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III. La eternidad en una urna de cristal

A nadie se parece más el comandante Chávez que a Eva Perón. No a Juan Domingo Perón, su marido, que murió de viejo, sino a ella. Santa Evita, que vive siempre en olor de santidad, sin que el paso del tiempo le haga mella. Su foto sigue siendo iluminada por las velas en los hogares humildes más de medio siglo después de su muerte. Generosa para colmar de regalos a manos llenas a los más pobres a costas de las arcas del estado que entonces parecían inagotables, y arrancada igualmente del mundo de los vivos por un cáncer traicionero. Morir en la plenitud, como quiere Joseph Campbell, maestro de mitos, pues los héroes deben entrar en el panteón de la eternidad sin haber nunca envejecido a los ojos de sus feligreses.
Y una vez llegada la muerte, el mito pasa a alumbrar el cadáver, que se libra así del poder de los gusanos, que es el poder del olvido, y embalsamado queda expuesto a los ojos de los fieles. Ése era el destino de Eva Perón, que su cuerpo fuera exhibido dentro de una urna de cristal en un mausoleo de mármol y granito para que sus adoradores desfilaran rindiendo tributo generación tras generación a la bella durmiente.
Pero el general Perón no tardó en irse al exilio tras un golpe de estado, y el cadáver, escondido de la vista pública por el nuevo gobierno militar, sufrió diversas peripecias. Su vida y su muerte eran ya a partir entonces, asunto de la literatura, que sabe hacerse cargo de los mitos.

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20 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mesopotamia, donde empezó casi todo

Este martes 26 se inaugura ahí al lado, en el Paseo del Prado, una gran exposición sobre el venerable legado de la antigua Mesopotamia que, como sabes, significa “entrerríos” en griego. Es una singular y copiosa recopilación de piezas procedentes de los sumerios y sus herederos culturales, los acadios. En aquella dichosa región se practicó por primera vez la escritura y se originaron los géneros literarios, se inventó la rueda y se aplicó la novedosa gestión del suelo, considerado por primera vez como un bien limitado, susceptible de ser creado. De aquellos primeros literatos, técnicos y urbanistas apenas se supo nada hasta el siglo XIX y, desde entonces acá, las noticias sobre ellos han venido acumulándose y cambiando. No te pierdas el espectáculo, si puedes, y ya me cuentas.


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20 de marzo de 2013
Blogs de autor

Contando se entiende la gente…

Un blog es siempre un camino de dos vías, y mucho más uno que nace bajo los auspicios de El Boomeran(g). Esta es por lo tanto, una invitación al diálogo, a la divergencia, al reconocimiento mutuo.

Pienso hablar principalmente de lo que sé, de lo que amo, de los me apasiona y me parece útil y necesario. En primer lugar, el periodismo narrativo, mi principal campo de trabajo, como escritor y periodista, como crítico y como profesor. Quiero contar, compartir, comentar y criticar historias.

Mi intención es hablar dos o tres veces por semana de este mundo de verdad donde se cuenta lo que pasa para que los lectores se enteren y se coman las uñas al mismo tiempo. Pero también haré comentarios de la actualidad política y social, de literatura y arte, de música y en especial de mi vicio no tan secreto: la ópera.

Parto de una serie de íntimas convicciones.

En primer lugar, de que contando se entiende la gente, de que las historias reales se comparten, se entienden, se viven y se sienten cuando nos las cuentan.

Sostengo, en segundo término, que la narración es la forma primigenia, esencial y óptima de la comunicación.

Estoy convencido, además, de que el periodismo narrativo (también llamado periodismo literario, crónica o relato de no ficción) es el que puede atrapar, emocionar, alegrar, indignar, involucrar y movilizar a los lectores jóvenes.

El mundo se nos está yendo de las manos: los dueños de casi todo quieren ser dueños de todo, y necesitan que no sepamos, que no entendamos, que no participemos. El periodismo es necesario para retomar el control de nuestras vidas, nuestros países y nuestro mundo. En este contexto, la larga y fecunda tradición de la literatura y del periodismo narrativo nos ayuda a contar lo que nos pasa de una manera apasionante y útil.

Agradezco a Basilio Baltasar y a Giselle Etcheverry Walker por su confianza, apoyo y amistad. Y me alegra mucho compartir este rincón del ciberespacio con amigos y escritores admirados. ¡Espero estar a la altura!

