Javier Fernández de Castro
Las noticias que desde tiempo atrás me iban llegado sobre Mircea Cǎrtǎrescu eran todas tan encendida y unánimemente elogiosas que me reservé Nostalgia para una tregua de vacaciones y lo abrí con la prevención lógica de quien ha llegado a abrigar grandes expectativas y al mismo tiempo teme un encuentro demasiado crudo con la realidad.
Vaya por delante de Mircea Cǎrtǎrescu es un gran narrador, que encima parece tocado con ese don para la fabulación que distingue a los grandes. La mala noticia es que no se trata de un escritor fácil y que exige del lector unas notables dosis de creatividad y, a ratos, paciencia. Pero quien acepte las reglas de juego y se meta a fondo en el mismo, verá sobradamente compensados sus esfuerzos.
Aunque no creo en absoluto que las circunstancias personales de un creador expliquen su obra (se pueden encontrar contemporáneos que hayan vivido experiencias muy similares y que sin embargo su obra sea igual de buena pero totalmente distinta) sí permiten aportar algún rasgo que ayude a describir una escritura. Por ejemplo, cuando en una entrevistas concedida a El País, Mircea Cǎrtǎrescu decía: "En los años 60 y 70 podías encontrar todos los libros, clásicos o contemporáneos, traducidos al rumano. Leí a Borges, Musil, Márquez, Thomas Mann, Rilke, Musil, Sabato, Faulkner, Calvino, Kafka, Eco, Updike, Ezra Pound, Robbe-Grillet, Allen Ginsberg y todos los demás, teoría literaria (Starobinsky, Roland Barthes, Poulet, Todorov), filosofía y teoría de la cultura (Levy-Strauss, Marcuse, Heidegger), teoría del arte y crítica de arte. Todo se publicaba en colecciones estupendas y muy accesibles. No se imagine que Rumanía era Corea del Norte. El sistema educativo también era muy bueno, mucho mejor que el actual".
Debido al desconocimiento generalizado acerca de lo que pasaba en Rumanía en plena descomposición del régimen soviético, esa lista de influencias ayuda a que el lector esté mejor preparado para enfrentarse a relatos como "El Mendébil", "Los gemelos" o "REM". En cambio los que abren y cierran el libro, "El Ruletista" y "El arquitecto", son casi lineales y no presentan la menor dificultad de lectura. No obstante, la extraordinaria calidad y poderío narrativo del primero hacen casi obligado destacarlo aquí y ahora por encima de los demás y darles la razón a quienes afirman que cualquiera de los autores antes citados por Mircea Cǎrtǎrescu como referencia durante sus años de aprendizaje estaría encantado de incluirlo entre sus obras. Tan bueno es.
Siempre con ánimo de ofrecer pistas acerca de la escritura de Mircea Cǎrtǎrescu resulta casi inevitable acudir al pringoso término de "posmoderno", que en este caso se refiere a un escritor que ha vivido (o bebido) de primera mano todo el proceso de destrucción de la novela llevado a cabo por unos y otros en los años 60 y 70 y que, pese a reconocer que sí, que la novela se ha terminado para siempre, se confiesa a si mismo que sigue siendo un escritor de novelas. O sea, un irredento. O una especie de superviviente al holocausto. Y junto con la alusión al "posmodernismo", otro término no menos pringoso, pero en aquella época imprescindible: "deconstrucción". Mircea Cǎrtǎrescu es un maestro en el uso (o manipulación) del tiempo, pero junto a los saltos temporales y por ende espaciales el lector debe estar atento a los cambios de la voz narradora, que no solo puede usurpar el yo de una línea a otra sino que también puede cambiar de sexo o incluso de especie, por ejemplo cuando a Mircea Cǎrtǎrescu le da por homenajear a Kafka y el narrador es un insecto impertinente que en un momento determinado puede cortar el flujo narrativo y declarar que se niega a seguir describiendo una escena (una escena de cama, aclaro) argumentando que cualquier lector puede aportar su propia experiencia en ese terreno.
Llegados aquí, la pregunta obligada es: con tanto posmodernismo y desconstrucción, y tantos cambios de tiempo y de narrador, ¿se entiende algo?
Pues sí, se entiende todo perfectamente, pero ya digo que Mircea Cǎrtǎrescu es un gran narrador que tiene además un extraordinario don para la fabulación. Sin embargo, después de leer "El duelista", con su estructura tradicional y su desarrollo casi lineal, la pregunta siguiente sería: ¿es realmente necesaria la deconstrucción posmodernista que lleva a cabo en los demás relatos? Hay una necesidad casi patológica de interrumpir la tensión narrativa con una salida tipo pata de banco para luego recuperar aquella tensión en otro tiempo y lugar y a lo mejor con distinta voz narradora para, lo cual no deja de ser una agradable sorpresa, arrastrar al lector a una nueva fabulación que según y cómo en el fondo es siempre la misma. Lo cual plantea la siguiente cuestión: ¿necesita la literatura narradores/insecto que interrumpen el relato para soltar teorías literarias más que discutibles?
Por desgracia la respuesta es muy compleja y además entra en el espinoso terreno del "me gusta "o "no me gusta". Personalmente, y aunque a ratos deba apelar a la paciencia, a mí la forma que tiene Mircea Cǎrtǎrescu de contar sus historias me gusta. Pero entiendo la posible discrepancia de otros lectores.
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