tras la Diada. Ahora es tiempo de levantar ilusiones y lanzar promesas, que solo comprometen a quienes se las creen.



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1 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Blasfemos y humoristas

En las primeras escenas, un grupo de fanáticos musulmanes —los reconocemos por sus hirsutas barbas postizas— destroza una farmacia cristiana, asesina a una muchachita con un crucifijo y saquea un rústico set virtual que intenta parecerse a una barrio egipcio. A partir de allí, un padre de familia copto explica a sus hijos la “verdadera” historia del Islam, según la cual Mahoma era blanco y rubio, y poseía el mismo nivel intelectual y emocional de los protagonistas de American Pie. Realizado con los recursos televisivos de los años setenta y con una panda de comediantes improvisados que no ocultan la chacota, Inocencia de los musulmanes, el video que ha desatado la furia de los auténticos fanáticos —y que le costó la vida al embajador estadounidense en Bengasi, Christopher Stevens— ha sido reproducido 14 millones de veces en YouTube al momento de escribir estas líneas.

 

            Lo primero que sorprende, por supuesto, es que una farsa tan lamentable y chapucera, llena de gags estúpidos y burdas provocaciones, sea capaz de provocar tanto odio. Si ese era su objetivo, lo ha logrado con creces: las manifestaciones se han sucedido en todo el orbe islámico —contra Estados Unidos en su conjunto, como si Obama o Hillary Clinton fuesen sus orgullosos productores—, mientras un conjunto de líderes árabes ha solicitado a Naciones Unidas reintroducir el delito de blasfemia (¿y los azotes?) y el siempre ocurrente presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, declaró en Nueva York que boicoteará la ceremonia de los Oscar, acaso pensando que Inocencia… está nominada en la categoría de “mejor filme antiislámico del año”.

            Desde una perspectiva laica, el asunto no admite vuelta de hoja: por indignante que pueda resultarle cualquier parodia, incluso una tan barata como ésta, a una comunidad religiosa, nada justifica los destrozos y las muertes. El problema radica, claro, en que buena parte del planeta aún vive fuera de la modernidad —incluyendo, para aumentar la confusión, grandes sectores de Estados Unidos— y considera que insultar a sus dioses es peor que insultar a sus madres. La reacción de estos creyentes puede parecernos primitiva, pero no carece de lógica: dado que para ellos su profeta es tan real como sus familias, se rebelan contra un sistema —ese fantasma llamado Occidente— que no prohíbe la blasfemia y no condena a sus practicantes.

            Cuando las revueltas aún no se habían agotado, la publicación de un nuevo paquete de caricaturas de Mahoma en la revista satírica parisina Charlie-Hebdo vino a “echar aceite al fuego” (palabras de sus detractores que la revista no tardó en convertir en una nueva caricatura). Previendo un viraje de la ira hacia sus ciudadanos, el gobierno francés se vio obligado a desalojar sus misiones diplomáticas en los países árabes y, limitando otro derecho humano esencial, prohibió las manifestaciones de protesta convocadas por los musulmanes de Francia. Según explicaron los editores del semanario, la libertad de expresión está por encima de cualquier consideración —incluida la mera prudencia— y por eso desoyeron las recomendaciones de posponer o suspender su publicación.

En Francia, cuna y adalid del laicismo, no existe en efecto el delito de blasfemia: uno puede burlarse de cualquier dios sin ser molestado. Pero tampoco es verdad que la libertad de expresión sea absoluta: si, con humor o sin él, alguien se atreve a negar el Holocausto, puede acabar en la cárcel. La cuestión no es, pues, tan simple: si los legisladores decidieron castigar a los negacionistas en virtud de la discriminación sufrida por el pueblo judío —y estuvieron a punto de aumentar a la lista el genocidio armenio—, ¿no aciertan los líderes islámicos al exigir un tratamiento similar? Por ello, los únicos límites a la libertad de expresión deberían ser el respeto a los demás seres humanos (vivos) y la prohibición de incitar directamente al crimen.