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19 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tiempos del "Quijote"

Cualquier esfuerzo que se haga por mantener al Quijote a alcance de los lectores merece ser elogiado sin reservas. En esta ocasión, y de la mano de Acantilado, el que rompe una nueva lanza en favor del caballero de la triste figura es Francisco Rico, que lleva media vida peleándose en favor de la literatura del Siglo de Oro, y más concretamente de esta obra cumbre de la literatura española y universal.
En Tiempos del "Quijote" se reúnen una serie de artículos, conferencias, prólogos e incluso textos para el catálogo de una exposición o de una ópera. Obviamente algunos son difíciles de encontrar y se agradece encontrarlos todos juntos. Y como no podía ser menos, el lector no tarda en quedarse abrumado por la infinita riqueza de Cervantes. Puede ser una cuestión menor, como es la de la naturaleza del animal, burro, asno, jumento, pollino, borrico, rucio o lo que fuera que fuese lo que montaba Sancho y que le fue sustraído y milagrosamente devuelto de una edición a otra; o cuestiones de más calado, como el redescubrimiento en Europa de una novela que en España ya parecía haber terminado su recorrido, o la reciente reinterpretación del Quijote como paradigma de lo romántico (Anthony J. Close, un prestigioso hispanista británico que publicó en 1978 La concepción romántica del Quijote), el filón parece inagotable.
Por desgracia, los esfuerzos conjuntos de todos los hispanistas y la infinita sucesión de admiradores presentes y pasados no van a poder evitar un peligro imposible de soslayar, y me refiero al lento pero inexorable alejamiento del Quijote del mejor lector, es decir, el que se deja de historias y pamplinas, se sienta, abre el libro por la primera página y sigue impertérrito hasta el final. No me cabe la menor duda de al cerrar el libro habrá crecido prodigiosamente en edad y sabiduría, pero tampoco me cabe la menor duda de que se le habrán escapado la mitad de los contenidos que, en cambio, para un contemporáneo culto de Cervantes  serían perfectamente cotidianos.
Para que no se diga que me las hago venir rodadas, abro al azar el Tomo I de la edición que el propio Francisco Rico hizo en 1998 para el Instituto Cervantes y que fue publicado por Crítica. Pongamos que me aparece el Capítulo XXVIII (ya que sale, también se está perdiendo la costumbre de numerar los capítulos, o citar los siglos, en caracteres romanos, lo cual nos aleja asimismo un paso más de Roma, nuestra raíz, y no le veo la ganancia). En ese capítulo se cuenta la historia de la bella Dorotea: van felicísimos y venturosos el cura, el barbero y Cardenio por la serranía cuando les llega un lamento inconsolable que proviene, al parecer, de un joven labriego que entre ayes y suspiros se está lavando los pies en un arroyo. Detallada descripción de unos pies desnudos que "parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido". En el párrafo de apenas 15 líneas en el que Cervantes describe la vestimenta del joven, los editores se han creído obligados a introducir un montón de notas explicativas porque el descuidado pero suspirante labriego luce "un capotillo pardo de dos haldas [o sea una vestidura formada por dos paños unidos en los hombros] que traía muy ceñido al cuerpo con una toalla blanca"(?). "Traía ansimesmo unos calzones y polainas de paño pardo [especie de medias que cubrían también la parte superior del pie] y en la cabeza una montera parda [especie de gorra de paño con una visera pequeña]". Finalmente, antes de calzarse con toda honestidad [en la época los pies desnudos eran un signo de erotismo casi escandaloso] se seca "con un paño de tocar [que es un pañuelo que se ponía en la cabeza para recoger el cabello y aguantar el sombrero o el tocado]". Finalmente resulta que al quitarse el paño de tocar le caen sobre los hombros unos cabellos rubios tan deslumbrantes que "pudieran los del sol tenerles envidia". Es decir, que se trata no de un joven labrador sino de la bella Dorotea, que antes de contarles a los mirones su historia, dice: "Pues que la soledad destas sierras no ha sido parte para encubrirme, ni la soltura de mis descompuestos cabellos no ha permitido que sea mentirosa mi lengua, en balde sería fingir yo de nuevo ahora lo que, si se me creyese, sería más por cortesía que por otra razón alguna.". Y una vez aceptada la inutilidad de fingir más, procede a contarles la relación de sus desdichas.
En conjunto, sólo ese capítulo lleva 79 notas, algunas de ellas de alcance, como cuando Dorotea se dice hija de unos padres "humildes en linaje, pero tan ricos, que si los bienes de su naturaleza igualaran a los de su fortuna...", observación que remite a Aristóteles cuando éste señala la contraposición entre los bienes de la naturaleza (linaje) y bienes de fortuna (riqueza), una contraposición luego asumida por los estoicos...
Si a ello se añade que incluso con el esfuerzo de adaptar la grafía a los usos actuales no resulta fácil seguir los vericuetos del decir cervantino, queda claro el mérito de esfuerzos como el que lleva a cabo Francisco Rico en este libro (eso que suele calificarse de quijotesco, faltaría más). Pero es de temer que las filas de los desertores que se van a otras fuentes de diversión sin haberse dado la oportunidad de leer el Quijote va a seguir aumentando. Y es trágico.

