Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Gracq sin coturno

Capitulares. Julien
Gracq. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. Días contados, Barcelona
2012. 175 páginas

Se trasluce en ‘Capitulares' que a Julien Gracq le gusta el juego de las tipologías de escritores; en uno de los más ingeniosos los separa en miopes y présbitas, siendo los primeros, entre los que sitúa a Huysmans, a Colette y a Proust, "aquéllos en quienes incluso los objetos menudos que están en primer plano salen con nitidez a veces milagrosa [...] pero en los que falta cualquier lejanía". Frente a ellos, sufriendo de presbicia, "los que no saben captar más que los movimientos de envergadura de un paisaje", Tolstoi o Chateaubriand, por ejemplo. En otra división no menos ocurrente distingue a "los que se levantan por la mañana y echan a andar sin más, sin calzarse (Diderot, Stendhal) y los que, incluso sin darse cuenta, se atan los coturnos como en un movimiento reflejo (Hugo, Claudel)". Gracq nunca se incluye, naturalmente, en esas ligas literarias, tan afrancesadas, pero da pistas para que sus lectores lo hagamos por él; la cadencia de su pisada no es griega, y hay en la propia lengua francesa muchos con más dioptrías. Pese a ello tampoco le pondría yo en la categoría que él mismo parece indicar como la más equilibrada: "Pocos son los escritores que dejan constancia con la pluma en la mano de una visión absolutamente normal".
La ‘anormalidad' expresiva de Gracq ha dado algunas de las más grandes novelas del siglo XX, pero en ‘Capitulares' (‘Lettrines' en el original, editado por Días Contados, Barcelona, 2013) el prodigioso estilista se muestra a sí mismo en el taller, con el coturno aflojado en caso de llevarlo, y compensando la ausencia de la ficción con el regalo del pensamiento y, no pocas veces, de la malicia. Compuesto de las entradas hechas regularmente en unos cuadernos escolares de tapas negras a partir de 1954, seleccionadas por el propio autor para su publicación en 1967, este primer tomo de ‘Capitulares' (el segundo, que compendia lo escrito entre 1966 y 1973, seguirá dentro de un año, anuncia el editor) huye del aforismo y la máxima moral, tan acreditada en la tradición gala, buscando más el módulo del diario de libre invención, en el que tanto caben el retrato, la nota de lectura, el apunte polémico, como la evocación del paisaje o el hecho ocasional; con uno de ellos, la visita al Museo del Oro de Bogotá, empieza el libro de modo deslumbrante, fascinado el viajero con las lamas del metal en su balbuceo previo a la conversión en rica joya: "aquí sorprendemos el oro antes del toque de la varita mágica, cuando no era aún sino un pecado venial de la metalurgia".
Los amores y el desdén (por la ciudad de Lyon, por el poeta Louis Aragon) también figuran, como no podía ser menos; el amor a Julio Verne, entreverado con la nostalgia del descubrimiento infantil de sus novelas (a las que confiesa volver a menudo en la edad adulta) y con Nantes, ciudad natal del autor de ‘Las aventuras del capitán Hatteras', que Gracq destaca como su obra maestra, disculpando las chapuzas del gran novelista de aventuras como los asomos inevitables de un "primitivo". Son penetrantes los pasajes sobre las gloriosas ocultaciones de la literatura (páginas 134-135), sobre Hemingway, sobre "el buen humor feroz" de Marx en una admirativa relectura de ‘La lucha de clases en Francia' y ‘El 18 brumario de Luis Bonaparte', y, de modo incitador, la alusión a la "extraña carencia de argamasa" que ve como la laguna más aparente o el atractivo más peculiar de la prosa de Flaubert: "entre los bloques angulosos de sus párrafos la uña se topa con el vacío: no hay cemento en los intersticios, no se ha dado una segunda lechada" (página 74; cito siempre por la excelente traducción de María Teresa Gallego Urrutia). Como retratista, Gracq sabe ser sublime y picante en la memorable semblanza de la actriz Marguerite Jamois, cuyas álgidas relaciones con el teatro eran "no las del virtuoso con el instrumento, sino más bien las de una buscona con la cama".
Abundan en el libro, y son todos de una alta calidad, los cuadros paisajistas, enaltecidos siempre los fundamentos del geógrafo profesional que era Gracq por la hermosa palabra lírica. Las ciudades bretonas, los campos de Verdún, las aldeas y los castillos, adquieren, bajo su mirada, un grosor más de relato que de estampa. A España le dedica dos substanciosas tiradas, que están entre lo más agudo de ‘Capitulares', hablando desde luego de un país más negro que el de ahora, en el que los pueblos castellanos tenían, antes de la burbuja, "la tierra desnuda como una piel sarnosa, como si a la tierra, al rascarla, acabasen de arrancarle una postilla". Y tiene Gracq un gusto radical y bastante irónico para la arquitectura patria: le gustan las verjas que todo lo acotan, los ladrillos color de sangre seca de las plazas de toros, "que no disfrazan en modo alguno sus deliciosos accesos de matadero", y le horripila el Escorial, "un cuartelillo de bomberos más grande de lo habitual".

