Skip to main content
Category

Blogs de autor

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

y lo que ha dicho el fiscal es que un hombre no debe morir por…

y lo que ha dicho el fiscal es que un hombre no debe morir por tan poca cosa, que es injusto morir por una lata de cerveza que el tipo ha conservado en las manos lo suficiente para que los seguratas puedan acusarlo de robo y jactarse, después, de haberlo identificado y elegido entre los otros, la gente que está allí comprando, tiene tiempo para intentar, eso mismo, intentar, correr hacia las cajas o amagar un gesto para resistírseles, porque así podría advertir lo que son capaces de hacer los seguratas, lo que saben, e incluso bajar los ojos y acelerar el paso, si decide escapar caminando muy rápido, sin dejarse llevar por el pánico ni salir corriendo, conteniendo el aliento, los dientes apretados, un movimiento, cosa que ha hecho, no tratar de negar cuando los ha visto llegar y ellos se han, no diré lanzado sobre él, porque se acercaban lentos y tranquilos, sin abalanzarse en absoluto, como habrían hecho, dijéramos, unas aves de presa, no, no han hecho eso, por el contrario, se han detenido ante él, todos ellos muy silenciosos, más bien lentos y fríos cuando lo han rodeado y él no ha pronunciado una sola palabra para protestar o negar porque, sí, se había bebido una lata y habría podido darles las gracias por dejar que se la acabara, no ha dicho una palabra y en sus ojos se ha plasmado abiertamente el miedo pero nada más, entiendes, tan sólo tenía ganas de beberse una cerveza, ya sabes lo que son las ganas de beberse una cerveza, quería refrescarse el gaznate y quitarse ese sabor a polvo que tenía dentro y que no lo abandonaba, vete a saber, (frenéticas primeras líneas de Lo que yo llamo olvido, de Laurent Maugvinier, publicado por Anagrama)



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
17 de mayo de 2013
Blogs de autor

II. Cambia, todo cambia

Ganamos una identidad en base a una confrontación, más que gracias a un catálogo de valores comunes, o a la existencia de instituciones firmes y bien definidas, entre cuartelazos, asonadas y guerras civiles. Y esta misma identidad defensiva, que alimentó las luchas ideológicas a lo largo de la guerra fría, con el tiempo ha llegado a volverse retórica, y subsiste como bandera de combate para lo que ha dado en llamarse el nuevo socialismo, o bolivarianismo.
Estamos ya muy lejos del siglo diecinueve, y lejos de los años de la guerra fría, cuando Estados Unidos se alineó contra la insurgencia guerrillera y respaldó sin condiciones a las dictaduras de derecha. Su política respecto a América Latina, sin atención al color ideológico de los gobiernos, se basa hoy en la cooperación para enfrentar el tráfico de drogas, el crimen organizado y el terrorismo. Ninguna de sus coordenadas estratégicas pasa por el reclamo de la democracia institucional y el respeto a los derechos humanos, y abre un espacio de convivencia con gobiernos de corte autoritario, lo que podríamos llamar autocracias electas, pese a la retórica confrontativa.
Las fronteras económicas se abren, el mundo se ha vuelto global, las hegemonías bipolares, o únicas, se han derrumbado, empezando por la de Estados Unidos, y cada vez más nos damos cuenta de que nuestra pretensión de identidad latinoamericana, en un territorio de vastos confines, además de defensiva, fue siempre más ideológica que otra cosa; y esos sustentos ideológicos fueron hijos del pensamiento europeo. He allí el primer gran vínculo entre América Latina y Europa.

Leer más
profile avatar
17 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Obama en el alambre

Hay dos cosas al menos en las que Barack Obama ha superado a su predecesor, George W. Bush: en la liquidación a distancia de enemigos de Estados Unidos y en la persecución de los funcionarios lenguaraces e infieles. La mayor evidencia de lo primero es Osama Bin Laden, que cayó abatido por un comando de Navy Seals el 1 de mayo de 2011, y de lo segundo el juicio al sargento Bradley Manning, detenido desde mayo de 2010 y pendiente de sentencia por colaboración con el enemigo como responsable de las filtraciones de Wikileaks.