Tiempos del "Quijote"
Francisco Rico
Acantilado



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19 de marzo de 2013
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De las falsas querellas al nihilismo

El proseguir año tras año abrasando la vida entre artificiosas querellas, puede tener como consecuencia el nihilismo. El sentimiento de general impostura se impone entonces. Se siente que aquellos que un tiempo atrás uno consideraba verídicos, o bien han dejado de serlo...o bien nunca realmente lo fueron. Lo de menos es que ello afecte a la clase política. Lo tremendo es cuando el nihilismo afecta a aquel cuya función esencial es dar testimonio de veracidad, cuando afecta al artista, al filósofo, o al explorador de las fronteras de la ciencia. Pues, no hay disposición artística ni cognoscitiva compatible con el conformismo, con la convicción de que la impostura es algo tan generalizado como en última instancia normal. En este terreno no vale la máxima de "Al Cesar lo que es del Cesar". Es un hecho que el artista puede sufrir una suerte de esquizofrenia entre abismos de indigencia moral y exigencia creativa, y al respecto ni siquiera es necesario evocar casos extremos como el del canalla Celine. Pero no hay manera de ser un pequeño burgués en el momento mismo en que se aspira a forjar una metáfora o avanzar un concepto.

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19 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Segundas oportunidades: Arthur Machen, el visionario

Jorge Luis Borges dedicó un par de textos a Arthur Machen -habló del "buen horror que sus fábulas comunican"- y Javier Marías, aparte de referirse a él en Todas las almas como "aquel raro escritor de estilo refinado y sutiles horrores", y volver a mencionarlo en Negra espalda del tiempo, es miembro de la Arthur Machen society. Pese a esos defensores de peso, este autor galés (1863-1947) no es muy conocido entre los lectores hispanoamericanos.

Machen era uno de esos escritores británicos -otro nombre importante es el de Lord Dunsany-- que en el período comprendido entre el fin de siglo XIX y el principio del XX practicaba lo que vino a conocerse luego como ficción "weird" -un subgénero en el que dialogaban la literatura fantástica y la de horror--. Luego vino Lovecraft y aprendió tan bien de ellos que los convirtió en sus precursores. Machen tenía entre sus influencias dispares a Stevenson, la literatura mística, el ocultismo y las tradiciones galesas. Era muy del fin de siglo en su desconfianza de la ciencia y en su convicción de que en medio de la vida civilizada se escondían horrores atávicos (cuentos como "La luz interior" dan fe de ello); en sus mejores páginas, sin embargo, era capaz de desprenderse de las ataduras de su época y convertirse en un visionario: "El pueblo blanco" (1904), en el que una jovencita nos muestra a través de su diario, en un tono inocente, su inquietante iniciación en un culto secreto de rituales y magia negra, es un cuento perfecto que revela un "país extraño" de hadas y ninfas debajo de las "colinas desnudas" del campo.

Había un Machen que lidiaba con problemas financieros todo el tiempo; había otro, más íntimo y solitario, que vivía en la "tierra encantada" de sus relatos. Para empezar a conocer ese mundo sobrenatural son muy recomendables El pueblo blanco y otros relatos del terror (Valdemar, 2004) y El gran dios Pan y otros relatos de terror (Valdemar, 2004).