Leer más
profile avatar
11 de febrero de 2013
Blogs de autor

La penumbra de la soledad

En la era de la hipercomunicabilidad y de la empatía, de las redes sociales y el tecnoestrés, encuentran el cadáver de una anciana en su casa, acurrucada en el sofá y rodeada de pájaros. Llevaba cuatro años muerta. Sin nadie que la buscara ni la echara de menos, sin preguntas ni respuestas, desprovista de los vínculos -incluso los más débiles- que se establecen entre los miembros de la familia, esa que en pleno siglo XXI sigue ejerciendo el papel de las vigas maestras que sujetan la estructura de nuestra sociedad. La imagen se abre paso en el cerebro con una plasticidad aterradora. Porque la noticia confirma cómo el fantasma de la soledad se erige implacable sobre un mundo de paredes de cristal que ha extremado su ilusión de transparencia, orden y control. No hablamos de la soledad con pedigrí, la del culto a la individualidad, las monodosis y la nanotecnología. Ni de la restaurativa, la que cada vez es más reclamada para “cargar pilas”, sosegarse y reconectar. Tampoco se trata de la misantropía maniática, la de aquellos a quienes les cuesta convivir y compartir y se diseñan un plan de vida autónomo, aunque a menudo sientan la necesidad de que al otro lado de la pared haya alguien -hasta el extremo de sentirse reconfortados al escuchar los pasos y los grifos del piso vecino-. Hemos glorificado la soledad elegida, la que exalta y promociona el mercado en clave de autorrealización potenciando la necesidad de tiempo para uno mismo. Según expone con brillantez el neurocientífico David Eagleman en Incógnito, una forma de comprender mejor el cerebro es compararlo con un equipo de rivales que compiten a fin de alcanzar la misma meta, sólo que tienen diferentes maneras de conseguirla y de resolver los problemas; un péndulo que oscila entre el automatismo y la reflexión enfrentarnos al alcance de la soledad abandonada. Porque ¿qué ocurre para que todas las defensas sociales dimitan de una vida? No es sólo la precariedad la que amenaza, sino los efectos colaterales del aislamiento sombrío. Cuesta entender cómo durante 1.460 días nadie echó de menos a la anciana, si acaso la leve curiosidad de los vecinos. Por lo que contaban a las televisiones, sus declaraciones construyen un bosquejo de la sensibilidad colectiva a pie de escalera: nos parecía raro que durante cuatro años las ventanas estuvieran abiertas y entraran los pájaros, decían unos; era una mujer antisocial, comentaban otros… Puede que al pasar por delante de la puerta sellada, más de una vez sintieran que en la penumbra de aquella soledad habitaba un misterio, o la nada. La ausencia de redes tangibles y de equipamiento humano que corroboren la propia existencia o la propia ausencia es un drama cotidiano que padecen aquellos que no eligen la vida a solas, sino que se ven aprisionados por ella. Y no se lo pueden contar a nadie. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
11 de febrero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Salvo alguna cosa

Con una media sonrisa que apenas palia su incomodidad, Mariano Rajoy le dirige un guiño cómplice o aturdido a Ángela Merkel, quien lo observa de soslayo con su frialdad habitual. En teoría los dos jefes de gobierno comparecen ante la prensa para dar cuenta de los (mínimos) avances que experimenta la economía española, pero todas las preguntas se desvían hacia el último escándalo que ha estallado en la Península luego de que el diario El País publicase una supuesta lista de pagos irregulares a decenas de altos cargos del Partido Popular, entre los que se cuenta el propio Rajoy. Célebre por su carácter impenetrable y su repulsión a las respuestas directas -todo ello derivado, se dice, de su temple gallego-, éste se resiste a pronunciar siquiera el nombre de su antiguo tesorero y se limita a decir: "Lo referido a mí y a mis compañeros no es cierto. Salvo alguna cosa". Prudentemente, no detalla cuál.