            En la medida en que defienden verdades absolutas, todas las religiones —es buen momento para resucitar a Marx— adormecen la conciencia crítica y están reñidas con el humor (parafraseando a Nietzsche, “yo sólo creería en un dios que supiese reír). Por desgracia, de unos años para acá, en especial a partir del derrumbe del comunismo, se ha impuesto la tendencia políticamente correcta a respetar las creencias ajenas sin cuestionar sus bases o principios. De hecho, numerosos estados promueven su renacimiento, conscientes de los réditos políticos que extraen de la fe. Igual que el nacionalismo, otra de las grandes amenazas de nuestro tiempo, la religión es un resabio ancestral que, con su alud de dogmas y fantasías, no hace sino privilegiar las diferencias y alejarnos de la auténtica tolerancia. La única solución viable a los desafíos de los fanáticos consiste en promover en todas partes el sentido crítico —y una de sus grandes herramientas: la sátira— en abierto desafío a la solemnidad, y el mal humor, de papas, popes, pastores, imanes y rabinos. 

 

twitter: @jvolpi



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1 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La casa inundada

Partiendo de la base de que es un perfecto desconocido para el lector medio actual, tratar de dar una idea de lo que va a encontrar quien sienta la curiosidad de averiguar cómo escribía Felisberto Hernández resulta complicado porque, para empezar, no se parece a ningún contemporáneo, ni de los nuestros de ahora ni de los suyos de entonces. Si acaso, leyéndolo a ratos viene a la mente Ramón Gómez de la  Serna, pero no acaba de ser una buena pista porque en el fondo desorienta más de lo que encamina. Más significativo es lo que dice el propio autor de sus cuentos: "...fueron hechos para ser leídos por mi, como quien le cuenta a alguien algo raro que recién descubre, con lenguaje sencillo de improvisación y hasta con mi natural lenguaje lleno de repeticiones e imperfecciones que me son propias".

Otra buena pista es resaltar su condición de músico. Un músico sin suerte, cabría añadir, pues pasó una gran parte de su vida tocando en cafés y teatrillos de provincias o poniéndoles emoción musical a las películas mudas. Pero tampoco es un dato seguro porque, bueno o malo, un músico es alguien que tiene una relación muy espacial con el sonido y el silencio. Y pongo el ejemplo de la anfitriona que en el cuento titulado "El balcón", impide que el músico/narrador se acerque al piano que hay en la estancia con estas palabras: "Perdone, preferiría que probara el piano después de cenar, cuando haya luces encendidas. Me acostumbré a desde muy niña a oír el piano nada más que por la noche. Era cuando lo tocaba mi madre. Ella encendía las cuatro velas de  los candelabros y tocaba notas tan lentas y separadas en el silencio como si también fuese encendiendo, uno por uno, los sonidos".

Al decir de quienes le conocieron y admiraron, gente como Julio Cortázar, Italo Calvino o Gabriel García Márquez, la mayor parte de su material narrativo, por abstruso, extravagante, surrealista o misterioso que resulte, provenía de su propia experiencia, razón por la cual no es de extrañar que casi siempre recurra a la primera persona. Pero, insisto, era un intérprete y por muy suyas que sean las experiencias que cuente nunca tienen un carácter personal y ni siquiera necesitan un marco temporal o geográfico. Se sabe que habla de Uruguay y Argentina y que las historias ocurren en la primera mitad del siglo XX porque el autor pasó gran parte de su vida en ambos países y porque muchos de los relatos fueron escritos en esa época, pero el lector que no guste de una información previa exhaustiva y  se limite a abrir el libro y empezar a leer sin más, difícilmente podrá localizar el lugar y la fecha porque la prosa de Felisberto Hernández posee esa cualidad intemporal y universal (por alejarla de lo local) que distingue a la expresión lírica. Y esta sí es una pista segura: La casa inundada transmite un poderoso aliento lírico sin otra apoyatura que el lenguaje. En su estupendo prólogo a la presente edición de  Atalanta, Eloy Tizón cita el momento, es de suponer que demoledor para un músico, en que al pobre Felisberto Hernández las cosas le van tan mal que se ve obligado a vender el piano, del que más tarde dirá, sin que en sus palabras resuene el más mínimo timbre de lamento o nostalgia "era una buena persona".

