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¿Por qué casarse?

Este hombre de más de dos metros, bíceps de acero y dentadura cegadora, Jason Collins, que ha confesado: “Soy un pívot de la NBA de 34 años. Soy negro. Y soy gay”. Fue la información de deportes más clicada del día en la red, aunque muchos se preguntaban si en verdad podía considerarse una noticia en pleno siglo XXI. De ello no hay duda. Primero, porque es el primer jugador de la famosa liga en activo que reconoce su homosexualidad y con su gesto desafía al mito del vestuario. Segundo, porque la politización de sus declaraciones no se ha hecho esperar, y Bill Clinton ha abrillantado sus palabras, “necesarias, tranquilizadoras y fértiles, además de valientes”. Y en tercer lugar, porque Collins no podía seguir viviendo en la impostura. En la entrevista, concedida en exclusiva a Sports Illustrated, explicaba que tomó la decisión tras los atentados de Boston: “Si las cosas pueden cambiar en un instante, ¿por qué no vivir honestamente?”. Clinton ha subrayado la oportunidad del momento: que la confesión de Collins coincida con que diez estados norteamericanos hayan legalizado los matrimonios homosexuales, a la vez que la aprobación de la ley, el pasado 23 de abril, en la libertina Francia donde las agresiones homófobas han demostrado cuán enquistados están los prejuicios. Y, a contracorriente, nuestra aportación local, las declaraciones de Rouco Varela acusando de tibieza al Gobierno de Rajoy por no derogar la actual ley a fin de “restituir a todos los españoles el derecho de ser expresamente reconocidos por la ley como esposo o esposa”. El mundo es una cabina de mandos con capacidad retroactiva. Hace unos días, el sociólogo Andrew J. Cherlin se preguntaba en The New York Times por qué sigue habiendo cierta obligación de casarse en EE.UU. si la sociedad ya acepta plenamente a los solteros. Y lo que es más importante, cuando muchas parejas reconocen no haber notado diferencia alguna entre tener o no tener papeles. Las razones esgrimidas en las encuestas que cita Cherlin apuntan a que casarse constituye aún hoy un signo de éxito personal, una mezcla entre alcanzar sueños y cumplir objetivos. Y ese subtexto es el que están asumiendo la Administración de Obama o la de Hollande al promover la aprobación del matrimonio homosexual: casarse no sólo garantiza un puñado de derechos, sino que representa una especie de meta, incluso de señal de distinción que en nuestro imaginario se corresponde a una feliz vida en pareja y a un estatus social. Pero a menudo se amortigua la idea de que el matrimonio, hetero u homo, es una opción libre y universal. Una opción de vida entre dos. De ninguna manera un mandato. (La Vanguardia)

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1 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Todas las criaturas grandes y pequeñas