 

(El País, 16 de marzo 2013)



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18 de marzo de 2013
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Los zapatos rojos del Papa

 

  Hace pocos días conversaba con un alto directivo sobre el moralismo feminista acerca del culto a la imagen, ya saben: hasta qué punto nos la imponen, engullendo nuestras neuronas, o si la elegimos como opción, con alborozo y endorfinas. Un clásico que de nuevo está en los papeles debido a la profusión de ensayos sobre el estado del llamado posfeminismo y sus declinaciones. Para algunas voces ortodoxas, las mujeres tendrían que bajarse de los tacones, lucir canas y abandonarse a la flacidez de sus carnes con orgullo, sin duda una opción respetable pero menos revolucionaria de lo que pudiera parecer antaño, pues la biología nos ha demostrado que, al igual que los chimpancés, llevamos la coquetería impresa en el ADN, movidos por un ansia de belleza. Le comenté a mi interlocutor que esas voces que denuncian la dictadura de la imagen me recuerdan en parte a la renuncia a la coquetería masculina que se les exigió a los hombres con la llegada de la Reforma. Y le recordé los zapatos carmesíes, las capas de armiño blanco y las pelucas empolvadas con talco que lucían los hombres de alcurnia hasta el siglo XVIII. “Menos mal, al menos ganamos en buen gusto”, me respondió el ejecutivo visualizando a un individuo calzado con escarpines de punta y generosos collares. Trajo a mi cabeza este asunto el nombramiento del Papa, su protocolo y sus hábitos. Y sus zapatos rojos. Las modas siempre han sido una cuestión de clase. “Las de clase alta se diferencian de las de clase inferior, y son abandonadas en el momento en que el pueblo empieza a acceder a ellas”, sostenía el filósofo alemán George Simmel. Cierto es que los códigos de vestimenta funcionan casi como los de honor, trazando un círculo excluyente que la democratización de la moda ha insistido en romper, aunque sea a fuerza de copiar en barato. Ocurre ahora con las capas papales, que irrumpen en la pasarela esta temporada de la mano de Chloé o Balenciaga justo cuando Benedicto XVI renuncia a ella. Una cortita capelina, con la que se ha visto ya a su sucesor, Francisco, que se ha investido de gran simbología. En el siglo XVI, la capa era signo y medida de linaje en España: cuanto más cortas, mayor nobleza se le suponía al portador; así, al rey se la remataba en la cintura, los gentiles hombres la cortaban a medio muslo, los artesanos y menestrales en las rodillas y los villanos en los pies. Ahora está por ver si el jesuita latinoamericano usará zapatos rojos manufacturados por Prada, como el exquisito Ratzinger. Los libros cuentan que estos simbolizan la sangre de los mártires cristianos, aunque en la antigua Roma el escarlata tiñera de rango a los patricios. “La Iglesia no debe ser como una oenegé”, afirmó Jorge Bergoglio entonando austeridad. Y pagó la cuenta de su hotel con unos zapatos marrones antes de calzarse las sandalias del pescador. (La Vanguardia)

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18 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Federalismo y libertad

A favor de un referéndum o consulta pero en contra de la independencia. Esta es la posición de Victoria Camps, catedrática de Ética de la Universidad de Barcelona, entrevistada por Carles Capdevila, director del diario Ara este pasado sábado. Como Pere Navarro, Martín Rodríguez Sol o Francisco Rubio Llorente ("el único jurista de prestigio español que dice que es posible, dentro de la Constitución actual, permitir que Cataluña haga un referéndum"), Camps piensa que hay que buscar una salida para que se exprese la voluntad de los catalanes sobre el futuro de sus relaciones con España. No ofrece dudas su posición contra la independencia: es anacrónica y propia de un pensamiento decimonónico, algo que no le impide manifestarse a favor de considerar la opinión de los ciudadanos, la premisa para que una unión federal sea libre.

Felipe González quiere que también se le consulte: la libertad sobre el mantenimiento de la unión deben ejercerla todos los ciudadanos españoles. Aceptemos la idea de Camps de que no se trata del derecho a decidir, un eufemismo sin correspondencia legal. Aceptemos la bien fundada reserva sobre la validez para Cataluña de un derecho de autodeterminación que Naciones Unidas reserva solo para territorios coloniales. Aceptemos que no somos ni queremos ser Kosovo, por más que se empeñen el diario Abc y Soraya Sáenz de Santamaría. ¿Alguien puede impedir a los catalanes que a partir de ahora expresen sus preferencias una y otra vez, con el voto a partidos independentistas en las elecciones y la expresión de sus preferencias por esta opción en las consultas informales del tipo que sea, encuestas incluidas, a las que se les convoque? Incluso en un hipotético referéndum en el que voten todos los españoles, ¿será posible desatender la lectura regionalizada de los resultados, por más que arrojen una voluntad diametralmente contraria respecto al resto de España?