Si alguien puede considerar que su piano era una buena persona es perfectamente natural que en sus escritos un balcón se suicide presa de los celos, que los conciertos adquieran la atmósfera inquietante de un aquelarre, y que los ambientes en que transcurren los hechos, siempre a mitad de camino entre los onírico y lo metafórico, sean viejos caserones perdidos en la provincia, sucios hoteles de suburbio o polvorientos locales públicos. Y las narraciones, que se sabe dónde empiezan pero nunca dónde o cómo terminan, avanzan dando bandazos,  cabalgando sobre unas palabras que al asociarse abren como una ventana en el espacio que  nunca da sobre el paisaje que por lógica cabría esperar.

  De ahí que sea tan acertada la reflexión de Ítalo Calvino cuando dice: "¿Debe pedírsele más a un narrador capaz de aliar lo cotidiano con lo excepcional al punto de mostrar que pueden ser la misma cosa?".

Sólo una última advertencia que no por obvia me parece menos oportuna:  como les ocurre a tantos otros autores de ayer y de hoy, Felisberto Hernández no es un corredor de fondo y gana en las distancias cortas y espaciadas. El hecho de que prácticamente sólo escribió narraciones cortas parece indicar que también él se sentía más cómodo cuando escribía en un solo aliento, o en un estado de ánimo que se sostenía igual a sí mismo durante el tiempo que le  costaba abrir y cerrar una narración.  Y leerlo con el mismo ritmo en que él escribía parece una precaución acertada.

 

La casa inundada

Felisberto Hernández

Atalanta

 



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1 de octubre de 2012
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Putas y multas

Las multas a prostitutas duplican las de los clientes desde que el Govern decidió penalizar dicha actividad en la vía pública. Ya saben, “el cliente”-fino eufemismo para un espeso asunto- siempre tiene la razón, además de un coche o un par de buenos zapatos para salir corriendo. El estereotipo de la puta callejera responde al de una mujer subida a unos tacones inestables con el lápiz de labios corrido y las pupilas medio borrosas. Igual que la chica de lycra azul que me pidió un cigarro por los alrededores del Bernabeu, después del último Madrid-Barça. “Ha ganado el Madrid, ¿no? Mala suerte, hoy habrá mucho trabajo”, veinticinco años, los tacones, por supuesto, inestables y un chulo en la pantalla de su móvil. Tal como manifestaba la Síndica de Greuges el pasado jueves en El matí de Catalunya Ràdio, es arduo asistir a la penalización de las mujeres explotadas en auténticas telarañas mafiosas mientras siguen engordando esas organizaciones criminales cuyo único interés es económico. También se las persigue, “nos consta”, dijo Assumpció Vilà. Pero son otros negociados. Leo una carta dirigida al conseller de Interior, Felip Puig, y a la alcaldesa Martínez Juli, de La Jonquera, que pide el cierre del macroprostíbulo Paradise, donde ejercen más de 150 mujeres; su dueño ha sido condenado por proxenetismo, blanqueo y por formar parte de una red que introducía ilegalmente a mujeres brasileñas en nuestro país, pero aun así el club sigue abierto. La firman Mabel Lozano y la organización Change.org. “He traído unos terneritos”, se podía oír en las escuchas para referirse a menores. Otro artículo sobre prostitución, me digo a mí misma, probablemente como usted. Que si no es ni legal ni ilegal, que si abolirla es una utopía justo cuando la crisis repunta la actividad y si cabe la precariza… Que por qué no se prohíben los anuncios de contactos. Los informes de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa estiman que las ganancias del tráfico de mujeres duplican ya las del tráfico ilegal de armas. Tratar con cuerpos sin amparo es mucho menos peligroso que mercadear con la pólvora. El año pasado, la policía española identificó a 1.642 mujeres víctimas de la trafficking. La tendencia imparable hacia el progreso no parece hacer mella en el ejercicio de la profesión más antigua del mundo. Una escena de prostitución ensucia el paisaje, y más si nuestros hijos van en el asiento trasero del coche y sus preguntas nos incomodan. Pero regular las relaciones de intercambio sexual-económico nos produce temblores, empezando por gran parte de la clase política, eternamente anegada en el mismo debate. Mejor dejar hacer, dejar pasar… En cuanto a las multas -operación maquillaje o no-, sería deseable que el número de prostitutas penalizadas fuera inferior al de proxenetas detenidos.

