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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Usos y abusos del huracán

El 26 de octubre por la mañana el gobierno cubano anunció que el huracán Sandy había provocado once muertes en la isla. Al rato de comunicarse la noticia, Shirley Phelps-Roper, hija del pastor de una iglesia bautista en Kansas, agradecía a Dios en Twitter (@DearShirley) por su "juicio justo". Días después, continuaría con los agradecimientos, esta vez a Sandy por haber destruido las costas de Nueva Jersey y la ciudad de Nueva York, lugares llenos de gays, "en la escala más baja de la depravación humana". Shirley no estaba sola en ese deseo de ver signos de la intervención divina en Sandy; a pocos días de las elecciones presidenciales, no faltaron los pastores evangélicos que culparon a Obama del huracán.

Los desastres naturales -huracanes, tsunamis y demás- nunca son solo lo que son; siempre representan algo más, se han convertido en metáforas fáciles. Uno encuentra en ellos lo que busca. Las interpretaciones divinas han dominado, quizás porque esos desastres están ya entramados en el Apocalipsis de San Juan como símbolos, alegorías, formas en las que Dios o el Demonio se comunican con nosotros.

Si los huracanes van a representar algo, es mejor que dialoguen con la historia. En la literatura y el cine recientes hay ejemplos del uso del huracán sin intervención divina o maligna. En pocas literaturas aparece tanto el huracán como la cubana. Un ejemplo reciente es el de Ena Lucía Portela y su irónico "Huracán" (2009). En ese cuento, Mercy, la narradora, toma la decisión de suicidarse de una manera particular: quiere que un huracán se la lleve. El problema es que, cuando llega Michelle, no se sabe muy bien por dónde aparecerá; al final, este causa "derrumbes, penetraciones del mar, gran parte del tendido eléctrico por el suelo", pero la narradora sigue viva. No importa: persistirá en su decisión y se pondrá a esperar otro huracán.

En el cuento de Portela, el huracán sirve como metáfora de una fuga de la historia. La narradora sugiere que sus terrores desaparecen apenas decide suicidarse de esa manera, a fines de los noventa; es "una especie de exorcismo". El cuento se lee como una crítica feroz a una realidad intolerable; entre la naturaleza y la historia, la narradora se queda con la naturaleza. No es necesario que Portela mencione el castrismo para saber a dónde va dirigida su crítica.

El huracán Katrina ha dado lugar a Zeitoun (2009), de Dave Eggers, una gran crónica que captura la devastación producida por el huracán desde un registro intimista. Eggers no se libra del registro épico: el enfrentamiento produce la inevitable dicotomía de la lucha entre el hombre y el desastre natural. De ese lugar común para la literatura nacen algunas de las mejores páginas de Zeitoun. Zeitoun es un inmigrante sirio que decide quedarse mientras la gran mayoría busca escapar de Nueva Orleans. Quedarse le revelará el "nuevo mundo" post 11 de septiembre, en el que un musulmán como él puede ser sospechoso de transgredir la ley incluso cuando solo está tratando de ayudar. Pero en el fondo esta es una crónica de integración: Zeitoun quiere ser aceptado en su patria adoptiva, y nada hará que vacile su optimismo.

Beasts of the Southern Wild (2012) es la historia de Hushpuppy, una niña de seis años que vive en el Bathtub, una isla separada del resto de Louisiana, en la que vive una comunidad pobre pero orgullosa, con sus propios mitos y leyendas. La maravillosa -en más de un sentido- película de Benh Zeitlin usa al huracán de manera opuesta a Eggers: su llegada no propicia la integración al país, sino más bien reafirma el espíritu individualista del Bathtub, resistente a las órdenes gubernamentales de evacuar la isla. Hushpuppy siente que todo estará bien mientras su padre no se vaya de su lado y ella pueda refugiarse en el mito de los Aurochs (animales gigantescos que protegen al Bathtub).