La democracia es, entre otras cosas, un sistema de gobierno que parte del consentimiento de los gobernados. ¿Durante cuánto tiempo puede gobernarse España sin el consentimiento mayoritario de la población catalana? No hace falta hacer consulta alguna para darse cuenta de que más pronto que tarde lo que hay que hacer es sentarse a dialogar en vez de seguir alimentando el divorcio con amenazas y reproches de un lado y de otro. Camps, Navarro, Rubio Llorente y Martínez Sol quieren buscar la más pequeña rendija que pueda ofrecer el sistema constitucional español para ofrecer una salida legal a la necesidad de expresión de la voluntad catalana sobre el futuro. Y no por el derecho a decidir, sino por algo más serio: el principio democrático. Rajoy, Gallardón, Torres Dulce y Sánchez Camacho quieren taponar cualquier rendija legal que permita expresar la voluntad de los catalanes. Se supone que desde la buena fe unionista, pero alimentando directamente el secesionismo, como lo alimentó el recurso del PP contra el Estatuto y luego los magistrados del Consitucional con su voto a favor de la sentencia. La única forma de defender la federación en el siglo XXI y en Europa es obtener las condiciones para dilucidar la cuestión en libertad. Y solo hay un camino para hacerlo: abrir un diálogo entre los dos gobiernos, tal como han pedido y votado los socialistas catalanes en Madrid y en Barcelona. No es lo mismo que propugnar una declaración unilateral de independencia, o incluso y como paso previo una igualmente unilateral declaración de soberanía, pues no sirven a la libertad ni tampoco impugnan efectivamente la actual forma de unión: nadie va a hacer caso y mucho menos reconocer en España, en Europa y en la comunidad internacional, una soberanía y una independencia proclamadas unilateralmente y fuera de la ley.

Las ventajas del diálogo son obvias, pues permite regresar al punto de partida, antes de que todo empezara a descomponerse, incluyendo la negociación fiscal inicialmente descartada. Solo con sentarse a hablar se abre de nuevo la agenda y se ofrece una nueva oportunidad al federalismo, que podrá ganar posiciones ante la opinión pública. Por eso el independentismo más febril quiere limitar el diálogo a la estricta negociación de la consulta sobre la independencia y lo exige cuanto antes, para recibir así el anhelado portazo en las narices, mientras está todavía abierta la ventana de oportunidad que ofrece la crisis.



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18 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cristina Iglesias: Arte de habitar

 

 

 

“Metonimia,” la magnífica muestra de Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956) en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, se despliega  como una estrategia de ocupación: demuestra la premisa central de su arte (la aventura de morar) en su varia ocurrencia. Si “morar” en su etimología clásica implica “habitar” y al mismo tiempo “construir morada”, la exploración de esas raíces verbales que son rizomáticas ha dado al trabajo de esta artista excepcional, reconocida ya internacionalmente por la seriedad de su talento, un lugar en el imaginario contemporáneo hecho de fronteras vencidas, ciudades desurbanizadas, sistemas ecológicos precarios, y abismos de exclusión. Como si respondiera al extravío de la casa como origen del economos, la artista parece devolvernos el pensamiento transparente de una forma salvada de la destrucción. Impecablemente, sus formas no aluden a la precariedad de la morada actual, pero recobran su fuerza y su aliento originales, esa parte más humana del espacio más natural.

 

El Museo se transforma en habitable (crece por dentro) y su generosa arquitectura, por fin, se evidencia pluridimensional.  Tratándose de la escultura, construcciones, e intervenciones en el paisaje de una artista en la plenitud feliz de su talento, esta ocupación del museo es del todo suya. Primero, porque devuelve la sala geométrica a la fluidez interna que corre a lo largo de su trabajo: sus arroyos, fuentes, jardín acuático y módulo sumergido son momentos del agua elocuente. Y, segundo, porque el espectador es conducido entre habitaciones de encaje metálico, citas de la piedra y la corriente, y muros y ventanas donde se abre la incertidumbre de la vista al enigma de lo mirado.  La obra de Cristina Iglesias está incontaminada por la presencia del sujeto, lo que hace de cada espectador el primer visitante de un mundo revelado.