Si a una persona le gustan las variopintas historias de la vida en el campo contadas por un hombre que era de ciudad pero supo aceptar la especial idiosincrasia de la ruralidad y que, si bien no llegó nunca a ser considerado como uno más, acabó convertido en un miembro prominente de la comunidad; si además a esa persona le gustan los animales hasta el extremo de que no le produzcan aprensión las prácticas a las que un veterinario debe recurrir en ocasiones para salvar la vida de sus pacientes, o para traer a este mundo a una cría que rehúsa venir a este perro mundo y prefiere seguir donde está; y, finalmente, si dicha persona es amante de una prosa sencilla y directa y que fluye sin más aspiración que reproducir lo más fielmente posible "lo que pasó", puede tener la seguridad de que Todas las criaturas grandes y pequeñas le va a deparar largas horas de placer y sosiego, y lo digo no sólo porque las más de seiscientas páginas que tiene el libro dan para contar miles de historias sino porque cada vez que por alguna razón debes cerrarlo vuelves a él con la seguridad de ir a pasar otro buen rato.
James Alfred Wight, nacido en Glasgow in 1916 y graduado en la Facultad de Veterinaria de esa ciudad, llegó con veintipocos años a Thirsk, una pequeña localidad situada en lo más profundo del Yorkshire rural. Iba a ejercer su primer empleo: ayudante del veterinario local Donald Sinclair, que vivía en una gran casona en compañía de un hermano más joven que además de excéntrico era un calamidad, un veterano de la Primera Guerra Mundial mucho más aficionado a las batallas de su juventud que a cuidar del jardín y los animales domésticos y un ama de llaves mandona pero imparcial en el sentido de que repartía órdenes a todos por igual, incluidos los cinco perros del amo.
Los tiempos eran difíciles porque adelantos como la mecanización del campo (que iba a terminar con los animales de tiro) y los avances médicos y de la farmacopea estaban trayendo consigo cambios profundos y muy rápidos, dos aspectos de la vida moderna (nuevos modos y aplicados de golpe) que la ruralidad estaba poco preparada para asumir sin resistencia.
Sin embargo, y como no tardará en descubrir el joven y todavía inexperto veterinario, si las condiciones físicas del medio (frío intenso y clima inclemente, valles abruptos y mal comunicados y un nivel de vida no muy alejado de la mera supervivencia) y los imponderables que la práctica médica debe afrontar en su lucha contra la enfermedad, ya hacían de por sí difícil el ejercicio de la profesión, el verdadero y más infranqueable escollo resultaron ser los propios campesinos. Aparte de tacaños, desconfiados ante la sola presencia de un joven al que desconocían y daban por sentada su ignorancia, los campesinos y los propietarios de animales en general, incluidos los de compañía, demostraban sin excepción la indestructible convicción de saber más que el veterinario. Al fin y al cabo no sólo llevaban toda la vida tratándolos sino que habían visto hacer lo mismo a sus padres y abuelos. Y cómo no podían mostrarse reticentes, cuando no abiertamente hostiles, a las medidas adoptadas por un jovencito con la cabeza repleta de enseñanzas mal digeridas y que se presentaba en sus granjas con un instrumental y unas medicinas que nunca se habían visto por aquellos valles.
La relación con los campesinos y dueños de animales en general aporta muchas veces la vena cómica al relato, pero con un matiz: el narrador no era el señorito de ciudad que se ve obligado a convivir con patanes rurales y que descarga sobre ellos toda la frustración y la inquina de quien desearía verse a sí mismo dirigiendo un próspero consultorio en la capital. James Alfred Wight llegó a Thirsk en la década de 1940 y allí se quedó hasta el día de su muerte, a los 78 años de edad. Desde el primer día llevó una minuciosa relación de los casos que trataba y de sus relaciones con sus clientes. Hasta que un día, ya con 53 años de edad, compró una máquina de escribir y se dedicó a contar lo que había sido su vida allí. Thirsk se convirtió en el Darrowby de la ficción, de la misma forma que su jefe, Donald Sinclair, pasó a ser el Siegfried Farnon. Pero ficciones aparte, las historias que James Herriot, el pseudónimo adoptado por James Alfred Wight, están contadas con toda simpatía y una extraordinaria proximidad a quienes las vivieron, y tal vez por eso los libros de Herriot llevan vendidos 60 millones de ejemplares y han dado pie a una exitosa serie de la BBC. Los incondicionales de las hermanas Brontë tienen un aliciente suolementario porque el Yorkshire de Herriot está geográficamente muy cerca y se parece asombrosamente a los paisajes que describían aquellas tres desgraciadas hermanas, aparte de que los personajes también podrían haber salido en sus novelas.

Todas kas criaturas grandes y pequeñas
James Herriot
Ediciones del viento



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Eder. Óleo de Irene Gracia

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96 y 95. Cosmogonía de los hombres negros.

El color negro es, desde antiguo, lo manchado, lo maligno (Diógenes Laercio, explicando el pitagorismo, dice que el negro en su sistema es el mal), lo detestable, lo lúgubre: Dión Casio cuenta en Historia romana la fiesta negra de Domiciano, quien ennegreció todos los objetos y paredes de una habitación de su palacio, así como el atuendo de los servidores: sus invitados al llegar pensaron que iban a ser ajusticiados. Lo blanco es lo “sin mácula” o mancha: ya se lo dice Yahvé a Jacob: “recorreré hoy toda tu grey, apartando de ella todo animal salpicado y manchado y todo animal negro entre los corderos” (Génesis, 30, 32). Sin embargo, precisamente por oculto y lateral, lo negro es temido por poderoso, al ignorar cómo defenderse de un ataque de la oscuridad. El trono de Zeus era negro, según la mitología griega. De aquí que cualquier cosmogonía de los hombres negros parta, necesariamente, de su terribilidad. No nos referirnos con “hombres negros” a una raza, ni tampoco a los seres imaginarios que Jung considera en Recuerdos, sueños, pensamientos origen de traumas mentales, sino de una especie casi desconocida. Su acta de nacimiento puede ser tan antigua como la existencia del hombre, y coincide con la de sus ancestros, los hombres invisibles. Veamos las relaciones entre unos y otros.