 

            Las redes sociales no tardan en convertir ese salvo alguna cosa en el tópico del momento mientras España prosigue su inexorable papel como nuevo -y trágico- bufón de la maltrecha Unión Europea de nuestros días, siguiendo los pasos de Grecia, Portugal e Irlanda. Imposible no sorprenderse ante la rapidez con la que esta nación pasó de ser una dictadura gris y decadente a una potencia de segundo orden -aunque en un instante de patética soberbia, José María Aznar la soñase de primero-, y la velocidad, todavía mayor, con que descendió a paria del continente.

            Pocas sociedades han sufrido con mayor intensidad las turbulencias de esta subibaja social como la española, y su caso se presenta como el mejor ejemplo de lo que puede hacer bien y mal una clase política en momentos cruciales de su devenir. Más allá de las condiciones externas más o menos favorables de los años setenta y ochenta, los Tratados de la Moncloa probaron que sus dirigentes eran capaces de asumir la histórica decisión de dejar atrás su pasado autoritario para enarbolar las reglas de la democracia. Aunque no sin amenazas como el intento de golpe del 23 de febrero de 1981, a continuación el gobierno socialista de Felipe González presumió la visión necesaria para colocar a España en el centro de la Unión Europea, otorgándole la estabilidad -y el ánimo público- para asumirse como una nación próspera.

            Desgastados por su largo acomodo en el poder, los socialistas fueron desalojados por la derecha de Aznar, quien a su vez supo aprovechar todas las ventajas que había heredado, aunque sin considerar siquiera los peligros de un endeudamiento excesivo, una gasto público monstruoso o las excentricidades de los cada vez más desbalagados gobiernos autonómicos. Durante más de una década España dilapidó todos sus recursos -en especial los capitales que llegaban desde Alemania-, al tiempo que sus habitantes adquirían hipotecas a diestra y siniestra, impulsados por una fiebre alimentada por sus dirigentes. Todavía durante su primera legislatura, ganada debido a los intentos del gobierno del PP de manipular los atentados terroristas de Madrid de 2004, José Luis Rodríguez Zapatero continuó gobernando al país como si fuese el cuerno de la abundancia.

            Cualquier observador atento se hubiese dado cuenta de que esos niveles de endeudamiento -y de derroche- no podrían durar para siempre, pero la clase política que había demostrado su responsabilidad en el pasado se había transformado en el ínterin en otra cosa: un grupo sólo preocupado ya por sus propios intereses. Tanto socialistas como populares se empeñaron, pues, en minimizar la catástrofe financiera del 2008. En vano. Para entonces el lugar de privilegio que España había alcanzado en el mundo había quedado atrás. Muy pronto los socialistas fueron desalojados del gobierno, la Unión Europea se hizo cargo de las cuentas nacionales y Rajoy ya no pudo hacer más que aplicar la ciega política de austeridad dictada desde Berlín.

            A partir de allí, una sucesión de desgracias erosionaron por completo no sólo las instituciones, sino el ánimo del país: un desempleo que ya rebasa el 25 por ciento  -más del 50 entre los jóvenes-, una monarquía acechada por los escándalos -entre la cacería de elefantes del rey y los desfalcos de su yerno-, un recesión implacable, el desmantelamiento del estado de bienestar y, ahora, las pruebas de una corrupción endémica. Si los papeles de Luis Bárcenas -el tesorero del PP entre 2008 y 2009- resultan tan lamentables, no sólo es por los sobresueldos en negro entregados a decenas de cargos del PP, sino por el nivel de descomposición alcanzado por su clase política en conjunto: mientras los ciudadanos padecen la peor crisis en medio siglo, los responsables de recomponerla se premian y evaden impuestos sin sonrojarse. La conclusión es más bien la inversa de Rajoy: lo que los papeles de Bárcenas revelan sobre los actuales dirigentes españoles -espejo de muchos de los nuestros- parece la más desoladora verdad. Salvo alguna cosa.  