Escape de la historia, crónica del enfrentamiento del ser humano frente a las inclemencias de la naturaleza, o deseo libertario de seguir viviendo en su enclave. Fuga del Estado-nación o integración a este: mientras se deje en paz a Dios todo estará bien con los usos y abusos del huracán.

(La Tercera, 3 de noviembre 2012)



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3 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Héroes, patriotas, emprendedores

Virginia es un estado muy especial. Es territorio fundacional y patria de los padres fundadores. Alcanza a la capital, Washington, en la orilla derecha del Potomac, donde se encuentran el cementerio nacional de Arlington y el edificio gigantesco del Pentágono. Son numerosas las bases militares, aéreas, navales y terrestres que hay en Virginia, desde Norfolk hasta Quantico. Es una circunscripción electoral históricamente propicia para los republicanos, pero en 2008 cayó en manos de Obama. En esta elección es uno de los tres estados decisivos, junto a Ohio y Florida, en los que se juega la presidencia este martes.

El jueves estuve en dos de los tres mítines electorales de Mitt Romney en Florida, justo cuando se clausuraba la tregua decretada oficiosamente por el huracán y sus efectos devastadores. El primero, en las afueras de Richmond, territorio agrario y conservador, y el segundo en Virginia Beach, de población militar nutrida. Uno a mediodía, desangelado y con poca concurrencia, en los pabellones de una feria agrícola y ganadera, y el otro por la noche, con asistencia numerosa y público muy motivado, en un pabellón de espectáculos al aire libre. En todos funciona el mismo modelo de oficio solemne patriótico con una oración por los héroes militares caídos, el recitado colectivo del juramento de lealtad a la bandera y el himno de Estados Unidos, antes de las arengas políticas. El decorado del primero, un tractor con balas de paja instalados dentro de la sala de actos como un bodegón, y la entrada teatral del autobús del candidato hasta la escalera misma del escenario. El decorado del segundo, menos estudiado y más natural, los F18 que por parejas surcan ruidosamente el escenario del pabellón bajo cielo abierto: es seguro que la organización contaba con ello y le permite a Mitt Romney señalar cuánto le gusta su rugido.

Tres rasgos a destacar de ambos mítines y del espíritu republicano. Sus reuniones son ante todo un acto de orgullo y de afirmación nacional, en el que se levanta los espíritus y se activa el entusiasmo. Los militares ocupan el centro del escenario sentimental de la patria: son los héroes a los que se convoca, se aplaude y se les pide que levanten el brazo para mostrarse en público. Y los emprendedores, los hombres de negocios en la terminología contemporánea, son la figura del éxito para todos los ciudadanos a los que el Gobierno debe favorecer con menos impuestos y menos gasto público.

El multimillonario Romney es la mayor garantía para los negocios, cosa de los emprendedores; mientras que Obama es exactamente lo contrario, la garantía para los subsidiados: el socialismo europeo, según dicen los carteles. Romney quiere más gasto público para los militares y menos gasto social, equilibrar el presupuesto sin subir impuestos. Obama quiere congelar el gasto militar y preservar el bienestar con impuestos a los más ricos.

También hay emprendedores en favor de los demócratas: sin ir más lejos, el multimillonario y alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, que apoya a Obama; y subsidiados republicanos: los militares que están en el mítin. No importa, porque además, emprendedores son, según uno de los mitineadores de Virginia Beach, los propios padres fundadores: Jefferson, Madison y Washington. Aquellos emprendedores, sin embargo, contaban con mano de obra de coste cero.



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2 de noviembre de 2012
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III. Los cronistas modernistas.

Pero antes de lo moderno, y lo postmoderno, existió el modernismo, y existieron los modernistas, que fueron periodistas, además de poetas, aunque solemos olvidarlo. Esas formidables crónicas de finales del siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte, escritas por la pléyade de modernistas que encabezó Rubén Darío, y que formaban Leopoldo Lugones, Amado Nervo, Vargas Vila, Gómez Carrillo, eran extensas, ocho a diez folios. El periodismo vivía su mejor momento, porque la crónica era su pieza fundamental, y más visible.