 

Los relatos antiguos detallan cómo son las sombras las que bajan al Hades (véase el hilarante diálogo entre Heracles y Diógenes reproducido por Luciano de Samosata), mitad negror, mitad entes no visibles. El padre Feijoo, en su Teatro crítico universal, se refiere a “los batuecos”, seres que existen a la vez que nosotros, que están por todos lados, viven en nuestras calles, pero son invisibles y tienen mundos paralelos, aunque a veces se cruzan con éste. Italo Calvino, seguramente sin conocer al polígrafo español, ya advertía en Las ciudades invisibles que “a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí”. Yáhiz, en La cuadratura del círculo, cita de pasada seres que habitan invisibles entre las muchedumbres y con su fuerza sostienen el mundo: ¿antecedentes de Los invisibles de José María Merino, de Los otros de Javier García Sánchez? Edgar Allan Poe, gracias a su hiperestesia, pudo distinguir uno de estos seres y seguirle durante horas por las calles de una ciudad en decadencia: de su persecución nos quedan la inquietud y ese relato fantástico, El hombre de la multitud. Un curioso personaje, Jacques Bergier, habla de los hombres negros en Los libros condenados, catalogándolos como una secta francmasónica y luddita que tiene por objeto que los seres humanos no aprendamos demasiado rápido: a su discutible juicio, pululan desde los tiempos de Egipto, robaron el libro de Toth, y están detrás de una de las destrucciones parciales de la Biblioteca de Alejandría. En realidad, el negro apela más bien a la sabiduría: “Él, hijo de estudiosos, hombres de negro, curvados: generaciones de fatigados eruditos” (Russell Hoban, El león de Boaz-Jachin y Jachin-Boaz, 1973). Si se lee El justo medio de la ciencia, Algacel retrata en sus páginas dos ángeles negros que recién muerto un hombre le levantan de la tumba para interrogarle. Esenin, en el poema El hombre negro, describe la visita de uno de ellos; Johann Peter Hebel, en El amigo de la casa, describe el momento en que otro se aparece, y Leopoldo María Panero en Narciso en el acorde último de las flautas (1979), escribe: “porque todos llevamos dentro un niño muerto, llorando, / que espera también esta mañana, esta tarde como siempre / festejar con los Otros, los invisibles, los lejanos / algún día por fin su cumpleaños”. Sombras oscuras, mitad hombres, mitad fantasmas, recorren el territorio mítico de Pedro Páramo, y chocan contra la Piedra Negra de Auden. En su penumbra pueden ser reconocidos Joseph de Maistre, el Hombre solo de Mingote, Giordano Bruno, el José María Izquierdo retratado por Cernuda en Ocnos, la armonía negra que caracteriza según Antonio Colinas a Mahler. Caminan en las fantasmagóricas escenografías del Criticón de Gracián y de los Sueños de Quevedo. Podrían ser los sombríos ángeles de El cielo sobre Berlín, del cineasta Wim Wenders, los redactores del Necronomicón de Lovecraft, el oscuro coro de Dark City, de Alex Proyas.

 

De los retratos que Marcel Schwob nos brinda en Vidas imaginarias, no es el menos conseguido aquel en que el narrador francés nos detalla la maligna existencia de Cyril Tourneur, poeta nacido de un dios y una prostituta una noche de peste londinense. Ateo, asesino de reyes primero y de dioses después, así era descrito Tourneur por sus contemporáneos: “Lo representan vestido con una larga túnica negra (...) Recorría las calles de noche de peste y de tormenta”. Decidido a fundar una nueva saga de dioses, posee a su propia hija sobre la cobertera de un osario. Su muerte no puede ser más significativa: “La población de Londres se había retirado a las barcas amarradas en medio del Támesis. Un meteoro espantoso evolucionó bajo la luna. Era un globo de fuego blanco, animado por una siniestra rotación. Se dirigió hacia la casa de Cyril Tourneur, que pareció pintado de reflejos metálicos. El hombre vestido de negro y coronado de oro esperaba en su trono la venida del meteoro”. El cometa, para qué concretar más, llegó, como en la Melancholia de Lars von Trier. La descripción de Schwob podría coincidir, punto por punto, con la del Maldoror de los Cantos de Lautréamont. Igual de salvaje y cruel, igual de desdeñoso con el creador, también va sembrando el terror y la indignación vestido con una reconocible capa negra.

