TODAVIA QUEDAN VACANTES. LOS ESPERO ESTE JUEVES EN ?EL VIRREY?. (Enviar email de confirmación)
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TODAVIA QUEDAN VACANTES. LOS ESPERO ESTE JUEVES EN ?EL VIRREY?. (Enviar email de confirmación)
Ese bosquejo del sexo femenino intimidatorio y triunfalista. Esa etiqueta de mujeres de rompe y rasga, que imponen su ambición al sentido de la vida. Cada vez que escucho la expresión mujeres alfa siento un molesto cosquilleo. Mujeres que no dudan ni se quiebran, que anteponen sus intereses a sus credos, que sacan las uñas cada vez más pintarrajeadas y ridiculizan a los hombres porque no son capaces de hacer dos cosas a la vez. Triunfadoras que han conseguido sortear el determinismo -biológico y cultural- y reclaman más cuotas de poder. Me pregunto cuántas mujeres alfa conozco, y en verdad apenas logro identificarlas. Incluso aquellas cuyos logros las sitúan en la orla del reconocimiento público confiesan que aún no han conseguido librarse de la engorrosa sensación de impostura. Del gen de la inseguridad. De que se pongan en duda no sólo su preparación o su talento, sino sus ascensos. Cierto es que el retrato de las alfa es tentador. La erótica del poder femenino resulta vistosa, tan cinematográfica como irreal. El feminismo nunca clamó por un intercambio de papeles sexuales, sino por la igualdad de oportunidades para representarlos. Porque aunque ellas ganen más medallas olímpicas y se licencien con mayor proporción en las universidades, su índice alfa acaba languideciendo. Sólo el 4% de los consejeros delegados de las empresas de Fortune 500 son mujeres, y el 9% de los directores financieros. Los porcentajes son minoritarios en todos los ámbitos, desde la judicatura hasta los decanatos, y en política, a pesar de que arranquen el vuelo con fuerza, su paso suele ser breve y sin repuesto. Eso ocurre en Occidente. ¿Por qué? Aseguran voces como la de Anne-Marie Slaughter, que abandonó el Departamento de Estado norteamericano para dedicarse a sus hijos, que ellas tienen otro sentido de la ambición y no quieren imitar los patrones masculinos. Y así acaban rasando su vuelo de hembra alfa. Se trata de un debate controvertido que no debería descuidar el peligroso retroceso de la igualdad sexual en el mundo. Las violaciones impunes a mujeres indias que han emergido a la superficie a causa del asesinato de Amanat “porque andaba por la calle a las nueve de la noche”. Las niñas tiroteadas en Pakistán por defender su derecho a ir a la escuela. Las indonesias que ya no pueden subir en una motocicleta a horcajadas… “Queremos honrar a las mujeres con esta prohibición, porque ellas son criaturas delicadas”, aseguró el promotor de la norma. Todo eso sucede muy lejos de las listas de Fortune, pero tampoco ha faltado una dosis de publicidad incendiaria contra las llamadas políticas de género por parte de un obispo español. La buena noticia es que todas estas informaciones merecen titulares en los medios que demuestran que la realidad de las mujeres no cabe en una colección de matriushskas.
(La Vanguardia)
Como en años anteriores, respondí a la solicitud del suplemento Babelia (donde colaboro) y mandé una lista de los diez mejores libros de 2012. Y también, como en las veces anteriores, imponiéndome a mí mismo ciertas reglas: no opinar sobre libros de narrativa contemporánea en lengua española, mi terreno (aunque no habiendo publicado yo ninguno este año) y señalar en poesía los nombres de autores jóvenes no siempre suficientemente conocidos.
Acompaña mucho que, pasados más de veinte años de su muerte, aún queden inéditos (extraordinarios los dos primeros relatos) de Bernhard, y que siga la lenta pero exhaustiva labor de traducir (bien) a Gracq. De Michon, de Auster, de Javier Pradera, poco hay que añadir. Destaco por el contrario la gran riqueza del material recopilado por Bonet en su antología del ultraísmo, el descubrimiento para mí deslumbrante del poeta libanés vivo Abbas Beydoun (que llega traducido por Luz Gómez, la introductora en España del gran Mahmoud Darwix, con quien se relacionó Beydoun), el placer inmenso del libro sobre los ‘padres’ poéticos (con algunas traducciones propias comentadas) de Narcís Comadira, con Gimferrer el mejor poeta catalán actual, y la confirmación (si fuera precisa) del talento de Álvaro García y José Luis Rey, dos poetas que además de ser andaluces nada en común tienen en su escritura.