(La Vanguardia)

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1 de octubre de 2012
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La familia Urdangarin va de viaje

Los viajeros estábamos todos acomodados, y el vuelo parecía a punto de cerrarse cuando hubo un revuelo. Habían entrado discretamente unos pasajeros, pero como eran tan altos (cada uno en su proporción) y tan conocidos, nadie pudo evitar mirarles curiosamente. Primero se sentó la Infanta Cristina, en butaca de ventanilla, pasaron a continuación los cuatro niños, que ocupaban asientos en la primera fila de la clase turista, y por último, después del breve ojeo de dos comedidos escoltas, el padre de familia, muy desmejorado de aspecto. "Está en los huesos", dijo la señora, tal vez canaria, que se sentaba detrás de mí. Despegó al fin el vuelo del Puente Aéreo Madrid-Barcelona de las 18 horas del pasado domingo 16, y el marido de la señora tal vez canaria, con su voz alta y menos melosa, nos lo aclaró a los ignorantes sentados a su alrededor: "Estos vuelven del cumpleaños de la Letizia".

            No hubo prerrogativas regias durante el vuelo de Iberia, que duró rigurosamente una hora. Sentado él junto al pasillo en la fila anterior a la mía, y al otro lado, era imposible, incluso cuando la curiosidad inicial se había disipado entre las nubes, dejar de ver la corpulenta y demacrada figura del duque de Palma haciendo lo que se hace en estas ocasiones aéreas tan gratamente exentas de la tremolina de los teléfonos móviles: hablar en voz queda, leer, dormir, tal vez soñar. Don Iñaki conversó tenuemente con su mujer, repasó las páginas de un cuaderno en el que tomó notas, y, como yo mismo un rato antes, cayó en una siesta reparadora. Reparadoras son, a mi juicio de gran dormilón en situaciones desacostumbradas, todas las cabezadas que uno da fuera del lecho y las horas prescritas, pero aquella tarde pensé que esos minutos de sueño serían especialmente lenitivos para quien quizá no lo concilie con facilidad al acostarse de noche. Y entonces se produjo el pequeño romance familiar.

     La niña y el segundo de los niños Urdangarin se acercaron a la fila de los padres y se los encontraron adormecidos (aunque yo a la infanta no la distinguía desde mi asiento). Los dos hermanos se miraron entre sí, con cara de perplejos al principio y de pilluelos a renglón seguido. El niño le sopló en una oreja a su padre, que no despertaba, y la pequeña dudaba entre no interrumpir el descanso paterno y no perder la ocasión  -habiendo conseguido zafarse del escolta infantil-  de travesear un poco con los papás. Fue ella quien optó por un despertar sin soplo en la cara ni zarandeo del brazo; se empinó sobre sus pies y le dio un beso al padre en la mejilla. Yo, que no tengo hijos y odio ser despertado en esas dormiciones extemporáneas que tan bien me sientan, aprecié la buena disposición del despertado, y volví al libro que llevaba entre manos. A la llegada al aeropuerto de El Prat, y puesto que la infanta y su marido viajaban en la primera fila de la cabina, el desembarco del avión, traídos prestamente los cuatro niños, con sus mochilitas individuales, hasta la puerta de salida, se hizo de nuevo con rapidez y discreción, aunque tanto la señora tal vez canaria y su marido, así como yo mismo, que desembarcamos después de ellos, pudimos ver que los Urdangarin bajaban directamente a la pista de cemento por la escalera auxiliar, al pie de la cual les esperaba una pequeña furgoneta de transporte y un vehículo de la Guardia Civil; el sargento que vigilaba la operación saludó militarmente a la Infanta cuando pasó frente a él, y ya no pude ver, al avanzar por la pasarela del ‘finger', si hubo saludo reglamentario al cónyuge.

    Nunca he sido un adepto del ‘ismo' de la monarquía, que, como todas las construcciones de fondo sobrenatural y forma dogmática, es ajeno a mi temperamento. El monarquismo, sin embargo, no me inspira el rechazo visceral que muchos amigos y otras gentes de lo más respetable profesan; históricamente siento por él la misma indiferencia que por el anabaptismo o, por poner otro caso extremo, el realismo socialista. Ese desapego no impide el reconocimiento de sus logros. Y así como al ateo más recalcitrante le resulta posible disfrutar trascendentalmente de las realizaciones pictóricas, literarias o arquitectónicas suscitadas por la teología de cualquier religión de cuya fe y ortodoxia reniega, los individuos concretos que ocupan tronos y llevan coronas que nadie o nada  -salvo un dios indocumentado o una componenda ancestral- les ha otorgado, pueden ser sujetos titulares de un poder simbólico de gran utilidad política para sus pueblos. Ese es en mi opinión el caso de la Casa Real española desde su restauración (tan anómala en principio) de 1975.