Imagino esos pliegos de letra apretada que abultaban los sobres y que viajaban por correo marítimo desde las capitales europeas hacia México, Bogotá, Buenos Aires, relatos hijos de la mano impaciente y no del tecleo, crónicas que no perdieron nunca su naturaleza literaria, que arrancaban en la primera página de los periódicos, y cuando pasaban a componer un libro se sostenían con la fuerza y la armonía que les daba, precisamente, su naturaleza literaria.

Es decir, gracias a la calidad del lenguaje podían sobrevivir a la hecatombe del diario que envejece y muere al día siguiente. Pero al mismo tiempo estaban los despachos por telégrafo que iban a través del cable submarino, la formidable invención transformadora de las comunicaciones en los albores de la era radioeléctrica.

 

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2 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gauguin desnudo y trajeado

La importancia de un cuadro no depende de las esquinas ni tampoco de su centro sino, obviamente, del diverso efecto que logra su totalidad. Sin embargo, ¡cuántos cuadros pierden su verdadera totalidad por culpa del marco! No se trata sólo de que el marco tape acaso un importante reborde del lienzo sino de que siendo el marco parte del cuadro influye mucho sobre su locución final.

En el artículo Meditación del marco que Ortega y Gasset incluyó en El espectador se dice que el marco no es "como el traje del cuadro", pero tampoco es un adorno. "Viven los cuadros alojados en los marcos... El uno necesita del otro. Un cuadro sin marco tiene el aire de un hombre expoliado y desnudo". ¿Una obscenidad?

Pues sí, esto sería aproximadamente lo que caracterizaría los cuadros de Gauguin, ahora presentes en la Thyssen de Madrid hasta el 13 de enero.

Actualmente los marcos se llevan menos y prácticamente nunca en los mayores formatos pero incluso a finales del siglo XIX y primeros del veinte, cuando vivió Gauguin (París, 1848-Atuona, 1903), nada le caía peor a su obra que el re-cuadro.

El re-cuadro le sienta al mundo desbordante y carnal de Gauguin como un tiro: un re-mate eficaz, que se carga la fastuosidad y la sensualidad del tema. No es culpa de la Fundación Thyssen, claro está. Estas obras llegan ya enjauladas y, si se quiere, largamente emasculadas por el rigor de la enmarcación.

Cuando Van Gogh y Gauguin se conocieron en el Grand Bouillon Restaurant du Châtelet, en Clichy, el pintor holandés se abalanzó sobre las pinturas de Gauguin de su estancia en la Martinica y dijo: "¡Formidables! No fueron pintadas con pincel, sino con el falo. Cuadros que al mismo tiempo que arte son pecados".

Mario Vargas Llosa es la fuente de esta anécdota que aparece en su hermoso libro El Paraíso en la otra esquina, donde a la biografía ardorosa y dolorosa del pintor francés se suman las flamas de la feminista Flora Tristán, su abuela materna.

Una apropiada recomendación para visitar la Thyssen estos meses es la lectura de la novela del Nobel peruano, pero también puede ser que, en la visita, el odio al marco se acentúe debido a la represión del orgasmo que procreó esas pinturas. "Esta es la gran pintura -decía además Van Gogh- (que) sale de las entrañas, de la sangre, como la esperma del sexo".

Sin marco, antes del marco, los cuadros son más o menos valiosos si cuidan o no sus lados, sus fugas y sus ángulos. En la puja de las subastas el licitador debería tener en cuenta estos detalles porque el autor que descuida esos espacios marginales denota, al cabo, una desgana contraria a la erección que la gran obra conlleva.

A estas alturas sabemos y callamos que la exaltación de un lienzo mediante un marco es un artificio "pornográfico". La mejora de un cuadro gracias a sus hermosos extremos es coherente con la autenticidad, la energía y el placer, factores todos ellos que corresponden al artista que pinta por necesidad, tal como el pájaro canta por biogusto.