El mayor número de órdenes presidenciales de ejecución se efectúan a distancia, con la tecnología de los aviones no tripulados y solo un cinco por ciento con armamento clásico, mediante misiles o bombas desde aviones o navíos tripulados o directamente por comandos como fue el caso del asalto de la casa de Bin Laden en Abottabad. El primer Bush que reacciona a los atentados del 11S contaba con 50 drones (aviones no tripulados) con capacidad para ejecutar a distancia, mientras que Obama ya disponía el pasado año de 7.500, según el experto del Consejo de Relaciones Exteriores , Micah Zenko. Mientras que el presidente republicano autorizó medio centenar de ejecuciones, más que cualquier predecesor suyo, Obama ha autorizado 350 desde que llegó a la Casa Blanca. Entre estos fallecidos se hallaba el dirigente de Al Qaeda en Yemen, Anwar Al Awlaki y su hijo, ambos ciudadanos estadounidenses.

La persecución legal de los funcionarios que difunden informaciones secretas es un caso menos frecuente que los drones, pero no menos escandaloso, entre otras razones porque son en EE UU una respetada figura pública, a la que se conoce como whistleblower, alguien que sopla el silbato para dar la alarma sobre una actuación incorrecta de la administración. El más reconocido y pionero es Daniel Ellsberg, que en 1971 filtró los llamados Papeles del Pentágono al New York Times, un detallado estudio sobre la guerra de Vietnam en el que se revelaban numerosos engaños y manipulaciones del Gobierno estadounidense. El sargento Bradley Manning es el más destacado de los whistleblowers de Obama, pero no el único. Hay cinco más bajo investigación, el doble que las anteriores presidencias juntas.

Es evidente que no entraba en los propósitos de Obama superar a Bush en estos dos capítulos. El actual presidente llegó a la Casa Blanca con la promesa de cerrar Guantánamo, prohibir la tortura, retirar las tropas de Irak y terminar la guerra de Afganistán. El 21 de mayo de 2009 pronunció un discurso en los Archivos Nacionales de Washington, donde se guardan los textos fundacionales del país, bajo el lema "proteger nuestra seguridad y nuestros valores", en el que desarrolló la idea de que evitar atentados terroristas como los del 11 S no estaba en contradicción con la defensa y protección de las libertades públicas. El balance, justo cuatro años después, no puede ser más mediocre, sobre todo para el capítulo de los valores. Aunque ha podido cumplir una pequeña parte de sus promesas, sin duda respecto a la tortura y a Irak, no ha sido así con las restantes. El incumplimiento sobre Guantánamo, de alto valor simbólico más allá de la vida miserable en que se hallan los 166 detenidos, revela su escaso músculo ejecutivo frente a un Congreso que no quiere facilitarle el cierre de la instalación y se regodea en la debilidad de su palabra. Pero tantos con los drones como con las filtraciones, Obama ha profundizado en el legado de Bush, el presidente que levantó la prohibición de los asesinatos selectivos y obtuvo unos márgenes excepcionales de acción en la lucha antiterrorista de los que su sucesor sigue sacando partido.

El espionaje a la agencia Associated Press ahora descubierto es la última prueba que sufre el imposible equilibrismo entre libertad y seguridad. La oposición republicana le reprocha e incluso atribuye, con intenciones de autobombo, las filtraciones sobre la desarticulación de un grupo terrorista en Yemen, de forma que la Casa Blanca encargó al Departamento de Justicia que averiguara el origen de las informaciones publicadas por los medios. De ahí salen los listados de las llamadas telefónicas efectuadas durante dos años por un centenar de periodistas de AP, actividad inquisidora de los fiscales que se añade a la obsesiva persecución de los whistleblowers desencadenada desde las filtraciones de Wikileaks.