     No voy a repasar, por demasiado patentes, los errores de bulto cometidos en los últimos tiempo por el rey, y por la reina también (¿o se olvidan las palabras de tinte homófobo de Doña Sofía, nunca formalmente desautorizadas, en el infausto libro de Pilar Urbano?). La Casa del Rey parece estar ahora poniendo orden doméstico y doctrinal en asuntos que nos conciernen a todos, y eso, si queda sometido al escrutinio y el disentimiento de la ciudadanía, es positivo. Pero ahí está candente y pendiente el llamado ‘caso Noos', coincidiendo con un espíritu popular de indignación y revuelta no sólo frente a las medidas de recorte social que dicta el gobierno (o a él le dictan desde el norte de Europa) sino también contra todo privilegio, todo gasto injustificado y todo asomo de corrupción. Don Iñaki Urdangarin es, por el momento, el imputado de un delito grave y escandaloso, y el marido de la hija del jefe del estado. A ella y a su descendencia, mientras el curso procesal no sufra alteraciones, se le deben los miramientos propios de su rango; el saludo militar de la guardia civil, por decir algo de poca monta. Resulta sin embargo fundamental que la corona, que es una institución sostenida, dentro de los países democráticos, sobre un pacto simbólico, extreme en los próximos meses el cuidado del símbolo. Inaceptable sería, por ejemplo, que pudiera repetirse lo que sucedió el pasado febrero cuando el señor Urdangarin compareció en los juzgados de Palma, y el matrimonio, "por razones de seguridad", se alojó en un ala del Palacio de Marivent, que es un territorio que no pertenece a la familia Borbón sino al pueblo español. La seguridad, comprensible, del imputado y sus allegados la debe sufragar en estas circunstancias el propio interesado, sea su coste el que sea.

     Porque no hay que olvidar que, al lado de los muchísimos españoles decentes que, por principios, no quisieran tener a un monarca en la jefatura del estado, hay otros, nihilistas de extrema derecha los llamaría yo, que pretenden acabar con el sistema que ha funcionado bien casi cuarenta años y con la persona que, en sus luces y sombras, lo ha encarnado satisfactoriamente. Aquella tarde del Puente Aéreo a Barcelona, antes de despegar, tuve tiempo de leer en ‘El Mundo' el extenso reportaje en el que más de treinta "personalidades de la vida social" opinaban sobre la nueva página web de la Casa del Rey y el tratamiento que en ella se le ha dado a Urdangarín. Me llamó la atención que Federico Jiménez Losantos, con su inimitable estilo, expusiera en su respuesta lo que, me dicen los taxistas y algún amigo de manga radiofónica muy ancha, repite machaconamente en sus emisiones. Cito una de sus frases más tibias del reportaje: "El príncipe ha perdido y el rey está al lado del ladrón de su casa". Todos esperamos que se haga justicia, sin paliativos, en la resolución del caso Noos. Para restituir, para dar ejemplo y para castigar, si lo que la mayoría de la gente anticipa en la calle coincide con el dictamen de los jueces. Pero también para evitar que los rufianes de toda índole extiendan la sospecha de que no hay en nuestra sociedad morada para el justo, y ningún despacho bancario, mesa parlamentaria o palacio real libre de latrocinio.

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1 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La curiosidad es media vida

Lo decía mi abuela y yo creía que era una frase hecha, hasta que comprobé que en la preceptiva dominaban las acepciones negativas del estilo “la curiosidad es un vicio” o “la curiosidad mató al gato”. Ya ve, María Fermina Arrechea Larregui, tenga usted un nieto que se pretende escritor, para que a la criatura le lleve media vida distinguir un aforismo de una sinsorgada. Me he acordado a santo del “Curiosity”, el artefacto con ese nombre tan propio que indaga la gravilla marciana.
 