 

Los hombres negros están también en la Historia de la literatura portátil de Enrique Vila-Matas: “parece ser que fue en el infinito laberinto de la ciudad de Praga donde los inquilinos negros, también llamados odradeks, comenzaron a dejarse ver. A consecuencia de su tensa convivencia con la figura del doble, cada shandy hospedaba en su interior a uno de esos inquilinos negros que, en muchos casos, habían sido hasta entonces discretos acompañantes de los portátiles, pero que en Praga comenzaron a volverse exigentes y adoptaron variadas formas, alguna de ellas humana”. A continuación, durante dos capítulos, habla de la relación de algunos de los miembros de la conjura shandy con ellos: Juan Gris, Canell, Crowley, tensión que está en el génesis de la Antología negra de Blaise Cendrars, sobre la cual Vila-Matas demuestra que su negritud no se refiriere a su supuesto trasunto africano sino, muy diferentemente, a su relación con los hombres negros.

 

Por tanto, no es difícil apreciar que aquéllos hombres invisibles se hacen visibles en ocasiones, y surgen entonces los hombres negros. Bajo el auspicio de Anubis, el dios de tez morena, invariablemente son o toman forma de escritores, como en el caso de Tourneur, de Kafka, de Leopardi. De Quincey habla del Intérprete de lo Oscuro en sus visiones opiáceas. Meyrink, según Vila-Matas, sufre el síndrome de tener uno de esos hombres negros en su interior; Bergier mantiene que Meyrink hizo una novela sobre John Dee, el hombre que a través de un espejo negro se comunicaba con extraterrestres, inventor que fue del idioma enoquiano, y que fue perseguido hasta el final de sus días por los hombres en cuestión; el mismo Meyrink tiene mucho que ver en la difusión de la leyenda de El Golem, quizá el más famoso de los hombres negros, y todo encaja de un modo brutal, aterrador; sobre todo me preocupo por esta ropa negra que vengo vistiendo, por alguna extraña y oscura razón, desde los dieciocho años.

 



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1 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De Petrarca a la Chanson de Roland

 
La carta de Petrarca donde narra su ascenso al Mont-Ventoux se inicia con un cuidado doble sentido. La subida al monte y, a la vez, la vertiginosa caída en el interior del narrador, quedan esbozadas con la primera palabra del relato: altissimun, superlativo de altus, que en latín conlleva el significado de “alto” y “profundo”. Es una carta transida de doblez, que habla simultáneamente de ascenso y descenso, de pasado y presente, de mundo y alma.
 
Pero la divergencia entre las acepciones “alto” y “profundo”, sólo tiene lugar en italiano —también, claro, en español y otros romances— y demuestra, por si no lo supiéramos, que el autor no es un romano del siglo I, sino un toscano del XIV que ve y entiende el latín “desde afuera”, o sea, desde el toscano. Para Cicerón o Séneca, altus es… altus, y no tiene ningún doble sentido.
 
Es curiosa la deriva en las lenguas indoeuropeas del viejo radical al-que significa “alimentar”. En griego analtos significa “insaciable” y, en sánscrito, anala tenía el mismo significado y de ahí pasó a significar “fuego”, el insaciable por antonomasia. En latín, de (ignem) alere “cebar, echar al fuego” vino altare (altar, el lugar donde se alimenta el fuego sacrificial). En las lenguas germánicas, el radical alt, que en sí significaba “alimentado”, pasó a ser “crecido”, pero enseguida perdió el sentido espacial, para significar “de edad”, “que ya no es joven”, y finalmente “viejo”. El sajón lo incorporó como ald, que es el abuelo del actual inglés old. Por su parte, el vasco tomó directamente del latín alatur “alimentar”, el verbo alhatu, que significa lo mismo.
 
Aquí cerca, entre Francia y España, está Alduide, un topónimo que aparece a la vez vinculado a la altura y la profundidad (se dice macizo y montes de Alduide, en España, y también valle de Alduide, en Francia). El lingüista Lemoine propone un derivado vasco del latín altitudinem, que no va mal encaminado, pero no significaría altura, como cree, sino profundidad, abismo. Compárese con la traducción de Jerónimo del pasaje Apocalipsis 2, 24, τὰ βαθἐα τοῦ Σατανᾶ, altitudines Satanae, "los abismos de Satanás". 
 