Nada peor para un presidente que encontrarse en frente a los medios y a la primera enmienda, protectora de la libertad de prensa. Es una convocatoria a la artillería gruesa, que alcanza a proyectar la imagen del tramposo Nixon sobre su imagen impoluta, a atribuirle un descontrol inaudito de su administración y, en cualquiera de los casos, a dar por concluida la historia del narrador en jefe que encandilaba a propios y extraños. No es el único escándalo que asedia a Obama en el arranque de su segundo período presidencial, cuando debiera preocuparse ya por su legado político y se encuentra con la amenaza de que sea casi entero el que le dejó Bush.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
16 de mayo de 2013
Blogs de autor

La infancia de Kubrick

Con diez años, Stanley Kubrick empezó a tomar fotografías con una sencilla cámara Graflex; la afición le venía de su padre, médico de profesión, y las primeras imágenes del niño fueron de los rincones y tipos del Bronx, donde había nacido en 1928. El resto es historia. Siendo aún escolar (y mal estudiante), la revista ‘Look' le publicó una instantánea, su éxito profesional en ese medio fue precoz, también su matrimonio a los 18 años (precoz aunque infeliz), y poco después la iniciativa de un amigo le llevó al cine: produjo, escribió, fotografió, dirigió y montó dos cortometrajes, aceptó el encargo de otro, y con el dinero amasado en esas labores se lanzó a su primer largo, ‘Fear and Desire' (1953).
Kubrick nunca quiso que viéramos ‘Fear and Desire', pero siempre hay un Max Brod oportuno para rescatar los descartes del genio esquivo. En el cine no hace falta buscar resmas de papel en un baúl; los negativos quedan por algún almacén, y en este caso, después de una accidentada peripecia, la Librería del Congreso, en colaboración con el MOMA de Nueva York, restauró el original que ahora, al cumplirse setenta años de su estreno y fracaso comercial, ha tenido una distribución restringida en cines y una edición de excelente calidad en DVD (con los extras de esos tres cortos citados, uno de ellos, ‘Día de combate', ‘Day of the Fight', de genuino interés). A la película se le ven de vez en cuando las costuras, y rezuma literatura de dudoso gusto (obra del poeta Howard Sackler, que escribió el guión), pero resulta, en todo momento, fascinante: por sus logros, que no son pocos, y por la mecánica de sus fallos, que con el conocimiento que tenemos de la obra ‘kubrickiana' posterior parecen, más que esbozos, semillas que la pobreza de medios y el desconocimiento del utillaje no dejaron brotar.
Es la primera película bélica de las tres que hizo, pero en este primer ensayo sus protagonistas son soldados que, ajenos a toda referencia histórica y territorio concreto, no tienen "más país que el de la mente", como dicen las palabras iniciales del narrador. Una alegoría, por tanto, que anticipa a su modo títulos de mayor renombre: ‘La vergüenza' (‘Skammen') de Bergman, ‘Fugitivos' (‘Les égarés') de André Téchiné, ‘El tiempo del lobo' de Haneke, ‘Children of Men' de Alfonso Cuarón, aunque en esa más reciente deriva el género empezó a estar contaminado por la ciencia-ficción apocalíptica, hoy tan de moda. No así ‘Fear and Desire'. Sabemos poco -y eso es una de las bases de la composición alegórica- de lo que pasa o pasó antes de empezar la acción: cuatro soldados están perdidos cerca de las líneas enemigas, después de que su avión se estrellara, y su objetivo no es original: sobrevivir, escapar, y, con suerte, acabar con sus rivales. Los cuatro tienen un pasado, aunque sólo el de dos ellos, Sidney y Mac, resulta relevante. Hay narrador omnisciente, hay diálogos superpuestos, sin que