Ésta es la lista, pues:
1. Goethe se muere, de Thomas Bernhard (Alianza Editorial)
2. Capitulares, de Julien Gracq (Días contados)
3. Un minuto de retraso sobre lo real, de Abbas Beydoun (Vaso Roto)
4. El origen del mundo, de Pierre Michon (Anagrama)
5. Las cosas se han roto, Antología de la poesía ultraísta, edición de Juan Manuel Bonet (Vandalia)
6. Marques de foc, de Narcís Comadira (Ara Llibres)
7. Canción en blanco, de Álvaro García (Visor)
8. Diario de invierno, de Paul Auster (Anagrama)
9. Las visiones, de José Luis Rey (Visor)
10. Camarada Javier Pradera, edición de S. Juliá (Galaxia Gutenberg)
Algun día este dolor te será útil. Peter Cameron. Libros del Asteroide: 2012. 248 págs. Pueden...
El Rey tiene pocas cosas que contarnos. Y las pocas que tiene que contarnos nos las cuenta con tantas cautelas y sobrentendidos que apenas nos enteramos. El periodista que le entrevista, uno de los dos únicos conciudadanos suyos que le han entrevistado en sus 75 años, tampoco tiene mucho que preguntar: ¿cómo se siente?, ¿cómo definiría su ayer, su hoy y su mañana?, ¿de qué se sentiría más orgulloso?,... Y todo por el estilo. Es tanta la deferencia, tantos los cabeceos de asentimiento, que apenas hay una palabra que pueda suscitar atención en un intercambio tan inane. Obligadamente, el espectador se entretiene en los detalles. Del despacho donde se celebra, de los rostros y gestos, del tratamiento que se dispensan uno al otro. La sotabarba del Monarca, por ejemplo. La sensación de fatiga, de ahogo casi, que hay en su expresión ansiosa. Esa distancia pronominal borbónica, falsamente campechana, auténticamente regia, entre el tuteo y su majestad, incomprensible para el sentido democrático de las nuevas generaciones.
Nada se le pregunta y nada se responde sobre lo que más interesa, sobre lo único que interesa. En primer lugar, sobre los asuntos suyos y de su familia que mayores dolores de cabeza le han procurado: las imputaciones contra el yerno Urdangarin y las repercusiones sobre la esposa, la Infanta y sus hijos, todos ellos en la línea sucesoria; la cacería de Botsuana y las conjeturas sobre su vida sentimental. Todo tiene su explicación, que no justificación, pero si se trata de comparecer en público ante los conciudadanos no valen los amaños ni las medias verdades. Si no se puede asumir la explicación pública, como parece el caso, mejor el silencio, o confiar a otros la palabra. Más difícil de soslayar es que un Monarca de tanto protagonismo histórico mantenga una actitud tan extraña respecto a la crisis que afecta al sistema político e institucional español, en un momento en que muchos dan por liquidado el consenso constitucional mínimo para seguir adelante juntos. Sus medidas y escasas palabras sobre la falta de vertebración del Estado han sido entendidas como inhibición casi cobarde por la derecha nacionalista española y como intromisión inaceptable por el soberanismo catalán. Ahí sufre especialmente el Rey de la irresponsabilidad política que le otorga la Constitución, de forma que cualquier cosa que diga debe contar, y a efectos prácticos cuenta, como avalado por el Gobierno de turno, aunque luego pese sobre su prestigio e imagen.
Nada nuevo que contar sobre sí mismo y su familia, nada nuevo que contar sobre España. Todo lo otro, sobre la transición, la generación de la libertad, las bondades de su padre y de su hijo, ya lo sabíamos los que lo sabíamos. Los que no lo sabían, esas generaciones jóvenes que no votaron la Constitución ni saben nada del 23-F, estaban esperando, si acaso esperaban algo, que se les hablara del presente y del futuro y no de las batallitas estupendas de esta democracia única que nos hemos dado.