En todo caso, la propuesta de Lemoine tiene pocas posibilidades frente a un más evidente *altum-bide —notemos que la toponimia arcaica vasca contiene adjetivos antepuestos, en este caso adjetivo y sustantivo son de origen latino, los mismos que dan por analogía Zaldumbide, que es otro altum+bide, "camino del barranco" reconvertido en "camino del caballero", que es más amable, y no por eso dejemos de notar el paralelo con el vecino *luza-bide “camino a lo largo”, nombre vernáculo de Valcarlos—. Ahora, *Altum-bide no significa “camino alto”, sino lo contrario, “camino en hondura, profundo, por el barranco”, lo que concuerda con la característica del paraje. Porque, en verdad, Alduide era una ruta pésima para retirarse de Pamplona hacia Francia por  un barranco hondo, desabrido y deshabitado, un desierto selvático, con gargantas y estrechos profundos y malos para pasar con impedimenta, pero buenos para saqueo y pillaje de gente que va en fila. Concuerda con la descripción que aparece en la crónica eginardiana de la expedición de Carlomagno, y es el paso pirenaico más cercano a Pamplona en línea recta. De donde se deduce que Alduide, y no Roncesvalles, es probablemente el lugar donde los vascos saquearon la retaguardia de Carlomagno, hecho que luego recreó la Chanson de Roland.


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1 de mayo de 2013
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I. Un sepulcro sellado

El novelista Augusto Roa Bastos dejó dicho que Paraguay es una isla rodeada de tierra. Y aún más que eso, José Gaspar Rodríguez de Francia y Velasco, Supremo Dictador Perpetuo de la República, el célebre doctor Francia, convirtió al país a partir de la independencia en 1811 en un sepulcro sellado para quienes vivían en su territorio, sin mendigos ni ladrones ni asesinos, pero también sin enemigos, hacinados en los calabozos, o en los cementerios. Lo sucedió su sobrino Carlos Antonio López, quien a pesar de su codicia, pues amasó una inmensa fortuna a la sombra del poder, hizo intentos de modernidad, y construyó nuevas líneas de ferrocarril y la primera fundidora de hierro que hubo en el cono sur.
Tras su muerte en 1862, el poder pasó a manos de su hijo Francisco Solano López, disoluto aficionado a las faldas, premiado por su padre con las insignias de brigadier a los dieciocho años de edad, y elevado a mariscal por un decreto que él mismo firmó ya presidente. Había sido enviado a Francia por su padre a comprar un cargamento de armas, y en París se enamoró de las pompas de Napoleón III, y de una irlandesa a quien se llevó de regreso consigo, Elisa Alicia Lynch, llamada por la gente "la Madama", pronto convertida en la más grande terrateniente de Paraguay, y quien ya viuda habría de morir sin embargo en la miseria.

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1 de mayo de 2013
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Propiedad privada y corrupción del lazo hombre-mujer

"¡Que diablo! ¡Claro que manos y pies, / Y cabeza y trasero son tuyos!/ Pero todo esto que yo tranquilamente gozo/¿es por eso menos mío?/ Si puedo ganar seis potros, /¿no son sus fuerzas mías? Los conduzco y soy todo un señor/ Como si tuviese veinticuatro patas"
Citando estos textos del Fausto de Goethe en sus Manuscritos del 44 Marx quiere ilustrar literariamente su tesis sobre ese momento de la historia humana en el que para la subjetividad de cada hombre la relación entre la propia vida y los medios de vida, no es esencialmente distinta de la relación entre la propia vida existencia de otros hombres:
"El dinero, en cuanto posee la propiedad de comprarlo todo, en cuanto posee la propiedad de apropiarse todos los objetos es, pues, el objeto por excelencia. La universalidad de su cualidad es la omnipotencia de su esencia; vale, pues, como ser omnipotente..., el dinero es el alcahuete entre la necesidad y el objeto, entre la vida y los medios de vida del hombre. Pero lo que me sirve de mediador para mi vida, me sirve de mediador también para la existencia de los otros hombres para mí. Eso es para mí el otro hombre" (1).
Esta reflexión sobre la esencia del dinero sigue a la reflexión sobre la propiedad privada como emblema del extrañamiento del hombre respecto de su humanidad, traducida emblemáticamente para Marx es la relación entre hombre y mujer. Cuando el hombre existe sólo para su propia subsistencia de la que ve garantía en la exclusiva propiedad de ciertos bienes, es decir cuando ha enajenado su propia esencia como ser social, la relación entre los sexos es una mera proyección de la relación de privaticidad.
La deshumanización tiene, en efecto, corolario en la concepción del ciclo de las generaciones como mirífico recurso para la prolongación de sí en la progenitura. El ciclo de las generaciones es sentido como garantía de persistencia del sujeto parcial que uno en su individualidad constituye, y no como garantía de la persistencia de la humanidad. Esto tiene expresión directa en el legado de la exclusiva propiedad: identificado el sujeto a su propiedad, si en la descendencia ésta se conserva... esta perdurando lo esencial de uno; si la propiedad se incrementa, uno se está expandiendo más allá de la muerte física. Este mecanismo explica los casos tan frecuentes de protección por parte de los poderosos de las acciones de enriquecimiento de sus hijos, aunque por lo ilícito del procedimiento ello exponga a un descrédito moral. Y es simplemente que el crédito reside en otra parte, y que lo que se puede perder en el terreno del reconocimiento moral parece al sujeto inconmensurable respecto a lo que se puede ganar en el terreno de lo vivido como esencial.
En una sociedad en la que la propiedad privada sea cosa del hombre, ello tiene como corolario no sólo la subordinación de la mujer a la función reproductora sino la abolición de toda sombra de autonomía sexual para la misma. Pues la función de la mujer es entonces la de garantizar la trasmisión de la propiedad privada e padre a hijo a lo largo de la generaciones. Pero se trata de garantizar que la progenitura sea realmente propia, de lo contrario se estaría trasmitiendo lo propio y constitutivo de uno a otro. Es obvio que en estas condiciones, además de la animalización de la sexualidad humana por reducción a la función reproductiva, ha de restringirse la libertad de la mujer en el seno mismo de esta sexualidad desprovista de lo genuino de la especie humana.
En esta reducción del papel de la mujer a mero instrumento la relación del hombre con la mujer pasa de ser "la relación más natural del hombre con el hombre" (Marx) a ser un relación más de dominio, reducción y cosificación. El nivel de la degradación en el lazo hombre mujer se convierte pues en criterio seguro para determinar hasta qué extremo el hombre ha dejado de sentir a los demás como su prolongación de sí, hasta qué extremo su entidad individual ha dejado de ser entidad colectiva.
 