oigamos a los actores decirlos, y hay monólogos interiores; es decir, Kubrick rubrica una obra que en Hollywood pasaría en 1953 como de vanguardia, y por eso se entiende que un artista tan denso pero tan comunicativo quisiera ocultar a la posteridad un texto fílmico que él mismo consideró años después "inepto y pretencioso". Y a ratos lo es, sobre todo por el amateurismo de ciertos actores, en especial su amigo de la bohemia del Greenwich Village Paul Mazursky, que luego sería un director comercial de Hollywood de poca distinción y aquí, en el crucial papel del atormentado Sidney, sobreactúa de un modo lastimoso. La hermosa secuencia de las pescadoras del río, que empieza como un idilio campestre y acaba, atrapada una de ellas por los soldados y atada a un árbol, en una escena de psicopatía criminal, sufre de la mala prosodia y los visajes grotescos de Sydney/Mazursky.
Pero Kubrick ya era Kubrick; el genio, incluso en sus tropiezos, en sus puerilidades, brilla con un fulgor reconocible. Y ‘Fear and Desire' tiene más que destellos. Sorprende muy gratamente, por ejemplo, que tan temprano se cuidara tanto de la banda sonora, él que fue, yo diría, el director más audaz, mas inesperado y sutil en buscar las músicas adecuadas a sus historias: de Johann y Richard Strauss a Gene Kelly cantando a Nacio Herb Brown, de Penderecki a Nelson Riddle, de Wendy y Walter Carlos a Ligeti, pasando, memorablemente, por Beethoven y Henry Purcell. Aquí se trata de una partitura original de Gerald Fried, excelente compositor muy versátil con el que Kubrick repitió en sus tres siguientes películas, y que le proporciona en esta ocasión una música de asomos dodecafónicos muy a tono con la espinosa y seca materia del relato. Y luego está la fotografía, que hizo el mismo Kubrick, como en los cortos y en su siguiente película, ‘El beso del asesino': un blanco y negro muy hiperrealista que sirve de contraste a los perfiles más bien vaporosos del conflicto dramático.
Hay brotes irracionalistas que cobran peso en la peripecia, como el perro solitario en sus dos comparencias. Y llega la extraordinaria última media hora de un film corto (62 minutos). Ahí es donde ‘Fear and Desire' trasciende sus limitaciones y alcanza un refinado sentido metafórico de mayor riqueza que el alegórico. La película tiene citas de Shakespeare, extraídas de ‘La tempestad', que, al estarle encomendadas al personaje de Sidney, suenan plomizas y hasta banales. Otro escritor de lengua inglesa nos importa más. En el acecho a los innominados enemigos, un general de cierto aire ario pero uniforme abstracto y sus subordinados, se insinúa que este destacamento que aguarda relajadamente en una especie de chalet, no espera combate ni victoria, sino reconocimiento, o tal vez comprensión. La revelación llega cuando nos damos cuenta de que los dos soldados acechantes tienen el mismo físico que el general y su ayudante de campo. Son iguales, de hecho; los actores encarnan cada uno dos roles, Kenneth Harp al teniente del pequeño pelotón y al general altivo, Steve Coit al soldado Fletcher y al ayudante del general. Aunque no he leído ningún comentario al respecto ni declaración del propio cineasta, en ese duelo diferido y en esa fusión de rasgos físicos está Josep Conrad. El enfrentamiento final, la pulsión de muerte manifiesta, la advertencia de los parecidos y lo que ocurre con las armas, que no conviene contar, recuerdan notablemente algunas de las grandes ficciones de espera indefinida e identidad de contrarios escritas por Conrad, y sobre todo esa obra maestra sobre el tema del doble temido y deseado que es ‘The Secret Sharer', traducida entre nosotros como ‘El partícipe secreto'.