El cuadro desnudo de marco se expone libérrimamente al espectador. Por el contrario, el cuadro enmarcado se halla de antemano preso, forma parte de la cultura registrada y puede alinearse junto a otros objetos que en nada tienen que ver con la sangre, el esperma, el sudor o las lágrimas.

En el instante de haberlo enmarcado, y tanto más cuanto el marco se muestra exuberante, la pintura pasa de la libertad al orden institucional puesto que el marco sería un instrumento que Foucault enumeraría entre los de "vigilar y castigar".

El marco, como la ventana, recorta y domestica el paisaje. El marco como la embocadura al escenario procura a las obras carácter "artificial", precisamente tras haberlas preparado para hacerlas espectáculo.

¿Contra el marco, pues? No siempre, no necesariamente. Imitando a Ortega, que se quejaba del poco espacio que le daban en el periódico, estas líneas pueden llamarse como aquellas: "Meditación del marco". Ni un centímetro más ni un centímetro menos.

 



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2 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paisaje después del huracán

Escribo desde los pabellones de una feria agraria de Virginia, muy cerca de Richmond, la capital del Estado y la vieja capital confederal, derrotada en la guerra civil americana hace siglo y medio. Una gran pancarta anuncia ya el resultado de la elección presidencial en la entrada misma: Victory in Virginia. Dentro de dos horas mitineará Mitt Romney. Virginia es uno de los tres Estados considerados como decisivos, que votó a favor de Obama en 2008 pero se ha convertido ahora en un Estado bisagra o indeciso.

No ha sido fácil llegar hasta aquí. Antes de subirme al avión, el martes por la mañana, la campaña electoral transcurría por un camino. Cuando llegué al aeropuerto Reagan ayer por la noche, 48 horas después, hoy de madrugada en Europa, la campaña ha cambiado súbitamente de tono y de dirección. Primero se aplazó el vuelo y luego tuve que viajar con tres escalas por medio para evitar la tormenta y encontrar un aeropuerto donde aterrizar. Durante todo este tiempo, dos días y un huracán, se ha dibujado un nuevo paisaje político justo a cinco días de la jornada decisiva. Igualmente imprevisible e incierto que el paisaje que dejé antes de emprender el viaje, pero distinto.

El ritmo de la campaña pertenecía hasta el lunes a Mitt Romney, que consiguió vencer a Obama en el primer debate y presentarse con una imagen moderada y presidenciable en los otros dos enfrentamientos dialécticos ante las cámaras de televisión. Los sondeos de opinión y los pronósticos de los gurús acompañaban al candidato republicano, que aparecía empatado con el presidente y en actitud desafiante y vencedora. Los spin doctors republicanos habían conseguido crear una espiral de optimismo con la que esperaban llegar con Romney como favorito a la jornada electoral.

Hasta el lunes. Hasta que llegó Sandy. Es la sorpresa de octubre, un tópico muy elaborado sobre las campañas electorales que anuncia un hecho imprevisible capaz de cambiar todos los planes y pronósticos antes del primer martes después del primer lunes de noviembre. La naturaleza es especialmente sabia en proporcionar este tipo de sustos. Los antecedentes políticos son notables, especialmente con el Katrina en el verano de 2005, en vísperas de unas elecciones de mitad de mandato que azotaron al partido republicano y a su jefe, George W. Bush con tanta crueldad como lo hizo el huracán con las costas y la ciudad de New Orleans.

La política es el arte de gobernar la crisis, el accidente, lo imprevisible. De ahí que ninguna circunstancia sea más adecuada para demostrar la capacidad de convicción y de liderazgo de un gobernante como una catástrofe. Quien sabe encontrar el tono y la actitud adecuada, sobre todo de empatía con los damnificados y con las preocupaciones de los ciudadanos tiene casi todo ganado. No todo el mundo sabe hacerlo: Bush no supo. Obama, en cambio, ha demostrado que sí sabe y que además funciona.