________________________
 
(1) Karl Marx Manuscritos del 44 Tercer Manuscrito. En su reflexión sobre la esencia del dinero Marx cita asimismo a Shakespeare, concretamente esta magnífica exhortación al dios dinero para que no se fie de sus hombres hombres dada su tendencia a rebelarse y a tal fin haga que se autodestruyan en falsas querellas:
"... Dios visible 
que sueldas juntas las cosas de la Naturaleza absolutamente contrarias
y las obligas a que se abracen; tú, que sabes hablar todas las lenguas
||XLII| Para todos los designios. ¡Oh, tú, piedra de toque de los corazones,
piensa que el hombre, tu esclavo, se rebela, y por la virtud que en ti reside,
haz que nazcan entre ellos querellas que los destruyan,
a fin de que las bestias puedan tener el imperio del mundo...!»
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30 de abril de 2013
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IV. La guerra de Herodes contra los chocolates

Soldados que se comían los sesos de los niños después que sus cabezas habían sido partidas a golpes contra las rocas. Niños lanzados al aire y ensartados en bayonetas. Vientres de mujeres abiertos a cuchillo para sacarles a los hijos en gestación. Niños quemados vivos.
Francisco Velasco cuenta que mataron a once familiares suyos y a su hija de doce años la encontró tirada en el piso de su vivienda con el pecho abierto y sin corazón. "Los soldados le sacaron el corazón, no sé si con cuchillo o machete. ¿Mi niña qué delito tenía? ¿Mi mamá qué delito tenía?"
Nicolás Toma, de San Juan Cotzal, dice que una patrulla de soldados llegó a su aldea Villa Hortencia Antigua y mataron a todos los niños: "Les metieron bala en el pecho que salió por la espalda". No habla español, y necesita del auxilio de un traductor. Los soldados violaron uno tras otro a las mujeres, ancianas y jóvenes, y luego las degollaron.
"No hubo perdón para ancianos, ni niños ni mujeres embarazadas", dice otro, "en ocasiones los niños se iban vivos a las fosas en los rebozos de las madres. Cuando una fosa estaba llena de víctimas, le echaban tierra. Ellos los agarraban del pelo y los puyaban en el pecho, y después los empujaban a la fosa".
Otro testigo declara que cuando fueron a buscar a su hijo Pedro de cinco años de edad, "ahí estaba tirado, mi chiquito muerto". Tuvieron que dejarlo en la huida, y "ahora por fin está enterrado en el cementerio de Cunén", después que los antropólogos forenses identificaron sus restos. Y dice otro: "los soldados primero quemaron las casas y a los niños que estaban allí les cortaron el pescuezo con cuchillo, la cabeza la usaban como pelota, nunca se me ha olvidado y nunca se me va a olvidar".
¿Quién puede olvidar esta guerra de Herodes para acabar con los chocolates?