           

twitter: @jvolpi

 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
10 de febrero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Los reinos de Yuri Herrera

Lépera, torzón, avorazó, desmuertadero, briagadales, desbalagadas, comolevar, primerodiosar, muyamabliar, buenosdiar, nalgasmeadas...

Hace un par de años entré al cuarto en el que se quedaba Yuri Herrera en mi casa -había venido a Ithaca a dar una charla-- y lo encontré sentado frente a la computadora. Una lista de palabras aparecía en la pantalla. Me dijo que era una de sus maneras de componer una novela. No a través de la organización de la trama, que eso venía después, sino escogiendo primero cuáles eran las palabras que quería usar. Una vez que tenía una constelación adecuada, con ciertos centros de gravedad -jarchar, en Señales que precederán al fin del mundo--, todo se hacía más fácil. Posiblemente Yuri no me decía la verdad, pero quise creerle. Era la explicación adecuada para entender su obra, que hace del trabajo minucioso con el lenguaje una poética.

Más que un punto medio entre lo paisano y lo gabacho su lengua es una franja difusa entre lo que desaparece y lo que no ha nacido. Pero no una hecatombe. Makina no percibe en su lengua ninguna ausencia súbita sino una metamorfosis sagaz, una mudanza en defensa propia.

En Yuri está la calle mexicana, la oralidad norteña, pero también cultismos, neologismos y palabras conocidas que reaparecen desplazadas --en lugares tan extraños y a la vez usadas de manera tan precisa--, como si fueran nuevas. Yuri usa el lenguaje como si estuviera nombrando las cosas por primera vez. Una profunda carga simbólica hace que sus historias contemporáneas -narcos en Trabajos del reino, la frontera en Señales, una epidemia en La transmigración de los cuerpos- tengan una pátina inmemorial. Al lenguaje se le añade un trabajo con formas clásicas: en la obra de Yuri las viscisitudes del México del presente dialogan con la tragedia griega y el drama shakespereano.

El sabía de sangre, y vio que la suya era distinta. Se notaba en el modo en que el hombre llenaba el espacio, sin emergencia y con un aire de saberlo todo, como si estuviera hecho de hilos más finos.

Quedé tan deslumbrado con Trabajos del reino (2004) que de inmediato me puse a propagar la buena nueva. La novela era un prodigio de equilibrio entre la historia que contaba y el lenguaje utilizado para contarla. Herrera había logrado el difícil maridaje de dos estéticas aparentemente opuestas en la literatura mexicana: el lacónico lirismo de Juan Rulfo, el barroco del desierto de Daniel Sada. Trabajos del reino, además, decía cosas fundamentales sobre la compleja relación entre el comercio y el arte, un tema que, desde "El rey burgués" de Dario a Los detectives salvajes, ha atareado a la literatura latinoamericana moderna.

Al atardecer arreciaba con madre, al menos una brisa leve ya debía haber, y lo que había era un letargo sólido: las cosas se sentían mucho más presentes porque de verdad parecían abandonadas a sí mismas.  

Señales es otra novela perfecta, tan elegante en cada una de sus frases como compleja en su manera de narrar la frontera, mostrando cómo esos inmigrantes al Norte desarrollan una identidad que, más que escindida, es doble ("son paisanos y son gabachos y cada cosa con una intensidad rabiosa"). Así llegamos a la tercera novela, La transmigración de los cuerpos, que acaba de publicar Periférica. Puede que esta vez a Yuri se le haya ido la mano y se extrañe el equilibrio de las anteriores novelas; puede que esta vez sea más el lenguaje preciosista que la historia que cuenta; puede que esta vez el personaje principal, el Alfaqueque, no tenga la maravillosa densidad de Lobo (Trabajos) o Makina (Señales); aun así, hay mucho para admirar. Por ejemplo: cada frase, cada párrafo.

Un zumbido; luego el compacto bloque de mosquitos maniatando un charco de agua como si lo quisieran levantar.

Valeria Luiselli, Julián Herbert, Carlos Velázquez, Alberto Chimal... En muy poco tiempo la literatura mexicana del siglo XXI ha levantado un edificio impresionante. Yuri Herrera es una pieza central de ese edificio.

(La Tercera, 9 de febrero 2013)   



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
9 de febrero de 2013
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.