Leer más
profile avatar
16 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

La guerra limpia

El coronel James Ketchum, psiquiatra en el ejército norteamericano durante los años cincuenta, quería ayudar a que su país ganara la guerra fría. Su utopía empecinada era la de triunfar con la menor cantidad posible de muertes. No sólo quería proteger a los suyos sino también a los enemigos. Una guerra, digamos, "limpia". Con tal motivo, se alistó en un proyecto secreto del ejército (Proyecto 112), que consistía en el desarrollo de armas lisérgicas de combate. Durante los años sesenta, mientras la juventud norteamericana experimentaba con diversas sustancias psicotrópicas, el ejército hacía lo mismo en el arsenal Edgewood en la bahía de Chesapeake. Como dice Raffi Khatchadourian, el equipo de Ketchum pensaba que las "sustancias químicas eran instrumentos más humanos de guerra que las balas y la esquirla de las granadas" (New Yorker, 17 de diciembre 2012). No se trataba del malhadado gas mostaza, ni siquiera del "agente naranja"; estos químicos producían alucinaciones y debían ser empleados para que la mente de los enemigos no funcionara por un tiempo, el suficiente para ganar un combate.  

Las intenciones de Ketchum no eran ajenas a las de un sector influyente del ejército. Después de todo, ¿quién no quiere ganar una guerra sin disparar muchas balas? Fue el mismo presidente Eisenhower quien, cansado de las "miserias del combate frontal" -las palabras son de Steve Coll (New Yorker, 6 de mayo 2013)--, autorizó a la CIA a emprender asesinatos de líderes enemigos. Así cayeron muchos líderes en las siguientes décadas, entre ellos Jacobo Arbenz y Salvador Allende. Así la CIA, a principios de los sesenta, encontró la forma de deshacerse de Patrice Lumumba, presidente del Congo. Matar a Lumumba podía ser visto como un gesto capaz de salvar vidas; para el gobierno norteamericano, Lumumba no había sido capaz de enfrentarse con fuerza al comunismo, de modo que su asesinato podría evitar muchas otras muertes de gente inocente ante el avance comunista.

Ketchum experimentó con soldados del ejército norteamericano, obligados por las circunstancias a servir de "conejillos de indias". A ellos se les administró, entre otras cosas, LSD, gas lacrimógeno y el agente letal VX. La gran mayoría terminó sufriendo problemas cognitivos serios, pesadillas, ansiedad y depresión. Hoy el ejército se enfrenta a un juicio por parte de los sobrevivientes, y Ketchum, a los 81 años, se sentará en el banquillo de los acusados. Ni siquiera las pruebas contundentes del sufrimiento de los soldados ha hecho cambiar de opinión a este anciano locuaz; salvar vidas justificaba todo, dice.

Al final, después de más de una década de experimentos, el ejército decidió que las armas químicas eran impredecibles y canceló el Proyecto 112. Sin embargo, todavía queda en el gobierno el deseo de ganar una guerra sin exponer a sus soldados. Después del ataque a las torres gemelas, Bush autorizó a que la CIA se encargara del "asesinato selectivo" de terroristas de Al Qaeda en Irak y Afganistán; años después, esa orden la expandió Obama a Pakistán. Gracias a los drones, esos eficientes aviones militares no tripulados, se calcula que alrededor de 5000 supuestos terroristas han sido eliminados. Esos hombres estaban en una fiesta o en un bazar cuando les llegó la muerte desde el cielo; nunca vieron a su enemigo, no hubo juicio que dictaminara su culpa o inocencia, ni su gobierno hizo nada por defenderlos.

Al coronel Ketchum le llegará la hora de enfrentarse a un tribunal; Eisenhower, Bush, Obama y tantos otros presidentes norteamericanos, empeñados en minimizar las heridas que provoca un combate, han sido muy efectivos a la hora de hipotecar la moral del imperio. No hay guerra limpia posible, ni siquiera la teledirigida o la de los laboratorios.