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29 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Enfermedad crónica

¿Qué pasaba cuando no había crisis? Prácticamente vamos olvidando que se sentía en la normalidad asociada a un crecimiento constante, más o menos alto, y a una estabilidad en el empleo. Hoy, sin embargo, se suceden las noticias de un derrumbe por etapas. Van cayendo empresas y fundaciones, va apagándose la cultura y los planes de desarrollo futuros. Más que aguardar a que las cosas vayan mejor, se teme que la tendencia hacia lo peor se haya instalado de un amanera tan honda como irreversible. En estas condiciones, el mismo gobierno español, y el francés y el portugués o el italiano presentan una imagen de debilidad y decadencia que les hace aparecer como estampas sin densidad, cuerpos sin músculo, visiones nubladas. ¿Un líder? Tendría que tratarse de alguien llegado del más allá para no verse contagiado por la epidemia del más acá. Porque si de alguna manera directa puede tratarse la situación es aquella que evoca a las atenciones que demanda un enfermo de anemia, de leucemia, de fibralgia. Todo es vulnerable y todo duele. Al punto de que los periódicos habrán de consumirse no ya por la competencia de las tabletas o Internet sino por la misma consunción de sus materiales caducos. En la Historia se tuvo como románticas y voluptuosas a las épocas de decadencia. Después fueron exaltadas como puntos de inflexión puesto que en sus nidos se habían ido componiendo las fórmulas nuevas para vivir progresivamente, más confortablemente y más creadoramente. Pero ¿ahora? Esta decadencia sigue una trayectoria vertical que no permite el cuenco correspondiente a las incubadoras. Cae en picado, hacia el centro de un magma que, si Dios no lo impide, acabará quemándonos a todos y a todo. A la manera de un fuego purificador. Es bueno ser creyente para poderse contar esta historia sagrada. Pero justamente cuando menos fieles existen y el agnosticismo crece habría que hacer frente a la situación. ¿Hacer frente? La sensación es que las fórmulas de curación, los recurso a la clínica o a la política económica no son suficientes y puesto que prácticamente nada mejora ¿cómo no volver a pensar en la Revolución?



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29 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Maquiavelismo catalán

El Príncipe es un hijo del exilio. Maquiavelo empezó a escribirlo ahora hace exactamente 500 años, en la casa de campo familiar de Sant'Andrea in Percussina, a diez kilómetros de Florencia. Todo ocurrió muy aprisa: el 16 de septiembre de 1512, el golpe de Estado con que los Medici recuperaban el poder; el 7 de noviembre su destitución como secretario; luego el confinamiento y la prohibición de entrar en el Palazzo Vecchio, que albergaba la institución republicana de la Señoría y donde ha trabajado toda su vida; desde entonces hasta el 10 de diciembre la indagación sobre su gestión; y al final, la cárcel, donde sufre la peor y más peligrosa experiencia de su vida: además de la miseria de un calabozo insalubre, tiene que enfrentar la tortura, un método judicial perfectamente acorde con los tiempos. Le atan las manos a la espalda y le suben y bajan con una polea hasta seis veces, en un tormento conocido como de la cuerda que suele producir dislocaciones. El 11 de marzo de 1513 el cónclave elige como nuevo papa a Giovanni di Lorenzo de Medici bajo el nombre de León X. Machiavelo queda en libertad y se encierra en el Albergaccio, su refugio campestre.

El aniversario que ahora se celebra no es de la publicación, que no se produjo hasta 1532, cinco años después de su muerte, sino de la escritura, fruto tanto de su experiencia política como de la nostalgia que sentía por la intervención en los asuntos públicos. Muy poco se puede añadir a estas alturas a la fortuna inmensa del célebre libro y de su autor, glosado y comentado, odiado y ensalzado en estos 500 años hasta fructificar muy pronto en un concepto y un adjetivo, maquiavelismo y maquiavélico, en el que se sintetizan la necesidad y la inmoralidad del realismo político. Por cierto, nadie entre los que mejor lo practican suele admitir su fiel adscripción a la doctrina maquiavélica.

Maquiavelo todavía molesta. Su aparente apología de la mentira es la mejor denuncia contra la mentira. Vale allí donde hay poder. De ahí que los políticos más maquiavélicos no tengan rebozo en mentir incluso a la hora de exteriorizar su admiración por el maestro. Pero no son los que merecen mayor atención, porque les conocemos de sobra. Les superan en maestría manipuladora quienes exhiben la innovación arcangélica de una política de corte totalmente nuevo y puro, ajena a la falsedad y al enmascaramiento, esos personajes que jamás incurren en el doble lenguaje, que dicen cumplir todo lo que prometen y se venden a sí mismos como inseparables compañeros de la verdad, el bien y el valor. El secretario es taxativo en su libro respecto a las promesas políticas, de la que se derivan tantos falsos mandatos electorales: "Un señor prudente no puede, ni debe, mantener la palabra dada cuando tal cumplimiento se vuelva en su contra y hayan desaparecido los motivos que le obligaron a darla. Y si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no lo sería, pero como son malos y no mantienen lo que prometen, tú tampoco tienes por qué mantenérselo a ellos. (?) Los hombres son tan crédulos y tan sumisos a las necesidades del momento que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar".