El Rey celebrado en la entrevista y en las opiniones de sus compañeros de cohorte generacional es el que empezó a ganarse el puesto y el sustento hace cuatro décadas con notable éxito. Dicha función no le corresponde al Monarca venerable y bonachón que respondía a las preguntas de su cumpleaños, con pretensiones de reivindicar su balance, mantenerse en el cargo y, en una circunstancia bastante difícil, sostener la posición con todo el tacto del mundo para no meter la pata. Todo ello es legítimo, pero muy insuficiente. Con este espíritu defensivo no se garantiza el futuro.
La Monarquía constitucional es un instrumento institucional al servicio de la democracia, responsabilidad directa, por tanto, del Gobierno surgido de las urnas. Saben los reyes que deben huir de los consejos y adulaciones de los monárquicos. Basta con leer y analizar las glosas y ditirambos de la prensa más proclive al culto monárquico para percibir que entre unos y otros le han servido al Rey un auténtico pastel de aniversario en el peor momento posible.
El 1º de diciembre del 2012, el PRI regresó a Los Pinos después de dos sexenios en la oposición; tres semanas después, el 21 de diciembre -el azaroso día en que los mayas anticiparon un cambio de ciclo y los publicistas del desastre lucraron una vez más con la idea del fin del mundo-, el EZLN reapareció marchando en cinco municipios de Chiapas y el subcomandante Marcos emitió otro de sus enigmáticos comunicados: "Es el sonido de su mundo derrumbándose/ es el del nuestro resurgiendo/ el día que fue el día, era noche/ Y noche será el día que será el día". Como si el nuevo gobernador de Chiapas -postulado por el Partido Verde y el PRI- hubiese decidido imitar la retórica zapatista, no tardó en responder en el mismo tono (con total indiferencia a la sintaxis): "El Gobierno del Estado de Chiapas saluda las movilizaciones, el silencio y la palabra última del EZLN. Son todos estos hechos una oportunidad para la paz y la justicia. El gobierno estatal reitera su voluntad y subraya la necesidad imprescindible de corresponder."
Diecinueve años atrás, el 1º de enero de 1994, el EZLN se levantó en armas contra el gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Aquella fue, sin duda, una tragedia heroica: al darle "voz a los sin voz", a esos indígenas que habían sido dejados de lado por la modernización neoliberal priista, Marcos fue capaz de trastocar el discurso de las guerrillas latinoamericanas, de inspirar a todos los movimientos de resistencia civil que le han seguido -de los globalifóbicos a Occupy Wall Street o el 15-M- y de preparar el camino para la anhelada transición a la democracia del 2000.
Observar de nuevo frente a frente al EZLN y al PRI, esos dos viejos enemigos, puede suscitar una irracional sensación de déjà vu, como si los doce años de gobiernos panistas hubiesen sido apenas un paréntesis o una anomalía -un error de cálculo priistas y zapatistas por igual- que, una vez superado, les permiten volver al punto en que abandonaron su confrontación. Por más seductor o abismal que nos resulte, este regreso en el tiempo es engañoso: el PRI del 2013 no es idéntico al PRI de 1994 (de hecho, ahora la hermana del sup es sub de Gobernación), del mismo modo que este Marcos no es el mismo que el de entonces. Y, por supuesto, el México de nuestros días es muy distinto de aquella ominosa época.
Como advirtió Marcos en un comunicado más explícito a principios de año, lo cierto es que ni los priistas ni los zapatistas se desvanecieron en el aire durante el interregno de la derecha: tras su forzada salida de Los Pinos, los primeros conservaron enormes cuotas de poder, mientras que, más allá de su aparente invisibilidad, los segundos mantuvieron sus posiciones y, por lo visto el 21 de diciembre, también buena parte de su apoyo en sus comunidades de base. Lo que ocurrió más bien es que, tras el insólito triunfo de Fox en el 2000, ni unos ni otros supieron acomodarse a los desafíos de la nueva realidad democrática. Durante los últimos 12 años, el PRI desaprovechó la oportunidad de reformarse, de encarar sus errores pasados y de apostar por un auténtico consenso democrático, mientras que, luego de marchar hasta el Zócalo en 2001, el EZLN pareció perder su rumbo debido a los constantes tropiezos de su líder, en especial tras su apoyo a ETA.