 

 (El Deber, 11 de mayo 2013)

 

 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
15 de mayo de 2013
Blogs de autor

La vida admirada

Qué diferente es la vida cuando se contempla desde fuera y se admira como un paisaje -incluso cuando se escribe, se evoca o se fotografía- de cuando uno se interna en su bolsillo interior. La vida es un traspié. Lo cuenta en breve, y con una recreación tan elocuente como teatral, Fernando Savater en la comedia filosófica recién publicada por Anagrama donde ficciona una tarde con Schopenhauer. Como asegura por boca del filósofo alemán, tropezamos nada más nacer cuando dimos el primer paso en falso, y todo lo que viene después son rodeos y tumbos hasta que nos estrellamos. Porque, y aquí es donde insiste en el núcleo de su pensamiento: “Admirar la vida al contemplarla genialmente reproducida nos hace olvidar por un rato que la padecemos”. De ahí que nos representemos a nosotros mismos como espectadores, y tomemos la distancia necesaria para perdonarnos cuando cometemos errores e incluso para aplaudirnos cuando logramos un acierto que pasa desapercibido. El ser humano necesita ser reafirmado. Desde pequeños recibimos el aplauso de los mayores cuando satisfacemos sus expectativas, y ese eco nos acompaña siempre, con un pellizco infantil, a pesar de la experiencia. Hoy, en un mundo hostil, competitivo, y más que nunca necesitado de terapia, vale la pena revisar el elocuente pesimismo de Schopenhauer en nuestra apasionada crónica sobre la amargura. Y a menudo justifico mi atracción por los análisis psicológicos sobre nuestras preferencias, ya que en ellos se refleja como en un espejo esmerilado toda la ilusión de una vida deseada. Entre los estudios que más me han llamado la atención acerca de lo que deseamos, por supuesto de forma idealizada, destaca el que acaba de publicar la revista Psychology of Music: las mujeres se sienten más atraídas por los hombres que tocan un instrumento, en especial una guitarra. Mientras los investigadores dan vueltas para hallar una explicación -que va desde los orígenes históricos de la música en los rituales de cortejo hasta la relación entre destreza musical y la exposición prenatal a la testosterona-, yo me inclino a invocar la deriva romántica. Esa que sigue envolviendo nuestra insatisfacción, la misma por la que tendemos a pensar que el actor principal de nuestra vida se acerca y nos elige. Esa vida admirada, tan diferente a la padecida, proyectada en imágenes y con banda sonora: un hombre con una guitarra, los zapatos polvorientos y una sonrisa radiante, ¡la rudeza civilizada y el virtuosismo en el mismo ser humano! Clichés que nos acompañan en nuestros voluntarios tropiezos al tratar de escapar del blanco y negro y pasar al flúor para hacerlo todo más vivaz y soportable, aparentemente. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
15 de mayo de 2013
Blogs de autor

I. El nombre de América Latina

Siempre oí decir que el término América Latina había sido una invención francesa incubada en los tiempos del expansionismo imperial de Napoleón III, quien ambicionaba tanto una sucursal de su imperio en México como un canal interoceánico a través de Nicaragua, cuyo trazo él mismo diseñó. Pero en verdad, aquella denominación que hasta hoy día nos identifica resulta ser la obra de emigrantes latinoamericanos que nunca han faltado en París.
El 22 de junio de 1856 se celebró una asamblea en la que participó una treintena de asistentes, para repudiar la ocupación de Nicaragua por la falange filibustera del fundamentalista sureño William Walker, quien ya había fracasado en apoderarse del estado de Sonora en México. Tras hacerse elegir presidente de mi país, restableció la esclavitud e instauró el inglés como idioma oficial, mientras el presidente Franklin Pierce se fingía desentendido.
Fue entonces cuando en uno de los ardientes discursos de aquella noche en París, el chileno Francisco Bilbao habló por primera vez de "la raza latino-americana", para oponerla a la raza anglosajona de Estados Unidos, que se había apropiado del nombre de América. De allí venimos entonces, fabricados al ardor de un mitin donde su buscaba reivindicar entre voces encendidas a todo un continente, islas y tierra firme

Leer más
profile avatar
15 de mayo de 2013
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.