Maquiavelo empezó a escribir en Sant'Andrea después de un cambio de régimen y en pleno cambio de época, ideas ambas muy próximas a las que revolotean ahora sobre nuestras cabezas. Los dos personajes que inspiraron su libro de forma más destacada fueron César Borgia y Fernando el Católico, el primero arzobispo de Valencia y el segundo monarca de Aragón y por tanto de Cataluña. Ambos fueron decisivos en la escena internacional de la época, que todavía era estrictamente europea y casi del todo italiana. Los catalanes se quedaron sin sus ancestrales estructuras de Estado hace tres siglos, en 1714, pero no tenían príncipe propio desde mucho antes, al menos desde los tiempos en que Maquiavelo contó cómo deben comportarse los príncipes. Hasta aquel momento en que dos personajes de raíces bien catalanas inspiraban al secretario florentino hay que remontarse si se quiere desmentir rotundamente el tópico sobre la ineptitud catalana para el poder desnudo, tal como la codificó Vicens Vives bajo la figura mitológica del Minotauro.



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29 de abril de 2013
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?No molestar?

Los valores de la bolsa que vomitan los canales económicos producen un efecto adormidera, entre el mareo y el infinito. Parecen aún menos tangibles que los partes meteorológicos, donde los propios pictogramas de sol o nubes hacen posible que podamos construir un paisaje imaginario, y pasar del invierno glacial al sol caribeño con levedad. Si además de observar la secuencia de los valores, atendemos al lenguaje, nos encontramos con fórmulas como: “anorexia financiera”, “crecimiento negativo”, “factor de sostenibilidad de las pensiones”. O “movilidad exterior” en lugar de “fuga de talentos”. La economía se apresta a acuñar perífrasis para hacer más digerible el problema. Pero el eufemismo, y más cuando el FMI alerta del peligro de una cronificación de la crisis, se convierte en el síntoma más claro de la no aceptación. Podría tratarse de un mecanismo de defensa para cegar el conflicto, como suele ocurrir con la adicción, la infidelidad e incluso el maltrato. Qué arduo trago el de identificarlo y reconocerlo, sobre todo por lo que aguarda después, ya que exige espíritu de lucha y sacrificio. En realidad, el ser humano posee una gran predisposición a negar lo que ocurre. A menudo pretendemos que la escena que vivimos sea como la hemos deseado. Y pocas veces sucede. En este tiempo de satisfacciones inmediatas y gratificaciones instantáneas, el nivel de frustración es tan elevado como el del déficit. De ahí que los valores financieros que regurgitan los canales temáticos o las páginas de economía de los medios posean un halo irreal, como si en verdad no fuera con nosotros, aunque su amenaza latente nos abrume. Por ello me detengo ante el libro de un antiguo monje budista británico, Andy Puddicombe, que glosa las ventajas de la meditación: “Consigue un poco de espacio en tu cabeza”. Sus teorías me intrigan, porque a menudo no logro pacificar el desasosiego que me produce que alguien hable a gritos en el avión o el tren, que pase las páginas del periódico con un estruendo amenazador, o que desde la mesa de al lado invada con su conversación mi plato. Las ideas del fundador de Headspace tienen mucho que ver con el estoicismo y la piadosa resignación, aunque acaban derivando hacia algo más novedoso, que guarda relación con la tan coreada plasticidad del cerebro: al aceptar el ruido y prestarle atención, asegura, la mente acaba aburriéndose y desconecta. Según parece, el mecanismo planteado por Puddicombe tiene que ver con la resistencia mental que mostramos ante lo que nos desagrada o nos amenaza. Acaso siguiendo esa lógica, los eufemismos de la crisis vengan a ser como esas medidas forzadas para lograr algo de armonía en un vagón de tren. 6.202.700 parados reclaman espacio en nuestras cabezas, mientras crece el temor de que al atender tal caudal de noticias pésimas, nuestros cerebros se anestesien y cuelguen sin dilema el cartel de “no molestar”. (La Vanguardia)

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29 de abril de 2013
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El Boomeran(g)
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