Obama ha suspendido la campaña durante tres días y se ha dedicado exclusivamente a la gestión de la catástrofe y a hacerse visible, aunque evitando proyectar la imagen de aprovechamiento político. La respuesta de Romney ha sido débil e insuficiente para contrarrestar al presidente. Con un inconveniente adicional: no tiene responsabilidades de gobierno y los ciudadanos quieren ver como sus gobernantes se hacen cargo de los problemas, aunque sea en mitad de una campaña electoral. Las imágenes de Obama enfrentado al huracán Sandy son la campaña más redonda y menos programada. Será difícil que sus efectos sean captados por los sondeos. El estado mayor de Romney sigue con sus aires victoriosos, pero después del huracán suenan más a hueco.



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1 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entre dos mundos

La cadencia presidencial de los Estados Unidos señala los hitos de la historia en construcción de forma todavía insustituible. Deberán pasar muchos años y producirse muchos cambios geopolíticos para que Washington pierda el privilegio de contar con el ciudadano que nominalmente pauta y rige el calendario de la política internacional. Los comunistas chinos, con los enigmas inextricables de su poder colegiado, deberán poner mucho de su parte para que las cosas cambien.

La elección presidencial sigue siendo por tanto un momento muy especial para todos, pues el mundo liderado por Estados Unidos se sitúa bajo los focos de un escrutinio cuadrienal y del nombre de un presidente. Ciertamente el primer magistrado estadounidense ya no es la figura de la guerra fría que respondía al nombre del líder del mundo libre, pero sigue siendo el hombre más poderoso del planeta y el que dirige la orquesta desafinada de la globalidad mal gobernada. De ahí que un ejercicio obligado ante una elección presidencial sea comparar el planeta tal como lo dejó Bush y tal como lo deja Obama, ya sea para sí mismo, en caso de una revalidación de su presidencia, ya sea para su rival Mitt Romney. El ejercicio completo para enjuiciar un ciclo entero de alternativas en el poder requeriría añadir a la comparación el legado de Clinton que recibió Bush; aunque no sea exactamente así, con memoria larga y comparativa, como se comporta la gran masa de los electores.

El 4 de noviembre de 2008, cuando los ciudadanos dieron a Obama una amplia y esperada victoria sobre McCain, Estados Unidos se hallaba comprometido en dos guerras sin salida, en recesión económica y con su imagen internacional severamente dañada. La aventura neoconservadora que había anunciado la hegemonía global de Washington durante el entero siglo XXI, el Siglo Americano, yacía en pedazos tras el fracaso de Bush en su intento de remodelar el atlas político mundial con nuevas reglas de guerra preventiva, relajación de los estándares en derechos humanos y limitación de las libertades públicas.

El contraste es cruel para Bush y el Partido Republicano. Retrospectivamente, en relación al legado de Clinton: crecimiento económico, cero guerras y unos amplios márgenes de acción internacional. Y también con el legado actual de Obama, aún sin consolidar: con crecimiento económico, Irak y Afganistán encauzados y la imagen internacional de Estados Unidos al menos parcialmente restaurada.

No se puede poner en la cuenta de un solo presidente el lento pero bien tangible declive de la superpotencia ante el ascenso imparable de los emergentes, con China a la cabeza, porque no se ha producido como consecuencia de decisiones erróneas tomadas desde la Casa Blanca. Está claro, en todo caso, que Clinton supo gobernar la globalidad con grandes dosis de multilateralismo y que Bush con su unilateralismo erosionó sin saberlo ni quererlo la hegemonía de Estados Unidos. Mientras China crecía y se consolidaba, Washington se enredaba en los zarzales bélicos y en el desprestigio de un antiterrorismo mal concebido y peor conducido y se endeudaba hasta límites que ponían en peligro su propia seguridad nacional.