 

Estas habitaciones acaban de ser hechas, aunque vienen de lejos, y debemos aprender a habitarlas. Sugieren un breve laberinto del espectador en una red mediadora. Y penden o flotan  encima de nosotros como esquemas en pos de su lugar. No nos llegan de la memoria sino del olvido: de pronto las reconocemos,  y nos abren su espacio tramado por la luz visionaria que prodigan. Nos percatamos de nuestra poca capacidad habitacional: somos seres de morar difícil, más duchos en deshabitar.  La artista nos persuade a volver al comienzo de nuestra historia entre casas, cuartos, umbrales, espejos, que reconocemos aunque ya no estamos allí; como si en ese tránsito hubiésemos aprendido a imaginar la forma primaria de la casa en construcción. De esa casa somos casi propietarios, hay algo suyo que nos pertenece. Estas construcciones elegantes en su geometría e intrigantes en su entramado, remiten a la ciudad primaria, que inventaron las mujeres cuando decidieron afincar junto al primer migrante muerto. Al centro de la casa futura arde el fuego del hogar.

 

Estas formas arcaicas son, sin embargo, de hoy.  Están hechas de lo más moderno: las materias de la mezcla, como si el arte fuera la casa virtual donde las culturas tejen los nobles materiales de su tránsito. No postulan, sin embargo, la genealogía de la casa sino su conceptualización: un pensamiento sobre la forma hospitalaria. Se trata de una forma onírica: remite al sueño juvenil de añadirle habitaciones de consolación a la casa familiar. Pero la figura humana no está en este espacio, liberado de la voluntad occidental de asimilar el campo, imitar la metrópli, recargar el decorado. Irónicamente, la reinvención del espacio habitable desarrolla la idea de nuestra ausencia. Precisamente, se trata de concebirnos como transeúntes,  que comprueban las formas puras como materia de la nueva ciudad.

 

Los espectadores de esta exhibición lucimos ligeramente anacrónicos; paseamos sin referencias a mano, en un liviano arrebato. Vi a una señora que desplazaba una gran sonrisa, aprobando las habitaciones como si ya fueran suyas.  De pronto, damos a un breve jardín, donde un supuesto arroyo, como la cita de un río, fluye entre plantas y rocas. Vi a unos jóvenes que tocaban el agua fotografiándose unos a otros, bautizados. Se trata, claro, de un arte que no nos devuelve nuestra imagen.  No quiere ser gratificante, nos deja libres.

 

Quizá la obra de Cristina Iglesias sigue la lógica del espacio acuático: donde está el agua parece estar el centro de su mundo de objetos  lustrales. Son metonímicos (nombran con otro nombre) e inquietan tanto el museo como el espacio público. Intervienen distintos cruces históricos, como el jardín del Museo Real de Bellas Artes, de Amberes; pero también  espacios naturales, como el Mar de Cortés en la Baja California, un milagro ecológico donde la obra de cemento y hierro forma parte ya del coral submarino. Su próxima obra es una escultura en el bosque brasileño.  Cada uno de sus proyectos es la elaborada sintaxis que articula  el  arte de estar aquí.  Si en sus comienzos su lenguaje postulaba la imagen del dolmen, del ámbito originario, hoy se desplaza entre el agua, la habitación aérea y las puertas arbóreas.  Su puerta de hierro en el Museo del Prado parece decirnos que el arte es una sobrenaturaleza viva que se abre para reconocernos en su historia.

 

Caminar entre estas obras, recorrer sus paisajes icónicos, es un acto ritual. Su arte es el de la perplejidad acogida. Reconocemos el papel ceremonial del espectador que aprende a mirar como quien pregunta por si mismo. Camina uno haciendo una figura de vuelta.

  

Hay que agradecer la altura y profundidad de las salas del Museo Reina Sofía, que en los últimos tiempos se nos ha hecho visita obligada. Se diría que el Guernica de Picasso ha requerido mejorar la compañía. En este regreso uno coincide con grandes amistades: los maravillosos cuadros y objetos de los artistas de la vanguardia abstracta, de la coleccion Patricia Phelps de Cisneros; y las conmovedoras imágenes de la protesta latinoamericana de los años 80. En este Museo unas puertas dan a otras, actualizándonos la genealogía. Las salas de Cristina Iglesias se abren con goce geométrico, en un despliegue de progresión figurativa. Esta muestra nos invita a intervenir, cada quien desde su umbral salvado, en las construcciones que propone su arte de habitar con asombro. 

 

 

 

 




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18 de marzo de 2013
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