Apartado del poder central, el PRI concentró su poder en los estados, que continuó gobernando con las mismas artimañas y la misma impunidad de siempre; el EZLN, entretanto, radicalizó sus posturas y se enfrentó drásticamente a la izquierda institucional, incapaz de amoldarse a los desafíos que planteaba una sociedad que se había tornado más abierta y más dinámica, en buena medida gracias a su influjo. Paradójicamente, a la postre no fue sino la pésima gestión del PAN -el desbarajuste foxista sumado a la guerra contra el narco de Calderón- lo que permitió la resurrección de los antiguos rivales.
Difícil saber qué resulta más incómodo: la sensación de que Marcos sólo logra articular un discurso coherente al enfrentarse -o más bien provocar- a los priistas, o la de observar a los medios súbitamente enfebrecidos por sus comunicados cuando durante los últimos 12 años nadie se preocupó por ellos. Como sea, esta primera (o enésima) escaramuza entre el EZLN y el PRI no deja de tener elementos alentadores: el revival del subcomandante ha roto la aclamación unánime que ha recibido el nuevo gobierno -una ayuda de memoria siempre necesaria- y ha devuelto a la mesa la agenda indígena después de todos estos años de (reiterado) olvido.
Lejos ya de su vena revolucionaria, al EZLN se le ofrece (otra vez) la oportunidad de contribuir al debate democrático justo cuando los partidos de oposición parecen más extraviados que nunca, mientras que, jalonado por la exitosa vena pragmática de sus primeros días de gobierno, al PRI se le ofrece (otra vez) la ocasión de borrar su vena autoritaria asegurando, ahora sí, las condiciones de equidad y justicia que merecen los indígenas.
twitter: @jvolpi
Miguel de Unamuno Jon Juaristi ha escrito la biografía del escritor español Miguel de Unamuno,...
El abismo fiscal que Obama ha conseguido saltar el primer día del nuevo año es hijo directo de la crisis de gobernanza que aqueja a las democracias representativas, pero nieto y heredero legítimo del llamado poder del monedero, el mecanismo que está en el origen mismo del parlamentarismo.
Sin la polarización entre demócratas y republicanos, sin el empecinamiento en mantener congelados los impuestos mientras aumenta el gasto en defensa y sin el boicot a Obama por parte de la derecha entera, no se habría alcanzado la situación límite que ha estado a punto de hundir la economía de Estados Unidos, gracias a un recorte automático del gasto público y a un simultáneo incremento de impuestos para todos.
Pero el instrumento que ha permitido llegar a este límite y que permitirá repetir una situación semejante dentro de dos meses, cuando se alcance el techo de endeudamiento autorizado por el Congreso, es el llamado power of the purse, el poder del monedero, que concede a los congresistas la última palabra sobre el presupuesto y la capacidad de doblegar al presidente. Es una ironía que la máxima institución representativa de la democracia más emblemática mantenga como herramienta de su acción política un poder que caracterizó a los parlamentos medievales, convocados por los monarcas con el único y materialista objetivo de recaudar impuestos. Las sesiones de aquellas instituciones representativas, entonces ajenas al sufragio universal, se alargaban en unas tediosas negociaciones en las que se trocaban privilegios por gabelas, tributos, gravámenes y tasas.
El pulso entre el rey y el parlamento no siempre terminaba bien. Muchas revoluciones, la propia independencia americana entre otras, se han tejido en la pelea entre los dos poderes. Tras su victoria sobre los republicanos ante el abismo fiscal, Obama ha decidido enrocarse de cara a la ampliación del techo de deuda que debe aprobarse dentro de dos meses. Su propósito es no mover ni una pestaña ante las exigencias de los congresistas republicanos, que quieren recortes en gasto social si el presidente no quiere quedarse sin capacidad de endeudamiento. Si no les tiemblan las piernas, a principios de marzo se abrirá un nuevo abismo, esta vez en forma de suspensión de pagos.
El techo de deuda es un mecanismo reciente, pero también está vinculado al poder del monedero. Hasta 1917, el Gobierno debía pedir autorización al Congreso cada vez que emitía deuda. George W. Bush obtuvo un mayor techo de deuda siete veces y Obama cuatro, que ahora serán cinco. El sistema requiere reformas para evitar una y otra vez amenazas apocalípticas de colapso, pero el poder del monedero no puede ni va a desaparecer. Un Congreso que no lo tuviera sería un león desdentado, y el equilibrio de poderes, fundamental para la democracia, recibiría un golpe mortal.
Hebe Uhart Un nuevo libro de crónicas de Hebe Uhart ha sido publicado por Adriana Hidalgo en...