Esos son los grandes trazos del dibujo, sin entrar en la filigrana. En ella encontramos las continuidades entre Bush y Obama. También un segundo Bush bien distinto del primero, que empieza el repliegue de Irak, lanza la Conferencia de Annapolis sobre Oriente Medio y comparte secretario de Defensa, Robert Gates, con su sucesor. Y la rectificación mitigada practicada por Obama, un político de talante centrista y conciliador a pesar del momento polarizado y radical que vive Estados Unidos y quizás todos. Obama manda menos en el mundo en 2012 que Bush en 2004, en las vísperas de su relección como triunfante combatiente contra el terrorismo internacional. Y es altamente probable que también Romney, si vence, mandará menos en 2016 de lo que manda Obama ahora.

Por más que se empeñe la derecha más lunática, todos sabemos quién es Barack Obama: que no es musulmán, que ha nacido en Estados Unidos, que es un ciudadano americano en todo, en su biografía, en sus ideas y en sus costumbres. A ninguna de las dudas lanzadas por los conservadores se deben los cambios de poder que se están produciendo en el planeta. Tampoco se anuncian ni presagian grandes sorpresas si tiene cuatro años más para profundizar en la huella de su presidencia.

Más difícil es saber exactamente quién es el ex gobernador Mitt Romney. Aunque no ofrece dudas su identidad biográfica, religiosa y cultural, sí las levanta su voluble identidad ideológica, en un final de campaña jugado en el centro político; tras pelear las primarias en el extremo y hacerse con las ideas del Tea Party; y después de aplicar políticas centristas como gobernador de Massachusetts. No es Obama, sino el candidato republicano, el candidato de la incertidumbre, no solo para EE UU, sino para la marcha del mundo.



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1 de noviembre de 2012
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Hambre y exigencia del espíritu

Amigos me hacen llegar un texto de la revista L' Esprit français fechado en agosto de 1930, en el que (respondiendo a una suerte de cuestionario) André Breton reflexiona sobre la relación entre la recuperación por el capitalismo del trabajo intelectual y la explotación por ese mismo capitalismo del trabajo del proletario. El asunto proporciona al poeta y ensayista la oportunidad de establecer una cuidadosa diferencia entre ambos tipos de producción: habría en el trabajo "manual" (las comillas se deben a que de hecho no hay quizás trabajo humano que no tenga su origen en las manos, las cuales -como señalaba Saramago- "piensan") un aspecto contingente, ya que cambia con las circunstancias históricas y sociales, mientras que el trabajo del artista o del filósofo respondería a una exigencia espiritual intrínseca, como expresión de ese "ardiente deseo de toda mente pensante", al que ya me referido aquí y que el físico Max Born situaba en la base de la condición humana. Breton llega a decir que este tipo de trabajo intelectual intenta colmar un apetito, una insatisfacción del espíritu... tan determinante como el hambre.
Es necesario precisar sin embargo que Breton enfatiza la necesidad de no confundir esta modalidad de exigencia espiritual con la que mueve a alcanzar honores, gloria, dinero, etcétera, la cual precisamente podría ser el enemigo mayor de la anterior. En relación al lazo entre esta segunda modalidad y la conciencia ególatra, he señalado muchas veces que en el momento en el que el escultor explora las vetas de un material, o el físico apunta a forjar una fórmula, hay mucho pensamiento y poca conciencia del propio yo, mientras que lo contrario ocurre en la apertura mundana de la exposición o la recepción del Nobel. Con la debida matización el argumento se aplica asimismo a la experiencia del fracaso social, pues en el momento fértil de ese trabajo del espíritu al que se refiere Breton, el fantasma del reconocimiento simplemente, o no se da, o está muy subordinado.
Un interesante aspecto de la reflexión de Breton es su insistencia en que el trabajo cabalmente artístico no puede realmente ser recuperado exhaustivamente por el sistema económico y ello por la razón siguiente (entre otras): "es imposible apreciar su valor según la medida común de la hora de trabajo. Si un poeta gasta un día para escribir un poema, y el zapatero el mismo tiempo para hacer un par de zapatos, no deja de ser cierto que dichos artículos no son intercambiables, y que, además, si el zapatero comienza de nuevo al día siguiente, no forzosamente el poeta será capaz de hacer lo mismo".
Breton habla de hambre de realización espiritual como Pinker habla de instinto para referirse al lenguaje. Ni una cosa ni la otra tienen sentido sin la asunción implícita de la tesis de la radical singularidad de la animalidad humana... Es muy sorprendente que en nuestros días haya que reivindicar una tesis que sería para Breton una perogrullada: el animal humano tiene exigencias que no son reductibles a las necesidades a las que responden todas las demás especies animales. ¿Qué ha pasado para que esto deje de estar claro? ¿Qué oscuros intereses se esconden tras la ideología negadora de esta verdad inmediata. Intereses desde luego exclusivamente humano, intereses vinculados a esa otra forma del espíritu a la que el luchador Breton se refería, el espíritu que tiene como máxima de acción la construcción de fortalezas que imaginariamente protegerían al yo de la finitud y de la muerte. Tras el deseo de confraternización con la animalidad abstracta se esconde quizás el repudio de la trágica y frágil animalidad que es la nuestra. Nietzsche tendría desde luego algo que decir.