Curiosus en latín era el que tenía cuidado o ponía atención. En mala parte, la autoridad más antigua serían Terencio y, más de un siglo después, Cicerón, que lo usan como “fisgón”, y luego Suetonio, en su biografía de Augusto, donde ya aparece como “seguroso” o “agente de la policía secreta”. Pero el más explícito y antiguo al respecto podría ser Plauto que aforizó nam curiosus nemo est quin sit malevolus "no hay curioso que no sea malintencionado". Y aquí son obligados aquellos besos catulinos tan nutridos quae nec pernumerare curiosi possint "que ni los pedantes podrían enumerar".
 
Una derivación de los curiosi en mala parte sería los rerum novarum cupidi “deseosos de novedades”, dicho de los jóvenes incautos y de los conspiradores, revolvedores, sediciosos e intrigantes. Recurrente locución del léxico historiográfico, usada por Cicerón, Tito Livio, Tácito y hasta el papa León XIII. Hoy lo dirían de los narcisos rebañiegos que no tienen abuela y toman la calle con todo el derecho, incluido el de los demás.
 
La curiosidad como motivación de lectura ha sido celebrada con frecuencia. Menos, en cambio, se ha mencionado su cualidad inspiradora a la hora de escribir. A mí me motiva la curiosidad, uno nunca sabe qué va a poner y escribe para verlo.


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1 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cataluña internacional

Cataluña ya está en el mapa. Era uno de los primeros objetivos. Artur Mas ya no es un desconocido. La eventualidad de que España se rompa en dos está en estudio en las embajadas y cancillerías. Todos aquellos que saben algo del asunto, en Pekín y en Londres, en Washington y en Brasilia, son requeridos con urgencia por sus superiores para que lo expliquen. Contribuyó y mucho la Diada. No es frecuente la noticia de una manifestación tan multitudinaria, pacífica y tranquila, pero también clara e inequívoca en su petición. Ha remachado el clavo esta semana la disolución anticipada, los mismos días en que aumenta la presión sobre Rajoy, en la calle contra los recortes sociales y en el escenario internacional para que pida de una vez el rescate. No nos hagamos los olvidadizos: Cataluña ya estaba en el foco de atención internacional desde finales de julio, cuando Andreu Mas-Colell se adelantó en la BBC a pedir el rescate.

El razonamiento que sitúa a Cataluña en el eje decisivo es su peso y tamaño respecto a la economía española. Si Cataluña cae, cae España, y si España cae, cae el euro. Ahora tras la Diada, el órdago de Mas y la convocatoria de elecciones con intenciones plebiscitarias y constituyentes, la cadena adquiere una energía política demoledora. Cataluña es la Alemania de España pero está en la situación de Grecia: tiene su lógica que busque un lugar en el norte riguroso cuando se halla anclada en el sur malgastador.

La disolución parlamentaria es un fracaso político sin paliativos. Para Rajoy, claro. Estamos hablando de una amenaza a la integridad del país de la que Rajoy es responsable y de un socio parlamentario del PP que le hace la cama en el peor momento posible. No lo es para Artur Mas, al contrario, aunque difícilmente se le puede atribuir otra virtud política que no sea un sutil y educado maquiavelismo. Tiene las arcas vacías, bajo perfusión directa desde Madrid. Se halla propiamente con su administración intervenida. Ha efectuado los recortes más drásticos y rápidos de toda España. No se le conoce balance de sus dos años de Gobierno. Y ha conseguido imponer, en cambio, la agenda nacionalista sobre la agenda social y económica que las circunstancias exigen. Estos milagros políticos son infrecuentes.

La apuesta es muy alta. Una auténtica aventura. Para evitar equívocos ya ha tomado la vacuna: una vez cumplida la misión abandonará. Creo que fue Jean-Pierre Vernant quien definió al emperador como un aventurero que ha triunfado. Mas ya ha dicho que no quiere ser emperador. También lo ha dicho para convencer a quienes temen a los caudillos: se irá en cuanto toque el cielo. Con la fuerza que tiene detrás es inevitable que piense en este momento sublime y que aleje, en cambio, la idea y la imagen de la derrota. Sabemos muy bien cuál es el destino de los aventureros derrotados.



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29 de septiembre de 2012
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El Boomeran(g)
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