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1 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los patriarcables

El domingo que viene, los coptos tendrán patriarca. El anterior se les murió en marzo, y pasa todo este rato hasta que un juicio divino les elige otro. Los coptos ya llamaban Papa a su patriarca antes que los romanos, y lo prueban citando a Cipriano de Cartago, con lo que recuerdan cuán africano es el pedigrí del cristianismo. El título en juego el próximo domingo canta “Patriarca de Alejandría, Pentápolis y toda África”, y será el 117 sucesor de Marcos evangelista.
 
Estas particulares monarquías no hereditarias tienen sus propios mecanismos de sucesión.  En el reinado católico  tienen el cónclave, donde en teoría  todos los cristianos serían candidatos y cualquiera de ellos podría ser elegido, aunque en realidad los posibles cabezas accedientes a la tiara son menos que pocas. Cierto es que se han dado casos en que se ha elegido sumo pontífice a alguien que ni siquiera era cura (por ejemplo, Francesco Piccolomini en 1503:  después de coronarlo, hubo que ordenarlo para que pudiera decir misa, pero solo celebró una y se les murió de emoción papal).
 
Para la corona copta, en cambio, funciona una peculiar cámara que recuerda a las del Viejo Régimen. Tienen tres estamentos: los obispos, que son unos 150, los laicos y los notables coptos designados por el presidente egipcio. Hay que notar que se trata de una minoría oprimida de quince millones de coptos en medio del hirviente océano mahometano y que, en buena medida, la intervención presidencial le da la mínima legitimidad de supervivencia. La asamblea electoral tiene unos dos mil quinientos miembros, de ellos la mitad son laicos y las mujeres llegan al cinco por ciento. Una quinta parte vota desde el extranjero, hay importantes diásporas coptas en América, Europa y Australia.
 
Son coronables aquellos obispos y monjes mayores de cuarenta años, que acrediten un mínimo de quince años vividos en un monasterio. Eso parece restringir mucho, pero aún así les salen cientos de patriarcables. La gran asamblea electoral deja unos cuarenta, para que durante el verano vayan menguando hasta diecisiete, y luego hasta cinco. Los descartes no son por designación de los mejores sino, al viejo estilo romano, por recusación de los peores, los dudosos, los antipáticos y cuantos sean menester.
 
Una vez descartados todos, han quedado los tres patriarcables retratados ahí arriba, y el domingo, como cierre de una de esas solemnes liturgias que duran más que una ópera wagneriana —un “agismos”, que viene a ser “misa” en copto— en la catedral cairota de San Marcos, un niño de nueve años con los ojos tapados sacará la bolita con el nombre del 118 patriarca, que se coronará el domingo siguiente. 


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1 de noviembre de 2012
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